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La Llegada de los Exiliados en la Prensa Porteña (1939-1941)
La Llegada de los Exiliados en la Prensa Porteña (1939-1941)
Gramma, vol. 31, núm. 64, 2020
Universidad del Salvador
Recepción: 16 Marzo 2020
Aprobación: 27 Abril 2020
Resumen: Este trabajo recopila y analiza información aparecida en la prensa porteña relativa a los intelectuales españoles que llegaron al país a partir de agosto de 1939. Se busca, con ello, trazar algunas de las características específicas que tendrá el exilio intelectual en la Argentina en los años siguientes.
Palabras clave: Massilia, Ortega y Gasset, Institución Cultural Española, Losada.
Abstract: This paper gathers and analyses information from the press of Buenos Aires regarding the Spanish intellectuals that arrived at the country from August 1939. We intend to draw some of the specific characteristics which the intellectual exile in Argentina will have in the following years.
Keywords: Massilia, Ortega y Gasset, Institución Cultural Española, Losada.
El 29 de agosto de 1939, se informa de la llegada a Buenos Aires del buque Alcántara, procedente de Marsella y Lisboa, con dos insignes pasajeros. Uno es el filósofo José Ortega y Gasset, de quien el diario La Prensa dice que es «no solo uno de los pensadores más esclarecidos de España, sino entre los de mayor fuste intelectual de la actualidad». El periodista que redacta la noticia puntualiza, con palabras muy medidas, que «hay que agregar que no procede esta vez directamente de los claustros de la universidad madrileña, sino de la expatriación a que voluntariamente se acogió a raíz de los sucesos ocurridos en España, con otros hombres de valía de su patria que contribuyeron a erigir la república» (1939, ago. 29).
Tal presentación predisponía a los lectores del periódico a escuchar con interés la voz respetada y bien conocida en la Argentina de Ortega y Gasset, y a esperar que su autoridad intelectual diera significado a lo que había ocurrido en España durante la Guerra, lo que estaba sucediendo en la posguerra y también lo que estaba a punto de ocurrir en Europa en vísperas del estallido de la Guerra Mundial.
Sin embargo, al día siguiente, una vez que ya ha desembarcado, según informan los periódicos, Ortega y Gasset insiste en mantenerse en silencio sobre la actualidad política, un silencio que será pertinaz durante toda su estancia porteña y aun después. El entrevistador del periódico profranquista El Diario Español dice que «el maestro, con admirable habilidad y al propio tiempo, con la más exquisita cortesía, elude toda derivación del diálogo hacia cuestiones de índole política que afecten directa o indirectamente a España y con mayor extensión al gravísimo momento por que atraviesa la situación internacional». Y añade: «Prefiero el silencio porque los hechos siempre serán más elocuentes que las palabras» (1939, ago. 29). El periodista de La Razón, por su parte, recoge las palabras de Ortega y Gasset: «Nada de declaraciones ni reportajes; ya hablaré cuando sea el momento». «Su negativa, ¿no tendrá que ver con la situación política europea y en especial de su patria?», insiste el periodista. Y Ortega y Gasset reacciona enfadado:
¿Le parece que se puede y debe improvisar sobre problema tan grave? ¡La situación política de Europa! ¡España!... ¡En estos momentos menos que nunca, la situación de Europa se presta al comentario fácil! ¿Qué sabemos? ¿Lo que dicen los diarios? Pero todo es confuso; ignoramos lo que se está gestando al margen de nuestro conocimiento (1939, ago. 30).
Hay un agudo contraste entre esta actitud y la del insigne compañero de travesía de Ortega y Gasset. Me refiero a Vicente Rojo, a quien la prensa porteña favorable a la República ―en concreto, el diario Crítica― presenta como el héroe de las batallas de Extremadura y del Ebro.
Frente al mutismo del intelectual Ortega y Gasset, el general Rojo se mostró locuaz al pisar tierra. En la larga entrevista publicada el mismo día de su llegada ―Crítica era un diario vespertino―, anunció que había terminado de escribir un libro titulado Alerta a los pueblos. Como resalta el titular, Rojo dice haber llegado a la Argentina para «dar un cauce digno a mi vida»; el periodista interpreta que ello está relacionado con «dedicarse a las actividades compatibles con su preparación intelectual», lo cual lo corrobora el propio general cuando se refiere a «la obligación histórica de esclarecer las causas del fracaso de la República» (1939, ago. 29). Es decir, todo aquello a lo que Ortega y Gasset renunciaba, en ese mismo momento, a hacer.
Dos meses después, arribaba a Buenos Aires el Massilia. Desde hacía más de dos décadas, realizaba regularmente el trayecto desde La Rochelle, cerca de Burdeos, a Buenos Aires, con escalas en Lisboa, Vigo, Río de Janeiro y Montevideo. En esta ocasión, la travesía tuvo alguna diferencia. Desde el 3 de septiembre, cuatro días después de la llegada del Alcántara y dos semanas antes de la salida del Massilia, Francia estaba oficialmente en guerra con Alemania. El frente occidental tardaría todavía varios meses en establecerse, pero el bloqueo por mar de los alemanes había comenzado. De hecho, en esta ocasión, el barco no había hecho la escala habitual en España ni en Portugal, venía armado con dos cañones y con ametralladoras antiaéreas, y la tripulación dijo que había sido perseguida por un submarino alemán.
A bordo iban ciento cuarenta y siete republicanos y republicanas españoles que, oficialmente, estaban en tránsito hacia otros países americanos, pues no tenían permitida la residencia ni aun el desembarco en el país. Llegaron a Buenos Aires el 6 de noviembre, después de diecinueve jornadas de travesía. La prensa porteña resaltaba la condición de intelectuales de muchos de ellos e informaba que «se dirigen a Chile y deploran no poder permanecer en nuestro país, según nos manifestaron, pues cuentan aquí con amigos y hasta con parientes y abrigan, por lo demás, una gran simpatía hacia Argentina» (La Razón, 1939, nov. 5).
El periódico La Prensa reseñaba que muchos de los pasajeros procedían de
… los campos de concentración de Francia […]. La mayoría de ellos se dirigirá a Chile pasado mañana, en el tren internacional y otros lo harán a Bolivia y Paraguay, donde se radicarán en el curso de la semana. El público congregado en el puerto expresó su solidaridad a los intelectuales españoles, quienes, con excepción de muy pocos que desembarcaron para hospedarse con miembros de familia residentes en esta ciudad, todos los demás permanecen a bordo y se alojarán allí hasta tomar los trenes o vapores para el destino elegido (1939, nov. 6).
Las fotos publicadas en los periódicos incluso reproducen conversaciones en el puerto a través de los ojos de buey entre amigos y familiares residentes en la Argentina y pasajeros del barco. El Massilia se vació para el día 7 y planeaba una nueva expedición de vuelta a Francia. Sin embargo, según informó La Razón dos días después, fueron finalmente treinta y seis los «emigrados» entre los españoles que se quedaron en la Argentina, mientras los demás fueron en tren internacional, desde la Estación de Retiro, hacia Santiago. Ello se debió a la actuación del presidente de la República Roberto Ortiz, que, de forma excepcional, permitió la estancia de los españoles en el país, lo que generó el agradecimiento oficial de la Federación de Sociedades Democráticas Españolas a través de su presidente Augusto Barcia. Pese a ello, fueron muchos otros los que habrían querido quedarse en la Argentina, a decir del reportero:
Se registraron con motivo de la despedida de los emigrados a Chile en la estación Retiro del Ferrocarril Pacífico algunas escenas de honda emoción, ya que algunos de los que se marchaban tienen parientes en esta, y los mismos habían realizado gestiones que no prosperaron para que se quedaran en la República Argentina (La Razón 1939, nov. 8).
Aquellos treinta y seis intelectuales se afincaron en la capital federal y, de hecho, algunos pronto comenzaron a ser más o menos habituales en la prensa y los medios de comunicación. Quizá el que, contra su voluntad, más noticias atrajo fue Pedro Corominas, el político y jurista catalán, a causa de su fallecimiento unas pocas semanas después de llegar a la Argentina a bordo del Massilia.
Entre estos españoles, hay algunos intelectuales más o menos conocidos. Por ejemplo, la escritora Elena Fortún, que había publicado, en la editorial Aguilar, una popular serie de novelas infantiles protagonizada por Celia; Manuel Ángeles Ortiz, por entonces ya un reconocido pintor; el filósofo Wenceslao Roces; el escenógrafo y pintor Gori Muñoz; los periodistas Mariano Perla, Clemente Cimorra y Antonio Salgado; y Arturo Cuadrado, que se va a revelar como uno de los editores más importantes del exilio en la Argentina, junto con su amigo Luis Seoane, promotor de Emecé y fundador de Nova y de Botella al Mar.
El ciudadano argentino debió de acostumbrarse a estas noticias sobre las llegadas, que, desde luego, no cesaron aquí. En los meses siguientes, llegarían otros barcos con más exiliados, como el Campana, el Alsina o el Mendoza. También el Winnipeg, el barco fletado por mediación de Pablo Neruda rumbo a Chile, así como los barcos con destino México recibieron eco en una parte de la prensa argentina.
Estas historias de llegadas, pese a su parcialidad, revelan algunos de los rasgos esenciales que distinguen al exilio republicano de 1939 en la Argentina de otros exilios. Sabemos que la experiencia del exilio depende, en gran medida, de cada sujeto; de variables que tienen que ver con su psicología, con su militancia política, con su profesión, con su edad, con su origen social, con su género… Pero también dependen ―y mucho― del lugar al que los lleva su destierro.
En este sentido, la Argentina presenta particularidades muy marcadas que inciden en la fisionomía del exilio republicano en el país. Algunas de estas características han sido aludidas en las historias de la llegada del Alcántara y del Massilia que acabo de resumir; por ejemplo, las dificultades que se encontraban los exiliados para obtener permiso de residencia en la Argentina, el carácter marcadamente intelectual de una gran parte de ellos: el interés de la prensa y de la opinión pública argentina por lo que ocurría en España: la convivencia con expatriados españoles no explícitamente antifranquistas y también con medios marcadamente fascistas: el apoyo y la solidaridad popular; los estrechos y abundantes lazos familiares y de amistad con la colectividad española del país; etcétera. Explicaré brevemente algunas de estas singularidades del exilio en la Argentina, aquellas que me parecen más significativas.
En primer lugar, el Estado y, en particular, su presidente mantuvieron, durante los años 1938 a 1940, una política muy restrictiva hacia la acogida de refugiados europeos en el país. Esto plantea diferencias muy significativas con otros espacios de acogida en América, como México, Chile y República Dominicana. Si, en México, el presidente Lázaro Cárdenas había implantado políticas de incorporación de refugiados republicanos pese a las reticencias de una mayoría de los españoles residentes en el país, en la Argentina, el presidente Roberto Ortiz obstaculizó, con argumentos opuestos, esta llegada, la cual, cuando se produjo, fue mucho más minoritaria y, a menudo ―de nuevo, al revés que en México― gracias a la solidaridad de antiguos emigrantes.
En una entrevista de septiembre de 1939, recién iniciada la Guerra Mundial, el presidente Ortiz, en respuesta a la pregunta «¿[n]o cree usted que ha llegado el momento de que escojamos en Europa a la gente que más nos convenga a fin de aumentar nuestra población con miras al porvenir?» ―que es lo que estaba haciendo México―, respondía: «Esa ha sido siempre la política de la Nación, pero, desgraciadamente, no podemos contar ahora sino con el concurso de los que huyan o sean rechazados y que no son, naturalmente, los mejores elementos para alimentar a nuestra joven nacionalidad» (Crítica, 1939, sep. 4). Resulta llamativo el contraste entre el prestigio que muchos intelectuales exiliados tenían entre sus homólogos argentinos y la colectividad inmigrante, y el desprecio con que se refiere a ellos y a los demás desterrados de Europa el máximo representante del Estado.
De hecho, el gobierno argentino, a lo largo de 1940, fue inclinándose, cada vez más, hacia el franquismo y hacia los fascismos europeos, movimiento que los exiliados, impedidos de participar de los debates públicos sobre política argentina, apenas podían disimular. En España Republicana, que era el periódico del Centro Republicano Español, se reprodujo la noticia aparecida en el diario argentino de izquierdas La Vanguardia, que criticaba la amistad creciente entre Ortiz y Franco, sobre todo a raíz del nombramiento como ministro de Exteriores de Enrique Ruiz Guiñazú. El artículo de La Vanguardia criticaba el regalo que Ortiz había hecho a Franco, un apero gaucho —simbolizando la equivalencia de la masculina dignidad del gaucho y la del caballero español— que acompañaba una carta autógrafa del presidente argentino. El redactor de La Vanguardia terminaba con esta pregunta retórica:
En el momento en que la dictadura española muestra su saña feroz fusilando a los más preclaros republicanos y demócratas de su país; en el momento en que el bárbaro falangismo —émulo del nazismo y del fascismo— proclama su futuro imperio americano, el regalo del apero y la carta autógrafa suenan mal. ¿Qué dirá de ello la numerosa y laboriosa colectividad española que reside en la Argentina, y que es, en su inmensa mayoría, republicana, liberal y democrática? (1941, ene. 22).
A ello, el redactor de España Republicana apenas puede añadir una coda irónica: «Lo único que puede decir la colectividad española es que lamenta el episodio, por la auténtica herencia de lo español en la Argentina, por el gaucho y por el presidente Ortiz» (1941, ene. 25).
Las restricciones al ingreso en la Argentina de españoles republicanos, judíos europeos y antifascistas en general fueron radicales; las expresiones del presidente revelaban las instrucciones dadas a las legaciones diplomáticas: rechazar la entrada al país de cualquier refugiado político europeo, aunque ello implicara también cortar la entrada de mano de obra inmigrante en un momento de expansión económica.
Solo hubo una excepción durante el mandato de Ortiz. Si en entrevista a la que me refería antes, el presidente ―hijo de padre vizcaíno y madre navarra― trataba a los desterrados, como consecuencia de las guerras en Europa, como elementos potencialmente nocivos para la nación, un decreto de enero de 1940 establecía una excepción para permitir la entrada de inmigrantes vascos. La colectividad vasca, a través de su medio, Euzko Deya, interpretó la medida como una prueba de la superioridad de la raza vasca, la cual recibía en justicia un trato igualmente excepcional. El decreto no distinguía a los vascos entre inmigrantes y refugiados políticos, sino solo en tanto que vascos. Esto creó, en la colectividad, una conciencia de identidad basada en conceptos de raza y de nación, y no según la posición respecto del fascismo. Consecuentemente, según se lee claramente en los artículos de Euzko Deya, el «otro» sobre el que se construían su identidad como expatriados fue dejando de ser Franco para ser, cada vez más, España en general.
Por lo común ―y creo esto es otro rasgo distintivo del exilio argentino―, hubo una fuerte comunión entre exiliados e inmigrantes. Los republicanos tendieron a verse como una colectividad antifranquista en la que no se distinguían viejos residentes de la colonia española en Buenos Aires de los recién llegados.
El Centro Republicano Español existió en Buenos Aires desde 1924, y a él estaban afiliados una gran parte de los residentes en la capital federal. Muchos antiguos inmigrantes se asociaron o renovaron su carnet al estallar la Guerra. Es el caso, por ejemplo, de los gallegos Eduardo Blanco-Amor y Luis Seoane en 1937, socios números 1357 y 1358, respectivamente, o de Pedro García, el dueño fundador de El Ateneo, la librería más importante de la ciudad. Esto supone otra diferencia con otros exilios: las redes republicanas de todo tipo —cultural, asistencial, política— están creadas con anterioridad a la llegada de los exiliados, y estos, por tanto, no tienen que partir de cero.
De hecho, desde 1938-1939, se incorporan al Centro Republicano numerosos exiliados. Algunos, como Luis Jiménez de Asúa y Guillermo de Torre, ya habían sido miembros años atrás, en el caso de ambos, en 1931. La lista de miembros incluye nombres ilustres de las letras exiliadas como Alejandro Casona, Castelao, Ángel Ossorio, José Venegas, María Teresa León, Rafael Alberti, Ricardo Baeza, Rafael Dieste, Lorenzo Luzuriaga, Lorenzo Varela, Vicente Rojo, Elena Fortún…
Cuando estalla la Guerra, el Centro se revitaliza y, a través del PEAVA ―Patronato Español de Ayuda a las Víctimas Antifascistas―, comienza a desempeñar una intensa actividad para recaudar fondos de apoyo a la República, primero, y para asistir a los refugiados en Francia, después. Simultáneamente, el Ateneo Pi y Margall, dependiente del Centro, desarrolla una aguda programación de conferencias y actos culturales que sirven para cohesionar el republicanismo español en la Argentina, dar identidad política a la realidad del exilio y formalizar un discurso y un marco de diálogo.
Aparte del Centro Republicano, la existencia de colectividades regionales en Buenos Aires y en muchas otras ciudades de la Argentina, con un fuerte arraigo en la comunidad de inmigrantes españoles, fue otro factor que facilitó la integración de los exiliados. Se trataba de organizaciones en las que primaba la identidad cultural regional sobre las diferencias ideológicas. Esto cambió, al menos en parte, con el estallido de la Guerra. Así, por ejemplo, las elecciones del Centro Gallego, en noviembre de 1939, y del Centro Asturiano, en enero de 1941, se celebraron en un clima de fuerte tensión entre las respectivas candidaturas republicana y franquista. En ambos casos, vencieron las candidaturas republicanas A Celta y La Tierrina, respectivamente.
El hecho de que muchos intelectuales, a pesar de las dificultades que oponía el gobierno argentino, eligieran este país como destino de su exilio se debe, en parte, a las estrechas relaciones culturales entre los dos países, aunque no exentas de conflictos. Las redes intelectuales habían sido muy fuertes.
Desde 1914, funcionaba en Buenos Aires la Institución Cultural Española, que había patrocinado viajes y conferencias y cursos de intelectuales españoles. Sus estatutos originales establecían que el objetivo de la Institución consistía en «dar a conocer y difundir, en la República Argentina las investigaciones y estudios científicos y literarios que se realicen en España, en cuanto ellos constituyen una expresión del saber y la actividad mental española en todos los órdenes de la cultura» y, para ello, se preveía una cátedra que fuera desempeñada por «intelectuales españoles».
Además de las implicaciones ya expuestas, estas redes intelectuales previas hicieron que, junto con los intelectuales exiliados, se establecieran en Buenos Aires unos cuantos que habían mantenido una actitud equidistante, si bien más cercana a los sublevados: José Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala, Ramón Gómez de la Serna, Manuel García Morente, Alberto Insúa, María de Maeztu... Todos ellos recibieron un amparo coordinado, por una parte, por la embajada franquista y, por el otro, por el círculo de Francesc Cambó que, controló, desde 1940, la muy influyente Institución Cultural Española a través del nuevo presidente Rafael Vehils.
Esto creó un campo intelectual sumamente conflictivo en el que convivían, por una parte, los republicanos exiliados; por otra, la embajada española y sus medios; y, en tercer lugar, un grupo intelectual que difícilmente mantuvo una apariencia de independencia. Aunque existieron algunos puentes entre unos y otros, la hostilidad pública fue manifiesta. «Que vuelvan a España», se titulaba un artículo de El Correo de Asturias, cuyo redactor avisaba que
… andan por estas tierras y están en Francia una cantidad de intelectuales partidarios y amigos de los generales sublevados y de sus amos, que nadie sabe por qué no regresan a España, a trabajar en la reconstrucción del país que han contribuido a destruir. ¿Pueden decirnos qué hacen fuera de España Pérez de Ayala, Pío Baroja, Alberto Insúa, Gómez de la Serna, el traidor Marañón y otros serviles turibularios del franquismo? (1939, oct. 22).
Particularmente problemática resultó para el exilio republicano la figura de José Ortega y Gasset. El persistente mutismo del filósofo terminó convirtiéndolo en objeto de la crítica de los republicanos, incluso de aquellos que se habían considerado discípulos suyos y se habían formado como intelectuales bajo su magisterio, como Francisco Ayala o Guillermo de Torre. Su silencio es uno de los más expresivos de la crisis de la intelectualidad burguesa española como consecuencia de la Guerra española. Su desentendimiento de lo ocurrido en España y su renuncia a participar en la esfera pública para analizar, interpretar, denunciar lo que ocurre en su tiempo histórico son análogos a los de otros expatriados que están en la Argentina sin ser exiliados y que viven al margen de la Guerra, al margen de Franco, al margen de la colectividad, amparados en los espacios que se les brindan.
Sin embargo, aun callando sobre la actualidad del mundo, estos intelectuales siguen siendo los preferidos por ciertas élites intelectuales americanas, que les abren puertas de foros de prestigio, que, salvo excepciones como la de Ayala, están cerradas para la mayoría de los intelectuales del exilio. Las columnas de los periódicos La Nación o La Prensa; las conferencias de Los Amigos del Arte, la asociación que dirigen algunas personas de la alta sociedad argentina; o la misma Institución Cultural Española prescinden claramente de los republicanos para acoger a los restos de aquella intelectualidad supuestamente neutral que reside en la Argentina, como María de Maeztu, o que viene desde la Península para dictar sus conferencias: Eugenio D’Ors, Dámaso Alonso, Ramón Menéndez Pidal, Guillermo Díaz-Plaja, Carlos Jiménez Díaz…
Esto obligará a los republicanos a perseverar en sus propios circuitos: los ya mencionados Ateneo Pi y Magall, el PEAVA, los centros culturales de las colectividades regionales, las revistas España Republicana y, después, Correo Literario, Pensamiento Español, Cabalgata, De Mar a Mar y la prensa solidaria con ellos ―los diarios Crítica y El Sol― son medios de alcance mucho más reducido en el conjunto de la sociedad argentina y por los que deben transitar los exiliados antes de llegar a las cátedras y otros foros de mayor influencia.
A estas dificultades, hay que sumar las campañas desplegadas contra los exiliados en los medios de la embajada franquista en la Argentina, cuya propaganda era mucho más activa que en otros países, sobre todo, a través de publicaciones como El Diario Español y Acción Española. Esta actividad franquista en Buenos Aires desencadenó auténticas batallas por la legitimidad moral, política y, particularmente, intelectual, campo en el que los republicanos, vistos como modelo de intelectuales por la opinión pública argentina, llevaban una evidente ventaja.
Hay, no obstante, un espacio compartido por ambos grupos de expatriados y que constituye otra de las variables relevantes para dibujar el perfil del exilio republicano en la Argentina: la actividad editorial.
Hacer libros ―no solo escribirlos― se convirtió en un deber de todo intelectual exiliado; es, sin duda, uno de los medios indispensables para poder mantener viva la cultura derrotada de la que dependía su propia identidad. Casi en cada país en los que hubo presencia exiliada, hubo al menos una editorial promovida por exiliados; por supuesto, en países hispanohablantes, incluso en aquellos con una colectividad más reducida, pero también en países donde se hablaba otras lenguas: Francia, Reino Unido, Unión Soviética, los Estados Unidos... En ello convergían una salida profesional y un deber de perseverancia y difusión de las culturas políticas vencidas en la Guerra, en la cohesión republicana y en el arraigo en elementos simbólicos a través de todos los géneros.
Lo que distingue la actividad editorial del exilio en la Argentina de otros exilios es su alto nivel de profesionalización y su extensión. Hay que recordar que, desde 1937, la Argentina se convirtió, por casi tres lustros, en la principal potencia editorial en lengua española. Las industrias del libro habían alcanzado en la Argentina un notable desarrollo en la primera mitad de los años treinta. La crisis que la Guerra desencadenó supuso un crecimiento potencial, proceso en el que la participación de profesionales españoles fue central en muchos de los proyectos más reseñables.
También en las editoriales promovidas por exiliados, se percibe una diferencia respecto del exilio en otros países, singularmente México. En la Argentina, es difícil encontrar una editorial puramente considerada del exilio, por más que las tres principales casas editoriales fundadas en 1938, que protagonizan lo que se ha llamado la «Edad de Oro de la Edición Argentina», durante la década siguiente, están promovidas por españoles y hay una fuerte presencia de exiliados entre autores, directores, traductores, ilustradores, etcétera.
Entre estas editoriales, el caso de Losada es particularmente sintomático, pues su fundación se debe a una escisión de Espasa-Calpe Argentina, debida a la creciente fascistización a la que los propietarios, en la España franquista, sometían su política editorial. Los miembros del consejo, en zona franquista, desprovistos del control sobre la editorial en Madrid y deseosos de mantener la política editorial de la empresa dentro de los márgenes de la ortodoxia del naciente estado franquista, dirigieron la política editorial de su sucursal argentina. Ello provocó la salida del director, del gerente y del director de publicaciones de Espasa-Calpe Argentina, Gonzalo Losada, Julián Urgoiti y Guillermo de Torre, respectivamente. A raíz de ello, se publicaron, en la Argentina, numerosas obras de autores franquistas, cuyas tiradas estaban destinadas, en gran medida, a la España sublevada, sobre todo, en la colección principal de Espasa-Calpe Argentina, la Austral, que habían fundado Losada, Urgoiti y De Torre. Ello supuso, en cierta medida, una extensión de la censura franquista en tierras argentinas.
La fundación de la editorial Losada, con tales antecedentes, estuvo, pues, impregnada de matices políticos que no debían de escapar al argentino mínimamente enterado. El lector del diario Crítica, de hecho, podría leer la siguiente noticia que anunciaba el comienzo de la actividad editorial:
Hace algún tiempo comenzó a trascender en los ambientes literarios y editoriales ciertas alusiones a dificultades con que tropezaba una importante casa editorial española, no obstante haberse transformado en empresa argentina para continuar sus actividades debido a las cortapisas que pretendían imponerle algunos elementos extranjeros que nunca se han caracterizado precisamente por su amor a la cultura y a la libertad de pensamiento. Tal intervención, por improcedente, ha venido suscitando muy vivos comentarios de protesta en nuestros círculos intelectuales. Naturalmente las cosas no podían seguir así y los primeros en reaccionar contra ellas han sido ciertas personalidades de la empresa sojuzgada. Estas personalidades, recabando su plena libertad de acción y en la idea de servir los verdaderos intereses del lector argentino, han fundado por su cuenta una nueva empresa argentina, que lleva el nombre de Editorial Losada. Sociedad es esta que no está adscrita a ningún bando político, atenta a fomentar los verdaderos intereses de la cultura, sin limitaciones ni partidismos, aspira a desarrollar una obra de gran vastedad e importancia (1938, ago. 20).
Para afianzar este origen, fue fundamental la publicación de autores simbólicos del exilio como Federico García Lorca y Antonio Machado, de quien se publicaron unas Poesías completas casi a la vez que unas falsas Poesías completas de Espasa-Calpe Argentina pensadas para el público español y con el infame prólogo de Dionisio Ridruejo titulado «El poeta rescatado».
El catálogo de Losada, por lo demás, presenta una clara voluntad de aunar la cultura de la república española con la de las repúblicas americanas a través de colecciones con títulos tan significativos como Novelistas de España y América y Poetas de España y América, en las que se empareja la obra de los exiliados con la de los escritores de las repúblicas americanas.
Menos inequívoca es la asociación con el republicanismo de las otras dos grandes editoriales fundadas estos años en Buenos Aires. Sudamericana fue un proyecto que, aunque incorporó varios títulos muy importantes de escritores exiliados, estuvo promovido por Rafael Vehils, el hombre de Cambó al que me he referido antes, quien se asoció a Victoria Ocampo y trajo a un editor que había salido de la Barcelona republicana, el catalán Antonio López Llausás. Por su lado, Emecé, aunque contó con Arturo Cuadrado y Luis Seoane como directores de las más importantes colecciones y publicó a varios exiliados gallegos, era propiedad de terratenientes de la Patagonia de origen español, y pusieron a su frente a Álvaro de las Casas, un franquista filonazi. A ellos habría que sumar otros sellos: Poseidón, Pleamar, Oberón, Nuevo Romance… Estas editoriales están fundadas por exiliados y tratan de difundir la cultura del exilio en sus múltiples formas. Mucho más el Patronato Hispano-Argentino de Cultura, editorial dependiente del Centro Republicano Español. Lo cierto es que las empresas editoriales grandes son los espacios en los que se puede ver una mediación más clara entre los dos bloques de expatriados españoles, los republicanos y los franquistas.
Referencias Bibliográficas
[Sin firma] (1938, ago. 20). Comenzó a lanzar sus obras una importante editorial nueva. Crítica.
[Sin firma] (1939, ago. 29). Llegará hoy a esta capital el filósofo José Ortega y Gasset. La Prensa.
[Sin firma] (1939, ago. 29). Habla para Crítica el general Rojo, llegado hoy. Vengo a la Argentina a dar un cauce digno a mi vida, expresa el héroe del Ebro y Extremadura. Crítica.
[Sin firma] (1939, ago. 30). «Hablaré oportunamente; a eso he venido», declara O. y Gasset. La Razón.
[Sin firma] (1939, ago. 31). Unas palabras del maestro a El Diario Español. «Vengo exclusivamente en viaje de descanso, nos dice el profesor Ortega y Gasset». El Diario Español.
[Sin firma]. (1939, sep. 4). El doctor Ortiz fija la política de la Rep. Argentina ante el hecho consumado de la Guerra Mundial. Crítica.
[Sin firma] (1939, oct. 28). Que vuelvan a España. El Correo de Asturias.
[Sin firma] (1939, nov. 5). Sin inquietudes navegó el Massilia. Afirman algunos pasajeros que los persiguió un sumergible. La Razón.
[Sin firma] (1939, nov. 6). Después de una travesía en forma excepcional, llegó el Massilia. La Prensa.
[Sin firma] (1939, nov. 8). Quedaron muchos refugiados del Massilia en Buenos Aires. La Razón.
[Sin firma] (1940, feb. 29). La raza vasca. Un decreto que es un homenaje. Euzko Deya, 30.
[Sin firma] (1941, ene. 22). La Vanguardia.
[Sin firma] (1941, ene. 25). Del presidente Ortiz al dictador Franco. España Republicana, 560.