Estudios sobre el lenguaje

TERMINACIONES DEL ITALIANO Y DEL ÍDISH EN EL LUNFARDO

Andrea Bohrn
Universidad de Buenos Aires, Argentina

Gramma

Universidad del Salvador, Argentina

ISSN: 1850-0153

ISSN-e: 1850-0161

Periodicidad: Bianual

vol. 32, núm. 65, 2020

revista.gramma@usal.edu.ar

Recepción: 09 Junio 2020

Aprobación: 03 Julio 2020



En la presente columna, nos referiremos a la utilización de terminaciones vinculadas con el italiano (-eli > sordeli) y el ídish(-ovski > zurdovski) en el ámbito del lunfardo. Mediante la descripción de estos recursos, indagaremos en algunos aspectos históricos que permitieron el surgimiento de estas formas y, en particular, en el matiz lúdico-apreciativo que aportan al habla rioplatense. De este modo, nuestro objetivo central, tal como ha sido el espíritu de las columnas a cargo de Oscar Conde, es contribuir a la reflexión y al análisis del lunfardo, entendido como un repertorio de unidades léxicas, propio de la región del Río de la Plata, compuesto por gran cantidad de préstamos, que también cuenta con procesos creativos de formación de palabras.

Como rasgo en común, por un lado, los dos elementos que trataremos aquí no pertenecen, como se atestigua en su identidad fonológica y silábica, a la morfología del español general, razón por la cual podemos afirmar que son privativos de la variedad rioplatense. Por otro lado, tanto el conjunto de los formantes italianísticos, entre los que es posible nombrar -eli, -eni, -eti, -ati, -ani, entre otros, como el proveniente del ídish -ovski surgen en una situación de contacto de o entre lenguas. Entendemos por «contacto de o entre lenguas» la coexistencia de dos o más sistemas lingüísticos en un mismo espacio geográfico (Censabella, 2010, p. 19). La coyuntura general en la que se gesta dicho contacto se vincula con la inmigración masiva de finales del siglo xix y principios del xx. En este sentido, el examen de las cifras inmigratorias resulta concluyente. A partir de la revisión de censos y de otros datos estadísticos, Fontanella de Weinberg (1983, 1994 y 1996) establece que, si bien Estados Unidos recibió un alto influjo inmigratorio, el impacto fue mayor en la Argentina por tener menor cantidad poblacional de base. Los censos de 1895 y de 1914 y estimaciones de 1930 indican que el porcentaje de inmigrantes, en el total de la población, fue del 25.5, 30.3 y 23.5 % para la Argentina (6 405 000 personas), mientras que en E.E. U.U., en 1890, 1910 y 1930, el porcentaje era de 14.4, 14.4 y 11.4 (32 244 000 personas). Puntualmente, el censo de la Ciudad de Buenos Aires, de 1887, reveló que, de 433 375 censados, el 47 % era argentino, el 32 % italiano y el 9 % español. No obstante, Fontanella estima que el porcentaje de hablantes vinculados con el italiano debía ser mayor, si se considera a los niños nacidos en la Argentina de padres italianos, que estaban expuestos a la variación dialectal italiana en sus hogares. El segundo grupo de mayor influencia, según Fontanella de Weinberg (1996, p. 441), era «el ruso —nacionalidad que, en realidad, incluía judíos askenazíes, hablantes de ídish (Virkel, 1991) y alemanes que habían residido en la región del Volga por un siglo (Hipperdinger, 1994)». En relación con la inmigración judía, Feierstein (1993, p. 109) reconoce que, durante la segunda ola (1889-1914), se dieron los números más altos, con un promedio de 8000 inmigrantes anuales. Hacia 1934, de acuerdo con Feierstein (1993), el 51 % de la comunidad judía se ubicaba en la Ciudad de Buenos Aires, seguida por la provincia de Buenos Aires con un 11,6 % y por la provincia de Santa Fe con el 11,8 %. Si bien la presencia numérica de la inmigración de Europa del Este es mucho menor que la inmigración italiana, resulta igualmente significativa en función de la población de base ya residente en la Argentina.

La presencia de estos grupos inmigratorios determinó la formación del cocoliche y el castídish o valesco, posibilitó que el español rioplatense incorporara un número muy importante de palabras provenientes del italiano (al respecto, véase Conde, 2011; Di Tullio, 2014) y algunas palabras del ídish, pero, adicionalmente, implicó que los hablantes de español en la región rioplatense estuvieran expuestos a escuchar y a convivir con gran cantidad de apellidos provenientes de Italia y de Europa del Este. En este sentido, resulta relevante señalar que quienes han estudiado los formantes italianísticos han coincidido en establecer su vinculación con nombres propios de origen italiano y en identificar el valor apreciativo, atenuativo y/o humorístico que estas terminaciones incorporan a la unidad a la que se adjuntan. Así, en primer lugar, Meo Zilio (1989 [1959]), considera que -eli, -eni, -eti, -ati, -ani son morfemas con valor estilístico, que no existían previamente en lenguas que hayan podido ejercer su influencia en el español rioplatense, al tiempo que su origen parece relacionarse con las terminaciones de apellidos italianos y la alta frecuencia de aparición de estos en el contexto de la inmigración masiva. En relación con la forma -eli, que se consigna como el formante más productivo, Meo Zilio asume que su origen se vincula con el apellido Locatelli[1], que los hablantes rioplatenses asociaban, por etimología popular, con ‘loco’. Algunos ejemplos de palabras con estas terminaciones pueden observarse en (1).

(1) -eli

corteli, cansadeli, distinguideli, jodideli, gordeli, crudeli, angosteli, taradeli, locateli, braceli, falluteli, pesadeli, flojeli, fresqueli, guisoteli, torcideli, bigoteli, cretineli, tocateli, contreli, pinteli, asunteli, redondeli, nubladeli, paradeli, escaseli, justeli, pintareli, rajeli.

En un trabajo posterior, Meo Zilio y Rossi (1970) hacen referencia a una serie de italianismos que proceden de nombres propios o de lo que denominan pseudoitalianismos[2]. Al respecto, establecen:

Por lo común se trata de nombres interpretados festivamente en relación con alguna palabra conocida que ellos contienen o a la que aluden. En muchos casos, fueron inicialmente nombres de personajes de historietas cómicas o de comedias populares. A veces son nombres reales, a veces ficticios, reconstruidos sobre la base de alguna palabra rioplatense. Por lo general, se trata de apellidos (o de palabras sentidas como apellidos), pero no son infrecuentes los nombres de pila. Muchos nombres de pila han llegado a tener valor tipificante y otros un valor alterante. La mayor parte se ha convertido de nombres propios a comunes (p. 120).

Por su parte, Teruggi (1974) comenta que las terminaciones italianas -eli, -ini, -oni, -eti, -ato se utilizan para alargar palabras, convertirlas en pseudoapellidos y dotarlas de valor humorístico. Recopila los siguientes ejemplos: escaseli, chivateli, ajenaro, gratarola, ligatori, morfoni, perdueli, dureli, zabiola (zabeca, vesre de «cabeza») y afanancio. Di Tullio (2014) establece que, en el cruce con palabras españolas, muchos apellidos italianos están sujetos al proceso de reanálisis, a partir del cual los hablantes interpretan que estas palabras están formadas por dos elementos. El segmento final (-eli, -eni, -eti, -ati,-ani, -ieri, -ela, -oli, -ato, -ún, -icheli, -ichelo, -oti e -ina) se ve enriquecido con un valor afectivo, atenuativo o ponderativo, junto con su carácter italianizante, y aportará estos matices a las palabras castellanas a las que se sume, tal como se ilustra en los siguientes ejemplos de uso contemporáneo.

(2)

En esta misma línea, la etimología de -ovski presenta muchos puntos en común con la descripción de los formantes italianísticos. En primer lugar, podemos mencionar que, entre los apellidos vinculados con las oleadas inmigratorias consideradas previamente, aquellos terminados en -ovski o en sus variantes (-ovski, -owsky, -owsky, -osky y -oski) ocupan una posición destacada en tanto superan los mil doscientos patronímicos (véase Bohrn, 2020). Esto nos permite pensar que esta terminación y sus formas alternantes han estado presentes en el sistema rioplatense y han sido accesibles al oído del hablante promedio de lunfardo. Teniendo en cuenta las características de asentamiento de los inmigrantes judíos de principio del siglo xx y su ubicación preferencial en la Ciudad de Buenos Aires, Skura y Fiszman (2015, p. 238) afirman:

Los cambios en la vida cotidiana de los hablantes motivaron la creación de nuevos modos de habla, al adoptar y adaptar un léxico local que se iba tornando más familiar. Este proceso marcó fuertemente una producción periodística y artística, que adquirió notable visibilidad pública. El ídish con términos tomados del español, especialmente del lunfardo, recibió el nombre de castídish, y se utilizó frecuentemente como recurso del realismo o comicidad en los espectáculos del período de auge del teatro judío en Argentina.

En esta línea, Conde (2011) identifica el valesco como el habla híbrida o variedad de contacto entre el ídish o las lenguas de Europa del Este y el español rioplatense. Dado que, al igual que sucede con el cocoliche, la mayor documentación proviene de la literatura, Conde menciona, entre los registros del valesco, a Adán Buenosayres (1948), de Leopoldo Marechal, y a Pedrín (1923), de Félix Lima, texto del que tomamos el siguiente fragmento (apud Feierstein, 1993, p. 148):

—¡Qui Moreira qu’istás Abraham!

—¡Minsajiero, papá, minsajiero!

—¿Qu’stá iso, hija?

—¡Tiligrama qui trae la minsajiero! ¡Siguro qu’istá di Abraham! ¡Abra, abra papá!

Y el Poder Ejecutivo leyó ante su familia en pleno:

«Basabilbasos. —Mañana yigaré pir fiero-bot. Siempre quirido di todos— Abraham Goldeblitz».

—Mojier: pila pronto la poyo qui la hijo Abraham yegará insiguida! ¡I pone muchos arós!

Feierstein (1993, p. 149) también utiliza el término valesko para referir a «… el cocoliche hablado por los judíos de Buenos Aires, una mezcla de ídish y de castellano», y lo ilustra mediante El judío Aarón (1925), de Samuel Eichelbaum.

Aarón: Yo digue qui percise suprimir la plate. Yu sei qui no se poide suprimir a todas partes, porque nu somos gobierno. Pur ese yu quire en noistre sociedad, in la Fondo Comunal, suprimamos la plate. Ese astá la proyecte míe.

Ya en el ámbito teatral, en lo que Pelletieri (2008, p. 118) denomina metatexto, Carlos Raúl De Paoli recopila los elementos que requiere para la confección de un sainete: «Me procuro primero un compadrito / un ruso, un francés, un cocoliche, / una vieja chismosa, un garabito, / un conventillo, una calle y un boliche». Entre los actores sociales mencionados, De Paoli incluye al italiano acocolichado, pero también al ruso, en el sentido de Hipperdinger (1994). Alberto Vacarezza (2013 [1929], p. 85), en su sainete El conventillo de la Paloma, hace dialogar a Miguel, italiano, y a El Conejo, usuario de la paronomasia, de la siguiente forma:

Miguel: Ah, descolpame. No me acordaba que Mojica es otro arpollido… ¡Qué Otarielli que soy yo!... ¿Y qué se ha hecho de la Mojica?

El Conejo: ¡Qué se Llorca!... Hace como tres Mezzadri que la ando Buscandioti y no la puedo Troveszky.

Miguel: Antonce es Segura que se Ascondosky.

Entre la sustitución de palabras del español por apellidos, se produce el reemplazo de «esconder» por «Ascondosky», unidad que contiene un primer testimonio de la utilización lúdico-apreciativa de la terminación -ovski. Este recurso no se limita a la obra teatral, sino que trasciende y alcanza la vida privada de Vacarezza. Así lo hace saber su hija, Mercedes Vacarezza, quien, entrevistada a propósito de El conventillo de la Paloma, refiere la siguiente anécdota de su infancia, donde también aparece el formante -ovski:

Cuando yo era chica, una vez me llevó a pasear, junto con unas amigas, a Parque Lezama y al llegar, papá dice «Cuidadovski, no pisar el Pastoriza». La cuestión es que a los pocos minutos las chicas entraron en el juego de papá y nos pasamos casi toda una tarde hablando con apellidos (Bruno, 2013 [video]).

Los testimonios recogidos hasta aquí, a los que puede sumarse la influencia del tango, permiten mostrar de qué manera el inmigrante de Europa del Este, ya sea caracterizado genéricamente como judío o ruso en la representación popular, se incorpora a la conformación de la sociedad, a la par de otros grupos inmigratorios. De esta forma, no solo se convierte en un integrante más de la configuración barrial y del conventillo, sino que su sistema lingüístico, castídish o valesco, contribuye a su caracterización. Al igual que con los italianos y su cocoliche, el habla tipificante se desarrolla literariamente y entra en relación con el lunfardo, de forma tal que se gestan valores apreciativos y lúdicos, que son utilizados muchas veces en clave paródica en los sainetes de la época. Este contexto prefigura el carácter lúdico que adquirirá la terminación -o(v/w)sky/i en sí misma.

En la actualidad, dicho formante puede registrarse en palabras y en oraciones como las siguientes:

(3)

bichoski, bizarroski, boludoski, borrachoski, cabezoski, cansadoski, despeinadoski, despenadoiski, felizoski, feoski, galansoski, gordoski, guachoski, horriblovski, lentoski, limadoski, mentirososki, negrovski, ojeroski, pachorraski, pesadoski, taradoski, troloski, truchoski, viejoski, zurdoski, etc.

Semánticamente, las unidades que presentan esta terminación no adquieren un aspecto denotativo nuevo, sino que incorporan un matiz connotativo, vinculado con un valor apreciativo, que puede ser de tipo afectivo, despectivo o atenuativo. También es posible reconocer, al igual que en el vesre y en la paronomasia lunfarda, cierto sentido lúdico, que permite contrastar este tipo de formantes con los recursos apreciativos propios del español general, que se centran, fundamentalmente, en los rasgos apreciativos.

A lo largo de estas líneas, hemos retomado la descripción de las terminaciones italianísticas y hemos establecido de qué manera -ovski comparte condiciones de formación y propiedades similares. Inscribimos ambos recursos en el ámbito del lunfardo en tanto los hablantes utilizan estas formas para flexibilizar sus discursos a partir de la inclusión de valores vinculados con lo lúdico, la generación de complicidad mediante el humor o bien la moderación o atenuación de una verdad que puede ser parcialmente ofensiva para el interlocutor. Si bien la expansión y productividad de estos formantes parece estar acotada, en la actualidad, a los hablantes mayores de cuarenta y cinco años, el valor documental y testimonial de la interacción de sistemas lingüísticos en el contexto de la inmigración masiva no deja de ser un campo prolífico para el estudio y la descripción de múltiples aspectos vinculados con la coloquialidad, las manifestaciones literarias y el habla de los argentinos.

Referencias Bibliográficas

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Bruno, M. (dir.). (2013). Sucesos y expresiones. El arte contesta. Capítulo 3: Sainete criollo. Centro de Producción e Investigación Audiovisual (CePIA). Ministerio de Cultura de la Nación. Recuperado el 20 de septiembre de 2020, desde: https://www.youtube.com/watch?v=QoQvNSrxjKM

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Conde, O. (2011). Lunfardo. Un estudio sobre el habla popular de los argentinos. Buenos Aires: Taurus.

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Pelletieri, O. (2008). El sainete y el grotesco criollo: del autor al actor. Buenos Aires: Galerna.

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Notas

* Licenciada y profesora en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente, se desempeña como docente de Gramática en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de General Sarmiento. Dicta, en la cátedra a cargo de Oscar Conde, la materia Lunfardo en la Universidad Nacional de las Artes. Correo electrónico: abohrn@campus.ungs.edu.ar
[1] Antonio Locatelli (1895-1936) fue un periodista y piloto italiano, famoso por realizar vuelos transatlánticos.
[2] Meo Zilio y Rossi (1970, p.128) definen pseudoitalianismo como una palabra o expresión que «aun teniendo forma italiana o italianizante, no existe o no está vigente en Italia». Incluyen allí las formas que consideran no tienen existencia en «la realidad lingüística italiana» y cuyo origen puede vincularse con el cocoliche.
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