CREACIÓN

TAL VEZ UN GAUCHO

Alejandro Martín Galay
Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales, Argentina

Gramma

Universidad del Salvador, Argentina

ISSN: 1850-0153

ISSN-e: 1850-0161

Periodicidad: Bianual

vol. 34, núm. 70, 2023

revista.gramma@usal.edu.ar



Yo solo quería ver a un gaucho.

La vecina me había comentado que en la zona de Villa Elisa había unos pocos, pero había, y que se podía ir y verlos nomás; que bastaba con tomar el tren Roca a La Plata, bajarse unas paradas antes, en Elisa, y adentrarse en la llanura húmeda para ver aparecer a la fauna más prototípica de nuestra querida patria, lo raigal de la tierra amada, libérrima, de baguales y pamperos.

Para ese entonces yo ya memorizaba casi la mitad de nuestro Poema nacional, le daba de corrido y en voz alta casi hasta la Vuelta, y también recitaba, en las kermeses de mi barrio, al inolvidable oriental Bartolomé José Hidalgo. Entre tanto, escribía mi tesis sobre la vida del gaucho actual en comparación con aquel otro del siglo diecinueve, y dieciocho, y deambulaba por garitos bonaerenses, solfeando viejas coplas, en busca de algún ducho pialador.

Sé que hubo un tiempo bello y alegre, con un cielo federal estrellado bajo la égida del Brigadier y la Sociedad Popular Restauradora, y que fue allá, por el 1835 y hasta por lo menos bien entrado 1840, cuando proliferaron los saladeros, y la peonada se conchabó en las estancias para arrear ganado cimarrón, gozar de la jineteada, la taba y la yerra. Era Jauja. Era ese paraíso perdido de la Federación; revuelos de ponchos rojos. Era esa música del desierto que retrató De Angelis y que ahora parece tan lejana (tierra mía). Pero quedaron gauchos, así dicen. Y dicen que quedan, pues, otros tantos, por acá cerca.

Yo solo quería ver a uno (a uno solo), repito, y terminar mi tesis. A uno bien criollo, torazo, labriego, cantor.

Fue así que mi vecina me contactó con una parienta suya que había trabajado muchos años en una estancia en Hudson, zona sur. Una mujer apellidada Malinverno, con la que quedamos en encontrarnos. El asunto es que me dirigí entonces a casa de la doña, patrona de la calle Tres Sargentos, en el bajo del Buenos Aires.

Me atendió con los ruleros puestos y me hizo pasar al patio de baldosas de una vieja casa colonial. Vivía sola desde que se había ido de la estancia de Hudson, donde había sido ama de llaves de la familia Blaquier. Era viuda y tenía dos perros. Me contó que después de que había muerto su marido, unos años atrás, la vida en soledad se le había hecho muy dura, demasiado dura (si hay otra). Así pasamos a las cosas.

Doña Malinverno me dijo que en la localidad de Villa Elisa había un gaucho, que se lo podía ver y todo, y que no tenía nada de matrero ni de malo; no sabía su nombre. Entonces me explicó qué tenía que hacer para encontrarlo: tomar el tren Roca a La Plata y, unas paradas antes, bajar en antedicha localidad. Allí, al seguir el mapa dibujado por la señora, encontraría a mi gaucho (cruzaba la vía, doblaba, seguía, etc.). Me llené de esperanza, como en una zamba campestre. Y de preguntas…

Arranqué para Constitución. Y así fue la historia, vale recordarlo, que marché en busca de mi paisano, de su constatación empírica. De la ciudad al campo, porque no hay otra manera de decirlo, tan límpida. O porque en todo caso no encuentro una mejor, una forma más apropiada, digamos, de escribirlo ahora.

En la estación compré una petaca de ginebrita Bols y un par de empanadas de carne para llevarle de regalo al hombre, cuando este apareciera. La cuestión es que me tomé el tren y rumbeé hacia la campaña. Viajé como treinta minutos, pensando que cumpliría mi sueño de ver por primera vez en mi vida a un gaucho de verdad, a uno en serio. Un sueño de mi más tierna infancia: una infancia sin gauchos, en el centro de Floresta.

Me bajé en Villa Elisa y vi a lo lejos el parque Pereyra Iraola, que algún día iré a conocer (o a conquistar), y no volví la vista atrás por temor a ver venir algo que ya hubiese visto ir.

Seguí adelante, desempolvé mi mapita dibujado por Malinverno, y me adentré en tierra incógnita, al horizonte en fuga, entre las aguadas. Fueron unos quinientos metros de yuyo campero, hasta las pajas bravas. Hacía calor, y estaba tan lleno de mosquitos que tuve miedo de que me comieran la carne cortada a cuchillo.

El cielo se abría a mi llegada. Vi de lejos pasar pollos y conejos. Caminé y caminé ya no recuerdo cuánto pero sí que me agarró una sed machaza, hasta que divisé a lo lejos (lo confirmé en el mapa) la forma de un rancho de adobe, en la nada, donde habitaría el gaucho, tal vez, con su china. Y ahí lo vi, sí, sí, de frente, al claro, a él, nuestro querido gaucho, que desensillaba un zaino chúcaro, viniendo a mi encuentro. ¡Qué alegría!

Vestía botas de potro, bombacha con rastra y chiripá, chambergo, un rebenque de un lado de la mano y boleadoras del otro. Llevaba un facón escondido bajo el poncho, intuí yo, que me acerqué despacio, bajo el último sol que aquerenciaba la tarde.

—¡Tolosa! ¡Tolosa!—, grité.

No respondió (naides).

—¡Saravia! ¡¡Saravia!! ¡¡Saravia!!—, repetí varias veces, con más fuerza.

A medida que me fui acercando, el gaucho empezó a desdibujarse (al son de la tambora), como si fuera algo disolvente, un espejismo hecho de agua o de oro y arena que se movía y a la vez permanecía en el mismo lugar. Aparecía y desaparecía, se acercaba y se alejaba arriba del purasangre con cada paso que yo daba. Y dejaba la sensación de estarse quieto en el mismo lugar, a metros del rancho, mudando su forma humana a otra de barro fundido. Diría, más bien, que reaparecía en un claro con cada golpe de magia del sol… del sol que aquerenciaba la tarde, partía a la lejanía, el infinito pampeano.

No me quedó otra que matar la sed con la ginebra, el hambre con la empanada.

Debo de haber caminado durante horas hacia él y su pingo hasta que la noche se los tragó a fuego entre las nubes, dejándome solo una huella de gaucho (güeya), un sentimiento, una cosa que nace adentro, en el pecho ínsito, y que se lleva consigo… ¡Al ñudo!

Notas

* Poeta argentino. Licenciado en Periodismo por la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales. Correo electrónico: alejandrogalay@gmail.com
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