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POSSE COMITATUS
Susana Pérez-Alonso García-Scheredre
Susana Pérez-Alonso García-Scheredre
POSSE COMITATUS
Posse Comitatus
Gramma, vol. 34, núm. 71, 2023
Universidad del Salvador
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DOSSIER: «TIERRA Y TERROR. LOS HORRORES DE LA LITERATURA ARGENTINA»

POSSE COMITATUS

Posse Comitatus

Susana Pérez-Alonso García-Scheredre
Escritora asturiana, España
Gramma
Universidad del Salvador, Argentina
ISSN: 1850-0153
ISSN-e: 1850-0161
Periodicidad: Bianual
vol. 34, núm. 71, 2023


Nota Editorial

Como en todas las jornadas de literatura argentina, invitamos a escritores a compartir sus experiencias y reflexiones en torno a las problemáticas que debatimos. Agradecemos este ensayo que nos acerca su autora y que ponemos en diálogo con las reflexiones de los académicos que participaron del evento.

En Hunan, en el distrito de Jiangyong, en la cuenca del río Xiang, cuentan que suena un arpa entre las ramas y las rocas. Llega el sonido al Yangtsé que lo transporta hasta su desembocadura y, desde allí, se expande por mares y por océanos. Entre las aguas se mezclan lágrimas. De mujer. También cuentan que alguien tiene una moneda en la que está inscrita una palabra de ocho caracteres, que traducida significaría: «Todas las mujeres bajo el cielo pertenecen a la misma familia».

En Hunan, cerca del río Xiang, las mujeres crearon una lengua propia. Les negaban el derecho a la enseñanza, no sabían escribir: papel, paños, pañuelos y cinturones fueron los caudales de comunicación que emplearon para inventar aquella lengua propia, el nüshu. La primera vez que tuve conocimiento de esto fue hace años, muchos. Un periódico informaba sobre la última mujer que hablaba nüshu, el lenguaje de las lágrimas al sol, un lenguaje exclusivamente femenino que fue barrido, o al menos lo intentaron. Los ideólogos de la Revolución Cultural dieron orden de hacer desaparecer cualquier vestigio, y en ello se afanaron los Guardianes Rojos. Las revoluciones denominadas culturales suelen tener estos avatares: destruir lo que no se comprende, lo que se considera peligroso para el poder. Curiosamente da igual el poder, el que se ataca y extingue, o el que llega a iluminar la vida de los ciudadanos del nuevo régimen. Es, a mi entender, esta lengua milenaria y ahora recuperada uno de los mejores ejemplos de subversión femenina frente a la cerrazón milenaria que nos acompaña desde, parece, el principio de los tiempos. El poder de la palabra, de su auténtico significado, es un arma tan peligrosa como un barril de pólvora con la mecha encendida en la sentina.

Siguiendo con el lenguaje náutico, diré que la lengua necesita carenarse periódicamente para seguir avanzando por el océano proceloso que puede ser el camino de las mujeres en el mundo. Surge el problema cuando, de entre las sombras, aparece una luz que indica un camino a seguir, un faro, y al final nos conduce a los acantilados y no a puerto seguro. Los raqueros están permanentemente al acecho… También los hay en el lenguaje, en las intenciones aparentemente bondadosas y alentadoras para liberar a la mujer de sus yugos. ¿Puede la palabra evitar la carga que supone menstruar cada mes durante años? ¿Evitar la carga, sí, carga, que supone llevar a un hijo en nuestro cuerpo durante nueve meses? ¿Evitar la carga que supone la crianza de los hijos? ¿Evitar ser convertidas en armas de guerra cuando nos violan en conflictos bélicos? ¿Evitar que seamos nosotras las que debamos adoptar medidas anticonceptivas que conllevan riesgo para nuestra salud? ¿Evitar que seamos nosotras las que sangremos al abortar?

La respuesta es evidente: no.

Por ello, debemos tamizar cada palabra que usamos en la lucha diaria por la igualdad, todas y cada una de ellas. De no hacerlo, caemos en el sofismo más abyecto. De hecho me temo que hemos caído en él. La lucha de las mujeres debe tender a fines, resultados y beneficios claros, de no ser así, no sirve. Ya no estamos hablando de poder votar, hemos dado un paso de gigante: hablamos de igualdad real, que no existe. De medidas paliativas ante factores de manifiesta desigualdad que suponen algo clave, y de lo que nadie parece querer hablar: sexualidad, maternidad. Sí, el beneficio no es generalizado y, a día de hoy, solo las clases dominantes lo tienen. La igualdad es un fracaso, lo está siendo. La palabra es el catalizador que lleva al cambio; eso ha de ser la palabra: un catalizador que permanezca inalterable después de efectuar su función.

¿Cómo hemos llegado a esto? La oratoria se ha encargado de ello. Ha propagado el engaño para beneficio de muy pocas mujeres. Poder contra verdad. Música de ascensor contra lágrimas, y problemas reales contra melodías de arpa. Todo mediante la palabra. ¿Qué interés puede existir en elegir la zafiedad?

En términos del profesor Daniel García Posada, «el lenguaje modifica la sociedad», y puede hacerlo deshaciendo situaciones claramente injustas, por lo que supone inconvenientes para la mujer, de arrinconamiento en el lenguaje. Invoco, de manera breve, un claro ejemplo: virtud. Virtus, -utis deja de ser una palabra que solo podía ser aplicada al varón, para convertirse en un vocablo aplicable también a mujeres. Pierde el único sentido de potencia, virilidad, hombría, y se convierte en algo, llamémoslo, universal desde el punto de vista de los géneros. El conocimiento etimológico, la transición de las palabras es absolutamente necesario para saber de qué hablamos, de conocer. A día de hoy, esto parece no ser necesario. Nos volvemos locos discutiendo, que no debatiendo, vocablos difíciles de explicar, de entender, generando una ceremonia de la confusión que lleva a todo menos a lo importante: conocimiento. Veo crecer cada día «el fango de la ignorancia en la misma medida que crece el dolor de la lucidez». La ignorancia, enmascarada como belleza, embelesa y se convierte en ideología mediante la oratoria y, entre tanto fango, solo una parte de las mujeres vislumbra una salida medianamente digna. Busca esa oratoria vil el poder/beneficio individual, no el colectivo.

A mi entender hay una palabra que sobresale por encima del resto en el uso inadecuado que de ella hacen los sofistas de turno: empoderar. ¿Quién ha explicado si esta palabra se toma del término inglés o del castellano? Difiere mucho uno u otro. ¿Damos poder o ponemos en valor? Usando sin cesar la palabra ‘empoderar’ arrasamos el conocimiento, creamos ideología y vestimos santos, pero no cambiamos el cuerpo que está lleno de carcoma. Pondré otro ejemplo: en la Ley del Salud del Principado de Asturias, figura innumerables veces la palabra ‘empoderar’, ‘empoderamiento’. Sin sentido, no tiene sentido lo que allí se dice, y el uso del término ‘empoderar’ tal y como se quiere usar. ¿Un paciente, del sexo que sea, es, a día de hoy, un oprimido, un ciudadano sin poder? No, es evidente que, pese a la falta de protección de algunos derechos en la legislación aplicable, no lo es. Pese a la invalidez que provoca estar enfermo, hay leyes que amparan los derechos del paciente, del enfermo.

Asimismo, parece haberse retrocedido a la época en la que la palabra ‘hospital’ se usaba en su segunda acepción, según el Diccionario RAE: «Casa que servía para acoger pobres y peregrinos por tiempo limitado». Caridad, al fin. Sin embargo, esa ley está llena de la palabra ‘empoderar’ en el sentido inglés, empower. ¿Dar poder? Eso lo otorga el mismo nacimiento, el ser ciudadano, pero se usa una palabra que no debería tener encaje en la ley, en ninguna. Yo no hablo inglés, millones de españoles no lo hablamos, pero para mi consternación, usan, una y otra vez, esa palabra. Es cuasimágica: dices «empoderar» y ya tienes poder. Tal parece. Las lenguas clásicas, que, si alguien no lo remedia, terminarán siendo lenguas muertas en el peor sentido, son creadoras de revolución. Lo son desde el momento en que nos ayudan a desvelar ciertas verdades, porque la idea de una única verdad ya ha caído hace mucho tiempo… conocer la verdad, a quitar el disfraz a las soflamas usadas para lograr fines que poco tienen que ver con el avance femenino ni con la lengua que hablamos. ‘Empoderar’ crea ficciones interesadas, y si analizásemos su etimología, amplia y en muchas lenguas, terminaríamos dándonos de bruces con poti y de ahí terminaríamos en déspota. ¿Qué motivo existe para no explicar todo esto? No he escuchado jamás poner en valor. ¿Tan carente de cualidades nos encuentran quienes usan «empoderar» como si fuese la vara mágica de los cuentos?

¿Qué temor existe frente a la expresión «poner en valor», pondus? En mi tierra decimos: «emponderote mucho...». Alguien nos puso en valor, nos alabó.

El término que se usa actualmente cuando hablamos de la mujer. ‘Empoderar’ no es, a mi entender, correcto, a no ser que se entienda como ‘tomar el poder’. Demos las vueltas que demos, incluso si llegamos a apoderar, no le veo sentido, ya que solo se apodera a alguien en plena posesión de derechos civiles. Si estamos en posesión de ellos, ¿qué necesidad tenemos de ese empoderamiento, que no emponderamiento (lengua asturiana)?

Mi creencia, firme, es que la lengua, como ciencia, ha de estar despojada de toda ideología. La ciencia no ha de usarse de manera ideológica, jamás, pero se hace. Por supuesto, el uso de la mujer para lograr posiciones particulares ventajosas es detestable, pero habitual, como lo ha sido siempre. Mujer y lengua quedan unidas por el uso inadecuado que de ellas se hace. Troyanos, en la lengua existen troyanos, y rememorando el pasado, llegaríamos a una nueva perversión en la historia: Troya se aniquiló no por amor, sino porque era un codiciado paso comercial. Debemos insistir en ello una y otra vez. Necesitamos medidas correctoras de las situaciones exclusivamente femeninas que expuse anteriormente y, desde luego, esas medidas no se visibilizan usando, de manera recurrente, los/las (de nuevo uso partidista, sofista, de la lengua y de la mujer).

Si las mujeres no existiésemos no habría mundo, solo con esto ya es suficiente para que pongamos en valor lo que nos debe la humanidad. La maternidad es esencial cuando hablamos de mujeres, y bien claro lo dejan las novelas de naufragios que todos hemos leído: mujeres y niños. Lo de los ancianos es, en el fondo, cuestión romántica y no siempre cierta. No necesitamos usar palabras inglesas teniendo una lengua tan bella, tan rica y llena de matices como la nuestra. La única explicación es el uso político que he expuesto. Los seres humanos somos iguales, da igual el sexo, da igual la raza, por ello, incido una y otra vez en la importancia de oponer las dos acepciones de empoderar: la que busca el poder y la que busca la igualdad mediante poner en valor.

Posse comitatus es el título que elegí. No se merecía menos el tema. ‘Ir acompañada’… Pensaba, cuando escribí ese título, en romper cadenas. Durante siglos hemos tenido que ir acompañadas por hombres, sin ellos no había camino. Ahora parece que debemos ir en compañía de mujeres, por imposición, por norma. Parece que debemos aceptar expresiones zafias que no definen en absoluto la condición femenina, son malas copias de incorrectas prácticas masculinas. Librarse del yugo exige estudio, saber, conocer. Cambiar un yugo por otro no debe estar en nuestros planes. ¿Bebemos solo de las fuentes anglosajonas para el conocimiento de un problema y su resolución? ¿Conocemos nuestra lengua? ¿Sabemos exactamente lo que decimos al usar ‘empoderar’?

Si realmente la moneda con la inscripción «Todas las mujeres bajo el cielo pertenecen a la misma familia» debería llevar una nota que dejase en claro que, en toda familia, hay miembros pobres y otros ricos. ‘Tribu’, ‘familia’, no son sinónimos de pensamiento ni lengua única, ni siquiera de igualdad. No pensar, puto, ut puto, como el resto de mujeres no ha de ser motivo para ser silenciada, y lo es y lo ha sido. Que imitando la imaginación que, en algunas ocasiones, utiliza el profesor Corominas en su diccionario y de la que habla, con cariño, el profesor don Emilio Alarcos, la convierto, en este momento, en una reflexión: putear no es nada malo, es, al fin, pensar…

En cuanto a Sócrates, al contraponer la Filosofía, el puro amor al Saber, frente a la Sofística, que aplicaba este saber a la vida real, dio el paso fatídico de separar al Filósofo del Público, abriendo una brecha aún no superada y que quizá nunca llegará a serlo. Desde ese preciso momento aparece en escena uno de los personajes protagonistas de esta historia: el Vulgo, la masa supuestamente zafia y grosera, que no merece esas bendiciones que brinda el Saber cultivado por el placer de cultivarlo. Pero desde el punto de vista del Vulgo, que por muy vulgar que sea también tiene opinión, surge el concepto del intelectual pedante, del parásito ocioso, altivo y estirado con que muchas veces se ha mirado —y se mira— a los hombres de Ciencia, y que ha sido fuente inagotable de inspiración para dramaturgos desde Aristófanes hasta Jardiel Poncela pasando por Molière. No olvidemos que es el Vulgo, y no las personas distinguidas, el que suele pagar su entrada al teatro, de lo que depende la manutención del dramaturgo; por lo que éste tiende por lo general a adoptar el punto de vista de la mayoría.

No encuentro mejor forma de terminar mi exposición que ese párrafo escrito por don Enrique Battaner Arias dentro del corpus de su «Lección inaugural» del curso 2001-2002 en la Universidad de Salamanca.

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* Escritora asturiana. Correo electrónico: susana@susanaperezalonso.com
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