Historia
La Guerra Fría se inició en los años posteriores a la finalización de la Segunda Guerra Mundial; fue un conflicto protagonizado por dos súper potencias, vencedoras en la guerra: los Estados Unidos y la Unión Soviética. Según los internacionalistas, esta confrontación puede definirse como:
“Una pugna entre dos adversarios en el cual está ausente el conflicto armado directo, pero que se caracteriza por un alto nivel de hostilidad, motivado por las profundas incompatibilidades de los contendientes y por la búsqueda de objetivos similares en el orden político-estratégico.”[1]
Dicho conflicto significó, además, la instalación de un nuevo Orden o Sistema Internacional Global, que involucró y afectó a todas, o casi todas, las regiones del planeta. Como sostiene Wilhelmy, este enfrentamiento se fundó en un antagonismo ideológico irreconciliable que acabó dividiendo al mundo en dos bloques de poder. [2]
“A partir de la finalización de la Segunda Guerra el mundo se dividió profundamente en dos bloques, separados por un antagonismo económico y social; político, cultural y de mentalidad. Así, el antiguo sistema de equilibrio multilateral, cuyo centro era Europa, fue sustituido por un sistema bilateral de dos "superpotencias" extra-europeas: los Estados Unidos y la Union Soviética, quienes instalaron una bipolaridad fundada en el monopolio de las armas atómicas.” [3]
Analicemos, en primer lugar, las causas y las razones que desataron esta confrontación.
Cuando finalizó la guerra en 1945, las potencias vencedoras - EEUU, Gran Bretaña, la URSS y Francia - se reunieron en dos conferencias, Yalta y Potsdam, a los efectos de reorganizar la paz y establecer los parámetros que regirían a partir de entonces. Asimismo, y como ha sido habitual a lo largo de la historia, cada una de ellas buscó defender sus intereses y asegurarse las ventajas de su posición. En aquellas circunstancias, se iniciaron los primeros roces entre los presidentes de los EEUU y la URSS y, en los años siguientes, se materializó un proceso al que hemos denominado la ruptura de la Gran Alianza.
Según los historiadores, en Yalta, Roosevelt soñaba con que ambas potencias pudieran colaborar para liderar el mundo; por su parte, Stalin esperaba contar con la ayuda de sus antiguos socios para reconstruir su país. Sin embargo, el giro de los acontecimientos transformó estas esperanzas en una vorágine de tensiones y resentimientos que cambiaron el curso de la historia.
En septiembre del 45 – apenas acabada la guerra – Washington informó que se cancelaba el Acuerdo y Préstamo y Arriendo a la URSS, privándola de recursos indispensables para su recuperación. Esto enfureció a Stalin y, en enero del 46, se produjeron algunos encontronazos en la ONU, cuando EEUU apoyó un reclamo de Irán para que la URSS liberase dos provincias. Poco después, el 5 de marzo, en un discurso pronunciado por Winston Churchill en el Westminster College de Fulton, el ex primer ministro británico anticipó:
“Desde Settin en el Báltico hasta Trieste en el Adriático, un telón de acero ha descendido a través del continente. Detrás de esa cortina están las capitales de la Europa Central y Oriental: Varsovia, Berlín, Praga, Budapest, Belgrado, Bucarest y Sofía. Todas estas ciudades y las poblaciones alrededor de ellas han caído bajo la esfera de la Unión Soviética.”
Más tarde, se denunció la existencia de espías comunistas en Canadá. Entonces, Stalin declaró que el capitalismo y el comunismo eran incompatibles y que la URSS debía prepararse para un período de rearme. Simultáneamente - y en virtud de que el Ejército Rojo había liberado del nazismo a estos países - el kremlin inició el proceso comunistización de la región. Así, uno a uno, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Yugoslavia y Albania, pasaron a formar parte del Bloque Soviético.
Poco después, una serie de sucesos selló el camino hacia la confrontación. De hecho, en apenas cuatro años, se materializó la ruptura; un breve proceso que abrió las compuertas de la bipolaridad.
1. La ruptura de la Gran Alianza: 1945 – 1949.
El primer hecho se produjo cuando George Kennan envió el telegrama largo a Washington; este informe inspiraría la Doctrina Truman que incrementó la tensión.[4] Al año siguiente, la URSS respondió con la Doctrina de los Dos Mundos de Andrei Jdánov, que, a su vez, contribuyó a la creación del Kominform; un organismo destinado a fortalecer el control de Moscú sobre los países del bloque.
También en ese año, la crisis de Grecia puso a prueba la voluntad política de la Casa Blanca y del Kremlin en un forcejeo que desató temores, incertidumbres y más desconfianzas. Poco después, el Plan Marshall – ofrecido por Washington a todos los países europeos, pero solo aceptado por los occidentales – potenció los contrastes económicos, políticos y sociales en la Europa dividida. De hecho, las diferencias económicas que creó el plan condujeron a que, en 1948, se iniciara la primera crisis de Berlín, cuando la URSS cercó el sector occidental de la ciudad. Once meses más tarde, y gracias al establecimiento del puente aéreo, el sitio finalizó. Desde ese momento, ya no hubo forma de recomponer las relaciones entre ambos lideres.
Así, en 1949, se iniciaba la Guerra Fría con tres sucesos específicos y relevantes: el primero se produjo en el mes de abril, cuando los Aliados crearon - mediante el Tratado de Washington - la OTAN; una alianza militar para defender a sus doce miembros de las amenazas soviéticas. El segundo, consistió en la separación oficial de las dos Alemanias: en mayo, los aliados occidentales aprobaron la creación de la República Federal de Alemania y fijaron su capital en la ciudad de Bonn. Poco después, la República Democrática Alemana era proclamada en la región oriental. Finalmente, el 6 de octubre, los soviéticos lanzaron su primera bomba atómica, acabando así, con el monopolio nuclear norteamericano.
2. El Sistema Bipolar: caracteres y principios rectores.
De esta manera, se gestó el segundo Sistema Internacional Global que, según los internacionalistas, puede definirse como:
“Un modelo de orden internacional liderado por dos potencias rectoras de poder equiparable, que compiten por la hegemonía pero que, en realidad, la comparten.”
En general, este modelo presenta un alto grado de concentración de poder y las interrelaciones que se dan entre sus hegemones - que son más conflictivas que cooperativas - tienden a la hostilidad. Esto supone que la clave de su dinámica está centrada en torno al eje estratégico-militar y sus problemas más significativos son de seguridad. Por otra parte, los vínculos con los hegemonizados son más rígidos y más estables que en otros sistemas y se materializan a través de compromisos de adhesión, lealtad y reconocimiento. También es típico de la bipolaridad el establecimiento de áreas de influencia que - de acuerdo a la evolución de las relaciones entre los polos - pueden o no, ser respetadas.
Finalmente, en este Sistema, los vínculos entre los polos están regulados por la disuasión; un mecanismo que supone el despliegue de diversas estrategias para lograr que el otro no realice determinadas acciones. Así, conducidos por la idea de la mutua destrucción asegurada (hipótesis MAD), ambas potencias lo aplicaron a los efectos de advertir, amedrentar o persuadir a su enemigo de que las desventajas y los castigos que recibiría si atacaba, serían mucho más onerosos que sus hipotéticas ganancias.[5] Como sostiene Jean Guitton:
“El rasgo más distintivo de esta pugna Este-Oeste fue la paz por el terror, la cual se plasmó, necesariamente, en la disuasión; una disuasión que quedó integrada a la dinámica de la relación mediante la amenaza creíble y sostenida del poder nuclear. Una disuasión que cimentó el Equilibrio del Terror.” [6]
En cuanto a sus principios rectores, la mayoría de los autores considera que los sistemas bipolares también están regidos por el principio de Balance de Poder; un balance que, en este caso, es más estricto que en los sistemas multipolares, debido a que los actores hegemónicos son sólo dos y, por lo tanto – en términos teóricos – la distribución de poder se da en una ecuación de 50% - 50%. En esta dinámica particular, se supone que el Sistema es bastante estable, debido a que cada contendiente intenta permanentemente controlar las emanaciones de poder del otro.
Ahora bien, desde nuestra perspectiva, es necesario y adecuado formular otros dos principios rectores, pues estos contribuirían a explicar, con mayor claridad, el funcionamiento sistémico.
El primero sería el principio de control intra-hegemónico; es decir, el instrumento que cada polo emplea para controlar a las potencias aliadas, o menores, que están bajo su dominio y con las cuales mantiene lazos ideológicos, políticos, estratégicos, económicos e incluso, culturales. Este control puede llevarse a cabo mediante la persuasión, la coacción o la amenaza y asegura la estabilidad del bloque. En el caso de EEUU, este principio se ejerció sobre Europa Occidental y Latinoamérica. En el caso de la URSS, sobre los países de la Europa del Este.
El segundo, es el principio de competencia inter-hegemónica y consiste en las políticas y estrategias que cada potencia emplea para tratar de eliminar, neutralizar o debilitar a la otra. En este caso, las herramientas más habituales fueron: las confrontaciones a través de terceros países; las presiones políticas y diplomáticas, las amenazas, la carrera armamentística y espacial; los sistemas de inteligencia y las exhibiciones de poder.
¿Cuáles fueron los rasgos distintivos de este Modelo?
Según los especialistas, la médula del conflicto fue de índole ideológica, ya que las ideas, las formas de vida y las estructuras e instituciones de cada una de las superpotencias, no sólo eran opuestas, sino incompatibles. Como afirma Hobsbawm:
Cada uno de ellos creía que su modo de vida y su cultura eran, no sólo válidos y verdaderos, sino que superaban ampliamente a los de su rival, que había adoptado un modelo de convivencia social erróneo y perverso. Este antagonismo, fundado en el ethos y en la praxis, condujo irremediablemente a la absolutización de ambas posiciones y generó una tendencia de las partes a buscar la eliminación o la neutralización de su enemigo, considerado como un obstáculo para su realización particular y para el logro de su objetivo final: la obtención de la hegemonía mundial.[7]
De hecho, ambas posturas fueron antinómicas y reduccionistas y pusieron al resto del mundo en una difícil opción de alineamiento, adhesión y compromiso. En efecto, dos concepciones antitéticas del mundo, dos modos de vida irreconciliables, dos formas de Estado y de sociedad y dos modelos económicos opuestos, configuraron los rasgos de una pugna que se manifestó de manera contundente.
En este punto, y a los efectos de enriquecer el análisis, nos ha parecido importante incluir las explicaciones de dos autores, quienes han interpretado esta confrontación a través de sendas hipótesis.
La primera es la de Arthur Gladstone, quien afirma que esta pugna se cimentó en la demonización del otro. Según el autor, el conflicto fue iniciado por los aparatos gubernamentales de cada uno de los Estados y - un poco más tarde - fue transferido a sus poblaciones mediante una serie de instrumentos concretos: la propaganda, las medidas de gobierno y las estrategias comunicacionales.[8] A partir de allí, estos países desarrollaron actitudes fijas y distorsionadas bastante similares. Este comportamiento fue típico de la confrontación Este-Oeste y produjo una serie de percepciones equivocadas en las que, con frecuencia, el temor imaginario colectivo y la desconfianza mutua, profundizaron las desavenencias y multiplicaron los resentimientos.
“Cada parte cree que la otra está inclinada a la agresión y la conquista, que es capaz de gran brutalidad y maldad, que es cruel e inmoral y, por lo tanto, que no merece ni respeto ni consideración. Así, cada lado se prepara para el combate anticipado, esforzándose por acumular el mayor poder militar para la destrucción del enemigo.” [9]
La segunda hipótesis es la de Raymond Aron, quien define a los adversarios como Hermanos-Enemigos. En sus palabras:
“Ha sido habitual en la Historia, que quienes aspiraron a ocupar un mismo lugar de poder, tuvieran siempre muchas cosas en común, proclamaran principios similares y fundaran sus disputas con métodos y herramientas más o menos parecidos. Ahora bien, para que Dos Grandes de un sistema internacional no sean hostiles el uno con el otro, deberían reinar juntos; la Historia no ofrece ejemplo de un milagro semejante.”[10]
A partir de este supuesto, el autor analiza los rasgos peculiares del conflicto Este-Oeste y afirma que:
Los Dos poseían el espacio y los recursos necesarios para mantener la rivalidad; espacio y recursos que conquistaron durante el siglo anterior, en el que se desarrollaron las sociedades industriales.
Por otra parte, ambos emplearon los mismos métodos propagandísticos para validar su modelo y denostar al otro; ambos proclamaron su vocación democrática y su honestidad frente a las mentiras y la hipocresía de su oponente.[11]
En tercer lugar, los dos tuvieron la misma ambición de producción y productividad, el mismo deseo de difundir los fenómenos de industrialización y urbanización, las mismas ansiedades hegemónicas de desarrollo armamentístico y termonuclear.[12]
Finalmente, solo ellos poseían el poder nuclear; una capacidad que terminó convirtiéndose en una tremenda paradoja pues, cuanto más mortíferos son los instrumentos de la fuerza, menos utilizables se tornan.
Así, dice Aron, se creó una encrucijada; un camino sin salida que condujo a una única conclusión: los enemigos no pueden entenderse, pero tampoco pueden destruirse; están condenados a convivir de algún modo. Y esta es la razón que fundamenta su sentencia de: paz improbable, guerra imposible.
“Los gigantes están paralizados, pero paralizados el uno con respecto al otro. Su actividad con el resto del mundo es más activa que nunca.”[13]
En síntesis, los Estados Unidos y la URSS son parientes enemistados por sus respectivos modelos políticos y socioeconómicos y su contienda configura una antítesis ideológica análoga que se fundó, precisamente, en sus semejanzas.
“Los Dos Grandes de hoy no pueden reinar juntos en razón de la incompatibilidad de sus instituciones y de sus principios de legitimidad. La querella que sostienen no puede ser solucionada por la espada, pero tampoco puede ser reglada por la negociación. Ambos se encuentran en un punto irreductible de no retorno”.[14]
La Guerra Fría terminó en diciembre de 1991, cuando la URSS se autodisolvió. Desde entonces, Rusia entró en lo que sus ciudadanos recuerdan como: la catástrofe de los 90. Sin embargo, poco a poco, el país fue resurgiendo para recuperar su antigua posición de superpotencia.
En 2022, el presidente Putin decidió invadir Ucrania como respuesta a lo que él ha interpretado como: una intromisión intolerable de Occidente en su área de influencia a través de la OTAN.
¿Es que la Historia se repite y estamos otra vez viviendo en una Guerra Fría?
Desde nuestro punto de vista, esa idea nos conduciría a simplificar erróneamente la realidad que nos toca vivir. En primer lugar, porque las condiciones del contexto se han modificado profundamente; en segundo término, porque el conflicto actual entre Rusia y Occidente no obedece a razones ideológicas sino geopolíticas y, finalmente, porque en estas décadas, ha surgido otro actor que, aparentemente, también aspira a la hegemonía global.
Recordemos que, desde que finalizó la Guerra Fría, vivimos en lo que Dallanegra Pedraza identifica como una Transición Intersistémica; es decir, una etapa en la que el modelo de orden ha desaparecido, pero aún no se ha gestado uno nuevo. En estas circunstancias, sostiene el autor, reina una atmósfera conflictiva, confusa y volátil y se vive un tiempo dominado por la incertidumbre; un tiempo plagado de coyunturas y de particularidades.
Y este es nuestro tiempo.
Notas