Conversaciones
Recepción: 11 Febrero 2024
Aprobación: 26 Marzo 2024
CÓMO CITAR: Castillo Ruiz, J. y Ciarniello, L. (2024). Patrimonio agrario y planificación urbana. A&P Continuidad, 11(20), doi: https://doi.org/10.35305/23626097v11i20.436
Resumen: Esta conversación con José Castillo Ruiz cabalga el camino de la configuración del patrimonio agrario como bien cultural, reconociendo el valor del conjunto de bienes vinculados a la actividad agraria. Atraviesa distintas aristas del proceso, desde su inicio hasta la situación actual, haciendo foco en los desafíos para la planificación urbana y las administraciones públicas en distintos contextos. Analiza su significado como elemento para el desarrollo de turismo cultural y los riesgos derivados de ello. El objetivo de esta entrevista es divulgar el nuevo concepto, conocer su estado de consolidación y su valor para el desarrollo de escenarios urbanos más sostenibles y, en ese sentido, abordar los desafíos actuales desde el hacer disciplinar. Castillo Ruiz es una referencia clave en el tema por su trayectoria, destacando su aporte a la construcción teórica y normativa, así como su extenso y comprometido trabajo en la divulgación.
Palabras clave: patrimonio agrario, bienes culturales, planificación urbana, turismo.
Abstract: This conversation with José Castillo Ruiz explores the path towards the configuration of Agrarian Heritage as a cultural asset recognizing the significance of the set of assets linked to agricultural activity. It deals with different aspects of the process; it does so from its beginning to the current situation focusing on the challenges for urban planning and public administrations in different contexts. He addresses what this means as an element for the development of cultural tourism and the risks derived from it. The aims of this interview are to disseminate the new concept; and, to know its state of consolidation, its value for the development of more sustainable urban environments and, in that sense, the current challenges from the disciplinary point of view. Castillo Ruiz is a key referent in the subject due to his professional history; his contribution to the theoretical and normative frameworks as well as his extensive and committed dissemination work are highlighted.
Keywords: agricultural heritage, cultural assets, urban planning, tourism.
Introducción
El lugar de la agricultura está cada vez más presente en los debates en torno a la planificación de las ciudades. Desde diferentes discursos de creciente aceptación se lo asocia a las grandes preocupaciones sociales, ambientales y económicas de la época, que exigen repensar la producción de alimentos como dimensión esencial en el desarrollo de las comunidades. Frente a ello, se recupera la historia de una íntima relación entre la agricultura y la ciudad que está siendo cada vez más estudiada, sobre todo en países con fuerte tradición hortícola.
Hace algunos años, y desde una visión holística que integra distintas dimensiones y valores, se está trabajando en la construcción del patrimonio agrario como nuevo tipo de bien cultural, “conformado por el conjunto de bienes naturales y culturales, materiales e inmateriales, generados o aprovechados por la actividad agraria a lo largo de la historia” (Castillo Ruiz, 2013, p. 32). En este concepto es central la valoración de la actividad agraria y su aporte a la humanidad, dándole “visibilidad y reconocimiento a todos los hombres y mujeres del campo, que con sus saberes y conocimientos han conformado una de las actividades, la agraria, más trascendentes de la historia de la civilización agraria” (Castillo Ruiz, Martínez Yáñez y Ortega Ruiz, 2023, contraportada).
Desde allí, se abre una posibilidad para la planificación urbana donde el concepto de patrimonio agrario y su reconocimiento formal puede ser un elemento estratégico para imaginar la configuración de escenarios urbanos más sostenibles. Esto resulta sumamente interesante para pensar territorios latinoamericanos en los que el desarrollo de la producción agraria en las ciudades, y en las últimas décadas, se produce en espacios intersticiales y de borde, como alternativa de subsistencia o como actividades novedosas asociadas a discursos hegemónicos. Se cree que, desde la perspectiva del patrimonio agrario, podrían recuperarse algunas dimensiones de las experiencias de valor patrimonial, tanto materiales como inmateriales, con gran potencia dinamizadora para el desarrollo de ciudades y el empoderamiento de las comunidades. Más aún, se podrían configurar como sitios multidimensionales a ser protegidos y promovidos.
Por tales motivos interesa conocer sobre los avances en la consolidación de este concepto en distintos ámbitos y culturas, primordialmente desde una voz especializada en cuestiones patrimoniales, para reconocer las posibilidades y desafíos disciplinares de su protección y en pos del desarrollo de escenarios urbanos más sostenibles.
José Castillo Ruiz –historiador del arte, profesor, investigador especialista en protección del patrimonio histórico y activista en defensa del patrimonio agrario– ha tenido y tiene una participación significativa en el proceso de reconocimiento del patrimonio agrario como bien cultural y configura una referencia obligada en el tema. Sus aportes han abonado tanto en términos argumentales a la construcción y soporte del concepto teórico, como respecto a las sugerencias normativas vigentes para detonar el proceso de reconocimiento formal. Estas bases se concentran en documentos de producción colectiva como la Carta de Baeza sobre Patrimonio Agrario (2013), y el Protocolo para su actualización y aplicación en el ámbito internacional (2023)[1], claves para la unificación de criterios y realización de gestiones simultáneas en la UNESCO y la FAO.
Más conocido como Pepe Castillo en su territorio, el entrevistado puede ofrecer de primera mano algunos datos sobre la evolución de un proceso que no deja de crecer en redes, y que en su camino fue congregando a distintos actores con anclaje en diversas áreas institucionales y de conocimiento, y que comparten actividades de difusión y luchas que trascienden la Vega de Granada. Esta conversación, luego de una breve contextualización del proceso, se focaliza en ciertos ejes de especial interés para la arquitectura y el urbanismo como los desafíos desde la planificación urbana y las particularidades según el contexto, el rol del Estado en la protección del patrimonio agrario, o su potencial para el desarrollo local y regional en términos de turismo cultural, y fundamentalmente en los riesgos que la traducción del concepto puede implicar, ya que los bienes patrimoniales no pueden ser entendidos por separado de la construcción cultural del territorio.
En una entrevista previa en la ciudad de Granada (España), José presenta el concepto de patrimonio agrario como una herramienta clave para la planificación urbana en las ciudades contemporáneas dado que permite “acabar con la idea de que lo agrario es rural y de gente pobre, y allí se queda, y que lo urbano es susceptible de urbanizar” (Comunicación personal, 26 de octubre del 2023). Su mirada de la cultura agraria desde la historia, aporta también la consideración de las dimensiones sociopolíticas del contexto. Por ende, sus opiniones respecto a la posibilidad de aplicar el instrumento desde la planificación para el fortalecimiento de territorios como el nuestro y el estímulo a procesos de reterritorialización podría ser de gran utilidad.
Laura Ciarniello: ¿Cuáles son las principales motivaciones que desenlazan en el trabajo de delimitación del patrimonio agrario para su reconocimiento formal como bien cultural? ¿Qué impactos se espera que ese reconocimiento tenga en los territorios, tanto en lo simbólico como en lo concreto?
José Castillo Ruiz: La elaboración del concepto de patrimonio agrario surge de forma muy concreta a raíz de mi implicación personal, y la de muchos otros compañeros, en el movimiento ciudadano de defensa de la Vega de Granada. En este movimiento constatamos que, a pesar de los numerosos argumentos y acercamientos, que se utilizaban en defensa de la Vega (alimentarios, territoriales, ambientales, etc.) faltaba uno que, en el caso de la Vega de Granada, me parecía fundamental, su fundamentación histórica. Es decir, el hecho de que la actividad agraria que estábamos defendiendo en este territorio llevaba realizándose de forma más o menos semejante desde hace más de 1000 años, desde la época de dominio islámico de la ciudad. Esta profundidad histórica, cultural, en definitiva, de las prácticas agrarias de la Vega de Granada ponían de manifiesto que, al margen de los numerosos valores y beneficios que actualmente ofrecía la actividad agraria en ella, constituía un patrimonio cultural tan relevante como cualquier otra creación artística o científica del hombre. Para nosotros, para mí muy especialmente, la agricultura, y las demás actividades agrarias, son indiscutiblemente cultura y, por tanto, debían ser patrimonio cultural.
Pero este reconocimiento como patrimonio cultural no obedecía simplemente a una cuestión científico-técnica para abordar más adecuadamente la actuación sobre estos espacios agrarios históricos, que también lo es, sino que, ante todo, era una estrategia para conseguir el justo y merecido reconocimiento hacia una actividad, la agraria, que desgraciadamente está muy desconsiderada y menospreciada a nivel general, reconocimiento extensible hacia todas las gentes del campo, especialmente los más pobres y desfavorecidos como los jornaleros, los pastores y, sobre todo a ellas, las mujeres, siempre tan invisibilizadas en este ámbito. No oculto tampoco una pulsión personal: que yo haya nacido en una familia de agricultores y que, durante muchos años, haya vivido en unas condiciones de gran precariedad, desde luego ha influido en mi propósito de devolverle al campo toda la dignidad que se merece, sobre todo, después de comprobar el desdén, cuando no lástima, con los que eran observados mis orígenes agrarios en el mundo universitario.
El impacto que esperamos conseguir con el patrimonio agrario es mucho y muy necesario, como es el de disponer de un instrumento poderoso que evite la pérdida o destrucción de una serie de prácticas, saberes, conocimientos y bienes agrarios históricos y tradicionales que son tan importantes para la humanidad, ya que además de los valores históricos y culturales que poseen, se vinculan con algunas de las aspiraciones y necesidades humanas más importantes en la actualidad como la soberanía alimentaria, la lucha contra el hambre, el desarrollo sostenible, la lucha contra el cambio climático o la conservación de la biodiversidad cultural y biológica.
LC: Nos gustaría que profundizaras un poco más en el proceso de construcción de un nuevo concepto como bien cultural. Además, si bien el protocolo para su aplicación (2023) convida a que los diferentes países reconozcan en su legislación al patrimonio agrario, quisiéramos preguntarte ¿cuáles serían, a tu criterio, los principales pasos a seguir? y, ¿cómo se puede contribuir a ello desde los espacios académicos y lo disciplinar en especial?
JCR: El proceso a seguir para la implantación del concepto de patrimonio agrario debe ser diverso y a diferentes niveles e instancias. Hay una parte institucional y política muy importante, tanto a nivel nacional como internacional ya que, por ejemplo, el reconocimiento del patrimonio agrario por parte de la UNESCO permitiría que los diferentes países trasladaran a sus legislaciones o prácticas administrativas patrimoniales dichos documentos. Y de ahí al resto de normativas, incluida la urbanística, donde la capacidad de actuación es mucha, estableciendo, por ejemplo, unas directrices de ordenación acordes con los valores de los espacios agrarios. Especialmente relevante es el mundo académico y científico, ya que a través de los trabajos de identificación, catalogación y caracterización que se pueden ir realizando de los bienes agrarios existentes en los diferentes territorios se va formalizando y visualizando dicho patrimonio, al margen del importante efecto de concienciación que eso supone. Y finalmente la ciudadanía, a la que yo otorgo un papel fundamental. Una ciudadanía, que entiende de valores de su tierra, pero no de conceptos ni legislaciones, por lo que en ese proceso de aprendizaje mutuo, nosotros podemos extraer de los valores que ellos reconocen en sus prácticas y bienes agrarios los procedimientos patrimoniales para conseguir su conservación y mantenimiento.
LC: Entendemos que en torno a esta puesta en valor y reconocimiento del mundo agrario se viene dando un gran trabajo interdisciplinario e intersectorial, tal como se ve en el libro El patrimonio agrario: La construcción cultural del territorio a través de la actividad agraria (Castillo Ruiz y Martínez Yáñez, 2015). Nos interesa saber desde la planificación urbana, ¿cómo se involucran investigadores o áreas estatales de competencia en la materia?, ¿podrías señalar algunas de las dimensiones que se consideran al momento de pensar lo agrario desde el diseño de las ciudades?
JCR: El concepto de patrimonio agrario tiene en su incidencia sobre las ciudades, sobre el entendimiento y diseño de estas, precisamente uno de sus efectos más importantes. Hasta ahora lo agrario era lo rural o, más bien, lo no urbano o lo casi antiurbano, de ahí la remisión de la actividad agraria al suelo rústico y no al suelo urbano. Frente a esta posición, el patrimonio agrario reconoce prácticas y espacios agrarios de valor allí donde estos existan con independencia de su consideración rural o urbana. Este hecho es especialmente relevante, ya que la inmensa mayoría de ciudades del mundo han ido extendiéndose sobre los espacios agrarios que originaria e históricamente formaban su entorno, de ahí que en muchas de ellas aún persistan vestigios de ese pasado agrario. Espacios agrarios que, como sucede en las ciudades del Mediterráneo en España, son parte de un complejo sistema agrario, el cual aún persiste, por lo que su protección no sería la de un espacio aislado y descontextualizado que existe en la ciudad sino la persistencia (la resistencia) en ella de un poderoso sistema histórico de producción de carácter territorial. Y, además, esta consideración territorial de lo agrario (superador de lo rural y urbano) permitiría disponer de un instrumento muy adecuado e importante para la consecución de uno de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) establecidos por la ONU, el 11, esto es, lograr que las ciudades sean más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles.
LC: Considerando que en algunos territorios como los de la región central de Argentina, el modelo dominante agroexportador ha arrasado brutalmente con las prácticas agrarias tradicionales –o al menos con sus huellas más visibles–, ¿se te ocurre cómo plantar memoria y apelar a la recuperación del mundo agrario en sitios así? ¿a qué bienes y lugares físicos se puede recurrir?
JCR: El patrimonio agrario surge precisamente para evitar que la agricultura intensiva e industrializada, la agroindustria, como vosotros la llamáis, pueda devorar las valiosísimas prácticas y saberes agrarios históricos y tradicionales. Pero lo maravilloso del patrimonio agrario es que, aunque necesita a la tierra para su desarrollo, persiste refugiado, latente, en la memoria de sus habitantes e incluso, muchas veces, en sus casas en forma de semillas. Por eso, siempre existirá la posibilidad, aunque sea exiliándose en otros territorios cercanos y no contaminados por la agroindustria, de volver a activar unas prácticas agrarias, unos cultivos que quizás no podrán luchar económicamente contra los industriales, pero que sí podrán hacerlo en el campo de los valores y de las aportaciones al bienestar de la humanidad, donde la victoria será segura.
LC: En esos escenarios surgen iniciativas que introducen las prácticas agrarias como alternativa de subsistencia en los centros urbanos como es el caso del Programa de Agricultura Urbana de Rosario, cuyos objetivos iniciales son distintos a los que movilizan la consolidación del patrimonio agrario, e incluso en ocasiones existen fricciones entre ellos. ¿Crees que es posible encontrar puntos de convergencia entre estas iniciativas y las que se orientan desde la perspectiva del patrimonio agrario?
JCR: Como te anticipaba en mi respuesta anterior, una de las cosas más lindas del patrimonio agrario es que este, aunque vinculado de forma importantísima a un territorio, porque aquí se ha conformado la cultura y la sociedad que lo generó, pertenece ante todo a las personas (campesinos, pastores, recolectores, etc.) que lo hicieron posible, por lo que me parece totalmente legítimo que, si estas personas han sido expulsadas de sus territorios, se lleven consigo las pociones mágicas que le permitirán construir otro territorio, otro hogar, en cualquier otro lugar del mundo en el que puedan volver a ser quienes fueron, volver a desarrollarse como personas y como comunidad. Uno de los valores más importantes del patrimonio agrario es que es un bien igualitario y universal en el sentido de que las prácticas históricas y tradicionales son muy semejantes en cualquier parte del mundo, por lo que si se trasladan a otro lugar esto no generaría ningún conflicto significativo con la población local (como, quizás, sí podría surgir con la religión, la lengua o algunas costumbres) más allá de las cuestiones climatológicas y la dependencia que eso impone respecto a los cultivos a utilizar. No es de extrañar, en este sentido, que en todos los relatos distópicos sobre las sociedades del futuro que tanto abundan ahora, especialmente en el campo audiovisual, el cultivo de los alimentos desempeñe un papel crucial tanto en la supervivencia como en la construcción de los valores de las nuevas sociedades.
LC: Desde el protocolo se apunta a la puesta en valor y el disfrute de los bienes patrimoniales agrarios desde el turismo responsable, justo y equitativo. Sin embargo, de acuerdo con Celia Martínez Yáñez (2022), la relación entre la protección del patrimonio histórico y el desarrollo turístico constituye un punto de conflicto. ¿Cuáles consideras que son los cuidados que se deben tener en ese sentido y particularmente respecto a los bienes patrimoniales agrarios?, ¿podrías comentarnos como se espera que sea ese desarrollo turístico?
JCR: Las posibilidades de desarrollo turístico en torno al patrimonio agrario son bastantes, aunque encierran mucha complejidad y dificultad. Por varias razones. Al margen de las experiencias basadas en la realización por parte del turista de prácticas agrarias junto con los agricultores (recogida de productos, cuidado de animales, convivencia con los campesinos, etc.), la mayoría de los visitantes van buscando en los espacios agrarios emociones parecidas al resto de atracciones turísticas, es decir, singularidad, espectacularidad, valores estéticos, etc. lo que traslada una idea muy superficial y esteticista de lo agrario que no reconoce sus verdaderos valores. Otra cuestión es la fragilidad de los espacios agrarios, lo que hace casi imposible poder transitar de forma masiva por ellos sin producir daños en los cultivos o sin alterar a los animales de una determinada explotación ganadera. A ello hay que añadir el aumento de robos o de recogida de productos como recuerdo por parte de los turistas, lo cual lleva a los agricultores a vallar sus propiedades o impedir las visitas turísticas. Más interesante me parece la posibilidad de que el patrimonio agrario se vincule al turismo de una determinada ciudad o territorio proveyendo de alimentos y productos locales y sostenibles, porque otorgan a la experiencia turística un mayor grado de autenticidad y permiten sobrevivir a la agricultura local tradicional sin necesidad de competir en los mercados internacionales.
Me interesa mucho el patrimonio agrario como objeto de disfrute del ciudadano local, especialmente en las grandes ciudades, ya que los espacios agrarios tienen unas posibilidades de disfrute mucho mayores que, por ejemplo, los jardines o los espacios naturales. En primer lugar, porque ofrece una experiencia cambiante, variable, y por tanto más rica y diversa, según no sólo la estación del año, sino prácticamente cada semana o cada día, ya que el paisaje va cambiando según van creciendo los cultivos o se desarrollan sobre ellos las diferentes actividades de manejo. Y, en segundo lugar, porque contemplamos, y participamos de ella, una actividad productiva y de grandes beneficios ambientales, sociales y económicos para la humanidad.
LC: Nos gustaría que amplíes un poco la siguiente afirmación profundizando en la responsabilidad estatal:
La imprescindible y necesaria implicación de las administraciones que gestionan de forma general el tipo de objetos susceptibles de protección no debe eludir la responsabilidad principal y prevalente de la administración de cultura, ya que sólo así podrá actuarse en esos bienes no en función de su condición agrícola, educativa o defensiva sino cultural, que es la que motiva su consideración patrimonial (Castillo Ruiz, 2021, p. 33).
JCR: Ese párrafo tiene que ver con la defensa que hago del patrimonio cultural, y de los instrumentos y administraciones competentes para ello, para articular todo lo necesario para desarrollar la actividad agraria de un determinado lugar. Existe una total incomprensión y, a veces rechazo, de que desde el ámbito del patrimonio cultural se puedan afrontar políticas de desarrollo (agrario o de otro tipo) en un determinado lugar. Y eso no está justificado. Cuando un determinado espacio se declara patrimonio agrario, por ejemplo a través de la tipología de paisaje cultural, se activan todos los mecanismos existentes en el territorio para desarrollar sus diferentes funciones (agrícolas, medioambientales, urbanísticos, turísticos, etc.) con la novedad, con la importante novedad, de que todos esos instrumentos estarán coordinados y gestionados desde el ámbito (desde la administración y la legislación) que justifica la valoración de dicho espacio, el del patrimonio cultural. Desde mediados del siglo XX existen conceptos totalmente asumidos por el patrimonio cultural como el de conservación integrada, que lo que defiende es precisamente la articulación en torno a la cultura de todos los instrumentos de ordenación y activación de un territorio.
En esta incomprensión o dudas sobre el papel del patrimonio cultural en lo agrario subyace algo más profundo, de mayor calado, como es una falta de reconocimiento de la importancia que, de forma general, tiene la cultura para la humanidad y su capacidad para generar un mundo más justo y sostenible. No es de extrañar en este sentido que la cultura no se incluyera como uno de los ODS de la ONU, lo que pone de manifiesto la dificultad que tienen las sociedades, más bien los Estados, para aceptar la diversidad cultural más allá de una cierta corrección política o el reconocimiento efectivo de los derechos culturales. A esto hay que unir el mantenimiento de una mentalidad tradicional sobre el papel de la cultura en el desarrollo en el que predominan posiciones paternalistas y asistencialistas que consideran que las necesidades culturales son superfluas, prescindibles o un lujo. Que sea la agricultura y no la cultura, como tantas veces injusta y erróneamente se proclama, la que se ocupe de reconocer, conservar y proteger los espacios agrarios históricos y tradicionales no es más que otra manifestación de esa desconsideración de la cultura como poderoso instrumento para conseguir una humanidad mejor.
LC: De cara al futuro ¿en qué crees que se avanzó desde la elaboración de la Carta de Baeza y, más aún, desde la publicación del Protocolo para su aplicación en el ámbito internacional? ¿Cuáles consideras que son los desafíos pendientes?
JCR: El principal logro que se ha conseguido con la publicación de la Carta de Baeza, con la elaboración del concepto de patrimonio agrario, ha sido la asimilación, la toma de conciencia, al menos en el ámbito científico y administrativo, de que los bienes agrarios históricos y tradicionales merecen considerarse como patrimonio cultural, es decir, que la agricultura es cultura. Pero obviamente los retos futuros son muchos y de gran complejidad, especialmente dos: el primero, trasladar al ámbito legal este concepto, estableciendo un sistema de protección efectivo y adecuado sobre los bienes agrarios en todos los países y, en segundo lugar, proceder a reconocer y declarar bienes agrarios concretos como patrimonio cultural, ya que solo así conseguiremos detener las graves amenazas y peligros que se ciernen sobre estos espacios, prácticas y conocimientos. Todo ello al margen del gran reto, común al resto de patrimonio cultural, el de concienciar a la ciudadanía de que la declaración de un determinado territorio o de unas prácticas agrarias no es más que un poderoso instrumento que disponemos la sociedad para salvar unos bienes que nos proporcionan alimentos, solidaridad, salud… es decir, cultura.
Agradecimientos
A Pepe, por la generosidad y predisposición para compartir su tiempo y sus conocimientos. Y a las instituciones que hicieron factible el vínculo con la UGR, el Ministerio de Producción, Ciencia y Tecnología y el Ministerio de Igualdad, Género y Diversidad de la Provincia de Santa Fe, y la Universidad Nacional de Rosario.
Referencias bibliográficas:
Castillo Ruiz, J. (Dir.). (2013). Carta de Baeza sobre patrimonio agrario. Sevilla, España: Universidad Internacional de Andalucía.
Castillo Ruiz, J. (2021). El patrimonio cultural podría estar en peligro y los responsables son la memoria, la salvaguardia, la comunidad y el paisaje cultural (además del turismo, claro). Erph. Revista electrónica de Patrimonio Histórico, 28, 3–38. Recuperado de: https://doi.org/10.30827/erph.vi28.21530
Castillo Ruiz, J., Martínez Yáñez, C. y Ortega Ruiz, A. (2023). La Carta de Baeza sobre Patrimonio Agrario: Protocolo para su actualización y aplicación en el ámbito internacional. Sevilla, España: Universidad Internacional de Andalucía.
Castillo Ruiz, J. y Martínez Yáñez, C. (Coords.). (2015). El Patrimonio Agrario. La construcción cultural del territorio a través de la actividad agraria. Sevilla, España: Universidad Internacional de Andalucía.
Martínez Yáñez, C. (2022). Turismo cultural responsable y sostenible. Ambienta, 32, 40-47.
Notas
Notas de autor
Roles de autoría*: 4.
jcastill@ugr.es
Roles de autoría*: 6; 8; 10.
ORCID: 0009-0000-1193-4907
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CÓMO
CITAR: Castillo
Ruiz, J. y Ciarniello, L. (2024). Patrimonio agrario y planificación urbana. A&P
Continuidad, 11(20), doi: https://doi.org/10.35305/23626097v11i20.436
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