Dossier Proyectos modernizadores, accionar estatal e infraestructuras hídricas en el oeste argentino (fines S. XIX - mediados S. XX)

Construcción de representaciones socio-hídricas en el siglo XIX en norpatagonia y el sur mendocino, Argentina

María Laura Langhoff
Universidad Nacional del Sur, Argentina

Investigaciones y Ensayos

Academia Nacional de la Historia de la República Argentina, Argentina

ISSN: 2545-7055

ISSN-e: 0539-242X

Periodicidad: Semestral

vol. 73, 2022

publicaciones@anhistoria.org.ar

Recepción: 22 Julio 2022

Aprobación: 01 Septiembre 2022



Resumen: El trabajo se propone abordar desde la geografía histórica, las representaciones socio-hídricas en un sector de la región norpatagónica y el sur mendocino, durante el siglo XIX. El interés en este recorte espacio-temporal radica en identificar qué impresiones tenían los criollos que se adentraron en esa zona al encontrarse con ríos caudalosos y poblaciones originarias que interactuaban con esos territorios hídricos. Se toma como concepto estructurante del trabajo, el de territorio hídrico pues el territorio como tal, da cuenta de los procesos de intercambio y de construcción de poder por los diversos actores intervinientes. Este término permite, también, acercarse a las distintas estrategias de apropiación y de construcción de identidad en relación al agua.

La metodología utilizada es de carácter cualitativo, con el análisis de crónicas y relatos de funcionarios de la colonia, militares y científicos. Para organizar la investigación y el análisis, se empleó el método sándwich de Dagwood, utilizado en la geografía histórica, consistente en estudiar un tema central, en este caso el de los territorios hídricos, y la realización de cortes temporales caracterizados por cambios o alteraciones que afectan al tema núcleo.

Palabras clave: territorio hídrico, exploraciones, poder, representaciones socio-hídricas, geografía histórica.

Abstract: The aim of this work is to approach, from the perspective of historical geography, the socio-hydric representations in a sector of the north Patagonian region and the south of Mendoza, during the 19th century. The interest in this spatio-temporal section lies in identifying the impressions of the Creoles who entered this area when they encountered plentiful rivers and native populations that interacted with these water territories. The concept of water territory is taken as the structuring concept of the work, since the territory as such accounts for the processes of exchange and construction of power by the various intervening actors. This term also allows us to approach the different strategies of appropriation and construction of identity in relation to water.

The methodology used is qualitative, with the analysis of chronicles and accounts of colonial officials, military and scientists. To organize the research and analysis, we used Dagwood's sandwich method, used in historical geography, which consists of studying a central theme, in this case that of water territories, and making time slices characterized by changes or alterations that affect the core theme.

Keywords: water territory, explorations, power, socio-hydric representations, historical geography.

Introducción

En este trabajo nos proponemos exponer las representaciones socio-hídricas que se construyeron en torno a los ríos más caudalosos de la región no patagónica y en el sur mendocino, tanto por los criollos como por las poblaciones preexistentes que se asentaron y transitaron esos espacios. El enfoque conceptual desde el cual se plantea este artículo es el de la ecología política del agua, considerando las relaciones de poder hidrosociales que se establecen en los territorios con fines de producción, económicos, culturales y geoestratégicos. La ecología política como campo transdiciplinario aporta de manera crítica al conocimiento de las interacciones que se producen entre la sociedad y la naturaleza (Palacio, 2006; Alimonda, 2014). En particular para el caso del agua, uno de los aspectos que interesa a la ecología política es las formas en que se produce el despojo del agua a distintas escalas y las formas bajo las cuales se efectúa (por ejemplo, el agua virtual) (Boelens et al., 2015), o las distintas construcciones en torno a los usos y significados del agua para distintas comunidades (Boelens R., 2011). En este sentido, se elaboraron dos conceptos fuertes que explican estas interacciones de actores y poder en torno al agua. Por un lado, el ciclo hidrosocial que complejiza el clásico esquema de ciclo hidrológico, al incorporar la sociedad como un elemento decisivo en las formas en que el agua circula, donde son claves las redes de poder de decisión y de resistencia que conforman los distintos actores a través del tiempo (Linton & Budds, 2014, en su artículo lo explican más detalladamente). Por el otro lado, el concepto de territorio hidrosocial da cuenta de las estructuras que se conforman en el espacio asociadas directamente con el agua, las cuales abarcan desde aspectos culturales, legales, administrativos, políticos y económicos. Estas se van definiendo y transformando a lo largo del tiempo (Boelens R. et al., 2016). Incluso pueden darse situaciones en las que coexistan diversos territorios hidrosociales en una región geográfica y que se han mantenido a lo largo del tiempo (Mendez, 2020).

Para el caso de incorporar la perspectiva histórica al análisis de la apropiación y usos de agua en un espacio amplio como es el norte patagónico y el sur mendocino, el aporte de estos conceptos es una guía necesaria. Sobre todo el territorio hidrosocial, puesto que permite comprender las territorialidades preexistentes a la ocupación estatal, las heredadas y las construidas con posterioridad. En el caso del ciclo hidrosocial, este aporta en la construcción de la complejidad en los manejos del agua a través del tiempo (Langhoff, Geraldi, & Rosell, 2020).

En consecuencia, desde este marco teórico en lo que respecta a la concepción de territorio que aquí se aplica, se considera a este como un fragmento del espacio determinado por relaciones de poder. Siguiendo a Souza Lopes, se explica así:

Espacio definido y delimitado a partir de relaciones de poder. La cuestión primordial aquí, no es, en realidad, cuáles son las características geoecológicas de los recursos naturales de una cierta área, o que se produce o que se puede producir en un cierto espacio o cuales son las ligaciones afectivas o de identidad entre un grupo social y su espacio (…) el leitmotiv es el siguiente: ¿quién domina o influencia o como denomina e influencia ese espacio? (Lopes de Souza, 2008, p. 59-60).

Esta conceptualización, a la vez, se inscribe dentro de la línea de la geografía crítica o radical, desarrollada en los últimos 40 años. En esta el espacio es considerado como una estructura que contiene a las distintas territorialidades, siendo así el espacio moldeado por las acciones humanas y el tiempo. En palabras de Rodríguez Sánchez:

Debido a que la condición cambiante de contextos históricos, políticos y económicos provoca que los actores sociales desarrollen planes y estrategias que les permitan adaptarse a dichos cambios con el objeto de apropiarse, entre otras cosas, del sustrato natural para administrarlo, utilizarlo y explotarlo (Rodriguez Sanchez, 2017, p. 34).

En síntesis, las relaciones hidrosociales se inscriben y contribuyen a moldear el espacio geográfico, imprimiéndole características particulares, por ejemplo, la conformación de los territorios hidrosociales.

Metodología

Para llevar adelante este trabajo, se recurrió a fuentes primarias como son los trabajos publicados en formato libro por algunos de los exploradores, cronistas, científicos y militares que incursionaron en siglo XIX en el norte patagónico y sur mendocino. Si bien la bibliografía y fuentes originales producidas son abundantes, aquí se utilizaron las más difundidas, puesto que resultan sumamente ilustrativas en cuanto a las descripciones sociohídricas. En el siguiente cuadro (Figura 1) se exponen las obras, época en que fueron escritas y que información sociohídrica se buscó y extrajo.

Fuentes trabajadas
Figura 1
Fuentes trabajadas
Langhoff (2022)

En base a la lectura y análisis de las obras, se identificaron aspectos que caracterizan el territorio sociohídrico, primero bajo el dominio indígena y luego bajo el dominio estatal. En este último caso se hacen evidentes los intereses asociados al potencial económico del aprovechamiento de los ríos y las tierras en zonas con presencia de agua subterránea. Dentro de estos intereses se enfatizan las posibilidades que brindan a futuro para la navegación y la irrigación. En este sentido, se hace evidente la potencialidad que tienen estos para incentivar la población, considerando el modelo de país que se planeó con la generación del 80, el cual debía insertarse en el mercado mundial como agroexportador de materias primas, básicamente carne, cereales y lana.

Luego de este análisis se procedió a elaborar una cronología (Figura 2) con el fin de ordenar los intereses respecto a los territorios norpatagónicos y surmendocinos durante el siglo XIX, existentes tanto por parte de los pueblos indígenas como de las autoridades criollas. Así mismo, en esta cronología se inserta el valor que adquiere el agua para unos y otros. Por último, es necesario destacar que el recorte espacial comprende el norte de la Provincia de Neuquén, el norte Río Negro (entre los ríos Negro y Colorado), la totalidad de la provincia de La Pampa y el sur de Mendoza, desde el río Atuel hacia el sur (Figura 3).

Cronología y eventos
relevantes
Figura 2
Cronología y eventos relevantes
Langhoff (2022)

Ubicación área de
estudio
Figura 3
Ubicación área de estudio
Langhoff en base a https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Colorado_River_Argentina_basin_map.png

A continuación, el desarrollo del trabajo se estructura de la siguiente forma: presentación del territorio hidrosocial indígena; el avance criollo sobre las tierras y la ruptura de mitos elaborados en relación a las mismas hasta entonces casi desconocidas por las autoridades de la colonia, y, por último, el conocimiento científico y documentado rigurosamente en el marco de constitución del Estado nacional, de los territorios hidrosociales. En este caso se hace énfasis en las potencialidades reiteradas por los diferentes autores de los ríos para la navegación y la irrigación.

Acercamiento al territorio hidrosocial indígena

El análisis de las fuentes seleccionadas permite formular algunas consideraciones sobre el territorio hidrosocial que fueron conformando los pueblos indígenas en esta zona. Si bien todos corresponden al pueblo Mapuche y delimitaron un área de características complejas como el Wall-Mapu[1] a ambos lados de Los Andes (Beron, 2017), es posible identificar tres grandes territorialidades. Por un lado, la Ranquel en el centro norte de la Pampa[2] donde abarcaban medanales, montes de caldén (prosopis Caldenia) y la ribera este del río Chadileuvu (Salado) (Tapia, 2015). Luego la porción Voroga del cacique Calfucura pasó a ocupar la zona de Salinas Grandes (Salerno, 2021), anteriormente ocupada por otras parcialidades indígenas. Estas se situaban en la zona circundada por Carhue, Epecuen y los medanales del oeste. Y, por otro lado, las poblaciones Pehuenches en el sur mendocino que hacían uso de las salinas del Diamante y de las vegas altas en los valles de la cordillera para el pastaje de los animales, sobre todo en las zonas de pasos trasandinos como El Planchón y Pehuenche. Además, es necesario sumar la función de los ríos, las zonas por donde cruzarlos y la utilización de sus riberas, en el traslado de los animales, con la que contaban estos pueblos. Precisamente, esta información era la que no tenían los habitantes criollos de la colonia, por lo que en relaciona estos territorios se elaboraron distintas representaciones que fueron confirmadas o descartadas a través de distintas incursiones. Estas fueron pacíficas y con fines de reconocimiento en la primera mitad del siglo XIX, y adquirieron una funcionalidad defensiva-ofensiva a medida que se fueron priorizando los objetivos militares para la incorporación de estas tierras al país, luego de 1853.

Luis de la Cruz en su viaje entre el fuerte Ballenar, en Concepción (Chile), al buscar una ruta más eficiente con Buenos Aires, debió atravesar los territorios indígenas. Para esto debió solicitar permiso a los diversos caciques que ejercían sus dominios. Así arribó, a la zona de la unión entre los ríos Atuel y Salado, donde describió el entorno con el cual se encontró:

También dicen, que a 5 leguas de distancia de este punto, se junta dicho Potrol con este río, por ahí mismo, donde este confluye al siguiente, que según reconozco, es el del Desaguadero, así por la graduación en que está, como porque el mismo Puelmanc, que es muy práctico, asegura que el río Diamante, que sale del lugar de Cusa[3], corriendo hacia el oriente, se le emboca a este río que nos resta, y con él toma al sur, formando en todos estos bajos inmensas lagunas (…) También dice que este Chadi-leubu se forma en los Andes, de los esteros Pelauguen-leubu, Malalque-leubu, Chadico-leubu, Aylon-leubu, Chacaio-leubu, Pichimalal-leubu, Cobu-leubu[4], y que en las llanuras no le entra ninguno, hasta que se junta con el Tunijan[5], y el de Mendoza, que vienen en un cuerpo (De Angelis, 1965, pág. 212).

En torno a esta unión de ríos existieron asentamientos temporarios, pues eran atravesados por una de las rastrilladas más importantes en sentido este-oeste. A su vez, aquí se constituía un oasis natural en el medio de una zona de características semiáridas. Esta función de oasis o corredores de verdes y de vida la cumplieron tanto las lagunas como los ríos y arroyos. A ello hace referencia también la toponimia que prevaleció hasta la actualidad, y la forma de representar a esos lugares.

En el caso de Zeballos, este da cuenta de dos casos particulares. Pone de ejemplo el “país de Carhue”, haciendo referencia a la forma de comprender ese espacio por los indígenas. Al respecto señala:

Imagínese una depresión del terreno, una verdadera olla pampeana, circular, con diámetros no menores de tres leguas, que sin duda ha sido durante el período cuaternario de la creación, el asiento de un lago encantado en la soledad de los desiertos (…) esta grande olla, con pequeñas eminencias en su seno, y que puede, por analogía, llamarse un valle, se abre al N.O. para dar cabida a la extensa laguna de Epecuén, acaso último resto del vasto lago cuaternario, rodeada en su orilla opuesta de altos médanos (Zeballos, 1960, p. 104).

En este espacio se encontraban comprendidos el arroyo Pihue y el agua que se conservaba gracias a los medanales. Este “país” indicaba la cercanía de las Salinas Grandes, cuyo producto mineral era consumido e intercambiado entre los pueblos indígenas y la colonia, incluso transportado a Chile.

El otro caso que relata Zeballos, es la experiencia que significó atravesar la gran extensión denominada Huecuvu Mapu o “país del diablo” (Figura 4), la cual se extendía desde el oeste de Bahía Blanca hasta el norte del Colorado. En base a su recorrido, podría determinarse que el límite de este “país” era el río Curaco[6], desagüe del sistema Urre Lauquen[7] que recibe las aguas del Chadileuvu, en el Colorado. El Curaco en el momento de esta expedición se hallaba seco, pero en épocas que poseía caudal, este no era del todo potable por la alta salinidad. Las impresiones de este paisaje desolado y evitado por los conocedores del “desierto”, los indígenas, es la siguiente:

Un teatro dentro del cual palpita con horror la lucha por la vida, donde el hombre desprevenido sucumbiría a la sed con tormentos agudos, donde las fieras se precipitan famélicas sobre los débiles moradores de la selva y donde las tortugas, varadas en la arena caliente, mueren como el saguaipé pegado al lodo de las charcas, que el sol seca y endurece: tal es el espectáculo de este río, perdido hasta hoy para la geografía (Zeballos, 1960, p. 329).

Por estas características este espacio era evitado por las poblaciones indígenas. Es necesario destacar el rol que tuvieron los baqueanos, lenguaraces y rastreadores tanto originarios como aquellos criollos que habían vivido en las tolderías, quienes, gracias a sus conocimientos del terreno y la naturaleza diversa de estos espacios, aseguraban el camino, sobre todo, el acceso a fuentes de agua.

Ilustración del
“País del Diablo”, Zeballos
Figura 4
Ilustración del “País del Diablo”, Zeballos
Archivo General de la Nación

A pesar de tener un conocimiento más acabado del territorio bajo dominio indígena en la segunda mitad del siglo XIX, aún las representaciones del mismo, eran confusas y alentaban la imaginación. De por sí, adentrarse allí era franquear el límite de la “civilización” e ingresar a la “barbarie”, a todo aquello que era diferente, tanto cultural como ambientalmente. En el caso de Lucio V. Mansilla, el poder desplazarse hacia la denominada Tierra Adentro con el objetivo de pautar la paz con el cacique Ranquel Mariano Rosas, incluía una posibilidad de aventura y conocimiento:

El deseo de ver con mis propios ojos ese mundo que llaman Tierra Adentro, para estudiar sus usos y costumbres, sus necesidades, sus ideas, su religión, su lengua e inspeccionar yo mismo el terreno por donde alguna vez quizás tendrán que marchar las fuerzas que están bajo mis órdenes (Mansilla, 1947, p. 3).

En ese aventurarse en Tierra Adentro o el Mamul Mapu[8], confirmó la importancia clave de la disponibilidad de agua en estos ambientes y las estrategias indígenas para acceder a ella, ya sea con la localización de las tolderías permanentes como aquellos lugares de descanso temporario. A su vez, el trazado de las rastrilladas que cruzaban o conducían a lugares con agua, como lagunas o jagüeles (pozos realizados para obtener agua subterránea) o donde había buenos pastos para apacentar caballadas y ganados. Mansilla da cuenta de algunos de estos topónimos hídricos que indican aguadas naturales: realicó, tremenco y la laguna del Cuero, cuyos bosques de caldén llegaban hasta el río Chadileuvu. Dentro de los asentamientos claves ranqueles, cuyo epicentro se encontraba en Leuvuco al lado de una laguna, un lugar clave era Poitahue, lugar donde también existía un espejo de agua rico en avifauna, que según su descripción estaba habituada a convivir con la población ranquel. Esto lo denotaba su mansedumbre[9].

En el marco de la campaña roquista, el avance ya definitivo sobre las tierras hasta ese momento bajo dominio indígena, supuso también un conocimiento certero de ese espacio, hasta entonces denominado “desierto”. Por lo que se empezaron a corregir apreciaciones sobre el terreno. Esto sucede en el caso de la apreciación en cuanto a las tierras ranquelinas y de otras poblaciones:

Los Ranqueles ocupan la única parte habitable, entre las Salinas Grandes, el río Colorado, la línea de fronteras y las primeras vertientes de los Andes. A partir del mismo toldo de Mariano Rosas, Leuvuco[10], empieza al oeste una larga travesía de terrenos guadalosos y sin pastos, hasta llegar al Chalileo o río Salado, formado por los ríos Desaguadero, Diamante y Atuel, y que va a terminar en la laguna Urrelauquen, últimos toldos de las tribus ranquelinas, de donde arranca otra travesía al Colorado, cuyas márgenes como las del Chalileo, son completamente inhospitalarias y no hay ejemplos de que hayan sido habitadas por ninguna tribu, si se exceptúan las del primero, desde su origen, hasta el cerro Payen. Del Chalileo en toda la extensión, siguiendo siempre al oeste, continúan las tierras áridas sin agua y sin pastos, hasta que se tocan las costas del río Grande, Malbarco[11] y Chacai[12], al sur recto de San Rafael, donde habitan indios Puelches[13] y Pehuenches[14] (Olascoaga, 1930, p. 56).

En esta extensa cita se resumen las características en rasgos generales, del territorio hidrosocial Ranquel conformado por el conocimiento, acceso y utilización de lagunas, aguadas, jagüeles y ríos en un entorno semiárido. Además, en esta cita se consolida ya el conocimiento de la cuenca inferior del río Desaguadero. Específicamente, ya no había dudas de que los ríos Diamante y Atuel eran independientes uno del otro, pues en la cartografía previa, hasta inicios del siglo XIX se confundían.

Por otra parte, quienes participaron de esta campaña en su rol de jefes militares y científicos, en sus notas dejaron una apreciación de lo que llamaban “desierto” y “pampa”, tal es el caso de Olascoaga, quien afirma: “un espacio de más de 20.000 leguas de superficie que hasta hoy figuraba en blanco en nuestras cartas geográficas; y a ese blanco dábamos los nombres de pampa, desierto, territorio inútil” (Olascoaga, 1930, p. 153). Ese espacio fue ocupado desde épocas precolombinas por distintas poblaciones preexistentes que desarrollaron diversos intercambios, los que se volvieron más complejos con la consolidación de la ocupación española y luego criolla.

Otro de los lugares claves dentro de la territorialidad hidrosocial indígena, fueron las sierras de Lihue Calel, en el centro sur de la pampa, y la isla de Choele Choel en el río Negro. Las descripciones más abundantes las provee Zeballos en su relato de permanencia en estas serranías. Sobre su denominación: “los indios con admirable exactitud de criterio llamaron Sierras de la Vida a las que guardan todos los recursos y los esplendores de esta” (Zeballos, 1960, p. 292). A pesar de realizar esta travesía en un periodo de intensa sequía, destaca la función de oasis natural de las mismas:

En Lihue Calel hay agua deliciosa por su frescura, por su sabor y por su pureza. La fuente a cuyo pie estamos acampados tiene hasta dos metros de profundidad y parece un espeso cristal (…) hay huellas en las principales quebradas de las sierras de vertientes de las aguas que se internan en los cerros, durante las grandes lluvias, las cuales arrojan a los valles un caudal considerable (Zeballos, 1960, p. 292).

Sobre la ocupación de Lihue Calel, el testimonio son los restos que encuentran allí de asentamientos previos como un cementerio, utensilios cotidianos y de caza, pero el dato más relevante es la utilización como refugio de las sierras en el contexto de la ofensiva militar, por el cacique Namuncura, quien efectuó una intervención en estos terrenos para asegurarse agua:

Los valles son estrechos; pero de una fertilidad que nada sobrepasa. El más amplio de ellos es aquel donde tuvo sus toldos el cacique Namuncura en los últimos años y donde hay huellas de tolderías antiquísimas. Mide dos leguas de longitud, internándose en las sinuosidades de la sierra, y una anchura variable entre 100 y 400 metros. En el establecimos nuestro campamento, al pie de la fuente, abierta artificialmente (…) cavado por orden del cacique Namuncura, a fin de dar desagüe a un ojo vertiente que existía entre algunas rocas del valle (Zeballos, 1960, p. 302).

En cuanto a Choele Choel, su ubicación permitía el descanso y apacentamiento de los animales en el tránsito hacia Chile, en el medio del río Negro o Curi-Leuvu. Ya en la época de la campaña de Rosas en 1833, esta isla fue apropiada por los criollos al ser lugar estratégico por abundancia de agua, pasto y sombra. Sus dimensiones eran considerables, Olascoaga calculó que ocupaba unas 15 leguas cuadradas y, por entonces, con una altura superior a las riberas opuestas del río. Se haría referencia a “espantajos de cáscaras de árbol” según este autor, para quien se relacionaría con grandes crecidas antiguas que arrasaban con todo a su paso, dejando en las ramas de los árboles desechos vegetales que luego llamaban la atención. De todas maneras, esta isla fue uno de los objetivos a ocupar y conservar. Este mismo autor proponía que debía quedar en manos del Estado para ser utilizada como depósito de ganado caballar y vacuno para aprovisionar al ejército.

Los ríos y su potencial bajo el modelo del Estado agro exportador

Una vez finalizada la campaña de desplazamiento y exterminio de la población preexistente y la ocupación de sus territorios, se comenzaron a proponer diversos planes para aprovechar racionalmente los mismos. En este nuevo esquema que se organizó a escala mundial en la segunda mitad del siglo XIX, la Argentina bajo un gobierno liberal y con una elite oligárquica asociada a las ideas europeas en boga, como el positivismo y el racionalismo, se incorporó al mercado mundial. Esta incorporación se dio por medio del uso de las nuevas tierras para la producción de cereales y crianza y engorde de ganado vacuno, ahora con razas y genética refinada. También se incorporó el ganado ovino, sobre todo en gran parte de la meseta patagónica y el oeste pampeano. A esta reestructuración del espacio pampeano y norpatagónico contribuyeron los capitales ingleses en inversiones orientadas a los puertos, ferrocarriles y adquisición de tierras (Ferns, 1966; Minieri, 2006).

Bajo la perspectiva de los jefes militares y los científicos que recorrieron estos “nuevos territorios”, la existencia de ríos caudalosos y extensos, que los atravesaban en dirección oeste-este, era necesario aprovecharlos. Debido a que se pretendía poblar estas tierras con inmigrantes, se pensó en utilizarlos para la irrigación, que motorizó la conformación del Alto Valle del río Negro y del oasis sur de San Rafael-General Alvear en el sur mendocino. Además, para el caso de Cuyo se pensó en el aprovechamiento de la cuenca inferior del Desaguadero como vía navegable para extraer la producción cuyana y trasladarla en dirección al Atlántico.

La posibilidad de territorios irrigados aparece en las anotaciones de Olascoaga, en relación a los ríos Limay y Neuquén:

Los espléndidos campos que cruzan, y respecto del errado sistema de ocupaciones que hasta hoy habíamos seguido, prescindiendo de esta hermosa región andina, que ofrece positivas seguridades de riqueza a las poblaciones civilizadas (…) tendríamos ya un cordón de pueblos florecientes desde Mendoza hasta Nahuel Huapi (…) estas poblaciones andinas se habían extendido hacia el oriente con las crianzas de ganado y con la agricultura, llevando sin esfuerzos el riego permanente por la pendiente natural hasta la costa del mar; repartiendo superficialmente en toda la extensión territorial estos inmensos caudales de agua que, o se desperdician desparramándose en gigantescos lagos, en tremedales y pantanos (…) o se abren cuencas y canales profundos a cien y doscientos metros debajo del nivel de los terrenos (Olascoaga, 1930, p. 273).

Esta cita extensa permite detectar tres premisas que preocupaban en relación a los ríos: por un lado, generar poblaciones estables en un medio semiárido y distante de las poblaciones y ciudades principales; en segundo lugar, fomentar la irrigación para fertilizar esas tierras y hacerlas productivas y, por último, aprovechar el agua que, desde la concepción positivista y racional, simplemente se derrochaba[15]. Tanto la irrigación como la aplicación de tecnología para aprovechar racionalmente los caudales hídricos, fueron tareas que ocuparon al gobierno nacional y también a gobiernos provinciales como el de Mendoza (Langhoff, Geraldi, y Rosell, 2020). Por este motivo en las décadas siguientes adquirieron una importancia fundamental en el desarrollo y consolidación de nuevas territorialidades hidrosociales, los ingenieros hidráulicos básicamente. Estos fueron traídos de Europa como en el caso de César Cipolletti, uno de los casos más significativos, quien veía la misión de “domar las aguas” (Martin & Rojas, 2010), la cual se encontraba asociada a generar una territorialidad de dominio político asociado al control del agua. Otros de los referentes en la ingeniería hídrica en espacios semiáridos fueron Rodolfo Ballester, Carlos Wauters y Galileo Vitali.

Paralelamente, es necesario señalar que a nivel internacional en la segunda mitad del siglo XIX se construyó una de las obras de ingeniería más importantes del siglo, para favorecer el intercambio entre oriente y occidente, como lo fue el canal de Suez. Esta obra ponía en práctica la representación del hombre moderno que a través de la ciencia dominaba a la naturaleza. A esta gran obra siguieron en las décadas y siglo siguiente, las represas y diques, para favorecer un aprovechamiento asociado al riego y a la utilización de nueva tecnología como la electricidad.

En el caso de Argentina aún no se pensaba en la construcción de represas, al menos no aparecen estas fuentes consultadas. Pero sí la posibilidad de perfeccionar los ríos extensos como vías navegables. En este sentido, respecto a la cuenca inferior del Desaguadero, ya existe un antecedente con Undiano Gastelú a fines de siglo XVIII, funcionario colonial asentado en Mendoza, quien sugirió:

¿Qué no debe esperarse, pues, de una tierra como ésta, si aprovechándose de sus inmensas llanuras, de las aguas de los caudalosos ríos Atuel y Diamante, y de la elevación de su origen, se acudiese a la hidrometría, y se cruzase todo él de canales de riego y de navegación? (…) (Angelis, 1969, p. 506).

Esta idea fue retomada por Olascoaga en su libro Aguas perdidas. Allí como reflexión posterior a su participación en la campaña militar y conocimiento del terreno, realizó dos propuestas orientadas a sanear tierras y canalizar, que no se llevaron a cabo.

En el primer caso, planteó la necesidad que observó en Llancanelo, al oeste del cerro Nevado y este de la cordillera, esta laguna recibía y aún lo hace, el agua del arroyo Malargüe. Pero debido a las características del agua, ésta era imbebible para los animales. A tal efecto, se preguntaba: “¿No se patentiza la conveniencia de desaguar este lago haciéndole un canal que lleve sus aguas al Colorado, saneándolo al mismo tiempo con la corriente franca que se daría a los afluentes que en él se estancan?” (Olascoaga, 1934, p. 187). Desde su observación estas tierras que bordeaban la laguna, unas ciento cincuenta mil hectáreas según sus cálculos, luego de esa obra iban a poder ser aprovechadas para cualquier cultivo.

En el segundo caso, planteó la posibilidad de encauzar parte de la cuenca del Desaguadero, desde la provincia de San Juan, San Luis y Mendoza hasta el por entonces, territorio nacional de La Pampa. En este caso, también, parte del objetivo era drenar las lagunas de Urre Lauquen que recibían esos caudales y, en casos excepcionales según estas fuentes, desbordaban por el río Curaco (el que describe Zeballos en la zona del “país del diablo”) hasta desaguar al Colorado. Fundamenta su idea en que la posibilidad de navegación fue contemplada por Luis de la Cruz, el coronel Velazco y en la experiencia de navegación en bote por el Atuel hecha por el doctor inglés Edmundo Day en 1874. Esta canalización se dividiría en cuatro secciones. La primera de San Juan:

iniciando el canal en la parte sana del río de San juan, desde el punto que enfrenta a la laguna de Caucete, se traería hasta el lugar donde el río cambia de rumbo al oriente para echarse en los pantanos de Guanacache, y desde allí comenzaría la apertura del canal nuevo, dirigiéndose al SE, hasta la villa de La Paz (Olascoaga, 1934, p. 196).

La segunda sección continuaría desde esta villa hasta la desembocadura del río Diamante, la cual se caracterizaba por una formación deltaica. La tercera sección conectaría esta desembocadura con la del Atuel más al sur, donde "las corrientes del río Atuel desparramadas en varios brazos en el punto llamado Paso de los Puntanos” (Olascoaga, 1934, p. 197). Y, por último, la cuarta sección desde el Atuel hasta la desembocadura en el río Colorado. De esta forma:

La salida del canal al Colorado y la situación de navegabilidad permanente en que volvería a encontrarse este río con ese aumento de caudal realizará beneficios de valorización y progreso en muchos campos nacionales que se aproximan a esa corriente de agua pura que también facilita los transportes (Olascoaga, 1934, pág. 197).

Al referirse sobre la zona favorecida, destaca el sector que abarca entre los ríos Colorado y Negro, hasta el oeste en la zona del rio Neuquén, Chos Malal y el rio Barrancas. En esa amplia zona se encontraron elementos durante el avance militar y científico, que denotaban su riqueza y la importancia de establecer poblaciones allí, considerando la cercanía del límite con Chile. En este sentido, resaltó la existencia de una serie de recursos naturales que en esos momentos eran demandados y otros lo serían en el futuro, como el petróleo:

Las abundantes vertientes de petróleo en la costa del Barrancas, los extensos mantos de carbón de Chacay Malalgue[16], los placeres de oro de Milla-Minchico[17], los dos enormes macizos de sulfato de cal y de sal de piedra, respectivamente, que se encuentran en las dos riberas del Neuquén, a la vista de Chos Malal[18], el carbón de Tilhue[19] -analizado con gran resultado en Londres- situado sobre la costa izquierda del mismo río (…) los valiosos minerales, plata y cobre -sin ninguna explotación hasta hoy- que se hallan -los he presenciado- en la misma costa del río (Olascoaga, 1934, p. 198).

Esta reseña que efectuó sobre las riquezas de esa amplia zona indicaba que podían explotarse y utilizarse el río Colorado, sobre todo, como hidrovía hacia el Atlántico. Olascoaga sostenía que el trabajo de encauzamiento y el control posterior del canal, debía estar en manos del Estado, pues con ello se asegurarían las condiciones para incentivar la producción y el asentamiento de población. En caso de estar en manos de privados, acabaría por volcarse a la especulación y favorecer intereses particulares.

A finales de siglo, el político uruguayo Ángel Floro Costa (Costa, 1897), propuso la construcción del canal de La Pampa Central con inicio en el río Atuel y la finalización en la Bahía de Brightman en cercanías de la desembocadura del Colorado. El proyecto fue tratado en el Congreso Nacional pero nunca llegó a concretarse. En este caso el proyecto consistió en la construcción de un sistema de represas y esclusas de distancia para darles mayor profundidad y uniformando la corriente. En caso de haber progresado el proyecto, la empresa hubiese recibido tierras para la colonización e irrigación en el sur del Colorado.

Finalmente, en los territorios sobre los que estableció su soberanía el Estado nacional, acabaron desarrollando enclaves puntuales donde se realizó un aprovechamiento del agua acorde con las ideas de la época: el oasis sur en Mendoza, la posterior construcción de represas y diques, el desarrollo del Alto Valle del rio Negro y en el extremo sur de la provincia de Buenos Aires, el área bajo riego con aguas del rio Colorado.

Reflexiones finales

La disponibilidad de agua en el medio semiárido del norte patagónico y sur mendocino posibilitó que durante el dominio indígena de estos territorios se formaran territorialidades hidrosociales que persistieron a través del tiempo. Así aún en la actualidad es posible identificar muchos de esos lugares, hoy transformados, pero que a través de su toponimia denotan la importancia que tuvieron para los pueblos preexistentes. De esta forma aún se identifican Leuvuco, Carhue, Salinas Grandes, Chadileuvu, Lihue Calel, Choele Choel entre los más relevantes. Y aún permanecen muchos de estos espacios valorados por su disponibilidad de agua, en la cordillera surmendocina, donde todavía se mantiene la actividad de trashumancia.

La ocupación por la fuerza de estas tierras para integrarlas por medio del Estado a un modo de producción capitalista e imperialista, supuso transformaciones radicales y el avance de proyectos hídricos. Es así como se organizaron nuevos territorios hidrosociales que perduran hasta hoy y que continúan en transformación, como la formación de oasis de irrigación y el aprovechamiento de los ríos para generación hidroeléctrica. Sin embargo, el agua fue un factor estratégico en ambos tipos de territorialidades. Tanto en la indígena asociada a la subsistencia de un sistema de intercambio comercial con una impronta cultural fuerte, como en el caso del Estado moderno argentino donde el agua como bien estratégico se asoció al avance del proyecto civilizatorio en primer término, y luego a la economía. Es decir, la presencia de agua y su utilización bajo premisas científicas modernas, hizo que el desierto dejara de serlo.

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Notas

[1] Se entiende por WallMapu a “una concepción espacio-temporal específica, ligada a la territorialidad física y el devenir histórico” (Matias Rendòn, 2020, p. 70).
[2] Se menciona de esta forma a lo largo del trabajo, puesto que esta era reconocida como una gran zona que abarcaba diversidad de paisajes. La denominación política provincial La Pampa no se tiene en cuenta puesto que se constituye primero como territorio nacional de La Pampa Central y luego de 1951 como provincia homónima.
[3] Equivaldría a Cuyo, “arenal o arena”; “país del desierto” término de origen Huarpe o Mapuche.
[4] O Covu-Leuvu es el río Colorado.
[5] El actual río Tunuyán.
[6] Río de Piedra.
[7] Zeballos lo transcribe como “lago de las brumas”.
[8] País del monte.
[9] Como nota de color, Mansilla se lamenta de no contar con su arma para cazar, pues allí según su perspectiva, había una amplia variedad de patos, cisnes y flamencos. Estos aparentemente no eran cazados ni asechados por los indígenas y se notaban acostumbrados a su presencia.
[10] Manantial que corre.
[11] Para Groeber es una deformación de huarhuar-ko, que denomina un afluente del Neuquén. (Groeber, 1926).
[12] Hace alusión a un tipo de arbolito de madera dura que crece en valles húmedos de zonas secas (Groeber, 1926).
[13] Gente del este.
[14] Gente de los Pinares (zona de araucarias araucanas o pehuenes).
[15] Aquí habría que relacionarlo con el desconocimiento del ciclo hidrológico que fue propuesto por Horton en 1931, donde el agua se encuentra en constante circulación, no se pierde, solo se transforma como en el caso de la energía. Aunque esto es discutible en la actualidad debido a la contaminación hídrica, por lo que es un punto interesante para estudiar.
[16] Lugar de corrales.
[17] Arroyo del oro del molle (Groeber, 1926).
[18] Corral Amarillo, presencia de areniscas amarillentas en el lugar (Groeber, 1926).
[19] Podría interpretarse como “gritadero de ánimas” (Groeber, 1926).
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