Artículos

LOS GALLEGOS EN EL IMAGINARIO ARGENTINO, DE AYER A HOY (2008-2019)

María Rosa Lojo
Universidad del Salvador, Argentina

Gramma

Universidad del Salvador, Argentina

ISSN: 1850-0153

ISSN-e: 1850-0161

Periodicidad: Bianual

núm. Esp.10, 2020

revista.gramma@usal.edu.ar

Recepción: 04 Marzo 2020

Aprobación: 19 Abril 2020



Resumen: Ha transcurrido ya una década desde la publicación del libro Los «gallegos» en el imaginario argentino. Literatura, sainete, prensa (2008), fruto de la investigación de María Rosa Lojo (directora), Marina Guidotti de Sánchez y Ruy Farías. La autora de este ensayo expone aquí las líneas directrices y los resultados de ese trabajo, así como su continuidad hasta hoy. En cuanto a lo primero, señala cómo la imagen de los «gallegos» se construye sobre un estereotipo devaluado que proviene de España y que en la Argentina se refuerza en algunos aspectos y adquiere también sentidos positivos. Los «gallegos» están representados en la literatura argentina desde sus orígenes y su imagen se pinta con matices más variados y subjetivos sobre todo en las memorias, novelas y ficciones autobiográficas que florecen en la literatura contemporánea escrita por mujeres. La autora señala como objetivos actuales de su propia investigación: 1. La puesta en valor del aporte intelectual gallego en la Argentina. 2. La revelación de la «criptoidentidad» gallega como un elemento fundador de la nacionalidad. 3. La mostración de los fenómenos de hibridación o mestizaje socio-cultural. 4. La restauración de Galicia como referente patrimonial.

Palabras clave: Gallegos, Imaginario, Argentina, Literatura, Estereotipos, Intelectuales, Criptodentidad, Mestizaje.

Abstract: A decade has passed since the book The «Galicians» in the Argentine Imaginary. Literature, Popular Theater, Press (2008), was published, as a result of the research carried on by María Rosa Lojo (director), Marina Guidotti de Sánchez and Ruy Farías. The author of this essay displays here the main axes and the results of that work, as well as its continuity up to this day. As for the first issue, she marks how the image of «Galicians» has been built on the basis of a devaluated stereotype originated in Spain. The «Galicians» are represented in the Argentine literature from its beginnings and their image is painted with diverse and subjective shades most of all in memories, novels and autobiographical fictions that flourish in contemporary women’s literature. The author points as the goals of her research at present: 1. Valuing of Galician intellectual contribution to Argentina. 2. Revealing of the Galician «hidden identity» as a founding element of nationality. 3. Showing of hybridization or socio-cultural mixture. 4. Restoration of Galicia as a heritage model.

Keywords: Galicians, Imaginary, Argentina, Literature, Stereotypes, Intellectuals, Hidden Identity, Mixture.

El 2019, en que conmemoramos los ochenta años del exilio republicano español, también resulta una ocasión oportuna para recordar que ha transcurrido ya una década desde la publicación de un libro también relacionado con esa y otras diásporas transatlánticas. La obra se concibió para llenar un vacío en el campo de los estudios migratorios de la Argentina y, en especial, en los estudios sobre la inmigración gallega recibida en nuestro país. Se trata de Los gallegos en el imaginario argentino. Literatura, sainete, prensa (Lojo, Guidotti de Sánchez y Farías, 2008).

La idea surgió en 2002, a partir de una larga conversación entre quien esto escribe y el historiador gallego Xosé Manoel Núñez Seixas. El escenario fue un emblemático bar de Buenos Aires: el Café London (Avenida de Mayo 599 – Perú 30). No está de más apuntar que entre sus más famosos habitués se contó alguna vez el escritor Julio Cortázar, hoy sentado en efigie detrás de una de las mesas.

Los argentinos estábamos entonces en plena bancarrota nacional y, naturalmente, volvían una y otra vez las mismas preguntas: cómo y por qué habíamos llegado a esa desdichada situación. En un país con altísima tasa de inmigrantes provenientes de Europa[2], donde el español fue el segundo colectivo migratorio después del italiano, y el colectivo gallego se ubicó en primer término dentro del colectivo español, resultaba inevitable la reflexión sobre el papel que los inmigrantes en general, y los gallegos en particular, habían tenido en el engrandecimiento y también en la decadencia o destrucción de un proyecto nacional que parecía altamente promisorio.

La Argentina, ¿fue «corrompida» por la invasión migratoria, como proclamaban los más cerrados grupos nacionalistas desde el siglo xix? ¿O más bien, a la inversa, resultó un territorio propicio a la «corrupción» de esos extranjeros que traían una tabla de valores fundada en el poder edificante del trabajo y estaban dispuestos a aplicarla en la patria de acogida? ¿Su tenacidad y honradez fueron finalmente saboteadas por la «viveza criolla», que ganó la partida? Entre estos dos polos ha fluctuado a menudo la percepción de los inmigrantes como forjadores de la Argentina. Y no fueron pocas las voces que, durante el convulsionado ingreso del país al siglo xxi, apelaron a la memoria de una inmigración fundadora, dispuestos a revisar estereotipos disvalorativos.

el colectivo gallego: representación y estereotipo

Colectivo mayoritario peninsular, el «gallego» termina englobando en la Argentina a todos los españoles, para bien y para mal, por razones tanto cualitativas como cuantitativas. Sin embargo, cuando –con Marina Guidotti de Sánchez y Ruy Farías— nos propusimos la investigación que luego llevamos a cabo y publicamos[3], no existía (salvo el libro pionero de Antonio Pérez Prado, centrado en Buenos Aires[4]) ninguna obra que abordase la construcción de un imaginario específico sobre los «gallegos» (como tales, y como representantes de los otros españoles) en el imaginario cultural argentino. Nadie había delimitado, tampoco, cuándo y por qué un español no gallego podía ser aludido con este etnónimo, o bien, cuándo un gallego (a pesar de serlo) era definido simplemente como «español». El estereotipo étnico, en sus valencias positivas, pero sobre todo en las negativas, explicaba en este sentido muchas cosas.

Como lo señalara Xosé Manoel Núñez Seixas (2002, pp.11-13), los estereotipos se apoyan en un conjunto de creencias compartidas sobre las características de los miembros de una categoría social o un colectivo humano en sentido amplio, que atañen tanto a los atributos personales, como a las conductas predecibles y a la ubicación socioespacial de los miembros de ese colectivo. Pueden adquirir una autonomía discursiva y/o iconográfica propia, y suelen demostrar una extraordinaria capacidad de supervivencia; quedan hibernados socialmente, a la espera de resurgir transformados y/o adaptados a los valores normativos de épocas históricas diferentes en cuanto nuevas circunstancias provocan su resurrección. Las creencias compartidas sobre otros grupos étnicos se convierten así en una realidad construida y en una norma social, aceptada implícitamente sin gran cuestionamiento.

La discriminación, que se apoya en motivos étnicos (prejuicios raciales), así como en la posición detentada por los sujetos en los procesos productivos, quedó asociada en el caso de los gallegos —pese a un importante flujo de intelectuales y profesionales de este origen—, sobre todo a su desempeño en trabajos de media y baja calificación, supuestamente a cargo de personas ineducadas y/o de escasas aptitudes. Este es uno de los elementos de verosimilitud en los que ancla la fuerza del estereotipo del inmigrante galaico en la Argentina.

A través de un escrupuloso relevamiento de fuentes diversas nuestra investigación buscó delinear cómo aparecen y evolucionan en la sociedad argentina las imágenes que van constituyendo, a lo largo de la historia, y con los cambios consiguientes en la diacronía, una «constelación» icónico-semántica en torno a «los gallegos». El historiador Ruy Farías se centró en la fundamental revista Caras y caretas entre 1898 y 1923; la filóloga Marina Guidotti de Sánchez abordó el teatro popular argentino entre 1890 y 1940, mientras que yo me ocupé de la coordinación general y analicé en mi propio trabajo las líneas representacionales en la literatura en prosa (tanto ficcional como testimonial) desde los albores de la Independencia hasta la contemporaneidad.

De esta forma, pudimos relevar el registro de estereotipos étnicos, con sus valores y disvalores asociados, y también ir más allá de ellos, y mostrar percepciones (en la llamada «alta literatura» y en la literatura popular, como el sainete) más afinadas e individualizadas.

«los gallegos literarios»[5]

Desde sus orígenes, los «gallegos» aparecen en la literatura argentina, al principio apenas mencionados o en roles secundarios, como sinónimo de «españoles», de «godos», de «maturrangos», prolongando el sentido despectivo que el gentilicio «gallego» acarreaba en la Península desde el siglo de Oro, y aplicándolo a toda la colectividad española en tiempos harto conflictivos, cuando esta era asimilada al enemigo a vencer.

La palabra se sigue usando como sinónimo de persona zafia, ordinaria, plebeya (el mismo José de San Martín, luego «Padre de la Patria», se transforma en «gallego», cuando se quiere marcar su condición de advenedizo social, según cuenta en sus memorias María Rosa Oliver). La intención despectiva convierte al dibujante madrileño Soto en «galleguito» (según lo llama Lucio V. Mansilla, blanco de sus caricaturas). Lo mismo sucede con Miguel De la Espada, periodista mercenario también madrileño, en una novela de Roberto Payró. Desde esta óptica, igualmente se puede ignorar la condición real de «gallego» si lo que se desea es destacar las virtudes de un individuo y entonces se lo devuelve a la españolidad genérica: el «joven español» Agustín Mariño, auditor del Ejército, «lleno de corazón y de talento», dice Lucio V. Mansilla (1989, p. 57) en Una excursión a los indios ranqueles.

Después de revisar los antecedentes fundamentales en la literatura decimonónica, marcada (como la sociedad toda) por un «antes» y un «después» de la caída de Juan Manuel de Rosas, volvemos a encontrar en el siglo xx los tipos de representaciones laborales e idiosincrásicas que ya aparecían en testimonios y novelas del xix: los criados y las criadas, los trabajadores en distintos rubros de servicio o en el comercio, sobre todo en la ciudad pero también en el campo, la gran mayoría de ellos señalados por rasgos típicos de honradez, laboriosidad, ingenuidad y también torpeza. Asimismo, e insistiré en ello, hay ausencias representativas, sobre todo, la falta de registro literario de un elemento intelectual que, en las sucesivas migraciones republicanas, antes y después de la guerra civil, tuvo gran importancia cualitativa y fue decisivo para la expansión de la misma industria editorial en la Argentina. Sin embargo, esta fuerte presencia cultural gallega tiende a ignorarse, ahogada por la inercia recurrente de un estereotipo donde predominan rasgos de estolidez. Una reflexión sobre la «doxa» elaborada acerca de los gallegos, y la jerarquía axiológica popularmente asignada a los inmigrantes según su proveniencia étnica, que con tanta sorna describió Arturo Jauretche (2001, pp. 81-82), permite de algún modo explicar por qué resulta tan difícil (como un pecado contra la verosimilitud) introducir en la literatura imágenes de gallegos cultivados, artistas, pensadores. Por otro lado, la antigua animadversión contra España sostenida desde la generación del 37 y casi vociferada en algunos escritos de Sarmiento, refuerza la idea de que ningún aporte ilustrado cabe esperar de una nación considerada retardataria, y menos aún, de Galicia.

Pareciera que los «gallegos» estereotípicos no pueden ser cultos, o que esto no conviene a su naturaleza. La cultura se presenta, por el contrario, como algo peligroso para la «ingenuidad» gallega, cuando se bebe de fuentes insuficientes o equivocadas, o se utiliza como mero barniz para cubrir la inseguridad y la vergüenza por el propio origen (como sucede con el gallego transportista en el Infierno del Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal). Gallegos leguleyos, charlatanes, agitadores políticos, aparecen satirizados en obras literarias, aunque también, en ocasiones, se los ve como militantes idealistas, tenaces, inteligentes y merecedores de respeto (Manuel Londeiro, en Hacer la América, de Pedro Orgambide).

La novela histórica, por otra parte, resitúa a los gallegos e hijos de gallegos en la Conquista, ya en los tiempos coloniales, en los orígenes de la nación argentina, desde algún piloto sardinero que se vuelve navegante oceánico y genial cartógrafo intuitivo, hasta personajes del Tercio de Galicia en las invasiones inglesas o gestores de la independencia, como Vieytes, o, con rasgos menos heroicos, como fuerzas parapoliciales («mazorqueros») en el régimen rosista. En cuanto a las mujeres, hay amantes lujuriosas, dueñas de fonda, criadas gruñonas, visibles también en el trasfondo de la historia, a veces para confirmar estereotipos gestados más tarde, o bien para introducir nuevas perspectivas.

Es que no todo acaba en la rigidez estereotípica. Otras representaciones se adensan y se vuelven crecientemente complejas, matizadas, innovadoras. Cuentos y novelas, crónicas de viaje, autobiografías y memorias, biografías o novelas biográficas —aunque se mantengan a veces en una delicada línea de frontera con los géneros «demostrativos» o «de tesis» sobre los inmigrantes— despliegan siempre una apelación a la experiencia subjetiva, a la visión íntima y personal, ya fuere a través de la creación de personajes, o de la peculiar impostación del «yo» y se abren hacia una más rica ambigüedad, propia de la ficción.

Más pródigas en hallazgos de esta clase son las novelas o memorias que se refieren a los gallegos como «antepasados inmediatos». Sus narradores denuncian a veces, con ironía, la incapacidad de los argentinos para auto reconocerse en el «gallego» antecesor (el caso de Ernesto Schóo en Cuadernos de la Sombra), postulan reivindicaciones o construyen semblanzas de sutileza admirable. En estos textos, también suele constatarse el desplazamiento de los personajes gallegos desde los roles secundarios e incidentales a los papeles protagónicos o coprotagónicos.

Si de destruir estereotipos se trata, un apartado de nuestro libro: «No tan honrados, no tan ingenuos, no tan convencionales» presenta, en diversas novelas, crónicas y memorias, desde «pulperos» astutos hasta caciques políticos acopiadores de grano, desde empresarios del juego, hasta deslumbrantes prostitutas o estrellas (históricas) de vida galante como la Bella Otero, desde cautivas de los indios que aprenden a vivir en un mundo nuevo, hasta un cura dionisíaco en pugna con la jerarquía eclesiástica o un detective no menos perspicaz que Sherlock Holmes (como Tony García, creado por Juan Sasturain en Manual de perdedores).

A veces, incluso, bajo la máscara bien asumida o encarnada del héroe argentino prototípico: el gaucho de la llanura o el malevo de las calles porteñas (Juan Moreira, o el malevo protagonista de La crencha engrasada (1928)[6], ambos personajes de la ficción y de la realidad, hay un gallego oculto que ha hecho prodigios de adaptación al medio hasta convertirse en «argentino hiperbólico».

Por fin, existen argentinos que cruzan el océano y son testigos de la vida gallega in situ como Ricardo Rojas (Retablo español) y Roberto Arlt (Aguafuertes gallegas), que muestran una percepción capaz de perforar la coraza de los prejuicios y de mirar Galicia (sobre todo Arlt) desde una perspectiva (re) fundadora.

La imaginación literaria sigue dislocando los marcos costumbristas y permite que un conductor gallego de colectivos sea el Caronte de un Infierno suburbano (como en el Adán Buenosayres; cfr. supra), que un tendero soñador de revoluciones organice un bautismo comunista para escandalizar a sus parientes políticos (en un cuento de Enrique Anderson Imbert) o que un honesto mucamo se transforme en caníbal empujado por la conjura de la Secta de los Ciegos (Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato). Pero también recrea situaciones más cotidianas y no menos interesantes, en biografías, memorias y novelas escritas por descendientes directos de los gallegos que en ellas se evocan: madres, padres, abuelos, tíos, conocidos, amados u odiados, y a veces traídos solo por el rumor incesante de las historias domésticas, que devuelven a la vida sus fantasmas del otro lado del océano. Si en este caso las circunstancias pueden ser tópicas, no lo son los personajes: singulares, únicos, irrepetibles, que —sin desmentir un «etnos» común— resultan, ante todo, individuos complejos. Baste mencionar libros como Detrás del mostrador (1992), de Delia Fontán; Cuando el tiempo era otro (1999), de Gladys Onega; El buen dolor (1999), de Guillermo Saccomanno; Pasador de piedra (2000), de Clementina García Ibáñez; Cuadernos de la sombra, de Ernesto Schóo (2000); Domingo en el cielo (2000), de Ana Sebastián; Petra (2002), de Stella Maris Bertrinelli[7].

En los últimos años, posteriormente a la publicación de nuestro libro, han aparecido varios textos de esta clase, en mayor o menor grado autoficcionales, que me gustaría citar: Un comunista en calzoncillos (2013), de Claudia Piñeiro; Últimas miradas antes de partir (2015), de Milagros Díaz Martínez; Estuvimos cantando (2015), de María García Campelo; otra novela de Mirta Pérez Rey, publicada primero como De Morriñas y muñeiras (en una edición institucional del Centro Betanzos, 2016) y luego reeditada como Encaje de dos orillas; el libro de cuentos Corazón gallego (2018), de Celia Otero y por fin la novela Aurelia quiere oír (2019), de María Rosa Iglesias[8]. No es ocioso notar que en todos los casos se trata de mujeres, o gallegas ellas mismas o descendientes de gallegos, con instrucción terciaria o universitaria y formación cultural (amén de las dotes específicamente artísticas que demuestran en sus obras). Es un valioso florecimiento de un circuito memorial que, creo, no deja de crecer, gracias a que hoy los inmigrantes, y las mujeres de la inmigración en particular, están en posesión de recursos simbólicos y bien aprovechadas oportunidades que sus antepasadas no tuvieron.

la asignatura pendiente: el aporte intelectual gallego

Desde sus primeras representaciones como «honrado trabajador», para los argentinos el «gallego» es también un referente «moral». Representa, modélicamente, algunos ideales de abnegación, honestidad, laboriosidad, sacrificio, de los que la Argentina como pueblo parece haberse desviado. La «doxa» achaca a veces este desvío solo a una clase dirigente corrupta (impuesta o democráticamente elegida), y otras, al conjunto de la población (alucinada por la irresponsabilidad y las seducciones engañosas de la «viveza criolla»). Los «gallegos» no son percibidos, en cambio, por esa misma «doxa», como antepasados «culturales» y menos aún, «intelectuales», a pesar de los hechos y los nombres que acreditan la presencia de una influyente élite profesional y artística. Sin embargo, no entraron al imaginario como referentes de cultura, proporcionalmente a la importancia que en verdad poseían. No solo hubo exiliados intelectuales españoles en general y gallegos en particular en la Primera República, sino particularmente en la Segunda, durante el exilio que conmemoramos. Muchos republicanos exiliados tuvieron una intensa participación en la actividad cultural, a través de revistas, libros, y fundación de nuevas editoriales[9]. El sello Emecé, vivo y prestigioso hasta nuestros días, fue inaugurado por dos gallegos: Luis Seoane y Arturo Cuadrado (gallego adoptivo). Sus primeras colecciones se llamaban «Dorna» y «Hórreo». La editorial se dedicó no solo a difundir prosa y poesía gallega, sino también temas americanos y argentinos. Siguieron a Emecé las editoriales Nova y Botella al Mar (aún existente), y otras pequeñas, ya desaparecidas, en los años cincuenta. La exclusividad del castellano como lengua de «alta cultura», resentida también por creadores e intelectuales de otras lenguas ibéricas, se contrarresta en la prensa societaria de la colectividad. Ejemplo importante es la prensa en lengua gallega donde colaboraban activas figuras de la intelectualidad y la política, materializando en Buenos Aires (la llamada «quinta provincia» de Galicia), el ideal galleguista de una «Galiza ceibe» (Galicia libre). Alfonso Rodríguez Castelao, Ramón Suárez Picallo, Vicente Risco, Arturo Cuadrado, Ramón Otero Pedrayo y Rafael Dieste, se cuentan entre esos nombres. Sin embargo, como señala Eva Gugenberger,

…el movimiento galleguista intelectual no logró cambiar la actitud de la masa de los migrantes, ni de los ya residentes en Buenos Aires, ni de los que llegaron en los años 50, huidos de la miseria de la posguerra y marcados por el sistema represivo de Franco (2011, p. 129).

Un caso notable en cuanto a la fuerza representacional del estereotipo, que afecta la obra de un gran escritor, es el de Julio Cortázar. Aunque estaba casado con la traductora Aurora Bernárdez, era cuñado del poeta Francisco Luis Bernárdez, y fue publicado por Paco Porrúa, todos ellos ilustres miembros de una nutrida colectividad intelectual galaico-argentina, esta no aparece sin embargo en sus ficciones, donde los personajes de ese origen siguen ejerciendo roles estereotipados en empleos de baja calificación (porteros, mucamas, enfermeras, etc.).

En la novela Las libres del Sur (2004) me propuse saldar en parte esa asignatura pendiente desde el personaje de Carmen Brey, filóloga gallega, nacida en Ferrol, que emigra a la Argentina en 1924 y encuentra trabajo junto a Victoria Ocampo como traductora. Tal como muchos gallegos y gallegas profesionales lo hicieron, se relaciona profundamente con el medio cultural argentino, y también con las personalidades internacionales que irá convocando la escritora y mecenas. La historia de Carmen —personaje ficticio, pero para nada inverosímil— se prolonga en otra de mis novelas: Solo queda saltar (2018).

criptoidentidades y mestizajes

Al presente, hemos seguido trabajando en estas cuestiones, añadiendo propuestas y matices. Mi posterior contribución pasa por algunos ejes que enumeraré: ante todo, el concepto de criptoidentidad (valga el neologismo) que, entiendo, caracteriza especialmente en la Argentina a ciertas etnoculturas fundadoras: la gallega (como colectivo mayoritario español) y las etnias y culturas aborígenes, en particular, las pampeanas y patagónicas, que no solo se volvieron invisibles sino que fueron privadas de su condición de agentes históricos y políticos y relegadas a una suerte de prehistoria fósil. Aunque los gallegos, como españoles y europeos, gozaban de una consideración social superior a la de los indígenas o a la de los criollos del interior («cabecitas negras»), sin embargo, como los aborígenes, a menudo enmascararon su identidad y abandonaron de manera vergonzante su lengua propia, que ya en su misma región de origen era vivida de manera diglósica, desjerarquizada. Así como ser indio no tenía prestigio, tampoco lo tenía el proclamarse gallego, y el idioma galego (entendido por muchos como un «dialecto» defectuoso del castellano) resultaba más bien un obstáculo para la promoción social y la integración plena.

Las criptoidentidades se parecen en esto a la carta robada (The Purloined Letter) del cuento de Poe. Son obvias, están a la vista de todo el mundo, pero también han quedado arrugadas y sucias, parcialmente rotas, en un tarjetero colocado al descuido sobre una repisa, a tal punto que nadie imagina su secreta importancia. Como señalo en mi trabajo «La Argentina y su criptoidentidad gallega»:

No deja de ser una verdadera paradoja que el gallego, lengua materna del grupo etnocultural español más numeroso, sea estudiado hoy en la Argentina como una lengua minoritaria y minorizada, junto con las lenguas aborígenes del país en cuya constitución étnica gallegos e indígenas tuvieron un papel fundamental (Lojo, 2016, p. 7).

La realidad

… es que las insurrecciones argentinas [iniciales] contra la lengua (y la norma) castellana dominante, los pujos de independencia de la Generación del ’37 no derivaron ciertamente en el desvío hacia otras lenguas peninsulares, y menos aún, hacia la práctica de lenguas nativas precolombinas, aunque los eruditos y estudiosos de la producción literaria nacional, desde Juan María Gutiérrez hasta Ricardo Rojas, mostraron interés por ellas. En el registro popular, el italiano estándar (toscano), así como otras lenguas de la península itálica, sí dejaron sobre el argentino rioplatense una impronta pronunciada, no solo en el léxico sino en los acentos tonales y el fraseo prosódico (Lojo, 2016, p. 7).

También me ocupé de los fenómenos de mestizaje cultural[10] en relación con el patrimonio gallego. Voy a citar un caso testigo, sobre el que trabajé durante la preparación de un proyecto Erasmus y que expuse en el coloquio internacional «La rosa de los vientos de la geografía jacobea en Europa (peregrinos, literatura e iconografía)», celebrado en Hamburgo. Los resultados de la investigación me resultaron sorprendentes. Nada menos que el Apóstol Santiago de Galicia es venerado por los pueblos aborígenes del altiplano (quechuas y aymaras) desde los tiempos de la Colonia, bajo el nombre de San Santiago o el Tata (Padre) Santiago. Después de haber sido Santiago Matamoros, ícono de los conquistadores, pasa a ser apropiado por los vencidos, e identificado con una deidad popular andina: Illapa, el Rayo; así, deviene en protector de los sojuzgados y se lo invoca, hasta hoy, en las oraciones de los chamanes que imploran la sanación de los enfermos. Incluso, en el período de las guerras de la Independencia, el viejo Santiago Matamoros deviene Santiago Matagodos (mataespañoles) en algunas representaciones.

En la Argentina, uno de los centros más importantes de esta devoción es la Puna jujeña y en ella, el pueblo de Casabindo. Hablar de esta localidad implica remitirse a la primera y emblemática novela del gran escritor jujeño Héctor Tizón (1929-2012), titulada Fuego en Casabindo (1969). La imagen de Santiago, en un complejo despliegue simbólico que imbrica la cultura gallega y la precolombina, recorre todo este texto donde se narra el último viaje del alma en pena de Doroteo, un líder kolla, ultimado en Querea, en 1875, que necesita encontrar a su asesino para encontrarse a sí mismo y así entrar en paz a la eternidad (Lojo, 2014, pp. 334-335). Pero hay más: en el imaginario andino la devoción de Santiago aparece vinculada con la de una santa popular no oficial: la Difunta Correa. Su hijo, milagrosamente preservado de la muerte, es también el hijo del Rayo, protegido por su poder.

Hoy día el culto sincrético de San Santiago continúa vivo en la Puna y en el Noroeste argentino. La iconografía lo representa vestido de gaucho norteño y en sus fiestas desfilan gauchos a caballo, ataviados con típicos guardamontes, mientras los erkes y los sikus lo acompañan y en su honor danzan (como en la novela de Tizón) los «samilantes», bailarines indígenas adornados con plumas de suri. Las fiestas se extienden por Tilcara, Maimará, Los Paños, Perico, Santa Victoria Oeste, Campo Quijano y tantas otras localidades de Jujuy y de Salta.

Galicia, referente patrimonial

Por fin, entiendo que mi línea fundamental de trabajo ha sido y sigue siendo la restauración de Galicia como un referente patrimonial para la cultura argentina. Lo hago como escritora, a través de mis libros de ficción, ligados a la memoria familiar y cultural gallegas, y como intelectual e investigadora comprometida con el galleguismo. No estoy sola en estos movimientos. En lo institucional, el Colegio Bilingüe Santiago Apóstol y la Cátedra Galicia América (Universidad Nacional de San Martín) sostienen activamente esa voluntad de poner en valor, para todos los argentinos, una lengua, una literatura, una cultura que forma parte fundadora del tejido de la identidad. Más allá de lo formal institucional, el colectivo Lectores Galegos, dirigido por las profesoras universitarias Débora Campos Vázquez y Andrea Cobas Carral, mantiene desde el año 2007 sesiones mensuales donde se leen libros de autores gallegos clásicos y contemporáneos (también de gallego descendientes) y se analizan filmes o series vinculadas con la literatura.

Lo invisible no se ve hasta que detectives perseverantes, sin cejar en su empeño, lo colocan ante los ojos de los demás. Creo que ya sabemos dónde está la carta robada (o el antepasado oculto, o la lengua perdida). Por eso, compartimos con el resto de los compatriotas nuestros secretos de familia. O, mejor dicho, se los mostramos dentro de su propia casa. Porque esa familia, étnica, lingüística y cultural se imbrica profundamente en nuestra sociedad y pertenece a todos. Incluso a aquellos argentinos que, como dirían en España, «se hacen los suecos» y todavía no la asumen como parte de su ADN cultural y quizás también étnico.

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Notas

[1] Profesora Titular y Directora Académica del Centro de Estudios Críticos de Literatura Argentina (CECLA), Instituto de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Letras y Estudios Orientales, Universidad del Salvador Argentina. Miembro de Honor (Académica de Honra) de la Real Academia Gallega. Correo electrónico: mrlojo@gmail.com
[2] Hacia 1914 el 30 % de la población argentina estaba compuesto por inmigrantes (Regazzoni, 2018, p. 17; Modolo, 2016, p. 208).
[3] La investigación fue financiada por el Consello da Cultura Galega, con el asesoramiento de la Universidad de Santiago de Compostela.
[4] Pérez Prado (1973). Los gallegos y Buenos Aires.
[5] El presente apartado resume puntos ya tratados en Los «gallegos» en el imaginario argentino. Literatura, sainete, prensa (2008).
[6] Se trata de un poemario de Carlos Muñoz del Solar (que firmaba como Carlos de la Púa) considerado la máxima obra escrita en lunfardo. Se inspiró en Eduardo Dughera, alias «El Diente».
[7] Todas estas obras han sido oportunamente citadas en el libro Los «gallegos» en el imaginario argentino (2008). Agregamos a continuación otras obras de publicación posterior.
[8] Tendría que agregar a esta lista mis propias novelas auto ficcionales: Árbol de familia (2010) y Todos éramos hijos (2014).
[9] Ver sobre este tema el documentado libro de Zuleta (1999). La «españolización» de la cultura argentina durante el período de la Guerra Civil, la intensa repercusión que el conflicto tuvo entre los intelectuales del país han sido analizadas por Ernesto Goldar (1996).
[10] También podría usarse el término «hibridación» si bien ambos conceptos («mestizaje» e «hibridación») han sido objeto de críticas por no contemplar del todo la especificidad, desigualdades y asimetrías de los términos en contacto.
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