Reseñas
UNA EURITMIA NEOBARROSA. A PROPÓSITO DE PESTILENCIAS
Gramma
Universidad del Salvador, Argentina
ISSN: 1850-0153
ISSN-e: 1850-0161
Periodicidad: Bianual
vol. 32, núm. 66, 2021
Rossi M. J.. Pestilencias. Las pestes desde una hermenéutica neobarroca nuestroamericana. 2020. Buenos Aires. Teseo. 124pp.. 9877232650 |
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Datos de la Obra
Rossi, M. J. (dir.). (2020). Pestilencias. Las pestes desde una hermenéutica neobarroca nuestroamericana. Buenos Aires: Teseo. ISBN: 9877232650.
Al abrir y adentrarse en Pestilencias, el lector se encontrará con un texto que puede ser leído, al menos, desde dos diferentes registros: como continuación intelectual de una estética crítica neobarroca y como una escritura de intervención que esboza una ontología de la actualidad. Por esta razón, el libro dirigido por María José Rossi es capaz de aunar la elaboración filosófica de categorías de pensamiento con un pathos de época urgido por la exploración de respuestas capaces de conjurar el asedio de la dolencia global y su fusta apocalíptica sobre los cuerpos.
La obra reconoce el precedente de autores europeos en la producción reciente sobre el tema de la peste pandémica, pero su política del discurso se centra fundamentalmente en las preteridas aportaciones cognoscitivas y estéticas provenientes de escritores latinoamericanos del siglo xx. El estrabismo constitutivo de esta estrategia de recepción autoriza a inscribir la hermenéutica profunda de este libro en la metafórica absoluta (Hans Blumenberg) de la tradición ensayística de interpretación nacional, empero, no a guisa de emblema programático, sino como paisaje tropológico de fondo y andadura de sensibilidad vital.
Verdadero prodigio de textualidad creativa y poética eidética, Pestilencias exhibe numerosos paratextos icónicos y verbales, vertebrando reproducciones de obras pictóricas y epígrafes introductorios a cada capítulo, sombreados sobre un fondo grisáceo. El cuerpo de la obra se estructura en el siguiente orden: una nota necrológica que es, a la vez, un emotivo testimonio de perplejidad existencial, a cargo de la directora, María José Rossi, aunque exceptuada de su firma; una introducción suya, titulada «Del lado de acá», también sin firmar, pero reconocible por su función paratextual de editora responsable, y, luego, los ensayos «Lecturas de un cuis en los tiempos de la peste», de Alejandra González; «El fantasma, el azote y la fiesta: nosotros, los convidados de Próspero», de Rodrigo Demey; «Desertificar, alejar el pandemónium», de Sebastián Cardella; «Escatologías: antes del carnaval, la peste», de David Iruela; «Narrativas de la peste: la gran llanura, el sertón, la playa», nuevamente de María José Rossi; «La ceremonia del contagio, o el cimbreante tráfico de la peste», de Marcela Croce; «Amor, la peste más perniciosa. El día que no fue, de Sandra Lorenzano», de Maritza Buendía; y un «Epílogo», también de la pluma de María José Rossi, igualmente prescindente de la firma, pero no de su palmaria finura estilística.
Entre los aleteos más vibrantes del proyecto estético-ideológico resumido en el lema que articula el libro —«hermenéutica neobarroca nuestroamericana»—, se avista la apelación inicial a la turbiedad barrosa. En este encuadre, late la letra de María José Rossi, quien, se diría, desde su propia grafía, tematiza y lleva a conciencia la oscuridad de limo sedimentario que contienen los caracteres, y al descorrer los ojos, la sequedad terrosa que portan como significantes yacentes, acumulados y rodantes en las cascadas de las páginas. Aquí nuestra filósofa suministra una fenomenología mínima de la deriva neobarroca rioplatense, cuyo rebullir sintagmático «contaminado», infecto de presente apestado, revela la clave mayor del texto. El designio de leer, desde el Ser neobarroso, el biodrama del mundo actual sin espectacularidad ni patetismo, pero reteniendo para sí el peso de su seriedad y aun su sentido de lo grave y lo gravísimo, si se me permite el heideggerismo vulgar. Sin embargo, no la «Introducción», sino el «Epílogo» es el que nos brinda algunos trazos indelebles de lo que, en lenguaje académico, llamaríamos «programa de investigación», pero que prefiero nombrarlo como «proyecto», no solo, ahora dicho un poco más en serio, por su connotación heideggeriana, o si se quiere, joven-heideggeriana, sino precisamente por la densidad ético-existencial que el colectivo intelectual estimulado por María José Rossi imprime a sus aventuras performativas.
Permítaseme capturar, a propósito, una cita de la filosofía argentina que sea capaz de reverberar en la concavidad asonante de esta nueva polifonía neobarrosa que ha concertado María José Rossi. Luis Juan Guerrero, en el tomo primero de su Estética operatoria, tras observar que el acto de «apreciación estética no se reduce a la consideración aislada de un núcleo o meollo de índole material, sino que también atiende a los ritmos “formales”, propios de cada arte, de cada estilo y también, en último término, de cada singularísima obra de arte», precisa luego que «este valor de euritmia nos permite captar, ante todo, un orden o armonía que se pone de manifiesto en la obra como tal; permite que la contemplación estética pueda realizarse como si dijéramos “de golpe”, en la primera mirada, sin necesidad de una paciente investigación» (Guerrero, 1995, pp. 225 y 226).
Bien, es precisamente una especie de «euritmia» neobarrosa el efecto de recepción que yo descubrí, experimenté, viví, con esta bella e intensa obra de arte literaria y filosófica que es Pestilencias. Así me resonó ya en mi primera aproximación, como lector gozosamente saltarín, antes de modular una escucha atenta en disposición de explanación «paciente». De la «euritmia» coral que compone este abigarrado y bramante encordado textual, ahora voy a palpar solo unos pocos cabos.
Con enjundia y hondura, Alejandra González nos sitúa ante un Señor Barroco no solo descentrado, sino trastornado por el carnaval funesto al que asiste absorto, en una sucesión de cuerpos enfermizamente famélicos que, no obstante, sucumben a una inaudita pasión antropofágica. El orden colonial feminiza a América y mestiza bestialmente, perversamente, sus poblaciones originarias sobrevivientes a la inicial guerra bacteriológica que propició la apropiación imperial. Denuncia la in-habitación del continente sublimado vilmente en naturaleza o bajo la desaparición de los vivos en los entresijos de sus estratos de tiempo heterogéneo. Convoca, en este plano, a des-organizar los cuerpos, en el sentido de «volverlos inorgánicos». Alejandra González muestra que, contra
[l]a territorialización de la conquista (con sus espacios no vacíos, sino vaciados) con su universalidad espacial y sus geógrafos, y la temporalidad unilineal y progresiva de sus historiadores, el Señor Barroco se interroga sobre el cuerpo propio y el social en la medida en que subvierte las cartografías que definen centros y periferias, adentros y afueras,
puesto que en estas tierras mira «al sesgo, piensa desde las fronteras, multiplica tiempos y espacios virtuales y reales, potenciales, abiertos, efímeros y aplastantes» (2020, p. 27).
Rodrigo Demey inquiere el acontecer de la soledad bajo caución de una vitalidad espectral que, sin embargo, no puede sustraerse a la inundación aérea del virus, fantasmal en su cerco global, pero corpóreo en su fragilidad letal. La peste burla la distinción público/privado y, a la vez, refuerza la ideología de la asepsia. En sus glosas de Octavio Paz, el autor infiere la noción de un «barroco excremental», definiéndolo en términos de «un estilo artístico situado en los orígenes de la sociedad capitalista que se presenta como contracara, como negación del protestantismo y del capitalismo moderno occidental» (2020, p. 35).
Genealógicamente, Sebastián Cardella recupera la metáfora del desierto invistiéndola de una potencia analógicamente descifradora de nuestra actualidad pestilente. Su registro de lectura se detiene en la categoría religiosa de «espiritualidad», cuyo sustrato bíblico conduce, por la vía del ascetismo anacoreta, a una prefiguración formal del aislamiento higienista y a su modelo de purificación sanitarista. Con su tensión constitutiva, en palabras de Sebastián, la desertificación
[v]uelve a irrumpir y a revelar su profunda contemporaneidad, interrumpiendo el continuum de lo dado y brindando una nueva visión que nos hace inteligible el profundo sentido bíblico, cristiano-monástico, que signa nuestro presente pandémico, con sus abismos y esperanzas, sus clausuras y posibilidades (2020, p. 51).
David Iruela, agudo lector de Perlongher, reconstruye una cartografía de la pulcritud que viene a detectar, metonímicamente, en el rollo de papel higiénico un «archivo de la barbarie». Con prestancia, David Iruela —que no teme la adjetivación escatológica, no precisamente en su significación teológica, sino orgánica y sensitiva, llanamente fisiológica— declara que desvincularse de
[l]a opción higienista no tiene el propósito de caer en la mortificación del cuerpo, sino de hallar nuevas configuraciones de asociación que toleren al cuerpo en su máxima capacidad deseante, aunque aquello implique ponerse del lado de la enfermedad en defensa de la vida (2020, p. 64).
En su vigoroso ensayo, María José Rossi encara el problema de las aperturas narrativas de mundo en tres topoi procedentes originalmente de la literatura regionalista —llanura, sertón, playa—; sin embargo, los desplaza de sus sobrepesos referenciales. Pese a que nuestra filósofa despoja a esas sinécdoques de la topología identitaria latinoamericana de sus inercias geoculturales o, dicho en la jerga del ensayo, del ser nacional del siglo xx, telúricas, no por ello provoca una disyunción entre Tierra y escritura, espacialidad histórica y retórica del género. Más bien explora meta-físicamente sus laterales de posibilidad y latencias en duermevela. Una vez dispuestas como pilotes sus coordenadas oblicuas de territorialización y de desterritorialización, María José Rossi se lanza a entretejer los modos estéticos y corporales en que se objetiva perniciosamente el ordo socialis traslapado en el canon neobarroco. Captando la fibra trágica de la cuestión, su estremecida indagación lleva a término el drama de la enfermedad en tanto acechanza, apresamiento y saqueo del cuerpo, tal como obró, en el crepúsculo del siglo pasado, el pavor causado por el sida. A nivel ontológico, esto supone afectar la propia relación entre esencia y apariencia en la reproducción reflexivamente mediada de lo viviente. Con su mirada puesta ya en el topos cercano e íntimo —pero no por ello menos ominoso— del borde occidental rioplatense, María José Rossi concluye su triple itinerario exegético de una manera certera y sin sustraerse a aquello que ya no le duele, en tanto elide lo que más duele: «estos tiempos indigentes de palabras», de «discursos vacíos, de cifras que ya no nos conmueven» (2020, p. 87).
Enérgico y a la vez sutil, gramaticalmente tensado como la malla de un bastidor en blanco sobre el que colorear un lexicón tan profuso como preciso, el escrito de Marcela Croce transita en los escritos tardíos de Pedro Lemebel el infortunio neocolonial del sida, mientras se cobra cuerpos al precio, pródigo para terceros expectantes, de una experiencia literaria tan amarga como preciosista. Además, hay que admitir el esfuerzo de Marcela por comunicar una dramaturgia poética de la muerte abismalmente próxima, atrozmente precipitada, que hace de sus artificios barrocos, como en Lemebel, una exhibición del homoerotismo marginalmente libertario, a la vez que un escamoteado clamor salvífico sin dioses a la vista que acusen recibo de ese vía crucis cutáneo. De semejante «tragedia epidérmica», como la denomina Marcela. El arte de la exasperación en la desesperación, que Lemebel estiliza góticamente, encuentra en su lectora argentina, tras una cita de la actriz autoexiliada u opositora migrante, Celia Cruz, la certeza de que su figura simboliza un «múltiple emblema: la mulata que quiere ser rubia, la cubana que reniega de la perla del Caribe revolucionaria, la dama hipertélica cuya mampostería cefálica la convierte en una caricatura de todo aquello que Latinoamérica ambiciona atenuar y no hace más que enfatizar» (2020, p. 98).
La interpretación que nos proporciona Maritza Buendía de la novela El día que no fue (2019), de Sandra Lorenzano, configura una meditación sobre la condición del amor en el horizonte del presente, renuente al diagnóstico taxativo tanto como al abuso de los paralelismos figurativos. Al asemejarlo con cautela a la invasión de la peste, revela a trasluz, como en una habitación en penumbras que diera a la calle, los mecanismos invisibles del confinamiento que opera como un desarraigo en el seno del propio arraigo: la casa enclaustrada. Así se filtra el contrincante del amor, que es la propia muerte o, dicho más claro, la muerte de uno. En este cuadro, Maritza Buendía transmite una verdad del sensus communis, pero que siempre es imperioso escuchar en la boca de otra persona, desde su alteridad única e intransferible; el miedo a la muerte tal vez sea «el único miedo que vale la pena ser narrado» (2020, p. 114). ¿Puede escribirse algo más esencial?
El «Epílogo» del libro, advertíamos, corona la unidad eurítmica del conjunto polifónico. Allí María José Rossi resume su propósito rector: imaginar formas alternativas de pensar y de tratar la peste por encima del paradigma higienista hegemónico. Esta veta política concita, en el libro, un tono incómodo y, por cierto, desafiante, provocador incluso para quienes, afines al proyecto nacional-popular en curso o siquiera no enemistado con este, aprueban sin cuestionamiento la tramitación sanitarista que domina la actual concepción progresista del Estado. Pestilencias pone en entredicho la dominancia medicalista y, por tanto, tutelar y disciplinaria que atraviesa el espacio público viral cuando interviene preventiva o terapéuticamente este Estado de cuño neohigienista (si es que el Estado argentino dejó de ser higienista alguna vez). En este libro, no elaborado precisamente por antagonistas irresponsables, no se puede echar de menos una moral de la responsabilidad solidaria ante lo público-político, que es lo que menos puede esperarse de una ensayística filosófica a la altura de su tradición local y de su intención práctica emancipatoria. Cuando menos para mí, sin embargo, el gesto político de veras radical y perseverante está contenido en esta frase que cierra el «Epílogo»: las voces plenas «serán nuestra inmunidad, el alimento convidante de nuestro sempiterno banquete barroco» (2020, p. 118).
Por estos y otros méritos sobre los que no cabe ya abundar, el libro deja al lector a la espera de una ampliación posterior. En todo caso, cabe remarcar la importancia de esta obra, destinada —aun en medio de un masacote bibliográfico cada vez más levado y apelmazado— a ser de consulta, nada obligatoria, pero acaso imprescindible, si es que el género ensayístico logra al fin sobreponerse a la eutanasia final que le desea el sanitarismo epistemológico en nombre de una racionalidad argumentativa rebajada a asepsia logicista.
En síntesis, la publicación de Pestilencias es una empresa que merece una valoración especial por un doble motivo: es resultado de los esfuerzos de investigación y reflexión de los docentes-investigadores de las universidades nacional y pública, y demuestra que los combates epistemológicos contra el positivismo —sabida su coalición estratégica con el higienismo— encuentran en la escritura artístico-política una gravedad existencial que ningún protocolo, sea este lingüístico, científico, burocrático o policial, puede acreditar a la hora de juzgar su aportación a la celebración gnoseológica y estética de la vida donadora y proliferante, el banquete de todo banquete.
Referencias Bibliográficas
Guerrero, L. J. (1995). Estética Operatoria en sus tres direcciones. i Revelación y Acogimiento de la obra de arte. Estética de las manifestaciones artísticas. Buenos Aires: Losada.
Rossi, M. J. (dir.). (2020). Pestilencias. Las pestes desde una hermenéutica neobarroca nuestroamericana. Buenos Aires: Teseo.
Notas