Reflexiones

Futuro incierto: regresar al medioevo o crear algo nuevo

Javier L. Surasky *
Universidad Nacional de La Plata, Argentina

Relaciones Internacionales

Universidad Nacional de La Plata, Argentina

ISSN: 1515-3371

ISSN-e: 2314-2766

Periodicidad: Semestral

vol. 33, núm. 67, 2024

revista@iri.edu.ar



Cómo citar este artículo: Surasky, J. L. (2024). Futuro incierto: regresar al medioevo o crear algo nuevo. Relaciones Internacionales, 33(67).

1. Introducción

El punto de partida de estas reflexiones está dado por un conjunto de elementos que deben ser tomados como afirmaciones generales y se entrecruzan en la política internacional actual.

  1. 1. La democracia ha sido falseada, convertida desde una forma de orden social a un mero elemento formal en el marco de una política que se empobrece.
  2. 2. Los líderes mundiales actuales no tienen la inteligencia ni la visión política necesarias para enfrentar los desafíos de nuestros tiempos.
  3. 3. El empobrecimiento de la política se ha montado sobre herramientas de comunicación y tecnológicas que limitan la capacidad de las personas de mantenerse enfocadas sobre un tema, lo que a la vez genera que el pasado se disuelva extremadamente rápido.
  4. 4. Las nuevas formas de comunicación interpersonal han arraigado burbujas de opiniones sin interconexiones entre sí, reforzando la sensación de cada persona de estar en lo cierto y tener el acompañamiento de la mayoría, quebrando las bases para un diálogo entre iguales donde se valoren las opiniones del otro y el disenso sea un resultado válido.
  5. 5. El no reconocimiento de quienes piensan diferentes lleva a la identificación del “otro” como un potencial agresor, un peligro, y justifica su destrucción o exclusión.
  6. 6. Sin diálogo ni reconocimiento de los otros no puede haber un sistema multilateral efectivo, no importa cuán buena o mala sea su gobernanza.
  7. 7. Frente a problemas complejos (wicked problems), imposibles de resolver a nivel Estatal porque su naturaleza es transfronteriza o global, y sin importar cuán urgente pueda ser solucionarlos o los posibles efectos por no hacerlo, el fracaso permanente del multilateralismo se convierte en una justificación de su inutilidad, ofreciendo una cortina difícil de correr que esconde a sus verdaderos responsables: los líderes de gobierno en un mundo organizado con los Estados como su unidad fundamental.
  8. 8. Regrese al punto uno para reiniciar el ciclo.

Esos elementos generales impactan sobre el campo completo de las relaciones internacionales y ayudan a comprender, por ejemplo, la ineficacia de la respuesta a la pandemia de COVID-19, al cambio climático, a los avances en la regulación de las tecnologías digitales que aseguren sus oportunidades mientras mitigan sus riesgos y los graves quiebres de la paz y la seguridad internacionales, entre otros temas claves.

Dada la magnitud y alcance de los efectos que se generan, vamos a centrar nuestra atención en el Desarrollo Sostenible, un campo transversal de trabajo que nos permite ver cómo funciona la interacción entre esas premisas en la práctica, con intención de contribuir a una comprensión de la actualidad de las relaciones internacionales basada en hechos y evidencia, y no en meras opiniones tomadas de cajones ideológicos excesivamente estrechos por líderes intelectualmente cortos de vista.

Nuestra hipótesis básica es que vivimos una era que puede catalogarse como “nueva edad media”, una suerte de medioevo industrializado, hipercomunicado, con armas nucleares e inteligencia artificial.

2. La nueva edad media

El período medieval se extendió desde la caída del imperio romano hasta los inicios del renacimiento en el siglo XIV o XV, dependiendo del hecho que se escoja como hito de demarcación y que, en cualquier caso, debe ser inscripto como parte de un proceso más extenso de transformación desde el medioevo hacia el renacimiento (Le Goff, 2003 y 2017).

Entre las principales características de ese período histórico podemos identificar aquellas que, reconvertidas, encontramos en la sociedad internacional actual: el feudalismo como estructura de orden, el eurocentrismo, el rol central de la iglesia, las Cruzadas, los efectos de la plaga de la peste negra y la innovación tecnológica (Tracy, 2022; Tuchman, 2014; Cameron, 2012).

3. El nuevo feudalismo

El rígido orden feudal reaparece en la actualidad creando nuevas formas de vasallaje. Un número limitado de Estados superpoderosos domina la escena internacional ejerciendo su supremacía, y a su lado aparecen grandes empresas trasnacionales con una capacidad de movilización de recursos que las ubican como actores claves en la definición de procesos de toma de decisión internacionales en los que imponen sus propios intereses.

Esta nueva máscara de la organización del poder en jerarquías y esquemas de dominación rígidos es resultado del avance del orden capitalista, y ya era planteada por Charles Bettelheim (1972) en sus comentarios a la obra de Arghiri Emmanuel, “Intercambio desigual”.

La tendencia del modo de producción capitalista a extenderse a escala mundial se manifiesta no sólo mediante la constitución de un grupo de economías nacionales que forman una estructura compleja y jerárquica, con un polo imperialista y otro dominado, y no sólo mediante las relaciones antagónicas que se desarrollan entre las diferentes “economías nacionales” y los diferentes Estados, sino también mediante la constante “superación” de los “límites nacionales” por el gran capital (la formación del “gran capital internacional”, “empresas mundiales”, etc.).

En la misma dirección, Galtung (1971) identificaba a la “relación de interacción vertical” como el mecanismo que crea desigualdad dentro del capitalismo, y a la “estructura de interacción feudal” como el factor que la mantiene y protege.

Es el caso de que vemos hoy para Estados Unidos, China, las grandes empresas petroleras mundiales, y cada vez más de las empresas que lideran las redes sociales y el desarrollo de la Inteligencia Artificial a partir de sus capacidades de generar y procesar datos, el “nuevo petróleo” del Siglo XXI.

Tomemos un ejemplo reciente: tal como afirma la ONGGlobal Witness (2024), “las cinco principales petroleras occidentales, Shell, BP, TotalEnergies, ExxonMobil y Chevron, han enviado lobistas a negociaciones de la COP [29, en Bakú]. Entre todas, estas compañías han producido suficiente petróleo y gas desde el Acuerdo de París como para causar 3,7 millones de muertes por aumento de la temperatura”. Obviamente, la Conferencia de Partes de Bakú terminó sin resultados en el área de prohibición del uso de energías fósiles.

Los nuevos señores feudales organizan estructuras globales de poder mediante competencias y alianzas entre ellos, organizando seguidores y premiándolos con ventajas cuando se alinean a sus dictados. Una relación de vasallaje que podemos ver en la política exterior de Argentina actual y su alineamiento acrítico, y feroz, con los intereses de los Estados Unidos, incluso sobreactuado por el gobierno del país del Sur en foros internacionales y lleno de contradicciones, como veremos más adelante.

4. El eurocentrismo transmutado en exclusión del diferente

Para resumirlo rápidamente, durante la Edad Media solo era relevante lo que ocurría en Europa. Otras geografías jugaban roles irrelevantes, salvo por cuanto podían servir a los intereses de la jerarquía europea de reyes, señores feudales e iglesia. De hecho, algunos autores ubican el fin de la edad media en la conquista de América y el inicio de la concepción del mundo en su integridad, que todavía demorará varios siglos en cristalizar. Europa era sujeto de la historia, mientras que por fuera de él solo había objetos de la historia.

Hoy, el principio de un centro con agencia y unos otros diferentes a ese centro se ha potenciado. Las personas objeto pueden vivir lado a lado con los sujetos, pero carecerán de agencia y solo podrán servir en tanto beneficien los objetivos de los sujetos. Esto ocurre hoy con las personas sumidas en pobreza extrema, los inmigrantes, las minorías religiosas y étnicas que conviven con los sujetos que habitan los centros del poder mundial, hoy desperdigados en pocos puntos alrededor del mundo, pero con acciones propias de escala global.

El problema ha sido planteado en sus formas actuales a través del extenso desarrollo de los conceptos de “otredad” y “colonialidad”.

La “otredad” o “alteridad” refiere al reconocimiento y conceptualización del "otro" como aquél que es diferente del “yo” que lo caracteriza y de sus pares, el “nosotros” tornado en excluyente. Se trata de un concepto clave para la filosofía, la antropología, los estudios culturales y la teoría postcolonial al referir a los procesos por los cuales los individuos (y grupos) construyen su identidad.

Para Emmanuel Lévinas (2002), la “otredad” no es el otro como objeto del conocimiento, sino como aquello que irrumpe desde afuera de mi mundo para descentrarlo. Más cerca en el tiempo Edward Said (1990) mostró cómo Occidente construyó su visión estereotipada y exotizada de Oriente para justificar el colonialismo, Julia Kristeva (1984) exploró la figura del extranjero como encarnación del "otro", Judith Butler mostró cómo la otredad es constitutiva de la subjetividad mediante mecanismos de exclusión y Zygmunt Bauman señala que la otredad puede ser parte de la identidad del “otro” produciendo subjetividades modernas conflictuadas.

Tomando este último punto como nexo, la teoría decolonial refiere a la colonialidad del ser como uno de sus pilares. Se trata del “exceso ontológico que ocurre cuando seres particulares se imponen sobre otros y, además, encara críticamente la efectividad de los discursos con los cuales el otro responde a la supresión como un resultado del encuentro” (Escobar, 2012, p.78).

Como resultado, el fenómeno de exclusión que implicaba el eurocentrismo se mantiene y se profundiza, haciéndose parte crítica del ejercicio del poder en las relaciones internacionales de hoy:

El ejercicio del poder asegura la dominación de la palabra: solo los amos pueden hablar. En cuanto a los súbditos, están destinados al silencio del respeto, de la veneración o del terror. Palabra y poder mantienen relaciones tales que el deseo de uno se realiza por la conquista del otro […] Toda toma del poder es asimismo una adquisición de la palabra (Clastrés, 2008, p.131).

Tal como lo explicaba Zea (1953, p.99)

El hombre que se encuentra en esta América, el indígena, no habla, carece de una voz que pueda ser comprendida. Su voz, cuando la tiene, pasa a través de la parcial interpretación que hace de ella el europeo, a través de categorías de comprensión que no son ya las propias. Las historias y relaciones. que sobre la vida y costumbres de este hombre se escriben, van cubriendo su auténtica realidad en vez de explicarla.

5. Del rol central de la iglesia a las teorías conspirativas

Si bien el poder de la Iglesia católica en la Edad Media y las teorías conspirativas contemporáneas representan dos fenómenos muy diferentes de influencia social, ambos reflejan mecanismos de control y persuasión basados en creencias con efectos directos sobre mecánicas de poder, influencia social y control epistémico que se desarrollan en las relaciones internacionales. Así como la iglesia tuvo peso específico en la legitimación de reyes en el Medioevo dando respaldo popular su designación, las teorías conspirativas movilizan grupos alrededor de narrativas compartidas de miedo y desconfianza que pueden acabar en acciones como los disturbios que tuvieron lugar en el Capitolio el 6 de enero de 2021, tras las elecciones en las que Biden derrotó a Trump.

Aunque el poder de la iglesia era ejercido desde arriba hacia abajo y el de las teorías conspirativas se ejerce en sentido inverso, aunque ya no es difícil hallar teorías conspirativas impulsadas desde las más altas autoridades nacionales como Trump y su “robo de votos” o Milei y su ataque a la Agenda 2030 como plan del socialismo internacional, ambos mecanismos operan sobre el principio de la fe por sobre la evidencia empírica. Ninguno de ellos necesita demostrar la verdad de sus afirmaciones, sino plantear dudas, ciertamente infundadas, sobre hechos reales.

Así como la Iglesia utilizó los sacramentos y el dogma para imponer la ortodoxia, las teorías conspirativas hoy se valen de cámaras de eco algorítmicas para difundir sus mensajes. Ambos sistemas crean "grupos internos" y "grupos externos" de refuerzo del discurso y la identidad de sus miembros, y desde esa posición se consideran con derecho a desafiar la ciencia y cualquier autoridad, incluso el estado de derecho, para defender sus creencias definidas como verdades absolutas. En palabras de Hannah Arendt, “la propaganda totalitaria prospera gracias al desprecio por los hechos” (Los orígenes del totalitarismo, 1951), una crítica que se aplica al relativismo epistémico de las teorías conspirativas.

Es oportuno recordar aquí a Hannah Arendt (1951, p.254) y su afirmación de que “la propaganda de los movimientos totalitarios que precede y acompaña a los regímenes totalitarios es invariablemente tan franca como mendaz y los futuros dirigentes totalitarios comienzan usualmente sus carreras jactándose de sus delitos pasados y perfilando sus delitos futuros”, completada por su explicación de que las necesidades de propaganda son “dictadas por el mundo exterior y que los mismos movimientos no hacen realmente propaganda, sino que adoctrinan. A la inversa, el adoctrinamiento, emparejado inevitablemente con el terror, aumenta con la fuerza de los movimientos o el aislamiento de los Gobiernos totalitarios y su seguridad ante la intervención exterior” (1951, p.281).

6. Las Cruzadas

El uso de la fuerza armada siempre ha sido parte de las relaciones internacionales, al punto que la construcción del multilateralismo puede ser narrada desde una perspectiva asociada a los esfuerzos por limitarla, controlar su ejercicio y promover la paz internacional.

En la Edad Media, la Cruzadas, iniciadas por el papa Urbano II con el fin de recuperar Tierra Santa del dominio musulmán, se extendieron por casi dos siglos (1096-1291) y representaron el epítome de la guerra religiosa. En nuestro tiempo, ideologías seculares como las que venimos describiendo sustituyen a la religión como justificación del uso de la fuerza: el lugar del deber santo ha sido reemplazado por la “obligación” de defender la democracia, defender los derechos humanos o luchar contra el terrorismo, lo que no ha acabado con la justificación religiosa que se ha convertido en la motivación principal esgrimida por grupos extremistas. A ello se suma la función de la otredad antes descripta: el “nosotros” contra “los otros” que estaba detrás de las Cruzadas sigue siendo invocado.

En otra perspectiva, y en un marco precapitalista, las Cruzadas tenían objetivos económicos subyacentes: controlar rutas comerciales esenciales para Europa. En los conflictos contemporáneos el control de recursos como el petróleo o diamantes juegan roles esenciales pero preteridos en la propaganda oficial.

7. Los efectos de la plaga de la peste negra

La Peste Negra (1347-1351) y la pandemia de COVID-19 (2019-2023) ocurrieron en contextos históricos muy diferentes, pero comparten puntos en común en cuanto a su impacto social, respuestas de salud pública y consecuencias.

Ambas pandemias crearon miedo generalizado debido a la incertidumbre que generaron. Si bien la Peste Negra mató entre 25 y 30 millones de personas en Europa, aproximadamente un tercio de su población, y la de COVID-19 aproximadamente 7 millones de muertes en todo el mundo, ambas produjeron la búsqueda de chivos expiatorios y una histeria colectiva: se culpó por la peste negra a grupos como los judíos o las poblaciones marginadas. De manera similar, la COVID-19 provocó un aumento de la xenofobia, especialmente dirigida a los asiáticos orientales (Departamento de Comunicaciones Globales de las Naciones Unidas, 2020; Bursztyn et al, 2022). Las Naciones Unidas (2020, p.2) señalaron cómo la pandemia se montaba sobre la otredad y las teorías conspirativas para construir odio hacia ciertos grupos:

La pandemia ha dado lugar a una nueva ola de discursos de odio y discriminación. El ‘discurso de odio relacionado con la COVID-19’ abarca una amplia gama de expresiones despectivas contra determinadas personas y grupos que han surgido o se han exacerbado como resultado del brote de la nueva enfermedad por coronavirus, desde la búsqueda de chivos expiatorios, los estereotipos, la estigmatización y el uso de un lenguaje despectivo, misógino, racista, xenófobo, islamófobo o antisemita. Estrechamente vinculada a esto está la difusión de “desinformación” o “información errónea” relacionada con la COVID-19.

Así como el virus se extendió a escala global de manera rápida por el progreso en las tecnologías del transporte, las nuevas tecnologías de la comunicación y las redes sociales fueron una autopista para fomentar la desinformación y el odio.

Ambas pandemias desencadenaron trastornos económicos: mientras la peste negra provocó escasez de mano de obra, lo que aumentó los salarios y perturbó las economías feudales, la de COVID-19 produjo interrupciones en las cadenas de suministro globales, picos de desempleo y contracción económica. Los resultados de la primera facilitaron el empoderar a los trabajadores ahora escasos y el inicio de transformaciones profundas en el mercado de trabajo. La pandemia de COVID-19 también modificó ese campo acelerando transformaciones digitales y promoviendo el trabajo remoto.

Ambas pandemias fueron enfrentadas estableciendo cuarentenas, término que se origina en los encierros urbanos de 40 días de duración en tiempos de la peste negra, y en ambas pandemias éstas estuvieron acompañadas de una visualización social de las desigualdades sociales en el acceso a la atención médica y protección. Los ricos en el período medieval a menudo huían a fincas rurales alejadas y amplias, mientras que durante la COVID-19, las naciones más ricas tuvieron acceso más rápido a vacunas, equipos y tratamientos.

Finalmente, mientras la peste negra socavó la autoridad de la Iglesia por un incremento del cuestionamiento a la justicia divina, la COVID-19 produjo descontento social con las respuestas estatales y de las instituciones internacionales.

8. La innovación tecnológica

A pesar de que el Medioevo suele ser considerado como un tiempo de oscurantismo, durante ese período se produjeron importantes avances científicos entre los que podemos destacar:

Nada de ello se compara con los desarrollos tecnológicos de hoy, ni en la capacidad de las tecnologías ni en la velocidad a la que se producen. Sin embargo, las nuevas tecnologías, como las digitales, tienen usos duales, por lo que son tan útiles para construir como para destruir. Mientras en la Edad Media el Papa Inocencio II, en el Concilio de Letrán (Decreto 29), prohibía el uso de la ballesta para matar a “cristianos y católicos”, hoy el Papa Francisco, y cientos de científicos y expertos, denuncian los peligros de los sistemas de armas autónomas.

La ballesta (y el arco largo) eran armas con nueva capacidad destructiva, pero sobre todo era un arma de uso fácil lo que permitía que sea utilizada por personas de escasa formación: las clases bajas y los campesinos (López Domínguez, 2019). Hoy los drones, en sus formas más básicas, hacen “más económico” y accesible producir armas caseras con alta capacidad destructiva cuyo uso requiere de entrenamiento muy limitado.

9. ¿Puede el futuro estar en el pasado?

Frente a lo que acabamos de decir, cada vez se nos hace más fuerte la visión de que nuestro futuro se encuentra detrás nuestro, en tiempos que han estado lejos de ser mejores.

Sin embargo, esta realidad, como todas, puede ser transformada. Contamos con tres palancas claves para hacerlo, y ninguna de ellas estaba presente en los tiempos medievales: el multilateralismo, el impulso del desarrollo y los derechos humanos.

Respecto del primero, recuperar los valores expresados en la Carta de las Naciones Unidas sería una primera barrera para cambiar el rumbo y proyectar un futuro diferente. Pero no es suficiente con abrazar esos principios, es necesario además dotar a la ONU de las herramientas que requiere para actuar de forma más eficaz, alineada a la realidad del tiempo en que vivimos y a la altura de los desafíos que nos plantea.

La reciente Cumbre del Futuro fue un paso en la dirección correcta. En 2020, en el marco de la pandemia de Covid-19, se conmemoró el 75 aniversario de la creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). El 21 de septiembre de ese año la Asamblea general adoptó su resolución 75/1, “Declaración sobre la conmemoración del 75º aniversario de las Naciones Unidas”, donde los Estados miembros solicitaron al Secretario General la presentación de un informe “recomendaciones para promover nuestra agenda común y responder a los desafíos actuales y futuros”. En respuesta, Antonio Guterres presentó el informe “Nuestra Agenda Común”, en septiembre de 2021, donde incluyó propuestas de reformas al multilateralismo y llamó a realizar un Cumbre para su adopción por los Estados, la “Cumbre del Futuro”, que, reunida en 2024, adoptó una serie de compromisos de acción recogidos en tres documentos:

Se trata de tres documentos no vinculantes fuertemente orientados a crear una visión más positiva del futuro y adoptar compromisos para fortalecer al multilateralismo. Aunque las acciones que allí se comprometen no sean vinculantes, nos brindan un primer resultado global en materia de incluir las necesidades de las generaciones futuras en la toma de decisiones internacionales actuales, se sientan las bases para avanzar en una gobernanza global de las tecnologías digitales, se “quita el polvo” que hundía al debate sobre la reforma del Consejo de Seguridad y se le vuelve a dar un lugar crítico y urgente, y por encima de todo ello se lanzan nuevos procesos que podrán conducirnos hacia un futuro más prometedor.

Considerar que el Pacto del Futuro es una agresión a las soberanías nacionales, un dictado de alguna élite internacional oculta o cualquier otra teoría similar no solo es un disparate, sino una abierta declaración contra la idea que las Naciones Unidas representan: que un mundo mejor, más justo y solidario, respetuosos de las personas y en paz es posible.

El segundo elemento es la promoción del desarrollo sostenible expresado como acuerdo global en la Agenda 2030 adoptada por las Naciones Unidas en 2015, por consenso y como resultado del proceso de negociaciones más abierto y democrático que ha visto la ONU en su historia. La Agenda 2030 incluye 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible que buscan crear una respuesta holística a los más graves y urgentes desafíos de nuestro tiempo, entre ellos la pobreza extrema, la mejora en la calidad de la educación, el acceso universal a servicios de salud básica, el cuidado ambiental, la asequibilidad del acceso a energía, el cese de las inequidades y la discriminación, el fortalecimiento de la paz y el estado de derecho.

El tercer elemento son los derechos humanos, su promoción, protección y garantía. Los derechos humanos son el principal límite que separa a la humanidad de sus peores abismos y la muestra más importante de reconocimiento del valor humano presente en todas las personas, en cualquier lugar, en cualquier momento.

Estar en contra del multilateralismo, la Agenda 2030 y los derechos humanos es la forma más violenta de trabajar por la consolidación de un regreso a tiempos medievales en épocas de tecnologías digitales e inteligencia artificial. Y esto nos lleva a una rápida aproximación a las posiciones de la Argentina en el escenario internacional, ya que este país se ha convertido en la punta de lanza del retroceso hacia tiempos a los que no queremos regresar.

10. La Argentina: liderar el retroceso como paradigma

Analizando el rol que desempeña hoy la Argentina podemos definirla como campeón de los esfuerzos por el retorno a la Edad Media. Diferentes razones basadas en su actuación internacional nos llevan a realizar esa afirmación:

Desde el discurso, la Argentina hoy repite formas de vasallaje mediante un alineamiento acrítico con los Estados Unidos, aunque en la práctica esto no sea un obstáculo para mostrar sus posiciones extremistas cuando lo considera necesario.

Veamos sus votaciones durante las últimas semanas en la Asamblea General de las Naciones Unidas, influidas por el triunfo de Trump en las elecciones del 5 de noviembre.

Esas posiciones están en línea con el combate frontal contra lo que Milei considera “socialismo”, su forma extrema de representar el apego a la otredad, y que le ha valido aliados como Trump, Bolsonaro o Bukele. Una muestra clara de ello se vio en la última reunión del encuentro internacional “Viva 24” organizado por el partido Vox de España, donde el primer mandatario argentino tomó el estrado justo antes del cierre aun cuando allí se encontraban figuras como Marine Le Pen, Giorgia Meloni y Viktor Orban.

El paroxismo de su posición llegó cuando, en su discurso, dijo “El socialismo conduce a la pobreza y a la muerte, el que diga otra cosa es un ignorante o un mentiroso (…) no podemos dejarnos correr un milímetro por los zurdos, ni aun cuando parezca que tienen razón, porque nunca la tienen” (Milei, 2024a).

Esa posición está acompañada de una autoapropiación de ser la “verdadera defensa de los valores de Occidente”, una visión mesiánica que lo ha llevado a atacar a líderes europeos por sus políticas sociales, incomodándolos. La mejor demostración de esto fue su discurso ante el Foro de Davos a poco de haber asumido su cargo, donde explicó que “Los neo-marxistas han sabido cooptar el sentido común de Occidente”. En su interpretación, la búsqueda de la justicia social, un valor occidental afirmado aun cuando pueda discutirse su contenido, es una de la grandes claudicaciones económico-axiológicas de occidente.

A pesar de considerar los valores occidentales como superiores y de sus contradicciones sobre el rol de China en el mundo, país al que considera “socialista” y con el cual había afirmado en campaña electoral que no establecería ninguna negociación, Milei recientemente mantuvo un encuentro bilateral con Xi Jinping en el marco de la reunión del G20 de noviembre (Presidencia de la Nación, 2024), y controla sus impulsos cuando se trata de negociar préstamos y swaps (Canal La Política Online, 2023).

Esa visión se completa con la de un marco regional infestado por el socialismo. Milei ha dedicado un capítulo especial a los presidentes de ciertos países de América Latina y el Caribe. Afirmó en una entrevista televisiva que los peores presidentes de la región son Chávez al frente de la “dictadura en Venezuela”; a Gustavo Petro lo calificó de “asesino terrorista” y se refirió a “lo que se tiene en Nicaragua y Cuba”, calificando a sus presidentes como “despreciables”. Al expresidente, entonces en ejercicio del poder, López Obrador la calificó de “ignorante” (El Peluca Milei, 2024). Un capítulo especial tiene como su protagonista a Lula, a quien Milei descalifica incluso en términos personales llamándolo “corrupto”, “zurdito con el ego inflamado” (Fontevecchia, 2024). En julio de 2023, como precandidato a la presidencia, Milei había dicho en una reunión organizada en Chile por la Fundación para el Progreso que esperaba “ustedes (los chilenos) tengan la dicha y la altura como para poder sacarse también a este empobrecedor de Boric” (Televisión13, 2023).

A partir de lo expresado, nadie debería sorprenderse por lo recientemente ocurrido en el marco de la reunión del 54º período de sesiones de la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA). Resumiendo los hechos, el embajador de Estados Unidos en la Organización, Frank Mora, explicó: “Una gran mayoría de las resoluciones han llegado aquí a Paraguay cerradas, negociadas. Y al final, antes de viajar, Argentina presenta todos estos cambios en cuanto a género y derechos humanos”, y pidió al país no hacer de la adopción de los documentos “un show”. Pero el espectáculo ya estaba en marcha (Página/12, 2024).

El resultado fue el esperado: la posición de Argentina quedó aislada, en soledad, y el país perdió apoyos tradicionales en la región. La factura llegará seguramente durante los debates que tendrán lugar en la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre temas caros al país, como su reclamo sobre Malvinas.

La “capitana” de la actuación argentina ante la OEA fue Úrsula Basset, conocida abogada ultraconservadora que ya se había expresado en favor de la adopción de fetos, se opuso a la ley de aborto seguro y gratuito, al matrimonio igualitario, al divorcio y al uso del lenguaje inclusivo. Basset ocupa un lugar destacado, aunque poco claro, en la gestión de la Cancillería Argentina y es quien, desde hace un tiempo y con apoyo de Karina Milei, hermana del presidente y jefa de Gabinete, y el ministro de Economía, Luis Caputo, se encarga de las instrucciones a los diplomáticos argentinos en el exterior.

El alfil de Basset en la puesta en escena en la OEA fue Sonia Cavallo, hija del exministro Domingo Cavallo, y el resultado de la actuación argentina fue patético: la Declaración de Asunción, titulada “Integración y seguridad para el desarrollo sostenible de la región”, fue aprobada sin cambios, reconociendo el valor de la Agenda 2030, acuerdos para defender los derechos humanos, eliminar todas las formas de discriminación, enfrentar el cambio climático. Su párrafo nueve expresa el compromiso de los gobiernos de “respetar, proteger y promover los derechos humanos (…) y eliminar toda forma de discriminación y violencia en contra de las mujeres y las niñas, y grupos en situación de vulnerabilidad, generando las condiciones para alcanzar sociedades igualitarias, justas y prósperas”, la temida justicia social.

Los impactos de la posición argentina se dejaron ver pronto, no solo en el malestar diplomático por el fondo y las formas de su accionar, sino al momento de las acciones:

Sin embargo, nada muestra mejor el ímpetu del actual gobierno argentino por liderar el camino hacia la Edad Media que su desprecio por los derechos humanos, la negación del cambio climático, su ataque abierto contra la Agenda 2030 y contra el Pacto del Futuro.

Mezcla de su rechazo a cualquier forma de lo que entiende por regulación común que interfiere con el mercado y su definición de la justicia social como “una idea verdaderamente aberrante” (Libertad digital, 2024), ha llevado a Milei a querer reabrir el pasado como un tiempo mejor donde no había derechos humanos, a negar posiciones científicamente respaldadas y a dar por científicas posiciones que no lo son.

Ya en 2019 había negado que la educación fuese un derecho (Chequeado, 2023a) bajo la justificación de que “no es gratis”, idea que expresa repetidamente en términos generales cuando ataca la “máxima socialista” de que donde hay una necesidad nace un derecho afirmando que las necesidades son infinitas y los derechos tienen costos que deben cubrirse con recursos finitos, lo que reafirma que el actual presidente tiene dificultades en la abstracción conceptual (o al menos los tiene cuando quiere).

Milei niega el impacto antropogénico sobre el cambio climático, y en ocasiones al cambio climático mismo al que ve como un invento de “los socialistas” quienes “sostienen que los seres humanos dañamos el planeta y que debe ser protegido a toda costa, incluso llegando a abogar por mecanismos de control poblacional o en la agenda sangrienta del aborto”. El disparate había llegado a su máxima expresión, pero no había novedad en ello: en una entrevista que le realizaron cuando era precandidato a diputado nacional por la Ciudad de Buenos Aires, en 2019, Milei sostuvo que el calentamiento global es otra de las mentiras del socialismo: “Hace 10 o 15 años se discutía que el planeta se iba a congelar. Ahora discuten que se calienta, aquellos que conozcan cómo se hacen esas simulaciones van a ver que las funciones están sobresaturadas en determinados parámetros a propósito para generar miedo” (Chequeado, 2023b).

No puede parecer extraño, con esos antecedentes, que Milei muestre una repulsión visceral hacia la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible. Ya durante su campaña, sostuvo que “Nosotros no vamos a adherir a la Agenda 2030. Nosotros no adherimos al marxismo cultural, no adherimos a la decadencia” (Swissinfo, 2023) y más tarde, ya en ejercicio del cargo, explicó en su cuenta de X que viajaba al Foro de Davos con el objetivo de “plantar las ideas de la libertad en un foro que está contaminado con la agenda socialista 2030 que solo traerá miseria al mundo” (Oficina del Presidente, 2024).

El rechazo a la Agenda 2030 llegó a su punto más alto cuando se reunió, en marzo de 2024, el Foro de los Países de América Latina y el Caribe sobre el Desarrollo Sostenible, principal escenario regional de trabajo sobre esa agenda global. Argentina, en ejercicio de la presidencia de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) debía presidir esa reunión, pero 24 horas antes de su inicio envió una carta anunciando que no participaría del encuentro. Tras los tres días de debates en que se desarrolló ese Foro, Jorge Faurie, embajador de Argentina en Chile, se presentó a la sesión de clausura para decir que Argentina aceptaba su declaración política allí adoptada para no estorbar el consenso, pero que no la compartía en su integridad y asumía la facultad de revisar su contenido. Un gesto diplomático, cuando menos, lamentable.

Profundizando esa línea, y apartándose nuevamente de la posición de los países a los que Milei apunta con su personalísima e inquietante brújula de la justicia, este afirmó en su discurso ante la Asamblea General del 24 de septiembre pasado que

La Argentina no acompañará ninguna política que implique la restricción de las libertades individuales, del comercio, ni la violación de los derechos naturales de los individuos, no importa quién la promueva ni cuánto consenso tenga esa institución. Por esta razón, queremos expresar – oficialmente - nuestro disenso sobre el Pacto del Futuro, firmado el día domingo, e invitamos a todas las naciones del mundo libre a que nos acompañen (Milei, 2024).

Nuevamente, se trata de una posición que solo siguen, y de manera menos directa, países como Irán y Venezuela. Ya señalamos la particular aproximación a la libertad de esta presidencia argentina.

Para cerrar, la política de derechos humanos de la Argentina se encuentra bajo la lupa internacional. Volker Türk, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, afirmó en su discurso de apertura de la 56ª sesión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU que “En Argentina, las recientes medidas propuestas y adoptadas amenazan con socavar la protección de los derechos humanos” (2024). Poco después, en noviembre, el país fue citado a dar respuestas ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre sus políticas de (des)protección de las personas vulnerables, las mujeres, las minorías sexuales; el desmantelamiento de políticas sociales y el ataque a las políticas de memoria, verdad y justicia (El Diario, 2024; Tiempo Argentino, 2024).

11. Conclusiones

El mundo se encuentra ante una disyuntiva fundamental al tener qué decidir, y actuar en consecuencia, qué clase de futuro deseamos crear.

Las opciones están sobre la mesa y son, básicamente, dos: un futuro que actualice algunos de los peores momentos de nuestra historia, o un futuro incierto, nuevo, orientado por un multilateralismo más fuerte, un esfuerzo mayor por el desarrollo sostenible y pleno respeto por los derechos humanos.

Si bien la respuesta parece evidente, la práctica internacional y las acciones de algunos gobiernos, del cual el argentino es la mayor expresión, muestran que no lo es: hay quienes siguen apostando fuertemente por un futuro de exclusión, para pocos e insostenible. Si se me permite el juego de palabras, estos últimos persiguen un futuro regresivo que, por tal, no tiene futuro.

Este es nuestro momento internacional en la historia, y tanto nosotros como las generaciones que nos sigan deberán lidiar con las respuestas que sepamos construir, porque lo único cierto del futuro hacia el que nos movemos es su incertidumbre.

12. Bibliografía

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Notas de autor

* Dr. en Relaciones Internacionales, Secretario Académico del Doctorado en Relaciones Internacionales y Coordinador del Departamento de Cooperación Internacional (Instituto de Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de La Plata).

Información adicional

Cómo citar este artículo: Surasky, J. L. (2024). Futuro incierto: regresar al medioevo o crear algo nuevo. Relaciones Internacionales, 33(67).

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