Kármico
Visión Antataura
Universidad de Panamá, Panamá
ISSN: 2309-6373
ISSN-e: 2520-9892
Periodicidad: Semestral
vol. 1, núm. 2, 2017
Recepción: 29 Septiembre 2017
Aprobación: 20 Octubre 2017
Resumen: Cuando Alaida se entera de que está embarazada de su esposo Diogo, experimenta una sensación de rechazo hacia lo que se gesta en su vientre. Siente vergüenza de hablar de esta sensación y decide callar. Cuando nacen sus mellizas, las cuida amorosamente; pero aún se siente una mala mujer por seguir experimentando esa sensación de rechazo. El doctor Rhine, experto en parasicología, le practica una regresión. En esta regresión se da cuenta de que en una vida anterior había sido un monje budista, cuyos padres y la joven Uma murieron tristes por no verlo desde que decidió entrar al monasterio budista. Al morir como monje budista, la Divinidad le dice que sólo alcanzaría la perfección que anhelaba regresando al plano físico para resarcir el sufrimiento causado a estas personas. Reencarna como Alaida para resarcirles en Diogo (Uma) y en sus mellizas (sus padres) el sufrimiento causado en una vida anterior.
Palabras clave: Parasicología, monje Budista, resarcir, sufrimiento.
Abstract: When Alaida finds out that she is pregnant with her husband Diogo, she experiences a feeling of rejection towards what is happening in her womb. She feels embarrassed to talk about this feeling and decide to shut up. When her twins are born, she cares lovingly; but she still feels a bad woman for continuing to experience that feeling of rejection. Dr. Rhine, an expert in Parasychology, practices a regression. In this regression he realizes that in a previous life he had been a Buddhist monk, whose parents and the young Uma died sad for not seeing him since he decided to enter the Buddhist monastery. When dying as a Buddhist monk, the Divine tells him that he would only achieve the Perfection he longed for by returning to the physical plane to compensate for the suffering caused to these people. He reincarnates as Alaida to compensate them in Diogo (Uma) and in their twins (their parents) for the suffering caused in a previous life.
Keywords: Parasychology, Buddhist monk, compensate, suffering.
Alaida decidió usar las escaleras, quizás un recorrido lento desde el cuarto piso hasta la planta baja le ayudaría a encontrar alguna explicación lógica a su absurda sensación de
angustia. Apretaba a cada paso con más firmeza aquel trozo de papel que confirmaba lo que venía sospechando desde hacía varias semanas. ¿Por qué una noticia que debía causarle alborozo provocaba en ella un efecto de rechazo, de imposición? Retuvo en su pensamiento la palabra rechazo por unos segundos. Se estremeció. Se forzó por desterrarla de su mente. No pudo; seguía allí, insurrecta, impasible. Presentía como si la vida jugara con ella, como si un dictamen impuesto por una fuerza superior a su entendimiento la hubiera dejado sin opciones. Todas las hipótesis que barajaba la conducían a calificar de injusta su situación. Lo que más la confundía era que cada vez que repasaba esta misma conjetura su corazón se desbocaba. ¿Se estaría volviendo loca? Debía ser la emoción, era la primera vez y no había sido capaz de asimilar de golpe tanta felicidad. Eso era todo y nada más. Esta elucidación, impuesta más a fuerza de conformismo que por la razón, la animó a investirse de una aparente tranquilidad. Necesitaba sosegarse. Era una mujer centrada, ecuánime, y sabía que nadie le justificaría el menor atisbo de…, sí, rechazo.
La noticia fue para todos como un chapuzón de agua fresca en una tarde calurosa. Diogo, el amante esposo y amoroso futuro padre, mostraba a todas horas su blanca hilera de dientes. Le era imposible ocultar tanta dicha.
En secreto, imaginaba necesitar otro cuerpo en el cual depositar unas cuantas porciones de felicidad. Sin embargo, a pesar de su mayúscula alegría, intuyó que algo revoloteaba inquieto en el pecho de su amada Alaida. La coraza del amor es trasparente para quienes miran con ojos enamorados. La notaba ensimismada, pensativa, como si estuviera tras la caza de una fugitiva respuesta. Quizás el gusanillo de la ansiedad había trastocado su ánimo de madre primeriza. Nada preguntó, no por indiferencia; por un tácito y callado acuerdo, llegado el momento siempre terminaban refugiados el uno en el regazo del otro para sellar los intersticios que daban paso a la pena. Siempre habría sido así. Él estaría allí, amigable, paciente, comprensivo, para cuando ella decidiera acudir a sus brazos.
Por única vez, Alaida no acudió…
Cuando se lleva a cuestas un pesado fardo, no se desestima la oportunidad de deshacerse de él, o al menos la de compartir su carga. Pero, cuando la culpa impide que las palabras den paso al desahogo, callar es la más pesada cruz. El retrato de su caso. Sin alternativas, sin elección. Alaida se sentía como indigente y desorientado peatón bajo una tormenta en busca de cobijo, de una caseta desolada en la que poder acurrucarse y quedarse ahí para siempre…
Diogo, su amiga Muriel, sus padres, sus suegros le habían dado ya sobradas muestras de solidaridad en otras circunstancias difíciles y triviales; manos bienhechoras que nunca la habían dejado naufragar a su suerte. Pero ¿qué les diría ahora? ¿Que por algún motivo que no atinaba a explicar consideraba injusto su embarazo? ¿Que en verdad no odiaba a las mellizas que desde hacía ocho meses se gestaban en su vientre, pero que, por alguna razón ilógica, su afligido corazón se debatía entre la aceptación y el…rechazo? ¿Que experimentaba en las esquinas más vulnerables de todo su ser un deseo irracional de que su estado fuera solo una equivocación médica? ¡No! Cavilaciones de esta naturaleza no podían ser más que estigmas de abierta herejía en quien las sintiera, y, a fin de cuentas,
¡quién con sentido común iba a secundarlas! Tampoco era capaz de ensombrecer el regocijo de quienes con tanto júbilo esperaban la llegada de aquel par de niñas; sobre todo el de Diogo, cuya sonrisa parecía escapada de la más apreciada bóveda de un artífice del cincel. Su risa la divertía, su mirada le daba paz… “¡Mala mujer, mala madre, mala esposa!”, se repitió en sus adentros hasta quedar exánime. Y con esa dura sentencia selló sus labios y decidió ahogarse en su propio silencio.
Como el tramo de un río entre escarpadas montañas, así continuó la vida de Alaida, en perpetuo zigzag, sin detener su curso, sin parar jamás. En aquellos once años solo encontró trozos de serenidad en el deber cumplido. Una nube, triste, aguijoneadora, se paseaba en su cabeza cuando una despiadada y real resignación la arrastraba a concebir como un simple deber lo que para cualquiera mujer sería sinónimo de sagrada misión de vida. La charlatanería freudiana de los psicólogos y psiquiatras consultados tiempo atrás de manera clandestina no habían podido ni explicar ni mitigar ni mucho menos liberarla de
aquel inmutable lastre opresor de sus sentidos. Pero, aun bajo el peso de aquella idea, obsesiva, testaruda, de injusticia y… rechazo, supo doblegar sus emociones a pulso de voluntad, y nunca se permitió que ni una frase de reproche ni el más mínimo atisbo de mezquindad afectiva fuera para sus hijas el reflejo de sus obnubilados sentimientos, los que, sin duda, debían mantener prisionero su amor maternal en algún lado oscuro, vedado, malsano de sus entrañas.
Una de esas tardes de domingo en que Diogo, Alaida, Sofía Victoria y Victoria Sofía solían ir de paseo al parque, Alaida estaba más ausente que de costumbre. Andaba entre ellos sin estar. Solo ella sabía de su ausencia. Su brazo derecho alrededor de los hombros de sus mellas y el izquierdo a la altura de la cintura de su esposo eran las anclas que impedían que su cuerpo volara tras su pensamiento. De cuando en cuando reposaba su cabeza en Diogo, como para compartir en silencio los clavos de su cruz.
Al llegar al parque, las niñas enlazaron las manos y corrieron hacia los columpios. El padre las siguió como un adolescente ansioso de aventuras. Alaida prefirió sentarse en una banca, en la que un hombre milenario devoraba con avidez un periódico. Miró a sus niñas y a su Diogo y dejó escapar una incolora sonrisa, al momento que rogaba al Dios eterno de su corazón una señal de alivio para su callada congoja y le impedía el trayecto a una solitaria lágrima de sal por su mejilla. Cuando el hombre milenario iba más allá de los columpios, Alaida parecía despertar de un ensueño y vio el periódico abandonado en la banca. Lo llamó con un insistente “Señor, señor”. El viejo volteó y Alaida agitó el periódico en el aire, indicándole con gestos que lo había dejado olvidado. El anciano le dijo también con las manos “Quédatelo” y la miró con apacible serenidad; ella creyó percibir el brillo de un guiño cómplice en los ojos de aquel individuo extraño, quien continuó, con aparente indiferencia, su camino.
Alaida se entretuvo mirando los titulares y las llamativas fotos de la farándula, hasta dar con una página de anuncios esotéricos: pócimas mágicas, amuletos milagrosos, oraciones cuasidivinas y otra sarta de aldeaniegas panaceas, de las cuales ya había comprobado su falsedad. Una gacetilla extraviada entre aquellos avisos disfrazados de
verdad pinchó su curiosidad: un especialista en fenómenos paranormales aseguraba que todos los sucesos humanos, a primera vista inexplicables o heteróclitos, tenían una explicación fundamentada en estados mentales y espirituales no aceptados por la ciencia tradicional. El texto o lema entrecomillado, en negrita y letra cursiva con que cerraba el anuncio llamó su atención: “Nada de lo que es extraño para usted lo es para nosotros”. Dudó. La necesidad de una respuesta la había hecho presa fácil de timadores taumaturgos en más de una ocasión, y por eso ahora era más cautelosa. Pero el eslogan entrecomillado de la gacetilla hizo renacer en ella el deseo de emprender una nueva búsqueda. En los últimos años, solo oraba a Dios por ayuda; y quizás él le mostraba la senda, porque casualmente la noche del día anterior su amiga Muriel le habló de los pormenores de un interesante reportaje que había realizado sobre Parapsicología, la ciencia de lo insólito. Tuvo tentada a contarle todo a su amiga, a desatar las muchas preguntas atadas a su lengua, a procurarse un poco de paz a través del acto de una amistosa confesión; mas no encontró el valor. Bastaban las propias recriminaciones, las cuales pesaban ya mucho por sí solas, y no creía ser capaz de soportar las de quienes la amaban…
Tal vez todo aquello, lo del anuncio del periódico, lo del reportaje de Muriel, era una pista divina o un necio consuelo de tontos… Pero para el desahuciado la ilusión siempre es sinónimo de nuevo intento.
A la mañana siguiente, con la respiración entrecortada y con pasos rápidos, Alaida se dirigía hacia la dirección indicada en el periódico. El nerviosismo y la confusión casi la obligan a desistir al leer en la puerta de vidrio ahumado el mismo aforismo entrecomillado: “Nada de lo que es extraño para usted lo es para nosotros”. Tiritó, corazón acelerado, mareo pasajero; mas, cuando logró serenarse, ya estaba frente a una amable joven que le hizo las preguntas de rutina. No supo qué responderle. La experimentada joven le regaló una sonrisa afable y se limitó a decirle que en pocos minutos el Dr. Rhine la atendería.
La espera se le hizo eterna.
Para romper el evidente blindaje de indecisión, o más bien de miedo, de Alaida, el Dr.
Rhine le expuso del modo más llano que pudo la esencia de su arte, su ciencia.
-Algunas personas poseen ciertas facultades o experimentan ciertos fenómenos que no pueden ser explicados por los métodos de la ciencia tradicional. Sin embargo, existe la posibilidad de que esos llamados dones o experiencias se deban a poderes ocultos, sobrenaturales o espirituales que, desarrollados en mayor o menor grado, todo ser humano posee. Mover objetos, adivinación, curaciones milagrosas, telepatía, levitaciones, hechizos… son presupuestos parapsicológicos calificados como extraños, o demoniacos en términos más corrientes, porque se alejan de los postulados científicos aceptados por el juicio ordinario y común...
Alaida escuchaba entre un vaivén de credibilidad y vacilación. No ignoraba en su totalidad los fenómenos de los que le hablaba el Dr. Rhine. Incluso se había documentado un poco sobre el tema en Internet después de su conversación con Muriel y de lo que leyó en el diario, pero todo cuanto le decía el doctor era distante de su pesar.
Algo en sus ojos debió indicarle a su interlocutor que ninguno de aquellos presupuestos se ajustaba a su caso. Ducho en su oficio y en el arte de la hiperestesia y el cumberlandismo, dos actividades paranormales simples desde la perspectiva de la Parapsicología, le pidió a Alaida que le extendiera las manos. Las tomó entre las suyas. El contacto estuvo acompañado de un estremecimiento leve de ambos, y luego de unos minutos prosiguió.
---Sé que en este momento se siente muy nerviosa, por lo que se le dificultaría relatarme con lujo de detalles su experiencia. Yo hablaré por usted. No me catalogue de adivino, de brujo o como un taumaturgo más… Solo he percibido el reflejo fisiológico de su pensamiento a través de hiperestesia y cumberlandismo, palabras raras pero inofensivas, parapsicológica y humanamente explicables. Usted corregirá mis errores… En variadas oportunidades ha buscado una explicación para una sensación de impotencia que la abruma, una hilacha que cuelga de su pensamiento y no logra descoser de él…, un algo para lo que no halla un porqué. ¿Cómo una mujer como usted, profesional, sin apuros económicos, exitosa en el plano laboral, amada por su esposo, familiares y amigos, y a quien la vida ha adornado de belleza interna y exterior y de momentos gratos, no encuentra ni
una sola razón que justifique esa obsesiva impresión de injusticia, de imposición, de rechazo…? ---Al escuchar la aciaga palabra, en un intuitivo mecanismo de defensa al saber su intimidad vulnerada, Alaida zafó sus manos de las del doctor, quien le dio un poco de tiempo para que se calmara. Luego volvió a asírselas y retomó su exposición---. Sí, Alaida, esa sensación de rechazo… ¿cómo le diría?,...emocional que la separa de sus hijas y que la hace pensarse como la clásica madrastra malvada... Alaida, no puede negarse que la mente, el alma, el espíritu tienen un rostro oculto aun para los avizores métodos parapsicológicos. Existen fuerzas místicas, no humanas, extraterrenas, que van mucho más allá de su campo de acción… No me aventuraré a un diagnóstico a priori. Es necesario descartar toda disquisición psicológica o psiquiátrica para entonces adentrarnos en otros caminos menos ortodoxos. No le pido que confíe en mí, sino en esa intuición que la trajo hasta aquí.
Alaida se aferró a esa intuición, tal vez un salvavidas, quizás un ancla, para darse ánimos y desnudarle su interior al Dr. Rhine. En otras ocasiones, en esas en que rastreó una ayuda fallida, su verdad había sido una verdad adulterada, a medias, maquillada. Pero ahora estaba dispuesta a desvestir su más profundo y oculto sentimiento. Al corroborarle al facultativo su relato, acaso con el afán de mendingar un poco de comprensión o de mitigar la propia vergüenza, una y otra vez le reiteró que jamás había odiado a sus niñas y nunca las había hecho blanco de su discapacidad maternal, pero, muy a su pesar, la enfermiza idea de maternidad impuesta siempre estaba allí latente como virus inmune al entendimiento o como una agonía que no cesaba de estrujarle el pecho por no poder excusar la culpa de sentirse una mala madre, una mala esposa, una mala mujer.
Haber hecho partícipe de su dolor al Dr. Rhine alivianó en algo la pena de Alaida. Él agradeció su confianza; ella, el interés en su inusual caso. Y a partir de aquella primera entrevista programaron sesiones semanales para volver a examinar alguna posible probabilidad pasada por alto por los diversos especialistas, y extorsionistas, consultados por Alaida en otrora.
Para actuar con responsabilidad y evitarle a su especial paciente nuevas angustias, el Dr. Rhine convino apoyase de manera discreta en algunos expertos en diferentes ramas de
la ciencia tradicional de la Sociedad de Investigación Parapsicológica de la cual él era miembro. Las posibilidades se fueron agotando y la causa del mal de Alaida permanecía velado a luz de los métodos científicos ancestrales.
---Alaida, la vía que elegimos no ha dado frutos, pero abre la puerta a una expectativa distinta. Cuando me contó su historia en nuestro primer encuentro de hace cuatro meses, concebí una hipótesis en torno a su padecimiento. Sin embargo, la ética profesional no admite apasionamientos y exige proceder con cautela. Ya lo hicimos; por eso es tiempo de internarnos en un camino poco transitado. Envié su caso a otros colegas de la sociedad de la que ya le he hablado, especializados en campos científicos, ¿cómo le diría…? menos conocidos. Estos colegas han estudiado su caso en absoluta confiabilidad, y, curiosamente, sus evaluaciones coinciden con mi primera suposición... Alaida, aunque parezca descabellado, nuestros actos pasados condicionan de muchas maneras nuestro futuro, nuestro destino escatológico, posterior o último... No se asuste, pero pueda que la respuesta a su congoja no esté aquí..., sino... en el pasado reciente o lejano de…una vida..., una vida…anterior. No se agite, respire hondo… Si está de acuerdo, y luego de la preparación pertinente, en dos semanas le practicaré una regresión.
El Dr. Rhine le explicó de modo minucioso en qué consistía una regresión, los riesgos potenciales y las precauciones oportunas. La agitación de Alaida se percibía en ojos, manos, rostro… Ya había andado mucho y no podía ni quería dar vuelta atrás. Cualquiera situación insólita que tuviera que atravesar para sostener la mirada ante sus hijas sin sentir aquellos dardos de culpabilidad y de rechazo valía la pena. Una sentencia alentadora cruzó veloz por su cabeza y la hizo abrigar un poco de esperanza: “Nada de lo que es extraño para usted lo es para nosotros”.
Dos semanas después, viajaba a su reencuentro…
Corría el siglo VIII D.C. en la India, época en la que el maestro Arhuni Atisha había fundado la Orden Budista de Gelug a partir de la tradición Kadumpa en el monasterio Nolanda. Kalu y su esposa, Rania, eran bikshus, monjes laicos que profesaban la doctrina del Iluminado Buda en una sangha o comunidad aledaña al monasterio. Navil, único hijo
de la pareja, desde edad temprana y a diferencia de sus padres, manifestó una clara inclinación por ordenarse monje monástico, lo cual lo obligaba a ingresar al monasterio y dejar atrás su vida laica. Como ya contaba con la guía del maestro Arhuni Atisha, solo necesitaba la aprobación de sus padres, quienes lo persuadieron de que la fe budista ejercida como bikshus era tan gratificante como la de cualquier otro monje monástico. Pero Navil ya había tomado la irrevocable decisión de aceptar los preceptos de la Triple Joya para oficiarse como siervo directo de Buda.
Tal era el amor hacia su único hijo, que Kalu y Rania, aun a sabiendas de que su más preciado tesoro desaparecía para siempre tras las puertas del monasterio, le dieron su consentimiento.
Los padres no pudieron contener las lágrimas al ver cómo la silueta de su hijo de veinte años se desvanecía entre la luz mortecina de la tarde. En medio de ellos, la figura de la hermosa joven Uma, quien amaba en secreto a Navil y a quien quizás él también amara, se alzaba como espiga de trigo bajo el sol. Más la dulce Uma tampoco hizo nada por retenerlo; era una convencida de que el amor verdadero deja ir, no retiene, no es obstáculo, es sendero, vía. “Estaré aquí, amigable, paciente, comprensiva, para cuando decidas acudir”, fue el abierto hasta luego, el último pensamiento que dejó escapar Uma en pos de su amado Navil, cuando también ella comenzaba a confundirse con las primeras sombras de la noche…
El corazón se le abombó a Navil como una nube cargada de lluvia cuando cruzó el umbral de la ancha puerta del monasterio. Aquella añorada filosofía antigua podía respirarse a través de las rústicas paredes de aquel santuario búdico. Y en esa paz mansa, experimentada tan solo por quienes en tranquila calma ascética ofrendan su vida al cultivo de las mieses de la eterna bonanza interior, transcurrió la existencia de Navil 91 años.
La muerte fue para él una esperada recompensa. Su alma, henchida de júbilo, inflada de gozo, se desprendió de su transitoria morada física y transitó complacida por el místico y legendario túnel de luz dorada. Al final del áureo pasadizo, en medio de una felicidad inefable, su cuerpo etéreo se suspendió en el centro de un esplendente haz plateado. Sentía
cerca la dulce presencia santa. No pudo contenerse, y en un desbocado arrebato de éxtasis habló.
---Señor, mi Rey Iluminado, ante ti está tu humilde siervo preso de una euforia que nunca será capaz de precisar con palabras humanas. Ya he cumplido. Tuyo fui, tuyo soy, tuyo seré por siempre. Haz en mí tu voluntad, hazme digno de compartir eternamente junto a ti tu grandeza sin tacha.
--Amado hijo, mi querido hijo Navil. Bien supiste tú sobrellevar una augusta vida monástica.
Tu austeridad, tus piadosas oraciones, tu franca misericordia, tu catadura proba son algunas de las prendas que te hacen hermoso a mis ojos. Tu sincero compromiso misoneísta con los preceptos de la Triple Joya marcó una exquisita huella de amor en la Orden Budista de Gelug y en el resto de la humanidad… Pero, mi dilecto Navil, agua de mi fuente, la Voluntad Suprema, la Perfección a la que tanto aspiras y a la que quieres liarte de manera perpetua no es un don que con selectiva mezquindad se otorga a unos y se niega a otros, sino el producto de la justa retribución de las propias acciones. En tus profundas meditaciones te llegaste a convencer en más de una oportunidad de que a cada elección individual corresponde igual precio individual. Cada quien es su propio salvador o su propio verdugo… Eres caro a mis ojos, amado Navil, pero debes comprender que, aun con tu sacro proceder, al desprenderte de tu propia mismidad fuiste causa de sufrimiento.
---¿Causa de sufrimiento? Tú me has dicho que mi conducta te fue grata, que mi comportamiento fue afín a tu credo. Entonces ¿cómo pude hacer daño? ¿A quién asaeté con mis plegarias, a quién herí con mis preces en tu nombre? ¿Equivoqué el rumbo, transgredí tus sagradas leyes al seguir tu rastro, al entregarme por entero a ti?... Entonces
¿de qué sirve una existencia pura al final del camino?... No entiendo… ¿No estás siendo duro o injusto conmigo?
---Navil, pedazo de mi alma, solo hay una vía para llegar hasta donde tú quieres morar por siempre. Entre tomar la decisión correcta y elegir la mejor hay diferencia. Por eso un banal sufrimiento limita, clava; una trivial alegría suelta, remueve; y en ocasiones hasta el
más sano sacrificio ancla, fija... Tú has sido el arquitecto de tu sino. Tú escogiste la venerable vida monástica, y tu actuar como monje budista fue sin manchas, de ello no cabe la menor duda… Sin embargo, hijo mío, tu reclusión monástica y el imperioso requisito de permanecer enclaustrado intramuros y alejado del mundo en el claustro de la Orden Budista de Gelug fueron motivos de profusa tristeza para tres seres que te siguieron amando sin pausa aun en tu ausencia. Los dos primeros: tus padres, Kalu y Rania, a quienes sorprendió la muerte en la vejez con el vano anhelo de volver a ver y estrechar entre sus brazos a su único hijo por una última vez, aunque ese instante fuese tan menudo como una miga de tiempo… El tercero herido con la lanza de tu viaje sin retorno: Uma, la joven mujer que atesoró hasta el fin de sus días tu recuerdo, tristemente indoloro, con una fidelidad digna de admiración y como su más estimada compañía; la misma a quien en sueños cada noche le decías: “Tu risa me divierte, tu mirada me da paz” … Mi buen Navil, fuego de mi hoguera, jamás se recibe lo que no se da. Conozco el deseo que anida en ti; pero para materializarlo, debes saldar la deuda con quienes te amaron bien, compensar con amor el sufrimiento que causaste. Tú eres el constructor o destructor de tu sueño, el dueño soberano de tu destino. Si decides ir, ve. No caminarás solo: quienes te aman estarán siempre allí para acompañarte en tu misión sin esperar nada a cambio, incluido yo. Tú eliges. Elijas lo que elijas, igual siempre te amaré.
Navil se hizo un coro de silencio. Su materia luminosa exteriorizaba su íntimo extravío. Rumiaba, apabullado, su único dúo de posibilidades. Una. Permanecer allí por siempre a la vera del Amado, su Amado, era una alternativa tentadora porque estaría eternamente contemplándolo de cerca, aunque sin poder ser nunca parte de él porque las pequeñas culpas no expiadas lo impedirían, también por siempre. La otra. Resarcirles a Kalu, a Rania y a Uma el tiempo del que los privó de su presencia sin premeditado egoísmo era la posible clave para ser uno con la Suprema Divinidad, su Amado, su meta, su deseo, su aspiración, su sempiterno afán… ¿Qué hacer?... Cuando pensaba en quedarse junto al Amado, el corazón le rebosaba de felicidad; cuando pensaba en regresar para ser uno con él, su alma se debatía entre la aceptación y… el rechazo.
---Mi bienquerido Navil, fruto de mi huerto, nadie sino tú puede destejer los nudos de tu ovillo. Todo bajo la luz y la sombra está en el justo lugar que le corresponde, aun cuando el velo de la ignorancia tache de injusta e impositiva la Divina Sabiduría. Quienes llegan al final del sendero comprenden esta simple verdad: se es libre de hacer, pero la libertad no exime de culpas ni de omisiones. Nunca se pisotean ni se deshojan ni se dejan marchitar las rosas que adornan el paisaje. Mi hermoso Navil, vida de mi vida: quien se desvela por un sueño jamás descansa en el camino. Recuerda: tú eliges. Te he hecho libre porque te amo...
---Gracias.
La gratitud fue expresada sin palabras, con un abrazo cálido, cuyo significado supo interpretar el Dr. Rhine.
Alaida olvidó el coche en el estacionamiento de la clínica donde había podido alivianar su pesado nudillo de remordimientos. El ave no volaba, corría por las concurridas calles hacia el nido, entre altos, empujones y permisos intempestivos. Al pasar frente al parque de los columpios, el mismo hombre milenario leía el mismo periódico. Hizo un alto alífero. Ahora ambos sostuvieron una mirada cómplice. El anciano le sonrió con dulzura, y ella creyó adivinar las calladas palabras que flotaban tras aquellos ojos luminosos: “La vida es una gran escuela y su Creador el más estricto y bondadoso Maestro”.
Al llegar a casa, jadeante, sudorosa, rezumando amor, cautiva de una felicidad que traspasaba los límites de la razón, encontró a su Diogo y a sus mellizas dormitando en la sala, esperándola para cenar. Los contempló sin despertarlos. Ellos estaban allí, nuevamente acompañaban su andar. Se avergonzó un poco de saberse tan amada. Se abrió un cálido espacio, se acurrucó entre ellos y les dio un abrazo distinto, diferente. Sonrieron al verla; y por primera vez comprendió, sin la mortificación de la duda, sin la zozobra de una vedada respuesta, sin los punzantes aguijones del rechazo, lo mucho que ella les debía.
--- Los amo... Gracias por estar aquí.