Resumen: La relación de Yourcenar con el viaje aparece claramente en el itinerario de su vida reconstituido minuciosamente en biografías recientes, por su epistolario abundante que descubrimos de modo póstumo en el cual comenta detenidamente sus proyectos de viajes, sus experiencias sucesivas y las lecciones que saca de ellas. Nos parece interesante destacar un concepto original del viaje en Yourcenar que se armoniza con su filosofía de la vida y de relacionarla con unas obras suyas, lo que nos da una de las claves de su personalidad compleja y de sus personajes principales. Y completarlo por mi propia experiencia del viaje
Palabras clave: viaje,nomadismo,epistolario,isla,libertad.
Abstract: Yourcenar's relationship with travel is obvious in the itinerary of her life, which has been meticulously reconstructed in recent biographies, and in her abundant correspondence, which was discovered posthumously, in which she discusses in detail her travel plans, her successive experiences and the lessons she draws from them. It is interesting to highlight an original concept of travel in Yourcenar that combines with her philosophy of life and to relate it to some of her works, which gives us one of the keys to her complex personality and her main characters. And to complement it with my own experience of travel.
Keywords: travel, nomadism, correspondence, island, freedom.
Cinco, escenas de la vida académica (un lugar para el reencuentro con nuestros invitados)
Diálogo entre emigrantes nómadas: Marguerite Yourcenar y yo
Dialogue between nomadic emigrants: Marguerite Yourcenar and me
Recepción: 29 septiembre 2024
Aprobación: 29 octubre 2024

Me costó tiempo descubrir la importancia del espacio insular en mi vida, como corso que está invadido, desde mi nacimiento en Ajaccio, de esta realidad geográfica, psicológica e ideológica que es la isla, «miniatura de la distancia», según la expresión de Gastón Bachelard.
Tardé en comprender el vínculo, nada evidente al principio, entre esta isla de los Monts-Deserts donde Yourcenar vivió durante tantos años y Córcega, la isla de la Belleza, esta Kallisté, que está anclada en mi cuerpo y en mi alma. De la isla de Monts-Déserts Yourcenar dijo: «Es una especie de Córcega o Dalmacia situada en un clima ya casi polar» (Chancel, 1999:16).
Viajó por la cuenca mediterránea pero nunca paró en Córcega. ¡Qué pena! Prefirió la isla de Capri y las islas griegas. ¿Puedo culparla? Italia y Grecia en lugar de Córcega, tan alejada por cierto de sus lecturas, de su cultura y de sus objetos de reflexión. Sin embargo, qué cercanas están de nuestras mujeres corsas sus heroínas Angiola di Credo o Marcella la revolucionaria de El denario del sueño. Sus raíces mediterráneas se fusionan con las de la cultura humanista.
Yo nací en Córcega y, como todos los habitantes de esta isla, siempre me sentí tentado e incluso fascinado por otros lugares. Sí, Yourcenar, la mujer del Norte, es una creadora insular en el sentido de que siempre se reservó espacios de libertad interior, en el centro de los espacios exteriores en los que se encontró por el azar de sus movimientos. En ningún momento la encerraron. A Jacques Chancel confesó por ejemplo: « ¿Qué es una isla? La mesa de café es una isla» (Chancel, 1999:49).
Yourcenar ha elegido vivir, en medio del vasto territorio de los Estados Unidos, en una pequeña isla, la de los Monts-Déserts, famosa por su tranquilidad y su entorno humano. Esta isla, descubierta por el navegante francés Samuel de Champlain, en el siglo XVII, pasó a ser inglesa y luego americana por el Tratado de Versailles. Yourcenar habla a menudo de ella en su correspondencia, admira su naturaleza, la situación extraordinaria de esta tierra rodeada de agua como todas las islas. Le parece un paraíso, comparado con el aburrido ambiente de Nueva York, donde vivió primero, a su llegada a los Estados Unidos, y luego de Hartford, donde residió hasta 1951. Universo americano en el que trabajó, particularmente en la Universidad Sarah Lawrence, en Bronxville, a cien kilómetros de Nueva York.
Lo que requería que se levantara al amanecer y tomar un tren para llegar allí y enseñar el idioma, la literatura francesa y las artes. Dejó ahí el recuerdo de una profesora seria, misteriosa, poco ortodoxa en sus clases, apenas integrada en el grupo. ¡Su mente estaba en otra parte! ¡En 1952, regresó allí, después del triunfo de Memorias de Adriano, para terminar su contrato! Prueba de su conciencia profesional y de su sentido de la palabra.
Ante estas dificultades, entendemos que la isla de Monts-Déserts le ofreció un cambio total de aires cuando la descubrió en 1942. En aquella época, su población estaba formada por gente humilde, pequeños comerciantes, pescadores, trabajadores y algunos artistas originales. Sólo más tarde los estadounidenses ricos llegarían a establecerse allí para pasar vacaciones ociosas.
Nada más llegar apreció, por el contrario, el aspecto salvaje de esta isla, curiosamente unida al continente por un puente. Al principio, montaba a caballo con su amiga americana Grace Frick. Para esas dos mujeres libres, en realidad, era un retorno a la sencillez del Edén. El principal interés de esta isla era la fuerza de su naturaleza. Como suele ocurrir con las islas, es un lugar mítico en armonía con el universo, un lugar de utopía.
Este será el espacio que Yourcenar elegirá como su hogar principal, en cuanto pueda, primero para trabajar allí incansablemente, luego para vivir tranquilamente la intimidad de su relación con Grace. Finalmente, cuidarla fielmente. El nombre Petite Plaisance, que adoptó para nombrar su casa, es una alusión al vocabulario marítimo. Inicialmente, se refiere al fondeo de una embarcación para abastecerse de agua dulce. Es una parada en la ruta de los marineros.
Es una casa de campo, un refugio para encontrar la calma. De esta humilde casa de madera dijo: «Dar la sensación de que es un alto al borde de la ruta. No me gusta la idea de estar demasiado recargada con posesiones » (Yourcenar, 1980:140).
Con su amiga Grace practicaba jardinería, observaba la flora, los animales y las estrellas. Pero, como todas las islas, también es un lugar que puede volverse hostil, debido a los caprichos del clima, al aislamiento físico y a la soledad, lejos de las imágenes de Epinal que luego serán lo que llamó el «obsceno turismo de verano», con sus horribles moteles y farmacias.
Estaba lejos de su Europa, que añoraba, e incluso de América, a la que nunca amó, aunque haya adoptado la ciudadanía americana en 1947. A partir de 1951, se instaló allí definitivamente y compartirá su vida entre el sedentarismo y el nomadismo.
Allí se encontró precisamente lo que las islas aportan en general: un retraimiento en uno mismo, un sedentarismo protegido, una soledad pero también, paradójicamente, una necesidad de escapar, de dirigirse hacia el mar, hacia ese horizonte fascinante que atrae e inevitablemente provoca la necesidad imperiosa de viajar, no como pasatiempo turístico sino como obligación moral. Quería «borrar el mar», como dice el filósofo Jean-Toussaint Desanti, refiriéndose a Córcega, su isla natal.
De esta inmovilidad forzada nacerá este deseo de movimiento que la impulsará siempre. Que comparto como cualquier isleño, a pesar de las diferencias entre mi Córcega, en el corazón del Mediterráneo, y esta isla de la costa oeste de Estados Unidos, frente a las costas de Canadá.
Además, la isla se convertirá en el escenario de un episodio histórico de su cuento «Un hombre oscuro. (1982), uno de mis favoritos, donde el protagonista Nathanaël pone fin a su vida en la isla de Frisia, después de una existencia aventurera, solo en la naturaleza. Allí admira el espectáculo de los pájaros, las olas del mar, el viento entre los árboles. Encuentra así la esencia de la vida y la serenidad, lejos de las impurezas de la sociedad. Cuántas veces he releído estas admirables frases que cierran esta historia. ¿Cómo no ver una relación estrecha entre este Nathanaël y mis inquietudes personales?:
La hora del cielo rosado había pasado. Acostado de espaldas, observó las grandes nubes que se formaban y disolvían allí. Entonces, de repente, volvió a toser. Intentó no toser, pues ya no le resultaba útil liberar su oprimido pecho. Tenía dolor dentro de las costillas. Se levantó un poco para obtener algún alivio; un conocido líquido tibio le llenó la boca; escupió débilmente y vio desaparecer el fino hilo espumoso entre las briznas de hierba que ocultaban la arena. Se estaba ahogando un poco, apenas más de lo habitual. Apoyó la cabeza sobre un montículo de hierba y se reclinó como para dormir. (Yourcenar, 1982:1000)
Hay una escritura de lo lejano en la obra de Yourcenar hasta el punto de que, gracias a sus numerosos comentarios periféricos, sabemos que escribió sus libros en multitud de lugares dispersos, según sus circuitos: casas de alquiler, habitaciones de huéspedes, hoteles, salas de espera, retiros varios, etc. A sus ojos, en última instancia, el espacio físico donde vive uno es muy importante porque tiene el sentimiento y la voluntad de llevar consigo el universo entero, dentro de sus baúles.
Se lo dijo a su amigo Christian Dumais-Lvowski en 1986: «Nunca es demasiado pronto para empezar a llenar diarios, incluso si uno guarda signos de interrogación» (Dumais-Lvowski, 2002:79).
Toda su existencia, desde la infancia y los años pasados junto a su padre en Europa primero, luego sola a través del universo, no ha sido más que una alternancia de viajes voluntarios, organizados, planificados, a lo largo de los años, de sus descubrimientos, de sus experiencias estéticas, intelectuales o emocionales. Su nomadismo será estudioso, curioso, obstinado. Acompañará su escritura, la alimentará pero no la creará
Tres muertes de seres queridos marcaron su itinerario por el mundo y lo modificaron radicalmente: la muerte de su padre, en 1929, la enfermedad y desaparición de su compañera estadounidense Grace Frick, en 1979, y la del último compañero de su vida, Jerry Wilson, en 1986.
Cada vez superará el shock emocional regresando a Europa y otros lugares y escribiendo nuevos libros. Esto nunca se detendrá. El otro lugar siempre ha sido parte de su vida. Dice que «El gusto por viajar es tan violento como el deseo carnal» (Yourcenar, 1980:325).
Inicialmente practicó un cómodo nomadismo, con su padre que era un aristócrata bohemio, un vagabundo, un ser errante. Junto a él, se formó en la lectura de libros clásicos y en la experiencia de viajar. Su erudición fue impresionante, desde la adolescencia y la completó con una esmerada preparación de sus viajes, como lo demuestran sus cartas en las que imagina y organiza sus viajes, mostrando una curiosidad incansable, un gusto permanente por los encuentros inesperados y por el descubrimiento de la naturaleza.
El viaje fue para Yourcenar una forma de salir de la rutina, de abandonar prejuicios y estereotipos, de descubrir otras culturas, de mentalidades diferentes, de conocer a los demás. Fue una búsqueda de lo universal, más allá de lo local.
Concebido de esta manera, el viaje es fundamentalmente un comienzo de conocimiento. Lo dice claramente: «El viaje, como la lectura, el amor o la desgracia, nos ofrece confrontaciones muy bellas con nosotros mismos y proporciona temas para nuestro monólogo interior» (Yourcenar, 1991:458). Además, en su conferencia pronunciada en el Instituto Francés de Tokio el 26 de octubre de 1982, titulada Viajar en el espacio y viajar en el tiempo, afirma que, atribuyendo esas palabras al emperador:
[…] viajar es también un gusto y una pasión personal, y lo que es el caso aún hoy, de todo viaje inteligentemente realizado, una escuela de resistencia, de asombro, casi un ascetismo, un medio para perder los propios prejuicios frotándolos con los de fuera (Yourcenar, 1991:692).
Y añade un comentario personal: «Sentimos que, a pesar de todo, nuestros viajes, como nuestras lecturas y nuestros encuentros con nuestros semejantes, son medios de enriquecimiento que no podemos rechazar» (Yourcenar, 1991:701).
Durante la Primera Guerra Mundial, vivió con su padre en Inglaterra, en París, en Montecarlo y luego durante diez años en Provenza. Emigró con él a Inglaterra, donde a los once años comenzó a estudiar por su cuenta las lenguas inglesa, latina y griega, y a leer poetas italianos en su lengua original. En segundo lugar, tras la muerte de su padre en 1929, compartió su tiempo entre París, Bélgica, Holanda, Italia y los países de Europa central. El descubrimiento de Grecia en 1934 la impactó profundamente. Para Yourcenar, y para siempre, fue una verdadera pasión. Durante estos años lleva allí una alegre vida de fiesta. Al mismo tiempo, con amigos, tradujo al poeta Constantin Cavafy, en Atenas. Conoce al encantador André Embirikos, la bella Lucy Kyriakos. Formaba parte de un grupo de jóvenes que amaban la vida, vivía intensamente la búsqueda del placer. Se sumerge con deleite en la emoción griega de la época. Cuando se declaró la Segunda Guerra Mundial, dedicaba tiempo a sus circuitos habituales: Año Nuevo en Tirol, estancia en Atenas.
Después de 1950, alternó su residencia en la isla de Monts-Déserts, donde leía y escribía, llevando una vida monástica, y viajes incesantes por Europa, con un ritmo regular que se adaptaba a las estaciones naturales: verano y otoño en la casa de Petite Plaisance, donde trabajaba, y en invierno para viajar, hacer investigaciones para defender sus novelas, dar conferencias. Establece contactos, contradiciendo la imagen que la gente tenía de ella: la de una mujer sola, austera, un poco rígida.
Se instalaba durante largas temporadas en hoteles de lujo en Alemania, Austria, Suiza, Finlandia, Escandinavia, Francia. Tras la larga inmovilización forzosa debida a la enfermedad de Grace Frick, y más aún tras su muerte en 1979, se siente libre de todo deber.
Su vida fue entonces sólo una sucesión de idas y venidas alrededor del mundo. Los continuará junto a su amigo, el fotógrafo estadounidense Jerry Wilson, en los años 80 (en Kenia, Japón, India, Marruecos, Francia, Inglaterra) hasta en 1986. Después de su muerte, quiso volver a visitarlos, en diciembre de 1986, en compañía de su enfermera holandesa Janet Hartielf, los paisajes y espacios admirados y recorridos con su acompañante. Su último viaje fue a Canadá, de septiembre a octubre de 1987, para impartir una conferencia sobre la naturaleza, la defensa de las ballenas y los gansos de Virginia.
Nada le ha retenido en Mont-Noir, no estará apegada a ningún espacio de su adolescencia hasta el punto de instalarte allí: ni París ni Bruselas, ni Nueva York, ni ningún otro lugar.
Como su padre, un aristócrata bohemio, perpetuamente errante, siempre se ha dejado llevar por el azar. Lo dice: «Quizás me hubiera desarrollado del mismo modo si viviera en otra parte. Pero ¿quién sabe? Tengo mucho respeto por el azar» (Yourcenar, 1980:138).
Finalmente, el colmo de la desgracia, a sus ojos, es cuando, como para su heroína Rosalía di Credo, en Denario del sueño, nos sentamos en un baúl «que nunca más sería cuestión de enviar a ninguna parte». Yourcenar es una persona del Norte atraída por el Sur, Italia, Grecia primero, España, Marruecos, luego los países más lejanos de Oriente, Egipto, Japón, Tailandia, India. Volverá obsesivamente a los mismos lugares: incluso impondrá un conmovedor regreso a las tierras de su infancia, en Flandes, en el Mont-Noir. Como en 1954 y especialmente en 1968, cuando se disponía a escribir sus recuerdos familiares. Como siempre, como ocurre con sus obras de ficción, necesitaba documentación precisa que exigía este regreso al Norte. Lo que dará más tarde el ciclo El Laberinto del Mundo.
Personalmente siempre me ha agradado su obstinada preocupación por la libertad, la independencia, el control de sus acciones y sus decisiones, en esto es un modelo para mí. Su concepto de viaje es un ejemplo perfecto de este rasgo esencial de su personalidad. Siempre ha mezclado motivaciones profesionales, culturales y antropológicas durante sus viajes. Viajar era, para ella, una actividad hermenéutica, es decir una forma de conocerse a uno mismo, como dice el origen de la palabra. Todo empieza con su experiencia y su gusto por viajar: viajar nos hace inteligentes, decía Albert Camus.
En su libro La promesa del umbral, un viaje con Marguerite Yourcenar, Christian Dumais-Lvowiski relata algunos de sus encuentros, en diciembre de 1986, en París, y en Petite Plaisance, en agosto de 1987, así como una estancia en Marruecos, en Febrero de 1987, compartida en parte con él y el fotógrafo Saddri Derradji. Le confiesa: «Aprender viajando y fuera de él es una gran razón de ser. Me considero una perpetua estudiante en todas las condiciones de la vida» (Dumais-Lvoswski, 2002:28).
Explica cómo desea incansablemente volver a los lugares que conoció con tus seres queridos. En este caso se trata de un regreso al viaje a Marruecos con Jerry Wilson, en 1981. En el programa de este largo viaje, previsto a partir de diciembre de 1987, Yourcenar había planeado un regreso a Amsterdam, luego a India y Nepal, finalmente a Tíbet. Quería encontrarse allí con el Dalai Lama. Desgraciadamente, el derrame cerebral que la afectó en noviembre de 1987 la obligó a posponer el proyecto. Falleció en el Hospital Bar Harbor en diciembre del mismo año.
Recorrí mi prisión todo lo que pude, pero hay muchos países que no he visitado, por razones accidentales: Irán, por ejemplo, porque el amigo que me invitó allí está muerto.[…] Toda mi vida me han interesado mucho los viajes. Algunos acontecimientos me han inmovilizado aquí estos últimos años, y al principio tuve una sensación de limitación. Sin embargo, me dije a mí misma que probablemente estaba exagerando el valor de viajar en un mundo cada vez más estandarizado. También comprendí la ventaja de la inmovilidad en un punto del mundo, al ver rotar las estaciones desde un mismo punto, estamos siempre viajando; viajamos con la tierra. (Yourcenar, 1980:324)
Utilizará a menudo esta metáfora de la prisión para referirte al mundo. Para Yourcenar era necesario recorrer esta prisión en busca de nuevas experiencias, como lo hacen sus personajes Hadrian, Zeno o Nathanaël. Dice: «Siempre me han gustado especialmente los países fronterizos, los que dan a una lejanía más salvaje aún» (Yourcenar, 1980: 324).
Viajar es, para ella, buscar una contestación a las grandes preguntas que nos planteamos. Cada viaje de Yourcenar era como una exploración interior, además de la exploración exterior: descubrir nuevos países, nuevos paisajes, ciudades, culturas, gentes nuevas. Viajar significa una aventura interior y un itinerario espiritual. No tiene nada que ver con el turismo banal. Concibe el viaje no como un ocio frívolo sino como una obligación moral. Rechaza el viaje organizado, comercial, el programa impuesto. Prefiere descubrir las cosas sola, adoptando la fórmula de Montherlant: «Un museo que se visita con su Director es un museo que no vemos».
Observamos una vez más su preocupación testaruda por la libertad, la independencia, el dominio de sus actos y decisiones. Su concepto del viaje es un ejemplo claro de ese rasgo esencial de su personalidad. Mezclaba siempre en sus viajes motivos profesionales, culturales y antropológicos. Viajar, para ella, era un movimiento centrífugo hacia lo exterior (descubrimiento de lo nuevo) y centrípeto hacia su propia persona (regreso a su «yo») Se puede hablar de una escritura del viaje en Yourcenar que escribía sus libros en lugares muy distintos durante sus viajes (habitación de hotel, estación de tren, casa de alquiler). Poco importa el espacio físico donde vive, lleva el universo en su mundo interior. El viaje nutre su escritura y su fantasía.
Desde 1994, el medio cultural francés La Quinzaine littéraire y la empresa Louis Vuitton, famoso creador de bolsos de lujo de viaje, van publicando una original colección de obras literarias para promocionar viajes en compañía de un escritor conocido por su amor a los viajes. Ya se ha hecho con Simone de Beauvoir, Georges Simenon, Valery Larbaud, Claudio Magris, Paul Morand, Joseph Conrad, Rainer Maria Rilke, Marcel Proust, Virginia Woolf, Jünger…También han presentado un bolso Yourcenar en 2009 como homenaje original a esa gran viajera.
Hasta el final de su vida Yourcenar ha sido una nómada, siguiendo el ritmo de sus pasiones afectivas, intelectuales o estéticas. Lo reivindica en Le tour de la prison:
[…]parece haber en el hombre como en los pájaros una necesidad de migrar, una necesidad vital de sentir en otra parte. El mismo Baudelaire , tan opuesto al viaje, reconoció esa necesidad casi irracional que duerme en cada ser humano : « Mais les vrais voyageurs sont ceux-là seuls qui partent/Pour partir, cœurs légers, semblables aux ballons, /De leur fatalité jamais ils ne s’écartent, /Et, sans savoir pourquoi disent toujours allons !» (Yourcenar, 1991:700)
Recordemos que cuando dio una nueva orientación a su vida, en 1939, al dejar Europa, sólo había publicado más o menos seis libros. Entre ellos El jardín de las quimeras, el primer libro publicado por Yourcenar bajo el cuasiseudónimo Marg Yourcenar. Son poemas escritos en 1919 y editados en 1921. Poemario en el que escribió, ya en 1921 (tenía solamente 18 años), esos versos que anuncian su gusto por el viaje: el poema se titula: Oh parcourir un jour les routes de la terre. Dice:
Oh Parcourir un jour les routes de la terre!
Fuir ce Labyrinthe habité
Par le mystère !
Et pauvre, ignoré, solitaire.
Boire à ta source pure, oh froide Vérité !
Voir Hélios, enfin ! Vivre son rêve (Yourcenar, 1921 : 28)
Publicaciones: GoodByeRabelais, Figures libres & Almodóvar, Yourcenar, Umbral…Samuel Tastet, París, 2006; Moi, Marguerite Yourcenar, d’un Je à l’autre (Tastet Editeur; 2011). Colaborador del Dictionnaire Marguerite Yourcenar (dir. Bruno Blanckeman), Champion , 2017. Últimos trabajos: Corses de la Diaspora, Scudo éd, 2018; 21 Femmes qui Font la Corse, Scudo ed. 2021, Corse-Algérie, Mémoires en partage, suivies de Carnets algériens (1975-2020) Scudo ed.2023; Lettre à Marguerite Yourcenar, Scudo ed. 2023.

