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Recepción: 21 julio 2025
Aprobación: 09 septiembre 2025

Resumen: Este trabajo analiza un conjunto de transformaciones en la temporalidad imaginaria de la ciudad postdictatorial respecto del futuro para el caso de Buenos Aires (Argentina). A partir de un montaje de documentos hemerográficos fechados entre 1977 y 1985, se abordan cuatro zonas: a) el espacio urbano abierto como imagen de futuro para la sociedad democrática, al tiempo que como escenario de temores vinculados a la violencia intersubjetiva; b) la cancelación del futuro urbano como transformación, bajo escenas imaginarias de su consumación en el presente; c) el agotamiento de la relación entre ciudad y progreso personal, y la crisis como estado permanente; d) la ciudad –especialmente la del “tercer mundo”– como ámbito clave para el tiempo de la catástrofe. Se muestra que en lo imaginario se conforma una trama proyectiva donde el futuro urbano se vuelve opaco y la imaginación urbana se fragiliza.
Palabras clave: Buenos Aires, postdictadura, imaginario, temporalidad, futuro.
Abstract: This paper analyzes a set of transformations in the post-dictatorship imaginary temporality regarding the future in the case of Buenos Aires (Argentina). The study analyzes four areas based on a montage of newspaper and magazine documents dated between 1977 and 1985: a) the open urban space as an image of a future democratic society and as a setting for placing the fears linked to intersubjective violence; b) the erasure of urban future as transformation, under imaginary scenes of its present; c) the exhausted relationship between the city and personal progress, and crisis as a permanent state and d) the city—especially that of the "third world"—as a key space for catastrophe. The paper projects an imaginary scene in which the future becomes obscure and urban imagination weakens.
Keywords: Buenos Aires, post-dictatorship, imaginary, temporality, future.
INTRODUCCIÓN
A poco de retornada la democracia en Argentina,[1] el proyecto urbano de la dictadura (1976-1983) para la ciudad de Buenos Aires -parte fundamental del proyecto político-económico que encarnó dicho régimen- perduraba en sus efectos.[2] La ciudad dejaba de ser el punto de irradiación de una esperanza luminosa de ascenso social y prosperidad, para devenir un territorio de incertidumbre y desarraigo, donde ya no se conseguían fácilmente las credenciales que asegurasen, a los sectores populares, si no el “progreso”, al menos la permanencia. “A veces pienso que Buenos Aires no tiene cara. No tiene más que piernas para caminar sin encontrar nada”: así describía a Buenos Aires un migrante interno en septiembre de 1984, en una nota publicada en la revista dominical del diario Clarín.[3] En paralelo, revistas de interés general y consumo masivo dejaban ver -a través de tapas y notas dedicadas a la “crisis”, el “crimen”, las “patotas”, la “drogadicción”- que, junto con la progresiva exposición de la fragilidad de las promesas de la democracia, también se resquebrajaba la esperanza puesta en la recuperación del “espacio público” como garantía de la fundación de una nueva sociedad basada en lazos de confianza y proximidad, y que la ciudad oficiaba de escenario para el asedio espectral de una violencia transfigurada (Gorelik, 2008; Hernández et al., 2025).
Unos años después, en “Imaginarios urbanos e imaginación urbana” ([2000]2004), Adrián Gorelik notaba, refiriéndose principalmente al ámbito de la arquitectura y el urbanismo, pero también de las ciencias sociales, que “nunca se habló tanto de imaginarios urbanos, al tiempo que el horizonte de la imaginación urbana nunca estuvo tan clausurado en su capacidad proyectiva” (p. 259). E indicaba -en consonancia con lo que Sergio Caletti (2006) denominó el “instituto del sondeo” para calificar uno de los aspectos de la neoliberalización del espacio de lo público- el reemplazo de la imaginación política del futuro urbano por “las opiniones (o deseos) de ‘la gente’ estadísticamente relevados” (Gorelik, [2000]2004:260). En este artículo mostraré que, más allá del agotamiento de la imaginación política del futuro en ámbitos profesionales o especializados, es posible rastrear una temporalidad imaginaria de la ciudad postdictatorial respecto del futuro donde éste o bien no supone una novedad radical, o bien se presenta como sombrío y amenazante. En esta trama, la imaginación urbana se fragiliza.
Este trabajo pretende realizar un aporte a la “historización del futuro” (Gutman, 2011) para la ciudad de Buenos Aires (Argentina), una zona de investigaciones escasamente desarrollada para la cual la interrogación comunicacional acerca de lo imaginario resulta un aporte sustantivo. Asimismo, contribuye al estudio de lo postdictatorial (Romé y Terriles, 2023), bajo la premisa de que lo urbano/municipal es un ámbito propicio para indagar la escena imaginaria que sustenta el proceso de neoliberalización ideológica del espacio público (Hernández, 2024a).[4]
Inscribo este análisis en el campo conceptual y analítico habilitado por el concepto de postdictadura. Éste no remite al período iniciado el 10 de diciembre de 1983 con la asunción del gobierno democrático, seguido por lo que se conoció como la “transición democrática”, sino a “lo que queda de la dictadura, de 1984 hasta hoy, después de su victoria disfrazada de derrota” (Schwarzböck, 2016:23). Indica una mutación en el régimen de visibilidad bajo un imperativo de comunicabilidad y de inteligibilidad plenas, así como una híper-mostración del conflicto correlativa a un borramiento de la contradicción (Schwarzböck, 2016), que afecta a la conformación del espacio de lo público (Romé y Terriles, 2023). Si adoptamos una perspectiva atenta a la complejidad temporal (Romé, 2021), se comprende que “lo que queda” no se da necesariamente “después” en el tiempo, de acuerdo a una cronología lineal, sino que tramas de lo postdictatorial pueden rastrearse en una temporalidad más amplia (Hernández et al., 2025).
Esta conceptualización vuelve pertinente el análisis de las formas imaginarias de puesta en escena y de temporalidad en torno de la Ciudad de Buenos Aires, esa cabeza desmesurada que fuera, para el gobierno dictatorial, la plasmación espacial de un proyecto jerarquizante, individualista, social, racial y culturalmente selectivo, que se quiso “refundacional” (Romé y Terriles, 2023).
En cierta zona de los estudios culturales, con autores como Bronislaw Baczko o Néstor García Canclini, imaginario como sustantivo remite de manera general a las mentalidades de una época o las representaciones compartidas del mundo. En los estudios sobre ciudades, la noción de “imaginarios urbanos”, cercana a dicho concepto, adquirió una gran relevancia desde los años 1990 con trabajos como los de Armando Silva (Gorelik, 2004; Negro, 2025). A diferencia de estos desarrollos donde lo imaginario deviene difuso y puede solaparse a un cierto modo de entender lo ideológico, aquí retomaré los aportes de Sergio Caletti (2012), quien, a partir de planteos de Jacques Lacan, Cornelius Castoriadis y Jean-Paul Sartre, define lo imaginario como aquella instancia caracterizada por su pre-discursividad (apertura de horizontes de sentido), su creatividad (lo instituyente) y su implicación proyectiva (el futuro). Conforma el sustrato cultural, más afectivo que significante, sobre el que la sociedad puede forjar una presentación de sí misma y sobre el que cobran consistencia las coordenadas de la vida política: lo imaginario, así, “concita una zona de la experiencia de corte espectral –antes que identitario–, temporalmente desajustada –antes que cristalizada– y cargada de afecto inconsciente –antes que de materialidad estrictamente significante” (Romé y Terriles, 2023:7). En otras palabras, allí se amasa el adobe cultural, no reflexionado pero eficaz, vívido y constitutivamente abierto en sus posibilidades, sobre el cual luego habrán de cimentarse estructuras ideológicas codificadas.[5]
Sin embargo, esta caracterización no debería conducir a contraponer lo imaginario a lo ideológico como si el primero se tratase de una zona “libre”, “creadora”: ambas instancias se encuentran, en toda circunstancia concreta, en una relación de sobredeterminación. En el plano analítico, distinguirlos y atender a lo imaginario permite analizar la configuración de regímenes de visibilidad históricos, de temporalidades diferenciales, reminiscencias, retornos, duraciones, que, en coyunturas diversas, se fraguan en articulaciones ideológico-discursivas específicas, insertas en luchas concretas (Hernández y Caputo, 2024).
Dado su componente afectivo y su no-fijación, lo imaginario resulta una instancia propicia para el análisis de las formas subjetivas de experiencia de la temporalidad. Dada su cualidad escénica (que ha sido enfocada en relación con la instancia lacaniana del fantasma; cf. Sosa, 2024), es relevante su estudio en el plano de lo urbano. A la inversa, lo urbano constituye un ámbito rico para el estudio de los afectos y los juegos de miradas que escenifican el modo en que nos vemos y en que nos vemos siendo miradxs, modos que, llegado el caso, pueden tomar consistencia como metáforas geográficas (Massey, 2012) más o menos codificadas, que espacializan relaciones sociales.
La ciudad postdictatorial refiere a una trama imaginaria –que perdura hasta nuestros días- fundada sobre el olvido (Pêcheux, 2016) de la relación entre la política urbana dictatorial –caracterizada por una violenta y excluyente metamorfosis urbana– y el proyecto político, económico y social de la dictadura en general.[6] Es –retomando la tesis de Schwarzböck– la que se configura bajo la aceptación como evidencia de la victoria –disfrazada de derrota– de una ciudad selectiva y orientada por el interés del capital, en detrimento de la imaginación de otros futuros (Hernández, 2024a). El término hace notar que ese espacio urbano-espacio público,[7] cuya “recuperación” se celebraba como victoria democrática, era resultado de la política urbana, social y económica de la dictadura, y que la sociedad que “salía a la calle” pisaba un suelo marcado no sólo por la represión, la censura y la desaparición, sino también por puesta en marcha de un proyecto de ciudad blanca, rica, digna de “merecimiento”, que supuso la expulsión de amplios sectores populares.
¿Cuáles son las hebras de lo imaginario acerca del futuro que se despliegan en la visibilidad urbana postdictatorial en la ciudad de Buenos Aires? Pregunta que podría responderse a la luz de distintos materiales: me concentraré aquí en un rastreo de retazos, insinuaciones. En imágenes y en textos, en las relaciones entre imagen y texto, en la combinación entre ellos. Se busca reconstruir, a partir de lo que se encuentra ya fijado, lugares imaginarios de identificación y reconocimiento en torno del futuro de y en la ciudad, donde lo afectivo juega un rol central; zonas ambivalentes, complejas, pluridimensionales; lo que se da a ver y lo que no, lo que se muestra y no se ve, lo que se ve sin ser mostrado. Es importante subrayar que lo imaginario se rastrea, en este trabajo, en materiales de prensa donde aparece entramado ya con lo ideológico: en este sentido, el acento analítico se concentra en las afectividades implicadas así como en las formas de conformación de una escena, las direcciones que suponen miradas, los hiatos entre lo dicho y lo visto, la tensión entre lo visto y lo mostrado.
El análisis permitirá agrupar estas tramas en cuatro zonas que indican tendencias predominantes en el material relevado, lo que no excluye la posible existencia de otras formas de lo imaginario: a) el espacio urbano abierto como imagen de futuro para la sociedad democrática, al tiempo que como escenario de temores vinculados a la violencia intersubjetiva; b) la cancelación del futuro urbano como transformación, bajo escenas imaginarias de su consumación en el presente; c) el agotamiento de la relación entre ciudad y progreso personal, y la emergencia de la crisis como estado permanente; d) la ciudad –especialmente la del “tercer mundo”- como ámbito clave para el tiempo de la catástrofe. Me abocaré, aquí, a una serie de rasgos cuyo efecto es la tendencial cancelación de una imaginación que sitúe políticamente a la ciudad en un horizonte distinto al de un ámbito de valorización del capital, al “clima de negocios” y al consumo mercantil: incluso su memoria deviene mercancía y su imagen se mediatiza.[8]
METODOLOGÍA
A través de un análisis amplio de las relaciones entre imaginación y temporalidad basado principalmente en revistas de interés general de alcance masivo publicadas entre 1976 y 1989, se interrogan algunas hebras de esa fragilización de la ciudad capital argentina como un espacio cargado de futuro. Las anticipaciones urbanas progresistas y optimistas que habían surcado el siglo XX -cuando Buenos Aires era el emblema de los logros del país y ofrecía un soporte urbano para la creencia en “un porvenir venturoso de ilimitado mejoramiento” (Gutman, 2011:56) –y que la dictadura incorporó en su intervención autoritaria sobre la ciudad retomando en lo imaginario a la “Generación del ’80”[9]- se reconfiguran, dando lugar a la conformación de lo que denominaré ciudad postdictatorial.
El punto de partida de este trabajo es una base documental[10] compuesta por un estimado de más de mil documentos seleccionados de publicaciones gráficas, mayormente de alcance masivo, del período mencionado. El criterio de selección fue dinámico, basado en hallazgos intermedios de investigación. Si en un primer momento la búsqueda documental se orientó por un período y un tema (artículos, publicidades, entre otros, que remitan a la ciudad de Buenos Aires entre 1976 y 1989), con el avance de la investigación y las primeras formulaciones de conjeturas estos criterios se redefinieron en función de coordenadas analíticas relativas a las configuraciones imaginarias e ideológicas de lo urbano, lo que condujo a la inclusión de documentos que a priori hubieran estado excluidos, como por ejemplo algunos de los que se verán aquí referidos a otras ciudades del mundo como sede de catástrofes demográficas y ambientales.
Sobre dicha base documental, se han venido generando sucesivos corpus según objetivos específicos, concebidos no como totalidades orgánicas, sino como montajes.[11] El montaje introduce una ruptura con los sentidos dominantes, en particular respecto de las formas de concatenación, de disposición y de ritmo del discurrir de las imágenes o de las palabras en una coyuntura determinada (Hernández y Caputo, 2024). Cuestiona las tentativas de unidimensionalización del tiempo histórico y pone en cuestión las unidades evidentes de agrupamiento de documentos, “aquellas que, más o menos institucionalizadas, se presentan como efecto de lo siempre-ya-sabido” (Glozman, 2022:12). Su unidad no está dada ni por un tema, ni por una autoría, ni por un período temporal: se sustenta en las remisiones múltiples que los elementos que lo componen establecen entre sí. Así, produce constelaciones provisorias que permiten el rastreo de tramas imaginarias y de formaciones ideológicas. Desde este enfoque, la producción del corpus es ya la puesta en acto de una o múltiples estrategias investigativas; producir un montaje es investigar (Aguilar et al., 2014; Glozman, 2022).
El montaje que sustenta a este artículo se compone de 29 documentos (notas periodísticas, publicidades, tapas de revistas) extraídos de revistas gráficas (especialmente, las revistas dominicales de los diarios La Nación y Clarín) publicados entre 1977 y 1985.
RASGOS DE LA TEMPORALIDAD IMAGINARIA DE LA CIUDAD POSTDICTATORIAL RESPECTO DEL FUTURO
En lo que respecta a la articulación de una temporalidad imaginaria relativa al futuro, caracterizaré la ciudad postdictatorial a partir de cuatro ejes. Los presento como ambivalentes, tensionados, de un modo acorde al carácter de lo imaginario.
Salir a la calle y refugiarse en casa: entre la esperanza y el miedo
“Salir a la calle”: un imperativo espacial recorre el modo en que se figura proyectivamente el paso de la “ciudad de la dictadura” a la “de la democracia” (Uzal, 2022), en relación con la identificación del “encierro” que suponían la censura y la persecución dictatorial. La alegría de reencontrarse con los demás en el espacio urbano, los proyectos para llenar la ciudad “de color”, la vocación de “vincularse” a través del arte y la participación local, signaron afectivamente al retorno democrático, poniendo a la ciudad –más específicamente, a espacios urbanos abiertos: el barrio, las plazas, los clubes– como escenario privilegiado de una nueva convivencia (Hernández et al., 2025). Esta escena de ciudad viva –que es posible rastrear en numerosas publicaciones con imágenes donde se retrata la presencia colectiva en “la calle” y, especialmente, del cruce entre ciudad y cultura (veáse Figura 1) conllevaba una imagen de futuro ligada a una afectividad esperanzada: la de la forja de una sociedad democrática, contrapuesta al autoritarismo.
(…) ‘Este proyecto nuestro –concluye Bobbio– no busca alentar solamente la creación individual de los artistas, sino que pretende ser un elemento movilizador de toda la comunidad. Además queremos que éste sea solo el primer paso y que en el futuro estas pintadas se multipliquen por toda la ciudad.’
Para el más joven de los pintores participantes, Guillermo Kuitca, 22, reciente Primer Premio en el Salón de San Isidro, se procura ‘simplemente, embellecer una ciudad gris. Queremos que la gente salga a la mañana de su casa y se alegre al ver los muros pintados. Eso contribuirá a que el hombre común modifique su humor, que esté todo el día más contento’. (“Las pintadas del futuro”, Clarín Revista, 13/11/1983. Documento relevado en la Hemeroteca de la Biblioteca del Congreso de la Nación H-BCN)[12]

No obstante, esta esperanza mostrará pronto sus límites. Desde el comienzo, la experiencia afectiva ordenada por la dicotomía entre la “ciudad dictatorial” y la “democrática” (Uzal, 2022) será, por lo menos, ambivalente. Las revistas relevadas dejan ver que la ciudad oficiaba también de escena de temores referidos al inmediato futuro de una violencia intersubjetiva que se presentaba como capilar, acechante, inminente (Veáse Figura 2).
Un inquietante fenómeno social: el retorno de las patotas. (Clarín Revista, 13/02/1983, tapa. H-BCN)
Hablan las víctimas de los crecientes delitos a mano armada que afectan a los barrios de clase media. ¿Qué se siente frente a un revólver? (Clarín Revista, 08/07/1984, tapa. H-BCN)
Más droga, más delito, más jóvenes en peligro. (Clarín Revista, 14/10/1984. H-BCN)
¿Cómo ingresan los jóvenes en el camino del crimen? El primer delito. (Clarín Revista, 18/08/1985, tapa. H-BCN)

Según una encuesta realizada en 1986 por Roberto Jacoby a 90 porteñxs y publicada en revista Crisis, los espacios exteriores aparecían como amenazantes y los miedos relacionados con la agresión física por parte de otros (no ya pertenecientes a las fuerzas armadas o de seguridad, sino más bien a una suerte de “clase peligrosa” compuesta por “patotas”, “exaltados”, “delincuentes”, “drogadictos”, “villeros”) predominaban sobre miedos clásicos como la muerte (Jacoby, 1986). Todas estas criaturas tenían un funcionamiento espectral: en la percepción de las personas encuestadas, sus actos dañinos, indicaba Jacoby, no se concretan, son potenciales; carecen de un plan, no se sabe qué buscan: se los imagina resentidos, vengativos, asociales, irracionales. En esta mutación afectiva de la relación entre violencia y política comenzarán a forjarse nuevos temores, que permanecen aún en un plano aún no del todo codificado: si por un lado se rechaza toda forma de violencia “política”, por el otro, se propende a la conformación de fantasías de expulsión y aniquilación del otro, que cobrarán fuerza ideológica en los años siguientes en el discurso de la “inseguridad”.
El futuro llegó: de la anticipación a la consumación
De acuerdo con Margarita Gutman (2011), en torno de 1910 la imaginación del futuro urbano era un estímulo a la producción de imágenes futuristas en el ámbito de la cultura popular. Allí la temática de anticipación predominante estaba dada por la verticalidad, la velocidad y la tecnificación: la electricidad, la conquista del aire, las comunicaciones a distancia constituían algunos signos típicamente modernos que daban cuerpo a la escena urbana futura. A fines de siglo XX, esos signos seguían vigentes; no obstante, no daban ya lugar a “imágenes de anticipación” sino que daban cuenta de una temporalidad imaginaria en la que lo futurista remitía a un proceso ya consumado o a un futuro inmediato, extensión del presente, caracterizado por la consolidación de las formas urbanas propias del capitalismo financiero global, como los altos edificios vidriados, emblemáticos de la city porteña. La imaginación del futuro urbano tendía a cancelarse en escenas imaginarias de su consumación actual: el futuro llegó y la ciudad existente es su realización.


En la figura 03, el hiato entre la ilustración y el epígrafe da cuenta de esta temporalidad de futuro consumado, del mismo modo que en el epígrafe de la figura 04. En esta segunda imagen, la especularidad permite reconstruir un juego de miradas: Buenos Aires mirándose a sí misma en un presente que reúne todos los tiempos.
Las luces de la ciudad son ajenas: quiebre y persistencia de la promesa de progreso personal
Matías Landau (2018) señala que en la década de 1980 se diluye el “ideal de una ciudad integrada, a la vez causa y consecuencia de una sociedad igualitaria” (p. 209), a la luz de formas concretas de intervención y organización socio-territorial que conllevan tendencias a la fragmentación, la segregación de sectores populares y la secesión de sectores medios-altos. La agudización de la problemática habitacional se vuelve visible en el incremento de personas viviendo en hoteles, pensiones y casas tomadas, en la expansión de asentamientos informales y en un aumento de población en villas, así como en el desarrollo, que se profundizaría en la década de 1990, de espacios residenciales y de consumo privados y semi-privados, destinados a clases medias y altas, como countries o shoppings.
Sin embargo, en la ciudad postdictatorial aquel anhelo de progreso, ascenso e integración social que históricamente encarnó la ciudad de Buenos Aires pervive de forma espectral: él retorna una y otra vez mostrando su ausencia, indicando el carácter pretérito de sus promesas.
La casa propia, por cierto, ya es una utopía. Pero firmar un contrato de alquiler también es una aventura. De ahí que mucha gente tiene que conformarse con vivir permanentemente en un hotel. Aunque ello exige una actitud mental muy diferente: el que vive en un hotel se convierte en un pasajero crónico. (Clarín Revista, 16/01/1983. H-BCN)
La mayor parte llega con tan solo una valija, unos pocos pesos duramente reunidos y muchas ilusiones pronto aventadas. De Buenos Aires no se puede decir que los reciba especialmente mal, ni especialmente bien; simplemente, continúa su vida, indiferente a las esperanzas de estos jóvenes provincianos que llegan buscando las posibilidades que se les niegan en su tierra de origen. (…) Pasaron ya las décadas en que Buenos Aires atraía a los jóvenes de las provincias por sus oportunidades de empleo y estudio: la desocupación en el área de la Capital es también muy dura, los estudios son caros, casi inabordables para los que no tienen una familia que los sostenga. Y sin embargo, siguen llegando: no los atrae la riqueza de Buenos Aires, una ciudad que hoy alberga en sus rincones bolsones de miseria como los de las zonas más pobres del país; no los atrae, en rigor, Buenos Aires, sino que los echan la miseria y la quiebra de las economías del interior del país. Es una fuga del desastre, más que un esperanzado acceso a una vida mejor, como pudo haberlo sido en los tiempos de la expansión fabril de los años 30, 40 y 50. (…) No es, está claro, la esperanza sino la desesperación lo que los ata a ese gigante hostil que es para ellos Buenos Aires. (Clarín Revista, 17/07/1983. H-BCN)
—¿Él no puede encontrar ningún trabajo?
—Le piden el domicilio. Al no tener domicilio no le dan trabajo y al no tener trabajo no podemos alquilar.
—Con lo cual no tienen domicilio.
—¿No le parece que es como una maldición gitana?
—Claro, una de las tantas maldiciones gitanas que son la única ley en la vida de tanta gente. (Clarín Revista, 19/06/1983. H-BCN)
Una temporalidad de la “crisis” como permanente, cíclica, se materializa en la trama imaginaria relativa a la vida en la ciudad: a través de figuras de repetición –en los fragmentos citados: el pasajero crónico, la maldición gitana, el eterno caminante- y de afectos como la desesperación, la resignación, la frustración.
Entre la catástrofe y la preservación
A fines de los años 1970 e inicios de la década de 1980, el plan urbano previsto por la dictadura se empalmaba con una temporalidad imaginaria acumulativa, lineal, que había atravesado diversas ideologías durante el siglo XX, condensada en figuras como el Progreso o la Revolución (Traverso, 2019), en estrecho vínculo con la ideología dominante de la Modernidad (Benjamin, 2008). El siglo XXI oficiaba como el punto hacia el cual se dirigían los esfuerzos del presente: “Hacia el futuro, por un túnel” (“Los subterráneos: se busca superar las diferencias actuales”, La Razón, 1981[13]; cf. “Asomándonos al siglo XXI”, La Razón, 1981. Relevado en la Biblioteca “Esteban Echeverría”, de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires -BEE-LCABA). En lo urbano, como se sostuvo antes, ello se manifestaba en imágenes de larga data, tales como la velocidad de circulación, la movilidad individual (automóvil) y las torres vidriadas como plasmación edilicia de la empresa moderna, así como en algunas más novedosas, que anunciaban, por contraste, el temor a la crisis ambiental: el espacio verde, el aire limpio.
En este esquema, las imágenes de las masivas demoliciones llevadas adelante en la ciudad durante las intendencias de facto, estaban lejos de permanecer ocultas: sin embargo, no eran vistas como paisajes de destrucción sino como la muestra palpable del progreso. Ello no era nuevo: la “piqueta del progreso” fue, por décadas, el modo periodístico y popular que articuló en lo ideológico la afectividad resignada ante las topadoras que derribaban “casas viejas” para ensanchar avenidas, construir autopistas, dar lugar a “modernos edificios”.

En la figura 05, lo imaginario se capta en el intervalo que va de lo que la imagen deja ver y lo que el epígrafe enuncia: “En 1982 la 9 de Julio llegará a la Costanera. Aprovechando la depresión natural del terreno, a la altura de la calle Posadas se construirán los carriles por sobreelevación. Pasará por encima de las vías de Retiro y tendrá conexión con la avenida Lugones y la autopista Buenos Aires-La Plata.”
Sin embargo, en los documentos puede detectarse otra temporalidad, que implica un declive de aquella temporalidad lineal y acumulativa, y que distintos autores han abordado como un giro presentista en el régimen de historicidad, centrado en una cultura de la fugacidad y de la inmediatez marcada por el colapso del futuro (Hartog, 2007; Rabotnikof, 2016).
En los documentos analizados, la ciudad emerge como ámbito clave del tiempo de la catástrofe, signado por el peligro y el horror: crisis climáticas, ciudades superpobladas, contaminación, enfermedades. No se trata tanto de Buenos Aires, ni siquiera de una ciudad en particular: lo que aparece es más bien una imagen global de declive de las más emblemáticas ciudades “modernas” (aquellas que fueron cuna de la Revolución Industrial y usina de las ideas de la Modernidad, y también emblemas de una cierta organización geopolítica del mundo) y de avanzada de ciudades vistas como “monstruos” e “infiernos”, por lo general ubicadas en el “Tercer mundo”.
El futuro aquí no es tanto un futuro de ciudades, como podía serlo a comienzos del siglo XX (Gutman, 2011): las ciudades parecen estar, tal como lo muestran las capitales del Viejo Mundo, en franco declive. El siglo XXI será el de las megalópolis (cf. “El peligro de las ciudades hormiguero”, Clarín Revista, 15/04/1985. H-BCN), donde aquel sueño urbano de la modernidad deviene pesadilla. (Véase Figura 6)
Siglo XXI: ¿El apocalipsis del hambre? Las contradicciones económicas y políticas de este fin de siglo crean dudas sobre la supervivencia. (…) La urbanización seguirá cumpliéndose a un ritmo acelerado, sin embargo, en la otra parte del mundo, donde la ciudad atrae como un imán a las masas rurales. A fines del siglo, excepto Nueva York y Tokio, las grandes concentraciones humanas estarán situadas en el Tercer Mundo: México y San Pablo alcanzarán los 30 millones de habitantes; Pekín y Río de Janeiro, 20 millones; Bombay, Calcuta y Yakarta, 16 millones. La mitad de la población mundial será urbana. Ahora bien, el hombre urbano es ultracostoso. Necesita infraestructuras, viviendas; ya no cultiva la tierra, ya no hace vivir a su familia. ¿Cómo abastecer a esos millones de hombres, eliminar los desperdicios, controlar el orden, crear relaciones humanas en semejantes concentraciones, y todo eso, en el espacio de quince años? (La Nación Revista, 16/9/1984. H-BCN).

En este punto es necesario un rodeo, ya que esta temporalidad catastrofista que se manifiesta en imágenes de ciudades colapsadas, se empalma con una escena imaginaria de larga data, propia de Buenos Aires (Hernández, 2024a), que supone un doble juego de miradas: por un lado, la ciudad se ofrece a la mirada del mundo-Europa como la “París americana”, como la ciudad “blanca, culta y moderna” de América Latina. En este eje, donde Buenos Aires se ubica como una de las “grandes ciudades del mundo”, las ciudades de Europa y EE.UU materializan su futuro (así es el caso de la limpieza del Támesis, de mención recurrente cuando se imagina el futuro saneamiento del Riachuelo; cf. Somos, 04/07/1980. H-BCN).[14]
En el segundo juego de miradas, Buenos Aires se ve observada por el mundo-Europa como una ciudad latinoamericana, mestiza, tercermundista, un puerto perdido en algún punto remoto del planeta, al borde de la barbarie y del desastre. Más aun en las últimas décadas del siglo XX, con el acentuado proceso de metropolización de Buenos Aires,[15] sus alrededores devienen el espectro que asedia a la ciudad, recordándole su negada pertenencia latinoamericana (véase Figura 7):
Gran Buenos Aires. Crecimiento desorganizado, servicios insuficientes y un interrogante sobre su desarrollo futuro (…) Así vive la tercera parte de la población argentina. Gran Buenos Aires, una ciudad enferma de gigantismo. El mito de la gran ciudad se ha convertido en una pesadilla. (La Nación Revista, 14/11/1982, tapa e interior. H-BCN).

Es posible conjeturar que es en esa histórica y ambivalente posición imaginaria de Buenos Aires (como ciudad que se quiere separada de su entorno por una frontera que, cuanto más se refuerza mediante barreras simbólicas y arquitectónicas, más indefectiblemente lo une a él), donde ella se quiere “europea” pero se ve-vista como “latinoamericana”, que se enraíza el temor general a la ciudad –en particular, la ciudad del “subdesarrollo”- como lugar de la catástrofe.
No es que los temores sobre el futuro del medioambiente no existieran previamente: en dictadura, lo ambiental tenía una importante gravitación (Fernández, 2020). Los documentos muestran que una serie de peligros ensombrecían el futuro de la vida en la ciudad, en particular vinculados con la contaminación: agua envenenada, polución, invasión de alimañas...[16] Sin embargo, estas amenazas estaban acompañadas por una confianza en soluciones al alcance gubernamental, que parecían depender únicamente de la “voluntad de hacer”:[17] “En el marco de un período relativamente breve, se advierte ya un mejoramiento sustancial en el aire que respira la población de Buenos Aires” (“Contaminación del ambiente, acción permanente para combatirla”, La Razón, 1981. BEE-LCABA). En 1982, la revista dominical de La Nación imaginaba una escena futurista para el quinquenio siguiente: “Los más chicos juegan al fútbol en la ribera y los papás, cañas en mano, se dedican en las márgenes a la pesca pequeña. El aire huele a limpio y las aguas del Riachuelo son transparentes como el cielo estival. (…) ¡Qué hermoso es el Riachuelo… en 1987!” (La Nación Revista, 10/10/1982. H-BCN).
En la ciudad postdictatorial, en cambio, no parece haber soluciones definitivas a los desafíos de la catástrofe: solo hay lugar para cuidados paliativos, parciales. La escala de las intervenciones ya no parece poder ser ni local ni nacional: la escena urbana catastrófica deviene planetaria. En el mismo momento en que se insiste con el dato de que en pocos años casi toda la población mundial vivirá en mega-ciudades, se cae en la cuenta que ya no hay adónde fugar: la ciudad aparece como monstruo, hormiguero, inmensa boca infernal fuera de control y no queda ya otro destino más que permanecer en la catástrofe.
Tal vez sea ese movimiento el que permita comprender, por una parte, la pregnancia concomitante de escenas bucólicas, atemporales y despobladas, ligadas al “verde”, como paradigma de lo deseable,[18] que en la ciudad postdictatorial aparecen como lugares de privilegio: el country club, el campo de golf, el yacht club (veáse Figura 8).

Por la otra, una forma específica de la nostalgia, que ya no se tramita a partir de la resignación ante lo inexorable del “progreso”, sino que cobra forma ideológica en el tratamiento del pasado urbano como “patrimonio”. (Veáse Figura 9).

La invocación patrimonialista al futuro, que en 1977 todavía permanecía restringida al ámbito específico de la historia de la arquitectura,[19] empieza a desplegarse con más fuerza en Buenos Aires desde fines de los años 1970 –con la creación del distrito de preservación histórica U-24 impulsada por José María Peña, director del Museo de la Ciudad (Hernández, 2024b)- y, más generalizadamente, en los años 1980 (con la “revitalización” de San Telmo y Palermo Viejo, y con incipientes iniciativas de refuncionalización de arquitectura industrial en desuso). Allí, lo que invoca al futuro ya no es la transformación sino la conservación, en tanto la identidad urbana aparece como un valor a preservar en pos de las “generaciones futuras” (Hernández, 2021; 2024b).
CONCLUSIONES
En las páginas precedentes abordé la ciudad postdictatorial a través de algunas hebras de imaginación temporal respecto del futuro detectadas en material documental fechado entre 1977 y 1985, inscripto a su vez en una base documental más extensa. La conformación del corpus como montaje permitió dar cuenta de afectos que componen una trama proyectiva donde el futuro urbano se vuelve opaco y la imaginación urbana se fragiliza. El advenimiento de la democracia se presentaba cargado de futuro y la ciudad ofrecía a esa esperanza un sustrato decisivo: “salir a la calle”, “recuperar el espacio público” eran consignas que parecían conducir a una sociedad futura democrática. Sin embargo, esa escena se encontraba fisurada: el espacio urbano se volvía también territorio de un rechazo abstracto y moralizante de cualquier forma de violencia y de un temor concentrado en particular en algunos tipos de alteridad que pasaban a encarnar lo amenazante. El miedo intersubjetivo a una serie de criaturas espectrales -el ladrón, el joven, el drogadicto, el patotero, el enfermo de SIDA- señalaba a la ciudad como ámbito de despliegue de un afecto con implicancias comunitarias, que poco después comenzaría a denominarse “inseguridad”. En paralelo, se quiebra la promesa de la ciudad como espacialización imaginaria de la esperanza en el ascenso y la integración social. No obstante, aquella escena urbana atribuida a primera mitad del siglo XX permanece, también de forma espectral: como presencia ausente que indica que la ciudad ha devenido ámbito de incertidumbre respecto del futuro, donde la crisis ya no constituye un suceso que puede ser superado, sino una temporalidad permanente que reclama adaptación.
Por otra parte, en las revistas relevadas los objetos urbanos que integraban las imágenes de anticipación urbana que surcaron el siglo XX (Gutman, 2011) permanecen a fines del siglo XX como motivos codificados del futuro. Sin embargo, no constituyen anticipaciones que movilicen la imaginación, sino consumaciones: el futuro está ya contenido en el presente, y éste no supone más que el paisaje de la ciudad capitalista en el viraje al capitalismo financiero. Este no es el único solapamiento donde el futuro se retrotrae al presente: hay otro que se dibuja en torno de una temporalidad apocalíptica marcada por crisis climáticas, superpoblación, contaminación, enfermedades. Allí se configura una imagen global de las ciudades como los lugares de la catástrofe, sin un horizonte futuro que prometa una solución colectiva. Las salvaciones imaginarias respecto de la catástrofe del hacinamiento y la contaminación van desplegándose, en la ciudad postdictatorial, bajo formas de selectividad y acceso restringido al espacio libre y a la naturaleza, como el barrio privado o el club exclusivo. En paralelo, la cuestión patrimonial se configura como una relación novedosa entre tiempo y ciudad, ligada a un presente donde…
(…) a la confianza en el progreso se la sustituyó por la preocupación por salvaguardar, por preservar: ¿preservar qué y a quién? Este mundo, el nuestro, las generaciones futuras, nosotros mismos. De ahí esta preocupación museística sobre lo que nos rodea. Quisiéramos preparar desde hoy el museo del mañana y reunir los archivos de hoy como si este hoy fuera ya el ayer. (Hartog, 2007:218)
En el dispositivo patrimonial (Hernández, 2021), el presente va hacia el pasado buscando reafirmar su identidad y se coloca a sí mismo como piedra de toque para la posibilidad de un futuro.
Este artículo forma parte de una serie de trabajos que, inscriptos en el mencionado horizonte de investigación colectivo, procuran dar cuenta de los rasgos de lo imaginario postdictatorial en el plano de lo urbano, en lo que ello puede contribuir a comprender procesos de neoliberalización de la experiencia urbana y del espacio público (Hernández et al., 2021). Queda explorar con mayor detalle las formas en que estas tendencias en lo imaginario se conjugan con una coyuntura marcada por el declive de una imaginación político-técnica de futuro de la ciudad, por la crisis combinada de la “Planificación” a nivel global -subsidiaria de la crisis de los estados de bienestar y de los estados socialistas- y de la “Revolución” como horizonte de sentido.
En estas páginas, he procurado aportar a la idea de que en la ciudad, lo postdictatorial no remite únicamente al borramiento de la represión, sino también a las múltiples maneras en que la violencia estatal, social y empresaria ejercida en y a través del espacio urbano se encuentra presente por ausencia, desplazada, conformando paisajes espectrales. Las huellas de aquellas violencias permanecen tan a la vista que se han vuelto invisibles: componen el sustrato afectivo de la ciudad de los negocios y del turismo, de la ciudad de la cual se desplazó brutalmente a amplios sectores populares, y en la que se ha pretendido eliminar la posibilidad de imaginar otros futuros posibles. Esto remite a lo que en otros trabajos llamé la paisajización de la ciudad de la dictadura (Hernández, 2024a) en tanto rasgo de lo imaginario postdictatorial, que tiene como efecto la reproducción del silencio (Estévez, 2022) acerca del carácter proyectado de la avanzada del capital sobre la producción de la ciudad y sobre las formas de la reproducción de la vida en ella. Para lo específico de este trabajo, esa paisajización se vincula con una tendencial cancelación de una imaginación urbana que permita situar políticamente a la ciudad en un horizonte distinto al de un ámbito de valorización del capital. Sabemos que, por definición, tal borramiento no puede ser completo: dependerá de los modos en que otras tramas imaginarias cobren cuerpo en uno o múltiples nosotros capaces de inaugurar un tiempo abierto a la imaginación urbana.
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Notas
Una versión preliminar de este trabajo fue presentada en el V Congreso Latinoamericano de Teoría Social realizado en Bogotá los días 4, 5 y 6 de agosto de 2025, organizado por el Grupo de Estudios sobre Estructuralismo y Postestructuralismo (Instituto de Investigaciones Gino Germani – Universidad de Buenos Aires).
Información adicional
Roles de contribución de los autores: La autora tuvo a su cargo todos los roles de autoría del trabajo. Manifiesta no tener conflicto de interés alguno.: .

