Dossier: Nuevas perspectivas en la historia de la prensa argentina
El diario La Prensa en el cambio de siglo: modernización periodística y batallas políticas
El diario La Prensa en el cambio de siglo: modernización periodística y batallas políticas
Investigaciones y Ensayos, vol. 68, 2019
Academia Nacional de la Historia de la República Argentina
Recepción: 03 Septiembre 2019
Aprobación: 08 Octubre 2019
Resumen: Este trabajo explora la relación entre el proceso de modernización que experimentó el diario La Prensa desde fines de la década de 1890 y la capacidad que tenía de influir en el escenario político. Se sostiene que tanto los cambios en la producción de las noticias como el afianzamiento del vínculo con el público lector potenciaron los efectos de las intervenciones políticas que efectuaba La Prensa. Se analizan algunas de las campañas que llevó adelante contra el gobierno de Julio Roca y, en particular, la batalla que lideró para hacer fracasar el proyecto de reestructuración y unificación de la deuda externa en julio de 1901. Las denuncias periodísticas promovieron en aquella ocasión violentas movilizaciones que finalmente condujeron a la declaración del estado de sitio en la ciudad de Buenos Aires.
Palabras clave: La Prensa—modernización periodística—intervención política—movilizaciones callejeras.
Abstract: This work explores the relationship between the modernization process experienced by La Prensa in the end of the 1890s and its influence over the political arena. The article argues that both changes in the way the news were produced as well as the increasing closeness with its audience strengthened the effects of La Prensa’s political interventions. This work analyzes some of the campaigns carried out against the government of Julio Roca. In particular, the battle that contributed to the failure of the project of restructuring and unification of the foreign debt in July 1901. In that occasion, the accusations caused violent mobilizations that led to the declaration of the state of siege in the city of Buenos Aires.
Keywords: La Prensa—Modern Press—Political Arena—Street Demonstrations.
El 1° de enero de 1903 La Prensa publicó una edición especial en la que se describían las características y la organización interna de “un diario montado a la altura de los mejores del mundo civilizado, con todas las perfecciones inventadas por la industria y el arte”. [2] En el comienzo del nuevo siglo, el matutino se afianzaba como una empresa comercial de bases económicas cada vez más sólidas y sofisticados desarrollos tecnológicos que le permitían incrementar aceleradamente sus tiradas y dilatar la cobertura de noticias nacionales e internacionales. [3] Dentro del campo periodístico argentino (y porteño, en particular) que se hallaba entonces en plena expansión, La Prensa era el órgano que marcaba la dirección y la velocidad de las transformaciones. Algunos años antes, en 1898, había inaugurado un impresionante edificio sobre la Avenida de Mayo, donde funcionaban la redacción, la imprenta y un conjunto de servicios que el diario ofrecía al público: consultorio médico, oficina de asesoramiento jurídico, biblioteca y escuela de música. Esas prestaciones eran gratuitas y apuntaban a un universo amplio y variado de usuarios. La biblioteca, por ejemplo, “es frecuentada por miembros del profesorado médico y jurídico, por estudiantes de todas las facultades, por jefes y oficiales del ejército, por hombres de letras […] a la vez que por aficionados a la lectura que no tengan medio de proporcionarse libros con recursos propios”. Proveía asimismo otros servicios adicionales, como el de posta restante (para recibir correspondencia del interior o el exterior del país), la utilización de los salones del edificio para conferencias o asambleas, y la exhibición de noticias en el hall, “a fin de que el público pueda enterarse de ellas, antes que los diarios de la tarde salgan a circulación y en el momento en que llegan, ya por teléfono, ya por telégrafo o por medio del personal de reporters”. [4]
La bibliografía ha destacado, por supuesto, la vertiginosa modernización que transitaba La Prensa hacia fines de los años noventa y principios del novecientos. La publicación del número especial en enero de 1903 formaba parte del empeño que ponía el propio diario en exhibir su dinamismo y ponderar las innovaciones que incorporaba. [5] En el mismo número, un artículo repasaba la historia del periodismo argentino desde sus orígenes hasta llegar a un tiempo presente señalado por el predominio de los “diarios modernos”. Ese nuevo periodismo reflejaba los cambios que atravesaban la sociedad y el público, y se distinguía, principalmente, por el carácter “impersonal” de sus funciones. [6] La cuestión de la impersonalidad de los grandes diarios era una temática que se repetía en los análisis que los contemporáneos efectuaban de los cambios operados en el mundo periodístico porteño. En particular sobre La Prensa, Jorge Navarro Viola sostenía que:
Con su concepto yankee del periodismo, los hombres que lo dirigen han tratado de hacer un diario que refleje la vida de nuestro pueblo en todas sus manifestaciones, e inspirándose para su propaganda política en las ideas del mayor número, ha podido alcanzar un éxito extraordinario, sin igual quizás entre los periódicos escritos en español. [7]
Los estudios específicos han considerado las implicancias de la transformación que Navarro Viola resumía en términos de reemplazo del modelo francés por el norteamericano: la profesionalización del periodismo, la incorporación de nuevos formatos, la autonomía de los diarios respecto de grupos y partidos políticos, la conformación de un mercado específico, el carácter comercial de los emprendimientos, la masificación y diversificación del público. [8] En este trabajo me interesa volver sobre uno de esos aspectos: la relación entre modernización periodística e intervención política. Propongo explorar esa relación pensándola no en términos de transición desde viejas prácticas de la prensa partidaria decimonónica hacia un nuevo modelo de periodismo independiente, comercial y popular, sino en clave de articulación y confluencia. Con tres décadas de existencia, La Prensa era el diario moderno por excelencia y también la voz que delimitaba la materia y la forma de los conflictos políticos más apremiantes. Como indica Paula Alonso, “si bien La Prensa no disimulaba sus preferencias políticas, el contenido del diario distaba de agotarse en apoyar una causa partidaria”. [9] Hacer política impersonal significaba, según el axioma del propio diario, “servir al público, a ese agregado social definidamente moderno, que da las mejores y las más nobles vibraciones de la opinión”. La propaganda política (retomando la definición de Navarro Viola) que realizaba La Prensa no era propaganda partidaria: “no es un hombre determinado, no es un partido, no es una agrupación el que inspira”. Pero tenía “timbres de batalla”. [10] En las páginas que siguen la intención es mostrar el uso que el diario hizo de sus atributos y herramientas modernas para librar algunas de esas batallas políticas.
1898: nuevo edificio y nuevo gobierno. La Prensa frente al regreso de Roca
Ha sido el gran acontecimiento callejero del año la operación de elevar hasta la cúspide la estatua que debe coronar el edificio monumental que, para sus oficinas, ha hecho construir en la Avenida de Mayo nuestro colega La Prensa.
Un numeroso público –más de 30.000 personas tal vez— atraído por la novedad del espectáculo y también por el deseo de tributar un homenaje al popular diario, llenaba desde temprano las aceras y la calle, observando curiosamente los detalles de la delicada operación. [11]
La escena que con tanta admiración describía la revista Caras y Caretas en su crónica del 12 de noviembre de 1898 permite al lector actual imaginar la dimensión de la marca que había trazado en la geografía urbana el proceso de construcción del magnífico palacio de La Prensa. La edificación de varios pisos se elevaba sobre la Avenida de Mayo (inaugurada pocos años antes) y simbolizaba la veloz modernización que en el fin de siglo atravesaban simultáneamente el diario y la ciudad de Buenos Aires. [12] El edificio era moderno por sus características, pero también lo era por el esfuerzo fáustico que había implicado la ejecución de aquella obra “monumental”, como la definía Caras y Careras; esfuerzo cuyo punto culminante era, precisamente, la colocación en “la parte más alta” de la torre observatorio de una escultura representando a una mujer que en una mano llevaba una hoja de periódico y en la otra una antorcha. La obra había sido importada de París y pesaba más de tres toneladas Aunque haya que considerar con cautela la cifra de 30 mil personas reunidas para observar el operativo, el dato sirve de todos modos como evidencia del interés que suscitó aquel extraordinario despliegue. Pero la crónica de Caras y Caretas aporta asimismo otro aspecto destacable. El relato indica que los asistentes se congregaron frente al edificio de La Prensa atraídos por “la novedad del espectáculo y también por el deseo de tributar un homenaje al popular diario”. La frase deja entrever que la impronta que el diario proyectaba sobre el paisaje urbano se originaba igualmente en la relación que establecía con el público. La Prensa no era sólo el periódico con mayor tirada y el que empleaba las técnicas de impresión más novedosas. La puesta en marcha de las nuevas instalaciones lo convertía además en un diario abierto al público, que brindaba asistencia a sus lectores y les acercaba de manera ágil y tangible las primicias más importantes. Se comprenden, por lo tanto, la admiración pero también el sutil dejo de envidia con que Caras y Caretas reseñaba el multitudinario evento de montaje de la escultura en el edificio de La Prensa y saludaba “muy de corazón al opulento colega”, deseando merecer “algún día semejante felicitación por idéntico motivo”. [13]
Unas semanas antes, el 12 de octubre, se había producido otro acontecimiento menos festivo, más solemne, pero indudablemente significativo para la vida de los porteños y, en general, de los habitantes del país. Julio Roca había asumido por segunda vez la presidencia de la república. Exultante, la prensa oficialista celebró aquel regreso anunciando el comienzo de una “nueva época” en la cual, bajo la guía del “piloto experimentado”, el país dejaría atrás los “rudos sacudimientos” que –en obvia referencia al ciclo revolucionario de principios de los noventa— habían hecho tambalear la estabilidad político-institucional, el tan preciado orden conquistado por el Partido Autonomista Nacional (PAN) en el Ochenta. [14] Otras voces, sin embargo, fueron mucho más prudentes, manifestando dudas y prevenciones. En particular, La Prensa realizó una seria advertencia al presidente: “La opinión, que no intervino en la elección, está a la expectativa. […] Es una era que se inaugura bajo la promesa de reaccionar sobre los malos hábitos y de restaurar el reinado de las instituciones democráticas.” [15] El mensaje era explícito: luego de la grave crisis económica, política y, en la interpretación de muchos de los contemporáneos, moral que había atravesado la Argentina en los años precedentes, se requería una gestión reparadora, regeneradora, en todos esos niveles. En el discurso que a partir de entonces fue hilvanando el diario, las expectativas que, aunque con reparos, había originado el regreso de Roca se diluyeron rápidamente y, en su lugar, no tardó en cristalizar la imagen de un gobierno “personalista e infatuado”, que se revelaba “incapaz de manejar con acierto los grandes intereses del país”. [16]
Erigiéndose en portavoz de aquella opinión pública presuntamente desilusionada, La Prensa llevó adelante una serie de campañas que fijaron los contenidos y el tono de la discusión periodística y, prontamente también, de la agenda política. [17] En el inicio del gobierno de Roca dos fueron los temas en torno de los cuales se concentraron las intervenciones del diario. Por un lado, el manejo de las relaciones exteriores y, específicamente, de la defensa nacional, en el contexto del agravamiento del conflicto limítrofe con Chile. La Prensa instó a acelerar los preparativos bélicos y apoyó activamente la creación de la Liga Patriótica Argentina. [18] Por el otro, la gestión de la situación financiera y monetaria en el marco de una crisis que, aunque con menor intensidad que a principios de la década, hacía sentir sus efectos. Eran asuntos que se prestaban de manera especial para plasmar un catálogo de denuncias y acusaciones de alto impacto agitando, por un lado, el fantasma de las amenazas que podían dañar la integridad territorial de la nación y, por el otro, el espectro de un nuevo descalabro económico provocado por los desaciertos de la administración roquista. [19]
Con el trascurso de los meses, las campañas del diario se fueron radicalizando. En un escenario político en el que las agrupaciones opositoras habían perdido protagonismo e influencia, la intervención de La Prensa resultó determinante para articular un discurso fuertemente crítico del gobierno de Roca. Hubo un momento, ya promediando el mandato de Roca, en el que las fórmulas que La Prensa repetía cada vez con más contundencia cuajaron en un esfuerzo de otra magnitud, en el marco del cual las denuncias periodísticas se transformaron en violentas manifestaciones callejeras. Ese episodio fue la movilización que se produjo a comienzos del mes de julio de 1901 en rechazo de un proyecto de reestructuración de la deuda externa que impulsaba el gobierno. He analizado en otros trabajos diversos aspectos de esta protesta que, por la forma inesperadamente tumultuosa que tomó y también por sus derivaciones, afectó la dinámica política de aquellos años tanto en términos de las disputas y realineamientos dentro del PAN como en un sentido más general, ampliando los márgenes, los interlocutores y los significados de la discusión política. [20] Propongo ahora retornar a esa coyuntura que devino crítica, porque creo que refleja con especial claridad e intensidad la articulación entre la modernización que La Prensa encarnaba en aquellos años y la capacidad que tenía de producir efectos importantes sobre el escenario político.
1901: el affaire de la unificación
El llamado plan de unificación fue diseñado en un contexto económico y financiero que seguía siendo complicado y en el que el gobierno enfrentaba, entre otros problemas, serias dificultades para pagar los servicios de la deuda externa. Roca y su ministro de Hacienda, Enrique Berduc, encararon –con el apoyo de Carlos Pellegrini— una operación financiera con el objetivo de disminuir esa carga. La propuesta de unificación de la deuda consistía en canjear los múltiples empréstitos vigentes por un nuevo y único título bajo condiciones supuestamente más favorables. Pellegrini, quien en ese momento ocupaba una banca en el Senado, fue el encargado de llevar adelante las negociaciones con los acreedores europeos. El acuerdo alcanzado comprendía una cláusula especial según la cual se garantizaba su cumplimiento con las rentas de la Aduana. [21] Para ser válido el convenio debía ser aprobado por el Congreso, pero el trámite parlamentario se vio alterado por la resistencia que originó el proyecto en la opinión pública porteña. Buena parte del periodismo expresó su desconfianza objetando los términos del arreglo. Fue La Prensa, sin embargo, quien ensambló las críticas en una campaña sistemática que se extendió a lo largo de varias semanas y que delimitó el contorno del debate más amplio sobre el “affaire de la unificación”. [22] Además del seguimiento informativo de las gestiones que se hacían dentro y fuera del país para acordar la reestructuración de la deuda, el diario se dedicó fundamentalmente a buscar los puntos más controvertidos del acuerdo suscrito con los acreedores. Seguramente, la discusión sobre el proyecto de unificación estuvo atravesada por disensos y conflictos que enfrentaban a distintos sectores de la elite dirigente.[23] Sin desconocer ese aspecto de la cuestión, me interesa orientar el análisis en otra dirección. Propongo explorar algunas de las estrategias a través de las cuales en particular La Prensa abordó periodísticamente las noticias sobre el plan de unificación, alimentó el interés del público en torno a un tema a primera vista complejo, árido y lejano, y, al mismo tiempo, desplegó un considerable esfuerzo destinado a convertir esas noticias en un suceso político de alto impacto. [24]
La Prensa sugirió, en principio, una serie de reparos acerca de los verdaderos propósitos con que había sido concebida y llevada a cabo la transacción financiera. Acusaba al gobierno argentino de haber ocultado inicialmente las conversaciones con el “sindicato de banqueros europeos” y luego “el texto de las cláusulas del contrato acordado”. Las falencias de una gestión económica desordenada o, peor aún, deshonesta forzaban a las autoridades a aceptar las condiciones del “negociado” impuesto por los acreedores, pero –advertía el diario— “la falta de franqueza en las operaciones de esta magnitud y trascendencia suscita sospechas que la opinión seria debe avalorar”. [25] Sospechas y también alarma, porque las denuncias que formulaba La Prensa apuntaban igualmente a instalar un clima de honda preocupación respecto de las consecuencias que habría de traer consigo la ratificación de la operación “vejatoria y ruinosa que se está tramitando”. Esas inquietudes reiteraban, con un tono más dramático, las que el diario ya había expresado meses atrás. En primer lugar, el temor a que “la situación económica empeore […] , y la subsistencia de las clases trabajadoras se haga cada vez más difícil”. [26] La atención que el diario le adjudicó a este tema en el contexto del debate sobre el proyecto de unificación anticipaba una notable iniciativa que iba a emprender poco tiempo después: la publicación en el trascurso de varias semanas de una sucesión de artículos que –bajo el título “Los obreros y el trabajo”— describían las dificultades que padecían los asalariados y sus familias, afectados por el aumento del costo de vida y la inestabilidad del empleo. El impulso expresaba, por un lado, la voluntad que poseía el diario de intervenir en el debate de un tema de urgente actualidad como era la emergencia de la cuestión social en el ámbito de una ciudad en pleno crecimiento y transformación. La Prensa sostenía, al respecto, que la investigación de los problemas sociales y su reglamentación eran los caminos más eficaces para resolverlos. [27] Pero además, la preparación de los artículos implicó un ejercicio novedoso –propio del periodismo moderno— consistente en explorar diversos aspectos de la vida cotidiana, la sociabilidad, las formas de empleo y de subsistencia que imperaban en el mundo del trabajo urbano. Hay indicios acerca del interés que la publicación de esa serie despertó en los propios trabajadores, algunos de los cuales –puede intuirse—se iniciaban o afianzaban como nuevos lectores en aquellas circunstancias. En septiembre, la Unión Obrera Española de Barracas al Norte organizó una demostración de reconocimiento que llegó hasta el edificio del diario en la Avenida de Mayo. En representación de los obreros que se agolpaban en el vestíbulo (el hall), el presidente de la sociedad afirmó en su discurso que:
[…] He tenido ocasión de presenciar en talleres y fábricas el gran entusiasmo con que el obrero ha leído los artículos que La Prensa dedicaba a la defensa del hombre de trabajo, […] los he visto agruparse, y aquellos a quienes la desgracia no les permitió salir de analfabetos, rogar a los otros la lectura de esos capítulos, en donde de cuerpo entero veían pintados por mano maestra sus grandes sufrimientos. [28]
Por lo tanto, volviendo al asunto de la unificación, el temor a que las maniobras financieras del gobierno pudieran agravar las condiciones económicas y, en particular, la realidad de los sectores más vulnerables, operó como un factor de peso en el marco de la campaña que La Prensa impulsó en rechazo del proyecto. Otra cuestión, sin embargo, se convirtió en el eje alrededor del cual desplegó sus críticas más corrosivas. Las acusaciones se centraron en la afrenta que, supuestamente, entrañaba el convenio suscrito con los bancos e inversores extranjeros. El foco estaba puesto en la cláusula de garantía que había servido para cerrar el acuerdo. Era un procedimiento que ya había sido utilizado en otras negociaciones, [29] pero en esta ocasión devino el principal blanco de la embestida que La Prensa dirigió contra el arreglo financiero. El “enfeudamiento de las rentas aduaneras”, sostenía el diario, evidenciaba la desconfianza que generaba en el exterior el manejo que las autoridades locales hacían de las cuentas públicas. Se pretendía atenuar los recelos ofreciendo una garantía especial, pero ese gesto no sólo significaba colocar “una lápida […] sobre los despojos del crédito argentino”, sino que dañaba severamente el honor nacional: “El buen nombre y el crédito de la República están para recibir el golpe más recio y trascendental que hayan sufrido al través de la época sombría que cruza. […] La Prensa consigna su protesta patriótica y enérgica contra el gravamen y la humillación que el negocio entraña, […]. ¡Egipto, tenéis vuestro pendant en Occidente!” [30]
En definitiva, entonces, el plan de reestructuración y unificación de la deuda era presentado como un negociado que no iba a traer más que perjuicios para las finanzas argentinas y, concretamente, para la gente común y que, por si eso fuera poco, ponía asimismo en riesgo la reputación internacional del país, su integridad como nación y su autonomía. Los términos del acuerdo, insistía La Prensa, eran especialmente perjudiciales porque desviaban recursos imprescindibles para sostener la carrera armamentística con Chile y asegurar la defensa de los intereses nacionales. El culpable de esa situación era, en primer lugar, el presidente, quien una vez más demostraba su incapacidad para “apreciar la trascendencia y la responsabilidad de sus actos, en relación con la fortuna y los destinos presentes y futuros de la República”. [31] Pero si la “dominación personal” de Roca estaba demostrando ser “funesta”, igualmente lo era, desde la perspectiva del diario, la posición del periodismo oficialista, consagrado a realizar “la insidiosa y palaciega defensa de los actos gubernativos”. [32] En el contrapunto que La Prensa establecía con esas otras voces (Tribuna, diario roquista, y El País, pellegrinista) reforzaba también su propio lugar, buscando legitimar una línea argumental que conducía a extremar las posiciones, tal como se verá enseguida.
La prensa independiente, que recoge las palpitaciones de la opinión pública y las refleja en sus columnas, […] es tildada de opositora á outrance a la política nacional, y por tal razón se la considera enemiga sistemática del Gobierno y de los hombres que lo constituyen. ¿Y no ven éstos, […], la actitud de la mayoría del pueblo que aplaude y recibe con marcada satisfacción la propaganda seria e higienizadora de la prensa de su predilección […] ? [33]
La independencia era el principal atributo que La Prensa podía esgrimir como parte de ese empeño por legitimar su intervención: independencia en tanto ausencia de vínculos con una determinada agrupación política y también como el signo más claro de una modernización que le permitía autofinanciarse, sin tener que recurrir a contribuciones gubernamentales ni aportes partidarios. El movimiento en repudio de la unificación involucró a buena parte del periodismo porteño, que se embanderó detrás de las críticas contra el proyecto. Fue el caso, por ejemplo, de La Nación, que era el segundo diario más importante de Buenos Aires y que atravesaba también grandes transformaciones. Su condición de órgano político del mitrismo introducía, sin embargo, tensiones que condicionaban en alguna medida el seguimiento y la cobertura que hacía de los temas más candentes de la actualidad política y económica. [34] En ese contexto, por lo tanto, la campaña de La Prensa se distinguió por el carácter sistemático que adquirió, por la manera en que fue construyendo una trama de fuertes denuncias e imputaciones, y porque escaló hasta desembocar en llamamientos más o menos explícitos a la acción:
Las vibraciones del sentimiento nacional, que todos sentimos complacidos, […] advierten a la arrogancia oficial que no se puede hacer impunemente lo que se quiere, contrariando las aspiraciones legítimas de un pueblo, con violencia sistemática de sus derechos. Lo arbitrario tiene un término […] Llega la hora de la ruptura de la cuerda temerariamente estirada hasta su tensión máxima. [35]
Crónicas periodísticas y violencia en las calles
El 18 de junio el Senado dio media sanción al proyecto que había enviado el Poder Ejecutivo para convalidar el esquema de unificación de la deuda. Pellegrini se hizo cargo de defenderlo ante sus colegas y la votación fue rápida, prácticamente sin discusión. La Prensa acusó a los senadores de actuar al servicio del presidente y en contra del interés nacional. [36] La campaña del diario ingresó a partir de ese momento en una nueva etapa en la que combinó, por un lado, la crónica detallada de las demostraciones callejeras que finalmente se produjeron y, por el otro, un continuo esfuerzo por alimentar aquel movimiento de oposición, ofreciendo un espacio de referencia al que podían acudir los manifestantes en búsqueda de apoyo simbólico y concreto.
La movilización contra el plan de unificación de la deuda externa fue promovida inicialmente por un grupo de estudiantes universitarios que resolvió elaborar y firmar un documento reclamando a los diputados que rechazaran el proyecto. La Prensa siguió paso a paso los trabajos de organización y saludó enfáticamente aquella iniciativa:
La juventud estudiosa argentina no podía permanecer indiferente ante el grave peligro que amenaza el decoro de la Nación; […] Instintivamente, sin convocatoria previa, la mayor parte de los estudiantes de la Facultad de Derecho se reunieron ayer en el local de la misma, para acordar la forma en que la juventud haría saber al país su protesta contra el negocio que se tramita. [37]
Conviene tomar con cautela la afirmación acerca del carácter espontáneo del movimiento. La universidad y, en particular, esa facultad eran ámbitos de socialización y de politización. [38] Y, como se verá enseguida, un destacado profesor criticaba públicamente y desde las aulas, la operación financiera de Roca y Pellegrini. Pero lo que interesa subrayar en este punto es la sintonía que se estableció entre la movilización estudiantil y la campaña que venía desplegando La Prensa. La petición que los alumnos firmaron recurría a los mismos argumentos que el diario había desarrollado en sus notas y editoriales: “[…] procedemos –decía el documento— en resguardo del decoro y de la honra nacional; queremos evitar a la República un antecedente que empañe el nombre argentino y nos coloque en la condición de esas nacionalidades semisoberanas que van en camino de enajenar su independencia”. Criticaba también a los “gobiernos corrompidos”, que vivían de “presupuestos oligárquicos” y que contrariaban con sus temerarias decisiones el criterio de la “opinión independiente”. [39] El propósito era realizar un mitin para acompañar la entrega de la solicitud a los diputados, antes de la sesión prevista para el día 5 de julio
El apoyo de La Prensa no se resintió cuando se produjeron los primeros incidentes. El martes 2 de julio José Terry, profesor titular de la cátedra de Finanzas de la facultad de Derecho, pronunció en el salón de grados de la facultad una conferencia titulada “Vendiendo la honra de la República”. Terry era el autor de un reconocido libro sobre la crisis económica de los noventa y había ocupado, además, el ministerio de Hacienda algunos años antes. Alumnos, otros profesores, graduados recientes y abogados de renombre se congregaron para escuchar su disertación. Las clases habían sido suspendidas. La Prensa hizo un relato impactante de la exposición de Terry:
El Dr. Terry entró en el salón de actos acompañado por un selecto número de académicos y hombres distinguidos, […] El orador tomó asiento, como en un día de sesión, desde la cátedra. Estaba visiblemente conmovido; y en realidad, en el silencio que siguió a los aplausos con que fue saludado el conferenciante, había algo imponente. Se sentía el peligro de una patria y se esperaba el proceso de una infamia. [40]
Terry no defraudó las expectativas de la audiencia. No sólo argumentó contra de los términos y las condiciones del acuerdo; también esgrimió el fantasma de una intervención extranjera, puesto que “la regla dominante en el día es que se interviene a mano armada cuando el gobierno deudor es débil”. [41] El discurso venía a confirmar los temores que La Prensa ya había formulado en reiteradas oportunidades, por eso “un estremecimiento de indignación se nota en la concurrencia; y cuando el orador termina invocando los más caros afectos de la patria, […] un vítor colosal estalla en la sala y se propaga hasta los patios atestados de gente”. [42] A partir de ese momento, el movimiento contra la unificación se trasladó a las calles:
Admirables efectos de la palabra del maestro Terry! Sus chicos, entusiasmados, calientes, nos han apedreado la imprenta, nos han roto algún vidrio y se han pasado cómodamente cinco minutos frente a la Tribuna, gritando muertas a Roca, a Pellegrini y a este diario. [43]
En su crónica de los sucesos de aquel día La Prensa incluyó sólo una tibia condena respecto de los atropellos cometidos contra los periódicos oficialistas. La secuencia de hechos montada por esa misma crónica muestra además algunas cuestiones interesantes. Al concluir la conferencia de Terry, un grupo de estudiantes lo escoltó en manifestación hasta su domicilio. Los universitarios marcharon luego hacia la Plaza de Mayo, donde improvisados oradores pronunciaron “fogosos discursos” contra la unificación y condenando el “extravío de nuestros gobernantes”. Un destacamento policial disolvió la reunión, pero los manifestantes corrieron por la Avenida de Mayo y buscaron refugio en el hall del edificio de La Prensa, “cuyas puertas les fueron abiertas, vista la situación crítica en que la policía había colocado a ese selecto grupo de jóvenes”. Una vez reagrupados y dando vivas al diario, los estudiantes –“exaltadísimos”— utilizaron la salida de la calle Rivadavia para dirigirse desde allí hacia las redacciones de Tribuna y El País, armados con piedras y palos. “Por fin, cumplido su propósito de dar una prueba más de la vitalidad que los anima, los jóvenes estudiantes se dispersaron.” [44] El diario no dudaba, por lo tanto, en defender a los estudiantes, aun cuando la movilización que ellos encabezaban ya había dado muestras claras de poder desbordarse. Pero no sólo eso, porque el respaldo que ofrecía La Prensa tenía también la forma de protección concreta, material: un espacio donde pudieron resguardarse de la persecución policial y rearmar la manifestación que luego cometió los atropellos.
La dinámica de la protesta se aceleró al día siguiente. Unos mil estudiantes se concentraron en la Facultad de Derecho para marchar hasta el Congreso y hacer entrega de la solicitud en rechazo del proyecto de unificación. En su editorial de esa mañana, el diario había hecho una elocuente convocatoria, instando a que la manifestación de los universitarios fuera “grande y solemne”. [45] El mitin transcurrió en orden, pero “después los manifestantes, a quienes se había unido buena cantidad de pueblo organizaron varias demostraciones hostiles contra la redacción y sucursales de El País, el local de Tribuna y las casas del general Roca y del doctor Pellegrini. […] Hubo choques entre la policía y los manifestantes, y llegó hasta cincuenta el número de heridos”. [46] La Prensa confeccionó un relato de lo ocurrido que era, a la vez, una noticia de alto impacto y una intervención política. La crónica ocupaba varias columnas en una página central e iba precedida por titulares que describían la situación de manera dramática: “Gran manifestación popular. Se aconseja calma. El pueblo no escucha. Choques con la policía. Asalto a la casa del presidente. Rechazado a tiros. Varios heridos. En la casa del Dr. Pellegrini. Nuevo choque sangriento”. La narración marcaba claramente los dos momentos de la movilización. En la primera etapa habían predominado el entusiasmo y el orden. La manifestación universitaria avanzaba entre aclamaciones y aplausos de los curiosos que observaban desde los balcones de los edificios en la Avenida de Mayo. “Al llegar frente a nuestro edificio, resonaron ovaciones unánimes a La Prensa.” Finalizado el mitin (que reunió cerca de tres mil asistentes), sin embargo, grupos de estudiantes y de “pueblo” habían organizado una nueva demostración. El relato daba cuenta de los ataques encadenados que efectuaron esos grupos y de las dificultades que tenía la policía para dispersarlos. [47]
Si bien La Prensa fue en esta oportunidad un poco más contundente al objetar los “excesos que a nada conducen”, la crónica que realizaba de los acontecimientos estaba impregnada de un tono complaciente que no hacía sino desmentir tales reparos. Esa inflexión se advierte especialmente en los tramos en los que la crónica subrayaba el protagonismo del propio diario. A lo largo de aquella larga jornada y en varias ocasiones, los manifestantes “se dirigieron a nuestro diario, en número tal que el extenso hall del edificio era pequeño” para contenerlos. Una escena resalta particularmente en ese contexto. La policía había logrado frenar los disturbios más graves, pero pasaban las horas y la gente seguía en la calle. “Poco antes de las 10 de la noche, una columna de pueblo, compuesta de miles de ciudadanos, llegó al edificio de La Prensa”. Los manifestantes gritaban contra la unificación y pedían “que renuncie el Presidente”.
El personal de La Prensa, que en esos momentos salía de la fiesta que se dio en honor de su director, recibió al pueblo con aplausos, en presencia de las señoras y señoritas invitadas al concierto que tenía lugar en el salón de recepciones.
El hall estaba literalmente lleno de ciudadanos, y como éstos insistían en escuchar la palabra de La Prensa, el Dr. Dávila la dirigió, para pedir moderación y calma en todas las manifestaciones, al mismo tiempo que les hacía llegar sus felicitaciones por la prueba de virilidad cívica que daban. [48]
Adolfo E. Dávila integraba la redacción del diario. Exhortó a la concurrencia a permanecer serena pero firme en sus propósitos. “Estas palabras fueron acogidas con el mayor entusiasmo por parte de los manifestantes, […] Acto continuo, y en el mayor orden se retiraron.” La escena es interesante porque muestra la múltiple funcionalidad del espacio del hall. Por un lado, el hall era una expresión del valor arquitectónico del edificio de La Prensa. Por el otro, constituía una prolongación del espacio urbano en el interior de la construcción y, en consecuencia, un ámbito de encuentro social de carácter intermedio entre público y privado. [49] En la escena referida los asistentes a un concierto privado (entre ellos, varias “señoras y señoritas”) se cruzaban en el hall con los manifestantes que, llegados desde la calle, lo ocupaban con su protesta. Pero además, y por eso mismo, aquel era un espacio político en el que las expresiones e ideas que el diario formulaba en sus páginas se volvían tangibles, bajo la forma de discursos, consignas, aclamaciones, etcétera. El carácter político del hall se observa igualmente en los relatos más hostiles, como el que elaboró El País asegurando que los ataques contra su imprenta habían sido cometidos por “gentes de La Prensa”. Según el diario pellegrinista, los “forajidos” habían roto puertas y vidrios, habían arrancado chapas y letreros, y hasta habían robado dinero de las cajas registradoras. “Los restos de esos destrozos –se lamentaba— fueron exhibidos como trofeos en el hall de La Prensa”. [50]
Concluida la segunda jornada de la protesta, cuando ya la violencia había escalado velozmente y circulaban rumores de que el gobierno se preparaba para dictar el estado de sitio en la capital, La Prensa no dudó en redoblar la apuesta. Exhortó a intensificar la presión porque “ante esta clase de demostraciones, […] los gobiernos más obcecados tienen que retroceder”. La protesta era legítima por las razones que la impulsaban (“las alarmas patrióticas”), pero lo era también –esencialmente— porque contenía el germen de un movimiento más amplio de reacción contra el orden político vigente:
No habrá quien dude de que el espíritu público está profundamente movido y uniformada la opinión. En las masas populares se sientes anhelos vigorosos por restablecer el imperio de las instituciones, y por reabrir anchos cauces a la vida nacional, estancada hoy bajo el influjo enervador de un régimen de imposición sistemática. El negocio de la unificación ha llenado la medida, y aunado en una aspiración común todas las voluntades. [51]
El jueves 4 de julio la movilización alcanzó su punto culminante. Los enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas de seguridad dejaron varios heridos y hasta algunos muertos. Finalmente, el gobierno resolvió declarar el estado de sitio argumentando que los “hechos tumultuosos y sangrientos” ocurridos la capital presagiaban “explosiones más peligrosas aún” que podían estallar de un momento a otro. [52] El Congreso aprobó la medida y de inmediato las autoridades dispusieron un fuerte operativo policial para desactivar la protesta que había ganado las calles. Cuatro días después, imprevistamente, el presidente Roca anunció que dejaba sin efecto el proyecto de reestructuración y unificación de la deuda externa. La decisión fue presentada desde el entorno presidencial como una concesión efectuada con el objetivo de asegurar la tranquilidad pública, pero, en contrapartida, provocó un fuerte temblor dentro del oficialismo. Pellegrini sostuvo que Roca actuaba de modo inconsecuente y cobarde al retirar el proyecto “como quien se arrepiente de una mala acción”. [53]
Mientras estuvo vigente el estado de sitio, La Prensa se vio imposibilitada de publicar información o comentarios relacionados con la protesta. Recién varias semanas después incluyó una nota titulada “Apuntes para la historia. El pueblo y la unificación. 4 de julio de 1901”. El artículo relataba los sucesos de aquel día y celebraba que la presión popular hubiera forzado el abandono del proyecto:
Esa jornada, bajo todos conceptos gloriosa, […] tiene la virtud e incomparable influencia, de convencer al pueblo de su poder. Una vez más en su historia tuvo ocasión de persuadirse de que le basta incorporarse virilmente para que su voluntad prevalezca, aun sobre los más ensimismados despotismos. Lo admiramos, lo felicitamos, nos enorgullecemos de pertenecer a sus filas y servirle de órgano genuino. [54]
El discurso del diario recuperaba, por lo tanto, el itinerario argumental trazado previamente y lo completaba con la evocación de una victoria que, supuestamente, la movilización había conquistado en las calles. El gobierno “impopular y perdido” había tenido que ceder ante la “demanda eficiente de la opinión”. Se había producido una “revolución sin armas”. [55]
Es interesante advertir que en el ejercicio periodístico que efectuó aquel día (una vez restablecida la libertad de imprenta y, con ella, la capacidad que tenía de operar políticamente) La Prensa integró, una vez más, la vehemencia de la nota editorial con la narración pormenorizada de los acontecimientos. En esta oportunidad, sin embargo, se produjo un efecto particular, porque los episodios en cuestión habían ocurrido varias semanas atrás. El esfuerzo del relato estuvo encaminado, por eso mismo, a restablecer la sensación de inmediatez de aquello que se estaba contando:
La suspensión de las garantías constitucionales, […] impidió que La Prensa pudiera ofrecer al país, –en su número de fecha 5—, la extensa crónica que sobre los sucesos del día había preparado […]. A fin de ilustrar debidamente a nuestros lectores sobre el particular, y en el interés de que quede constancia […] de la protesta popular que arrancó el proyecto de unificación de las deudas, tan depresivo para el honor nacional, publicamos hoy un extracto de la crónica que quedó sin ver la luz pública en la mañana del 5 de julio. [56]
En la cita se observa la confluencia de los dos propósitos, el informativo y el político. En cuanto al primero de esos objetivos, lo que se buscaba era –aparentemente— satisfacer la curiosidad de “la mayoría de los habitantes del país [que] ignoran hasta ahora cuál era, a ciencia cierta, el estado de la opinión pública en esta capital”. La estrategia implementada consistió, entonces, en realizar la descripción los hechos restituyéndoles el carácter de noticia de último momento y también, en la misma operación, de información precisa y veraz a la que por fin, luego de días de restricciones y forzado silencio, podían acceder los lectores. La crónica mostraba, en principio, el clima de tensión que se vivía en la ciudad inmersa en una repentina y creciente agitación. Por la mañana (del jueves 4), “las calles de nuestra metrópoli presentaban un aspecto inusitado, por la gran concurrencia que las ocupaba. En las veredas, en la calle, casas de negocio y en todo punto que permitiera el estacionamiento de personas se discutía con calor”. Nuevamente, el edifico de La Prensa funcionó como punto de encuentro: “en nuestro hall, como a las 10 de la mañana, penetraron no menos de 500 ciudadanos, que al poco rato se retiraron para recorrer las calles” gritando “abajo la unificación”. La tensión aumentaba con el paso de las horas y al llegar la tarde una multitud (alrededor de dos mil personas) se concentró en la Plaza de Mayo. Los manifestantes, muchos de ellos estudiantes universitarios, chocaban con la policía que intentaba desalojarlos “subiendo con sus caballos sobre veredas y parques”. Los enfrentamientos se intensificaron y “en esas circunstancias fue muerto un agente”. Quienes permanecían en la Plaza “en actitud hostil” fueron obligados a dispersarse por la Avenida de Mayo y algunos ingresaron en el edificio de La Prensa. Un grupo “compuesto de 800 a 1000 personas, después de atravesar a duras penas por nuestro hall, se lanza por las calles Rivadavia y Florida, por la que avanza sufriendo a cada instante cargas al galope de guardias de seguridad que trataban de contenerlo”. Finalmente, cuando ya anochecía, “se hizo imposible el tránsito por la Plaza de Mayo y las calles que la rodean, debido al enorme despliegue de fuerzas que se había hecho”. En el Congreso se debatía la declaración del estado de sitio y “nadie, […] pudo acercarse a la casa de gobierno”. [57]
Esta vez la crónica finalizaba, por lo tanto, sin una reprobación, ni siquiera atenuada, de los disturbios más violentos que se habían registrado durante las manifestaciones de aquel día. No había margen para ese tipo de formalidades en el marco de un relato que aunque procuraba reconstruir para los lectores la dinámica contingente de los acontecimientos era, primordialmente, una celebración del desenlace de la protesta. En el discurso que desplegó entonces La Prensa la campaña en rechazo a la unificación de la deuda simbolizaba una batalla ganada en la guerra que la opinión pública emprendía contra “un régimen, un método de gobierno, que ha deshecho institucional, política y hasta socialmente a la República”. Por eso, el triunfo que se festejaba era también, y en gran medida, un logro del diario cuyos esfuerzos estaban dirigidos a reafirmarse constantemente como una voz legítima en la escena pública y, al mismo tiempo, como un actor fundamental en las contiendas políticas. La independencia que La Prensa esgrimía como su marca de identidad no implicaba en ese sentido prescindencia política. Por el contrario, era una posición desde la cual podía llevar a cabo sus batallas contra la “ficción del poder” que representaba el régimen y que tenía una “encarnación personal” en la figura de Roca, su “jefe”; era, en definitiva, el lugar desde el cual “la propaganda se transforma en acción popular eficiente”. [58] Un lugar de enunciación, pero también físico: el espacio del hall, disponible para ser utilizado políticamente por el público y los manifestantes. [59]
Conclusión:
En la noche del jueves 4 de julio la discusión en el Congreso fue intensa. Los legisladores oficialistas defendían el proyecto enviado por el Poder Ejecutivo para imponer el estado de sitio en Buenos Aires y, de esa manera, contener los “extravíos y excesos” que a lo largo de tres días habían sumido a la capital del país una situación de presunta “conmoción interna”. Joaquín V. González habló en nombre de la mayoría de la Comisión de Negocios Constitucionales de la Cámara de Diputados. Se pronunció a favor de la aplicación del estado de sitio en tanto medida represiva pero también preventiva, necesaria para el restablecimiento y la conservación del orden público. Las autoridades precisaban instrumentos que les permitieran “atacar el mal donde se encuentre, […] atacarlo de raíz”. Los males que González buscaba combatir se originaban en las profundas transformaciones que experimentaba Buenos Aires. El catálogo incluía, por supuesto, a los “elementos perturbadores que traen a nosotros, a nuestro suelo, todas las resacas sociales de otros pueblos en donde son perseguidos con más energía que aquí”. Pero comprendía también la disposición “tan grande como peligrosa” que poseía el periodismo para “encaminar los sentimientos populares”. Los sucesos de aquellos días demostraban que “si la prensa se desborda ya no es un misterio que es el primero y más formidable de los elementos de disolución social”. [60]
Los señalamientos de González daban cuenta de la influencia política que tenían diarios en la ciudad del novecientos. Otros comentarios hechos en el mismo contexto sugieren que esa intervención se combinaba de manera provechosa con las estrategias que desplegaban para afianzarse como periódicos modernos. En ese sentido, por ejemplo, el senador Miguel Cané insinuó que el asunto de la unificación de la deuda había sido agrandado de modo deliberado por “las empresas periodísticas que buscan mayor expansión para su negocio”. [61] El argumento de este artículo ha sido, precisamente, que en el marco de la protesta provocada por el plan financiero del gobierno de Julio Roca La Prensa exhibió con especial contundencia su capacidad de configurar noticias de alto impacto y, al mismo tiempo, moldear hechos políticos. La modernización que el diario transitaba y que lo situaba en la vanguardia del campo periodístico local generaba efectos políticos. No sólo porque la independencia o “impersonalidad” que podía esgrimir frente a varios de sus colegas (y, en particular, frente a La Nación, su competidor directo) legitimaba su discurso y ensanchaba el alcance de sus campañas. También porque contaba con un amplio abanico de dispositivos por medio de los cuales establecía un vínculo cercano y concreto con sus lectores y con el público en general. En ese sentido, parece posible conjeturar que al menos una parte de los manifestantes que en el contexto de la protesta contra la unificación ocuparon el hall de La Prensa en reiteradas ocasiones probablemente hacían un uso cotidiano de esas mismas instalaciones para publicar avisos, buscar información de último momento, retirar correspondencia, solicitar atención médica o asesoramiento jurídico, tomar clases de música, emplear los servicios de la biblioteca. El edificio del diario constituía una referencia fundamental en el mapa de Buenos Aires y las campañas que efectuaba formaban parte de la dinámica política de la ciudad, eran un vehículo a través del cual mucha gente construía los sentidos y las modalidades de su participación. En la vuelta del siglo, por lo tanto, La Prensa se construía como un diario que era simultáneamente moderno y político. [62]
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Notas