Estudios

Afganistán y los desafíos a la hegemonía estadounidense a finales del siglo XX y principios del XXI

Afghanistan and the challenges to U.S. hegemony at the end of the 20th and beginning of the 21st centuries

Sidnei J. Munhoz *
Universidade Federal de Santa Catarina, Brasil

Relaciones Internacionales

Universidad Nacional de La Plata, Argentina

ISSN: 1515-3371

ISSN-e: 2314-2766

Periodicidad: Semestral

vol. 33, núm. 67, 2024

revista@iri.edu.ar

Recepción: 18 agosto 2024

Aprobación: 27 septiembre 2024

Publicación: 10 octubre 2024



DOI: https://doi.org/10.24215/23142766e193

Como citar este artículo: Munhoz, S. (2024). Afganistán y los desafíos a la hegemonía estadounidense a finales del siglo XX y principios del XXI. Relaciones Internacionales, 33(67), 193. https://doi.org/10.24215/23142766e193

Resumen: En este artículo busco disertar sobre los desafíos a la hegemonía estadounidense planteados por el involucramiento del país en Afganistán. Esto se llevará a cabo a través de una revisión de la bibliografía que aborda las relaciones de Afganistán con la URSS y con los EE. UU. durante la Guerra Fría y de cómo las acciones de los EE. UU. para desestabilizar la influencia de su rival en la región tuvieron profundos impactos en la geopolítica global. Adicionalmente, documentos oficiales del Departamento de Estado de EE. UU. y de otros organismos oficiales serán escrutados en el análisis del tema propuesto. En especial, se analizará cómo la desestabilización de la región por fuerzas paramilitares entrenadas y apoyadas por los EE. UU., posteriormente reverberaron en la emergencia de organizaciones políticas que se volvieron contra los EE. UU. Estos conflictos adquirieron prominencia, en especial, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. Como consecuencia de lo ocurrido, los EE. UU. decidieron invadir Afganistán, lo que resultó en guerras continuas sin posibilidad de solución. Es evidente que el costo social y humano derivado de la desestabilización de Afganistán, como resultado de la estrategia adoptada para enfrentar al gran rival estadounidense durante la Guerra Fría, fue y seguirá siendo colosal.

Palabras clave: Estados Unidos, Unión Soviética, Afganistán, Guerra Fría, Posguerra Fría.

Abstract: In this article, I aim to discuss the challenges to U.S. hegemony posed by the country's involvement in Afghanistan. This will be accomplished through a review of the literature addressing Afghanistan's relationships with the U.S.S.R. and with the U.S. during the Cold War, and how U.S. actions to destabilize its rival's influence in the region have had a profound impact on global geopolitics. Additionally, official documents from the U.S. Department of State and other governmental bodies will be scrutinized in the analysis of the proposed topic. In particular, the analysis will focus on how the destabilization of the region by paramilitary forces trained and supported by the U.S. subsequently reverberated in the emergence of political organizations that turned against the U.S. These conflicts gained prominence, especially following the September 11 attacks in 2001. As a consequence of these events, the U.S. decided to invade Afghanistan, resulting in ongoing wars with no possibility of resolution. It is evident that the social and human costs resulting from the destabilization of Afghanistan, as a direct outcome of the strategy adopted to confront the U.S. rival during the Cold War, were and will continue to be colossal.

Keywords: United States, Soviet Union, Afghanistan, Cold War, Post-Cold War.

1. Introducción

Este texto es el resultado de diferentes proyectos desarrollados en los últimos años e incorpora los resultados de estas investigaciones. Las líneas generales de la política exterior de Estados Unidos fueran marcadas, durante los últimos casi 130 años, más por la continuidad que por la ruptura. En general, las diferencias se notan más cuando analizamos los problemas internos. En este campo, es posible distinguir más claramente entre proyectos republicanos y demócratas. Los republicanos, en general, defienden el pago de menos impuestos, principalmente por los más ricos, con el argumento de que los altos impuestos desalientan la actividad económica e incluso la creación de empleo. Añaden que cargar progresivamente a los más ricos es moralmente incorrecto, ya que sería discriminatorio. Por último, los republicanos defienden la reducción del papel del Estado en la economía, la rebaja de los beneficios sociales y, en teoría, un menor proteccionismo. Los demócratas abogan por un (no mucho) mayor papel del Estado en la regulación de la economía, evitan la reducción drástica de impuestos y apoyan políticas sociales más amplias. Ambos son proteccionistas, pues Estados Unidos practica la diplomacia de negocios, pero los demócratas son más proteccionistas, resultado de la influencia de las bases laborales, en defensa de la creación de empleo y mejores salarios. Pero hay pocas diferencias relevantes en términos de la Gran Política. Así, es plausible conjeturar que demócratas y republicanos actúan como si fuesen facciones de un mismo partido.

De este perfil se derivan las dificultades para efectuar cambios cardinales, tanto en la política interna como exterior estadounidense. Así, hay más continuidades que rupturas, por tomar los ejemplos del último medio siglo entre las administraciones de Richard Nixon / Gerald Ford y Jimmy Carter, Carter y Ronald Reagan, George Bush y Bill Clinton, Clinton y George W. Bush, Bush y Barack Obama. Sin embargo, es posible observar que la adminis-tración de George W. Bush y, más aún, Donald Trump representaron, en términos generales, puntos un poco fuera de la curva en esta trayectoria.

Para William Appleman Williams (1988), desde la última década del siglo XIX, Estados Unidos ha adoptado el imperialismo económico como eje de su política exterior. Según esta perspectiva, presionado por la crisis interna derivada de su desarrollo económico e incapaz de consumir internamente su excedente de producción, el país utilizó el peso de su economía y su creciente fuerza militar para abrir mercados externos (Política de Puertas Abiertas). Esta política condujo, según el autor, a la “Tragedia de la diplomacia estadounidense”, título del libro con el que Williams inauguró la historiografía revisionista sobre la Guerra Fría. Según Williams, esto provocó la subversión de los ideales presentes en la fundación de la república para después, al final de la Segunda Guerra Mundial, provocar el comienzo de la Guerra Fría (Williams, 1988).

Desde finales de la década de 1960, una nueva crisis agudizada por los efectos nocivos de la participación del país en la guerra de Indochina golpeó a Estados Unidos. En ese contexto, el mercado interno estadounidense se vio inundado de productos industriales japoneses. Al mismo tiempo, Japón estaba desplazando el liderazgo comercial de Estados Unidos en Asia. Como resultado, el país comenzó a presentar déficits en su balanza comercial y altas tasas de inflación. Esta situación, sumada a la creciente presión contra la guerra influida por el aumento de soldados muertos en combate, llevó al Congreso a reducir el presupuesto de defensa. En esa coyuntura, Richard Nixon y su principal estratega, Henry Kissinger, vieron la salida de la guerra como esencial para el equilibrio presupuestario y para contener a la oposición, pero, para eso, creían vital un acuerdo con la Unión Soviética (URSS).

En febrero de 1972, Nixon visitó China, exploró su rivalidad con la URSS y trató de neutralizarla con una mayor integración con el Occidente. Entonces, firmó un tratado de amistad y empezaron las negociaciones que abrieron el mercado chino a Estados Unidos. Unos meses después, China fue admitida en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), mientras que Taiwán fue excluida. En mayo de 1972, Nixon viajó a Moscú y negoció un Tratado de Limitación de Armas Estratégicas (SALT I) y firmó acuerdos de cooperación comercial y técnico-científica.

A lo largo de la Guerra Fría surgió la necesidad de definir una relación estable entre las potencias dominantes, para que fuese posible establecer límites a los conflictos emergentes y crear canales de negociación. Esto resultó en la Détente, una fase marcada por la relajación de las tensiones internacionales. Hubo diferentes détentes (Munhoz y Rollo, 2015), ya que en los años sesenta y setenta, Francia, Alemania Occidental y otros países europeos buscaron superar los conflictos y llegar a acuerdos con la URSS y con los países de Europa del Este (McComick, 1995, Munhoz y Rollo, 2015). En gran medida, la distensión soviético-estadounidense surgió de la necesidad de responder a este nuevo contexto, pero el crecimiento de los conflictos en el llamado Tercer Mundo incrementó la oposición a la distensión tanto en Estados Unidos como en la URSS.

Los problemas de Estados Unidos relacionados con Oriente Medio y Asia Central llevaron el gobierno de Jimmy Carter (1977-1981) a diseñar un plan de acción para esa región, que se conoció como la Doctrina Carter. El 23 de enero de 1980, en un discurso ante la sesión conjunta del Congreso, Carter aseveró la importancia del Golfo Pérsico para los intereses globales de Estados Unidos y afirmó que debería ser defendido incluso mediante la acción militar (United States of America, 1980). Carter enfatizó así la relevancia del Medio Oriente y Asia Central en la política exterior de Estados Unidos. La adopción de este nuevo enfoque se asoció con dos factores distintos. Por un lado, los políticos estadounidenses defendían la elaboración de una política que lograse manejar la crisis del petróleo iniciada en 1973. Por otro, la Revolución Iraní de 1979 instituyó un régimen hostil a los intereses y a la cultura estadounidenses.

El comienzo del gobierno de Carter se caracterizó por desacuerdos entre el secretario de Estado, Cyrus Vance, y el asesor de seguridad nacional, Zbigniew Brzezinski, en relación con la política externa. El primero era apuntado como perteneciente al campo de las “palomas” y el segundo al de los “halcones”. Acusado de debilidad por la oposición republicana y los demócratas conservadores, Carter adoptó una política exterior más agresiva, diferente del inicio de su gobierno, cuando Vance logró el pacto de reducción de armas nucleares con la URSS, fue central en el Tratado con Panamá y en la negociación entre los países árabes e Israel.

Acosado por las presiones internas derivadas de los problemas en Irán y Centroamérica, Carter, temeroso por su reelección, eligió el camino recomendado por Brzezinski, que resultó en la salida de Vance del gobierno (McCauley , 1977). Desde mi punto de vista, muchos de los problemas relacionados con los conflictos en los que Estados Unidos se involucró después de la Guerra Fría son resultado de la Doctrina Carter, particularmente de las estrategias planeadas por Brzezinski.

Respecto a la política dirigida a la URSS y China, cabe destacar que, en 1979, el vicepresidente Walter Mondale viajó a Beijing y firmó un acuerdo de cooperación comercial, que definía a China como nación favorecida, lo que incrementó el comercio entre los dos países (United States of America, 1977). Mondale firmó también un acuerdo secreto que permitió a Estados Unidos instalar sistemas de escucha electrónicos en Xinjiang, cerca de la frontera con la URSS (Kalb y Kalb, 2011). Mediante otro acuerdo, Estados Unidos envió equipos militares a China. Según McCauley, al darse cuenta del acercamiento entre Estados Unidos y China, los soviéticos se alarmaron y acordaron firmar el acuerdo SALT II, incluso sin la reducción de armas nucleares en Europa, como habían exigido anteriormente (McCauley,1999, p.57). Este cambio en la estrategia para con Oriente Medio y Asia Central no fue solo el resultado de la Revolución Iraní y de la ocupación del Afganistán por la URSS, ya que las autoridades del Departamento de Estado abogaban por la necesidad de una política más coherente para la región.

2. La caja de Pandora de Afganistán

Las relaciones entre Afganistán y la URSS están vinculadas a los inicios de la independencia del primero y los orígenes del régimen bolchevique. En 1921, durante el período de entreguerras, Afganistán declaró su independencia del Imperio Británico, después de la Tercera Guerra Anglo-afgana, iniciada bajo el mando del Emir Habibullah Khan (Collins, 2011, p.18).

Afganistán limitaba con el territorio del antiguo Imperio Ruso, ahora bajo el mando de un gobierno revolucionario comunista dirigido por Vladimir I. Lenin. En ese contexto, Amanullah Khan concluyó que podría ganar más estabilidad si conciliase con el gobierno de Lenin. Como resultado, el país fue el primero en reconocer oficialmente el régimen bolchevique (Vizentini, 2002, p. 64).

Así fue que la Rusia revolucionaria y Afganistán resolvieron problemas fronterizos de larga data y, en 1921, firmaron un tratado de amistad. Estas relaciones beneficiaron a los dos regímenes, que se encontraban en una situación de fragilidad. En 1924, los dos países firmaron un acuerdo de cooperación militar, a través del cual la URSS ayudó al gobierno afgano a sofocar una rebelión empezada por la oposición en protesta contra las reformas modernizadoras iniciadas por el régimen. En ese contexto, los soviéticos incluso bombardearon a los rebeldes con aviones y, posteriormente, establecieron líneas de comunicación entre Kabul y Moscú a través del teléfono y el telégrafo. En 1926 se negoció un tratado de neutralidad y no agresión que, durante la Segunda Guerra Mundial, fue utilizado por el régimen de Joseph Stalin para exigir la expulsión de los nacionales alemanes de territorio afgano (Borer, 1988, p.30-31). Estas relaciones con el régimen soviético nunca fueron fáciles, estuvieron marcadas por divergencias y decepciones, pero propiciaron el establecimiento de relaciones que buscaban preservar sus intereses en el convulso contexto del proceso de consolidación de ambos regímenes. Sin embargo, el gobierno de Amanullah Khan no sobrevivió a las convulsiones internas derivadas de sus proyectos de modernización que se percibían como una amenaza a los valores religiosos y tribales y al papel de las élites. Finalmente, en 1929, ante un levantamiento encabezado por Abibullah (conocido como Bacha-ye Saqao), Amanullah renunció al trono y se refugió en Kandahar (Saikal, 2004, p. 66-92).

Después de la Segunda Guerra Mundial, la influencia soviética en Afganistán creció a través de inversiones en proyectos de modernización del país. El país vivió momentos de inestabilidad, crisis políticas, golpes de Estado, pero a pesar de ello, la asociación con la URSS perseveró. En diferentes momentos, los gobernantes afganos solicitaron la ayuda de Estados Unidos para su modernización, pero Washington priorizó, en su geopolítica regional, las relaciones con Irán y Pakistán (que tenía conflictos con Afganistán). Cabe destacar que entre las décadas de 1950 y 1970, tanto Zhair Shah como su primo y sucesor vía un golpe de Estado, Muhammad Daoud, buscaron a menudo alianzas con Estados Unidos, pero no tuvieron éxito. Si bien Daoud ha sido etiquetado como un simpatizante comunista, sería más adecuado considerarlo un “oligarca modernizador”. Daoud no estaba interesado en el marxismo y creía que el comunismo era inapropiado para Afganistán ya que era incompatible con el islam.

En innumerables ocasiones, Daoud pidió apoyo económico y militar a Washington, pero nunca tuvo éxito, ya que Estados Unidos no le dio la misma importancia a Afganistán que a sus dos aliados regionales, Irán y Pakistán. Daoud interpretó las negaciones como ofensivas y una señal de apoyo al adversario vecino. Así, de manera pragmática, fortaleció las relaciones con la URSS (Saikal, 2010, p.112-134).

La cooperación con la URSS aumentó después de 1955, cuando esta comenzó a financiar proyectos económicos y ampliar la cooperación militar. Según Amim Saikal, entre 1955 y 1978, la URSS invirtió alrededor de 2.500 millones de dólares en Afganistán y comenzó a apoyar al país en los conflictos con Pakistán. A fines de la década de 1950, Estados Unidos ofreció cierto apoyo financiero a Afganistán, pero por tan solo 520 millones de dólares, aproximadamente una quinta parte del aporte soviético durante el mismo período (Saikal, 2010).

En 1963, el agravamiento de la crisis con Pakistán y sus repercusiones políticas y económicas impactaron en la base de apoyo de Daoud que, sin conseguir la mediación estadounidense para solucionar la crisis con su vecino, renunció. En ese contexto, Zhair Shah otorgó, en 1964, una constitución con un perfil liberal, que posiblemente apuntaba a convertir al país en una democracia parlamentaria (Saikal, 2010).

A mediados de la década de 1960, los soviéticos iniciaron una ambiciosa modernización de la infraestructura de Afganistán. Según John Cooley, es plausible inferir que estas inversiones tenían como objetivo la futura integración del país en el sistema soviético (Cooley, 2000, p. 10-11). A pesar de la asociación con la URSS, Zhair Shah insistió en buscar el apoyo estadounidense, sin embargo, una vez más, no tuvo éxito. En 1973, cuando Zhair viajó al extranjero, Daoud dio un nuevo golpe de Estado e instituyó un régimen republicano. En el gobierno, Daoud logró el apoyo del Parcham, una de las facciones del Partido Democrático Popular Afgano (PDPA) de orientación comunista (Saikal, 2010; Vizentini, 2004).

Como enfatiza Paulo Vizentini, la vida política en Afganistán giraba en torno a Kabul y otros dos o tres centros urbanos. Había una élite política de una clase media, formada por funcionarios y técnicos, que habían estudiado en la URSS. Además de estos segmentos, había estudiantes, la diminuta clase trabajadora y otros sectores simpáticos al PDPA. En el resto del país, predominaba la vida nómada o agraria, marcada por divisiones étnicas. En estas regiones, los sectores conservadores eran vigorosos y se sentían amenazados por los cambios que sobrevenían en el país (Vizentini, 2002, p. 64). Subrayo que los conflictos étnicos en gran parte de Asia central, especialmente en Afganistán, son constitutivos de la política. Los conflictos estatales y étnicos no siempre pueden separarse, ya que la política incluye sustancialmente disputas entre clanes[1].

Como argumenta Amin Saikal, la abrumadora mayoría de los conflictos políticos en la historia reciente de Afganistán no surgen de disputas sobre la dirección del desarrollo, no están relacionados con creencias religiosas, derechos constitucionales o clases sociales. Más bien, surgieron de los intentos de las élites gobernantes comunitarias de lograr un alto grado de centralización del poder con la ayuda de jefes extranjeros.

Aun así, Saikal señala que

Conscientemente ideologías elaboradas, manifiestas, sistemáticas, institucionalizadas y dogmáticas no han sido sino una fina capa sobre la cultura política tradicional constituida por conjuntos en gran parte implícitos de creencias, normas de parentesco, códigos de conducta aceptados y jerarquías de identidad (Saikal, 2004, p. 9. Traducción libre del autor).

En continuidad, el autor asegura que

Los portadores de ideologías formales han sido productos de la sociedad tradicional; nunca podrían divorciarse de sus antecedentes. Cualquier gobierno o movimiento político oficial en Afganistán, cualesquiera que fuesen sus objetivos proclamados y su posición en el continuo izquierda-derecha, reclutó, movilizó apoyo y operó de acuerdo con criterios de etnia/solidaridad tribal/clan (Saikal, 2005, p. 9. Traducción libre del autor).

La comprensión de estos elementos constitutivos de la organización social afgana es fundamental para comprender las luchas de resistencia a la presencia soviética y, posterior, de los estadounidenses en el país.

Entre 1975 y 1976, Daoud volvió a solicitar el apoyo de Estados Unidos, buscó estabilizar las relaciones con Pakistán y fortaleció la diplomacia regional, para mejor posicionar al país y establecer relaciones con gobiernos por fuera de la órbita soviética. En 1977, Daoud fue a Moscú por invitación de Leonid Brezhnev, quien exigió una postura más pro-soviética y la expulsión de asesores no-soviéticos de Afganistán.

Para Amin Saikal, Brezhnev exhortó a la unión de Parcham y Khalq y solicitó la contención de Daoud. En abril de 1978, el crecimiento de la conflictividad social llevó a Daoud a detener a muchos líderes opositores, lo que exacerbó los conflictos y condujo a la toma del poder por los rebeldes encabezados por grupos vinculados al PDPA[2]. Daoud, sus familiares y partidarios cercanos fueron ejecutados. Así, se formó un gobierno del PDPA, con Nur Muhammad Taraki como presidente, Brabak Karmal como vicepresidente y segundo viceprimer ministro, y finalmente, Hafizullah Amim, como primer ministro y ministro de Relaciones Exteriores (Saikal, 2004).

Durante el gobierno de Taraki, Afganistán continuó modernizándose, siguiendo el modelo soviético, lo que implicó una intensificación del enfrentamiento con las élites tradicionales. Las tensiones se originaron principalmente por la expansión del sistema educativo, la incorporación de la mujer al mercado laboral y a las instituciones políticas y, finalmente, por la separación del Estado y de la religión. Inaceptable para las élites, estas medidas provocaron la reacción de los conservadores. De ello derivó la necesidad del gobierno del PDPA de obtener mayores recursos y apoyo militar soviético. Acorralado, Taraki reprimió incluso a los críticos pertenecientes a su base de apoyo, lo que aumentó su aislamiento. En solo dos meses del nuevo gobierno, Karmal y otros parchamis fueron asignados a puestos en el extranjero y pronto fueron destituidos por acusaciones de corrupción. En este contexto, la oposición creció y estallaron manifestaciones islámicas en todo el país.

El embajador soviético Aleksandr Puzanov, preocupado por el desgaste del gobierno, recomendó moderación para disipar el descontento. Con todo, Taraki se mantuvo irreductible y su incapacidad de satisfacer las demandas populares alimentó las protestas y la represión. Ante el aumento de las tensiones políticas, la diplomacia soviética una vez más pidió moderación y recomendó negociaciones con otros grupos que podrían apoyar al gobierno. A principios de 1979, los desacuerdos entre Taraki y Hafizullah Amin corroyeron aún más al gobierno y avivaron a la oposición. Puzanov advirtió al Kremlin que la radicalización de Amin aumentaba los riesgos de desestabilizar el régimen.

El 15 de marzo de 1979, estalló una ola de protestas en Harat, que resultó en la muerte de más de 5.000 personas, incluidos unos 50 soviéticos. Las manifestaciones, organizadas por miembros de las antiguas élites, trabajadores urbanos, líderes islámicos, desertores de las fuerzas armadas y descontentos del régimen, pronto se extendieron por todo el país.

La erosión del apoyo al gobierno, el aumento de la oposición y la inminente guerra civil agudizaron las disputas políticas. Como resultado, Taraki y Amin comenzaron a enfrentarse más abiertamente. El 14 de septiembre de 1979 iba a celebrarse una reunión, mediada por la diplomacia soviética, para llegar a un acuerdo entre Taraki y Amin. Pero, Amin sufrió un atentado en el que murieron dos de sus guardias de seguridad. En represalia, Amin organizó una operación y detuvo a Taraki y a sus aliados más importantes. A pesar de la intervención de la diplomacia soviética para salvaguardar a Taraki, este fue ejecutado el 9 de octubre del mismo año (Westad, 2007, p. 306-312).

Luego de ese episodio, las relaciones entre Kabul y Moscú se deterioraron aún más. Brezhnev no se sintió respetado, ya que le había asegurado a Taraki que lo ayudaría, pero, aun así, Amin decidió ejecutarlo (Westad, 2007, p. 319). La primera discusión en el politburó del Partido Comunista de la URSS (PCUS) sobre una posible intervención en Afganistán ocurrió en marzo de 1979. En ese momento, tanto Aleksei Kossigin como Andrei Kirilenko se oponían, pero según Westad, la ejecución de Taraki habría presionado a los líderes soviéticos para intervenir (Westad, 2007, p. 316).

Las críticas del embajador soviético a Amin llevaron al gobierno de Kabul a exigir su reemplazo. Los soviéticos nombraron a Fikrat Tabeev, que era tártaro, musulmán y que, en teoría, podría mejorar las relaciones con el gobierno de Amin. Tabeev llegó a Kabul a finales de noviembre, pero el deterioro de las relaciones era tal que los soviéticos ya se inclinaban por la intervención. Tabeev consideró que la situación era insostenible y, sin convencer a Amin de ser más flexible, abandonó Kabul el 10 de diciembre. En ese contexto, el Comité de Seguridad del Estado Soviético (KGB, por sus siglas en ruso) ya monitoreaba las reuniones de Amin con agentes estadounidenses y advirtió el Kremlin que el régimen podría inclinarse hacia el campo contrario (Westad, 2007, p. 315-316).

Hubo movimientos contradictorios en las acciones de Amin, ya que consideraba el apoyo soviético esencial al desarrollo del país y reconocía que otros países no estaban dispuestos a hacerlo. Sin embargo, Amin estaba negociando con líderes musulmanes conservadores y, además, buscaba, sin mucho éxito, acercarse a Estados Unidos y Pakistán. La inteligencia soviética interpretó que algunas regiones de Afganistán quedaban bajo el control de enemigos que deseaban desestabilizar el régimen. Entendieron que el problema traspasaba las fronteras de Afganistán y que podía afectar a la URSS, a través de las acciones de los combatientes islámicos con el objetivo de generar inestabilidad en sus fronteras y en sus regiones de mayoría musulmana. Estas estimaciones llevaron al Kremlin a concluir que la influencia soviética estaba en riesgo y pesaron en la decisión de ocupar Afganistán, deponer y eliminar a Amin (Karkar, 1995).

Las preocupaciones soviéticas no eran equivocadas, ya que desde 1973, Estados Unidos operaba en la región, con el apoyo de los servicios secretos aliados. Desde 1973 hasta principios de 1979, Estados Unidos colaboró con Savak para desestabilizar la zona fronteriza de Afganistán, pero esa asociación terminó como resultado de la Revolución Islámica en Irán. Desde 1978, Estados Unidos enviaba armas y financiaba grupos islámicos entrenados en Pakistán, con la cooperación de la Dirección de Inteligencia Interservicios de Pakistán (ISI).

En 1977, Brzezinski creó el Grupo de Trabajo de Nacionalidades (NWG), con el objetivo de planificar acciones para debilitar a la URSS estimulando las tensiones étnicas en sus fronteras. El NWG contó con la cooperación de intelectuales al servicio de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y otras agencias gubernamentales, como Paul Henze, designado por Brzezinski para el Consejo de Seguridad Nacional (NSC), Samuel P. Huntington, también miembro del NSC, y Robert D. Putnam (Kalinovski, 2015; Munhoz, 2020).

Según Martin McCauley, Brzezinski planificó las estrategias que llevaron al estallido de la llamada Segunda Guerra Fría, incluida la trama que llevó a la invasión del Afganistán por la URSS. Aun así, McCauley afirma que Brzezinski planeaba atraer a los soviéticos a una nueva carrera militar y económica, ya que creía que los efectos secundarios de esta empresa estimularían las tensiones dentro de la URSS y que, en una eventual nueva carrera armamentista, la URSS se llevaría la peor parte (McCauley, 199).

En marzo de 1979, la CIA envió varios agentes a la región y presentó diferentes propuestas para realizar operaciones secretas en Afganistán. El subsecretario de Defensa, Walter Slocumbe, insistió en la importancia de estimular la insurgencia afgana para enredar a los soviéticos en un “atolladero vietnamita” (Munhoz, 2020, p. 230). En una entrevista de 1998, Brzezinski afirmó que el 3 de julio de 1979, Carter autorizó la ayuda secreta a los opositores del régimen prosoviético en Afganistán. Subrayó que le habría dicho al presidente que esta estrategia conduciría a la intervención soviética. Brzezinski se jactó de haber atraído a los soviéticos a una trampa y señaló que había escrito al presidente Carter el día que los soviéticos cruzaron la frontera afgana: “ahora tenemos la oportunidad de darle a la URSS su guerra de Vietnam” (Brzezinski, 1998). Para Brzezinski, la URSS se vio obligada a librar una guerra insoportable durante casi diez años, que condujo a la desmoralización y, en última instancia, a la disolución del imperio soviético (Brzezinski, 1998). Robert Gates, director de la CIA durante la administración Reagan, corrobora la información de Brzezinski[3]. Pero años después, Brzezinski refutó la información y sugirió que no había dado la entrevista exacta tal como fue reportada en Le Nouvel Observateur, donde se alegaba que reconoció el papel de EE. UU. en la preparación deliberada de una trampa para la Unión Soviética en relación con Afganistán.

Richard Pipes, que dirigió el NWG a partir de 1981, dijo que incentivadas, las poblaciones islámicas de la región desatarían “una rabia genocida contra Moscú” (Mir, 2011, p. 61; Munhoz, 2020, p. 231). A este respecto, es plausible suponer que una parte significativa de los conflictos actuales de Estados Unidos son efectos colaterales perversos de una estrategia empleada para desestabilizar a su antiguo rival.

La situación en Afganistán era compleja, ya que diferentes facciones que formaban el campo prosoviético en el país se encontrabas enfrentadas, lo que amenazaba la estabilidad del régimen. La CIA monitoreaba la situación hacía años e informaba al gobierno estadounidense sobre la evolución del contexto político en la región y trabajaba con otras organizaciones en Pakistán para desestabilizar al régimen afgano. La percepción del Kremlin de esta situación llevó a la intervención soviética en el país (Munhoz, 2020, p. 229-232).

Desde octubre de 1979, los líderes soviéticos se habían inclinado hacia la intervención en Afganistán, pero la decisión no se tomó hasta el 12 de diciembre. El 24 de ese mes, las fuerzas soviéticas iniciaron la ocupación del país y colocaron en el poder a Brabak Karmal, que hasta entonces había estado en el exilio. La invasión de Afganistán proporcionó a Estados Unidos las condiciones políticas para enfrentar a la URSS mediante sanciones políticas y económicas. Entre las acciones contra la URSS, ganó protagonismo el boicot a los Juegos Olímpicos de Moscú (1980).

3. La Posguerra Fría

Al final de la Guerra Fría, Estados Unidos expandía su modelo de orden global. Durante los gobiernos de Reagan (1981-1989) y George Bush, padre (1989-1993), Estados Unidos eligió nuevos enemigos, que empezaron a ocupar el papel entonces destinado al comunismo. Así, el fundamentalismo islámico, el terrorismo en Oriente Medio, el narcotráfico y la inestabilidad en el llamado Tercer Mundo fueron utilizados para justificar la política intervencionista de Washington (Chomsky, 1993, p.3; McCormick, 1995, p. 246-247). Como resultado, Estados Unidos experimentó movimientos paradójicos en los últimos años, marcados por la expansión de su influencia planetaria, al mismo tiempo que se evidencia la erosión de su hegemonía global y la pérdida de legitimidad.

En un período más reciente, anclado en la necesidad de responder enérgicamente a los ataques del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos adoptó una postura internacional agresiva, que acarreó la invasión territorial y el derrocamiento de los gobiernos en Afganistán e Irak.

Desde mediados de la década de 1990, el gobierno estadounidense ha trabajado con la perspectiva de que el próximo conflicto de proporciones planetarias no tendrá sus raíces en choques ideológicos o nacionales, sino en un Choque de Civilizaciones (Huntington, 1993, 1997). Para Samuel P. Huntington, la decadencia del poder económico y demográfico occidental se produciría en paralelo con el aumento de la resistencia de otras civilizaciones a la hegemonía occidental, lo que apuntaría a una confrontación inevitable en el futuro cercano. Desde mi punto de vista, tanto Huntington como Bernard Lewis, que le precedió, distorsionaron por completo la noción de choque de civilizaciones empleada por el historiador británico Arnold Toynbe en 1947 en Haper's Magazine y en 1948 en el libro Civilization on trial para referirse a la agresión occidental a la Europa del Este y Asia durante casi cuatro siglos (Toynbee, 1953)[4]. Es obvio, sin embargo, que esta distorsión y reconstrucción del concepto de choque de civilizaciones es extremadamente ideológica.

4. Estados Unidos y el nuevo (des)concierto internacional

A finales del siglo XX y principios del XXI, la influencia de las tesis de Huntington en la diplomacia estadounidense respaldó a la elaboración política y a las acciones estadounidenses dirigidas, en particular, a Afganistán e Irak y, de manera más amplia, a todo Oriente Medio y Asia Central. La guerra y la invasión de los territorios de Afganistán e Irak deben entenderse en el contexto de una estrategia global de mediano y largo plazo. Por lo tanto, no deben considerarse solo como resultado de los fatídicos ataques del 11 de septiembre de 2001, las supuestas amenazas planteadas por los regímenes de Saddam Hussein y los talibanes, o incluso la avidez por los abundantes recursos energéticos de la región. A pesar de reconocer que los atentados del 11 de septiembre sirvieron para justificar la guerra y que la usurpación de riquezas, especialmente de Irak, contribuyó a financiar los costos de la guerra, vinculamos estos conflictos a una estrategia geopolítica que va más allá de la respuesta a la agresión sufrida y el control de la riqueza de la región.

Para comprender mejor la política exterior de Estados Unidos y las acciones bélicas a principios del siglo XXI, es necesario analizar el contexto internacional y el proyecto global de Estados Unidos después de la debacle soviética. Antes, sin embargo, para una mejor comprensión de este enfoque, es necesario considerar que existe una gran interdependencia entre la política interna y la política exterior de los EE. UU. Pero, al mismo tiempo, esta última influye fuertemente en su política exterior. Por lo tanto, no es posible separar claramente una del otra, ya que hay un entrelazamiento entre ellas. En definitiva, los fundamentos de la política interior determinan los ejes de la política exterior, pero, al mismo tiempo, los resultados de la política exterior son fundamentales para la ejecución de la política interior. Los críticos de la política exterior estadounidense de la Posguerra Fría afirman que habría habido una expansión colosal de la maquinaria de guerra del país y la adopción de una postura agresiva en los años posteriores a la debacle soviética. Entre estos autores, destacamos a Chalmers Johnson y Andrew Bacevich, quienes mantuvieron estrechas relaciones con las élites políticas y militares del país. Johnson fue un reconocido experto en historia asiática y, durante años, fue consultor de la CIA. Bacevich es un historiador militar formado en la Academia Militar de West Point, un veterano de la Guerra de Vietnam y de la primera Guerra del Golfo. Él fue director del Centro de Relaciones Internacionales de la Universidad de Boston (1998-2005). Sin embargo, hacia el final del conflicto, ambos concluyeron que Estados Unidos habría ampliado sus fuerzas y alianzas militares, creadas bajo la justificación de enfrentarse a la potencia rival. Como resultado, comenzaron a cuestionarse si la Guerra Fría había encubierto los intereses expansionistas de Estados Unidos (Bacevich, 2002, 2005, 2020; Johnson, 2000, 2004, 2006).

Johnson afirma que, al final de la Guerra Fría, Estados Unidos adoptó un nuevo papel imperial y expandió su maquinaria militar con el propósito de dominar el mundo. Según el autor, el imperialismo militar estaría arruinando la democracia y destruyendo la nación. Para él, este camino podría llevar a Estados Unidos a una crisis y colapso similar al de la URSS. Paralelamente, Johnson compara la crisis del Imperio Romano con la que vive Estados Unidos a principios del siglo XXI. Los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, en gran medida, resultaron de la postura imperial de Estados Unidos, que viola la soberanía y daña los intereses de diferentes pueblos y naciones. Al mismo tiempo, el autor indica que el evento fue manipulado para justificar el mantenimiento del sistema vigente en la Guerra Fría y su obsoleto sistema de alianzas (Johnson, 2004; Munhoz, 2012).

Los ex miembros del Consejo de Seguridad Nacional bajo la administración Clinton, Ivo Daalder y James Lindsay, criticaron la conducta de la política de seguridad nacional estadounidense durante la administración de George W. Bush. Para ellos, Bush habría cambiado la concepción de la política exterior del país al adoptar el ejercicio unilateral del poder, alejándose de las instituciones multilaterales e ignorando el derecho internacional. Al adoptar la doctrina del ataque preventivo y abandonar las doctrinas consolidadas en la política exterior del país, como la de la contención y de la prevención, Bush hizo el mundo más inestable y menos seguro (Daalder; Lindsay, 2005).

Daalder y Lindsey añaden que al retirarse del Tratado de Misiles Anti-balísticos con Rusia, al negarse a firmar el Protocolo de Kioto y al obstaculizar la creación de una Corte Internacional de Justicia, Estados Unidos actuó con arrogancia y desdén en relación a la Comunidad Internacional. Clyde Prestowitz, fundador del Instituto de Estrategia Económica, asesor del presidente Reagan en asuntos de comercio e inversión, se sumó a la crítica y agregó que la adopción de posturas unilaterales por parte de Estados Unidos se convirtió en una amenaza a la estabilidad global (Prewtowitz, 2003).

A pesar de las promesas de campaña y de las críticas a la política doméstica y exterior de Bush, Barack Obama mantuvo la postura intervencionista estadounidense. Sin embargo, se diferenció de su antecesor al retomar los principios de la Doctrina Clinton, con el fin de promover la intervención a través de acciones multilaterales con la participación de aliados y organismos internacionales.

La elección del primer presidente estadounidense negro creó expectativas sobre la conducción del país, pero a pesar de algunos actos simbólicos al comienzo de su mandato, muchas de esas expectativas pronto se disiparon. Al inicio de su gobierno, Obama tuvo que lidiar con la crisis global, heredada de su antecesor, quien insistió en no intervenir en el mercado para contener el cataclismo económico. A diferencia de Bush, Obama presentó una propuesta para incentivar la producción con inversiones de 787 mil millones de dólares en fondos públicos. Otras grandes economías como China, la Comunidad Europea y Japón también invirtieron grandes sumas y adoptaron medidas regulatorias para contener la crisis. Hacia fines de 2009, Estados Unidos mostró signos de recuperación económica, pero se vio matizado por el crecimiento del desempleo. Durante el mismo período, Obama prometió que en un año cerraría la prisión de Guantánamo, donde más de 700 prisioneros de guerra permanecían detenidos sin juicio y sometidos a interrogatorios que violaban los derechos humanos y los principios democráticos. A pesar de las promesas, el presidente no obtuvo suficiente apoyo en el Congreso y la prisión permanece abierta (Bruck, 2016).

Barack Obama fue a El Cairo, en junio de 2009, donde pronunció un discurso, considerado memorable por los progresistas, ya que señaló una mirada hacia África, la búsqueda de la reconciliación con los pueblos del Tercer Mundo, en especial con los musulmanes. Luego, saludó a Rusia, en busca de una nueva distención de las relaciones entre los dos países. Obama recibió el Premio Nobel de la Paz ese año, mientras el país intensificaba sus acciones bélicas en Oriente Medio y Asia Central. El presidente estadounidense enfrentó una fuerte oposición al proyecto de ley de reforma de salud, conocido como Obama Care, pero el proyecto de ley fue aprobado y representó una baliza en la política de salud pública del país.

En abril de 2010 se firmó en Praga el New Start (Tratado de Reducción de Armas Estratégicas), un acuerdo de limitación de armas estratégicas con Rusia que, tras la ratificación en ambos países, entró en vigor el 5 de febrero de 2011 (United States. Department of State, 2023). En julio de 2010, Obama logró aprobar la legislación que habilitó mecanismos federales de regulación e intervención, cuando resultare necesario, del mercado financiero (The New York times, 2010).

A fines de 2010, Obama obtuvo la aprobación que garantizaba el derecho de gays y lesbianas a unirse a las fuerzas armadas (The Washington Post, 2010). En 2011, surgieron rebeliones en el norte de África, Túnez, Egipto y luego Libia, en lo que se denominó la “Primavera Árabe”. Todavía es difícil precisar el nivel de participación de Washington en esos movimientos, pero a medida que se desarrollaban los combates en Libia, Estados Unidos y sus aliados apoyaron a las fuerzas rebeldes, en violación a la soberanía del país. El derrocamiento del régimen y el asesinato del líder libio Muammar al-Qaddafi llevaron a la desestabilización de toda la región, ya que Libia era esencial para el equilibrio regional. Esto resultó en un vertiginoso crecimiento de las olas migratorias de África a Europa. En mayo de 2011, Estados Unidos informó del asesinato de Osama Bin Laden en Pakistán. La operación militar que asesinó a Bin Laden se llevó a cabo en secreto en territorio paquistaní (The New York Times, 2011). Hubo muchas celebraciones en Estados Unidos y Obama aprovechó el evento para su campaña de reelección.

En su segundo gobierno, Obama fracasó en el intento de restringir la adquisición y posesión de armas[5]. En junio de 2013, Edward Snowden denunció que la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) estaba espiando a millones de estadounidenses y a gobiernos de otros países, lo que causó un daño momentáneo a la imagen del gobierno estadounidense, pero sin impactos duraderos en su política exterior (Snowden, 2013). Ese año, Obama fortaleció el apoyo a los rebeldes en Siria. Entre 2013 y 2014, las tensiones con Rusia aumentaron como resultado del conflicto en Siria, en el que Estados Unidos apoyó a los rebeldes y Rusia apoyó al régimen de Bashar al-Assad y, después, como resultado de la intromisión estadounidense en la crisis entre Rusia y Ucrania. La desestabilización del régimen sirio creó una crisis humanitaria y forzó la migración de más de un millón de personas. En diciembre de 2014, Obama y Raúl Castro anunciaron la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, incluida la apertura de embajadas, pero el embargo impuesto a Cuba en 1961 se mantuvo efectivo. A principios de 2016, Obama visitó La Habana y celebró una nueva etapa en la relación entre los dos países, pero Donald Trump revirtió algunos de los avances logrados, limitando los viajes individuales a Cuba y creando ciertas restricciones al comercio. De hecho, Trump pretendía adoptar restricciones más duras, pero encontró resistencias a medida que las políticas de Obama ganaban el apoyo de sectores de la economía estadounidense que se beneficiaban de la búsqueda de la normalización de las relaciones entre los dos países (Council on Foreign Relations, 2021). En julio de 2015, Obama logró otra victoria al patrocinar un acuerdo con Irán destinado a limitar el desarrollo nuclear del país. Los países del Consejo de Seguridad de la ONU y Alemania participaron en el acuerdo (United States of America, 2015).

La elección de Donald Trump expresó en parte el descontento de los sectores de la población más perjudicados por la aceleración de la globalización que tuvo lugar en el período posterior a la Guerra Fría. Ellos eran los descontentos con la pérdida de empleos calificados y con la reducción de la expectativa de una mejora en el nivel de vida. En la segunda mitad del siglo XX, Estados Unidos se consolidó como la gran potencia mundial, pero esto no implicó beneficios para gran parte de la población. La aceleración de la globalización ha acentuado el empobrecimiento y pesimismo sobre el futuro de los sectores excluidos. En términos de política interna, el candidato Donald Trump se presenta a red necks como alguien que podría darles un nuevo horizonte y mejorar el nivel de vida. Sin embargo, esto era más una alusión a un pasado imaginado. Para sectores de la población blanca y protestante, Trump prometió una legislación migratoria restrictiva y la adopción de políticas más conservadoras. A partir de las consignas America First o Make America Great Again, atacó a China y prometió crear puestos de trabajo en Estados Unidos y limitar la importación de productos chinos al país. De hecho, Make America Great Again fue un antiguo lema de campaña que había sido utilizado por Reagan en la década de 1980: Let's Make America Great Again. El lema también fue utilizado por Bill Clinton en 1992 y Hilary Clinton en las primarias de 2008. Con un discurso histriónico, Trump atacó a los últimos gobiernos, ya fuesen demócratas o republicanos, y difundió sistemáticamente noticias falsas, tanto en la campaña electoral como en su presidencia. Trump perdió en el voto popular ante la candidata demócrata Hillary Clinton por unos 2,8 millones de votos, pero la venció en el colegio electoral por 304 a 227 votos.

Como presidente, en muchas ocasiones, Trump se manifestó de modo racista, sexista, misógino y discriminatorio, lo que nutrió su base de apoyo. Trump fue el único presidente de Estados Unidos en ser sometido a un impeachment dos veces, pero en ambos casos la medida no fue avalada por el Senado.

En el primer caso, el juicio político surgió de la acusación de injerencia rusa en las elecciones presidenciales de 2016, para favorecer a Trump. De manera sistemática, Estados Unidos interfirió directa o indirectamente, no solo en los procesos electorales en otros países, sino en la desestabilización y derrocamiento de gobiernos elegidos democráticamente. Sin embargo, en Estados Unidos la posibilidad de interferencia extranjera es considerada inaceptable. El caso ganó extensión cuando la prensa informó que el asesor de seguridad nacional, Michael Flynn, había mantenido contactos con la embajada rusa durante el proceso electoral. Estos contactos fueron monitoreados por el Buró Federal de Investigaciones (FBI), y más tarde el director del FBI, James Comey, quien fue exonerado por Trump por otras razones, declaró que Trump le había pedido que no investigase el caso de Flynn (The New York Times, 2017). Esta acusación derivó en el primer impeachment de Trump por obstrucción a la justicia.

En el último de estos procesos, tras ser derrotado en el voto popular por una diferencia de más de siete millones de votos, Trump, sin pruebas, denunció fraude electoral e incitó a una multitud de seguidores a invadir el Capitolio el 6 de enero de 2021, con el fin de interrumpir la sesión que convalidaría los votos del colegio electoral (Baker, 2021). El acto llegó a ser considerado por el periódico británico The Guardian como la mayor amenaza para la democracia estadounidense desde la Guerra Civil (Borger, 2021). A pesar de los graves disturbios y muertes, la sesión, que fue suspendida y luego reanudada, confirmó la victoria de Joe Biden por 306 a 232 votos. Un año después de los disturbios del 6 de enero, 71 personas de las más de 700 procesadas habían sido condenadas. Las penas variaban caso por caso según la gravedad de los hechos cometidos. Además de los arrestos, también se impusieron multas (Popi, 2021).

El 27 de enero de 2017, Trump firmó la Orden Ejecutiva 13769 que prohibía la entrada de inmigrantes de Irak, Irán, Libia, Somalia, Sudán, Yemen y Siria durante 90 días (esta última por tiempo ilimitado). La orden fue suspendida por decisiones judiciales, pero Trump emitió una nueva orden (13780) el 6 de marzo del mismo año, que también fue suspendida (Almasy; Simon, 2017). Pero, la orden entró en vigor nuevamente a partir del 26 de junio del mismo año. Después, Trump emitió una proclama, que incluía a migrantes de Corea del Norte, Chad y personas vinculadas al gobierno venezolano. Trump emitió otras órdenes de inmigración restrictivas, muchas de ellas suspendidas total o parcialmente por los tribunales estaduales. En enero de 2017, Trump autorizó el inicio de la construcción de una parte nueva y ancha del muro en la frontera con México, mediante la Orden Ejecutiva 13767[6]. La medida encontró resistencia y quedó inactiva hasta el 15 de febrero de 2019, cuando, mediante la proclama 9844, el presidente aportó fondos para la construcción del muro. Una vez más, hubo mucha confusión cuando los demócratas denunciaron la inconstitucionalidad de la ley, ya que hubo una transferencia ilegal de fondos (Aguilar, 2020).

Trump combatió enérgicamente la legislación ambiental heredada de su predecesor y, en 2017, anunció que Estados Unidos se retiraría del Acuerdo Climático de París. Pero el acuerdo vigente desde el 4 de noviembre de 2016 disponía que ningún signatario podía abandonar el pacto en un plazo de 3 años desde el inicio de su vigencia. Además, existía el requisito de notificar a los signatarios con un año de anticipación. Entonces, irónicamente, Estados Unidos abandonó formalmente el acuerdo el 4 de noviembre de 2020, después de derrota electoral de Trump (McGrath, 2020).

Con el gran crecimiento del flujo migratorio hacia los Estados Unidos durante la década de 1990, sucesivos gobiernos pusieron en práctica medidas con el objetivo de contener la entrada ilegal de extranjeros al país. A lo largo de los años, muchas personas han muerto, han sido heridas, encarceladas y maltratadas al intentar ingresar al país. Sin embargo, durante la administración Trump, estas medidas cobraron gran repercusión debido a las constantes denuncias de violación de los derechos humanos y de las normas constitucionales del país. En abril de 2018, Trump anunció una medida de "tolerancia cero" para la inmigración ilegal mediante la cual todos los adultos que ingresasen ilegalmente al país serían procesados. La medida preveía la separación de los niños de sus familias. La divulgación de imágenes de niños en lugares que parecían jaulas y la divulgación de violencias, incluidas las sexuales, cometidas contra estos niños impactaron la opinión pública. En continuidad, una demanda presentada por la Unión Estadounidense de Libertades Civiles llevó a la decisión judicial que obligó a las autoridades a reunir a los niños y sus familias en 30 días. Sin embargo, el gobierno aún encontró formas de eludir, al menos parcialmente, esta y otras decisiones (Albrazi, 2019).

Desde el inicio de la pandemia de Covid-19, Trump adoptó una posición negacionista, estimuló aglomeraciones y no tomó las acciones necesarias para combatir sus efectos perversos en la sociedad. Como resultado, Estados Unidos tuvo las tasas mundiales más altas de infección, hospitalización y mortalidad debido a la pandemia. Esto quedó muy claro cuando Biden asumió la presidencia y cambió la política del país hacia la vacunación masiva. En poco tiempo, las tasas de infección, hospitalización y mortalidad se redujeron drásticamente. Pero los estados republicanos y los trumpistas continúan hasta ahora rechazando la vacunación y, en consecuencia, después de verse buenos resultados en relación a la disminución de los casos al comienzo del gobierno Biden, después volverán a tener dificultades para detener la pandemia. En 2021, la diferencia en términos de control de la pandemia entre los estados republicanos y demócratas era visible (Marelli, 2022; Wolf, 2022). El trumpismo fortaleció el negacionismo y dejó un legado trágico a Estados Unidos.

En febrero de 2020, Trump negoció con los talibanes la salida de Estados Unidos y sus aliados de Afganistán a concretarse antes del 11 de septiembre de 2021, con el compromiso de que los enemigos de Estados Unidos, incluida Al Qaeda, no encontrarían en Afganistán las condiciones para continuar siendo una amenaza a la seguridad del país y sus aliados. Biden cumplió con lo acordado, pero hay mucha incertidumbre sobre lo que sucederá en el próximo período. Afganistán sigue siendo una caja de pandora. ¿Qué vendrá?

La administración Trump fue un punto fuera de la línea de continuidad de la Gran Política de Estados Unidos desde finales del siglo XIX. Sin embargo, no representó una ruptura cardinal con la prevalencia de la hegemonía global de Estados Unidos. Su sucesor, el demócrata Joe Biden, revertió algunos puntos de esa desviación, tanto en términos de política doméstica cuanto exterior, pero es de suponer que se mantendrán algunas políticas previamente impugnadas por los demócratas.

Respecto a Afganistán, se nota que Estados Unidos ha abandonado a su suerte a sus aliados locales. Sin embargo, esto no significa que hayan abandonado la región. Seguro que todos estos conflictos en los que se ha visto envuelto Estados Unidos desde Vietnam hasta la actualidad han dejado lecciones. Por lo tanto, es plausible suponer que las redes estructuradas continúan funcionando incluso bajo un gobierno talibán, para proporcionar a Washington información vital sobre el país.

Es evidente que el costo social y humano derivado de la desestabilización del país, como resultado de la estrategia adoptada para enfrentar al gran rival estadounidense durante la Guerra Fría, fue y seguirá siendo colosal. Los historiadores trabajan con la evidencia disponible. Desafortunadamente, gran parte de la documentación sobre los conflictos en Afganistán permanece y permanecerá en secreto durante mucho tiempo. Por lo tanto, analizar las acciones estadounidenses en las áreas fronterizas de Afganistán a mediados de la década de 1970, examinar tanto la ocupación rusa como la estadounidense, sigue siendo un terreno rico, pero difícil para trabajar.

Como resultado, es difícil analizar en detalle el contexto general y muchos episodios específicos de la tragedia que destrozó a este país centroasiático. Sin embargo, es posible conjeturar que los estrategas de política exterior de Washington comenzaron a creer que era necesario poner fin a la participación directa de Estados Unidos en los conflictos que se desarrollaban en Afganistán.

Esta perspectiva trabaja con la hipótesis de que la estrategia de expansión de la OTAN de asediar a Rusia pronto produciría un nuevo conflicto de grandes proporciones. Así, según ese punto de vista, fue necesario restringir los frentes para atender las demandas que planteaban los nuevos conflictos imperiales. Finalmente, recuerdo la afirmación de Brzezinski de que, en 1979, había preparado una trampa para llevar a la URSS a invadir Afganistán. Provocativamente, pregunto si se han planeado nuevas trampas para atrapar al sucesor del antiguo rival.

Charles S. Maier dijo que el legado doméstico de Trump será más destructivo y peligroso que el internacional. Aunque el autor tiene una perspectiva diferente, concordamos con él en esta cuestión. Aun así, Maier afirma que, con sus brutales desórdenes, Trump exigió la necesidad de repensar qué tipo de política exterior puede y debe defender la república imperial (Maier, 2021). Cabe preguntarse hasta cuándo, incluso los aliados tradicionales de Estados Unidos estarán dispuestos a asumir los costos y las consecuencias de esta política imperial, a veces perjudicial a sus intereses nacionales y sus demandas sociales. Se debe enfatizar a las dificultades de evaluar los límites de la tolerancia de la sociedad estadounidense, en general, ignorante de los efectos perversos de su política imperial, sea ella republicana o demócrata, en relación con el resto del mundo, así como de los impactos negativos en la forma y en los patrones de vida en Estados Unidos.

5. Referencias bibliográficas

Aguilar, J. (2020, 10 de octubre). President Trump can’t use $3.6 billion in military funds for border wall construction, federal court rules. The Texas Tribune. https://www.texastribune.org/2020/10/10/texas-border-wall-lawsuit/

Albrazi, H. (2019, 21 de septiembre). Family separation at border is 'child abuse,' ACLU tells court. Law 360. https://www.law360.com/articles/1199888/family-separation-at-border-is-child-abuse-aclu-tells-court

Almasy, S. y Simon, D. (2017, 30 de marzo). A timeline of president Trump’s travel ban. CNN. https://edition.cnn.com/2017/02/10/us/trump-travel-ban-timeline/index.html

Bacevich, A. J. (2002). American empire: The realities and consequences of U.S. diplomacy. Harvard University Press.

Bacevich, A. J. (2005). The new American militarism: How Americans are seduced by war. Oxford University Press.

Bacevich, A. J. (2020). The age of illusions: How America squandered its Cold War victory. Metropolitan Books.

Baker, P. (2021, 6 de enero). A mob and the breach of democracy: The violent end of the Trump era. The New York Times. https://www.nytimes.com/2021/01/06/us/politics/trump-congress.html

Borer, D. A. (1988). Soviet foreign policy toward Afghanistan 1919-1988 [Tesis de Maestría, Universidad de Montana].

Borger, J. (2021, 7 de enero). Maga mob’s Capitol makes Trump’s assault on democracy. The Guardian. https://www.theguardian.com/us-news/2021/jan/06/us-capitol-trump-mob-election-democracy

Bruck, C. (2016, 25 de julio). Why Obama has failed to close Guantánamo. The New Yorker. https://www.newyorker.com/magazine/2016/08/01/why-obama-has-failed-to-close-guantanamo

Brzezinski, Z. (1998, 15 de enero). The CIA's intervention in Afghanistan: Interview with Zbigniew Brzezinski, President Jimmy Carter's national security advisor. Le Nouvel Observateur. http://www.globalresearch.ca/articles/BRZ110A.html

Chomsky, N. (1996). Novas e velhas ordens mundiais. Scritta.

Cooley, J. K. (2000). Unholy wars: Afghanistan, America, and international terrorism (New ed.). Pluto Press.

Collins, J. J. (2011). Understanding war in Afghanistan. National Defense University Press.

Daalder, I. H. y Lindsay, J. M. (2005). America unbound. John Wiley.

Gates, R. M. (1997). From the shadows: The ultimate insider's story of five presidents and how they won the Cold War. Touchstone.

Huntington, S. P. (1993). The clash of civilizations. Foreign Affairs, 72(3). https://doi.org/10.2307/20069279

Huntington, S. P. (1997). O choque de civilizações e a recomposição da ordem mundial. Objetiva.

Johnson, C. (2000). Blowback: The costs and consequences of American empire. Metropolitan/Owl Book.

Johnson, C. (2004). The sorrows of empire: Militarism, secrecy, and the end of the Republic. Metropolitan.

Johnson, C. (2006). Nemesis: The last days of the American Republic. Metropolitan Books.

Kakar, M. H. (1995). Afghanistan: The Soviet invasion and the Afghan response, 1979-1982. University of California Press.

Kalb, M. y Kalb, D. (2011). Haunting legacy: Vietnam and the American presidency from Ford to Obama. Brookings Institution Press.

Kalinovski, A. M. (2015). Encouraging resistance: Paul Henze, the Bennigsen School, and the crisis of détente. En A. M. Kalinovski y M. Kemper (Eds.), Reassessing Orientalism: Interlocking orientologies during the Cold War (pp. 211–227). Routledge.

Maier, C. (2021). The Trump “legacy” for American foreign policy. IH-Diplo SSF Policy series - America and the World: The Effects of the Trump Presidency. https://issforum.org/roundtables/policy/ps2021-52

Marelli, A. (2022, 28 de marzo). Covid-19 has been deadlier in Republican states so far. Quartz. https://qz.com/2147059/covid-19-killed-more-people-in-republican-states/

McCauley, M. (1999). Russia, America and the Cold War 1949-1991. Longman.

McCormick, T. J. (1995). America’s half century. The Johns Hopkins University Press.

McGrath, M. (2020, 4 de noviembre). Climate change: US formally withdraws from Paris agreement. BBC News. https://www.bbc.com/news/science-environment-54797743

Mir, F. (2011). Half truth: Peace in Afghanistan is key to global peace. iUniverse.

Munhoz, S. J. (2012). Dilemas da política externa e da estratégia militar dos EUA durante os governos de George W. Bush. Cadernos do Tempo Presente, 1(7). https://seer.ufs.br/index.php/tempo/article/view/2603

Munhoz, S. J. (2020). Guerra Fria: História e historiografia. Appris.

Munhoz, S. J. y de Souza, M. (2012). Fundamentalismos e verdades: História política e subjetividade no tempo presente. Diálogos, 16(2), 601–626.

Munhoz, S. J. y Rollo, J. H. (2015). Détente e détentes na época da Guerra Fria. Esboços, 21(32), 138–158.

Polpi, N. y Zorthan, J. (2021, 6 de enero). What happened to insurrectionists arrested in the year since the Capitol Riot? Time. https://time.com/6133336/jan-6-capitol-riot-arrests-sentences/

Prestowitz, C. (2003). Rogue nation: American unilateralism and the failure of good. Basic Books.

Toynbee, A. J. (1948). Civilization on trial. Oxford University Press.

Toynbee, A. J. (1953). The world and the West. Oxford University Press.

U.S.-Cuba relations. (2021, 13 de julio). Council on Foreign Relations. https://www.cfr.org/backgrounder/us-cuba-relations

United States of America. (1977). Department of State. Office of the Historian. https://history.state.gov/historicaldocuments/frus1977-80v13/d264

United States of America. (1980). Jimmy Carter, The State of the Union Address Delivered Before a Joint Session of the Congress. The American Presidency Project. https://www.presidency.ucsb.edu/node/249681

United States of America. Department of State. (2015, 14 de julio). https://2009-2017.state.gov/secretary/remarks/2015/07/244885.htm

United States. Department of State. (2023, 1 de junio). The New START Treaty.https://www.state.gov/new-start/

Westad, O. A. (2007). The global Cold War. Cambridge University Press.

Williams, W. A. (1988). The tragedy of American diplomacy. Norton.

Woolf, S. H. (2022). The growing influence of state governments on population health in the United States. JAMA, 327(14). https://doi.org/10.1001/jama.2022.3785

Notas

1 Agradezco a José Henrique Rollo (UEM) por alertarme sobre este componente de la vida política afgana y por leer y comentar atentamente mis manuscritos.
2 No hay consenso sobre quién planeó el golpe, pero en general se observa la participación de activistas del PDPA y sectores militares. Incluso los críticos antisoviéticos no reclaman una participación más directa del Kremlin en el proceso. Borer, Douglas A., op. cit., p. 86.
3 Robert M. Gates. From the shadows: the ultimate insider´s story of five presidents and how they won the Cold War. New York, Touchstone, 1997.
4 Para una discusión más detallada del tema, ver Sidnei J. Munhoz; Mériti de Souza. “Fundamentalismos e verdades: História Política e subjetividade no Tempo Presente. Diálogos; vol. 16, n. 02, 2012. Maringá; p. 601-626. https://periodicos.uem.br/ojs/index.php/Dialogos/article/view/36150/18710
5 Este tema del porte casi ilimitado de armas en EE.UU., en buena medida, tiene relación con la política exterior, ya que el Complejo Industrial Militar es el gran articulador y beneficiario de ambas.
6 De hecho, la construcción del Muro comenzó con Bill Clinton, quien inició la construcción cerca de El Paso y San Diego. Posteriormente, se produjo la ampliación de edificaciones durante los gobiernos de George W. Bush y Barack Obama. La construcción del muro no redujo el flujo de migrantes, puso en peligro a los nativos y afectó a las especies en peligro de extinción. Scott Nicol. The Obama-Biden administration built more than 100 miles of border wall. The Biden-Harris administration should tear walls down. SBCC. Southern Border Communities Coalition. https://www.southernborder.org/the_obama_biden_administration_built_more_than_100_miles_of_border_wall_the_biden_harris_administration_should_tear_walls_down ; Pedro Rios. For 25 years, “Operation Gatekeeper has made life worse for border communities.” The Washington Post; oct. 1st 2019. 2019. https://www.washingtonpost.com/outlook/2019/10/01/years-operation-gatekeeper-has-made-life-worse-border-communities/

Notas de autor

* Historiador, con doctorado por la USP (1997). Fue Visiting Scholar del Watson Institute for International and Public Affairs, Brown University, EUA (2015-2016). Fue profesor del Programa de posgrado en Historia Comparada de la URFJ (2004-2013). Es profesor del Programa de Posgrado en Historia de la UEM y del Programa de Posgrado en Historia de la UFSC. Es autor de Guerra Fria: Historia e Historiografía (2020). Actuó como uno de los coordinadores del Opening the Archives Project, en colaboración con James Green (Brown University). Sidnei Munhoz agradece al Conselho Nacional de Desenvolvimento Científico e Tecnológico (CNPq) que hizo posible el desarrollo de esta investigación a través de la concesión de una Beca de Productividad en Investigación.

Información adicional

Como citar este artículo: Munhoz, S. (2024). Afganistán y los desafíos a la hegemonía estadounidense a finales del siglo XX y principios del XXI. Relaciones Internacionales, 33(67), 193. https://doi.org/10.24215/23142766e193

Modelo de publicación sin fines de lucro para conservar la naturaleza académica y abierta de la comunicación científica
HTML generado a partir de XML-JATS4R