Resumen: Una partícula viral de aproximadamente 120 nm ha modificado totalmente lo que sucede en nuestro mundo de 12.000 km de diámetro. La primera epidemia del coronavirus del síndrome respiratorio agudo grave (SARS), y luego la del síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS), alertaron del potencial de transmisión entre especies de esta familia viral. Sin embargo, no fue hasta su tercer gran salto con la pandemia del SARS-CoV-2 que el foco de toda la comunidad científica se centró en ellos. Existen diversos saltos interespecies reportados en medicina veterinaria que no son más que intentos de los coronavirus de perfeccionar su potencial de transmisión para llegar a más de 7 mil millones de huéspedes en quienes replicar. Este artículo describe las características morfológicas y genéticas de los coronavirus, su particular mecanismo de replicación y cómo este influye en su diseminación. Del mismo modo, se describen signos clínicos, lesiones, variantes antigénicas y control mediante vacunación de los principales coronavirus asociados a diferentes especies animales, con un especial énfasis en los antecedentes reportados sobre coronavirus en América Latina.
Palabras clave: Coronavirus, Medicina Veterinaria, América Latina, SARS-CoV-2.
Abstract: A 120 nm viral particle has completely modified what happens in a 12,000 km diameter planet. The first epidemics caused by the severe acute respiratory syndrome (SARS) coronavirus and the Middle East respiratory syndrome (MERS) coronaviruses, alerted to the potential for inter-species transmission. However, it was not until coronaviruses´ third big leap with the new SARS-CoV-2 pandemic that the the entire scientific community focused on them. There are several interspecies jumps reported in veterinary medicine that are nothing more than different coronaviruses attempts to perfect their transmission and potentially reach more than 7 billion hosts in which they can replicate. This article describes morphological and genetic characteristics of coronaviruses, their particular replication mechanism and how it influences their dissemination. In addition, clinical signs, lesions, antigenic variants and vaccination control of the main coronaviruses associated with different animal species are described, with a special emphasis on reports in Latin America.
Keywords: Coronavirus, Veterinary medicine, Latin America, SARS-CoV-2.
Artículos de Revisión
El tercer gran salto: los coronavirus animales en América Latina
The third great leap: animal coronaviruses in Latin America
Recepción: 31 Agosto 2021
Revisado: 15 Octubre 2021
Aprobación: 24 Noviembre 2021
Las primeras evidencias de infección por coronavirus en animales datan de casi mediados del siglo pasado. En el año 1931, se detectó una nueva enfermedad del tracto respiratorio superior de gallinas en los Estados Unidos (Schalk & Hawn, 1931), la que recién en el año 1937 logró replicarse en embriones de pollo (Beaudette & Hudson, 1937), denominándose al agente etiológico como “virus de la bronquitis infecciosa”. Sin embargo, no fue hasta 1967 que este virus, junto con el de la hepatitis murina y otros dos productores de resfríos en humanos, fueron agrupados como coronavirus, en base a las observaciones realizadas mediante microscopía electrónica en las cuales se observaba un halo característico con forma de corona solar (Almeida & Tyrrell, 1967).
En los sucesivos años, y con el progreso de las técnicas de aislamiento y caracterización viral, se han determinado más de 45 especies virales pertenecientes a cuatro géneros (Alphacoronavirus, Betacoronavirus, Deltacoronavirus y Gammacoronavirus) que componen la familia Coronaviridae, afectando tanto al ser humano como a diversas especies animales (ICTV, 2019).
Los coronavirus son virus que poseen un diámetro promedio de 120 nm. Su genoma es de ARN de simple cadena de polaridad positiva (ARNsc +) y presentan envoltura (Figura 1). El genoma de los coronavirus es el más grande entre los genomas virales de ARN, con un tamaño promedio de 30 Kpb. En su región 5’, se encuentran dos grandes marcos abiertos de lectura (ORF) denominados ORF1a y ORF1b, comprendiendo casi el 75% del total del genoma. Por otro lado, en la región 3’ se encuentran los restantes ORFs que codifican para las proteínas estructurales y accesorias que varían entre los distintos géneros de coronavirus. Si bien las proteínas accesorias no son necesarias para la replicación viral, desempeñan un rol importante en la patogénesis (Michel et al., 2020). La envoltura viral está formada por las proyecciones características observadas en la microscopía electrónica correspondientes a la glicoproteína S, que junto a las proteínas M y E, están presentes en todas las especies de coronavirus. Los betacoronavirus, en su mayoría, expresan una proteína de envoltura adicional denominada proteína accesoria hemoaglutinina-esterasa o HE, que suele formar una segunda, y menor, capa de proyecciones dentro de la partícula viral. Por último, la proteína N es una proteína que se asocia al genoma de todos los coronavirus a modo de protección del material genético (Masters, 2006).
Representación esquemática de una partícula de coronavirus. Se indican con flechas el genoma viral y las principales proteínas estructurales conservadas entre todas las especies virales de coronavirus.
El proceso de transcripción y síntesis de las proteínas de los coronavirus involucra una estrategia conservada dentro del orden Nidovirales que se denomina transcripción anidada de ARNm subgenómicos (Figura 2) (Di et al., 2018). El genoma de ARN de polaridad positiva le confiere la capacidad de comportarse como ARN mensajero una vez dentro de las células hospedadoras y asi iniciar el proceso de replicación (Figura 3). A partir de los ORFs 1a y 1b, los ribosomas celulares traducirán dos poliproteínas principales: la poliproteína pp1a y la pp1ab. La poliproteína pp1a, de mayor concentración, será el producto de la traducción del ORF1a. Por otro lado, el ORF1b, al no poseer un sitio de inicio para la traducción, solo podrá traducirse de manera conjunta con el ORF1a, debido a la presencia de una “secuencia resbaladiza” al final de este. Esta secuencia resbaladiza permite que se traduzca el ORF1b, en conjunto con el ORF1a, el cual no posee sitio de inicio para la traducción. Como consecuencia, y en menor proporción, se traducirá la segunda poliproteína viral denominada pp1ab (Kelly et al., 2021). A partir de ambas poliproteínas, y mediante diferentes procesamientos catalíticos, se clivarán las diferentes proteínas no estructurales que conformarán el complejo de transcripción/replicación viral. Este complejo será el encargado de replicar el genoma y transcribir los ARNm subgenómicos, a partir de los cuales se sintetizarán las proteínas estructurales/accesorias presentes en la región 3’ del genoma (Wang et al., 2020). Los ARNm subgenómicos anidados tienen la particularidad que sintetizan ARNm de diferentes tamaños mediante un proceso inusual de transcripción discontinua. Dichos ARNm subgenómicos están formados por una secuencia líder e idéntica a la presente en el extremo 5’ del genoma y una secuencia codificante principal que deriva de la región 3’. Es decir, que la polimerasa debe “saltar” de un extremo al otro en este proceso de transcripción, lo que posibilita la recombinación y aparición de nuevas cepas virales dentro de esta familia viral (Di et al., 2018). Una vez replicado el genoma y sintetizadas todas las proteínas estructurales/accesorias, todos los constituyentes de la partícula viral se ensamblan y adquieren la envoltura viral durante su paso por el retículo endoplasmático y aparato de Golgi de la célula hospedadora. De esta manera, las partículas virales maduras son liberadas por exocitosis de la célula infectada (Garoff et al., 1998).
La infección de nuevas células requerirá de la unión de la glicoproteína S, presente en la envoltura viral, con un receptor celular determinado, dependiendo del género y/o especie viral (Szczepanski et al., 2019).
Esquema del proceso de transcripción/traducción en el ciclo de replicación de los coronavirus. Se indican las poliproteínas virales pp1a y pp1ab a partir de las cuales se traducen las proteínas no estructurales que conforman el complejo de replicación/transcripción de los coronavirus. Este complejo es el encargado de replicar el genoma y de transcribir el set de ARNm subgenómicos anidados, a partir de los cuales se sintetizan las proteínas estructurales y accesorias de los coronavirus.
Entre las diversas infecciones virales que afectan a las especies animales de importancia en Medicina Veterinaria, los coronavirus son una familia que ha ido cobrando cada vez más relevancia desde el primer brote del SARS-CoV. Esta familia, dependiendo de la especie, produce signos respiratorios, entéricos y/o neurológicos, sin mayores consecuencias en la especie afectada.
Los animales de compañía, como así también los de producción y aquellos utilizados en investigación, son susceptibles a las infecciones por coronavirus (Colina et al., 2021); incluso existen reportes de especies de coronavirus que pueden infectar a más de una especie animal (Chan et al., 2013). De esta manera, se genera la posibilidad de recombinaciones virales y de la aparición de nuevas especies de coronavirus con potencial de transmisión entre especies animales y/o a los humanos. Es por esto, que es importante el reconocimiento de los diferentes coronavirus y sus signos clínicos en las diferentes especies de interés veterinario, tanto para garantizar la sanidad animal como para proteger la salud humana.
Los coronavirus caninos (CCoV) poseen especies representantes de los géneros Alphacoronavirus y Betacoronavirus. Los CCoV presentan dos biotipos definidos bien característicos: el alphacoronavirus entérico canino (CECoV) y el betacoronavirus respiratorio canino (CRCoV). Son conocidos, además, dos genotipos principales, el genotipo I y el genotipo II, este último subdividido a su vez en genotipos IIa y IIb (Decaro et al., 2009). Mientras los primeros reportes de coronavirus caninos asociados a signos entéricos datan del año 1971 en Alemania, los asociados a signos respiratorios corresponden al año 2003 en Italia (Binn et al., 1974; Erles et al., 2003).
La vía de transmisión fue establecida inicialmente como transmisión fecal-oral para el biotipo CECoV y transmisión aérea para el biotipo CRCoV (Priestnall et al., 2014). Sin embargo, para este último, se ha reportado su detección a partir de hisopados anales, por lo que la transmisión fecal-oral no debería descartarse. En general, las infecciones por los CCoV están asociadas con altas tasas de morbilidad, pero baja mortalidad (Mitchell et al., 2013). Los signos clínicos suelen ser leves y están asociados a una enteritis con falta de apetito, letargia y diarrea. En cachorros de pocas semanas y perros debilitados, el cuadro suele ser más grave involucrando vómitos, deshidratación/desnutrición y diarrea sanguinolenta (Pratelli, 2006). Se ha documentado la aparición de una cepa hipervirulenta pantrópica (pCCoV), la cual produce signos clínicos mucho más severos como desórdenes neurológicos (convulsiones y ataxia) y una severa leucopenia, la que, sumada a los signos antes mencionados, lleva a la rápida muerte del animal infectado (Decaro & Buonavoglia, 2011).
Para el caso del CRCoV, un estudio experimental demostró que, en general, los signos respiratorios son leves con estornudos, tos y secreción nasal abundante (Mitchell et al., 2013). Las infecciones con este biotipo tienen un rol primordial en el desarrollo de los primeros estadios de la enfermedad respiratoria multifactorial infecciosa canina (CIRD) o tos de las perreras (Buonavoglia & Martella, 2007).
En los cuadros más severos de enfermedad entérica pueden estar presentes otros agentes virales como adenovirus canino tipo 1, distemper y parvovirus canino tipo 2 (Pratelli et al., 2001); incluso las coinfecciones con este último virus han alcanzado valores superiores al 75% (Gizzi et al., 2014). Por otra parte, en las infecciones respiratorias se suelen encontrar patógenos como Bordetella bronchiseptica, Mycoplasma cynos, adenovirus canino tipo 2 y virus de la parainfluenza canina, reforzando así la hipótesis de que el CRCoV es un importante elemento a la hora de desarrollar la CIRD (Buonavoglia & Martella, 2007).
Los estudios histopatológicos han demostrado diferencias en los patrones de infección entre ambos biotipos. El CECoV replica principalmente en enterocitos, produciendo la distorsión de las microvellosidades y la concomitante pérdida de su función (Licitra et al., 2014). También puede replicar en la mucosa de los intestinos delgado y grueso, hígado, pulmones y estructuras linfoides, aunque sin afectar sus funciones. En el caso del CRCoV, los órganos más afectados son los de las vías respiratorias superiores con el mayor daño en la mucosa de la tráquea y de las narinas e inflamación y pérdida de las cilias, lo que predispone a infecciones con otros patógenos respiratorios. (Mitchell et al., 2013).
Los brotes alrededor del mundo han sido extensamente documentados (Ntafis et al., 2010). En América Latina, no se reportan brotes de CCoV, pero sí análisis de detección viral y prevalencia en diferentes poblaciones animales. En Argentina, por ejemplo, los estudios corresponden a detecciones virales mediante microscopía electrónica (del Amo et al., 1999) y a estudios de seroprevalencia que demostraron valores altos de positividad (Orozco et al., 2014). Se han realizado diversos rastreos serológicos y moleculares en otros países de la región como Bolivia (Bronson et al., 2008), Brasil (Castro et al., 2010), Ecuador (Berrezueta Reyes, 2014), Colombia (Santana-Clavijo et al., 2020), México (Flores Ortega et al., 2015), Perú (Irazabal Léctor, 2018) y San Cristóbal y Nieves (Navarro et al., 2017). En Bolivia, se detectó también infección por CCoV en un aguará guazú (Chrysocyon brachyurus) (Deem & Emmons, 2005), mientras que en Brasil se detectó en zorros (Pseudalopex gymnocercus y Cerdocyon thous), miembros salvajes de la familia Canidae (de Oliveira Hübner et al., 2010).
La única caracterización de cepas circulantes en toda América Latina se realizó en Brasil, donde se encontró circulación de ambos genotipos de CCoV (Barros et al., 2018; Costa et al., 2014). Incluso, se ha detectado la presencia de la cepa pantrópica pCCoV (Pinto et al., 2014).
Solo existen vacunas a virus atenuado o inactivado (Tizard, 2020) para el biotipo CECoV. Sin embargo, no suelen estar recomendadas ya que no se ha establecido un claro beneficio para los cachorros, principales destinatarios de estas (Day et al., 2020). Esto se debe a que la inmunidad pasiva brindada por el calostro materno interfiere en la producción de inmunidad por la vacunación (Franco & Puentes, 2020).
Representación esquemática del ciclo replicativo completo de los coronavirus. Se muestran las diferentes etapas, desde la adsorción inicial de la partícula viral a la superficie celular hasta la liberación de la célula infectada.
Los coronavirus felinos (FCoV) pertenecen al género Alphacoronavirus y son reconocidos por producir enfermedades entéricas tanto en felinos domésticos como salvajes (Stout et al., 2021). Existen dos serotipos característicos denominados FCoV tipo I y tipo II y dos biotipos, basados en la patogenia de la enfermedad ocasionada: el biotipo FECV puede producir enfermedad entérica leve o subclínica, mientras que el biotipo FIPV provoca una enteritis severa, pudiendo generar una peritonitis infecciosa felina (Tekes & Thiel, 2016). Sorprendentemente, se ha establecido que el biotipo FECV puede mutar al biotipo FIPV, dependiendo de diversos factores del hospedador y del virus (Kennedy, 2020). En América Latina, se reporta la prevalencia de ambos biotipos de FCoV.
Los FCoV se transmiten principalmente por vía fecal-oral y fómites (Tekes & Thiel, 2016). Se ha establecido que una alta carga viral en heces podría ser indicativo de futuros problemas de peritonitis infecciosa (Pedersen, 2014). Si bien el biotipo FIPV puede diseminarse a través de las heces, se sabe que esta vía de transmisión no es de importancia epidemiológica (Kennedy, 2020).
En lo que respecta a signología clínica, las infecciones con el biotipo FECV pueden ser asintomáticas o solo generar una gastroenteritis leve con diarrea (Haake et al., 2020). Por su parte, la infección con el FIPV puede contribuir a desencadenar el síndrome de la peritonitis infecciosa felina (FIP), que causa la muerte en el 100% de los felinos jóvenes infectados (Pedersen, 2014). En gatos inmunocomprometidos, la FIP puede generar signos clínicos como anorexia, letargo, pérdida de peso y pirexia (Kennedy, 2020). Adicionalmente, puede existir o no acumulación de líquido en la cavidad abdominal, denominándose FIP húmeda o FIP seca, respectivamente. En este último caso, suele observarse la aparición de signos neurológicos y/u oculares, como ataxia y uveítis (Felten & Hartmann, 2019; Kennedy, 2020). También se ha observado una combinación de estas dos formas clínicas, denominada FIP mixta, en la que aparecen lesiones granulomatosas en órganos junto con acumulación de fluidos (Kipar & Meli, 2014).
El biotipo FECV presenta tropismo por los enterocitos apicales de las vellosidades, desde el duodeno distal hasta el ciego, generando comúnmente acortamiento y fusión de las vellosidades intestinales e hiperplasia del epitelio de las criptas (Haake et al., 2020). Puede también infectar, aunque de manera deficiente, a los monocitos, lo que contribuye a su diseminación por todo el cuerpo (Tekes & Thiel, 2016).
La infección con el biotipo FIPV produce lesiones que varían según la forma húmeda o seca de la FIP, por lo que son necesarios diversos estudios para llegar a un diagnóstico definitivo (Addie et al., 2009). La FIP húmeda, se caracteriza por acumulación de líquido de color amarillo claro, semitranslúcido y rico en proteínas en peritoneo o tórax, y serositis/pleuritis fibrinosa y granulomatosa que afecta el parénquima de varios órganos. También se puede observar inflamación piogranulomatosa, con frecuente compromiso de vasos sanguíneos y consecuentes hemorragias subcapsulares en el hígado, el bazo y los riñones y subserosas en los intestinos y los pulmones (Haake et al., 2020). Por otro lado, la FIP seca se caracteriza por la aparición de piogranulomas parenquimatosos y serosos que pueden extenderse desde las superficies serosas al parénquima de uno o varios órganos afectados, como el riñón, el ojo, el cerebro, los linfonódulos mesentéricos y mediastínicos, el epiplón, el intestino y el hígado. A su vez, pueden ocurrir lesiones inflamatorias perivasculares con agregados de macrófagos con o sin presencia de vasculitis (Haake et al., 2020). El FIPV es conocido además por su gran facilidad de infectar monocitos y macrófagos y diseminarse así rápidamente por todo el organismo (Kennedy, 2020).
En nuestra región se reportan diversos estudios seroepidemiológicos. En Brasil, diversos trabajos refieren una amplia distribución de estos coronavirus en las poblaciones felinas (Johann et al., 2009; Mósena et al., 2019). En Colombia, por su parte, se encontraron seroprevalencias altas cercanas al 85%, correspondientes al serotipo tipo I, en gatos de albergues (Delgado Villamizar, 2018).
Existen reportes de detección en miembros salvajes de la familia Felidae. En Guatemala, por ejemplo, se encontró serología positiva en un margay (Leopardus wiedii) (Lickey et al., 2005) al igual que lo ocurrido en Argentina en un gato montés sudamericano (Leopardus geoffroyi) (Uhart et al., 2012) y en Colombia en un tigre de Bengala (Panthera tigris tigris) y dos ocelotes (Leopardus pardalis) (Fletcher Uribe et al., 2017).
Particularmente, para el biotipo FIPV se reportan prevalencias menores al 5% en Brasil (Silva de Oliveira, 2017; Veloso et al., 2021), detección del serotipo II del FIPV en Colombia a partir de un gato con FIP húmeda (Santana-Clavijo et al., 2020), FIPV asociado a signos neurológicos en Uruguay (Benítez et al., 2016) y casos clínicos de FIP húmeda en Perú (Rubio & Chavera, 2018) y Chile (Albala & Court, 1986).
La vacunación contra los FCoV no es recomendable porque se reconoce que los gatos muy jóvenes suelen estar tempranamente expuestos a este coronavirus, además de que los anticuerpos generados tras la vacunación potencian la aparición de FIP (Huisman et al., 2009; Tizard, 2020).
Los coronavirus bovinos (BCoV) pertenecen al género Betacoronavirus y están asociados con enfermedades respiratorias y entéricas en bovinos y otros rumiantes salvajes como el venado cola blanca (Odocoileus virginianus), el ciervo sambar (Rusa unicolor) o el antílope acuático (Kobus ellipsiprymnus) (Saif, 2010). Los BCoV, reportados por primera vez en Estados Unidos en 1975, se agrupan en un único serotipo y genotipo, que se pueden dividir en dos biotipos principales: los entéricos (BECoV) y los respiratorios (BRCoV) (Vlasova & Saif, 2021).
Los BECoV son comunes en la diarrea neonatal en terneros (NCD) como así también en la disentería de invierno (WD) (Vlasova & Saif, 2021). Por su parte, los BRCoV afectan comúnmente a bovinos de todas las edades y son un patógeno de importancia dentro de la enfermedad respiratoria bovina o complejo respiratorio bovino (BRDC) (Saif, 2010). Cabe destacar, que las infecciones que involucran ambos biotipos pueden ser acompañadas por coinfecciones con otros patógenos, como bacterias y virus, los cuales complican el cuadro clínico (Saif, 2010).
La transmisión de los BCoV es por vía fecal-oral, respiratoria y por fomites (Clark, 1993; Oma et al., 2018). De hecho, se ha encontrado que la infección por BCoV puede ser detectada primeramente en secreciones nasales y luego en muestras fecales (Thomas et al., 2006).
Los signos clínicos varían de acuerdo con el biotipo interviniente. Las infecciones con BECoV que conducen a la NCD se caracterizan por la presencia de un cuadro entérico que lleva a la aparición de diarrea acuosa, especialmente en terneros de un mes de edad. Los animales se observan decaídos y anoréxicos y, en algunos casos puede haber deshidratación y pirexia (Clark, 1993). Por el contrario, en la WD, se ven afectados los bovinos adultos con signos clínicos que suelen ser diarrea aguda acuosa, depresión, fiebre, disminución de la producción de leche, descarga nasolagrimal, tos y producción de acidosis metabólica e hipoglucemia (Clark, 1993; Tråvén et al., 2001).
En el caso de las infecciones con BRCoV, los signos clínicos suelen ser tos, rinitis, fiebre o neumonía, pudiendo estar acompañados también de inapetencia y diarrea (Saif, 2010). En este sentido, se postula que el BRCoV es un patógeno necesario para desencadenar el BRDC, el cual se caracteriza por signos como fiebre, disnea, desarrollo de bronconeumonía, opistótonos, estertores, pérdida de peso y muerte (Headley et al., 2018; Saif, 2010).
La patogenicidad, en los síndromes entéricos, se corresponde con la destrucción y fusión de las vellosidades a lo largo del intestino delgado y grueso, lo que lleva a un síndrome de malabsorción y subsecuente diarrea, la que suele agravarse debido a la hiperplasia de la cripta y aumento en la secreción de fluidos por parte del epitelio intestinal (Clark, 1993; Vlasova & Saif, 2020). Respecto a la patogenia en los síndromes respiratorios, las lesiones pulmonares, bronquitis, bronquiolitis y enfisema intersticial, suelen complicarse por infecciones con otros patógenos respiratorios (Saif, 2010).
En América Latina, las infecciones por BCoV están bien documentadas en países con modelos económicos agroexportadores. Por ejemplo, en Argentina, algunos estudios han encontrado un mayor porcentaje de BCoV en granjas de producción lechera respecto a las de producción de carne (Bertoni et al., 2020). En años recientes, diversos estudios de caracterización molecular y serológica han demostrado la prevalencia del BCoV en diversas zonas del país, produciendo brotes de diarrea en bovinos de todas las edades (Alfieri et al., 2018; Cruvinel et al., 2020; Ribeiro et al., 2016).
Estudios de brotes de WD y NCD, demostraron valores altos de prevalencia de los BCoV en granjas bovinas brasileñas (Brandão et al., 2007; Stipp et al., 2009; Takiuchi et al., 2009), mientras que la prevalencia fue menor en granjas chilenas (Santibáñez Contreras et al., 2012) y uruguayas (Castells et al., 2019), asociando las cepas aisladas en este último país, con las de sus países vecinos (Brasil y Argentina).
En la región del Caribe también se ha reportado la detección de los BCoV en diferentes poblaciones. En México, por ejemplo, se demostró la ocurrencia del BRCoV en brotes de enfermedad respiratoria (Orozco-Cabrera et al., 2020), mientras que en Colombia se detectó BECoV tras un brote de NCD (Cadavid-Betancur et al., 2014). La prevalencia en terneros de hasta un mes de vida fue determinada en Venezuela (Obando et al., 1992) y Costa Rica (Ramírez Carvajal, 2007). Por su parte, en Cuba, se reportaron brotes de coronavirus bovinos (Barrera Valle et al., 2006; Betancourt et al., 2007) y más recientemente, un estudio de caracterización filogenética asoció las cepas circulantes con cepas aisladas en los Estados Unidos (Martínez et al., 2012).
La vacunación contra los BCoV se basa primeramente en inmunizar a la madre antes del nacimiento utilizando vacunas atenuadas o inactivadas multivalentes, para así poder transmitir sus anticuerpos al ternero a través del calostro. Adicionalmente se puede inmunizar a los terneros de un día, o antes de su traslado, con vacunas atenuadas intranasales (Tizard, 2020; Vlasova & Saif, 2020). Si bien inmunizar a los animales puede reducir el riesgo de la ocurrencia de brotes entéricos o respiratorios, los estudios no son concluyentes respecto a la protección brindada por las vacunas actuales (Saif, 2010; Vlasova & Saif, 2020).
El coronavirus equino (ECoV) pertenece al género Betacoronavirus y es considerado un virus entérico emergente, que afecta principalmente a caballos adultos, con una alta morbilidad. El ECoV fue identificado inicialmente en el año 2000 en los Estados Unidos a partir de heces de un potrillo con diarrea (Guy et al., 2000).
Estudios de inoculación esofágica directa, en equinos jóvenes, han propuesto la vía fecal-oral como ruta de contagio (Nemoto et al., 2014). En este sentido, se ha detectado de manera infrecuente, ECoV en hisopados nasales de los animales infectados (Pusterla et al., 2018).
La signología clínica presente en la infección con este coronavirus, se asocia con fiebre, letargo y anorexia, aunque también se ha documentado el desarrollo de leucopenia en algunos animales. En general, la enfermedad se considera autolimitante (Pusterla et al., 2013). En animales jóvenes, se han reportado casos de encefalopatías por la hiperamonemia junto con signos de encefalopatía aguda que llevan a la muerte (Fielding et al., 2015). En caballos adultos, se han documentado varios brotes epizoóticos involucrando cuadros piréticos y entéricos agudos (Oue et al., 2013).
Estudios histopatológicos han demostrado una marcada afección en diferentes secciones del tracto intestinal, observándose enteritis necrotizante difusa, caracterizada por acortamiento de las vellosidades, extravasación de neutrófilos y formación de pseudomembranas en la luz del intestino delgado, así como necrosis de criptas, microtrombosis, hemorragia, en conjunto con linfopenia y neutropenia (Pusterla et al., 2016).
Los diferentes trabajos reportan una tasa de detección del ECoV muy variada (Bryan et al., 2019; Oue et al., 2013). Sin embargo, a partir de 2010 se han reportado varios brotes en equinos adultos alrededor del mundo, aunque en su mayoría son casos asintomáticos confirmados mediante métodos moleculares a partir de muestras de materia fecal (Pusterla et al., 2018; Schvartz et al., 2021).
En América Latina, solo Brasil reportó la detección del ECoV a partir de animales con signología clínica de diarrea mediante RT-PCR (Brandão et al., 2006). En casos de potrillos con enteritis, deshidratación y decúbito permanente, se detectó mediante microscopía electrónica (Meirelles et al., 2011).
Con respecto a las vacunas contra el ECoV, dado que este está estrechamente relacionado con los BCoV, se han empleado vacunas vivas atenuadas e inactivadas generadas para estos últimos, obteniendo buenos resultados en la obtención de anticuerpos neutralizantes (Prutton et al., 2019). Sin embargo, al ser estudios preliminares con escasa cantidad de animales, no se recomienda aún la vacunación heteróloga para prevenir la infección.
El cerdo actúa como hospedador natural de seis diferentes especies de coronavirus que pertenecen a tres géneros distintos: Alphacoronavirus, Betacoronavirus y Deltacoronavirus.
Dentro de los alphacoronavirus se encuentran el virus de la gastroenteritis transmisible del cerdo (TGEV), el virus de la diarrea epidémica porcina (PEDV) y el coronavirus del síndrome de la diarrea aguda del cerdo (SADS-CoV), todos ellos agentes causales de cuadros severos gastrointestinales en cerdos de entre una a tres semanas de edad. Existe también una variante del TGEV que ocasiona signos respiratorios, conocido como coronavirus respiratorio del cerdo (PRCV) (Wang et al., 2019).
En el género Betacoronavirus, se incluye el virus de la encefalomielitis hemoaglutinante del cerdo (PHEV), siendo este el único coronavirus neurotrópico que afecta a esta especie (Pensaert et al., 2006). Por último, dentro del género Deltacoronavirus, se encuentra el denominado deltacoronavirus del cerdo (PDCoV), que al igual que los alphacoronavirus porcinos, produce cuadros gastrointestinales (Saif et al., 2019).
La enfermedad originada por cada uno de los cuatro coronavirus porcinos que produce signos gastrointestinales (TGEV, PEDV, SADS-CoV y el PDCoV), no se diferencia si solo se analiza el cuadro clínico y las lesiones. Siempre requiere de un diagnóstico de laboratorio que permita la identificación del virus involucrado. La severidad del cuadro clínico está asociada a la edad de los animales afectados, pudiendo detectarse una moderada a alta morbilidad junto con una alta mortalidad en cerdos de hasta tres semanas de edad (Saif et al., 2019). En cerdos adultos, si bien las infecciones virales ocurren con una alta morbilidad, los niveles de mortalidad asociada son bajos (Niederwerder & Hesse, 2018). En general, los signos clínicos característicos de los coronavirus porcinos gastrointestinales son anorexia, diarrea y vómitos, originando así un severo cuadro de deshidratación, con pérdida de peso, letargia y muerte de los animales afectados (Wang et al., 2019).
Con respecto a las lesiones, si bien se encuentran limitadas al tracto gastrointestinal, pueden diferenciarse por diversas particularidades, según el agente viral involucrado. Para el caso de las infecciones con el TGEV, el principal daño se produce en el yeyuno y el íleon, con una moderada a marcada atrofia de las vellosidades e hiperplasia de las criptas con posterior regeneración de las vellosidades atrofiadas (Zappulli et al., 2020). Las lesiones descriptas para el PEDV se caracterizan por una yeyunitis atrófica aguda difusa grave con necrosis de enterocitos y atrofia de las vellosidades (Jung et al., 2014). El estómago suele presentar poca cantidad de leche cuajada y, tanto el intestino delgado como el grueso, se encuentran vacíos y distendidos con un contenido acuoso de leche no digerida, con sus paredes muy delgadas y semitransparentes desde el duodeno hasta el colon (Jung et al., 2014; Zappulli et al., 2020).
El SADS-CoV replica en células epiteliales de las vellosidades del intestino delgado provocando una marcada atrofia de estas debido a la necrosis; sin embargo, no se han encontrado lesiones en colon y ciego (Wang et al., 2019). Por último, para el caso del PDCoV, las lesiones son similares a las descritas para el PEDV, pero menos severas (Wang et al., 2016).
Para el caso del PRCV, el único coronavirus porcino respiratorio, los signos clínicos ocasionados son generalmente leves, aunque puede desencadenar una neumonía atípica que se agrava por situaciones de estrés o coinfección con otros patógenos virales o bacterianos que afectan el tracto respiratorio (Jung et al., 2009). El PRCV infecta principalmente el tracto respiratorio superior, la tráquea, las tonsilas o los pulmones, con una limitada replicación intestinal, siendo la presentación asintomática o subclínica, la más frecuente. Las lesiones descritas están relacionadas con una neumonía intersticial con congestión de los capilares, y a medida que progresa la infección se detectan focos de degeneración del intersticio alveolar en los lóbulos pulmonares apicales y cardíacos (Zappulli et al., 2020).
El cuadro clínico del coronavirus neurotrópico PHEV, es caracterizado por fiebre, letargia, vómitos, pérdida de apetito y debilidad, en animales menores de 3 semanas de vida. Además, los cerdos afectados pueden manifestar convulsiones, posición de perro sentado, embotamiento e incluso opistótonos y nistagmo (Gao et al., 2011).
El PHEV replica principalmente en el tracto respiratorio superior e inferior y, en algunos casos, también en el intestino delgado (Kenney et al., 2021). Su llegada al sistema nervioso central puede producirse por diferentes vías: nervio vago, ganglios trigeminales o plexos submucosos intestinales. Luego de su propagación periférica, alcanza los núcleos del bulbo raquídeo y, posteriormente, el tronco encefálico, la médula espinal y, ocasionalmente, el cerebro y el cerebelo (Mora-Díaz et al., 2019; Zappulli et al., 2020). Microscópicamente se observa una encefalomielitis no supurativa con manguitos perivasculares linfoplasmocíticos, infiltración mononuclear en la materia gris, degeneración neuronal, satelitosis y gliosis que afectan el mesencéfalo, la protuberancia, el bulbo raquídeo, los cuerpos de la médula espinal proximal y los ganglios trigeminales. Los lechones que presentan signos de vómitos y debilidad pueden presentar lesiones en el píloro, como la degeneración de los plexos submucosos y la aparición de manguitos perivasculares linfoplasmocíticos (Zappulli et al., 2020).
En los cerdos, los coronavirus son considerados agentes emergentes y reemergentes relacionados a la alta proporción de transmisión detectada principalmente para el caso de PEDV, SADS-CoV y PDCoV (Wang et al., 2019). En América Latina, la detección, la identificación y la epidemiología general de las enfermedades que producen estos virus han sido poco estudiadas e incluso la presencia de estos agentes en varios países sigue siendo desconocida.
Desde que el TGEV fue descubierto en Estados Unidos en el año 1946 (Doyle et al., 1946), se ha reportado en varios países. En América Latina fue detectado en Colombia (Piñeros et al., 2015), Venezuela (Marin et al., 1985), Cuba (Valle, 2005), Panamá y Bolivia (Rodríguez Batista, 2005), México (Ramírez Necoechea, 1981), Brasil (Martins et al., 2013) y Argentina (Carné, 2014).
En los últimos cinco años, los países de la región que describen casos en relación con TGEV son Argentina y México (Turlewicz-Podbielska et al., 2021). En el año 1998, un episodio de alta mortalidad predestete relacionado con la infección por Isospora suis asociada o no a la identificación de un virus entérico desconocido fue reportado en Argentina (Perfumo et al., 1998). Luego, mediante microscopía electrónica se identificó la presencia de partículas virales compatibles con coronavirus en heces diarreicas de lechones pre y postdestete (Aguirre et al., 2000). Recién en el año 2014, el Servicio Nacional de Sanidad Animal de Argentina (SENASA) informó a la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE) la detección, mediante serología, de TGEV en una pequeña granja con una tasa de morbilidad aparente del 2,3% sin signos clínicos. El último reporte en Argentina describe un estudio retrospectivo, el cual confirma, mediante la identificación etiológica, la infección por TGEV en establecimientos que mostraban una elevada mortalidad en cerdos de entre uno y 21 días de edad con signos de diarrea (Piñeyro et al., 2018).
El PEDV se introdujo en los Estados Unidos en el año 2013 y fue el causal de las mayores pérdidas económicas en la industria porcina de ese país (Mole et al., 2013). El virus se propagó rápidamente a México en donde se logró aislar e identificar las cepas involucradas de un brote de diarrea que arrojó un 100% de mortalidad en lechones en marzo de 2014. Las secuencias obtenidas mostraron una alta homología con aquellas cepas aisladas en el brote detectado por primera vez en Estados Unidos (Lara-Romero et al., 2018).
El PEDV también fue detectado en otros países de América Latina como México (García-Hernández et al., 2021); Perú (Quevedo-Valle, 2014), República Dominicana (Gómez, 2014), Colombia (Jarvis et al., 2016) y Ecuador (Barrera et al., 2017; Garrido et al., 2015). Tanto en Colombia como en Ecuador, el PEDV fue introducido en el año 2014, cuando se registraron brotes compatibles con la enfermedad, pero recién en años posteriores fue posible el aislamiento y la caracterización de las cepas actuantes. Las cepas detectadas en los brotes ocurridos en Colombia durante 2014-2016, tienen un origen directo relacionado con las cepas introducidas en los Estados Unidos (Qi et al., 2020).
Algo similar fue reportado en Ecuador, luego de realizar un estudio filogenético de las cepas aisladas, el cual reveló la aparición de cepas chinas de PEDV que fueron propagadas primariamente a Estados Unidos en 2013, y luego desde allí hacia Corea, Canadá, México y Ecuador (Barrera et al., 2017). En un estudio reciente realizado en México, se ha demostrado la presencia del PEDV en 15 estados de ese país, con un 80% de los cerdos de las granjas afectados con signos de vómitos, diarrea y deshidratación, como así también con una alta tasa de mortalidad (80-95%) en lechones de pocos días de vida. Se demostró que las cepas circulantes eran cepas emergentes (no Indel-S, genotipo GIIa) (Reveles-Félix et al., 2020).
El SADS-CoV es considerado el coronavirus entérico recientemente descubierto, el cual surgió en China en 2016 y, hasta el momento, solo ha sido detectado en dicho país asiático (Pan et al., 2017).
El PDCoV es el único deltacoronavirus descripto en porcinos, detectado en Asia en 2009 y en 2014 e identificado como agente etiológico causante de diarrea en Estados Unidos (Wang et al., 2014). En América Latina solo ha sido detectado en México a través de un estudio de muestras pertenecientes a cinco estados de ese país, recolectadas durante el período 2014- 2017 (Pérez-Rivera et al., 2019). Las cepas aisladas fueron caracterizadas y se demostró que estaban estrechamente relacionadas con aquellas cepas de origen estadounidense, siendo este hallazgo asociado con la estrecha relación comercial en lo que respecta al intercambio de cerdos entre ambos países y a su cercanía geográfica. Asimismo, en dicho estudio se pudo observar que alrededor del 55% de las muestras positivas para PDCoV también fueron positivas para PEDV, siendo la co-infección entre estos dos virus la más detectada (Pérez-Rivera et al., 2019; Zappulli et al., 2020).
El hallazgo del PRCV se basó en una encuesta realizada en 1984 en Bélgica que mostró un aumento de hasta casi 70% de animales con anticuerpos contra TGEV, sin aumento en la incidencia de la enfermedad después del invierno, en ausencia de vacunación (Enjuanes & Van der Zeijst, 1995). En América Latina no ha sido reportado y solo existen comunicaciones provenientes de los Estados Unidos y Canadá (Zappulli et al., 2020). Varias investigaciones han demostrado que existe inmunidad cruzada entre PRCV y TGEV, ya que los anticuerpos formados como resultado de infección por PRCV, protegen a los cerdos contra la infección por TGEV, con lo cual varios criaderos han logrado eliminar al TGEV (Magtoto et al., 2019).
La aparición del PHEV en América Latina ocurrió en 2006 cuando se observó un brote de la enfermedad en granjas de cerdos en Argentina (Quiroga et al., 2008). El cuadro clínico estuvo caracterizado por vómitos, apatía, deshidratación y signos neurológicos como marcha anormal, embotamiento, temblores y nistagmo, en cerdos menores de cuatro días de edad. Desde entonces, no ha habido otro país de la región que haya reportado la presencia del virus. En 2018 se publicaron dos estudios que demuestran que el PHEV se encuentra ampliamente difundido en granjas de Argentina, como así también que la dinámica de la respuesta humoral estudiada en múltiples granjas asociada con la alta seroprevalencia observada en estudios previos, permiten deducir la presencia de infecciones subclínicas de la enfermedad en el país (Alarcón et al., 2018a, 2018b).
En el caso de los coronavirus entéricos, lo más importante a la hora de prevenir y controlar la enfermedad es mantener altos niveles de bioseguridad dentro de las granjas (Crawford et al., 2016). Se han desarrollado vacunas vivas, inactivadas y a subunidades conteniendo la proteína S del PEDV, pero su eficiencia es relativa y los brotes por PEDV siguen ocurriendo aún en granjas vacunadas (Tizard, 2020). La baja efectividad de las vacunas desarrolladas tiene relación con la alta variación genética que existe entre las cepas de campo y las cepas vacunales, sumado al alto porcentaje de recombinación que ocurre en los coronavirus (Lee, 2015).
Para TGEV existen dos vacunas comerciales, viva y atenuada, con una aplicación combinada oral/intramuscular. Suelen estar combinadas con rotavirus y se aplican en hembras gestantes para lograr una protección pasiva en los lechones de los primeros días de vida. Si bien estas vacunas pueden estimular eficazmente una respuesta en cerdos previamente expuestos, no lo hace de la misma manera en aquellos cerdos “naive” (Turlewicz-Podbielska et al., 2021). Aún no se han desarrollado vacunas comerciales contra SADS-CoV y PDCoV.
Para el caso del PHEV tampoco se cuenta aún con una vacuna comercial para su prevención, si bien hubo algunos esfuerzos para desarrollar una vacuna efectiva (Chen et al., 2012). En general, la enfermedad relacionada con el PHEV no es clínicamente relevante en la mayoría de los países productores de cerdos (Mora-Díaz et al., 2019).
Los coronavirus murinos (MCoV) pertenecen al género Betacoronavirus. Dependiendo de la cepa interviniente, pueden observarse signos respiratorios, entéricos o neurológicos, afectando en general a animales jóvenes, dado que los adultos suelen cursar la enfermedad de manera asintomática (Percy & Barthold, 2008a).
El virus de la hepatitis en ratones (MHV), fue el primero de los MCoV reportado en el año 1951 en el Reino Unido, siendo el más utilizado como modelo en diferentes investigaciones. Por otro lado, el coronavirus de ratas (RCV), fue descrito por primera vez en 1970 en los Estados Unidos (Parker et al., 1970).
Los signos clínicos más frecuentes en las infecciones por MHV suelen ser enteritis y diferentes grados de neuropatías y/o neumonías, mientras que en las infecciones por RCV los signos generales son respiratorios y/o inflamación de las glándulas salivales y lagrimales (Percy & Barthold, 2008b). El contacto directo entre animales infectados, las vías aéreas y los fómites son importantes vías de transmisión del MHV (Baker, 1998), mientras que las secreciones nasales y salivales lo son para el RCV (Percy & Barthold, 2008b).
Las cepas del MHV han sido clasificadas sobre la base del organotropismo principal en respiratorias/politrópicas y enterotrópicas (Homberger, 1997; Percy & Barthold, 2008a). Por otro lado, para el caso del RCV, se conocen dos biotipos: el coronavirus de la rata de Parker RCV-P y el virus de la sialodacrioadenitis RCV-SDA (Percy & Barthold, 2008b).
En lo que respecta a la patogenicidad, las cepas politrópicas del MHV replican primariamente en el epitelio nasal y desde allí pueden diseminarse a diferentes órganos a partir de lo cual reciben su denominación (Homberger, 1997). En este sentido, las cepas que causan una segunda infección principalmente en el hígado, se denominan cepas hepatotrópicas, las que afectan al cerebro son llamadas neurotrópicas, mientras que las que afectan al sistema respiratorio, se las conoce como cepas neumotrópicas (Weiss & Leibowitz, 2011).
Las infecciones con cepas politrópicas han evidenciado necrosis aguda de médula ósea, generando hiperplasia hematopoyética y pancitopenia (Percy & Barthold, 2008a). Estudios con cepas enterotrópicas del MHV, demostraron que el sitio primario de replicación es la mucosa gastrointestinal, produciendo pérdida de enterocitos y necrosis en el íleon, el ciego y el colon ascendente (Homberger, 1997; Percy & Barthold, 2008a).
El biotipo RCV-P replica primeramente en el tracto respiratorio provocando la aparición de lesiones necróticas e inflamatorias como rinitis y traqueítis, mientras que el biotipo RCV-SDA, tiene afinidad por las glándulas lagrimales y salivales, provocando sialodacrioadenitis, del cual toma su nombre. En ratas jóvenes, se han observado también infecciones pulmonares (Percy & Barthold, 2008b).
Las investigaciones en nuestra región corresponden solo a Argentina y Brasil y en general para los MCoV solo se han realizado estudios de ciencia básica (Aparicio et al., 2017; Vassão et al., 2003).
Hoy en día, gracias a las rigurosas técnicas de cuidados y detección de enfermedades implementadas en los bioterios, en los que se trabaja principalmente con ratones y ratas, se ha podido controlar la ocurrencia de este tipo de infecciones (Pritchett-Corning et al., 2009).
Los coronavirus aviares (ACoV) son virus que pertenecen al género Gammacoronavirus y producen una gran diversidad de signos respiratorios y entéricos, según el huésped. Los ACoV afectan una gran cantidad de aves, entre las que destacan las galliformes, como gallinas, pavos y faisanes, y las no galliformes, como los patos, loros y pingüinos, entre otros (Decaro & Lorusso, 2020).
El virus de la bronquitis infecciosa (IBV), descrito por primera vez en el año 1931, y el coronavirus de los pavos (TCoV), identificado en el año 1951, son de los más estudiados dentro de los ACoV (Decaro & Lorusso, 2020). Actualmente, el IBV posee 6 genotipos descritos, desde el G-I al G-VI, en los que se ubican 32 linajes diferentes (Valastro et al., 2016).
El IBV se transmite por vía aérea mediante aerosoles o contacto directo con fómites, mientras que para el TCoV fue demostrada la vía fecal-oral como la forma predominante de contagio entre los animales afectados (Cavanagh, 2007; de Wit & Cook, 2020).
Los signos clínicos asociados al IBV se corresponden con una enfermedad respiratoria que afecta, en diferentes grados, a individuos jóvenes y adultos. La morbilidad es alta, mientras que la mortalidad varía según múltiples factores, tales como edad, cepa viral, estatus inmune del hospedador y coinfecciones, entre otros (Jackwood & de Wit, 2020). En pollos muy jóvenes, las infecciones con IBV pueden generar descarga nasal, cuadros similares a estornudos, rales, ojos llorosos y letargo, e incluso infecciones secundarias pueden complicar el cuadro generando neumonía, aerosaculitis, artritis e incluso la muerte (Cavanagh, 2007). En pollos adultos pueden observarse cuadros de nefritis producidos por algunas cepas. En gallinas ponedoras los signos respiratorios suelen estar ausentes; sin embargo, disminuye y se altera la producción de huevos y las características de estos (tamaño, estructura de la cáscara y calidad interna) (Jackwood & de Wit, 2020).
Las infecciones con el TCoV producen signos gastrointestinales afectando a pavos de todas las edades y es el agente causal de la “enfermedad de la cresta azul” (Gomaa et al., 2008). Los signos clínicos más frecuente en pavos jóvenes son diarrea espumosa, pérdida de peso, raquitismo y depresión (Awe et al., 2013).
La patogenicidad del IBV está dada por su capacidad de infectar y replicar en una gran variedad de tejidos. La puerta de entrada preferencial es la vía respiratoria superior, donde el IBV puede establecerse e infectar las células ciliadas y secretoras como las de la nariz y la tráquea, produciendo lesiones correspondientes a la pérdida de cilias, descamación, edema, hiperplasia e infiltración de heterófilos y linfocitos en la submucosa (Jackwood & de Wit, 2020). También pueden verse afectados los sacos aéreos y los pulmones. Además, puede infectar otros tejidos susceptibles, como los de los riñones (generando atrofia de las nefronas), el oviducto, la bursa y el tracto digestivo/excretor, afectando mayormente al duodeno, yeyuno, recto y cloaca (Cavanagh, 2007; Jackwood & de Wit, 2020).
Con respecto al TCoV, la patogenicidad está asociada a la infección y generación de lesiones de diferente severidad, en los enterocitos y células caliciformes del sistema excretor, especialmente en el íleon, ciego y bursa (Awe et al., 2015). La atrofia de las vellosidades e infiltración de heterófilos en la lámina propia son los hallazgos histopatológicos más comunes y, además, se ha documentado que el intestino delgado suele encontrarse distendido y con contenido espumoso (Awe et al. 2015).
En América Latina, está reportada la circulación del genotipo vacunal Massachussets o MS, del genotipo exclusivo sudamericano-I o SA-I y el asiático/sudamericano o A/SA-II (Valastro et al., 2016; Marandino et al., 2019). Se han realizado numerosos estudios sobre la seroprevalencia del IBV en diversas granjas avícolas industriales y domésticas de nuestra región, como Paraguay (Origlia et al., 2009), Ecuador (Whitehead et al., 2018), Grenada (Sabarinath et al., 2011), Trinidad y Tobago (Brown Jordan et al., 2018b), Costa Rica (Villalobos-Agüero et al., 2021), Panamá (Pile et al., 2018) y México (Ramírez-González et al., 2012). En Guyana y Belice, solo se ha reportado detección viral del IBV (Brown Jordan et al., 2018a).
En Argentina, se relacionó la cepa prevalente con la cepa vacunal MS, a la vez que se determinó la aparición de tres nuevos serotipos (Rimondi et al., 2009). En países como Chile (Guzmán et al., 2019), Brasil (Balestrin et al., 2014; Villarreal et al., 2007), Colombia (Alvarado et al., 2005; Cifuentes-Rincón et al., 2016), Perú (Tataje‐Lavanda et al., 2016) y Cuba (Acevedo et al., 2012) también se ha descripto la detección de nuevos serotipos diferentes al vacunal.
El primer estudio de filodinamia evolutiva demostró que las cepas circulantes en Sudamérica pertenecen a los genotipos SA-I (cepas argentinas, brasileñas y uruguayas) y A/SA-II (cepas argentinas y uruguayas). Estos genotipos difieren de la cepa vacunal MS empleada en estos países, lo que explicaría su predominio en esta región dada la evasión de la inmunidad generada por la vacuna (Marandino et al., 2017).
Respecto al reporte de los TCoV en la región, Brasil es el único país que hace referencia a su detección mediante técnicas moleculares en diferentes granjas del país, encontrando un mayor porcentaje de individuos sintomáticos (Moura-Alvarez et al., 2013).
La vacunación contra estos ACoV está ampliamente desarrollada empleando vacunas inactivadas o vivas atenuadas (Tizard, 2020). Finalmente, existen reportes de brotes recurrentes en países con alta tasa de vacunación contra el IBV, como Brasil y Argentina, indicando la necesidad de reveer las cepas vacunales utilizadas y adecuarlas a aquellas circulantes en la región (Rimondi et al., 2009; Villarreal et al., 2007).
Los reportes de detección de coronavirus en nuevas especies animales van in crescendo en los últimos años. Destacando los reportes de coronavirus en especies animales poco tradicionales, pero con un cierto grado de contacto con el hombre, se puede mencionar a los encontrados en hurones (Mustela putorius furo) y en alpacas (Vicugna pacos).
Los coronavirus de hurones pertenecen al género Alphacoronavirus y están divididos en dos biotipos, el coronavirus entérico de hurones o FRECoV, asociado a la enteritis catarral epizoótica, y el coronavirus sistémico de hurones o FRSCoV, que genera un cuadro clínico similar a la FIP seca de felinos (Haake et al., 2020). El FRECoV fue descrito por primera vez en el año 2000 en Estados Unidos (Williams et al., 2000), mientras que el FRSCoV se reportó por primera vez en España en el año 2006 (Martínez et al., 2006). Las infecciones con el FRECoV generan alta morbilidad debido a signos clínicos tales como letargo, anorexia y vómitos. El FRSCoV, en cambio, produce signos clínicos tales como vómitos, pirexia, estornudos/descarga nasal y disnea, además de esplenomegalia, nefromegalia, enrojecimiento de la mucosal rectal y presencia de masas intra-abdominales (Haake et al., 2020). En nuestra región, solo Brasil (Gregori et al., 2010) y Perú (Lescano et al., 2015) reportaron trabajos de hurones infectados, con el FRECoV y con el FRSCoV, respectivamente.
Los coronavirus de alpacas (ApCoV) se dividen en dos biotipos: el alphacoronavirus entérico y el betacoronavirus respiratorio (Crossley et al., 2012; Jin et al., 2007). Los primeros trabajos sobre brotes de ApCoV se dieron en Estados Unidos, primeramente, para el coronavirus entérico de alpacas, en el año 2003 (Cebra et al., 2003), mientras que, en el año 2010, se lo relacionó con un brote respiratorio (Crossley et al., 2010). El ApCoV entérico puede afectar a alpacas y también a llamas de todas las edades produciendo signos clínicos como diarrea abundante, depresión, pérdida de peso, atrofia muscular, alopecia en dorso del hocico, pies y orejas (Cebra et al., 2003; Genova et al., 2008). Por su parte, el ApCoV respiratorio provoca el síndrome respiratorio de alpacas caracterizado por dificultad respiratoria de media a severa, fiebre alta y muerte (Crossley et al., 2010). En Latinoamérica, solo se ha reportado su detección en Perú (Wellington López et al., 2011).
Por último, la detección de coronavirus en un rebaño de carpinchos (Hydrochoerus hydrochaeris) en Brasil (Catroxo et al., 2010), es una muestra más de la capacidad de los coronavirus de “colonizar”, en los diferentes países de nuestra región, nuevos huéspedes animales perfeccionando de esta manera en cada ciclo replicativo su potencial de transmisión (Figura 4).
Especies animales en donde se han detectado coronavirus en diferentes países de América Latina, mediante detección serológica y/o molecular.
La pandemia del SARS-CoV-2 remarcó, nuevamente, la importancia de los animales como reservorios y/o transmisores de diferentes enfermedades con potencial zoonótico (Bratanich et al., 2015; Luk et al., 2019). Si bien aún se desconoce el origen de esta nueva cepa de coronavirus, análisis filogenéticos de cepas aisladas provenientes de animales tan diversos como murciélagos o pangolines, han demostrado que estos animales podrían ser los huéspedes intermediarios previos al contacto con el hombre (Sallard et al., 2021; Zhou et al., 2020).
Los murciélagos, junto con las aves, desempeñan un papel importante, tanto en esta como en otras zoonosis de origen viral. Los murciélagos, únicos mamíferos voladores, y las aves, presentan particularidades fisiológicas especialmente en su sistema inmune, que modificarían las interacciones de las infecciones virales con dichos organismos, generando presiones de selección distintas de las que ocurren en otros animales (Nabi et al., 2021; Streicker & Gilbert, 2020). Por esta razón, se cree que los coronavirus de aves serían los ancestros de los gamma y deltacoronavirus, mientras que los coronavirus de murciélagos serían los ancestros de los alfa y betacoronavirus (Woo et al., 2012). En este sentido, se ha establecido un 96,2% de identidad genómica entre el betacoronavirus SARS-CoV-2 y un coronavirus aislado del murciélago de herradura (Rhinolophus affinis) (Zhou et al., 2020).
Pero, más allá del origen de esta nueva cepa, ya establecida como un virus de circulación entre la población humana, ¿es posible su transmisión a nuestras especies animales de compañía y/o producción? Para responder a ello, es importante resaltar cómo ocurre la unión de los coronavirus a las células que infectan.
La glicoproteína S de envoltura es la encargada de la adsorción inicial de las partículas virales a la superficie de la célula diana (Bosch et al., 2003; Streicker & Gilbert, 2020). Esta glicoproteína es un homotrímero que posee 2 subunidades funcionales unidas de manera no covalente (Tortorici & Veesler, 2019). Por un lado, la subunidad S1 contiene el dominio de unión al receptor o RBD, mientras que la subunidad S2, conservada entre todos los coronavirus, es la región encargada de realizar el proceso de fusión viral a la membrana celular (Bosch et al., 2003; Walls et al., 2017). Entre las subunidades S1 y S2, se halla el sitio de clivaje polibásico S1/S2, el cual es reconocido y clivado por enzimas transmembranas celulares, lo que facilita la endocitosis mediada por un receptor del SAR-CoV-2 (Harrison et al., 2020).
Por otro lado, existe en los diferentes huéspedes una gran diversidad de receptores celulares implicados en el reconocimiento inicial por parte de los coronavirus (Millet et al., 2021). El receptor celular aminopeptidasa N (APN), el receptor de residuos de ácido siálico, el de heparán sulfato, la molécula de adhesión relacionada con el antígeno carcinoembrionario murino (CEACAM) (Dveksler et al., 1991) o la dipeptidil peptidasa-4 (DPP-4), son ejemplos de receptores que utilizan las diferentes especies de coronavirus en su adsorción inicial ( Szczepanski et al., 2019). Pero para el caso del SARS-CoV-2, al igual que lo que ocurre con el SARS-CoV del 2003, el receptor celular implicado en el reconocimiento es la enzima convertidora de angiotensina 2 (ACE2) (Zhou et al., 2020).
Diversos estudios bioinformáticos predictivos han comparado el ACE2 de humanos con el ACE2 presente en diferentes especies animales, con el objetivo de determinar la posibilidad de transmisión viral desde el humano a los animales (Lam et al., 2020). En este sentido, se demostró que el ACE2 de humano posee los mayores grados de homología con el ACE2 presente en macaco rhesus, con valores del 94,4% (Stout et al., 2020). Por su parte, animales de compañía, como gatos y perros, presentan valores de homología del 85,2% y del 83,4%, respectivamente (Stout et al., 2020). Es decir que, según estos resultados, sería posible la infección de estas, y otras especies animales, con el SARS-CoV-2.
El primer reporte de antropozoonosis con el SARS-CoV-2 tuvo lugar en China a partir de dos perros asintomáticos convivientes con dueños positivos al SARS-CoV-2 (Sit et al., 2020). Al mismo tiempo, los primeros casos de gatos infectados con el SARS-CoV-2 se registraron en Bélgica y en los Estados Unidos (Newman et al., 2020; Garigliany et al., 2020). Se han reportado también casos de infección con el SARS-CoV-2 en felinos salvajes, como tigres y leones en cautivero en un parque zoológico de Nueva York (McAloose et al., 2020), en granjas de visones de varios países de Europa (Larsen et al., 2021) y en hurones en España (Giner et al., 2021).
En América Latina, hasta la fecha, los casos reportados de infecciones con el SARS-CoV-2 corresponden a animales de compañía. En Argentina, el primer trabajo correspondió a dos gatos con serología positiva y uno de ellos positivo también mediante RT-PCR a SARS-CoV-2 (Fuentealba et al., 2021). Un trabajo similar se ha reportado en Chile en gatos domésticos (Neira et al., 2021). Por otro lado, Brasil reportó la infección en gatos y perros, e incluso detectó SARS-CoV-2 en una muestra de un mismo animal con más de un mes de diferencia, especulando con la posibilidad de reinfecciones (Calvet et al., 2021). Reportes de detección en perros y gatos fueron también informados a la OIE en México y Uruguay (OIE, 2021a; 2021b).
Esta detección del SARS-CoV-2 en animales de compañía no es fortuita. Obviamente, el contacto estrecho que existe entre estos animales y el hombre, sumado a la adaptabilidad de transmisión interespecies extensamente reportada, incluso antes de la primera epidemia de SARS-CoV en el año 2003, son factores claves de su amplia dispersión en el mundo (Chan et al., 2013; Hensley et al., 1998).
Existen diversos ejemplos que ponen de manifiesto la interrelación entre todas las especies de coronavirus y las diferentes especies susceptibles de infección. Por ejemplo, los perros pueden infectarse con un biotipo respiratorio CRCoV, que pertenece, al igual que el SARS-CoV-2, al género Betacoronavirus, y genera también signos clínicos similares (Mitchell et al., 2013). Otras evidencias se pueden vislumbrar en la proteína S de los CRCoV que posee 97% de homología de secuencia con la del coronavirus humano HCoV-OC43 (Szczepanski et al., 2019) o que el serotipo de coronavirus felino tipo II surgió de la recombinación del serotipo felino I y de CCoV-II (Terada et al., 2014). Diferentes análisis filogenéticos han ayudado a vislumbrar los diferentes eventos de transmisión interespecie, como ser la aparición del coronavirus humano HCoV-OC43 desde bovinos o del coronavirus porcino HKU15 desde gorriones (Chan et al., 2013).
Por todo esto, los constantes ciclos de infecciones que se dan por día en un contexto de pandemia, en especial con familias virales con antecedentes de procesos de recombinación y mutación, le dan al nuevo coronavirus la ventaja de generar distintas cuasiespecies, a fin de seleccionar aquella que pueda perpetuarse en el tiempo.
Resumen de los principales signos clínicos descriptos y asociados a las diferentes especies de coronavirus de importancia en Medicina Veterinaria. n/a = no aplica.
La pandemia del SARS-CoV-2 ha sido un recordatorio sobre la constante amenaza de aparición de nuevos agentes zoonóticos con potencial de diseminación global. Las diversas especies animales son portadoras de patógenos que pueden resultar inocuos para ellos, pero revestir gran gravedad si infectan otras especies animales o incluso al ser humano. Es por ello por lo que es de suma importancia estar preparados en el reconocimiento de los diferentes signos clínicos (Tabla 1) y en la detección temprana de laboratorio de las diferentes enfermedades que afectan a nuestras especies animales para evitar la diseminación de estas.
Los reportes en América Latina nos muestran que, en general, si bien no existen trabajos de investigaciones básicas con los coronavirus, son varios los países en los que se ha estado trabajando en la detección viral o serológica de los coronavirus en las distintas especies de interés veterinario. Los diferentes enfoques de sanidad animal reportados en nuestra región, hoy más que nunca, demuestran su interrelación con la salud humana en el enfoque de “Una Salud”. Por todo esto, cuidar a nuestras especies animales es cuidarnos a nosotros mismos.
El trabajo fue realizado en el marco del Proyecto de Incentivos Docentes del Laboratorio de Virología de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad Nacional de La Plata y Servicios a terceros del propio laboratorio.
Los autores declaran no tener ningún tipo de conflicto de intereses.
El trabajo fue realizado en el marco del Proyecto de Incentivos Docentes del Laboratorio de Virología de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad Nacional de La Plata y Servicios a terceros del propio laboratorio.
Representación esquemática de una partícula de coronavirus. Se indican con flechas el genoma viral y las principales proteínas estructurales conservadas entre todas las especies virales de coronavirus.
Esquema del proceso de transcripción/traducción en el ciclo de replicación de los coronavirus. Se indican las poliproteínas virales pp1a y pp1ab a partir de las cuales se traducen las proteínas no estructurales que conforman el complejo de replicación/transcripción de los coronavirus. Este complejo es el encargado de replicar el genoma y de transcribir el set de ARNm subgenómicos anidados, a partir de los cuales se sintetizan las proteínas estructurales y accesorias de los coronavirus.
Representación esquemática del ciclo replicativo completo de los coronavirus. Se muestran las diferentes etapas, desde la adsorción inicial de la partícula viral a la superficie celular hasta la liberación de la célula infectada.
Especies animales en donde se han detectado coronavirus en diferentes países de América Latina, mediante detección serológica y/o molecular.
Resumen de los principales signos clínicos descriptos y asociados a las diferentes especies de coronavirus de importancia en Medicina Veterinaria. n/a = no aplica.