Dossier

Los traductores y las traductoras de la cultura impresa anarquista entre Europa y el Río de la Plata[1]

Translators of anarchist printed culture between Europe and the Río de la Plata

María Migueláñez Martínez
Universidad Carlos III de Madrid, España

Avances del Cesor

Universidad Nacional de Rosario, Argentina

ISSN: 1514-3899

ISSN-e: 2422-6580

Periodicidad: Semestral

vol. 21, núm. 31, 2024

revistaavancesdelcesor@ishir-conicet.gov.ar

Recepción: 07 julio 2023

Aprobación: 14 octubre 2024

Publicación: 05 diciembre 2024



DOI: https://doi.org/10.35305/ac.v21i31.1828

Resumen: Los y las anarquistas pusieron en circulación un vasto corpus de cultura impresa, que incluyó obras teóricas, narrativa, literatura técnica y científica. Las labores de traducción resultaron fundamentales para esta cultura de fuerte componente internacionalista. Los militantes colaboraron en estas tareas de traducción, que se convirtieron en las más especializadas del proceso de edición anarquista. Recayeron, en grandes cifras, en militantes políglotas que, de muchas maneras, enlazaban con un mundo editor que era mucho más amplio que el orientado por la ideología anarquista. Las políticas de traducción se desarrollaron fundamentalmente en dos momentos, uno inicial, que puso en circulación a los y las autoras del canon anarquista, y otro posterior a la Primera Guerra Mundial, que trató de renovar el canon y retomar la pujanza del movimiento. En ambos momentos, la traducción al castellano fue compartida por militantes radicados o provenientes de la Península Ibérica y el Río de la Plata.

Palabras clave: Anarquismo, transnacional, Argentina, edición, traducción.

Abstract: Anarchists circulated a vast corpus of printed culture, including theoretical books, narrative works, and technical and scientific literature. Translation was fundamental for this culture with a strong internationalist component. Activists collaborated on these translation tasks, which became the most specialized part of the anarchist publishing process. Translation work was largely undertaken by polyglot activists who, in many ways, connected with a publishing world that was much broader than that guided by anarchist ideology. Translation policies were developed mainly in two phases. The initial phase contributed to the circulation of the main authors of the anarchist canon. During the second phase, after World War I, translation policies aimed to renew the canon and revitalize the movement's momentum. In both periods, translations into Spanish were carried out by activists based in or originating from the Iberian Peninsula and the Río de la Plata region.

Keywords: Anarchism, transnationalism, Argentina, publishing, translation.

Introducción

El anarquismo se configuró como una cultura política de alto arraigo a través, en parte, de la circulación global de personas y de propaganda (Bantman y Altena, 2017). El objetivo de este artículo es poner de relevancia el papel de los y las traductoras en esta malla de transferencias continuas. La reflexión se inserta en un trabajo de investigación sobre la cultura impresa anarquista en América Latina, que fue frondosa y muy dilatada en el tiempo (Cappelletti y Rama, 1990; Nettlau, s/f, 1934, 1972 y 2001). Como tal, todavía quedan muchos espacios por investigar: contextos, agentes, vías de difusión y de contacto regional y transnacional, conexiones con las culturas obreras y burguesas. La metodología es transnacional y multifocal. Si bien se reconocen focos muy activos en la elaboración de propaganda escrita (Buenos Aires, Río de Janeiro, Sao Paulo, La Habana, Paterson, Tampa), conectados, a su vez, con los focos más activos del otro lado del Atlántico (Barcelona, París, Londres), en todos los lugares del continente americano encontramos grupos de difusión de propaganda. Los métodos de edición fueron muy variados: desde los folletos de letra apretada realizados por grupos anarquistas de Tupiza, Bolivia, o del Istmo centroamericano,[2]hasta los muy cuidados libros y colecciones de la Editorial La Protesta en los años veinte del siglo XX (Migueláñez Martínez, 2019). El historiador de la literatura Alejandro Civantos Urrutia ha sabido condensar la esencia del folleto anarquista ibérico, aquel que “recorría las calles [de ciudades y pueblos remotos] como un fantasma” (Civantos Urrutia, 2017, p. 14). Fue también un objeto multiforme en cuanto a su distribución y publicitación, a través de paqueteros, reembolsos, grupos de afinidad, ateneos, sindicatos, corresponsales, quioscos, recopilación y anticipación de títulos en las tapas, anuncios en la prensa, distribución gratuita, comercialización solidaria, precios populares. Por muchos lugares de América encontramos un similar “movimiento editorial obrero, combativo y muy consciente del carácter revolucionario de la cultura” (Civantos Urrutia, 2017, p. 79; Souza Cunha, 2018). La edición así realizada tenía un componente “místico”, a veces “iluso”, a veces “suicida”, que se impuso, en cualquier caso, al obrerismo inofensivo de la literatura burguesa (Civantos Urrutia, 2017, pp. 14, 189, 247, passim).[3]

La historiografía ha avanzado mucho en el papel de los editores: los pequeños grupos anarquistas, pero también los grandes nudos de la edición ácrata, que fueron “anarquistas [normalmente] sedentarios” (Craib, 2017) que realizaron una labor extraordinaria en la difusión de materiales a través de su mucha correspondencia. En Francia destacó, por supuesto, la figura de Jean Grave (Bantman, 2021); en España, las de Francisco Ferrer, Tomás Herreros, Aquilino Medina o Hermoso Plaja (Litvak, 2001; Civantos Urrutia, 2017; Soriano y Madrid, 2007; Yeoman, 2022); en el Río de la Plata, las de Fortunato Serantoni, Orsini Bertani, Bautista Fueyo, Diego Abad de Santillán, América Scarfó, entre tantos otros y algunas otras.[4] El traductor o traductora de la anarquía ha recibido, sin embargo, menos atención, aunque la que ha recogido apunta a un tipo de promoción cultural de enorme importancia, cuyas dinámicas propias explican mucho de la cultura impresa anarquista (Campanella, 2021; Girón, 2017; Filanti, 2021; Ferretti, 2016; Migueláñez Martínez, 2021b).

¿Qué traducían y cómo lo traducían? ¿Cómo y por qué se convirtieron en traductores? ¿Qué otras conexiones con el mundo editor no anarquista protagonizaron? ¿Fueron esas conexiones importantes para la cultura impresa anarquista? ¿Y para la cultura impresa, en general? La respuesta afirmativa a estas dos últimas preguntas forma parte de las hipótesis de trabajo y también del valor del tema para calificar la importancia de la cultura impresa anarquista. En este artículo no se ofrecen respuestas cerradas, pero sí se da cuenta en detalle de dos momentos de la historia de la traducción anarquista, relacionándolos a los espacios ibéricos y rioplatenses, recolectando títulos de traducciones y trayectorias de traductores. Se aprecia en estas páginas cómo los anarquistas tradujeron obras de temáticas muy amplias. Lo hicieron muchas veces para casas editoriales que no eran anarquistas. La posibilidad de un salario no se condecía, por tanto, con una concepción amplia, ilustrada y enciclopédica de la cultura impresa, que era el paso previo, y necesario, para la revolución. En el camino, se convirtieron en nodos sobresalientes de una densa red de circulación de saberes (políticos, culturales, literarios, técnicos, científicos) entre Europa y América.

Los resultados del análisis que se recogen en estas páginas contemplan la labor de traducción realizada entre España y el Río de la Plata, dos focos importantes de cultura impresa anarquista, dos focos dinamizadores que, sin embargo, no fueron, como ya hemos subrayado, únicos. El título del artículo hace alusión a Europa porque de ahí procedieron los textos fuente que estos traductores y traductoras vertieron a la lengua meta, el español. Desde la Península Ibérica y el Río de la Plata alcanzaron una amplia difusión americana. La que aquí proponemos es una mirada amplia que atiende al gran flujo de propaganda transatlántica, pero se necesitan miradas más localizadas que atiendan a la variedad de agentes y estrategias de difusión de propaganda al interior del continente americano, en su diversidad de lenguas, geografías y cronologías.

Primera generación de traductores entre España y el Río de la Plata

Los rastros de los primeros libros y folletos anarquistas difundidos en América del Sur se difuminan a lo largo de toda la década de 1880, hasta llegar a los primeros que seguro fueron impresos en el medio local, fechados en 1891, en Argentina (Domínguez, 2017 y 2019; Abad de Santillán, 1927 y 1938; Nettlau, s/f, 1972 y 2001). Esos primeros folletos reprodujeron monografías de autores europeos o extractos de sus obras aparecidos en periódicos, siendo los autores favoritos Kropotkin, Reclus y Malatesta.[5]

También aparecieron conferencias y declaraciones ante los tribunales de los militantes juzgados y condenados, junto con un inicial interés por hacer propaganda por y para las mujeres “proletarias”, “hijas del pueblo”, “muchachas que estudian”.[6] Eran algo posteriores y enseguida simultáneos de la mucha folletería en francés, italiano y español que distribuyeron Emile Piette y Fortunato Serantoni en su Librería Internacional y Librería Sociológica, respectivamente, ambas en Buenos Aires, así como los locales de redacción de los primeros periódicos: Il Socialista, La Questione Sociale, El Rebelde, L´Avvenire o La Protesta Humana. También fueron contemporáneos de los primeros textos largos impresos en forma de fascículos en esos mismos periódicos.

El libro y el folleto ácratas argentinos vivieron una primera edad de oro entre 1891 y 1905, especialmente entre 1898 y 1902, años en los que, según Eduardo Souza Cunha (2018), se imprimió más de la mitad del material de ese periodo. La actividad editorial se consolidó evitando así los “altos costos de la importación” (Suriano, 2001, p. 114), pero también lo hizo a medida que el anarquismo aumentaba su influencia entre los trabajadores, al tiempo que contribuyó a ese proceso (Souza Cunha, 2017; Migueláñez Martínez, 2019).

El atentado de Cambios Nuevos de Barcelona, en 1896, acontecimiento que condujo a la represión durante el llamado Proceso de Montjuic y a la desarticulación del movimiento libertario español, colaboró en este proceso, trasladando el peso del circuito editorial libertario en castellano al Río de la Plata. Tuvo lugar en los años de plomo del atentado anarquista, de la más violenta “propaganda por el hecho”. El Proceso de Montjuic se inició tras la explosión de una bomba entre el público asistente a la procesión del Corpus Christi barcelonés, a la altura de la calle Cambios Nuevos, en junio de 1896. El gobierno español respondió. Cientos de militantes de izquierdas fueron encarcelados. Las noticias de las torturas realizadas en la cárcel, y de las durísimas condenas a los militantes anarquistas, también traspasaron fronteras y dieron lugar a un proceso de solidaridad internacional de enorme intensidad. Un año después, Michele Angiolillo, anarquista italiano, asesinó al presidente del gobierno español, Antonio Cánovas del Castillo.

Desde el punto de vista de la cultura impresa anarquista, hoy en día resulta evidente que aquel Proceso de Montjuic acicateó la difusión transfronteriza de propaganda. No solo por el arribo de tipógrafos y traductores. Aunque sumó (al Río de la Plata llegaron José Prat e Indalecio Cuadrado, por ejemplo), este desembarco formó parte de una diáspora de tipógrafos que había empezado antes (Pedro Esteve o Adrián del Valle, nodos importantes de la cultura impresa anarquista caribeña y norteamericana, emigraron a principios de siglo y antes del atentado de Cambios Nuevos, al igual que Antonio Pellicer a Buenos Aires). A nivel impresor anarquista estaba sucediendo algo muy similar en ambos extremos del continente: una pléyade de editores y traductores difundían el canon anarquista en folletos en idioma italiano, español o inglés (Filanti, 2021; Ferguson, 2023). Buenos Aires vivió entonces su primera edad de oro editorial muy principalmente por el colapso de la producción de libros y folletos anarquistas en España debido a la represión política, que afectó enormemente a imprentas y rotativas. Después, cuando la represión se hizo más fuerte en Argentina, entre 1902 y 1910, los ibéricos retomaron el liderazgo. Pero ambos focos, el del Río de la Plata y el español, formaron parte de un mismo circuito editorial ácrata que se complementaba en tiempos de dificultades o represión (Migueláñez Martínez, 2019).

Trabajando sobre traducción desde América del Sur se percibe que la mayoría de los textos editados y difundidos en castellano en el subcontinente procedían de escritos europeos, principalmente, en este primer periodo, de los publicados en Francia y, en ese caso, conectados con las empresas de Jean Grave: Le Révolté (1879–1887), La Révolte (1887-1894) y Les Temps Nouveaux (1895-1914). Por eso, en gran medida, las traducciones se hacían desde el francés, especialmente de autores anarquistas francófonos y, cuando no, se trataba de traducciones indirectas desde esa misma lengua.

Los traductores fueron fundamentalmente militantes anarquistas de origen español, que tradujeron al castellano desde los folletos y libros que se recibían en España, Argentina o Uruguay. También tradujeron textos del italiano. Malatesta fue otro favorito y la folletería en este idioma circuló profusamente por y para las comunidades de anarquistas italianos en Barcelona y Buenos Aires.[7] Lo mismo del inglés, pero en menor cantidad. Desde el punto de vista de las lenguas meta, en el continente sudamericano, el portugués fue una lengua de traducción desde fechas tempranas, las más de las veces de traducción indirecta, desde textos previamente publicados en español. Esto último se hizo desde Portugal y, en seguida, desde los puertos brasileños.[8]

¿Quiénes eran estos traductores? Resulta difícil generalizar, pues en cantidad de ocasiones el nombre del traductor o de la traductora no está registrado. Los que sí están consignados refieren a una generación de tipógrafos, la de los primeros militantes anarquistas internacionalistas. Una vía de aprendizaje de idiomas fue la de los congresos internacionales y los exilios. Pero no debe sobredimensionarse, pues, en realidad, el conocimiento de idiomas abrió la puerta de la participación en los congresos internacionales y su desconocimiento la cerró. Un caso muy significativo de asiduidad en la asistencia a reuniones internacionales fue el de Fernando Tarrida de Mármol, rico de familia y educación (Abelló, 1987, 2013 y 2016). Así que la otra vía de aprendizaje de idiomas fue la educación formal, donde el francés, entonces lengua de comunicación internacional, era accesible a través de la escuela. Sumado al aprendizaje del oficio de tipógrafo, esta generación de anarquistas hizo de la edición y la traducción su oficio, colaborando con la prensa anarquista y con las editoriales comerciales, lo que constituye una línea directa de conexión entre el anarquismo y el mundo de la cultura impresa, obrera y burguesa, del cambio del siglo XIX al XX. Otra vez, se destaca la figura de los y las anarquistas como nudos de circulación de saberes.

Veamos algunos ejemplos. El movimiento anarquista en el Río de la Plata se desarrolló en paralelo a la difusión de la obra kropotkiniana y, por tanto, de sus traducciones, tanto de su pensamiento más constructivo, La conquista del pan, primer libro anarquista impreso en América Latina (1894), traducido por un poco conocido Juan Vila,[9] como su pensamiento más destructivo, Palabras de un rebelde (1901). Antes de aparecer en formato libro, estas obras asomaron en multitud de fragmentos traducidos entre otros, por Esteban Laprice, T.A.M., Martín Borrás Jover, Ernesto Álvarez, José Martínez Ruiz (antes de ser Azorín) (Kropotkin, 1885, 1886, 1889, 1895b y 1897a). No se trata, en este caso, de traducciones indirectas, pues el autor ruso estaba produciendo su pensamiento político filosófico entonces en francés, al igual que más adelante lo hará en inglés.

Cuando aparecieron las obras tardías de Kropotkin, las publicadas en su etapa londinense, existía ya toda una pléyade de traductores, algunos de ellos ya instalados en Buenos Aires. Así, Altaïr (pseudónimo de Mariano Cortés), tradujo La anarquía es inevitable (1897b). Desde España, Fermín Salvochea tradujo Campos, fábricas y talleres (1902) y Memorias de un rebelde (1895a), cada una con un pseudónimo (A. López White y Adrián Valverde, respectivamente); Ricardo Mella tradujo La ciencia moderna y el anarquismo (1911) y Eusebio Heras tradujo La moral anarquista (1907). Los cinco tradujeron del inglés y, si bien no hay dudas de la militancia anarquista de cuatro de ellos, el caso de Eusebio Heras introduce nuevas reflexiones. Existe muy poca información sobre este prolífico traductor, muy probablemente sin cercanía ideológica con el movimiento anarquista. No toda la traducción del anarquismo se produjo en contextos militantes.

El Proceso de Montjuic dio lugar, también, a las muchas traducciones, del italiano y del francés, que el español José Prat realizó en Buenos Aires en 1897: Rossi, Gori, Malatesta, Faure (1897). No hay que olvidar que Prat había traducido, inmediatamente antes, el muy difundido Entre campesinos, de Errico Malatesta, o Páginas de historia socialista, de Varlaam Tcherkesov (Malatesta, 1896; Tcherkesov, 1896). Prat regresó a España y continuó traduciendo: Grave, Carret, Gori, Hamon, Merlino, J. Rossi, Kropotkin, Faure, Leone, Fabbri, Jamin, Jacquinet (Soriano y Madrid, 2007). Al mismo tiempo, otro histórico del anarquismo español, Anselmo Lorenzo, tradujo a Eliseo Reclus (1906-1909), Kropotkin (1914) o a Jean Grave (1908), otro muy difundido en estos momentos iniciales, véase La sociedad moribunda y La sociedad futura (1895a, 1895b) traducidos, ambos en 1895, uno en Buenos Aires, por Antonio Cursach, un tipógrafo anarquista, después socialista; el otro en Madrid, por Luis Marco, uno de los traductores habituales de la editorial La España Moderna. Al igual que sucedía con Eusebio Heras, Luis Marco no aparece en los registros del anarquismo de la época. Era un traductor asalariado de la casa editorial La España Moderna, de Madrid.

No es casual que otros traductores anarquistas también colaborasen con esas mismas casas editoriales que denominaban burguesas. Esto se hace evidente, de nuevo, en la traducción de Kropotkin y sitúa otra de las características de los primeros traductores libertarios militantes. Compenetraron esa labor con la de traducción de textos anarquistas y no anarquistas para el mundo editor comercial, para las casas editoras La España Moderna o Sempere. De entre las obras citadas en el párrafo anterior, Kropotkin fue traducido para la editorial Sempere por los anarquistas Fermín Salvochea y Ricardo Mella (1902 y [1911]). Por otra parte, estas casas editoriales recalaron en el libro obrero porque se dieron cuenta de que existía un nicho de mercado interesante. Aunque no todo era negocio. Razones más filantrópicas, de compromiso intelectual y regeneracionista, guiaron el catálogo de La España Moderna: “la expresión más extrema es el mecenazgo con objetivos de difusión cultural y con las cuentas en un plano muy alejado, representado por la actividad de Lázaro Galdeano”, su fundador y guía (Martínez Martín, 2001, p. 175).

Lo que está claro es que la edición anarquista y un sector de la edición comercial se complementaron por razones estratégicas y contaron con un grupo de traductores anarquistas que intervinieron en los hilos editoriales de sendos mundos, siempre con intencionalidad política. Pero no todos los textos que los anarquistas tradujeron para estas casas editoriales eran anarquistas. Ni todos los textos anarquistas los tradujeron correligionarios. Otras versiones no indicaron el nombre del traductor (Kropotkin, La conquista del pan y Palabras de un rebelde, 1893 y 1901, por ejemplo). Luego la confluencia requiere de más indagación y sin duda va más allá de la historia de la cultura impresa anarquista. Enraíza con la historia del libro, de la edición, de la escritura y de la comercialización a ambos lados del Atlántico y, en definitiva, con la historia intelectual en clave transnacional. Y nos permite enfocarnos en la idea de que los anarquistas fueron nodos de transmisión de saberes más allá del propio movimiento anarquista.

También hubo mujeres en este proceso cultural. En este caso, los trazos de su actividad son más difusos, habida cuenta de una triple invisibilidad histórica que afecta a la militancia femenina; a la labor editorial y traductora que realizaron bajo anonimato, seudonimia o en colaboración con compañeros y familiares de mayor “renombre” que ellas y, por último, y por todo ello, a la opacidad de las fuentes que pueden dar cuenta de su trabajo (Campanella, Migueláñez y Maíz, 2024; Enckell, 2024 y Filanti, 2024). Soledad Gustavo es, quizá, la traductora que mejor conocemos (Valle Inclán, 2008; Marín y Palomar, 2010; Prado, 2011; Puente, 2021 y 2023). Teresa Mañé Miravent, su verdadero nombre, fue la espina dorsal de los proyectos editoriales de la familia Mañé-Urales. En la primera etapa de La Revista Blanca (Madrid, 1898-1905) tradujo frecuentemente textos de la anarquista francesa Louise Michel, además de otros muchos materiales. Posteriormente, en su largo recorrido como traductora en la casa editorial valenciana Sempere, tradujo la única novela de Louise Michel que ha aparecido en castellano: El nuevo Mundo (1909).

Existen indicios de que Mañé podría haber mediado en la selección de este título, así como en la de otros, para Sempere. Si bien, hasta ahora, en este artículo, se ha considerado solo la traducción de libros y folletos de no ficción, o textos políticos, desde una perspectiva de lectura distante y sin entrar en traducciones particulares, la de El nuevo Mundo ofrece un interesante caso de estudio sobre cómo funcionaron las redes de difusión anarquista, partiendo de una traducción que financió una casa editorial burguesa (Migueláñez Martínez, 2021b). Además, este texto de ficción podría considerarse un híbrido, entre literatura y política, por su fuerte contenido utópico. El nuevo Mundo es la segunda parte de una trilogía, conocida como la Trilogía Dentu de Louise Michel, por haberse publicado en la editorial parisina del mismo nombre. El ciclo está compuesto por Les Microbes humains, Le Monde nouveau y Le Claque-dents (1886, 1880 y 1890). En ella, Louise Michel imagina una colonia utópica donde se refugian los renegados del mundo, protagonistas de su novela, que después regresan a París para liderar una revolución social.

En la década de 1920, la editorial ácrata La Protesta, de Buenos Aires, lanzó una importante colección de literatura utópica anarquista que no incluyó esta obra de Louise Michel, a pesar de que esta hubiera tenido una amplia difusión en castellano a ambos lados del Atlántico. Las ficciones utópicas imaginadas por los y las anarquistas emergieron en los años ochenta del siglo XIX con los certámenes socialistas (con un precedente lejano, pero muy claro, en L´Humanisphère de Joseph Déjacque, 1858) y se diseminaron en los siguientes lustros. No fue hasta la década de 1920 que fueron objeto de un programa de edición específico, sistemático y de afán completista: la colección “Los Utopistas” de La Protesta. Allí se imprimieron los libros de Faure, Déjacque y Morris, al tiempo que se tenía pensado reeditar los de Serrano y Oteiza, María Burgués, Ricardo Mella y Jean Grave y traducir los textos anticipacionistas de autores tan variopintos como Hans Ryner, Theodor Hertzka y Ernest Coeurderoy, todos ellos mencionados por Max Nettlau en su Esbozo de Historia de las Utopías (1934).[10]

El gran impulsor de la colección “Los Utopistas” de Buenos Aires fue el austriaco Max Nettlau, erudito y “Herodoto” de la anarquía, que desde Viena se relacionó intensamente con el grupo editor de La Protesta, en cuyo Suplemento Semanal se publicó originalmente este Esbozo.[11] Max Nettlau encontró en el grupo impresor protestista un fácil aliado.[12] El Suplemento Semanal, después Quincenal, del diario anarquista porteño apoyó esta labor con un aluvión de artículos y reseñas que, con la literatura utópica como eje, estaban firmados por plumas muy reconocibles del panorama libertario internacional.[13] La dictadura militar argentina inaugurada en septiembre de 1930 impidió completar este proyecto editorial.

Aquel corpus de afán completista no incluyó la obra de Louise Michel, a pesar de la mencionada traducción al castellano por Soledad Gustavo para la casa valenciana Sempere, en torno al año 1908, y su amplia difusión a ambos lados del Atlántico. Los motivos de esta traducción y primera edición castellana de El mundo nuevo, al igual que los de la futura exclusión de la colección “Los Utopistas”, se pueden buscar en las redes personales que los libertarios y las libertarias tejieron a través de su activismo transnacional. Estas redes se transformaron, inmediata y posteriormente, en los canales de edición de los materiales libertarios. Generaron continuidades y quiebres que se rastrean muy bien si atendemos a las relaciones interpersonales que las sostuvieron. En el caso que nos ocupa, fue una red femenina, que tenía una enorme proyección desde el pasado, desde el movimiento socialista romántico, utópico y feminista del siglo XIX, pero que tuvo menor proyección hacia el futuro. Todo ello nos permite visualizar configuraciones genéricas dentro del mundo impresor anarquista.

Louise Michel y Teresa Mañé consolidaron una malla de discusión e intercambio de materiales anarquistas muy fructífera en el cambio de siglo. Se conocieron probablemente en el exilio londinense. La densidad del movimiento libertario internacional en la capital británica en este mismo periodo ha sido muy bien trazada por las investigaciones de Constance Bantman y Pietro di Paola, especialmente para el caso de los expatriados franceses e italianos, respectivamente, aunque la presencia de españoles también se subraya en estos relatos (Bantman, 2013; Di Paola, 2013; Marín, 2016). Teresa Mañé llegó a Londres durante el Proceso de Montjuic, donde Louise Michel estaba asentada desde 1890. Apenas dos años después, en 1898, de nuevo en la Península ibérica, y durante el primer recorrido de La Revista Blanca, Soledad Gustavo tradujo varios artículos de su correligionaria francesa.[14]

Es importante subrayar el papel de Mañé en la propaganda anarquista española e internacional. Fue ella la que volcó al castellano los materiales originales franceses, misma tarea que desempeñó para las casas editoras Sempere y Maucci, funcionando esta relación comercial en diversas direcciones. En primer lugar, el salario recibido por Mañé fue, en parte, el sostén económico de la familia Mañé-Montseny y, por tanto, de sus proyectos propagandísticos. En segundo lugar, supuso un engranaje muy fructífero para la circulación de libros de propaganda anarquista a través de las casas editoras mencionadas. Mañé tradujo también a de la Hire, Labriola, Sorel, Praycourt, además de la obra literaria de Octave Mirbeau, muy difundida dentro y fuera del mundo anarquista.[15] En algún momento de su relación con Louise Michel, Mañé conoció El mundo nuevo. Traducirlo y editarlo fue, posiblemente, iniciativa suya. Las dos mujeres estaban conectadas por muchos elementos, uno de ellos, el de la literatura utópica.[16]

Teresa Mañé, la traductora, formó parte de una genealogía muy amplia de mujeres librepensadoras y espiritistas que tuvieron una presencia real y muy fuerte en la movilización urbana de finales del siglo XIX y de la primera década del XX en España. Pensaron la ciudad como un lugar para transformar, en positivo, las profundas fracturas sociales provocadas por la industrialización, y de esta forma conectaron con el pensamiento utópico decimonónico, fundamentalmente el francés de mediados de siglo, pero no sólo. El nuevo mundo de Louise Michel cobra así mayor sentido. Nos instiga, por tanto, a tener en cuenta la amplitud y variedad temática de la movilización femenina, que se transfirió también a la edición y divulgación de materiales utópicos (Espigado, 2005; Marín, 2018).

Otra incógnita radica en el hecho de que esta traducción no tuviera continuidad. El resultado pudo ser algo confuso, teniendo en cuenta que la traducción estaba operando sobre un recorte específico de la obra, la segunda parte de la Trilogía Dentu, sin que el lector o la lectora pudiera entender las tramas y los personajes conectados a la primera de las novelas, entre otras, la génesis de la colonia libertaria que emerge y se sumerge en El mundo nuevo ¿Por qué Mañé eligió empezar por la segunda parte? ¿Fue algo planificado o espontáneo? En el cambio de siglo, la traducción libertaria no se concebía como un proceso de acumulación de conocimientos, sino como un acto político, internacionalista, alternativo y antijerárquico, que confiaba en el lector para que contruyera él mismo el significado (Campanella, 2021; Di Stefano, 2009). Este texto quedó, sin duda, inconcluso. Quizá podemos encontrar aquí otra explicación de por qué no se glosó en La historia de las utopías de Max Nettlau ni en la colección “Los Utopistas”, de La Protesta, que aquel Esbozo propició. O quizá simplemente esta red editorial en femenino, Mañé-Michel, no se conectó con la masculina de Nettlau-editores de La Protesta.

Los años veinte y el auge de la traducción anarquista en el Río de la Plata

Diego Abad de Santillán escribió que había sido muy menor la elaboración teórica anarquista en el Río de la Plata (Abad de Santillán, 1938). Esta idea fue recogida por la historiografía (Suriano, 2001), no sin motivo, y es posible extenderla a otros lugares de la geografía anarquista en castellano e incluso más allá. Se puede argüir una explicación radicada en el mundo de la edición y de la traducción. Una primera generación de anarquistas, la mencionada más arriba, tuvo la posibilidad de traducir, en confluencia con el proyecto editor burgués, una serie de autores que, durante décadas, compusieron el canon del pensamiento anarquista: Kropotkin, Malatesta, Reclus o Grave, sin olvidar a Proudhon que había sido traducido antes, por los intelectuales vinculados al primer republicanismo español, siendo Francisco Pi i Margal uno de sus más destacados intérpretes (Proudhon, 1868 y 1869). La traducción fue una labor dificultosa, requirió tiempo, inversión, especialistas. La distribución de estas obras canónicas por toda América Latina estuvo asegurada por las casas editoras burguesas. La española Sempere, por ejemplo, colocaba en América el sesenta por ciento de su producción, siendo Kropotkin uno de sus bestsellers (Martínez Martín, 2001). El movimiento anarquista cumplió un rol multiplicador reeditando una y otra vez estos materiales, fragmentándolos y recomponiéndolos de múltiples formas, especialmente a través de la prensa y de los folletos de pequeño formato. También añadió otros de traducciones más precarias e improvisadas. Sin embargo, matizando las afirmaciones de Diego Abad de Santillán o de Juan Suriano, la escasa elaboración teórica del anarquismo de ambas orillas es apreciable sólo en el género ensayístico. Los y las anarquistas de toda América cumplieron un rol importante adaptando la teoría a formatos más cercanos como la poesía, los relatos breves, las obras de teatro, generando sus mitos locales. Todavía no existe un estudio sobre la cultura impresa anarquista en la América latina que los ponga en relación, al tiempo que no se han analizado en profundidad algunos proyectos editoriales, como Fueyo o Bertani que, en Buenos Aires y Montevideo, difundieron especialmente obras de teatro de inspiración y contenido anarquistas.[17]

En cualquier caso, andando el tiempo, aparece, a ambos lados del Atlántico, una nueva generación de traductores (y traductoras) que, en los años veinte, son protagonistas de la segunda edad de oro de la edición anarquista, esta vez muy ligada al libro (aunque el folleto nunca desaparece) (Civantos Urrutia, 2017; Domínguez, 2017 y 2019; Graciano, 2012; Migueláñez Martínez, 2019). La década de 1920 vivió una renovación del pensamiento anarquista, impulsada por la Revolución bolchevique y la rivalidad con el movimiento obrero comunista. Y necesitó de quienes tradujeran los nuevos materiales que se publicaban en variados idiomas. Las lenguas fuente se ampliaron y se requirió traductores del alemán y del ruso, entre otros, tomando en cuenta que esas lenguas requerían de aprendizajes menos accesibles, normalmente vedados a la pertenencia a esas comunidades.

La Editorial La Protesta es el ejemplo más claro del auge del libro obrero en la Argentina de esa década. Diario de la colectividad anarquista local desde 1897, La Protesta se había repuesto, a la altura de 1921, de su enésima desarticulación provocada por la represión gubernamental (Abad de Santillán, 2001; Anapios, 2011 y 2016; Andreu, 1985; Colombo, 1999; Grillo, 2016; Quesada, 1974). Su equipo de redacción, la terna formada por Emilio López Arango, Diego Abad de Santillán y Apolinario Barrera, los dos primeros de origen español, como tantos otros en este grupo editor, y el último de origen argentino, se decidió entonces a sistematizar la edición de obras anarquistas creando una editorial en 1922. La Editorial La Protesta publicó, hasta 1930, una gran cantidad de viejos y nuevos materiales. Su sello estampó varias reediciones de títulos propios y ajenos, pero, sobre todo, muchas traducciones al castellano, en primicia, de la reciente producción ideológica anarquista en italiano, francés, alemán y ruso, todo ello en impresiones muy cuidadas, en grandes tiradas de alcance continental, en colecciones que les daban sentido, con métodos casi empresariales y con preocupación por la calidad de las traducciones. Fueron más de treinta libros de gran formato que incluyeron las Obras Completas, de Mijaíl Bakunin; la “Colección de pensadores y propagandistas del anarquismo”; las series “Filosofía del Anarquismo”, “Antimilitarismo y antinacionalismo”, “Utopías libertarias”, junto con un gran número de “Folletos de propaganda general”. Toda esta labor fue posible porque la editorial porteña contó con los medios de producción necesarios y un Diego Abad de Santillán enviado a Berlín en misión cultural, donde estuvo afincado entre 1922 y 1926.

Diego Abad de Santillán cumplió bien con el cometido de hacerse con toda novedad libresca que apareció en la transitada ciudad alemana, en la editorial Der Syndikalist y alrededores. No obstante, Berlín era la capital del voluminoso exilio libertario de la primera mitad del periodo de entreguerras. Su correspondencia sugiere un entramado de relaciones muy fluido, que se fue tejiendo en torno a congresos de la Asociación Internacional de Trabajadores (en adelante, AIT), reuniones de su Consejo,[18] tertulias y una intensa actividad de colaboraciones para distintos órganos de prensa. Sirvan de ejemplo, aunque la lista no sea exhaustiva, sus estrechas relaciones con los anarcosindicalistas alemanes Augustin Souchy, Rudolf Rocker y Fritz Kater, cuya hija, Elisa, pronto se convirtió en la compañera de Santillán. Entró en contacto con los exiliados rusos que se refugiaron en Alemania: Emma Goldman, Alexander Berkman, Alexander Shapiro o Piotr Archinoff, entre otros. También se relacionó con militantes italianos de renombre, como Luigi Fabbri, Armando Borghi, Alibrando Giovanetti o Ugo Fedeli; los franceses Jean Grave, Sébastien Faure o Ferandel, todos ellos dedicados a labores editoriales; los austriacos Pierre Ramus y Max Nettlau; los holandeses Jean Giesen y Barthelemy de Ligt, que desde Ámsterdam organizaron el Bureau Internacional Antimilitarista y que contaron con Santillán para que sirviera de nexo entre Europa y América y ayudara a atraer nuevos miembros al organismo internacional.

Los siguientes trabajos de Diego Abad de Santillán forman parte de un listado que no pretende ser exhaustivo, pero sí ilustrativo, de su obra de traducción realizada durante los años veinte. En las siguientes décadas, prolongó su labor de traducción, lo que amerita una mayor profundización en próximos estudios. Para la Editorial La Protesta tradujo las Obras Completas de Mijaíl Bakunin (1924-1929); los Temas Subversivos, Mi comunismo y La impostura religiosa, de Sébastien Faure (1922a, 1922b, 1928); Páginas de lucha cotidiana, de Errico Malatesta, (1921) y su versión revisada de En el café (1926). Como muestra de la fuerte relación entre los protestistas y el “Herodoto de la anarquía”, Diego Abad de Santillán tradujo la biografía que Max Nettlau escribió sobre Malatesta (1923) y un fragmento de su inmensa obra sobre Bakunin: Miguel Bakunin, La Internacional y la Alianza en España 1868-1873 (1925). Tradujo, por tanto, del italiano, del francés y del alemán. Esta última lengua constituía un importante idioma de pasaje en ese momento para el anarquismo, como en el periodo anterior lo había sido el francés, pues era la lengua a la que la Editorial Der Syndikalist vertía las novedades en ruso, desde donde se tomaban. Es posible que el francés lo hubiera aprendido en sus estudios medios en los sistemas educativos español y argentino. El italiano y el alemán eran de reciente adquisición: compartió departamento, en el Buenos Aires de 1921, con dos anarquistas, uno italiano (Errico Arrighoni) y el otro alemán (Kurt Wilckens). Se entendían de forma dificultosa, pero cada vez mejor (Abad de Santillán, 1978; Arrighoni, 2000). Perfeccionar su conocimiento del alemán fue otro de los objetivos del viaje de Santillán a Berlín. Y sin duda lo consiguió a base de esfuerzo, trabajo y conexiones personales en el políglota mundo de los exilios anarquistas. De ello da cuenta su correspondencia en esos años con Max Nettlau (Mondragón, 2023).

Diego Abad de Santillán tradujo también para otras editoriales libertarias americanas y españolas. De las primeras, es testimonio sus traducciones para la editorial anarquista bonaerense Argonauta de Historia del movimiento machnovista, de Piotr Archinoff (1926) y La crisis del anarquismo y Dictadura y revolución, ambas de Luigi Fabbri, en 1921 y 1923. Para la Editorial Ricardo Flores Magón, de Ciudad de México, tradujo otro fragmento de la obra de Max Nettlau, su Miguel Bakunin, un esbozo biográfico (1925). Sus traducciones de Fabbri, Malatesta, Rocker, etc., también se publicaron en España, junto con las de otros traductores del momento a ambos lados del Atlántico: Antonio García Birlán, Manuel Costa Iscar, Valeriano Orobón Fernández, Gorelik. Los ejemplos son sustantivos, pero existen otros muchos. Antonio García Birlán, conocido como Dionysios, realizó una nueva versión de La conquista del pan, de Kropotkin ([1931]), y tuvo una amplia trayectoria en el mundo de la edición y de la traducción. Orobón Fernández tradujo los dos tomos sobre Eliseo Reclus de Max Nettlau ([1929]). Desde Argentina, Manuel Costa Iscar tradujo a los anarcoindividualistas franceses Émile Armand y Han Ryner, con quienes se relacionó intensamente (Stavisky, 2020), y Gorelik tradujo constantemente del ruso (Domínguez, 2017, p. 132).

Esta nómina es significativa del intenso momento editorial. Sin duda, Santillán fue el más prolífico. Se ha argüido otra explicación, complementaria, para la intensidad editorial del Río de la Plata en los años veinte: la dictadura de Miguel Primo de Rivera en España, paralelamente, impidió que el sector ibérico del circuito transatlántico pudiera dar salida a muchos de estos materiales que procedían de Europa (Migueláñez Martínez, 2019).

Pero la nómina es también significativa de la necesidad de traducciones más especializadas para renovar el canon anarquista y traducir del alemán o del ruso. Se pagaron también traducciones a profesionales del sector, como la que abonó Argonauta al ruso Nicolas Tasin para que versionara La Ética, obra póstuma de Piotr Kropotkin (1925), esta sí escrita en su lengua materna. También la que solicitó la misma editorial a Salomon Resnick, traductor del Kropotkin más literario (Kropotkin, 1926), para poder versionar Artistas y rebeldes, de Rudolf Rocker (1922). Los protestistas de Buenos Aires encargaron traducciones a militantes o personas próximas al movimiento, como muestra la correspondencia, pero no todas tuvieron el resultado deseado. Existía, realmente, preocupación por las traducciones. Querían llegar, a través de ellas, a todos los rincones de las comunidades plurilingües latinoamericanas, como refleja su proyecto compartido con los grupos anarquistas bolivianos de traducir obras anarquistas a las lenguas indígenas quechuas y aymaras (Nettlau, 1972). Ello también describe otros procesos al interior del movimiento anarquista.

Refleja el intento de expandir el movimiento y llegar a conectarlo con todo el continente americano. Paralelamente al proceso de extensión editorial, La Protesta realizó otro de centralización del discurso. Al menos, lo intentó, en el Río de la Plata y más allá. Los años veinte conocieron la proliferación de materiales anarquistas de sur a norte del continente americano, algunos modestos, otros no tanto, como la colección de los escritos de Ricardo Flores Magón por el grupo editorial del mismo nombre, en México, D.F. (de la Rosa, 2008; Garone Gravier, 2014). Los protestistas de Buenos Aires manifestaron su preferencia por una colaboración transfronteriza que permitiera fortalecer los focos impresores más eficientes de América. El grupo mexicano podía ser uno de ellos, al norte, y el grupo protestista el otro, al sur. En cierto sentido, se proponían sustituir la miríada de folletos por libros de más largo recorrido (Migueláñez Martínez, 2014). “Hoy por hoy, en lo relativo a la iniciativa de la Editorial —afirmaron los protestistas— es mucho más deseable una concentración, por no decir centralización, que no una dispersión, un desmenuzamiento de fuerzas”. Y añadieron:

Conociendo relativamente, como la conocemos, la situación de nuestro movimiento en los diversos países de habla hispana, nos afirmamos en la convicción que solamente en la Argentina es posible materializar la iniciativa de la Editorial anarquista, y, dentro de la Argentina, es justamente alrededor de este diario y de su imprenta donde más posibilidades hay de consolidar esa obra de cultura.[19]

Con todo, el gran objetivo del proyecto editor protestista fue traducir toda novedad que procediera de Europa. Y allí le cupo a Diego Abad de Santillán un papel de mediador cultural enorme (un “agente de traducción”, en la formulación que han hecho John Milton y Paul Bandia (2009), aquel que no solo traduce, sino que selecciona, ordena, fomenta lecturas a través de esta actividad).

A modo de conclusión

Los y las anarquistas se esforzaron por ofrecer para la lectura un conjunto amplio de obras de literatura de todos los tipos. Lo hicieron en calidad de impresores, editores, distribuidores. Pero fue muy importante, también, su labor de traducción, que se encuadra, en realidad, en un registro mucho más amplio que el de la literatura anarquista. Desarrollaron dos estrategias que funcionaron en paralelo. Elaboraron una miríada de folletos que circularon a través de la prensa y de las ediciones baratas, con traducciones improvisadas y sin registro del nombre del o la responsable. Las más de las veces, sin embargo, colaboraron, aquellos más especializados en las tareas de edición, y conocedores de idiomas, con las casas editoriales burguesas, en primer lugar las españolas, La España Moderna y Sempere, entre otras, para verter al castellano un conjunto de obras de referencia que conocían de cerca porque recogían las bases del canon de la ideología anarquista que habían sido discutidas en congresos internacionales y encuentros informales de los que ellos y ellas habían participado. Kropotkin fue un autor clave. Normalmente, los traductores de Kropotkin simultanearon esta tarea con la traducción de obras por fuera de la ideología anarquista. Así lo hicieron Fermín Salvochea, Ricardo Mella, Anselmo Lorenzo, José Prat, Soledad Gustavo, todos ellos primeras espadas del movimiento anarquista internacional. Fueron, también, asalariados de una industria libresca que se consolidaba y modernizaba (Martínez Martín, 2001).

Este artículo ofrece una visión panorámica de la traducción del canon anarquista. Fue una tarea especializada, consecuencia de la confluencia de intereses entre el movimiento social y las empresas del libro burguesas. Mirando un poco más de cerca, aparecen detalles para seguir explorando: Soledad Gustavo aportó títulos a los traducidos y comercializados por la editorial valenciana Sempere, entre ellos, una novela utópica de su conocida Louise Michel. Sus conexiones personales están detrás de aquel proyecto e invitan a seguir pensando la edición y la traducción anarquista en femenino.

Andando el tiempo, apareció una nueva generación de traductores dentro del movimiento anarquista transatlántico. El anarquismo de todos los lugares enfrentó la rivalidad de otros movimientos sociales que prendían entre los trabajadores, especialmente el comunismo. Se dio entonces una renovación del corpus teórico anarquista y se escribieron obras sobre la historia del anarquismo internacional en alemán, ruso, francés, italiano, inglés. Se requirió de su traducción al castellano. Proyectos editoriales como La Protesta, de Buenos Aires, mostraron una preocupación por la calidad de las ediciones y no dudaron en encargar y pagar las traducciones a externos al movimiento. Sin embargo, en general, no fue necesario. El movimiento de los dos lados del Atlántico contaba con una legión de traductores. Su actividad traductora fue muy plural, al igual que los textos y las lenguas fuentes. Siguieron siendo traductores esporádicos o profesionales, conectados con las lenguas gracias a su militancia transnacional de viajes, emigraciones y exilios, educación formal e informal, comunidades de origen. Pero sobre todo siguieron estando conectados con el mundo del libro.

Los proyectos editoriales de ambos lados del Atlántico se renovaron en los años veinte. En la España de la dictadura de Miguel Primo de Rivera, donde la militancia anarquista se desarrollaba necesariamente en la clandestinidad, el libro político se volvió más esporádico, que no inexistente, y los autores más traducidos fueron los vinculados al anarquismo individualista francés, el neomaltusianismo, los manuales médicos y sexuales. En Argentina, una mayor libertad política permitió el desarrollo de colecciones como las de Argonauta o La Protesta que trasladaron las novedades editoriales que venían de Europa, escritas por italianos, franceses y especialmente alemanes y rusos. Todos estos proyectos se modernizaron, al tiempo que lo hicieron las industrias del libro de ambos contextos. El anarquismo fue un movimiento tan conectado con el mundo de la edición que encontró formas rápidas y eficaces de traducir sus corpus de literatura política cuando lo precisó.

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Notas

1 Este artículo se inserta dentro del proyecto de investigación Causas perdidas, financiado por la Agencia Estatal de Investigación española, con número PID2023-151607NB-I00. Quiero agradecer los enriquecedores comentarios realizados a este trabajo por los dos evaluadores/as externos.
2 Por mencionar a las investigaciones más recientes que continúan ampliando la geografía del anarquismo en América. Margarucci (2021), sobre Bolivia, y Llaguno Thomas (2022), sobre el Istmo centroamericano.
3 Fue “una revolución impresora”, como la califica el título del reciente y muy interesante libro de Ferguson (2023).
4 Algunos textos que analizan labor literaria y editorial anarquista en el Río de la Plata son: Abad de Santillán (1938 y 2001); Pérez, Villasenín y Jofre (2006); Quiroga (2004); Albornoz y Ferrer (2015); Anapios (2011 y 2016); Ansolabehere (2011); Delgado (2017); Graciano (2012); Vidal (2013); Fernández Cordero (2013); Minguzzi (2014); Domínguez (2017 y 2019); Souza Cunha (2018); Migueláñez Martínez (2019); Bustelo (2022); Campanella (2022). También: Andreu (1985); Colombo (1999); Grillo (2016); Quesada (1974).
5 Lo seguirían siendo, como han señalado Suriano (2004); Finet (2005); Navarro Navarro (2004). También aparecen, desde muy pronto, textos de Jean Grave, Augustin Hamon, Anna Maria Mozzoni, Soledad Gustavo, etc., junto a una pléyade de autores locales, que también aparecen desde el principio (el médico argentino Emilio Arana, por ejemplo).
6 Esto último en referencia a textos de Gustavo (1896), Mozzoni (1895), Mozzoni y Rossi (1895). Véase Fernández Cordero (2017).
7 Para los italianos en Buenos Aires, por ejemplo, Suriano (2001) y Di Stefano (2009). En Barcelona, por ejemplo, Abelló Güell (2013 y 2016); Fernández Gómez (2017); Souza Cunha (2019).
8 Los procesos de traducción se analizan a través de los catálogos de folletos y libros en línea y de la bibliografía específica. A la mencionada, cabe añadir bibliografías en italiano, portugués, yiddish: Bettini (1976); Gonçalves y Silva (2001); Pattern (2003).
9 “Catalán o Valenciano”, dice La Protesta, 10 de octubre de 1928, “muy activo”, salió del país para acudir al Congreso de París de 1900 y no se supo más de él. Recuperado de https://americalee.cedinci.org/wp-content/uploads/2020/12/LaProtesta1928_n6081.pdf
10 Por orden de aparición de estos utopistas a los que la colección de La Protesta se refiere: Serrano y Oteiza (1885); Burgués (1890); Mella (1890); Grave (1905 y 1908); Faure (1922); Déjacque (1927); Morris (1928).
11 Nettlau, M. (del 1 de julio al 3 de agosto de 1925). Esbozo de historia de las utopias. Suplemento Semanal de La Protesta, números 175-184. Recuperado de https://americalee.cedinci.org/portfolio-items/la-protesta/
12 Ya habían editado la que posteriormente será la muy difundida obra de Pierre Quiroule (1914).
13 Nettlau, M. (del 1 de julio al 3 de agosto de 1925). Esbozo de historia de las utopias; Treni, U. (pseudónimo de Ugo Fedeli) (11 de marzo, 11, 12, 17, 19, 26 de abril de 1930). Un viaje a las islas de la Utopía. La Protesta; Fabbri, L. (10 de diciembre de 1923). Cómo haremos la revolución. La Protesta; Fabbri, L. (30 de agosto de 1926). En los campos siderales de la utopia. Suplemento Semanal de La Protesta; Fabbri, L. (30 de marzo de 1930). El problema del trabajo libre en la anarquía. Suplemento Quincenal de La Protesta; Bibliografía (31 de diciembre de 1928). Suplemento Quincenal de La Protesta. https://americalee.cedinci.org/portfolio-items/la-protesta/
14 Michel, L. (sic) (1 de agosto de 1900). El gato a la barricada. La Revista Blanca, pp. 27-29; Michel, L. (sic) (15 de junio de 1901). El 18 de marzo. La Revista Blanca, pp. 30-32. Existe una serie publicada en los números 49 a 56 de La Revista Blanca, 1900-1901, titulada Victor Hugo y Luisa Michel, escrita por Gustave Simon. Recuperado de https://hemerotecadigital.bne.es/hd/es/results?parent=a6181a79-da4f-46d1-81cb-6f3168235f10&t=alt-asc
15 Sobre las traducciones de Soledad Gustavo, véase Soriano y Madrid (2007, p. 213, 230, 272, 313). Sobre la influencia de Mirbeau, véase Campanella (2021).
16 Por supuesto, también, por su relación personal. Soledad Gustavo había escrito a Louise Michel para solicitarle que enviara una participación directa, de temática antimilitarista, para el Suplemento y para el Almanaque de La Revista Blanca (Teresa Mañé, “Cartas a Louise Michel”, 11 y 23 de agosto y 12 de noviembre de 1904, Fondo Descaves, IIHS, carpeta 301). Pedido al que la francesa respondió: Michel, L. (sic) (1 de septiembre de 1904). Muerte a la guerra. A mis amigos de España. Suplemento de La Revista Blanca. Este canal de colaboración incentivó otras ediciones de la obra de Louise Michel, quien llegó a ser una anarquista muy querida en España. Se tradujeron fragmentos de La Comuna y de Historia de mi vida, los dos textos más exitosos en términos de reediciones en lengua francesa y, como se puede apreciar, también en lengua castellana. Esto último permite subrayar, a su vez, el papel de Soledad Gustavo como mediadora en la circulación de otros materiales de la internacionalista más allá de los más conocidos y canónicos. El anarquista español Fermín Salvochea estuvo detrás de la traducción de algunos de estos fragmentos. Dolors Marín (2016) ha subrayado con acierto que Louise Michel fue una figura muy conocida en España en el cambio de siglo, pero no lo fue tanto en las décadas siguientes. 1905 es el año de la muerte de la comunera, pero también el año de cierre de la primera etapa de La Revista Blanca. Recuperado de https://hemerotecadigital.bne.es/hd/es/results?parent=a6181a79-da4f-46d1-81cb-6f3168235f10&t=alt-asc
17 Una excepción en Campanella (2022) para el caso de Bertani.
18 La AIT, nacida en Berlín, en 1922, surgió como internacional de las centrales anarcosindicalistas o sindicalistas revolucionarias que no acudieron a la llamada de la Internacional Comunista. También la AIT contó con Santillán para darse a conocer en el hemisferio occidental y conseguir la adhesión de nuevas secciones. Su correspondencia relata un rápido estrechamiento de lazos con distintas organizaciones y periódicos del continente americano, cobrando especial relevancia sus relaciones con la mexicana Confederación General de los Trabajadores (CGT). Allí envió propaganda y colaboró para que prosperasen nuevas iniciativas editoriales que completaran la labor desempeñada desde Buenos Aires, como la del Grupo Cultural Ricardo Flores Magón, de Ciudad de México (de la Rosa, 2006 y 2012).
19 Cosas nuestras (14 de mayo de 1927). La Protesta. Recuperado de https://americalee.cedinci.org/wp-content/uploads/2020/12/LaProtesta1927_n5642.pdf
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