Dossier temático

La emergencia de los arquitectos como investigadores profesionales en estudios urbanos. Algunas hipótesis de trabajo

The emergence of architects as professional researchers in urban studies. Some working hypotheses

Alicia Novick (*)
Universidad Nacional de General Sarmiento, Argentina
Guillermina Zanzottera (**)
Universidad de Buenos Aires, Argentina

A&P continuidad

Universidad Nacional de Rosario, Argentina

ISSN: 2362-6097

ISSN-e: 2362-6089

Periodicidad: Semestral

vol. 6, núm. 11, 2019

aypcontinuidad01@gmail.com

Recepción: 18 Julio 2019

Aprobación: 11 Noviembre 2019



DOI: https://doi.org/10.35305/23626097v6i11.229

CÓMO CITAR: Novick, A., & Zanzottera, G. (2019). La emergencia de los arquitectos como investigadores profesionales en estudios urbanos. A&P Continuidad, 6(11), 60-69. https://doi.org/10.35305/23626097v6i11.229

Resumen: En los años sesenta, los arquitectos fueron sumando competencias dentro del planeamiento urbano, adoptando muchas de las perspectivas de análisis de las disciplinas que se disputaban el mercado de la formulación de planes y los estudios diagnósticos de la ciudad, mediante las cuales se transformaron en investigadores profesionales en temas urbanos, objeto central de este artículo. En Argentina, la creación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y las políticas universitarias de promoción de la investigación, con becas y subsidios aseguraron las condiciones de posibilidad. Para dar cuenta de la problemática, metodológicamente, se recurrió a restituir tres trayectorias académicas, las de Patricio Randle (1927-2016), César Vapñarsky (1929-2003) y Horacio Torres (1932-2000) que se formaron en el extranjero, donde se especializaron en geografía histórica, demografía y modelos matemáticos respectivamente. De este modo, legitimaron su rol como expertos dentro de las redes de estudios urbanos, en un momento de confianza en la planificación. Más tarde, sin embargo, esta entró en crisis con la sociología urbana, la teoría de la dependencia y la militancia radicalizada.

Palabras clave: planificación urbana, profesionalización de la investigación académica, arquitectura moderna.

Abstract: In the sixties, architects acquired urban planning competencies by embracing many of the analysis perspectives from disciplines that disputed the market of plan formulations and diagnostic studies of the city by means of which they became professional researchers on urban issues. This is the central object of our article. In Argentina, the creation of the National Council for Scientific and Technical Research (CONICET) along with the university policies for promoting research through scholarships and grants, guaranteed the conditions for making it possible. From a methodological approach to this issue, the academic careers of Patricio Randle (1927-2016), César Vapñarsky (1929-2003), and Horacio Torres (1932-2000) are addressed. They were trained abroad and specialized in historical geography, demography, and mathematical models respectively. This legitimized their role as experts within the urban study networks at a time of confidence in planning which, in turn, was later challenged by urban sociology, dependency theory, and radicalized militancy.

Keywords: urban planning, professionalization of academic research, Modern Architecture.

Introducción

En el marco de la reorganización estatal desarrollista, los arquitectos fueron sumando competencias dentro de una agenda ampliada. El planeamiento urbano, la vivienda económica, las tecnologías constructivas y los procesos de diseño fueron algunos de los temas que se construyeron en sus objetos de investigación, para lo cual se operó un desplazamiento desde la especificidad proyectual de la arquitectura hacia saberes y metodologías de otras disciplinas. En el campo de la planificación territorial, los arquitectos se transformaron en investigadores adoptando muchas de las perspectivas de análisis de la sociología, la economía o la geografía. En Argentina, ese perfil se consagró in toto con la creación de la Comisión de Hábitat del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y las políticas universitarias de promoción de la investigación que se instauran luego del regreso de la democracia de 1983. No obstante, fue en las décadas precedentes cuando muchos arquitectos se fueron transformando en investigadores profesionales en temas urbanos, objeto central de este artículo.

Los alcances de la profesionalización de las disciplinas, el rol de los expertos, así como el oficio de investigador en relación con el Estado fueron examinados por una amplia bibliografía que recorrió desde los tradicionales esquemas de la sociología de las profesiones a los “mundos sociales” propuestos por Becker y Pessin (2006). Ahora bien ¿cómo examinar la emergencia del arquitecto investigador en Argentina? Para dar cuenta de los avatares de la arquitectura de los años sesenta, Rigotti y Monti (2018) propusieron las figuras del profesional, el experto y el vanguardista, con muchas aristas en común con las distinciones entre expertos e intelectuales efectuadas por Plotkin y Neiburg (2004) y con las de expertos, académicos y tecnócratas elaboradas por Vommaro y Morresi (2011). Sin embargo, no es difícil percibir las fronteras porosas que se dirimen entre ellas, tributarias de cambiantes contextos y temporalidades de actuación.

La figura del experto, por ejemplo, no es totalmente novedosa entre los arquitectos pues se configura en las primeras décadas del siglo XX cuando incorporan las problemáticas de la vivienda y el urbanismo a su radio de acción. Desde ahí, se consagran en su rol de especialistas externos invitados a incorporar su saber en los procesos de planificación y transformación del territorio, como fue el caso de los urbanistas contratados por municipios y estados nacionales, que viajan de una ciudad a otra, en una modalidad que se termina de consagrar con el desplazamiento del urbanismo a la planificación territorial en los años de la segunda posguerra. Para ser experto se requería de especialización académica, o de experiencia, a los efectos de dar opinión fundada para incidir en los procesos de toma de decisiones públicas. Ese rol difiere tanto del profesional liberal como del funcionario –o del tecnócrata en términos de Morresi y Vommaro– propio de los arquitectos de los departamentos técnicos estatales.

En Argentina, en los tempranos años sesenta, junto con la valorización de las ciencias y las tecnologías como insumo para el desarrollo, se fue delineando el perfil de los arquitectos-investigadores dentro del amplio campo de la expertise en asuntos de la ciudad. El rol del conocimiento, así como el compromiso personal con la acción, se presentaron como instrumentos para promover transformaciones estructurales que requerían la arquitectura, la ciudad, la sociedad y la política. En las vísperas de la década de 1970, con la dilución de la confianza en la planificación y en el experto, se fueron gestando las posiciones críticas a cargo de los vanguardistas, esa suerte de intelectuales –orgánicos o críticos según los casos– que ponían en cuestión los valores instituidos para promover lo que no estaba antes. El recorrido de centros de estudios urbanos como el Instituto de Planeamiento Regional y Urbano del Litoral (IPRUL) y el Centro de Estudios Urbanos y Regionales (CEUR), estudiados por Monti (2013, 2015) son ilustrativos de esos cambios.

En ese marco problemático analizamos las trayectorias de tres arquitectos-investigadores. Se trata de Patricio Randle (1927-2016), César Vapñarsky (1929-2003) y Horacio Torres (1932-2000) que tuvieron un interesante desarrollo profesional en los sesenta. Vapñarsky y Torres fueron examinados por investigaciones específicas (Domínguez Roca, 2010; Abba y otros, 2011) en tanto Randle fue mencionado por quienes revisan las políticas de ciencia durante las dictaduras (Cicalese, 2009; Gárgano et al. 2015; Cersósimo, 2014). Con anterioridad, estudiamos sus cartografías (Favelukes, Novick y Zanzottera, 2016) y formulamos hipótesis preliminares acerca de sus estatutos de investigadores (Novick, Favelukes y Zanzottera, 2018) que nos proponemos profundizar en esta instancia1. Cabe señalar que si bien sus perfiles son heterogéneos, todos ellos se incorporaron al CONICET –creado en 1958– en un contexto de institucionalización de la investigación científica. Sus geografías formativas –noción propuesta por Monti (2017)– resultan de becas para estudios en el extranjero, donde conocieron los debates internacionales que modelaron sus trayectorias, y se fueron aproximando a campos disciplinares diferentes al de la arquitectura y que contribuyeron a legitimar su saber científico. En ese ámbito, se inscriben las opciones por la geografía histórica de Randle, por la demografía y la sociología de Vapñarsky y por los mapas sociales de base cuantitativa de Torres, que les aseguró su estatuto de investigadores y los alejó de la actividad proyectual propia de los arquitectos. Metodológicamente, optamos por reconstituir sus itinerarios académicos que, a diferencia de las biografías, dan cuenta de los recorridos individuales y de lo que se juega por detrás de sus luchas de posicionamiento, identificando los hilos y actores, que se cruzan entre ellos y los sistemas en los cuales se desarrolla su acción.

El artículo se organiza en cinco apartados. En primer lugar, revisamos el contexto institucional de la profesionalización de la investigación académica, luego presentamos la trayectoria de cada uno de los tres arquitectos para, finalmente, plantear algunas hipótesis de trabajo acerca del rol de investigador profesional en temas urbanos, iluminando algunas de las ambigüedades e incertidumbres que lo atraviesan.

Notas sobre la investigación científica

Desde fines de los años cuarenta se observa un proceso de valorización e institucionalización de la ciencia en la Argentina, en consonancia con un contexto internacional que operó como condición de posibilidad para la emergencia del investigador profesional (Hurtado, 2006 y Gárgano, 2015). Las universidades nacionales, gratuitas desde 1949, se reorganizaban con nuevas facultades que, junto con la ampliación del número de estudiantes, tendían a fortalecer las actividades científicas. La creación de institutos, las becas, los premios, así como la expansión del sistema de dedicación exclusiva apuntaron a formar recursos humanos para el desarrollo y la innovación (Bekerman, 2016; Vasen, 2013; Hurtado y Busala, 2006; Buchbinder, 2005). En ese clima, en 1951 se creó la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y el Consejo Nacional de Investigaciones Técnicas y Científicas (CONITYC) de muy breve trayectoria, y que fue antecedente del CONICET, constituido en 1958. Si bien muchas de estas iniciativas se gestaron durante el peronismo, a partir de 1955 se pusieron en marcha una multiplicidad de programas y organismos de promoción científica para el desarrollo como el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) en 1956, el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) en 1957, la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE) y el Consejo Nacional de Desarrollo (CONADE) de 1961.

En un primer momento, al igual que el Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) francés, el CONICET financiaba investigaciones y becas, pero con el establecimiento de la Carrera de Investigador Científico en 1961 y la del Personal de Apoyo en 1965, se dota de personal propio. En ese sentido, su creación suscitó la disminución de recursos para investigación en las universidades e inició una larga historia de colaboraciones y tensiones con un CONICET que apuntaba a integrar una red de institutos, creando nuevos y fortaleciendo los existentes. Esa política tuvo un fuerte impulso a partir del 1965, lo que posibilitó que el Consejo pase de contar con siete institutos en 1970 a cuarenta y ocho en 1975 (Atrio, 2006). Inicialmente, las disciplinas dominantes fueron la Medicina y la Química, pero en 1961 se comenzaron a otorgar becas y financiamiento en Ciencias Humanas y Sociales, con temas como el patrimonio, la historia de la arquitectura, las tecnologías, la vivienda social y los estudios urbanos.

En particular, los temas de la ciudad tuvieron un rol destacado en las agendas del desarrollo de una serie de organismos regionales como la CEPAL y el Banco Interamericano de Desarrollo –sobre todo a partir de la Alianza para el Progreso– a la par que fundaciones transnacionales como la Ford o la Rockefeller, entregaban subsidios a universidades y otros organismos para financiar becas y proyectos. Estos fueron muy cuestionados en el clima del antimperialismo y la efervescencia política de fines de los sesenta (Diez, 2009; Gil, 2011), cuando se transitaba desde la confianza en la modernización y la integración social a las críticas del marxismo, la teoría de la dependencia y los nacionalismos que ponían en crisis el ideario desarrollista (Trindade, 2007; Diez, 2009). En ese contexto, junto con los arquitectos militantes en el hábitat popular, se opera un desplazamiento desde el perfil del experto al intelectual crítico de la “ciudad de la teoría” (Hall, 1992; Topalov, 2013).

Estos dilemas contextuales atraviesan las trayectorias de los tres protagonistas de nuestro estudio.

Randle: evolución, geografía y derecha católica

Patricio Randle se graduó como arquitecto de la UBA en 1949 y desarrolló una primera etapa de viajes de estudio financiados por el Instituto de Cultura Hispánica y el gobierno francés. Este instituto tuvo un rol relevante en la política exterior del aislado régimen franquista, porque buscaba reforzar sus lazos con los países hispanoamericanos a través de una política de becas y convenios (Cañelas Mas, 2014). En 1957 ingresó a la docencia universitaria, se integró al Instituto Superior de Urbanismo (ISU), y se desempeñó como ayudante en la asignatura de “Evolución de las Aglomeraciones Urbanas” que dictaba Jorge Arancibia en el Curso Superior de Urbanismo.

Hacia los inicios de la décadas de 1960, colaboró también en la Oficina del Plan Regulador de Buenos Aires y obtuvo dos becas de organismos públicos en el marco de los subsidios para la investigación otorgados por la Fundación Ford. En 1960, la beca UBA se centró en el proceso evolutivo de las aglomeraciones en América colonial y la Argentina. En 1961-62 recibió una beca externa CONICET con sede en el Departamento de Planeamiento Urbano de la Universidad de Londres, donde trabajó en el análisis del hecho histórico-geográfico y su aplicación en planeamiento, bajo la dirección de Lewis B. Keeble, figura clave del town planning británico (Legajo Randle, foja 68). Allí se formó en geografía histórica con Henry Darby, y a su regreso se vinculó con la Sociedad Geográfica Argentina (GAEA). Los resultados de ese estudio fueron publicados, con poco éxito en Geografía histórica y planeamiento de 1962. Como cierre de esa etapa, ingresó en 1962 a la Carrera del Investigador de CONICET, dedicándose de manera exclusiva a la investigación.

Los textos de esos años se centran en los estudios de evolución espacial, combinando los principios de la geografía histórica, los métodos de la evolución urbana de cuño francés –aprendida de Arancibia, titular del curso de “Evolución urbanística” y a su vez discípulo de Carlos María Della Paolera–, y los del survey británico en la línea del civic survey geddesiano (Fernández Agueda, 2016). Una abundante producción gráfica –elaborada por los equipos que dirigía– fue el eje de sus trabajos de análisis espacial y morfológico en el caso de Buenos Aires, publicado en el Boletín de GAEA en 1969 y en su libro La ciudad pampeana del mismo año, cuyo subtítulo era geografía histórica, geografía urbana, y reunía artículos publicados en Nuestra Arquitectura y en el Congreso de Americanistas de 1966. En esa orientación, articuló la noción de evolución urbanística y en particular la mirada desde el urbanismo / planeamiento (que en 1971 considera sinónimos), con las preguntas y métodos de la geografía histórica, que se condensan en su Atlas de la Pampa Anterior de 1972.

Su posición filosófico-ideológica, afín a la derecha católica tradicionalista, marcó sus elecciones conceptuales y bibliográficas, en tanto muchas de las críticas que efectuó a las posiciones intelectuales materialistas cuestionaban sus versiones sociológicas y, sobre todo, lo que a su juicio era el materialismo darwinista. En su argumentación, la noción de evolución urbanística se fundaba en el vitalismo bergsoniano y en la filosofía neovitalista de corte finalista. En correlato con esas posiciones arcaicas, desde su adscripción política, enfrenta el conflictivo clima de los años setenta tomando partido por los sectores más conservadores y autoritarios. A partir del golpe de 1976, Randle se vinculó decididamente con los círculos intelectuales de la derecha, que por esos años tuvieron una influencia decisiva en el Directorio de CONICET, promovidos por Roberto Brie, director de la revista Sociológica, de la que Randle participó en el Consejo de Redacción. En ese marco, fundó la Unidad de investigaciones Urbanas y Regionales (UNIUR), antecedente efímero de la fundación OIKOS, donde se canalizaron los fondos de los subsidios nacionales e internacionales adjudicados por el CONICET de la dictadura.

Vapñarsky: demografía y expertise en el diseño de los censos

Luego de graduarse como arquitecto, en 1955, Vapñarsky emprendió estudios de posgrado que no satisficieron sus expectativas (Vapñasky, 1997). Asistió entonces a los cursos de estudios sociológicos para graduados organizados por Gino Germani donde conoce a Rose K. Goldsen, socióloga de la Universidad de Cornell que será clave en su formación posterior. Esa temprana especialización le permitió en 1961 dar clases de Sociología Urbana en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y en la Universidad del Litoral en Rosario. En esos años fue Sociólogo Consultor del Plan Regulador Conjunto de La Plata y Ensenada (1961) realizado por el Grupo URBIS. Y, a partir del vínculos con Mario Robirosa, ingresó al IPRUL dirigido por Jorge E. Hardoy, ese promotor académico –según lo califica Monti (2015)– gestor de una importante red de redes, central en la trayectoria de la investigación urbana latinoamericana. En ese ámbito comenzó a vincular la sociología urbana, la geografía y la historia del “asentamiento humano”, problemáticas que, según su relato autobiográfico, atravesaron todas sus investigaciones (Vapñarsky, 1997).

Entre 1964 y 1974 recibió cuatro becas. La de Perfeccionamiento externo del CONICET y la de la Organización de Estados Americanos (OEA) le permitieron realizar un posgrado en sociología en Cornell, EE.UU, donde tomó cursos de metodología y técnicas de investigación social, matemáticas y ecología. Este viaje puede ponerse en diálogo con los desplazamientos hacia el mundo anglosajón, que incorporaban un nuevo modelo de investigación en planeamiento urbano en relación al papel de EE.UU. en la región (Monti, 2017). Bajo la dirección de Goldsen y la codirección de Allan G. Feldt –pionero en el análisis sistémico de problemas urbanos y urbanísticos– realizó una investigación centrada en los “sistemas de asentamientos” titulada “Rank-size distribution of cities in Argentina”, por la que obtiene en 1966 el título de Master en Sociología (Vapñarsky, 1969). La publicación de los resultados de ese estudio le otorgará el reconocimiento de la comunidad académica internacional (Smith, 1990). Su preocupación por establecer categorías adecuadas a los estudios sobre la urbanización, lo impulsan a realizar una revisión crítica del método y de los resultados censales que le permitió entrar en contacto con los responsables del INDEC, y se constituyó en una de las líneas de trabajo con la que lograría sus aportes más significativos (Lattes, 2004; Vapñarsky, 1968). Los vínculos con los demógrafos del Centro de Investigaciones Sociales (CIS) del Instituto Torcuato Di Tella (ITDT) y el estudio de las metodologías censales americanas orientaron su investigación doctoral sobre la definición censal de localidad. A partir de la obtención de dos becas en 1972 por parte de la Fulbright Commission y la John Simon Guggenheim Memorial Foundation viajó en primer término a Estados Unidos a entrevistarse con sus directores y, entre 1973 y 1974, visitó organismos e instituciones en América y Europa donde obtuvo los documentos para fundamentar su tesis Primary communities and agglomerations: a contributions for the determination of local units in population censuses, con la que consiguió el título de Doctor en Sociología en 1977 (Vapñasrky, 1979b, p. XII). En paralelo, obtuvo en 1972, por gestiones de Hardoy, un subsidio del Population Council para construir un Atlas de los centros urbanos argentinos entre 1870 y 1970. Aunque la investigación no llegó a completarse, publicó resultados parciales en 1979.

La inestabilidad institucional y el difícil ambiente universitario caracterizaron el panorama que encuentra a su regreso, en 1968, cuando la desarticulación del IPRUL, tributario de los cuestionamientos estudiantiles al financiamiento externo, el desmantelamiento del Departamento de Sociología de la UBA luego de la intervención universitaria, lo dejan sin espacio de inserción. Hardoy lo convoca a integrarse a la planta de investigadores del CEUR, que desde 1967 operaba en el Instituto Torcuato Di Tella. Allí, radicó sus investigaciones, y desarrolló su actividad docente dentro del Programa de Formación de Investigadores en Desarrollo Urbano y Regional. Luego del golpe de Estado, entre 1976 y 1977, con Hardoy en el exilio, asumió como Director del CEUR, cuando el Centro dejaba de pertenecer al Di Tella y se autonomizaba. Seguramente su buena relación con los geógrafos de GAEA, influyó para que pudiera asumir el cargo.

Durante los años de la dictadura, se desempeñó como docente en la Universidad de Belgrano y entre 1976 y 1979, fue el responsable en Argentina de un estudio que tenía como eje varios países, financiado por el International Institute for Environment and Development (IIED) y coordinado por Hardoy desde Londres, que sumaba nuevos nodos a su red de vínculos internacionales. De ese trabajo, centrado en el rol de los asentamientos medianos en el desarrollo socioeconómico, derivaron las publicaciones que realizó junto a Mabel Manzanal en los años ochenta sobre el Alto Valle de Río Negro, que se transformará en su laboratorio y refugio.

Luego del restablecimiento de la democracia concursó como profesor de Geografía urbana en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. En 1985 –quince años después de haber realizado la solicitud– ingresó como investigador al CONICET, en el marco de la nueva Comisión de Hábitat, con sede de trabajo en el CEUR, que en los años noventa se trasladó al Instituto de Geografía de la UBA. Desde mediados de 1986 un convenio entre el INDEC y el CONICET le permitió, finalmente, transferir su experiencia de investigador profesional en torno a la noción de asentamiento y la definición de la localidad, operando como un experto en el diseño de los procedimientos que se utilizaron en el censo de 1991.

Torres: modelos matemáticos, informática y mapas sociales

Luego de su graduación en 1959, y al igual que Vapñarsky, Torres participó en los ámbitos donde se debatían los alcances de la planificación mientras se formaban en ciencias sociales. Asistió a los Cursos de Formación Docente dictados por Hardoy, Sacriste y Bullrich (1959-60), a los Seminarios de Sociología para “graduados de otras disciplinas” dictados por Gino Germani (1961-1963) y a las reuniones que, en torno de los problemas del hábitat, se desarrollaban bajo la coordinación de Francisco García Vázquez. Simultáneamente, se desempeñaba en el equipo de Sociología de la Organización del Plan Regulador (1963-1967), cuyos multitudinarios grupos –donde también actuó Patricio Randle– fueron un importante espacio de formación para estudiantes y jóvenes arquitectos. Fue docente en varias cátedras de la UBA entre 1959 y 1966, fecha de su renuncia, luego de La Noche de los Bastones largos. Como resultado de las experiencias de esa primera década publicó Déficit Habitacional y Tendencias Ecológicas (Goldemberg, Fisherman y Torres, 1967).

Entre 1967 y 1970 cursó posgrados en Inglaterra gracias a una beca del British Council que le permitió profundizar el estudio de las relaciones entre transporte, uso del suelo y localización residencial mediante los métodos de análisis estadístico. Allí realizó la Especialización en Urban Plannig, dentro de la Architectural Association, Department of Planning and Urban Desig, obteniendo el Full Postgraduate Diplome in Urban Plannig con el trabajo “Accesibility and Residential Location”. Luego de terminar el posgrado, entre 1968 y 1970 realizó seminarios de especialización sobre informática aplicada en la London School of Economics de la Universidad de Londres y en la Universidad de Cambridge, donde publicó su tesis de especialización. Esa formación inicial signó la trayectoria académica de Torres, con un fuerte énfasis en la elaboración de mapas sociales, donde se articulaban los datos censales y las bases territoriales mediante los procedimientos informáticos.

A su regreso a Buenos Aires, fue jefe del equipo de investigación del ente constituido para el Plan de Renovación Urbana de la zona sur de Buenos Aires, en cuyo informe final participó aplicando los modelos matemáticos aprendidos en Londres. En julio de 1971 dejó su cargo municipal, para ingresar a la Carrera de investigador de CONICET bajo la dirección de Hardoy, con sede en el CEUR. Cabe recordar que la gran mayoría de los investigadores de ese centro, como vimos en Vapñarsky, y como lo muestra Monti (2017), habían efectuado estudios en el exterior, en particular en Estados Unidos. No obstante, aunque las bases del aprendizaje internacional de Torres fueron anglosajonas, su experiencia particular con modelos matemáticos entró en colisión con el clima crítico de los años setenta, que cuestionaba tanto los presupuestos ecológicos que fundaban sus interpretaciones, como los procedimientos y las cartografías resultantes.

Esas incertidumbres, propias de momentos de cambio paradigmático, se pusieron de manifiesto en tres textos de este ciclo (Schteingart y Torres 1973a; 1973b y Torres, 1978) cuyos análisis dan cuenta de los diálogos explícitos e implícitos y de las tensiones que se dirimen entre sus interrogantes personales, tributarios de su formación y el antiespacialismo que resultaba de las interpretaciones contemporáneas de la sociología urbana. Los textos con Scheingart, publicados en la compilación de Castells y en Desarrollo Económico trataban sobre centralidades en ciudades latinoamericanas, no obstante, los de su propia autoría, pusieron el foco en los mapas sociales, leiv motiv de su producción, cuyos fundamentos se explicaban en detalle en la segunda sección del artículo de 1978 (Novick, 2011).

Cuando, con la dictadura, el CEUR entró en un cono de sombra, Torres –ya investigador independiente del CONICET– instaló su sede en la Universidad de Belgrano centrándose en estudios sobre la vivienda y metodologías informáticas. En 1984, volvió a la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, donde, en sus cursos de posgrado, recuperó los autores del giro espacial, en particular Hill Hillier, Edward Soja y David Harvey, que le permitieron justificar su propia posición en relación al espacio. Fue uno de los miembros de la Comisión de Hábitat del CONICET, que se puso en marcha en 1985 y, una década después, fue consultor del Plan Urbano Ambiental de Buenos Aires, con diagnósticos socioespaciales sobre la ciudad. De algún modo, reencontró en esa etapa la ilusión del experto que había animado a los profesionales arquitectos de los años sesenta, la de contribuir a la formulación de políticas públicas. Pues, si bien formó parte de las redes de la sociología urbana y coincidía ideológicamente con sus propuestas, siempre se vio a sí mismo como un experto, más que como un crítico.

Reflexiones de cierre

A lo largo del artículo vimos que estos tres arquitectos se transformaron en investigadores en el campo de los estudios urbanos, dentro de un contexto que les ofreció las condiciones de posibilidad –redes, marcos institucionales, becas, viajes, empleos– y por haber incorporado los saberes de otras disciplinas. Sin embargo, en los tres casos, sus investigaciones aplicadas que apuntaban a contribuir –en tanto estudio diagnóstico– al planeamiento, estuvieron ancladas en las demandas de los tempranos sesenta y entraron en colisión, desde modalidades muy diferentes, con el clima critico que se abre sobre el fin de la década.

En primer lugar, revisamos el contexto histórico y epistemológico de los años sesenta, signado por una importante confianza en los recursos científicos. La puesta en marcha de organismos de ciencia y tecnología –como el CONICET– y los institutos especializados, así como los programas de promoción de la investigación en la universidad fueron importantes estímulos para los jóvenes egresados. En relación, la planificación y los planes eran un significativo mercado de trabajo y de demanda de conocimiento especializado. En las tres trayectorias que analizamos, los viajes, tributarios de las becas externas, fueron instancias claves en el desarrollo posterior de las carreras académicas, pues al tiempo que modelaban sus preguntas y métodos, les otorgaron legitimidad para sumarse a espacios de investigación.

La revisión de las trayectorias académicas de estos arquitectos revela que los desplazamientos que efectuaron desde su formación de arquitectos hacia otros saberes y metodologías fueron constitutivos del perfil de investigador, pues la arquitectura como tal no tenía una especificidad dentro de los organismos de ciencia y técnica recientemente creados. En un inicio, los tres participaron en actividades de diseño de planes urbanísticos, pero luego Randle se formó en geografía histórica, Vapñarsky en demografía y sociología y Torres en metodologías cartográficas, modelos matemáticos e informacionales. En esos procesos no estuvo en juego la tan mencionada interdisciplinariedad de los estudios urbanos, pues estos arquitectos, si bien conservaron sus competencias para dar cuenta del espacio, más que dialogar con sus colegas de otras disciplinas, abandonaron su formación inicial.

Los tres personajes sufrieron fuertemente el cambio de época, que a fines de los sesenta cuestionaba los presupuestos anteriores. Vapñarsky y Torres, próximos a las redes reformistas lideradas por Hardoy desde el CEUR, a pesar de sus inclinaciones políticas, no terminaron de incorporar las posiciones de los intelectuales críticos –siendo además duramente cuestionados por ellos– en tanto sus aportes técnicos y la coherencia y continuidad de sus trabajos fueron recién recuperados en los años noventa. Los dos fueron expertos e investigadores, con recorridos más opacos y menos destacados, si lo comparamos con la capacidad empresarial de Hardoy y otros de sus colegas del CEUR y con los arquitectos vanguardistas. En contrapunto, Randle también promovió proyectos e instituciones y desde su catolicismo conservador cuestionó las nuevas ideas y se benefició con el financiamiento del CONICET en los años de la última dictadura.

¿Qué reflexiones más amplias se abren a partir de esta arqueología de los investigadores en estudios urbanos? El perfil de investigador en temas urbanos plantea interrogantes acerca de los alcances de la investigación en arquitectura y su especificidad, tema que vuelve una y otra vez en los debates en torno de comisiones de organismos de investigación acreditados y de una nueva generación de doctorados.

En nuestro texto anterior enfatizamos el proceso que se inicia con el proyecto moderno, que incorpora la ciudad como insumo y como problema, poniendo en crisis la capacidad proyectual (Novick, Favelukes y Zanzottera, 2018). La incorporación del diagnóstico preliminar, el método de conocer la ciudad a partir de distintas dimensiones para poder controlarla, esa reivindicación ilusoria, según planteara Tsiommis hace ya mucho tiempo, remite a la “grandeza y la miseria” del proyecto moderno, “grandeza, porque el arquitecto o el urbanista busca el apoyo de otras disciplinas y comprende que sin una estrategia política no existe la ciudad... Pero ese nuevo método fue también su tragedia porque el conocimiento de la ciudad pasa a ser comprendido como un catálogo general de conocimiento –sociología, economía, demografía, etc.” (Tsiomis, 1996, p. 26). Así, los estudios diagnósticos del expediente urbano, con datos censales, informaciones sociales y estadísticas de cientificidad ilusoria, y más aún las perspectivas críticas que ven el espacio urbano como reflejo de dinámicas que se juegan en otras escalas, entran en tensión con las propuestas formales de los proyectos que se alimentan de otras tradiciones disciplinares.

En ese sentido, tal vez, se podría pensar que lo que está en juego en el campo de los estudios urbanos no reside en cambiar de disciplina sino de participar de diálogos con otros especialistas, como propone Lepetit: “se podría definir la interdisciplina como un proceso controlado de préstamos recíprocos […] de conceptos y métodos para renovadas lecturas de la realidad urbana. Ambición limitada, pero tal vez más accesible, más productiva y por eso menos frustrante. Me gustaría imaginar que los constructores de la torre de Babel pueden ser felices” (Lepetit, 1990, p. 338)•

Referencias bibliográficas

Abba, A., Kullock, D., Novick, A., Pierro, N., y Schweitzer, M. (2011). Horacio Torres y los Mapas Sociales. Buenos Aires, Argentina: CIHAM.

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·Buchbinder, P. (2005). Historia de las universidades argentinas. Buenos Aires, Argentina: Editorial Sudamericana.

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Notas

1- Este artículo es el resultado del trabajo que se desarrolla en el marco del Programa de Historia Urbana y Territorial, del Instituto de Arte Americano, IAA-FADU-UBA y de los proyectos PICT “Planes, proyectos y nuevas configuraciones territoriales en la región de Buenos Aires” y UBACyT “Materiales para un Atlas de la Región Metropolitana de Buenos Aires. Mapas, instrumentos y lecturas gráficas”. Una primera versión del mismo fue discutida en el Seminario Internacional “Profesionales, expertos y vanguardia: la cultura arquitectónica en el Cono Sur” realizado en la ciudad de Rosario entre el 6 y el 8 de junio de 2018.

En la realización de este artículo ha participado también Graciela Favelukes. Arquitecta y Doctora en Filosofía y Letras (área Historia) por la Universidad de Buenos Aires. Investigadora adjunta del CONICET. Directora del Programa de Historia Urbana y Territorial del Instituto de Arte Americano (UBA). ORCID: 0000-0003-0162-394X. grafave@yahoo.com.ar

Notas de autor

(*) Alicia Novick. Arquitecta por la Universidad de Buenos Aires, Master en Urbanismo y Planificación del Territorio por el Instituto de Urbanismo de París, Universidad de París XII, Magister y Doctora en Historia por la Universidad de San Andrés. Profesora Titular e investigadora de la Universidad Nacional de General Sarmiento, donde es Directora del Programa de Maestría y Doctorado en Estudios Urbanos, y de la Universidad de Buenos Aires donde es Directora Adjunta del Instituto de Arte Americano. Es Categoría I del Sistema Nacional de Incentivos del Ministerio de Educación. Sus temas de investigación comprenden el urbanismo y la historia de la ciudad. Entre sus publicaciones cabe mencionar Proyectos Urbanos y otras historias (2012), Alberto Prebisch (2014), Pobreza urbana, vivienda y segregación social en América Latina (compilación en coautoría) (2018).

ORCID: 0000-0003-1429-5922

alicianovick09@gmail.com

(**) Guillermina Zanzottera. Licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad de Buenos Aires, Magister en Ciencias Sociales con Mención en Historia Social por la Universidad Nacional de Lujan. Doctoranda en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Investigadora del Programa de Historia Urbana y Territorial del Instituto de Arte Americano (IAA-FADU-UBA). Editora de la Serie Tesis del IAA y Miembro del Comité Editorial de la Revista Anales del IAA.

ORCID: 0000-0003-3526-3348

guillezanzo@gmail.com

Información adicional

CÓMO CITAR: Novick, A., & Zanzottera, G. (2019). La emergencia de los arquitectos como investigadores profesionales en estudios urbanos. A&P Continuidad, 6(11), 60-69. https://doi.org/10.35305/23626097v6i11.229

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