Uno, pasión intacta (un lugar para la teoría)
Recepción: 12 octubre 2024
Aprobación: 04 noviembre 2024
Voy a referirme a dos mujeres separadas por quinientos años de historia y que tienen más en común de lo que cabría pensarse, más de lo que aunque admirara a su predecesora, supo la segunda de ellas. Me refiero a Teresa de Ávila y a Edith Stein. La primera, española del siglo XVI. La segunda, nacida en el Imperio Prusiano, en lo que hoy es Polonia, a fines del siglo XIX. Ambas escritoras, ambas religiosas. Una autodidacta. La otra, fue la primera mujer en doctorarse en filosofía en Alemania. A modo de presentación, presento una pequeña reseña biográfica de cada una de ellas.
Teresa de Ávila nació en 1515, tomó los hábitos carmelitas en 1536, dos décadas después dio cuenta de sus visiones religioso espirituales, a partir de 1560 reformó la orden del carmelo y fundó varios conventos (un total de 17 fundaciones). En ese sentido fue una mujer política, una reformadora religiosa que tuvo amigos y enemigos en tiempos en que religión y política estaban íntimamente entrelazados en occidente. Además, fue una escritora concienzuda. Sus obras completas comprenden su autobiografía, titulada Libro de la Vida (finalizada en 1562), sus cartas, escritos espirituales y acerca de la reforma emprendida.
Cuatrocientos años después del nacimiento de Teresa de Ávila, su Libro de la Vida, marcan un antes y un después en la primera Doctora en Filosofía de Alemania, asistente personal de Edmund Husserl, el fundador de la Fenomenología moderna, Edith Stein que, al leerla, define su conversión al catolicismo. Por ser sus padres judíos, en 1933 el nazismo le impidió seguir con su carrera académica y docente, lo que la llevó a dar el paso largamente meditado de ingresar a la orden carmelita. Se sabe que había tenido ofertas para exiliarse, era muy apreciada por un sector de avanzada del mundo académico católico e intelectuales de su época, y recibió una oferta de trabajo en Sudamérica pero, como adelanté, ella decidió ingresar a la vida religiosa en el Carmelo, decisión que había tomado años antes y que venía postergando por diferentes razones, entre ellas la consideración a su madre, que profesaba a conciencia la religión judía, y no comprendía su conversión. En septiembre de 1933, Edith Stein pasó un tiempo con su madre, que tenía ochenta y tres años, antes de darle la noticia, y sostuvo con ella conversaciones que dieron como resultado el texto Vida de una familia judía, en cuyo prólogo escribe: «los últimos meses han arrancado a los judíos alemanes de su tranquila y natural existencia» (Stein, 2002:159).
Años antes, en 1921, cuando Edith Stein leyó a Teresa de Ávila, no se sabía que su abuelo paterno, Juan Sánchez, proveniente de la ciudad de Toledo, fue judío y que se había convertido al catolicismo. Procesado por la Inquisición, se lo obligó «a recorrer las iglesias toledanas durante siete viernes, cargado con un sambenitos salpicado de cruces» (Ávila, 2011:21). Estos datos se conocieron avanzado el siglo XX. ¿Qué habrá opinado el General Franco, dictador español, aliado de Hitler, quien conservó en su poder una reliquia (una mano de Teresa de Ávila, nada menos), desde 1937 y que, según algunos testimonios, hasta dormía con ella? El descubrimiento del linaje judío de Teresa, a poco de finalizar la Segunda Guerra Mundial, fue abrumador para muchos al punto que se generó una gran controversia. Cito a José María Javierre:
La cosa todavía sube de tensión: El abuelo de Teresa, además de judío convertido al cristianismo, renegó, judaizó,[2] es decir, cometió el «definitivo pecado» entonces merecedor de la hoguera. Si don Juan Sánchez de Toledo, abuelo paterno de Teresa de Jesús, llega a descuidarse y cae a destiempo en manos del alto Tribunal de la Inquisición, lo queman vivo y nos quedamos sin Santa. Realmente la Historia zarandea como paja al viento la existencia humana (Javierre, 1982:54).
Del «entrecruce» de cristianos, judíos y moros, nacen los españoles, dijo Américo Castro, investigador del tema. El hecho es que lucir el sambenito, una larga túnica, en general amarilla, con una cruz colorada en el centro, habrá sido un duro golpe para el abuelo de Teresa de Ávila y su familia. Lejos de desanimarse, quince años después, él «planteó, y obtuvo en Ciudad Real un pleito de hidalguía: Le costaría sus dineros, pero los hijos recuperaban la categoría de hidalgos; y, por tanto, “con limpieza de sangre”». Como destacan una larga lista de especialistas, y sintetiza Javierre, esa larga lucha, continuada por el padre de Teresa, que casi deja a la familia en la ruina económica:
La inmensa mayoría de las personas que andando el tiempo se muevan en torno a Madre Teresa ignorarán el linaje hebreo de la Fundadora. Sin embargo, ella sigue vigilante. Un día su predilecto el padre Gracián le gasta una broma a cuenta de los nobles apellidos Ahumada y Cepeda; Madre Teresa respondió enojada: -Me basta ser hija de la Iglesia católica; más me pesa haber cometido un solo pecado venial que si fuera descendiente de viles y bajos villanos y «Confesos» de todo el mundo. Teresa pensaría por dentro lo que Gracián ignoraba: Su biografía personal pudo haberse truncado con sólo llegar tarde don Juan Sánchez de Toledo a «confesar» ante el Santo Tribunal... (Javierre, 1982:64).
¿Por qué me he detenido en estos detalles biográficos desconocidos por mucho tiempo y que sin dudas habrían admirado aún más a Edith Stein, y la habrían hecho sentirse aún más identificada con Teresa de Ávila? En primer término porque las dos mujeres fueron víctimas de épocas de prejuicios religiosos, lo que en un momento se llamó prejuicios «raciales», pero ya sabemos que las razas son una invención humana, sin asidero científico. Y que, de lo que estamos hablando, en los dos casos es de prejuicios religiosos y antijudaísmo. Un antijudaísmo que, también es un hecho constatado, ha encubierto luchas de poder y luchas económicas cuando se requirió de un chivo expiatorio. En segundo término, y acercándonos a la propuesta de este trabajo, he relatado estos hechos porque determinan el estilo de la autobiografía de Teresa de Ávila, y, a su manera, la de los escritos autobiográficos, pero también filosóficos, pedagógicos, antropológicos y espirituales de Edith Stein.
El tema de «la honra»
Para el caso de Teresa de Ávila, en el estudio preliminar a Libro de la vida, Dámaso Chicharro dedica varias páginas a demostrar la enorme repercusión que tuvo su origen converso en la biografía, en la vida, y en la obra de Santa Teresa. Tuvo que ocultar el hecho porque, en la España de su época, al entenderse la honra «como un reflejo de la opinión y no como posesión basada en valores estables (…) el comprobar ascendencia hebrea, aunque fuese en la quinta generación, era la mayor infamia» (Ávila, 2011:21) ¿Qué hace entonces Teresa?, ¿cómo se defiende y sienta posicionamiento frente a sí misma y ante los demás? Por una parte, en su autobiografía no habla del tema. Y esto genera situaciones curiosas, como la sucedida en 1618 cuando, tras su muerte, uno de sus seguidores le inventa un árbol genealógico, mientras que sus primeros biógrafos delinean genealogías igualmente falsas.
Además de no hablar de su ascendencia judía, Dámaso Chicharro destaca que el «prurito de la honra» (Ávila, 2011:23) atormentaba a Teresa, quien sin embargo sale victoriosa del mundo en sus visiones y arrebatos místicos, como cuando dice: «quedaba con unos efectos tan grandes que con no haber en este tiempo veinte años, me parece traía el mundo debajo de los pies» (Ávila, 2011:21) Es, concluye Dámaso Chicharro: «como si la unión con Dios fuese tomada por una victoria contra la sociedad castellana de su siglo, que la humillaba y coartaba. Parece se sentía, al mismo tiempo que unida a Dios, pisando caminando por encima de las cabezas de los maledicientes que menospreciaban a ella y a sus familiares» (Ávila, 2011:23) En lo que respecta a su orden religiosa, Teresa de Ávila opta por no requerir a las postulantes la exhibición de su árbol genealógico. Lo importante para ella serán los valores, los hechos, y no los papeles; también se ha hablado «de una especie de anhelo» en ella de «compensar con “linaje espiritual” la carencia de uno socialmente estimable» (Ávila, 2011:23) Y es este punto, precisamente, lo que habrá impactado fuertemente en Edith Stein, cuya condición de mujer y judía le impidieron tener cargos universitarios y que siempre estimó que más vale el ejemplo y los hechos, que las genealogías. En palabras de Teresa, igualmente afecta al ejemplo y transmisión de valores: «cuán mal lo hacen los padres, que no procuran que vean sus hijos siempre cosas de virtud» (Ávila, 2011:23).
Como voy a circunscribirme a lo autobiográfico, detallo el objetivo de «Vida de una familia judía», texto que Edith Stein comienza en 1933, coincidentemente con el ascenso de Hitler al poder. Allí, aclara que no fue su objetivo preguntarse por el desencadenado odio contra los judíos, aunque aclara que se ha proyectado sobre ellos «una imagen desgarrada como en un espejo cóncavo» (Stein, 2002:159). Parte de la idea de que los alemanes que:
han tratado de cerca a la familia judía como empleados, como vecinos, como compañeros de escuela y universidad; han encontrado bondad de corazón, comprensión, cálido compartir y disponibilidad. El espíritu de justicia de estas personas, se subleva ante el hecho de que los judíos sean condenados a una existencia de parias. (Stein, 2002:159).
Detengámonos en este término. La categoría de los judíos como «parias» fue desarrollada tiempo después por Hannah Arendt. El término proviene de la India, específicamente de los tamiles de Sri Lanka donde los únicos que podían tocar el tambor ritual, porque la piel del instrumento se consideraba impura, eran los intocables, es decir, personas que estaban por fuera del sistema de castas: ‘paraí’, es el término que se tradujo al portugués como ‘pariá’, de allí pasó al español y al inglés ‘pariah’. Para los interesados en la historia de la palabra cabe mencionar que fue utilizado por Madame Stäel, en 1796, mientras que fue Max Weber quien nombra al pueblo judío como «pueblo paria» en sus textos Judaísmo antiguo, escrito entre 1917 y 1919, y en Sociología de la religión de 1922 al afirmar: «Sociológicamente hablando, los judíos fueron un pueblo paria, lo que significa, tal como sabemos de la India, que ellos fueron un pueblo huésped (Gastvolk) que estuvieron ritualmente separados formalmente o de facto, de su entorno social (Weber, trad. 1952: 3)» (Rayas Padilla, 2011:17).
Al omitir el judaísmo de sus antepasados por razones de fuerza mayor, léase el contexto de época bajo los rigores de la Inquisición, Teresa de Ávila comienza su autobiografía afirmando que ha tenido «padres virtuosos y temerosos de Dios» (Ávila, 2011:119). Quinientos años después, antes de ingresar a la orden religiosa refundada por la española, Edith Stein va a retomar el tópico de la virtud y temor de Dios de sus padres y abuelos, dentro del judaísmo, siempre destacando y explicando, a sus lectores de confesión cristiana, en qué consistía la piedad y celebraciones del judaísmo.
Un rasgo en común es que nuestras dos autobiógrafas dicen escribir por mandato o sugerencia de otros: los confesores, en el caso de Teresa de Ávila, mientras que Edith Stein no lo especifica, pero se sabe, fue inducida a hacerlo por sus confesores y amigos que, dentro del catolicismo, formaban parte de lo que se llamó «Primavera católica» alemana y que creían, demasiado optimistas, que un texto explicativo de este tenor podría contrarrestar la furibunda propaganda nazi. Edith Stein creyó por mucho tiempo en el poder de las palabras, en su etapa docente insistió (como a su manera Teresa de Ávila), en que el ejemplo del docente es fundamental en la tarea formativa. Para ella, «el fin del hombre es que su voz suene con las demás» (Stein, 2003:435). En su período católico, cuando piensa que hombre y mujer «han de ser considerados como acuñaciones diferentes de la imagen de Dios», destaca que la humanidad está articulada «en pueblos, cada uno con su modalidad» y enfatiza: «El Señor, que se eligió un pueblo para nacer en él, que durante su vida terrena habló la lengua de este pueblo, pensó con sus metáforas e imágenes, observó sus costumbres y le dedicó todas sus energías, él ha dado a cada pueblo una misión en esta tierra y para la eternidad, y a cada uno una misión dentro de su pueblo» (Stein, 2003:435-436). Podría decirse que, en 1933, la autora de aquellas palabras sintió que su misión pasaba por contar la historia de los suyos. La intención autobiográfica tiene su paralelo en uno de los capítulos de Estructura de la persona humana, correspondiente al curso que dio en el Instituto de Pedagogía científica de Münster, entre fines de 1932 y febrero de 1933. Allí había dicho: «hay personas a las que un pueblo tiene que agradecerles más de lo que él le ha dado [...]; todo pueblo tiene una historia; [...] su historia espiritual es en buena parte la historia de la asimilación de elementos ajenos». Meses antes de que Hitler llegara al poder, ella todavía confiaba: «es propia del modo de ser del pueblo alemán la inusitada apertura a elementos espirituales ajenos: podemos estar totalmente seguros de que no sería lo que él es sin lo que ha recibido de otros» (Stein, 2003:739). Esos otros son, solo para nombrar algunos, Marx, Husserl, Einstein, Freud y, podríamos decir, ella misma. En su autobiografía Stein diferencia a los alemanes que sostenían trato regular con familias judías de otros muchos que no tenían «esta experiencia». Para ella, «sobre todo la juventud», educada «en el odio racial», se veía «privada de la oportunidad de conocerlos». Justamente por eso, creía: «tenemos, los que hemos nacido y crecido en el judaísmo, el deber de dar testimonio» (Stein, 2002:160).
Como advierte Mercedes Monmany en Sin tiempo para el adiós. Exiliados y emigrados en la literatura del siglo XX, la asunción de Hitler implicó el exilio de una mayoría de escritores y artistas judíos. Pero también una «inmensa diáspora»: «se calculaba que cerca de 3000 escritores habían huido de la Alemania nazi en los meses posteriores a la toma del poder de Hitler en 1933» (Monmany, 2022:10). Por todo esto, ¿cómo puede interpretarse que una mujer a punto de recluirse en un convento carmelita redacte un texto, en el que además de no renegar de sus orígenes judíos, los reafirme? Los testimonios autobiográficos de Edith Stein pueden entenderse como un tributo a sus ancestros y a su comunidad, aun cuando eligiera alejarse de sus tradiciones y de la religión familiar asumiéndose en el catolicismo.
Dicho hecho, debemos también señalar que el catolicismo de Edith Stein encuadra en una etapa preconciliar. Esto puede graficarse con la siguiente anécdota. Luego de un encuentro con un maestro que le hace saber, en 1933, que los periódicos norteamericanos anunciaban «las crueldades que se cometían contra los judíos» (Stein, 2002:498) Edith tuvo una certeza:
Ya antes había oído hablar de las fuertes medidas contra los judíos. Pero entonces me vino de repente una luz, que Dios había dejado caer nuevamente su mano pesada sobre su pueblo y que el destino de este pueblo también era el mío. Yo no dejé advertir al señor que estaba conmigo lo que en aquel instante pasaba dentro de mí. Parecía que nada sabía él de mi origen. En tales casos solía hacer inmediatamente la oportuna observación. Esta vez no lo hice. Me parecía como herir la hospitalidad si con tal noticia iba a perturbar su descanso nocturno (Stein, 2002:498).
Pese a no renegar nunca de su judeidad, en esas líneas Stein muestra un ánimo preconciliar. Para el investigador Moreno Sans «lo que ella consideró entonces, y no va a dejar de pensarlo nunca hasta su muerte, era un nuevo castigo divino a su pueblo, imbuida como estaba, y no dejó de estarlo nunca [...] de la idea francamente antisemita de los judíos como “asesinos de Cristo” que pesaba “en la Iglesia católica de estos momentos» (Moreno Sanz, 2014:424). La convicción de Stein de que Dios «había dejado caer nuevamente su mano pesada sobre su pueblo» hace, para Moreno Sanz, que se entrecrucen
los motivos de su entrada en el Carmelo, de su plena asunción como judía, no menos que de su convicción de la necesidad de ofrecer vicariamente su vida por la redención de su pueblo ‘infiel’ —el otro tópico nefasto de la Iglesia católica (…) hasta Juan XXIII, y contundentemente hasta el Vaticano II y Pablo VI, que suprimirá de la liturgia definitivamente esas oprobiosas expresiones de ‘asesinos’ e ‘infieles’—… (Moreno Sanz, 2014:424)
La convicción de Stein acerca de la necesaria conversión de los judíos no solo traerá consternación a su familia, y a las generaciones posteriores, sino que fue uno de los motivos por los que autoridades rabínicas y parte de la comunidad judía no vio con buenos ojos el proceso de santificación. De todas maneras, por lo que cuenta en su autobiografía, lo que dice en conferencias y en otros escritos, es indudable el respeto de Edith Stein por otras cosmovisiones y su idea de que la redención no sería patrimonio de unos pocos.
Volviendo a 1933, podría decirse que la primera gran decisión que Edith Stein tomó ese año, antes de entrar en el carmelo, fue tanto personal como política. Quiso tener una audiencia con Pío XI, pedido que fue desestimado porque, según dijeron, se trataba de un «Año Santo», habría muchas peregrinaciones, y no podría ser recibida en una audiencia privada. El mismo año en que se iniciaba un nuevo calvario para los judíos se conmemoraban, según el calendario oficial que rige occidente, los mil novecientos años de la muerte de Jesucristo. Al saber que no obtendría una audiencia privada con el Papa, Edith Stein le envió una carta sellada. Tiempo después, recibió una «bendición» para ella y para sus familiares, pero, como dice en su autobiografía: «ninguna otra cosa se consiguió» (Stein, 2002:499).
En conclusión: Desde muy pequeña Edith tuvo como objetivo el autodominio. Ver explosiones de enojo en otras personas comenzó a darle vergüenza «y el vivísimo sentimiento de una falta de dignidad que trae ese dejarse llevar» (Stein, 2002:206). No son pocas las páginas que dedica a la «dignidad» y a situaciones que a sus ojos la disminuyen, como la borrachera y los estallidos de cólera. Ser una persona digna, a eso apuntó Edith Stein durante toda su vida. Cuatrocientos años antes, Santa Teresa de Ávila tuvo una similar obsesión por la honra y por dejar en claro, frente a sus contemporáneos, y en sus textos autobiográficos, no sólo su propia dignidad sino la de su familia. En uno y en otro caso el contexto fue fundamental, tanto durante los años de la Inquisición como en los del Nazismo, uno de los ataques principales a la comunidad judía se centraba en la cuestión de la honra.
Sentimiento de comunidad, empatía y vivencia religiosa
El primer trabajo filosófico de largo aliento de Edith Stein fue su tesis sobre la Empatía (primera tesis sobre este tema). Primera vez de esta palabra que hoy se usa tanto, y se practica tan poco. El sentir a una con otros, era una cuestión que conectaba con su necesidad de experimentar el sentimiento de comunidad. Así, lo que durante la niñez pudo otorgarle la pertenencia a su familia, con el paso de los años lo encontró en Gotinga, en la denominada «familia» fenomenológica, luego en el vínculo con sus amigos y, finalmente, en las últimas décadas de su vida, en el mundo católico. Al recordarla el filósofo polaco Roman Ingarden, un amigo cercano en el que tal vez estuvo interesada románticamente, señaló que «pertenecer a una comunidad era más bien una necesidad personal, algo que afectaba vitalmente a su identidad» (MacIntyre, 2008:171)
Quinientos años atrás, Teresa de Ávila siente que debe vivir en comunidad, de ahí su ingreso a la Orden del Carmelo y, más adelante, su necesidad de transformarlo. El primer ideal de vida comunitaria lo encontró Edith Stein en la casa de sus amigos filósofos, Theodor y Hedwig Conrad Martius. En una carta dirigida a una de las primeras biógrafas de Edith Stein, la propia Hedwig contó que la vida en su casa correspondía con la práctica de «vivir pobremente conforme a un ideal religioso hondamente arraigado» (Salvarini, 2012). Según parece, un día en que los Conrad Martius no se hallaban en la casa, Edith tomó un libro para leer, y lo que podría interpretarse como un gesto habitual y poco insólito en una gran lectora como ella, marcó un antes y un después en su vida. Refiriéndose a esa ocasión, expresó en pocas y contundentes palabras: «en el verano de 1921 cayó en mis manos la “Vida” de nuestra Santa Madre Teresa y puso fin a mi larga búsqueda de la verdadera fe» (Stein, 2002:500). Traducido como Lebender hl. Teresa von Avila, von ihr selbst erzhält, el Libro de la vida, autobiografía de la fundadora del Carmelo descalzo, fue reimpreso en traducción alemana en 1919.
Se presume que Edith leyó el libro entre el 27 de mayo y el 3 de agosto de 1921. La lectura pudo haber transcurrido en algún momento robado por la tarde, o por la noche, ya que durante el día las amigas se sumergían en un trabajo agotador. Hedwig Conrad Martius evoca alguno de estos momentos:
una vez pasamos el día transportando carbón, y el profesor Koyré, que había venido a visitarnos, parecía fuera de sí: no soportaba ver a dos mujeres enfrascadas en trabajos tan pesados. Por la tarde, demasiado cansadas para hablar de filosofía, salvo en los raros momentos en que venían amigos a vernos, dedicábamos el tiempo a remendar ropa o a dormir (Salvarini, 2012).
Lo que sucedió ese verano fue la culminación de un proceso de años que comprendía, además, muchas otras lecturas. No era un paso para dar a la ligera, por lo que antes de convertirse al catolicismo, Edith Stein no solamente se dedicó leer a autores «clásicos de la espiritualidad como Agustín e Ignacio de Loyola, sino también de filósofos y teólogos: Kierkegaard, Scheeben, Johan Adam Möhler» (Stein, 2002:54). Moreno Sanz sostiene que el libro de Santa Teresa «incidió por completo en el encuentro de Edith Stein con la posibilidad de dar cohesión y sentido a su propia experiencia, comenzando por la aceptación de todos sus fracasos amorosos, académicos y políticos, e integrando perfectamente en ella su propia vida filosófica y los resultados de sus cinco ensayos fenomenológicos (Moreno Sanz, 2014:345) Por su parte, al analizar «cuatro rasgos de la vida de Santa Teresa» que merecen destacarse por su vínculo con la decisión de Edith Stein, Alisdair MacIntyre sostiene:
Lo que Teresa nos pide es lo mismo que Stein hubiese considerado como una interpretación de la exigencia de atención fenomenológica hacia lo que nos es dado en la experiencia, de forma que podamos distinguirla de lo que nosotros ponemos en ella procedente de prejuicios naturales y mundanos (MacIntyre, 2008:283).
Edith Stein aseguró que la lectura de Libro de la Vida de Teresa de Ávila fue decisiva para ella. Este magnífico libro autobiográfico, uno de los primeros redactados por una mujer, y publicado a poco de su muerte[3] tiene mucho que aportarnos para iluminar el caso de Edith Stein. Al retratar su infancia y primera juventud, Teresa se define como una jovencita lectora y encantada con la vida mundana, vanidosa (Ávila, 2011:124) muy poco preocupada por lo religioso, y en ese aspecto Edith pudo haber visto reflejada su propia adolescencia. Pero, además, la fundadora del Carmelo describe su asunción de fe y otras vivencias que encontraron singular eco en la filósofa alemana. También los significativos silencios sobre su ascendencia judía, ascendencia que como dijimos se desconocía en la época de Edith Stein, pudieron alcanzar a manifestarse, aun desde el ocultamiento, toda vez que Teresa otorga importancia a la ética y valores por sobre los orígenes, la herencia y la cuna.
Casi quince años después de leer la autobiografía que la resolvió a abrazar el catolicismo, ya siendo monja carmelita, Edith Stein escribió algunos artículos sobre Teresa de Ávila. En ellos, concluye que «las almas santas son vasijas de la gracia y santifican y forman mediante el simple contacto» (Stein, 2004:72). ¿La empatía? Más adelante, inspirada tal vez en su propia experiencia, agrega que el influjo de santa Teresa:
llega más allá de las fronteras de su pueblo y de su Orden; tampoco permanece limitado a la Iglesia, sino que influye también en los que están afuera. La fuerza de su lenguaje, la veracidad y naturalidad de su estilo abren los corazones y los introducen en la vida divina. El número de aquellos que le deben el camino hacia la luz, se conocerá sólo en el día final (Stein, 2004:78).
Parecería que Edith pensó en sí misma al escribir esas líneas. Pero, ¿cuál fue en su caso el «simple contacto» del que habla? ¿Puede inducirnos la lectura de un libro al conocimiento «empático» de la vivencia religiosa? En sus tesis sobre Empatía, Stein aseguraba que, además de captar el mundo anímico del otro, a través de la empatía, también captamos las propiedades personales del otro, su vida espiritual. Al empatizar, entonces, se podrían vivenciar valores, y también descubrir rasgos de mi personalidad que aún no he desplegado así, aquel que nunca ha estado en una situación de peligro puede, sin embargo, «vivenciarse como valiente o cobarde en la presentificación empatizante de la situación de otro» (Stein, 2005:199).
También podría empatizar el fenómeno religioso:
Yo mismo puedo ser increyente y entender, sin embargo, que otro sacrifique por su fe todo lo que posee en bienes terrenos. Veo que él obra así y empatizo una captación de valor, cuyo correlato, no me es accesible, como motivo de su obrar, y le adscribo a él un estrato personal que yo mismo no poseo. Así es como obtengo empáticamente el tipo ‘homo religiosus’ que es extraño a mi naturaleza, y lo entiendo, si bien lo que allí me aparece como nuevo ha de quedar irrealizado (Stein, 2005:199).
Sin utilizar el término «empatía», acuñado quinientos años después, Teresa de Ávila no deja de referirse a ese tipo de vivencias en sus cartas, autobiografía y otros escritos. Por ejemplo, en el capítulo III de su autobiografía que, gracias a un hermano de su padre con el que pasó unos días, que le daba lecturas y conversaciones, se produjo en ella un giro hacia lo religioso: «las palabras de Dios, ansí leídas como oídas, y la buena compañía» (Ávila, 2011:131).
Una de las ideas centrales que Edith Stein expone en su tesis sobre la empatía es que mediante el encuentro intersubjetivo con los otros alcanzamos a conocernos a nosotros mismos. En varias oportunidades Stein reconoce que la lectura podría participar de este proceso, y es así como habrán impactado en ella los manuscritos del filósofo Adolf Reinach, a quien admiraba filosófica y humanamente y, finalmente, la autobiografía de Teresa de Ávila. En cuanto a su propia vivencia religiosa, aunque Edith Stein no brinda demasiados datos, en sus trabajos aparecen indicios sobre sus experiencias.
Respecto de la vivencia religiosa, lo que nos interesa es que Stein haya dicho que «no podemos conocer ningún vivenciar que nosotros no hayamos experimentado» (Stein, 2005:307). Recordemos que la lectura de Libro de la vida, de Teresa de Ávila, no solo relata vivencias religiosas, también discurre en los modos de oración que practicaba, y relata algunas de sus visiones, de las cuales, la más conocida, en la tranverberación.
Entre las aproximaciones a la vivencia religiosa, en «Causalidad psíquica» (1918) Edith Stein se refiere una «afluencia» de energía, «un estado de reposo en Dios [...] cuando una vivencia que sobrepasaba mis energías ha consumido por completo mi energía vital espiritual y me ha arrebatado toda actividad. El descansar en Dios, frente al fracaso de la actividad por carencia de energía vital, es algo completamente nuevo y singularísimo» (Stein, 2005:298). El único presupuesto para que esto suceda, admite Stein, es «cierta capacidad receptiva». Y es así como: «cuando una vivencia que sobrepasa mis energías, ha consumido por completo mi energía vital espiritual y me ha arrancado toda actividad”, puede suceder El descansar en Dios (…) el sentimiento de hallarse acogido, de estar liberado de toda preocupación y responsabilidad y obligación de actuar. Y cuando yo me entrego a ese sentimiento, comienza a llenarme poco a poco nueva vida…» (Stein, 2005:298). Al leer a Teresa de Ávila, la filósofa encontró relatado aquel sentimiento cuando la española «aquí se comienza a recoger el alma, toca aquí cosa sobrenatural, porque en ninguna manera ella puede ganar aquello por diligencias que haga» (Ávila, 2011:217) Y también: «en estos tiempos de quietud, dejar descansar el alma con su descanso; quédense las letras a un cabo; tiempo venrá que aprovechen al Señor» (Ávila, 2011:228)
Contar una vida, tarea de la biografía y de la autobiografía, no es inocuo; se parte de la idea de que la vida en cuestión merece ser contada. Edith Stein sintió la necesidad de revelar aspectos de la suya inmediatamente antes de ingresar en un convento. Tendría como modelo, en algunos aspectos, la autobiografía de San Agustín y, fundamentalmente, la de Teresa de Ávila. Todo lo que se lee en la autobiografía de Edith Stein, y sus investigaciones, tienen correlato en su obra porque, como aclara Alasdair MacIntyre, la historia de su desarrollo filosófico no se puede contar «de forma inteligible si se abstrae de su vida». Y esto es así porque «ella hizo deliberadamente que su pensamiento filosófico tuviera que ver con las prácticas de la vida cotidiana, y utilizó las experiencias proporcionadas por tales prácticas para formular problemas filosóficos y llegar a conclusiones» (MacIntyre, 2008:24-25).
Edith Stein dejó en claro que hubo algo definitivo en la lectura de la vida de Teresa Ávila que la condujo a definirse por el catolicismo. En cuanto a la obra Castillo interior, subraya que Teresa de Ávila quiso «hacer comprensible lo que ella misma ha experimentado» (Stein, 2004:100). Y es justamente la experiencia de una gran paz interior la que comparten Reinach, Stein y la santa española. Se sabe que Edith Stein no pudo o no quiso comunicar ni siquiera a Hedwig Conrad Martius detalles de su conversión. Su elusiva respuesta fue: «Secretum meum mihi» (Salvarini, 2012). Un secreto en el que la empatía jugó su rol fundamental como respuesta a un llamado del que Stein habla en Ser finito y ser eterno: «es esto lo que han hecho siempre los conocedores de la vida interior: han sido atraídos hacia su interioridad más profunda por algo que tiraba más fuerte que todo el mundo exterior: allí han experimentado la irrupción de una vida nueva, pujante, superior, sobrenatural, divina» (Stein, 2007:1032).
¿Por qué, a diferencia de Teresa de Ávila, Edith Stein no escribió sobre sus propias experiencias religiosas, habida cuenta de que uno de sus confesores aseguró que había experimentado vivencias místicas? Una aproximación a la respuesta debemos encontrarla, probablemente, en el tema de la honra, del que hablamos al principio. Siendo judía, Edith Stein debió probar al mundo católico la sinceridad de su conversión. Además, entrar en religión al mismo tiempo que Hitler y sus aliados dominaban gran parte de Europa, no parecía ser el mejor momento como para destacarse contando experiencias místicas.
Por su parte, Teresa de Ávila escribió sobre sus vivencias religiosas y místicas en primera persona del singular. No es atrevido pensar que Edith Stein haya hablado de sus propias experiencias en sus escritos filosóficos y religiosos toda vez que analiza las obras de sus admirados Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz. La última obra de Edith Stein es, precisamente, Ciencia de la Cruz, un estudio y análisis sobre San Juan de la Cruz que estaba finalizando cuando los nazis dieron la orden de sacarla del convento y llevarla, junto con su hermana Rosa y otros religiosos y personas convertidas al catolicismo, al campo de concentración donde serían asesinadas. Una ciencia de la cruz la experimentaron Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz en sus vidas, en sus luchas reformistas, atacados por sus enemigos. Dijo Teresa: «si quiere ganar libertad de espíritu y no andar siempre atribulado, comience a no espantar de la cruz, y verá cómo se la ayuda también a llevar el Señor» (Ávila, 2011:199) El Libro de la Vida está repleto de este tipo de afirmaciones acerca de la ineludible relación del catolicismo con el tema central, el de la cruz. Pero, al morir, Teresa de Ávila y Juan de la Cruz estaban rodeados de algún consuelo, de personas que se ocupaban de ellos. Edith Stein, que dedicó los últimos años de su vida a escribir sobre la ciencia de la cruz, debió vivenciar en sus últimos momentos, rodeada de hombres, mujeres y niños que iban a ser gasificados, aquellas palabras de Jesús en el madero: «Dios mío, por qué me has abandonado».
Referencias
Ávila, Teresa (2011). Libro de la vida. Edición Dámaso Chicharro. Madrid: Cátedra.
Javierre, José María (1982). «La sangre judía de Santa Teresa» en Boletín de la Real academia Sevillana de Buenas Letras: Minervae Baeticae, Nº 10.
MacIntyre, Alasdair (2008). Edith Stein. Un prólogo filosófico (1913-1022) Granada: Nuevo inicio.
Monmany, Mercedes (2022). Sin tiempo para el adiós. Madrid: Galaxia Gutenberg.
Moreno Sanz, Jesús (2014). Edith Stein en compañía. Vidas filosóficas cruzadas de María Zambrano, Hannah Arendr y Simone Weil. Madrid, Plaza y Valdés.
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Notas
Notas de autor