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Las últimas palabras de Alois Riegl
Conversaciones…
Instituto Nacional de Antropología e Historia, México
ISSN: 2594-0813
ISSN-e: 2395-9479
Periodicidad: Bianual
núm. 5, 2018
Resumen: Intento colocar el último ensayo de Riegl Nuevas tendencias en la conservación de monumentos de 1905 en un contexto más amplio. Recurro a la biografía de Riegl y a la situación política y cultural de la monarquía del Danubio, pero también uso un análisis de la concepción de Stimmung[1] como sentimiento religioso, característico para el cambio del siglo.
Palabras clave: Alois Riegl, monarquía del Danubio, cambio de siglo, gestión de patrimonio, Stimmung como concepto de la filosofía..
Las últimas palabras de Alois Riegl
Traducción de Daniela Sauer
Antes de abordar la teoría de los monumentos de Alois Riegl y especialmente su último ensayo Nuevas corrientes en el cuidado de los monumentos, puede tener sentido tomar en consideración el contexto en el cual se formaron estos razonamientos.
El Imperio austrohúngaro era un Estado multiétnico. Durante el curso de siglos, muchos territorios diversos entre ellos habían caído bajo el dominio de la Casa de Austria. Entre ellos, la afiliación a la figura del soberano regente era el elemento en común más evidente. Esto lo demuestra perfectamente el así llamado Gran Título del emperador, en el cual están alistados los países de la corona. La lista que cada escolar en la monarquía tenía que aprender de memoria empieza con las palabras: “Su majestad imperial y real Franz Joseph por Gracia de Dios emperador de Austria, rey de Hungría, rey de Bohemia, de Dalmacia, de Croacia, de Eslavonia, de Galitzia y Lodomeria, y de Iliria”, y después siguen los títulos de otros 43 países y ciudades más, cuyos habitantes eran súbditos de los Habsburgo. La doble monarquía se extendía desde la costa adriática de Dalmacia hasta Galitzia (que hoy pertenece a Ucrania occidental y a Polonia meridional) y de Vorarlberg al borde de la frontera suiza hasta Transilvania, que hoy está situado en Rumania. En este Imperio vivían 48 millones de personas de diferentes proveniencias étnicas, se hablaba alemán, húngaro, polaco, checo, serbocroata, esloveno, ruteno, italiano, rumano. Por un lado, la administración de esta enorme entidad compleja era federal (los territorios tenían parlamentos locales); por el otro lado se ejercía una supervisión por parte del Imperio central. La legislación local estaba controlada por gobernadores. Sin embargo, la convivencia de los pueblos estaba caracterizada por conflictos y por la aspiración a independencia nacional. Ya a partir de 1848, después de la revolución
y de diversas guerras, grandes partes de los territorios italianos se habían unido a la nueva monarquía italiana. Si bien es cierto que en Hungría se había podido reprimir una revolución, a continuación, el llamado Ausgleich (1867), el Compromiso austrohúngaro, comportaba una concesión importante de autonomía a la mitad húngara del Imperio, que a su vez estaba compuesta por diferentes grupos étnicos. Aun así, sobre todo las exigencias de los países eslavos no habían sido tomadas en consideración. Por esta razón, la política cultural central de la monarquía tenía como objetivo la represión de las tendencias nacionales y, a pesar del reconocimiento de la diversidad de los diferentes países de la corona, se perseguían intereses unitarios y supranacionales. En este sentido, sobre todo en el periodo a finales del siglo XIX, se habían puesto esperanzas en un efecto positivo y propiciatorio del arte.[2]
Ya en el año 1850 se había fundado la k.k. Central-Commission zur Erforschung und Erhaltung der Baudenkmale,[3], [4] que inicialmente fue concebida como una asociación científica y, como tal, disponía solamente de limitados fondos públicos. Actuando en función de voluntarios los Conservadores y Corresponsales coleccionaban, al principio de manera más bien no sistemática, documentación sobre el estado de conservación de los monumentos de la monarquía. Los resultados de las investigaciones individuales se publicaron a partir de 1856 en el periódico científico Mitteilungen der k.k. Central-Commission.[5] Aunque la Comisión estuviera encargada también de promover la conservación de los monumentos, en esto tenía solamente un papel consultivo y dependía de la cooperación voluntaria de los propietarios y de las autoridades administrativas. Ésta era una condición insatisfactoria, a la cual solamente se hubiera podido poner fin con una ley de tutela de los monumentos que hubiera permitido imponer la conservación de los monumentos arquitectónicos también en contra de la voluntad de sus propietarios. Por este motivo había algunas iniciativas a favor de la ratificación de una ley en este sentido, aunque fracasaron todas por la oposición por parte de la aristocracia y sobre todo también por parte de la iglesia, que no quiso tolerar una limitación de sus derechos de propiedad. Un proyecto semejante de ley fue redactado en 1903 por Alois Riegl, en ese tiempo conservador general de la Imperial y Real Comisión Central; su famoso ensayo El culto moderno de los monumentos[6] había sido pensado como una especie de preámbulo para este proyecto legislativo.
Antes de concentrarnos en la persona de Alois Riegl, nos parece importante entrar en detalle en torno al concepto de Stimmung, una noción central para su teoría, un término que aparece ya a finales del siglo XVIII y a principios del siglo XIX en relación con el arte en general. Se habla por ejemplo de Stimmungskunst,[7] Stimmungslyrik[8] o también de Stimmungsmalerei.[9] La palabra Stimmung se refiere a la calidad de un objeto, pero también al estado de ánimo que la contemplación, o mejor dicho la interlocución con el objeto produce en el recipiente. Este objeto puede ser una obra musical, un sonido agradable, un artefacto, pero también un producto de la naturaleza, un paisaje o una condición atmosférica (por ejemplo, Abendstimmung).[10] El efecto que el objeto origina emociona más al sentimiento que a la razón, y será elaborado de manera consciente pero emocional, no analítica. Pero dejemos que Riegl nos proporcione la definición de esta condición por él mismo. En el ensayo Die Stimmung als Inhalt der modernen Kunst[11] (1899) describe la emoción que le produce un paisaje alpino contemplado desde la cima de una montaña:
Lo que el alma del hombre moderno desea conscientemente o inconscientemente, se realiza para el contemplador solitario situado en la cima de una montaña. No es la tranquilidad del camposanto que lo circunda, porque mil formas de vida brotan en su alrededor; más lo que de cerca es una lucha sin piedad, desde lejos se antoja como pacífica coexistencia, concordia, armonía. Así el hombre se siente liberado del peso tormentoso, que ningún día de su común existencia lo abandona. Intuye que allende los contrastes, que simulan sus sentidos imperfectos en la cercanía, algo incomprensible, un alma mundial atraviesa todas las cosas y las une en perfecta armonía. Esta idea de la existencia de un orden y una ley sobre el caos, de armonía sobre la disonancia, de calma sobre el movimiento la llamamos Stimmung. Sus elementos son la calma y una visión lejana[12] (Rosenauer, 1996: 28).
De consecuencia Stimmung significa para Riegl una sensación espiritual, que permite también a una conciencia ilustrada, a un intelecto agnóstico[13] una especie de revelación panteísta.
¿Quién fue entonces este Alois Riegl? Sabemos mucho sobre su rica, polifacética obra histórico-artística[14] que extiende su influencia hasta el presente, pero poco de su personalidad. Riegl desciende de una familia de lengua alemana. Nació en el año 1858 en Linz, la capital de Alta Austria (Oberösterreich). Su padre trabajaba como funcionario para la empresa pública de tabacos, la Tabakregie. Como tal fue transferido a Galitzia, en la actual Polonia, donde el hijo Alois frecuentaba gimnasios[15] locales y así ya muy temprano fue confrontado con las diferentes realidades de vida de la monarquía de los Habsburgo. Después de la muerte precoz del padre, la familia vuelve a Alta Austria. Alois acaba el gimnasio en una escuela monástica benedictina; más tarde inicia estudios en derecho, siguiendo las instrucciones de su tutor, pero luego se dedica primero a la historia y después a la historia de arte. La descripción más precisa de su formación como historiador de arte es probablemente la de Max Dvořák, discípulo de Riegl y su sucesor en el cargo de conservador general. En una detallada necrología publicada en el periódico Mitteilungen der Zentralkommission,[16] Dvořák se focaliza sobre todo en su carrera científica y en sus méritos como desarrollador de la metodología histórico-artística, pero también da indicaciones esporádicas sobre su carácter. Así habla de su educación severa y puritana, que lo ha formado y ha determinado su percepción del mundo:
Porque por lo alegre y animado y lleno de esperanza Riegl haya sido hasta en los tiempos más difíciles de su vida, uno de los más importantes rasgos de su personalidad fue siempre la seriedad casi sagrada, con la que abordaba todas las cuestiones que lo preocupaban para comprender las sub species aeternitatis hasta sus más profundas causas[17] (Dvořák, 2010: 267).
Dvořák describe la alegre confianza en el desarrollo de la historia del arte como ciencia, que él mismo había llevado adelante, pero también de su profunda decepción cuando no le fue asignada la dirección del Museum für Angewandte Kunst, a la cual había aspirado y donde había trabajado durante 11 años como curador. Riegl fue un disertante brillante según Dvořák y su habilidad en el exponer sus conceptos consistía sobre todo en el hecho “que con una elocuencia alegre fruto de una profunda convicción sabía llevar al público atento por el camino de sus ideas”,[18] y después continúa: “si pienso en aquellos tiempos, me parece como si él ya hubiese tenido el presentimiento de que no le estaría concedida una vida larga”[19] (Dvořák, 2012: 278). En 1903 Alois Riegl fue llamado a formar parte de la Zentralkommission y fue en sus dos últimos años de vida, es decir desde 1904 hasta su muerte el 17 de junio de 1905, conservador general de esta institución. Dvořák, que llama a esta última etapa de su vida “el final trágico” (Dvořák, 2010: 281), escribe: “el hombre silencioso y solitario, que ya vivía medio apartado del mundo por su sordera, lejos de la vida y de las batallas cotidianas, dedicado a sus ideas y sus investigaciones, de repente se convirtió en un ferviente e incansable organizador”.[20] Riegl, “quien ya en esos tiempos era un hombre muy enfermo”[21] (Dvořák, 2012: 281), había dedicado sus últimas energías a una reforma fundamental de la tutela de los monumentos en Austria. “Con los instrumentos más nobles uno de los más nobles hombres hubiera creado una obra, que se habría convertido en un nuevo duradero fundamento de nuestra cultura artista. Poco antes de llegar al final se desplomó”[22] (Dvořák, 2012: 282).[23]
La teoría sobre los valores del monumento que Riegl desarrolla en El culto moderno de los monumentos ha sido comentada por literatura secundaria, por lo cual aquí será referida sólo brevemente. El autor empieza con un análisis de los términos y constata tres diferentes valores rememorativos. Diferencia primero monumentos con valor rememorativo intencionado (“creados para mantener permanentemente vivos y actuales algunas obras o acontecimientos humanos”[24] (Rosenauer, 1996: 139)) y monumentos con valor rememorativo “no intencionado”, a los cuales solamente posterior y subjetivamente viene atribuido un significado. Por el hecho de que en muchos casos los destinatarios originales ya no existen, al final también los monumentos con valor rememorativo intencionado son monumentos con “valor rememorativo no intencionado”. Entonces estos monumentos con valor rememorativo no intencionados fueron denominados en Austria con el término oficial “monumentos de historia y de arte”. Aquí opina Riegl que se trata casi de una tautología, todos los monumentos históricos son al mismo tiempo también histórico-artísticos, y todos aquellos histórico-artísticos también históricos, por el hecho que documentan fases de un desarrollo de una forma de expresión, y por esta calidad también tienen “valor histórico”. Finalmente existe el valor de lo antiguo. Este valor se atribuye al objeto únicamente por su antigüedad por “el hecho que externamente demuestra suficientemente, que ya ha existido y ‘vivido’ durante un tiempo antecedente al presente”[25] (Dvořák, 2010: 145). El objeto envejecido, expuesto visiblemente a las fuerzas de la naturaleza, se revela como “sustrato” (también podríamos decir catalizador), y transfiere al contemplador un estado de ánimo, donde el eterno ciclo de creación y descomposición al cual el mismo está sometido, le parece no solamente aceptable sino conciliador.
Este orden corresponde según la concepción de Riegl también al desarrollo cronológico de los monumentos: en la Antigüedad y en el Medioevo existían solamente monumentos con “valor rememorativo intencionado”, durante el Renacimiento se atribuye progresivamente valor histórico, al cual en el siglo XIX se da un valor muy especial. Al contrario, en el siglo XX, el valor de lo antiguo conquista más y más importancia. Paralelamente a esta evolución se cumple la emancipación del individuo. El valor de lo antiguo se refiere directamente a este individuo, el Stimmungsmensch [el hombre moderno del sentimiento] y le promete nada menos que la “salvación”. Más de una vez Riegl compara esta inmersión en el valor de lo antiguo con un sentimiento religioso. Ya en el título de su profundo ensayo de 1985 Margaret Olin llegó al fondo de la cuestión: “The cult of monument as a state religion in late 19th century Austria”.[26] Parecido a una religión el valor de lo antiguo es accesible a todos –al contrario del “valor histórico” que requiere conocimiento previo. En un principio el valor de lo antiguo habría sido reconocido solamente por un pequeño grupo de entusiastas, mientras “miles de personas lo sienten ya instintivamente” y tendría el potencial “de reinar sobre un entero futuro”[27] (Rosenauer, 1996: 158).
¿Cómo debemos de tratar entonces a los monumentos? La respuesta de Riegl: depende de cuáles son los valores predominantes, en donde hay que comprender que los valores nunca se manifiestan separados, sino que casi siempre coexisten y concurren entre ellos. Si se toma en consideración solamente el valor de lo antiguo, se debería de exponer el monumento al deterioro progresivo para poder contemplar sin disturbios cómo se disuelve poco a poco en la naturaleza omnipresente y amorfa. El “valor histórico”, por otro lado, requiere la preservación de un valor documental lo más auténtico posible. Por esto: conservar, poner fin a un deterioro progresivo sin añadir nada. Por otro lado, la concentración en el “valor rememorativo intencionado” reclama la transmisión más completa posible del mensaje original del artefacto. Su significado debe resultar permanentemente legible (o volverlo a ser); esto significa en el caso extremo: reconstrucción.
Para complicar aún más la competencia de los valores (y para hacerla más realista también) Riegl introduce también una serie de “valores de contemporaneidad”. Se trata de aquellas propiedades que satisfacen necesidades espirituales o intelectuales, que hubieran podido ser satisfechas igualmente por parte de objetos contemporáneos, modernos.
Entre ellos se sitúa por ejemplo el “valor instrumental” al cual pertenecen naturalmente también las funciones de representación y de “decoro” o también de ejercicio de funciones religiosas en el caso de edificios religiosos que requieren una adecuada manutención y cura. A esta categoría pertenece también el “valor artístico” –la satisfacción de necesidades estéticas se pude obtener también con obras de arte modernas como con obras históricas. Aquí hay que hacer otra distinción entre el “valor de novedad” (el valor artístico “elemental”) y el valor “artístico relativo”. El valor de novedad está automáticamente en todo lo fresco, nuevo, en sí mismo concluido, sigue siendo (aún) el valor artístico de las grandes masas y el enemigo más acérrimo del valor de lo antiguo. Al contrario, el valor artístico relativo está sometido a continuas variaciones porque aún no hay una escala de valores vigente. La observación de este valor artístico puede llevar también a la eliminación de huellas de antigüedad, en algunos casos puede ser necesaria hasta una Restauratio in integrum –en este caso también el valor artístico relativo puede llegar a estar en oposición al valor de lo antiguo.
En el sistema de valores de Riegl, un sistema bien reflexionado de valores del monumento que concurren entre ellos parece lógico en sí mismo, su mayor debilidad ha sido probablemente el hecho de sobreestimar el valor de lo antiguo, interpretándolo también espiritualmente. Uno de los críticos más importantes de su teoría de los monumentos ha sido el historiador de arte Georg Dehio, que en un discurso pronunciado el 27 de enero de 1905 en ocasión del cumpleaños del emperador alemán se opone a este concepto:[28] “No conservamos un monumento por consideralo bello, sino porque forma parte de nuestra identidad nacional. Proteger los monumentos no significa buscar placer sino ejercer piedad”[29] (Dehio, 2018: 35). Dehio reclama respeto ante la existencia histórica como tal y lo hace con base en el patriotismo “Todas las clases sociales deben llegar a la percepción de que un pueblo que posee tantos monumentos artísticos es un pueblo noble”[30] (Dehio, 2018: 38).
En su último ensayo, escrito en 1905, el año de su muerte, Nuevas corrientes en el cuidado de los monumentos, Riegl responde a este ataque, expresando con decisión su desacuerdo de tomar en consideración el patriotismo como fundamento del cuidado de los monumentos. Como apoyo de su argumentación cita un ejemplo muy actual: edificios históricos en la zona del Wachau, una parte particularmente pintoresca del valle del Danubio en la Baja Austria, que estaban en peligro debido a un proyecto de construcción, su pérdida había sido ya públicamente deplorada.[31] Al principio describe las formas relativamente vastas y primitivas de esta arquitectura anónima, y llega a la conclusión de que no tienen valor arquitectónico. ¿En qué consiste entonces el pesar que su inminente pérdida provoca?
No puede ser otra cosa que lo “antiguo” en sí, lo no-moderno, el testimonio creativo de generaciones precedentes, de cuyos descendientes somos nosotros. ... En este sentido las casas de Weißenkirchen [un pueblo en la región de Wachau] nos parecen efectivamente como una parte de nuestra existencia, y por el hecho de haber sido construidas en algún tiempo por austro-alemanes y porque al observarlas nos sentimos como austro-alemanes, asumimos que forman parte de nuestra existencia nacional. Aun así, y omitiendo el hecho de que algunos de los que piensan de este modo no nacieron en la región de la Wachau, y de que no todos sus antepasados eran de nacionalidad austroalemana, seguramente muchos no podrán reprimir la realidad de que, por ejemplo, las arcadas en Trento o las pequeñas calles en el barrio del palacio de Split, de origen cultural completamente diferente, provocan en ellos la misma sensación de placer que la contemplación de lo antiguo en las casas de la Wachau[32] (Riegl, 2018: 65).
Éstas
seguramente nos parecerán como parte de la nuestra existencia, pero no de la nacional, sino de la humana. El egoísmo nacional parece reducirse de este modo en un egoísmo de la humanidad, el sentimiento sobre el cual se basa el cuidado de los monumentos parece acercarse a uno puramente altruista[33] (Riegl, 2018: 65).
Al final va un paso más adelante: extiende sus razonamientos a la protección de los bienes naturales:
Así vemos que el culto moderno [...] a un árbol salvaje gigante o a una pared de rocas vertical los ha creado la naturaleza misma, sin ningún aporte de manos humanas. Entonces, ¿por qué sentimos como un sacrilegio ponerles las manos encima, cortar el árbol, hacer saltar la pared rocosa, quitándoles en cierto modo la vida? ¿Por qué reclamamos también para estos productos de la naturaleza el derecho de poder vivir en un cierto modo sin importunarlos? La verdad es que respetamos también en ellos la evidencia de testimonio de existencia, de vida y de creación del pasado, aunque no referido a la existencia de la nación ni a la existencia de la humanidad en una etapa anterior de su evolución, sino a la existencia de la naturaleza. En el culto de los “monumentos de la naturaleza” se ha superado también el último residuo de egoísmo –el que se refiere a la humanidad– y, con la participación en las obras de la naturaleza extra-humana, se ha alcanzado el completo altruismo[34] (Riegl, 2018: 67).
Al final Riegl subraya de nuevo que non son las calidades estéticas o el valor histórico documental de los monumentos, sobre el que se podría fundar un cuidado de monumentos por parte del Estado, sino simplemente la facultad de poder provocar sentimientos.
... únicamente en la existencia y en la difusión universal de un sentimiento que, parecido al religioso, se diferencia de cualquier erudición estética o histórica, es impenetrable a consideraciones racionales y, si no es apagada, se podrá fundar con éxito una ley para la protección de los monumentos[35] (Riegl, 2017: 70).
Por lo tanto son dos los argumentos fundamentales que Riegl enfatiza en este último ensayo, por un lado es la fundación de la protección de los monumentos sobre emociones, ya mencionada en el Culto de los monumentos, que “parecidos a un sentimiento religioso” son provocados por una meditación estimulada por el valor de lo antiguo, por el otro lado es la equiparación de protección de monumentos culturales con la protección de los monumentos naturales, es decir la interpretación de la tutela de los monumentos como tutela de la naturaleza. Cualquier producto de tiempos pasados de “carácter individual particular” tiene derecho a cumplir su tiempo natural de existencia, cada intervención en este ciclo sería un sacrilegio. No sabemos si Riegl llegó por sí mismo a esta conclusión que requiere “el pleno altruismo” y la negligencia de todo interés egoísta, nacional-egoísta o humanamente egoísta, o si estas reflexiones que de alguna manera se acercan al budismo, han sido influenciadas por el estudio de filósofos como por ejemplo Schopenhauer. Por desgracia no tenemos alguna noticia acerca su biblioteca ni sobre sus autores preferidos. Su rechazo del nacionalismo (y de su enfrentamiento con Georg Dehio basado sobre este rechazo) con seguridad ha sido guiado por su lealtad al estado multiétnico supranacional de la monarquía. Sin embargo, para la interpretación de su último ensayo que contiene la exigencia de un “sentimiento humano” desinteresado hay que tener en cuenta también la situación en la que Riegl vivía y su estado de ánimo, y que el intuía su muerte inminente.
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Referencias
Bacher, Ernst (Hg.) (1995) Alois Riegl, Kunstwerk oder Denkmal? Alois Riegls Schriften zur Denkmalpflege, Deutsche Stiftung Denkmalschutz, Wien, Köln, Weimar.
Dehio, Georg (2018) “La protección y el cuidado de los monumentos en el siglo XIX”, Conversaciones… con Georg Dehio, Alois Riegl y Max Dvořák (5): 29-45.
Dvořák, Max (2012) Schriften zur Denkmalpflege, gesammelt und kommentiert von Sandro Scarrocchia, Böhlau Verlag, Wien.
Frodl, Walter (1988) Idee und Verwirklichung. Das Werden der staatlichen Denkmalpflege in Österreich, Böhlau Verlag, Wien.
Huse, Norbert (Hg.) (2006) Denkmalpflege, Deutsche Texte aus drei Jahrhunderten, C.H. Beck, München.
Noever, Peter, Artur Rosenauer und Georg Vasold (Hrsg./eds.) (2010) Alois Riegl revisited: Beiträge zu Werk und Rezeption. Contributions to the opus and its reception, Verlag der Österreichischen Akademie der Wissenschaften, Wien.
Olin, Margaret (1985) “The cult of monument as a state religion in late 19th century Austria”, Wiener Jahrbuch für Kunstgeschichte (38): 177-198.
Riegl, Alois (1996) [1899] “Die Stimmung als Inhalt der modernen Kunst”, in: Artur Rosenauer (Hg.), Alois Riegl, gesammelte Aufsätze, Klassische Texte der Wiener Schule der Kunstgeschichte, WUV-Universitätsverlag, Wien, pp. 27-37.
Riegl, Alois (1903) Der moderne Denkmalkultus. Sein Wesen und seine Entstehung, K.K. Zentral-Kommision für Kunst- und historiche Denkmale, Wien.
Rosenauer, Artur (Hg.) (1996) Alois Riegl, gesammelte Aufsätze, Klassische Texte der Wiener Schule der Kunstgeschichte, WUVUniversitätsverlag, Wien.
Van Heerde, Jeroen Bastiaan (1993) Staat und Kunst: Staatliche Kunstforderung, 1895-1918, Böhlau Verlag, Wien.
Notas