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REVISIÓN DEL CANON. PRESENTACIÓN DE LA COLECCIÓN LAS ANTIGUAS. PRIMERAS ESCRITORAS ARGENTINAS. EDITORIAL BUENA VISTA
Gramma
Universidad del Salvador, Argentina
ISSN: 1850-0153
ISSN-e: 1850-0161
Periodicidad: Bianual
núm. Esp.09, 2020
Recepción: 31 Marzo 2018
Aprobación: 24 Mayo 2018
Las Antiguas es no solo una colección de libros, sino un gesto. Gesto que se propone sacudir ciertos modos de articulación y de producción de canon en nuestra literatura.
Se busca señalar las falencias de un mecanismo que, al legitimar a los escritores, excluyó a las escritoras, de acuerdo con valores externos a los textos, en este caso, el tan grosero del género sexual. Pero lejos de ser un «Top 10» de escritoras argentinas de antes y de ahora que vendrían a mostrar que «sí hubo y hay mujeres que escriben muy bien en nuestro país», la colección propone tender una red textual desjerarquizada de escritoras de distintas épocas y con distinto grado de visibilidad en un diálogo solidario, que señale los mecanismos de silenciamiento sin volver a reinstalarlos.
Restituir las mujeres a la escena literaria argentina de la que fueron desplazadas o ubicarlas en ella por primera vez supone cuestionar los parámetros vigentes y plantear nuevos. Por empezar, ante el término «competencia», que pareciera regir los modos de legitimación de las obras en el presente, deberíamos proponer el de «convivencia». ¿Con qué otro criterio podríamos ubicar en nuestra biblioteca el Facundo, de Sarmiento, al lado de El Lujo, de Lola Larrosa?
Hace décadas las críticas feministas han logrado situar a Juana Manso, a Eduarda Mansilla y a Juana Manuela Gorriti al lado de los varones de nuestra literatura, aun si, en muchos casos, se las acepta a regañadientes. Y puesto que las tres conviven sin resquemores en Las Antiguas con Rosa Guerra, con Agustina Palacio o con Francisca Espínola, podemos afirmar que el puente hacia estos nuevos parámetros para pensar está tendido.
La colección se organiza de acuerdo con dos criterios: por un lado, se busca no ejercer, en la selección de textos, un juicio de valor, ni atender a la fama o al prestigio de las autoras al momento de su publicación, sino que se trata de abarcar las mayores cantidad y variedad de escritoras posible con el fin de volver a poner sus libros en circulación y de alentar segundas oportunidades.
Por el otro lado, los textos están prologados por autoras contemporáneas con el fin de establecer un diálogo entre las de antes y las de ahora, que evite que unas sean tratadas por otras como objeto de estudio. De este modo, se intenta restaurar la continuidad de una red textual en la que conviven distintas voces de mujeres en momentos diferentes de nuestro país.
¿Qué tiene que ver la escritura de Paula Jiménez España con la de Rosa Guerra, la de Mercedes Araujo con la de Juana Manso, la de Vanesa Guerra con la de Lola Larrosa, la de Carolina Esses con la de Juana Manuela Gorriti, la de María Teresa Andruetto con la de Elvira Aldao o la de María Rosa Lojo con la de Eduarda Mansilla?
Damos una primera respuesta tentativa: todas ellas, siendo mujeres, decidieron o deciden dedicarse a la escritura en la Argentina, haciendo uso de la misma lengua, aunque desde experiencias distintas. Y como en muchos casos las prologuistas se encuentran por primera vez con las prologadas, cualquier correspondencia entre ellas deberá ser buscada en un segundo momento.
En ese sentido, pensamos las influencias no en dirección unilateral, desde el pasado hacia el presente, sino como un ir y venir, en el que las escritoras de hoy podríamos querer rastrear, en las huellas del silenciamiento que sufrieron nuestras «madres literarias», indicios sofocados de nuestra propia identidad como escritoras o líneas estéticas que podríamos continuar. Sería posible encontrar, en lo incompleto, en lo fragmentario, en lo discontinuo o incluso en lo degradado, estéticas que nos resulten atractivas o afines.
Querer renovar, redefinir o ampliar lo que hasta ahora consideramos «literatura argentina» es expresar cierta insatisfacción respecto de lo que se admite como tal.
¿Por qué tendríamos que seguir leyendo los mismos textos de siempre sin atender a las tensiones de poder que los impusieron? ¿Por qué habríamos de desconsiderar los mecanismos de exclusión ejercidos hacia las mujeres (que incluyen destrucción de libros, usurpación de autoría, desautorización de sus voces o desiguales oportunidades para dedicarse a la tarea de escribir), al punto de seguir aceptándolos, simplemente, porque «ya nada se puede hacer», en vez de plantear los dispositivos y sus consecuencias como principales ejes de reflexión?
Todo libro nos interpela desde distintos ángulos, pero la lectura de cualquier libro del siglo xix argentino requerirá que sus lectores realicen, para completar el goce estético o intelectual, algunas operaciones que exceden al texto en sí, y que suponen tener en cuenta sus condiciones de producción, la ideología de sus autores, el contexto social y político en el que fueron escritos, etc.
En lo personal, no me he entregado a la lectura del Facundo (por nombrar una de las obras centrales de nuestra literatura del xix) con el mismo goce estético con el que me entregué a El Aleph, de Borges, a los cuentos de La furia, de Silvina Ocampo, a mis quince años, o si mencionamos a algún contemporáneo de Sarmiento, a Crimen y Castigo, de Dostoyevski, o a cualquiera de sus ficciones. Tal vez solo la primera parte del Martín Fierro vibre antes del siglo xx en nuestra literatura en esa nota despojada de ideologías que da inicio a la madurez en la literatura de un país.
Pero está claro que el arrobamiento que estos primeros textos producen en los lectores no se debe solo a su valor literario, sino a todo aquello que nos permite pensar sobre nuestra cultura, sus tensiones pasadas, lo motivos, las costumbres y, sin dudas, nuestro presente.
Pero cómo seguir avanzando un paso más en estas reflexiones sin ponernos tan en segundo lugar el hecho flagrante de que las mujeres han sido suprimidas de la literatura argentina y de las cátedras académicas por tantos años, su voz subordinada a la voz masculina o directamente desconsiderada.
Y qué pasaría aun si quisiéramos cambiar el rumbo de lo que pensamos, si las fuentes nos comenzaran a resultar insuficientes, si sabemos que lo que necesitamos pensar es «otra cosa», que nunca podrá desprenderse de esos mismos viejos textos y sus interpretaciones en donde se suelen seguir fijando estereotipos.
En ese punto, está siendo hora de reincorporar una cantidad de textos desplazados, dejados al margen o escritos desde la lateralidad, y que piden una lectura desprejuiciada para que se puedan ampliar los marcos de reflexión en el presente.
La colección Las Antiguas no busca crear listas de escritoras, sino constituirse como canal de difusión, que siga dando respuestas a los interrogantes que la impulsaron: ¿Hubo escritoras en el siglo xix? ¿Quiénes eran? ¿Cuántas? ¿Que escribieron? ¿En qué circunstancias? ¿Qué visibilidad y participación social tenían? ¿Por qué, llegado un momento, dejaron de estar?
Su realización material depende estrictamente de Daniela Mac Auliffe, editora desinteresada y libre que posibilita esta gesta.
Notas