Artículos
POR UNA POÉTICA DEL MOVIMIENTO: ESPACIO Y SUBJETIVIDAD EN FRACTURA (2018), DE ANDRÉS NEUMAN
Gramma
Universidad del Salvador, Argentina
ISSN: 1850-0153
ISSN-e: 1850-0161
Periodicidad: Bianual
núm. Esp.10, 2020
Recepción: 14 Marzo 2020
Aprobación: 29 Abril 2020
Resumen: En el presente trabajo nos proponemos analizar cómo en la última novela de Andrés Neuman se ponen de manifiesto diversas representaciones del movimiento como un factor constitutivo no solo de espacialidades múltiples, sino también de un modo particular de concebir la construcción de la subjetividad. Nos serviremos de la distinción que realiza Michel de Certeau (1990) entre los conceptos de «lugar» y «espacio», conformado este último por un conjunto de entidades móviles, para complejizar y complementar la delimitación que realiza Gallego Cuiñas (2012) de un «espacio transatlántico», el cual resulta determinante para abordar la obra de Neuman en su totalidad.
Palabras clave: Espacio, Lugar, Estudios Transatlánticos, Narrativa Contemporánea, Andrés Neuman.
Abstract: The aim of this paper is to analyze how in the latest novel by Andrés Neuman various representations of movement are revealed as a constitutive factor not only of multiple territories but also of a particular way of conceiving the construction of subjectivity. We will use the distinction made by Michel de Certeau (1990) between the concepts of «place» and «space», the latter formed by a set of mobile entities, to complex and complement the delimitation made by Gallego Cuiñas (2012) of a «transatlantic space», which is decisive to address Neuman's work in its entirety.
Keywords: Space, Place, Transatlantic Studies, Contemporary Narrative, Andrés Neuman.
Es imposible estar completamente en un lugar o irse del todo. Casi todo el mundo vive así, ¿no? Entre irse y quedarse,
quedarse, como en una frontera
Andrés Neuman, El viajero del siglo
La última novela de Andrés Neuman se centra en los derroteros vitales del señor Watanabe, superviviente de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, revisitados con motivo del terremoto y posterior accidente nuclear en Fukushima. Los hechos son narrados a través de los testimonios que cuatro mujeres que han sido su pareja le cuentan a un periodista argentino interesado en el tema. Dichos testimonios tienen como escenario las ciudades de Tokio, París, Nueva York, Buenos Aires y Madrid, en medio de las cuales el protagonista construye una vida signada por la errancia y por una particular cosmovisión que hace del movimiento su eje central.
El propósito de este artículo consiste, entonces, en analizar cómo el movimiento constituye en la obra una constante que involucra dimensiones múltiples. Estas abarcan los modos de habitar y construir el espacio y la subjetividad, así como también de concebir una poética que hace del desplazamiento su marca identitaria y de esta novela el punto cúlmine donde desemboca buena parte de la producción del autor.
En esta misma línea, consideraremos de qué manera la concepción del espacio que sustenta la obra de Neuman da cuenta de un proyecto de escritura cuyo principio fundamental reside en la reconceptualización de las nociones de patria, nación y origen y en la creación de representaciones y personajes que privilegian ámbitos móviles y fronterizos.
En relación con estos puntos, y también por estar configurada como una novela de considerable extensión, Fractura resulta heredera de El viajero del siglo (2009), con la que comparte además el tema de la movilidad como principio constructivo y ficcional, en espacios que se moldean desde locaciones imprecisas o múltiples, habitados por personajes que rehúyen toda posibilidad de asentamiento en un lugar, para erigirse en cambio como sujetos constantemente en tránsito.
Desde una perspectiva teórica, estas figuraciones cobran densidad en la delimitación y la propuesta de Gallego Cuiñas de un «espacio transatlántico» (entre Argentina y España, pero susceptible de ser expandido a otras latitudes), entendido como un «sistema abierto» y un concepto de cruces, tensiones y convergencias de formas narrativas y de modos de lectura en el que alojar (y desde el cual pensar) toda una serie de problemáticas contemporáneas no exentas de controversia y complejidad. El «punto de partida» de sus investigaciones se define a partir de dichas problemáticas que la autora enumera tomando prestadas palabras de Arfuch:
la idea de espacialidad y sus significantes asociados —espacio, lugar, superficie, territorio, nación, tierra natal, hogar, etc.—, ligada por supuesto al devenir, el desplazamiento, los viajes, las migraciones y deambulaciones y, entonces, a lo «propio» y lo extraño, lo íntimo y lo público, la pertenencia y la ajenidad, la otredad, lo extranjero. Una tensión que compromete tanto el espacio físico como el escritural y el poético, y que involucra las múltiples dimensiones de la globalización: geográficas, culturales, políticas, mediáticas, identitarias, afectivas (Gallego, 2012, p. 15).
El conjunto de estos temas, en su amplitud, conforma los estudios transatlánticos (Ortega, 2010) que proveen un marco de lectura y de análisis para autores que, como Neuman, convierten estas preocupaciones en un programa de escritura. Entre las infinitas citas que podrían sintetizar dicho programa, elegiremos una que sirve de epígrafe a El viajero del siglo y a la serie que encabeza junto con Fractura: «Los vegetales tienen raíces; los hombres y las mujeres tienen pies» (Neuman, 2018, p. 11). Esta pertenece, no casualmente, a George Steiner, el conocido teórico de la «extraterritorialidad» y abre la puerta a una lista de ideas que, en paralelo, recorre ambas obras: el absurdo de considerar el origen como algo más que una mera contingencia, el cuestionamiento de los nacionalismos, la supresión y expansión de las fronteras (que encuentra en la traducción su garantía de realización) como modos privilegiados de configuración del espacio y el nomadismo como condición indispensable para desarrollar una mirada más aguda y reflexiva sobre la realidad y como aspecto determinante de la construcción subjetiva.
En relación con el espacio, acudiremos a la distinción que realiza de Certeau (2000) entre esta noción y la de lugar:
Un lugar es el orden […] según el cual los elementos se distribuyen en relaciones de coexistencia […] se excluye la posibilidad para que dos cosas se encuentren en el mismo sitio. Ahí impera la ley de lo «propio»: los elementos considerados están unos al lado de otros, cada uno situado en un sitio «propio»[1] y distinto que cada uno define. Un lugar […] implica una indicación de estabilidad. […] El espacio es un cruzamiento de movilidades […] animado por el conjunto de movimientos que ahí se despliegan […] es el efecto producido por las operaciones que lo orientan, lo circunstancian, lo temporalizan y lo llevan a funcionar como una unidad polivalente (p. 130).
Es decir, que si el lugar se caracteriza por un orden y una contigüidad de los elementos que lo conforman, en el espacio estos se presentan unidos por relaciones de fusión, simultaneidad y continuidad. En este sentido, en Fractura se pueden encontrar múltiples manifestaciones que dan cuenta de la presencia de «espacios» y no de lugares. Un ejemplo significativo aparece en la descripción de los criterios que rigen la elección de casa por parte de Watanabe al momento de volver a su Japón natal tras haberse jubilado (lo cual, por cierto, completa la secuencia de movimientos postuladas en nuestro epígrafe: permanecer, irse y, en este caso, «volver», comparten el mismo signo de imposibilidad).
Leemos entonces que para el protagonista
vivir en el centro es […] el mejor modo de no residir en ninguna parte. Su equidistancia lo convierte en una frontera múltiple. El centro le parece menos un punto fijo que un eje de giro. […] por encima de cualquier otro factor, ha elegido este barrio por la presencia extranjera. Casi todas las nacionalidades y razas posibles superponen sus trayectorias […] A estas alturas de su propia desorientación, sería incapaz de habitar una zona demasiado pura. Sus ciudades anteriores lo han habituado a las mezclas. Lo hacen sentirse en varios lugares a la vez (Neuman, 2018, p. 125).
Dicha simultaneidad se relaciona con los procesos expansivos propios de los accidentes nucleares que constituyen el eje temático de la novela y que se caracterizan, precisamente, por trascender lugar y tiempo. Este gesto relega cualquier consideración nacional para poner de relieve la escala global de ciertos acontecimientos, como los de Chernóbil y Fukushima, definidos como desastres capaces de cruzar fronteras. Respecto del primero, se dice que «lo vecino y lo lejano dejaron entonces de tener sentido» (Neuman, 2018, p. 253) y del terremoto (en tanto pudo haber desplazado no solo al país sino también al planeta) que «nada pasa en un solo lugar […] todo pasa en todas partes» (p. 34).
Lo mismo ocurre con sucesos históricos como los genocidios que, como leemos en la novela, «acaban pareciéndose, plagiándose unos a otros, acá y en las antípodas» (450), generando en la humanidad lo que en otro momento se define como un «dolor ubicuo» (29) cuyo punto de adjudicación puede llegar a ser tan fortuito como el del origen geográfico: refiriéndose a la bomba atómica, la novela menciona que la Kokura natal del protagonista fue desestimada como blanco solo por el hecho azaroso de que ese día hacía amanecido nublado.
La idea rectora de fundar espacios que condensen y aúnen nacionalidades, identidades y lenguas se materializa en el aeropuerto, zona de condensación fronteriza por excelencia que en Fractura se caracteriza a contrapelo de la tradicional categoría a la que lo adscribió Marc Augé. Recordemos que, desde su visión, a diferencia del lugar, el no lugar es aquel que no puede definirse como espacio de identidad, ni como relacional ni como histórico (Augé, 1993, p. 83). En cambio, en la novela leemos: «Con sus mudanzas y migraciones a cuestas, Watanabe ya no siente que los aeropuertos sean lugares neutrales, desprovistos de identidad. Muy al contrario, percibe en ellos una densidad abrumadora, como si en su interior se superpusieran demasiados lugares» (Neuman, 2018, p. 274).
Algo similar ocurre con los hoteles, comúnmente caracterizables por su impersonalidad, pero que para el sujeto migrante se constituyen como espacios ideales que, en el caso específico de Watanabe, le permiten «irrumpir, desplegarse y huir pronto. Le agrada esa mezcla de lugar extraño y hogar portátil. La posibilidad de un espacio íntimo donde no se dejan huellas, o donde se confunden con las huellas de una progresiva multitud» (Neuman, 2018, p. 265).
La conversión del aeropuerto en lugar (siguiendo las características señaladas por Augé) aparece también en la obra de un escritor contemporáneo a Neuman, Agustín Fernández Mallo. En Nocilla Dream (2006), por ejemplo, se halla un personaje al que «lo que más le sorprende es que la cantidad de razas y culturas que pasan y se cruzan a diario por un aeropuerto no logren modificar en absoluto la fisonomía estética ni humana del propio aeropuerto» (p. 183). Es decir, que se presenta como portador de identidad, como si se tratara de un lugar. Por otra parte, la misma obsesión de Watanabe por las fronteras, por unir ciudades, recuerdos e idiomas parece aquejar a este mismo personaje de Mallo, que proyecta hermanar y conectar ciudades (por ejemplo, Hong Kong y León) a partir de la instalación de modelos idénticos de alcantarillas.
La configuración del espacio tal como ha sido caracterizada encuentra su correlato en el segundo núcleo del presente análisis: la construcción subjetiva, que abarca diferentes aristas. En primer lugar, el «síndrome de ubicuidad emocional» que sufre Watanabe producto de sus innumerables mudanzas y que tiene como consecuencia una imposibilidad de estar en un solo lugar, unido a un desarraigo afectivo que lo hace «sentir en acorde» (Neuman, 2018, p. 269). Paradójicamente (o no, si recordamos la ya mencionada relativización de todo origen), ese sentimiento de lo colectivo excluye la toma de contacto con comunidades japonesas en el exterior. Nora Catelli explica la función de dichas comunidades según su experiencia personal:
Cuando se llega a un país después de los quince o dieciséis años, el tan denostado gueto no es sólo necesario, sino que de su existencia depende que uno, sin estallar, pueda incorporar lo «otro»: lengua, cultura, modo de vida, lo que fuese. El clan no es nada más eso: el conjunto de relatos y miradas que acompañan a cualquiera desde la infancia o la primera juventud (2002, p. 7).
Esta cita nos da una clave para pensar cómo, en buena parte de la literatura hispanoamericana actual, ya no existen las divisiones entre lo propio y lo ajeno, entre lo uno y lo otro, puesto que incluso ni siquiera se necesita, en algunos casos, haber migrado para experimentar el desmoronamiento del sentido de pertenencia que se diluye en las coordenadas globales actuales. «Cada individuo, intuye Watanabe, es un náufrago potencial» (Neuman, 2018, p. 125). Esto había sido insinuado en La vida en las ventanas (2002) de Neuman, cuyo primer capítulo se llama, precisamente, «A:> El correo del náufrago», en alusión a las catástrofes afectivas que asedian el joven internauta, protagonista de la novela. Para Montoya Juárez, su temática es «el desarraigo y la desterritorialización de la subjetividad en un presente que ha perdido las referencias a partir de las cuales edificar un sentido» (2012, p. 201). Y observa allí la referencia metaficcional a autores que, como el propio Neuman, han vivenciado algún tipo de movimiento migratorio.
Además, resulta indispensable señalar que el ámbito virtual propio de internet se presenta no solo como el prototipo de espacio por excelencia, sustentado por el dinamismo de las múltiples y simultáneas coordenadas que lo moldean, sino también como un factor que potencia las ya de por sí móviles fronteras en las que se inscriben los sujetos en general y los escritores en particular.
Respecto de estas particularidades del mundo global, resultan de utilidad los aportes de Castany Prado, reconocido teórico de la literatura posnacional, que aunque referidos al género fantástico pueden iluminar zonas específicas de la novela de Neuman. Para empezar, plantea que el estado general de desarraigo de los sujetos se vincula con
el tema del doble, la pérdida de la identidad, la invisibilidad, la búsqueda de una identidad inalcanzable. Ciertamente, el proceso de la globalización y la posmodernidad han supuesto que todos nos sintamos, de un modo u otro, desplazados, lo que habría generalizado el componente apátrida de la literatura fantástica (2015, p. 168).
En el caso de Watanabe, la pérdida de identidad se traduce en un sentimiento de extranjería donde quiera que vaya, aun sin ser tratado como tal; la invisibilidad emerge cuando refiere, por ejemplo, que nada a su alrededor le ocurre a él, lo cual da cuenta de una especie de borramiento; la globalización, en la expansión siniestra y mundial de los efectos del tsunami y, por último, el tema del doble, que se manifiesta en la idea de que «los objetos que han estado a punto de romperse por cualquier motivo (…) ingresan en una segunda vida» (Neuman, 2018, p. 25). Ese «a punto de romperse» podría relacionarse con la condición de superviviente de Watanabe: en Hiroshima ve morir a su padre y en Nagasaki muere lo que quedaba de su familia. Por eso es que «se consideraba el último de su estirpe, tenía su identidad muy asociada a la extinción» (Neuman, 2018, p. 306).
Pero el aporte de Castany Prado que más nos interesa señalar es aquel que refiere que «la experiencia de ser o devenir apátrida tiende a ser simbolizada literariamente bajo la figura del monstruo» (2015, p. 167), que los escritores posnacionales o extraterritoriales utilizarían para intentar impugnar, indirectamente, las fronteras nacionales que los cuestionan.
En el caso de Watanabe, el carácter ominoso se manifiesta desde las cicatrices que dejó en su cuerpo la bomba y que de pequeño sus tíos lo obligaban a ocultar. «Los supervivientes con secuelas visibles eran discriminados también por sus compatriotas. A menudo los consideraban apestados, condenados a una descendencia radiactiva o, simplemente, horribles» (Neuman, 2018, p. 266). A este primer motivo de segregación, Watanabe le añade otro, que es su condición de migrante, considerado en Japón como desertor de la patria: «una vez más, la cultura binaria dividiendo la realidad en dentro y fuera» (Neuman, 2018, p. 147). No pertenecer a ninguna patria, o pertenecer a múltiples, hace del protagonista uno más entre los muchos hombres indefinidos que, como una especie de castigo por violentar las normas enmarcadas culturalmente en parámetros nacionales, «quedan expulsados de la épica. Su única batalla es la tensión. La imposibilidad de reposar en un punto» (Neuman, 2018, p. 238). Dicha tensión se traslada a un índice que marca no solo la constitución monstruosa de ciertos personajes, sino también la elección de Neuman de términos como «bicho anfibio» para construir su figura autoral.
Una última y fundamental marca de esta condición monstruosa se encuentra en la lengua. Watanabe, que además del japonés domina el inglés, el francés y el español, al aprender este último experimentó que «con el cambio de lengua había vuelto a mudar de piel. Más que un hablante de distintos idiomas, se sentía tantos individuos como idiomas hablaba» (Neuman, 2018, p. 262). Dicha multiplicidad hace que al regresar a Japón, frente a la extrañeza de su habla, le respondan en inglés.
En este punto, resulta necesario reparar, al menos tangencialmente, en un aspecto que apunta Nadal Suau (2018) al reseñar esta novela. En términos generales, el crítico cuestiona la decisión estilística de introducir en el texto fórmulas lingüísticas que jalonan el discurso de los personajes femeninos, bajo el argumento de que los anglicismos presentes en el capítulo correspondiente a la mujer neoyorquina (así como también, deducimos, los galicismos en el segmento de Violet y los argentinismos en el de Mariela), resultan «hilos que asoman demasiado» (s/p). Cabría preguntarse, en ese sentido, cómo funcionan estos mecanismos y cuál es su resultado, en el marco del proyecto de escritura de Neuman que, tal como reza nuestro epígrafe, hace de la frontera su piedra basal.
La acción de recurrir a dichas fórmulas lingüísticas intercaladas podría denominarse, como lo hace Sylvia Molloy, «switcheo»: el uso de una mezcla de frases en distintos idiomas que el hablante aplica, no analiza (2016, pp. 19-20). Aunque es evidente que en el caso de Fractura la noción de «hablantes» es incorrecta, creemos que este recurso resulta representativo de la aludida escritura de fronteras que Molloy define, haciendo referencia al bi o trilingüismo, como un «estar entre» (2016, p. 75) que, sin embargo, requiere de un «punto de apoyo»: «quiérase o no, siempre se es bilingüe desde una lengua» (2016, p. 23). Esto podría explicar, tal vez, y volviendo al cuestionamiento de Nadal Suau, la discreción de las puntadas en los coloquialismos que pueblan el discurso de Carmen, la mujer española, en contraposición con el de las otras protagonistas.
Como aspecto positivo, Nadal Suau (2018) señala que «los personajes de Fractura representan coordenadas culturales y geográficas diversas que permiten engarzar grandes temas de la historia contemporánea a la peripecia existencial de Watanabe: cuanto más indirecto es este juego, mejor funciona» (s/p).
En relación con esto, y a modo de conclusión, es posible considerar que esta confluencia de lo múltiple en lo individual es lo que constituye la base del «espacio» como núcleo de articulación de movilidades, identidades y perspectivas múltiples. Una zona poblada por «personajes diseminados» —al decir de de Certeau (2000, p. 3)— que, al transitar los lugares los convierten en espacios signados por movimientos que fundan a su vez proyectos literarios como el de Andrés Neuman, cuyas características más salientes hemos intentado hasta aquí bosquejar.
Referencias Bibliográficas
Augé, M. (1993). Los no lugares: espacios del anonimato una antropología de la sobremodernidad. Barcelona: Gedisa.
Castany Prado, B. (2015). El apátrida como monstruo. En D. Roas (Ed). El monstruo fantástico. Visiones y perspectivas (pp. 61-71). Madrid: Aluvión.
Catelli, N. (2002). Retrato. Nueve Perros, (2), 3-10.
de Certeau, M. (2000). La invención de lo cotidiano 1. Artes de hacer. México: Universidad Iberoamericana.
Gallego Cuiñas, A. (Ed.) (2012). Entre la Argentina y España. El espacio transatlántico de la narrativa actual. Madrid/Frankfurt: Iberoamericana/Vervuert.
Molloy, S. (2016). Vivir entre lenguas. Buenos Aires: Eterna Cadencia.
Montoya Juárez, J. (2012). Ciberliteratura argentina en papel: escritura y tecnología en La vida en las ventanas de Andrés Neuman y El púgil de Mike Wilson. En A. Gallego Cuiñas (Ed.) Entre la Argentina y España. El espacio transatlántico de la narrativa actual (pp. 197-225). Madrid/Frankfurt: Iberoamericana/Vervuert.
Nadal Suau, J. M. (2018, 9 de febrero). Reseña de Fractura. Recuperado de https://elcultural.com/Fractura.
Neuman, A. (2002). La vida en las ventanas. Madrid: Espasa-Calpe.
Neuman, A. (2009). El viajero del siglo. Buenos Aires: Alfaguara.
Neuman, A. (2018). Fractura. Buenos Aires: Alfaguara.
Notas