Historia
Cómo citar este artículo: Kreibohm, P. (2024). A 110 años del inicio de la Primera Guerra Mundial: un hito que marcó el fin del siglo XIX largo, y el inicio del siglo XX corto. Relaciones Internacionales, 33(67).
1. Introducción
Este año se han cumplido 110 años del inicio de la Primera Guerra Mundial; una contienda cuya importancia supera largamente al hecho en sí mismo, pues su significación y envergadura la sitúan como un hito relevante en la Historia de la Humanidad.
Para empezar, fue esta guerra la que provocó el colapso del primer Sistema Multipolar Global; un modelo de orden que había nacido con la Paz y Westfalia y que había regido al planeta por 266 años. Pero también, fue esta guerra la que arrastró al desastre a las sociedades más desarrolladas y ricas del planeta; la que cambió a Europa y a Occidente para siempre; la que expandió las relaciones internacionales, incorporando a nuevos actores que aspiraban a la hegemonía y la que generó innumerables consecuencias, tanto políticas, como sociales, económicas y culturales.
Todo esto ha sido determinante para que los historiadores le asignen una importancia superlativa, convirtiéndola en un límite dentro de una de las periodizaciones más interesantes de los últimos tiempos: la finalización del Siglo XIX largo y el inicio del Siglo XX corto. Desarrollemos brevemente esta idea. [1]
Todos sabemos que la Historia Humana constituye un proceso que ha evolucionado de manera continua e ininterrumpida a través del tiempo. Sin embargo, cuando se procede a su estudio, los historiadores señalan que, ese largo proceso, debe ser compartimentado mediante periodizaciones; en otras palabras, es necesario dividirlo en períodos (o etapas), los cuales se establecen en virtud de los caracteres y del dinamismo de los acontecimientos que se desarrollan en él. Para delimitarlos - es decir, para establecer su inicio y su finalización - se emplean fechas que, por su significación, son relevantes.[2]
En nuestro caso, ha sido el historiador Eric Hobsbawm quien - tomando una idea de su colega húngaro Ivan Berend - afirma que, desde el punto de vista histórico, el inicio del siglo XIX no puede establecerse en 1800, sino 11 años antes, en 1789, cuando se desencadenó la Revolución Francesa, pues este hecho marcó una transformación sustancial, que abrió las puertas del Mundo Contemporáneo. En cuanto a su finalización, sostiene que, tampoco puede registrarse en 1900, sino 14 años después, en 1914, con el estallido de la Primera Guerra Mundial. Así, este siglo XIX - históricamente hablando - tuvo 125 años y, por lo tanto, fue un siglo largo.
Siguiendo los mismos parámetros, dice el autor, el siglo XX empezó en 1914, pero terminó antes del tiempo cronológico, pues otro acontecimiento clave lo clausuró: la caída de la URSS en 1991; por lo cual fue bautizado como el siglo XX corto.
Analicemos a continuación, los antecedentes, las causas y las alternativas de este jalón histórico.
2. La Paz Armada: la crisis del Concierto Europeo
Todo comenzó a gestarse tiempo atrás, cuando las potencias rectoras empezaron a mirarse con desconfianza y surgieron los primeros roces y rivalidades. Probablemente fue la Guerra de Crimea (1853 – 1857) el primer episodio de este proceso, pues allí se desajustó el equilibrio y se sembraron los primeros resentimientos. Más adelante, en 1871, la unificación de Alemania y el incuestionable protagonismo que el nuevo Estado empezó a ejercer en la política del continente, fueron los factores que despertaron más temores e incertidumbres. Finalmente, es indudable que fue la salida de Otto von Bismarck de la cancillería alemana y el giro que el nuevo kaiser le dio a su política exterior, lo que encendió las alarmas y precipitó el inicio de la crisis.
Y entonces se inició la Paz Armada, una época en la que no se produjeron guerras, pero en la cual todos se preparaban para un eventual enfrentamiento. Como sugieren algunos autores, en estas circunstancias, confluyeron la cooperación y el conflicto; la diplomacia y el belicismo; la paz y la preparación para la guerra. De hecho, fue una etapa a la que se le podría aplicar el viejo proverbio romano, si vis pacem, para bellum; si quieres la paz, prepárate para la guerra.
Con respecto a sus características, podemos distinguir nítidamente tres: se incrementaron notablemente las tensiones y las desconfianzas entre las potencias; se puso en marcha la carrera armamentista y terminaron de conformarse los bloques que, finalmente, irían a la guerra. También en esta época, estallaron tres crisis (dos en Marruecos y una en Bosnia-Herzegovina) y dos guerras balcánicas que debilitaron profundamente el principio de equilibrio de poder, incrementando la fragilidad del sistema y agudizando su desgaste.
En este punto de los acontecimientos, y a pesar de las semejanzas que existían entre los miembros de la Pentarquía - que compartían una misma cosmovisión, tenían una forma similar de organización política y económica e incluso, estaban emparentados - los sentimientos nacionalistas tensaron aún más el clima ya enrarecido del continente. En efecto, de manera paulatina pero constante, estos sentimientos que fueron racionalizados por los gobiernos y transmitidos a sus poblaciones, predispusieron a los parlamentos y a la opinión pública en contra de sus vecinos. Como sostiene María Jesús Cava Mesa:
“Indudablemente, Europa se encaminaba por un itinerario irreversiblemente belicista. Hacia 1908, el gran sistema de seguridad europeo, creado por Bismarck, se había quebrado definitivamente y el equilibrio de poder se había convertido en algo tan precario que podía ser fulminado por cualquier incidente diplomático.”[3]
Sin embargo, no fue un incidente diplomático lo que hizo estallar la guerra; fue un atentado terrorista perpetrado en Sarajevo contra el heredero al trono austriaco, Francisco Fernando, y su esposa Sofía.
3. El terrorismo en Europa: el atentado de Sarajevo
Este atentado no fue, de ninguna manera, un hecho aislado y excepcional. Por el contrario, durante las últimas décadas del siglo XIX y la primera del XX, una serie de campañas terroristas asolaron a Rusia y a Europa e hicieron evidente que esta estrategia estaba adquiriendo una relevancia fundamental. Como sostiene Laqueur:
“En esos años, parecía que nadie estaba seguro frente a un ataque terrorista y esto hizo que el tema se convirtiera en la principal preocupación de los políticos, los policías, los periodistas y los escritores; desde Dostoievski, hasta Henry James.”[4]
De hecho, durante esta etapa, diversas organizaciones anarquistas, socialistas y nacionalistas, estructuraron cuidadosamente sus acciones para alcanzar cuatro objetivos básicos: dar a conocer su causa; inspirar la emulación; provocar la violencia represiva y generar el levantamiento de las masas. Concebían al terrorismo como una propaganda por los hechos y consideraban que su implementación era necesaria, legítima y eficaz pues, su virtud más importante, radicaba en su capacidad para instilar y generalizar el miedo entre sus enemigos. Así, consolidada por sociedades secretas y organizaciones políticas, la filosofía de la bomba fue divulgada a través de una serie de escritos y acciones que se expandieron por toda Europa e incluso, llegaron a Norteamérica.
Entre 1878 y 1906 Rusia y Europa se vieron sacudidas por diversas olas de terrorismo. En total, los autores calculan que el número de ataques superó los 220; entre ellos el que le costó la vida al zar Alejandro II, en 1881. También hubo campañas terroristas en el Imperio Otomano, principalmente protagonizadas por grupos armenios y macedonios. Poco después, los atentados asolaron Polonia, Italia y España; sin contar el caso de los grupos irlandeses que venían actuando desde tiempo atrás. En general, sus víctimas fueron monarcas, funcionarios y personalidades públicas de gran relevancia, entre ellos: el presidente francés, Sadi Carnot, (1894); el primer ministro español, Antonio Cánovas del Castillo (1897); la emperatriz Elizabeth de Austria (1898); el rey Umberto I de Italia (1900) y el rey Carlos de Portugal y su hijo (1908).
Finalmente, se produjo el asesinato de los herederos al trono austríaco. Este magnicidio fue ejecutado por Gavrilo Princep, un militante del grupo La Joven Bosnia, adherido a la organización La Mano Negra; un movimiento nacionalista que tenía conexiones con otros grupos paneslavos, fuertemente vinculados al gobierno de Belgrado. Fundada a comienzos del siglo XX, la Mano Negra aspiraba a reunir a todos los serbios en un único Estado; por lo tanto, el dominio de Austria sobre Bosnia configuraba un obstáculo importante para sus planes. En función de esto, la organización - que ya había llevado a cabo más de una decena de atentados en la región - decidió acabar con la vida de los herederos al trono. Las consecuencias de este crimen fueron gravísimas, pues los reclamos de Austria a Serbia dispararon el mecanismo de las alianzas. Un mes después del atentado, estallaba la Primera Guerra Mundial; un hecho que cambió la Historia para siempre.
Y una última observación; este atentado marcó un punto de inflexión en el itinerario histórico del terrorismo, pues demostró que sus actos, no solo eran funestos en sí mismos, sino que también tenían la capacidad de iniciar conflictos de mayor envergadura.
4. La Gran Guerra
Días después del hecho, Austria reaccionó acusando a los servicios secretos serbios de haber participado en el atentado y consideró que esa era una buena oportunidad para dar a Serbia un castigo ejemplar, eliminándola como foco de agitación en los Balcanes.
En Alemania, la información procedente de Viena preocupó al emperador, quien temía, sobre todo, la intervención de Rusia en el conflicto. El canciller Bethmann Hollweg no era partidario de una guerra, pero sabía que la mayoría de los gobiernos consideraba que ésta sería inevitable debido a la presión que ejercían las amenazas de cada uno de los bloques. En esta coyuntura, el gobierno alemán sugirió moderación, pero si Austria decidía ir a la guerra, la apoyaría; el káiser no estaba dispuesto a debilitar su alianza con Viena, pues ésta era su garantía frente a Rusia y a Francia, sus auténticos adversarios.
El 5 de julio, Guillermo II ratificó su apoyo a Austria, incluso para el caso de que su actitud contra Serbia diera lugar a otras reacciones. Este compromiso dejó la decisión en manos de Austria, lo cual resultó imprudente pues, al riesgo de provocar la intervención de Rusia, se sumó también el de involucrar a Francia y, eventualmente, a Inglaterra. El gobierno ruso, por su parte, recomendó a Serbia no proporcionar más pretextos para irritar a Austria, pero advirtió que estaba decidido a impedir que el país eslavo fuese invadido.
En cuanto a Francia, si bien no deseaba la guerra, estaba decidida a involucrarse si se desataba. De hecho, el presidente Poincaré - de visita oficial en Rusia a mediados de julio - animó a la firmeza y ratificó su compromiso, pues tampoco estaba dispuesto a poner en riesgo una alianza que había sacado a su país del aislamiento. En cuanto a Inglaterra, se encontraba inmersa en sus problemas internos - especialmente el del independentismo irlandés - no obstante, manifestó que, en caso de un conflicto general, participaría activamente a fin de evitar la derrota francesa y la eventual preponderancia de una Alemania victoriosa.
El 23 de julio, Austria-Hungría dio un ultimátum a Serbia exigiendo satisfacciones por el atentado, la persecución de los movimientos extremistas y una investigación con participación austríaca. Serbia respondió con la aceptación de las exigencias, salvo algunas reservas en aspectos menores. En principio, esto pareció reconducir el contencioso por la vía pacífica, lo que causó un impacto favorable en las cancillerías europeas; el propio Guillermo II comentó que con esta respuesta desaparecía el motivo de guerra. Sin embargo, Austria no estaba dispuesta a dar marcha atrás y el día 28 de julio, le declaró la guerra a Serbia.
Esta fue la señal para las movilizaciones de tropas: el día 30, el zar decretó el desplazamiento general; el 31 lo hizo Austria-Hungría. Ese día Alemania, ya decidida a entrar en guerra, puso en marcha el Plan Schlieffen; proclamó el estado de alerta, envió a Rusia un ultimátum para que se desmovilizara y otro a Francia para que se declarara neutral. El 1 de agosto, Rusia y Francia declararon la guerra; el día 3, Alemania le declaró la guerra a Francia e invadió Bélgica, que se había opuesto a dejar paso libre por su territorio. Pero entonces, invocando la violación de la neutralidad belga, Inglaterra le declaró la guerra Alemania.[5] En los días siguientes se completaron las declaraciones de guerra: Serbia a Alemania, Austria-Hungría a Rusia y Francia e Inglaterra a Austria-Hungría. En septiembre, Francia, Rusia y Gran Bretaña se comprometieron a no firmar la paz por separado.
5. La evolución de la contienda: sus etapas
La primera fase: 1914 – 1916:
En esta primera parte, se dieron las batallas más mortíferas y cada bando buscó consolidar su posición territorial y estratégica. En 1915, Italia abandonó la Triple Alianza y se pasó del lado de la Entente en virtud del acuerdo que firmó con Gran Bretaña (Pacto de Londres) por el cual se le prometían una serie de territorios al final de la guerra. Además, en estos años, se inició el desgaste moral de los combatientes y, aunque cada Estado buscó la forma de llegar a un armisticio, éste no se logró.
Como hemos mencionado, el ejército alemán, había seguido el plan Schlieffen a fin de embestir a los franceses y derrotarlos con facilidad. Según este plan, la ofensiva occidental debía ser rápida y contundente a fin de trasladar parte de sus fuerzas al este, para derrotar a los rusos. Pero dos graves errores de cálculo malograron la estrategia germana: en primer lugar, la suposición de que los británicos no intervendrían ante la violación de la neutralidad belga. En segundo término, la idea de que los rusos demorarían al menos sesenta días en atacar el frente oriental.
Las batallas fueron sangrientas. Cinco divisiones británicas ayudaron a los franceses a triunfar en el Marne (5 al 9 de septiembre de 1914), lo que forzó el retroceso de Alemania. El segundo desacierto obligó al alto mando alemán a retirar dos cuerpos de ejército del sector occidental para hacer frente a los rusos que, imprevistamente, atacaron de acuerdo con las estipulaciones estratégicas concertadas con los franceses en 1913.
En el este, la campaña de castigo contra Serbia terminó en un desastre para el ejército austro-húngaro, seguido por su derrota a manos de los rusos. Sólo la ayuda de los alemanes pudo contenerlos en las batallas de Tannenberg y de los Lagos Masurianos. Sin embargo, y a pesar del continuo drenaje de tropas desde el oeste, tampoco lograron batir al imperio ruso que, paradójicamente, era objetivamente débil.[6] En efecto, incapaz de proveer las necesidades bélicas de sus ejércitos, el zar competía con la principal ventaja que poseía: la superioridad de efectivos humanos. Sin embargo, luego de la espectacular ofensiva alemana, en mayo de 1916, Rusia se hundió en medio de sus tensiones internas.[7]
En el oeste, y hasta 1918, las tentativas de ambos bandos por conseguir una ruptura del frente fueron infructuosas. Ganancias de pocos kilómetros a un precio aterrador de vidas humanas, fue el resultado de la ofensiva alemana en Verdún, donde perecieron 420 mil soldados entre febrero y julio de 1916. Por su parte, en la batalla del Somme, el embate anglo francés - entre julio y noviembre de ese año – dio por resultado la escalofriante cifra de 1.200.000 víctimas. Ante la ineficacia de los golpes frontales, las dos dirigencias decidieron ensayar el ataque a los flancos, es decir, al sector más vulnerable del adversario.
Hacia el oriente, la expedición franco-británica en los Dardanelos (febrero-diciembre de 1915) contra los turcos - que en octubre de 1914 se habían asociado a las potencias centrales - terminó en un estrepitoso fracaso. Un resultado igualmente adverso, tuvieron los proyectos británicos por tomar el petróleo de la Mesopotamia.
La segunda etapa: 1916 – 1917
En este periodo, los ejércitos se estancaron en la guerra de trincheras que potenció el agotamiento de las tropas. De hecho, durante esta fase, los escasos encuentros, se decidieron en profundas zanjas protegidas por alambres y artillería que se transformaron en la tumba de millares de combatientes. En el caso de los alemanes, después de fracasar en su intento por llegar al mar, la ofensiva se detuvo y las líneas del frente occidental se estabilizaron.
En 1917 se produjeron cambios significativos. En febrero, la revolución menchevique había destronado a los zares de Rusia; ocho meses más tarde, los bolcheviques tomaron el poder y decidieron salir de la guerra y firmar la paz. La posibilidad de Alemania de asestar un golpe definitivo a las potencias occidentales, utilizando las divisiones comprometidas hasta entonces en el este, alimentaron las esperanzas de los círculos militares del Reich. Así, una serie de ofensivas - en la primavera de 1918 - parecieron colmar esas aspiraciones. Sin embargo, el rápido contraataque empujó a los alemanes al repliegue general.
En abril, EEUU declaró la guerra a Alemania, acusándola de haber hundido uno de sus barcos: el Lusitania. Consciente del límite de su capacidad ofensiva, Alemania había decidido renovar la guerra submarina irrestricta, abandonada el año anterior, para superar el bloqueo naval impuesto por la flota británica. Este fue un paso peligroso, pues el principal proveedor de la Entente era Estados Unidos. Menospreciando la capacidad militar norteamericana y persuadidos de poder concluir el conflicto antes de su efectiva intervención, los alemanes desoyeron las amenazas de Washington.
Esta situación produjo un verdadero viraje en la contienda pues, más allá de la capacidad de sus soldados, la intervención norteamericana iba a ser crucial para determinar el resultado de la guerra. En efecto, tanto por su potencial económico, armamentístico y logístico, como por el hecho de que la contienda no afectaba su territorio, su participación produjo un giro de 180 grados en el desarrollo de la contienda. Además, en esta etapa, la Entente, había logrado atraer a su campo a Japón, interesado en apoderarse de las colonias alemanas en el Pacífico; a Rumania (junio de 1915), tentada por la victoria rusa de 1916; a Grecia (junio del mismo año), a China y a otros Estados menores.
Dadas las circunstancias, el gobierno alemán empezó a sufrir una serie de tensiones internas e importantes problemas económicos que no parecían poder solucionarse en el corto plazo si la guerra no se ganaba. Los generales, que buscaban desde hacía más de un año convencer al Káiser de entablar negociaciones con la Entente, estaban cada vez más preocupados y así, paulatinamente, se inició el descalabro. De hecho, el alto mando alemán admitía la gravedad de la situación y reclamaba la firma de un armisticio. Pero las condiciones del presidente Woodrow Wilson - deseoso de destruir el militarismo prusiano - establecían también la destitución de la monarquía Hohenzollern, lo cual desató el conflicto interno.
Finalmente, en medio de los levantamientos y los motines a comienzos de noviembre, con sus ejércitos todavía en los territorios enemigos, sin haber sido invadida y con su potencial industrial casi intacto, Alemania fue incapaz de reconocer y elaborar reflexivamente su derrota en el frente de batalla; algo que tendría perniciosas consecuencias hacia el futuro.
6. El final de la guerra
Durante dos meses y medio, el estado mayor alemán había lanzado ofensivas, logrando romper el frente aliado, pero sin conseguir dar un vuelco a la situación. El ataque definitivo estaba previsto en el frente flamenco contra los ingleses, pero Ludendorff necesitaba más hombres y disponía de apenas un mes y medio antes de que llegaran los americanos. Esto provocó discrepancias internas entre quienes estaban convencidos de que la victoria ya no era posible y pretendían la paz aprovechando su ventajosa posición militar, y los que todavía creían en la victoria (Hindemburg y Ludendorff). El Káiser, que se inclinaba por esta posición, destituyó al ministro de relaciones exteriores.
El fracaso de una nueva ofensiva de los alemanes en Champagne (julio) permitió al ejército francés pasar al contraataque, obligándolos a una amplia retirada que les hizo perder toda esperanza de victoria. En esa época, comenzaron a llegar las tropas norteamericanas y se desencadenó la ofensiva.
El imperio austro-húngaro estaba militarmente acabado y en proceso de disolución interna. Las tropas de las nacionalidades que lo conformaban no veían sentido a participar en la defensa de un Estado del que pretendían separarse, y la concesión de autonomías que ofrecía el emperador Carlos, llegaba tarde. Los checos, los yugoslavos, los rumanos de Transilvania y los magiares estaban iniciando sus respectivos procesos independentistas. Se produjo entonces el éxito italiano de Vittorio-Véneto ante un ejército austríaco en completo desorden. Así, en plena descomposición, el emperador Carlos firmó el armisticio el 3 de noviembre. El ejército se disolvió y Viena tuvo que autorizar a los aliados a atravesar su territorio para llegar a Alemania. Mientras tanto, se proclamaba la República de Checoslovaquia, se constituía un consejo Nacional Yugoslavo, Hungría se separaba de Viena y Carlos I se retiró, certificando así la disolución del Imperio.
Alemania solo pudo resistir unos meses más. Ludendorff y Hindemburg, convencidos ya de la derrota, solicitaron el armisticio. Sin embargo, Wilson exigió condiciones durísimas: el presidente sólo admitía negociar con representantes del pueblo alemán y no con los que hasta entonces lo habían dirigido. Además, pedían que la rendición fuera incondicional y que, después de ella, se llevase a cabo una transformación completa de las instituciones políticas. Esto reavivó las disensiones internas; pero Guillermo II no cedió. Así, se produjeron diversos motines en la marina (Kiel), huelgas y revueltas en los centros industriales y se constituyeron consejos de obreros y de soldados al modo de los soviets. Finalmente, el Káiser abdicó y huyó a Holanda, mientras que, en Berlín, se proclamaba la república. El 11 de noviembre en Rethondes, el nuevo gobierno alemán firmaba el armisticio y finalizaba la guerra.
Ese día se iniciaba el siglo XX corto.
Notas
Notas de autor
Información adicional
Cómo citar este artículo: Kreibohm, P. (2024). A 110 años del inicio de la Primera Guerra Mundial: un hito que marcó el fin del siglo XIX largo, y el inicio del siglo XX corto. Relaciones Internacionales, 33(67).