¿EXISTE LA NOVELA HISTÓRICA PANAMEÑA? UNA REVISIÓN TEÓRICA1 2

Eric Santos
Universidad de Panamá, Panamá

Cátedra: Revista Especializada en Estudios Culturales y Humanísticos

Universidad de Panamá, Panamá

ISSN: 2415-2358

ISSN-e: 2523-0115

Periodicidad: Anual

núm. 19, 2022

abdielarleyrodriguez@hotmail.com

Recepción: 02 Diciembre 2021

Aprobación: 19 Abril 2022



Resumen: La novela histórica, de Georg Lukács (1955) puede ser considerada como el primer acercamiento teórico a un género que salva la oposición entre ficción y no ficción. A partir de allí se va conformando un corpus teórico destinado a definir la Novela Histórica, género que gozará de predilección en Latinoamérica especialmente durante el siglo XX. La narrativa panameña no ha escapado a este influjo, produciendo obras ambientadas en momentos decisivos de la historia del país. Este trabajo intenta hacer una evaluación de algunas de las más importantes novelas históricas panameñas a la luz de la evolución del género en Hispanoamérica, así como de las propuestas teóricas existentes sobre el género, con el objeto de establecer la existencia o no de esta filiación teórica.

Palabras clave: Novela histórica, Teoría literaria, Literatura latinoamericana, Literatura panameña.

Abstract: The historical novel, by Georg Lukács (1955) can be considered as the first theoretical approach to a genre that saves the opposition between fiction and non- fiction. From there, a theoretical corpus was formed to define the Historical Novel, a genre that enjoyed a predilection in Latin America especially during the 20th century. The Panamanian narrative has not escaped this influence, producing works set at decisive moments in the country's history. This paper attempts to make an evaluation of some of the most important Panamanian historical novels in light of the evolution of the genre in Hispanic America, as well as of the existing theoretical proposals on the genre, in order to establish the existence or not of this theoretical affiliation.

Keywords: Historic Novel, Literary Theory, Latin American Literature, Panamanian Literature.

Introducción: entre la historia y la ficción

En su Poética (1451 a), Aristóteles afirma que la poesía es más “universal” que la historia, pues mientras que ésta se refiere a las cosas tal y como ocurrieron, aquélla se refiere a las cosas “como podrían pasar”. Sin duda el filósofo se refiere al tratamiento que una y otra dan a su propia materia, más que a la relación de ambas con lo que podríamos entender por realidad. Así, los hechos que narra la poesía podrían ocurrirnos a cualquiera de nosotros, en cualquier lugar, en cualquier momento.

Exceden, pues, los límites de un tiempo y un espacio concretos, aunque pareciera que se refieren a un hecho específico. Por eso la poesía es “más filosófica y elevada”. El mejor ejemplo es sin duda la obra del historiador Heródoto (Poet. 1451 b). Heródoto, dice Aristóteles, aunque hubiera escrito en verso, seguiría siendo historiador, pues narra hechos ocurridos. Por el contrario, aunque la Ilíada pareciera ocuparse específicamente de los días finales de la Guerra de Troya, los hechos que cuenta son de alcances universales, pudieran haber ocurrido en cualquier tiempo y espacio. La cólera de Aquiles, la soberbia de Agamenón, el dolor de Príamo por la pérdida de su hijo Héctor tienen validez para todas las culturas y para todas las épocas. Es sin duda la esencia del carácter universal que caracteriza a lo clásico. Como apunta Moreau (1993, p. 245), lo que caracteriza esencialmente a la poesía “no es, pues, ni la forma (el ritmo del verso), ni la materia (la vida humana), sino la manera en que se representa la vida humana”.

Este fragmento de la Poética Aristóteles sienta también las bases de una distinción que será fundamental en el posterior desarrollo de la literatura. Al distinguir entre la narración de unos hechos tal y como en realidad ocurrieron, y la de otros que no necesariamente debieron ocurrir de ese modo, el filósofo está señalando la diferencia entre literatura de ficción y de no-ficción. En esta última categoría necesariamente debemos incluir a la historia, o quizás sea más adecuado decir, al relato histórico. No cabe duda de que esta distinción se basa en las relaciones que se establecen entre el relato y la realidad, o lo que concebimos como tal. Aunque seguramente esta distinción escapa a las intenciones del tratado aristotélico, el carácter preceptivo que se dio a la Poética, y con el que ha sido leído por tanto tiempo, ha contribuido a darle un basamento aristotélico.

En el año 1955 se publicaba en Berlín, de las prensas de Aufrau-Verlag, el tratado de Georg Lukács, La novela histórica3. A pesar de haber sido precedido por el

estudio de Louis Maigron, Le Roman historique à l’époque romantique4, el libro de Lukács pasa por ser el primer abordaje teórico a un género que parece salvar la clásica oposición aristotélica entre ficción y no-ficción. Para Lukács (1966, p. 15), la novela histórica nace a comienzos del siglo XIX, específicamente en 1814, con la publicación de Waverley, de Walter Scott. No es que anteriormente no se hubieran publicado relatos de ficción basados en hechos históricos.

Ya hemos visto cómo Aristóteles utiliza ejemplos tomados de la Ilíada, que cuenta los últimos días de la Guerra de Troya, hecho histórico que efectivamente ocurrió, lo sabemos, hacia el año 1.200 a.C. Ciento cincuenta años antes que Aristóteles escribiera su Poética, en la primavera del año 472 a.C., Esquilo estrenaba la tragedia Los Persas, que trata de la llegada de los emisarios persas a la ciudad de Susa 5 para informar de la amarga derrota ante los griegos, en Salamina. La tragedia, aunque escrita relativamente poco tiempo después de los sucesos que cuenta, está basada en hechos reales. De hecho, es la única que se conserva de este tipo.

Metodología: de la teoría a la práctica literaria

En esta aproximación a la Novela Histórica en tanto que manifestación literaria en Panamá, se confrontarán, pues, las posiciones teóricas que han surgido acerca de este género literario con la tradición de la novela histórica en nuestro país. El contraste conseguirá, no tanto confirmar la existencia de un vigoroso género fundamental para nuestras letras, sino observar hasta qué punto la novela histórica panameña sigue las principales tendencias de la reflexión teórica al respecto.

Para una revisión teórica

Claro que el juicio de Lukács acerca de Waverley y Scott no es unánime ni terminante. Para A.-K. Varga (1966, p. 57), por ejemplo, la novela histórica, “à la limite de l’histoire et de la nouvelle”, se remonta al siglo XVIII francés, con la aparición de novelas como la Histoire de Marguerite d’Anjou, Reine d’ Angleterre, del Ábate Prevost, publicada en Ámsterdam en 1741. Varga recuerda de paso que,

ya en el siglo XVII, un teórico como Boileau declaraba que “la verdad a veces no tiene que ser verosímil”.

El asunto también es abordado por Z. Christian en su estudio La Nouvelle Historique en France à l’Age Classique (1657-1703) (2007). El mismo Lukács reconoce la existencia de novelas históricas que se remontan incluso hasta el siglo XVII; pero éstas son históricas “solo por su temática puramente externa, por su apariencia” (1966, p. 15). De hecho, es cierto que Scott se inspiró en una autora alemana poco conocida, Benedikte Naubert, quien solía escribir narraciones históricas protagonizadas por personajes secundarios, no por héroes6.

Entonces ¿cuáles son las características que hacen que Lukács se detenga en Scott y en Waverley? Desde luego que a nuestro teórico no escapa la existencia de novelas, anteriores a Scott y al siglo XIX, basadas en hechos reales o ambientadas en momentos históricos específicos, lo que condiciona su carácter de ficción. Así las llamadas novelas históricas del siglo XVII, entre cuyos autores menciona a Scudéry 7 y La Calprenède 8, y especialmente a Walpole en el siglo XVIII, autor del célebre Castillo de Otranto 9, la más famosa novela histórica del siglo XVIII 10. Pero también Lukács piensa en la existencia de la llamada novela social realista, con su interés por plasmar la psicología y las costumbres de la época. Para Lukács, a estas novelas falta sin embargo “precisamente lo específico histórico: el derivar de la singularidad histórica de su época la excepcionalidad en la actuación de cada personaje” (1966, pp. 15-16), esto es, hacer de cada personaje un sujeto producto

de la conciencia histórica del escritor. O como dirá un poco más adelante: “el dominio poético de la historia” (1966, p. 18).

Para Lukács, todas estas fallas determinan una inconsistencia sobre el alcance del sentido histórico de la novela. Y lo que, por el contrario, genera este sentido histórico será una concepción de la historia “como experiencia de masas” (1966, pp. 18-34). Había que esperar, necesariamente, a la Revolución Francesa y el auge y caída de Napoleón para que esto fuera posible. De esta manera, se crearon “las condiciones concretas para que los individuos perciban su propia existencia como algo condicionado históricamente”. Lukács sugiere la posibilidad de que este sentido histórico haya sido condicionado por el surgimiento de los sentimientos nacionales en toda Europa, como consecuencia de las guerras napoleónicas. En este sentido, la novela histórica de Scott es una continuación “en línea recta” de la gran novela social realista del siglo XVIII, pero también es heredera del drama histórico creado por Shakespeare y Goethe.

Pero Scott no es un romántico. Waverley11, publicada en 1814, no es una mera evocación nostálgica de tiempos pasados, sino que trata de un hecho concreto, la rebelión jacobita ocurrida en Escocia en 1745 12. Eduard Waverley es un caballero inglés de ascendencia escocesa. Como oficial de la armada británica es destinado a Escocia justo antes de que estalle la rebelión. Allí se dedica a visitar a sus antiguos parientes, quienes lo acogen de manera hospitalaria. Al estallar las hostilidades, Eduardo tiene el corazón dividido: debe luchar del bando de los ingleses, pero ama a su familia y a sus raíces escocesas. Su novia es inglesa, Rose Bradwardine, rubia y abnegada, la típica heroína pasiva; pero en Escocia se enamora perdidamente de la bellísima Flora Mac Ivor, morena y apasionada, una ardiente y patriota highlander. De espíritu pusilánime, Eduardo cambia de bando dos veces, sabido de que una victoria inglesa significaría el fin de las costumbres y de la cultura escocesa. Al final vencerán los ingleses, pero Eduardo es perdonado y se casa con Rose.

Los héroes de Scott son personajes mediocres, correctos pero no propiamente heroicos. Como nota Mata Induráin (1995, pp. 52-53), “Scott explica sus figuras a partir de la época a la que pertenecen, y no al revés”. La verdadera grandeza de sus caracteres está en la encarnación humana de tipos histórico-sociales. Así lo dice Lukács: “los rasgos típicamente humanos en que se manifiestan abiertamente las grandes corrientes históricas jamás habían sido creadas con tanta magnificencia, nitidez y precisión antes de Scott” (1996, p. 34). En este sentido, sus protagonistas son caracteres “típicamente nacionales, no en el sentido de cimas comprensivas, sino en el del cabal promedio” (1966, p. 36). Se distancian abiertamente a la imagen épica del héroe que voluntariamente escoge o es arrastrado a un destino trágico. Estos “héroes medios”, como les dice Lukács, constreñidos por las circunstancias, envueltos en el transcurrir de una historia que no son capaces y ni siquiera aspiran cambiar, representan asimismo un aspecto de la vida popular, de la evolución histórica (1966, p. 34).

No cabe duda de que La novela histórica de Georg Lukács representa un punto de inicio para la apreciación teórica de este género, y aunque algunos de sus postulados hoy lucen superados, especialmente en razón de la evolución misma del género, continúa siendo una referencia a la hora de establecer sus caracteres principales. Es verdad que esta condición anfibia, esta “naturaleza híbrida” (Spang, 1995, p. 84), “género híbrido, mezcla de invención y de realidad” (Mata, 1995, p. 17) que intenta conciliar dos formas no solo opuestas sino antagónicas de narrar el pasado (Aínsa, 1994, p. 25), tal y como las concibió Aristóteles, representa para los teóricos retos formidables, más tratándose de un género tan seductor, de tanta actualidad y versatilidad, en plena evolución.

Como lo dice Perdomo Vanegas (2014, p. 17), “esta tensión entre la narrativización de la historia, su posible carácter ficticio, y la veracidad de la literatura se ha mantenido durante años”. Y es que también queda mucho por decir en el campo de las relaciones entre historiografía y narrativa, sobre todo en lo referente a los elementos de la historia y los elementos de la trama dentro del discurso histórico (White, 1992, p. 34).

Para Mata Induráin (1995, p. 20), ante todo, lo que debe caracterizar a una novela histórica es que sea, fundamentalmente, una novela. Pareciera una obviedad, pero en ello va el tema o argumento. Esta reducción, de resonancias aristotélicas, esta distinción nos parece útil para acercarnos a la novela histórica como fenómeno latinoamericano. Algunos críticos e historiadores de la literatura han notado el auge de la novela histórica en Latinoamérica, así como el especial interés que ha mostrado la literatura latinoamericana de las últimas décadas por la historia. Esta novela histórica, aclimatada a nuestras latitudes, ha sido llamada de diversas formas: “Nueva Crónica de Indias”, “Nueva Novela Histórica”, “Novela Neobarroca”, “Ficción de Archivo”, “Metaficción Historiográfica” o “Novela Histórica Postmoderna” (Viu, 2007, p. 167). Y de la mano de los autores ha surgido el interés de los teóricos. Seymour Menton (1993, p. 42), en su conocido libro sobre la nueva novela histórica en Latinoamérica, enumera seis rasgos característicos:

1) Subordinación de la representación mimética de cierto período histórico a la presentación de algunas ideas filosóficas;

2) Distorsión consciente de la historia mediante omisiones, exageraciones y anacronismos;

3) Ficcionalización de personajes históricos;

4) Metaficción o los comentarios del narrador sobre el proceso de creación;

5) Intertextualidad

6) Conceptos bajtinianos de los dialógico, lo carnavalesco, la parodia y la heteroglosia.

Sin embargo, como bien nota L. Grützmacher (2006, p. 4), Menton parece olvidar que el término “nuevo” es ambiguo, y que también Lukács, a la hora de caracterizar a la novela histórica “clásica”, etiquetaba como “nuevos” algunos fenómenos que ahora están superados.

Fernando Aínsa (1994, p. 27) prefiere dar otro enfoque al fenómeno. Para este autor, la “problematización del discurso ficcional” que entraña la novela histórica en América Latina se traduce en un factor de enriquecimiento cultural, pues contribuye, gracias a su “distancia narrativa” a denunciar la historia oficial. Para Aínsa, la nueva manifestación de la novela histórica que se verifica en las letras latinoamericanas es el resultado de un “entrecruzamiento de los géneros a partir de la ficcionalización y la reescritura de la historia” (1994, p. 83). Al igual que Menton, el crítico uruguayo atribuye diez rasgos característicos a la novela histórica latinoamericana:

1) la relectura de la historia fundada en el historicismo crítico,

2) la impugnación de la legitimación de las versiones oficiales de la historia,

3) la multiplicidad de perspectivas que aspiran a expresar múltiples verdades históricas,

4) la abolición de la distancia épica (desmitificación de la historia),

5) la reescritura paródica de la historia,

6) la superposición de tiempos históricos diferentes,

7) el uso de la historicidad textual y la invención mimética de crónicas y relaciones,

8) el recurso a falsas crónicas disfrazadas de historicismo o la glosa de textos auténticos en contextos hiperbólicos o grotescos,

9) la relectura distanciada o acrónica de la historia mediante una escritura carnavalesca, y

10) la preocupación por el lenguaje.

Es así como, al desembarcar en nuestro continente, la novela histórica se cubre de matices novedosos de inédito interés, no solo en lo cultural sino también en lo político. Aínsa habla de una “vocación subversiva de la ficción en relación con la historia oficial”, y elabora una nómina de ilustres novelistas latinoamericanos, entre los que figuran Jorge Ibargüengoitia, Fernando del Paso, Abel Posse y Edgardo Rodríguez Juliá entre otros (1994, p. 28). Sin duda se trata de un nuevo enfoque que trasciende, sin negarlo, lo meramente formal. Para Aínsa, “la historia se relee en función del presente” (1994, p. 28), y esa relectura “responde a la necesidad de recuperar un origen, justificar una identidad” (1994, p. 29).

Se trata, pues, de una relectura crítica, que, de la mano de la ficción, es capaz de llegar a donde la historiografía científica no puede, menos la oficial. Se trata, en definitivas cuentas, de un reto a la historia oficial. La emergencia de la perspectiva transdisciplinaria es inevitable. Ella surge como eco de la nouvelle histoire que ha irrumpido en la historiografía académica desde los años cincuenta en Francia e Italia. Así, la antropología, la etnología, la economía, la geografía y las demás ciencias sociales vienen en auxilio de esta polisemia discursiva que es el intento totalizador de la historia. Intento vano, lo sabemos (Hatavara, 2014, p. 241), que trata de suplirse con las herramientas de la ficción.

En todo caso, el discurso histórico también puede ser concebido como interpretación, del mismo modo que la interpretación histórica puede ser tenida como narrativización (White, 2003, p. 144). En este contexto, surgen asimismo elementos del subconsciente y del imaginario como componentes de la ficción (Aínsa, 1994, pp. 25 ss.), para crear un discurso ficcional no carente de valor histórico per se. Un discurso problemático y polisémico que se convierte en toda una aventura creativa (Aínsa, 1994, p. 39).

La novela histórica en Hispanoamérica

En realidad, la novela histórica había iniciado su camino en España mucho antes que Scott y Waverley. Si se toma como un primer antecedente la Crónica sarracina o Crónica del rey don Rodrigo con la destruyción de España de Pedro de Corral, podríamos decir que se remonta al siglo XV13. Sin embargo, tendremos que esperar hasta la segunda mitad del XVIII para que el jesuita e ilustrado Pedro de Montengón 14 publique sus novelas pseudohistóricas de intención didáctica y moralizante. Tal es el caso de El Rodrigo, publicada en 1793, acerca de la ocupación de España por musulmanes y el fin del reino visigodo, y Eudoxia, hija de Belisario, del mismo año, ambientada en tiempos del emperador Justiniano. La crítica considera, no obstante, que la primera novela histórica romántica en español es Ramiro, conde de Lucena, escrita por Rafael Húmara y Salamanca 15 y publicada en París en 1823. La novela está ambientada en la conquista de Sevilla por Fernando II el Santo en 1247. Por lo demás, la novela histórica conoció un extraordinario desarrollo en España durante el siglo XX, con nombres como Pío Baroja y Benito Pérez Galdón, por citar solo dos de sus grandes exponentes. Esta tendencia se ve ratificada actualmente con novelistas “superventas” que gozan de las preferencias del gran público lector. Estamos pensando en autores como Antonio Gala, Francisco Umbral o Arturo Pérez-Reverte.

En América, la primera novela histórica publicada será Jicotencal, del español Félix Mejía16. Publicada en Filadelfia en 1826, narra un episodio singular de la conquista de México, la adhesión de Tlaxcala a las fuerzas de Cortés y en contra de los aztecas. La obra pasa por ser la primera novela histórica publicada en América sobre tema americano. La novela histórica encontrará en la América Hispana un territorio fértil a la hora de configurar la historia y el imaginario del origen de las nuevas nacionalidades que apenas se están consolidando.

Uno de sus grandes temas es, por tanto, la llegada de los europeos y la conquista. Merecen ser nombradas aquí novelas como la ya mencionada Jicoténcal, de Majía, pero también Terra Nostra (Premio Rómulo Gallegos, 1975) de Carlos Fuentes, El arpa y la sombra (1978) de Alejo Carpentier, que trata de las tentativas de declarar santo a Cristóbal Colón durante los papados de Pío IX y León XVIII, La luna de Fausto (1987) de Francisco Herrera Luque, Vigilia del Almirante (1992) de Augusto Roa Bastos, así como la llamada Trilogía del Descubrimiento de Abel Posse, compuesta hasta ahora por Daimón (1978), acerca de la vida de Lope de Aguirre, y Los perros del Paraíso (Premio Rómulo Gallegos 1987).

Otra de las tendencias temáticas principales de la novela histórica latinoamericana estará compuesta, desde luego, por las guerras de emancipación e independencia. Mencionamos en este sentido novelas como Las lanzas coloradas (1931) de Arturo Uslar Pietri, El reino de este mundo (1949) de Alejo Carpentier, sobre la independencia de Haití, Boves el urogallo (1973) de Francisco Herrera Luque, o El general en su laberinto (1989) de Gabriel García Márquez, sobre los últimos días de Simón Bolívar. La novela histórica de la independencia se complementa en Latinoamérica con novelas que tratan de otros episodios históricos de no menor interés. Sería el caso de obras como El mundo alucinante (1969) de Reinaldo Arenas, memorias ficticias de fray Servando Teresa de Mier, ex fraile, sacerdote liberal, autor de tratados políticos y conspirador mexicano que vivió entre los siglos XVIII y XIX; o Noticias del imperio (1987) de Fernando del Paso, sobre la segunda intervención francesa en México y la proclamación de Maximiliano I como emperador entre 1863 y 1867.

Otro tema recurrente, más específicamente en lo que toca a la literatura mexicana, es el que tiene que ver con los hechos ocurridos en México entre 1910 y 1917 (que según algunos se prolongan hasta 1940), y que darán origen a la llamada Novela de la Revolución. Destacan en este sentido Los de abajo (1916) de Mariano Azuela; El águila y la serpiente (1928), La sombra del caudillo (1929) y las Memorias de Pancho Villa (1938) de Martin Luis Guzmán, o el Ulises criollo (1935) de José Vasconcelos. Por su carácter político, la llamada Novela de la Revolución mexicana guarda estrechas afinidades con lo que será el principal y más original aporte latinoamericano a la novela histórica.

Nos referimos a la llamada “Novela del Dictador”, que algunos remontan al Tirano Banderas (1926) de Ramón Valle-Inclán, y otros incluso hasta el Facundo (1845) de Domingo Faustino Sarmiento. Clásicos de la novela latinoamericana del dictador serían títulos como El Señor Presidente (1946) de Miguel Ángel Asturias, Maten al León (1969) de Jorge Ibargüengoitia, El Recurso del Método (1974) de Alejo Carpentier, Yo el supremo (1974) de Augusto Roa Bastos, El otoño del Patriarca (1975) de Gabriel García Márquez, Oficio de Difuntos (1976) de Arturo Uslar Pietri y, un poco más recientemente, La fiesta del chivo (2000) de Mario Vargas Llosa.

La novela histórica panameña

Ante todo, una observación: cuando nace la actual República de Panamá, hace casi noventa años que Scott ha publicado Waverley y la novela histórica romántica ha alcanzado su pleno desarrollo a lo largo del siglo XIX, no solo en el mundo anglosajón, sino también, y especialmente, en el de habla hispana. Valga esta observación para comprender que los principales hechos fundadores de la nacionalidad panameña son ya susceptibles de ser entendidos, y por tanto narrados, desde la perspectiva estética y espiritual de la novela histórica latinoamericana.

La escritura de novelas históricas ocupa un lugar relevante en la narrativa panameña, incluso, la producida por escritores de otras nacionalidades sobre el contexto histórico y social de Panamá, porque de alguna forma también ésta contribuye al proceso de la novela panameña. En todo caso, el hecho de que a comienzos del siglo XX narradores de otros países latinoamericanos se hayan interesado en temas de la historia panameña nos demuestra cuán seductora resulta como argumento literario.

Forman parte de esta narrativa, entre otras, novelas como Núñez de Balboa (1923), de Octavio Méndez Pereira; Canal Zone (1935), del ecuatoriano Demetrio Aguilera Malta; La galera de Tiberio (1938), del venezolano Enrique Bernardo Núñez; Luna Verde (1951), de Joaquín Beleño 17; A Song in Their Hearts (1956), de Janet Lambert; El guerrero (1961), Acracia Sarasquesta de Smith; El panameño, sobre la vida en Panamá colonial (1966), de Valentín Corrales; Desertores (1952), de Ramón H. Jurado; Manosanta (1996), de Rafael Ruiloba; Vida que olvida (2002), de Justo Arroyo; la casi totalidad de los títulos de Juan David Morgan, como El caballo de oro (2005) o Ardientes fulgores de gloria (2017); Historia secreta de Costaguana (2007), del también colombiano Juan Gabriel Vázquez, y finalmente La novela de Remón (2014), de Juan Antonio Gómez.

Aquí pueden identificarse cuatro ejes temáticos principales: el primero correspondería al período de la conquista y dominación colonial española del Istmo

(Núñez de Balboa, El Guerrero y El Panameño, sobre la vida en Panamá colonial); el segundo, acerca de la Guerra de los Mil Días y la separación de Colombia (Desertores, Manosanta, Vida que olvida, Noticias secretas de Costaguana, Ardientes fulgores de gloria); el tercero, acerca de la construcción y la vida en el Canal (Canal Zone, La galera de Tiberio, Luna verde, A Song in Their Hearts y en cierta forma El caballo de oro, que trata de la construcción del Ferrocarril Transístmico), y un cuarto y último sobre aspectos de la historia panameña del siglo XX (Desertores, La novela de Remón).

Domina en estas novelas una visión de Panamá como lugar de paso, “país de tránsito”, donde una masa transeúnte y aventurera llegada de todos los puntos del planeta viene a hacer fortuna, pocas veces en búsqueda de arraigo. La imagen de la ciudad de Panamá como Babel tropical, con sus barrios marginales, sus burdeles y sus soldados americanos, sus obreros chinos y sus forajidos llegados de todas partes del mundo, sus enfermedades tropicales y sus agitados puertos donde florece la corrupción y el contrabando, seduce por su plasticidad y su fuerza narrativa, por su riqueza humana, pero también por su poder alegórico.

Alegoría de una humanidad que busca, casi siempre inconsciente de la fuerza de su historia, de su propio destino. En este sentido, los cuatro ejes temáticos representan los cuatro hitos fundamentales de la historia panameña, especialmente la construcción del Canal, la llamada “novelística canalera” (Sepúlveda, 1975), verdadero “tema fundacional de las letras panameñas” (Ibañez Castejón, 2021) sin el que es imposible entender al país y su cultura.

Resultados

Con contadas excepciones (Núñez de Balboa, el Cacique Urracá en El guerrero, tal vez José Antonio Remón), al igual que Eduard Waverley en la novela de Scott, los y las protagonistas de estas novelas son presentados de manera que muestran poco de heroicos y mucho de individuos comunes, con sus propios intereses, motivos, dudas y pasiones personales, arrastrados por la fuerza de unos hechos históricos que no son capaces de comprender y mucho menos de cambiar, pero que de alguna manera encarnan. Ramón de Roquebert, de Luna verde, no es más que un peón que trabaja en la Zona del Canal. En A Song in Their Hearts, Tippy Parrish, la esposa del teniente Peter Jordan, conoce los detalles de la vida de otras esposas de Marines, pero ignora las razones por las que ella, junto a su marido, han sido enviados a Panamá.

El padre Nicolás Buenaventura, Manosanta, se enfrenta con éxito al Maligno en sus exorcismos, pero poco puede hacer para salvar a sus feligreses del torbellino de la guerra, y menos para comprender el destino de un país que está a punto de cambiar para siempre. En dos novelas sobre la separación de Colombia, Vida que olvida y Noticias secretas de Costaguana, los protagonistas, Pedro Regalado y José Altamirano respectivamente, son colombianos que viven en Panamá. Ello supone una excelente excusa para exponer una visión crítica del proceso. Ambos protagonistas son presa de dudas y contradicciones ante los graves sucesos que se narran. Todos estos protagonistas encarnan, al decir de Lukács, fuerzas históricas que definen sus vidas y sus destinos, sin que ellos apenas puedan comprenderlo.

A partir de estos resultados, se observa cómo estas novelas históricas panameñas, o de tema panameño, se pliegan a una estética y una sensibilidad que define a la novela histórica romántica de tradición scottiana, bien aclimatada y adaptada a nuestra realidad panameña y latinoamericana.

A manera de conclusión: ¿existe entonces la novela histórica panameña?

No bastaba con señalar la vigorosa tradición de novelas de tema histórico que exhibe la narrativa panameña. Hacía falta también contraponer esta tradición con un corpus teórico robusto, como es el que desde la segunda mitad del siglo XX viene ocupándose de la novela histórica. Al aplicar los postulados de Lukács (1966), seguidos de los de Menton (1993) y Aínsa (1994), a este corpus, encontramos que, en efecto, las novelas históricas panameñas pueden ser tenidas como tales.

Más allá de la recreación romántica de hechos y ambientes históricos panameños, aspectos como la concepción de los protagonistas y los personajes en tanto que sujetos históricos; la abolición de la distancia épica, que lleva a una posición crítica con respecto de la historia oficial, ahora vista desde otras perspectivas; la multiplicidad de los recursos y la explotación de las potencialidades paródicas del lenguaje son características que pueden verificarse en la mayoría de estas novelas. Es oportuno subrayar, en ese sentido, la evolución que ha mostrado el género a lo largo del siglo XX. En todo caso, destaca la cualidad esencial que Lukács reservaba a las verdaderas novelas históricas, “el dominio poético de la historia”, que no es otra que la consciencia histórica de los narradores manifestada en sus obras, en este caso, aplicada a historias panameñas.

Referencias

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