Memoria Construida
Iberia emergida, ¿memoria sumergida?
Iberia Emergida, Submerged Memory?
Revista La Tadeo DeArte
Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano, Colombia
ISSN: 2422-3158
ISSN-e: 2590-6453
Periodicidad: Anual
vol. 5, núm. 5, 2019
Recepción: 15 Febrero 2019
Aprobación: 16 Agosto 2019
Resumen: La aparición de pueblos que fueron sumergidos por la construcción de embalses durante el siglo pasado como consecuencia del periodo de sequía vivido en España durante el año 2017 y el fenómeno espontáneo de visita a los mismos, abre una nueva puerta a la reflexión sobre este tipo de turismo denominado turismo de sequía. Se trata de lugares olvidados por la historia oficial que la memoria de sus antiguos habitantes y visitantes curiosos intenta recuperar. Frente al interés en su aprovechamiento como recurso económico, se hace necesaria una reflexión desde la historia del arte y la arquitectura que analice este fenómeno y proponga soluciones que pretendan reconciliar memoria e historia.
Palabras clave: Pueblos Sumergidos , Restauración Arquitectónica , Ruina .
Abstract: The appearance of submerged villages due to the construction of reservoirs in the last century as a result of the drought period experienced in Spain during 2017 and the spontaneous phenomenon of visiting them, opens a new door to reflection on this type of tourism so called drough season tourism. These are places forgotten by the official history that the memory of its former inhabitants and curious visitors tries to recover. Faced with the interest in its use as an economic resource, a reflection from the history of art and architecture academy is needed in order to analyze this phenomenon and propose solutions that tries to reconcile memory and history.
Keywords: Submerged Settlements , Building Restoration , Ruin .
INTRODUCCIÓN
Durante el siglo XX, en el ámbito europeo, numerosos pueblos fueron sumergidos por la construcción de presas. Especialmente significativo fue el caso de España, donde el régimen franquista sustentó parte de su plan de desarrollo autárquico en la producción de energía eléctrica y en el aumento de la superficie de regadío, idea que ya había sido propuesta por el gobierno republicano con el Plan Hidrológico de 1933. Según datos de Ecologistas en Acción, en España existen más de quinientos pueblos sumergidos como consecuencia de la construcción de embalses.
El drama colectivo que acompañó este proceso fue fuertemente amortiguado por el sistema de la época, que exaltaba el sacrificio de los habitantes de estos centros en aras del progreso y del bien común. Sin embargo, en fecha reciente, desde distintos ámbitos de la cultura, este argumento se está recuperando; así, podemos citar, entre otros, las novelas Resto qui de Marco Balzano,1 que tiene como telón de fondo la sumersión del país de Curón Venosta en el Trentino italiano o Distintas formas de mirar el agua2 del español Julio Llamazares, nacido en el pueblo sumergido de Vegamián (León), que a través de una serie de monólogos, reflexiona en su novela sobre el diferente significado que este fenómeno tiene según la relación personal con el lugar desaparecido. Precisamente, en este relato, el escritor hace referencia a uno de los dos momentos de desecación del lago (en los años 70 y en los 80) por motivos técnicos. Después de la experiencia vivida, al volver a visitar el pueblo emergido, escribiría el guion cinematográfico recogido en el libro Retrato de bañista.3 Entre otros ejemplos de la tendencia a recuperar la memoria de este fenómeno que podemos destacar, está la exposición «Región (Los relatos). Cambio del paisaje y políticas del agua» del Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León, el pasado 2018.
Frente a esta mirada reflexiva sobre este capítulo de la historia reciente, nos encontramos, sin embargo, un fenómeno espontáneo que la prensa generalista, y después los operadores turísticos, han denominado turismo de sequía. En España, durante el año 2017 y como consecuencia de un período especialmente seco, antiguos habitantes y turistas se aproximaron de forma primero espontánea y después organizada, a estos pueblos emergidos de las aguas después de largos periodos literalmente borrados del mapa. Resulta muy interesante la investigación realizada para el diario español El País por la periodista Silvia R. Pontevedra, recogida en el artículo «Turismo de sequía: los pueblos ahogados resucitan».4
Se hace necesario, por tanto, analizar este fenómeno desde el punto de vista de la conservación del patrimonio para poder proponer una gestión eficaz de estos lugares, que equilibre la a veces difícil relación que se establece entre la historia oficial, que silenció su existencia, y el fuerte contenido emotivo que encierran para sus antiguos habitantes y sus descendientes. Todo ello, sin perder de vista el hecho de que estas emergencias son vistas como un recurso económico para fomentar el desarrollo de algunas regiones desfavorecidas.
ANTECEDENTES
El fenómeno denominado turismo de sequía puede ser analizado desde prismas muy diferentes. En el ámbito de la antropología, podríamos encontrar una continuidad con los ritos de procesión que muchos de los antiguos habitantes de pueblos sumergidos han ido manteniendo a lo largo del tiempo en forma de romerías y diferentes tradiciones locales, que regresan, hasta donde es posible, al lugar de origen, en ocasiones especiales como las festividades patronales. Sin embargo, el hecho de que la visita a estos lugares emergidos se convierta en un atractivo turístico va más allá de una mera tradición local y nos invita a reflexionar sobre esta suerte de «monumentos espontáneos» que ponen en crisis el sistema de gestión de la memoria, siempre controvertido y generalmente controlado por las autoridades. En este caso, estas parecen llegar después de que el fenómeno se haya producido,5 a aprovechar un recurso económico que, para la periodista Silvia R. Pontevedra, supone «el regreso de la especie humana, en tiempos de cambio climático, a los paisajes de los que fue arrancada en el esplendor de la política de pantanos».6
Esta idea parecería llevarnos a considerar, por una parte, el fenómeno como una especie de revancha, de reivindicación de la historia silenciada de estos pueblos cuya resistencia a abandonar sus lugares fue ignorada y represaliada durante el régimen del dictador Francisco Franco, apodado por algunos Paco el Rana, dado que iba saltando de pantano en pantano para proceder a su inauguración. Por otro lado, se trataría de una toma de consciencia in situ de los alarmantes síntomas del cambio climático. Así, el turista que allí se encuentra estaría rindiendo un tributo a estos otros perdedores de la historia, los pueblos sumergidos, y también tomando consciencia de un paisaje alterado doblemente: en forma directa, por las fuerzas antrópicas resultantes de la construcción de la presa que lo inundó, e indirectamente, por nuestra despiadada acción sobre el planeta que nos está llevando a largos períodos de sequía.
Otro ejemplo que podemos citar es el pueblo de Cenera de Zalima (Palencia, España) a orillas del embalse de Aguilar de Campoo. Cuando las aguas bajan, como es el caso reciente del verano de 2019, tercer año hidrológico más seco del siglo XXI según los datos de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), decenas de turistas visitan la localidad, según afirma Cesar del Valle Barreda, coordinador del centro expositivo Rom y Taller Ornamentos Arquitectónicos de la Fundación Santa María la Real del Patrimonio Histórico, que añade:
Cuando aparecieron estos restos, surgió una oportunidad turística, aunque casi nadie hizo ninguna operación comercial. No hubo campañas de captación de turistas, pero atrajo muchísima gente y era un auténtico desfile.7
También indica que una persona que vivió en el pueblo durante nueve años acude cada día a los restos emergidos del mismo, señalando esta situación como algo especial. El mismo pantano deja también ver las ruinas de otros tres pueblos en época de sequía. Uno de los más llamativos es el caso de Villanueva del Río de Pisuerga, donde se puede pasear por un puente medieval del siglo XII.
Del mismo modo, los antiguos habitantes de Mansilla de la Sierra (La Rioja, España) en época de sequía regresan a la población que fuese cabeza de comarca antes de la inundación producida en 1960. En aquel momento, la localidad contaba con seiscientos habitantes; hoy, el pueblo construido para dar cobijo a la población desplazada tiene empadronadas a 71 personas.
En la noticia publicada en el Huffington Post se afirma que, en palabras de Rocío Menéndez, vecina de Mansilla de la Sierra desde hace 18 años:
Los mansillanos más mayores recorren las calles de su pueblo natal con emoción, porque les hace ilusión relatar a sus nietos dónde estaba su casa, pero también sienten mucha nostalgia, porque lo pasaron mal al abandonar sus viviendas, que quedaron como las dejaron ya que al nuevo Mansilla llegaron «con una mano delante y otra atrás» porque no les dieron gratis sus casas, que costaron unas 300.000 pesetas de la época, un precio «caro» para un pueblo cuyas calles entonces estaban casi sin asfaltar y aún no había luz eléctrica.8
Por tanto, atendiendo al sentido de reivindicación, nos encontraríamos con un claro sitio de memoria, al que los antiguos habitantes de los pueblos sumergidos y sus descendientes siguen vinculados, y que representaría a la vez un ejemplo de lugar olvidado intencionadamente por la historia oficial. No debemos olvidar que en muchos casos los edificios abandonados fueron incluso dinamitados9 para evitar que sus antiguos propietarios retornasen a los mismos. Se trataría por lo tanto de la visita a unos lugares de memoria, como ya se ha definido, espontáneos, y precisamente, es esta emergencia espontánea, gracias a la «irónica» acción de la sequía la que, según las palabras de Pierre Nora, nos señala estos lugares como epicentro de una disyunción entre memoria e historia.
En el corazón de la historia, trabaja un criticismo destructor de memoria espontánea. La memoria siempre es sospechosa para la historia, cuya misión verdadera es destruirla y reprimirla. La historia es deslegitimización del pasado vivido. […] El movimiento de la historia, su ambición no son la exaltación de lo que pasó verdaderamente, sino su aniquilamiento. Un criticismo generalizado conservaría sin duda museos, medallas y monumentos, es decir el arsenal necesario para su propio trabajo pero vaciándolos de lo que, para nosotros, los hace lugares de memoria. Una sociedad que se viviera a sí misma integralmente bajo el signo de la historia no conocería, como sucede con una sociedad tradicional, lugares donde anclar su memoria.10
La necesidad de retorno al lugar de origen se ve intensificada por la fugacidad de esta posibilidad. Se necesita que confluyan circunstancias, por el momento, excepcionales de sequía extrema para poder acceder a los mismos. Así, siguiendo las reflexiones de Chiara Occelli,11 la brevedad de esta oportunidad incrementa ulteriormente su característica como depósitos de memoria.
La distruzione dei luoghi, pertanto, sconvolge la memoria ma ciò che può apparire strano è che, nonostante la sradicatezza che produce, la lontananza dall’astro che causa, accende in realtà il desiderio […] di scavo, di scoperta, di studio proprio di quei luoghi violentati, facendo così accrescere il deposito della memoria.
La destrucción de los lugares, por lo tanto, trastorna la memoria, pero lo que puede parecer extraño es que, a pesar del desarraigo que produce, la distancia de la estrella que causa, en realidad enciende el deseo de [...] excavación, de descubrimiento, de estudio propio. De esos lugares violados, lo que aumenta el depósito de memoria.
Parece lógico entonces, que los antiguos habitantes o sus descendientes sientan la necesidad de regresar al lugar de origen, o incluso de visitar por primera vez estos lugares que aparecen casi milagrosamente después del desastre.
Pero, a nuestro juicio, este fenómeno, el del denominado turismo de sequía, no se puede explicar solamente desde una reflexión sobre la memoria emergida. Desde las disciplinas de la arquitectura y la historia del arte, debemos ocuparnos de la parte material de este fenómeno, es decir, de las antiguas arquitecturas, hoy ruinas, que emergen en estos lugares y que constituyen, uno de los principales atractivos que movilizan a cientos de ciudadanos que, sin tener relación personal con el pueblo sumergido o que experimentan una especial conciencia histórica o ecológica, se sienten fascinados por estos parajes fantasmagóricos. Nos encontramos por tanto ante lugares que acumulan una alta densidad de significados, un palimpsesto de miradas y de relaciones con el pasado.
En este punto, no podemos sino citar la introducción al famoso ensayo de Marc Augé, El tiempo en ruinas.
La contemplación de las ruinas nos permite entrever fugazmente la existencia de un tiempo que no es el tiempo del que hablan los manuales de historia o del que tratan de resucitar las restauraciones. Es un tiempo puro, al que no puede asignarse fecha, que no está presente en nuestro mundo de imágenes, simulacros y reconstituciones, que no se ubica en nuestro mundo violento, un mundo cuyos cascotes, faltos de tiempo, no logran ya convertirse en ruinas. Es un tiempo perdido cuya recuperación compete al arte.12
Pero, ¿qué tipo de ruinas emergen en estos lugares? Creemos que es interesante analizar este tipo de turismo también desde la fascinación contemporánea por la ruina, pensando en la materia misma que los visitantes se encuentran cuando visitan estas áreas. No se trata de restos de civilizaciones pasadas o de edificios con valor monumental, aquellos, casi siempre, fueron traslados en todo o en parte a otros lugares antes de la inundación. Sería útil aquí introducir la diferencia que la lengua italiana establece entre rovina y rudere,13 puesto que este fenómeno está encaminado principalmente a pasear entre rudere: viejas casas, escuelas, muchas de ellas todavía en pie, testimonio de un suceso excepcional, de un desastre programado.
El modo como estos edificios perdieron su uso fue abrupto, decidido con antelación. De un lado, fueron objeto de una suerte de expolio efectuado por sus propios moradores, que como vemos en muchos casos analizados se llevaban consigo diversos materiales de construcción como tejas, vigas y ventanas que recolocar, a veces por motivos económicos y otros de forma simbólica, en sus nuevas casas. De otro lado, el proceso de degrado, de sedimentación del tiempo, difiere totalmente de los normales procesos de abandono. La sumersión de estos edificios en agua dulce es un caso excepcional en lo que se refiere a la conservación de la arquitectura, que no es paragonable a los procesos normales de deterioro por el paso del tiempo, con adición de pátinas y vegetación que han ayudado a configurar la imagen historicista de la ruina, y entraría dentro del estudio de la arqueología subacuática. En este caso, el edificio es llevado ulteriormente a las condiciones higrométricas similares a las de partida en el momento de sequía cuando vuelve a aflorar a la superficie. Resultaría por tanto interesante analizar los procesos tanto físicoquímicos como estructurales a los que esta brusca variación ambiental y de presiones somete a los edificios supervivientes, a los que, además, fueron retirados en muchas ocasiones elementos estructurales. En consecuencia, estos restos arquitectónicos representan más bien una imagen de degradación del cotidiano, que una evocación romántica, si bien entre estos se encuentran todavía restos de algunos edificios monumentales. Serían, en cierto modo, las new ruins que define Rose Macaulay al final de su ensayo «Pleasure of Ruins» de 1953:14
New ruins have not yet acquired the weathered patina of age, the true rust of the barons’ wars, not yet put on their ivy, not equipped themselves with the appropiate bestiary of lizards, bats, screech-owls, serpent […]. But new ruins are for a time stark and bare, vegetationless and creatureless; blackended and torn, they smell of fire and mortality.
Las nuevas ruinas todavía no han adquirido la pátina desgastada de la edad, el verdadero óxido de las guerras de los barones, todavía no se han puesto su hiedra, no se han equipado con el bestiario apropiado de lagartos, murciélagos, búhos, serpientes [...]. Pero las nuevas ruinas están por un tiempo rígidas y desnudas, sin vegetación y sin criaturas; ennegrecidas y desgarradas, huelen a fuego y mortalidad. (Traducción propia)
Podríamos englobar esta fascinación por estas new ruins y rudere en la transformación sustancial del interés por la ruina que, según señala Ascensión Hernández,15 acaeció durante el siglo XX cuando pasaron a ser admiradas, con un fuerte sentido propagandístico, las ruinas de guerra.
En este sentido, resulta interesante leer la noticia publicada en el diario nacional español ABC en 1963, cuando fue vaciado por primera vez el pantano de Belesar, que sumergió la histórica localidad de Puertomarín.
Puertomarín, inesperadamente y por una vez nada más, se ha convertido en una «villa resucitada » del agua. Las gentes circulan por las viejas calles, mientras que las casas están otra vez al sol. Centenares de personas acuden de toda Galicia para ser testigos de este fenómeno patético y atractivo. El viejo Puertomarín se presenta ante los ojos de los que en él vivieron toda su vida. Hace diez años las aguas del embalse lo cubrieron totalmente, y ahora, porque Belesar ha abierto sus compuertas, quizá para faenas de limpieza, antes de que lleguen las grandes avenidas del invierno, quizá para arreglos en la central, Puertomarín ha vuelto a quedar al descubierto, y hasta por sus viejas y románticas calles transitan ahora los antiguos vecinos.
El Puertomarín viejo e histórico parece ahora una ciudad bombardeada por miles de obuses o por centenares de aviones. Las aguas demolieron o reblandecieron una buena parte del pueblo, antes ya desmantelado por los mismos vecinos para llevarse todo que de útil y de valor podían encerrar sus casas, desde las pizarras que cubrían los tejados hasta las vigas que sostenían las diferentes plantas. El puente romano, cubierto estos meses por masas de agua de más de 15 metros de altura, se ve ahora de nuevo en medio del lecho del río. Este puente se halla aún en las mejores condiciones. En opinión de los técnicos, este espectáculo no volverá a producirse.
Por otro lado, el nuevo pueblo de Puertomarín, que fue inaugurado por S. E. El Jefe del Estado hace poco más de un mes, sigue levantándose, hermoso y moderno, a unos 300 metros, sobre un promontorio que domina el lago que cubre a la antigua villa. La iglesia de San Nicolás se halla totalmente terminada, después de haber sido trasplantada, piedra por piedra, desde su anterior emplazamiento. Lo mismo sucede con la llamada «Casa del General» y con los restantes monumentos que, según los técnicos, en una operación que no tiene parangón en Europa, al menos por ahora, fueron llevándose desde el pueblo condenado al nuevo. Por otra parte, el nuevo Campo municipal de la Feria está casi terminado y han empezado las obras del Club Fluvial que la empresa constructora del salto levantará al amparo que las posibilidades de lago ofrece. Se van a iniciar las obras del Parador de Turismo que construirá la empresa que ha edificado el salto de Belesar.
Pronto, sin embargo, el nivel del agua volverá a subir, y Puertomarín, la legendaria villa enclavada en el camino de Santiago desaparecerá, esta vez quizá para siempre, bajo las aguas del Miño.16
Este fenómeno que el autor califica como «patético y atractivo» establece precisamente una comparación del pueblo sumergido con una ciudad «bombardeada por miles de obuses o por centenares de aviones», circunstancia que sin duda se vería reforzada por el hecho de que, efectivamente, para evitar que los vecinos volviesen a sus antiguos hogares a recuperar enseres y materiales, la empresa encargada de los trabajos dinamitó estas casas17. Sin embargo, en nuestros días, desprovistas estas ruinas de una intención propagandística, no queda sino preguntarnos si debemos englobar este proceso de algún modo en una corriente que ve en ellas, prevalentemente, un valor estético ligado a una tendencia que ya señalaba Ascensión Hernández relacionando las últimas tendencias del deterioro y la imperfección patentes en muchos casos de restauración monumental con las del arte contemporáneo.
Un culto per la rovina (per quanto tiempo?) in cui coincidono recupero e riabilitazione edilizia, arte contemporanea ed estetica, in una tendenza che privilegia le terminazioni imperfette ed erose dal tempo, la belleza della patina e il fascino della decadenza, giustificato spesso, da argomenti non nuovi (anche se politicamente corretti) come il riciclaggio e la sostenibilità, ma che si ricollega al Desiderio umano di rifugiarsi nel passato e nelle sue poetiche impronte.18
Un culto a la ruina (¿durante cuánto tiempo?) En el que la recuperación y la, el arte contemporáneo y la estética coinciden, en una tendencia que favorece las terminaciones imperfectas y erosionadas, la belleza de la pátina y el encanto de la decadencia, a menudo justificada, por argumentos que no son nuevos (incluso si son políticamente correctos) como el reciclaje y la sostenibilidad, pero que está vinculado al deseo humano de refugiarse en el pasado y en sus huellas poéticas. (Traducción propia)
Idea que se puede sumar a la reflexión que el sociólogo Jeudy propone en su libro Fare memoria. Perché conserviamo il nostro patrimonio culturale,19 donde el autor llama la atención sobre el modo como hoy en día se presentan las ruinas de guerra, tomando como ejemplo los restos de la ciudad de Hiroshima (Japón), donde los efectos del conflicto en realidad parecen presentados como las consecuencias de un cataclismo, por lo que, según el autor, el mensaje transmitido orienta la mirada del visitante hacia una trágica constatación de la fatalidad del destino.20
Esta estética de la fatalidad y la decadencia, materializada en los restos de los pueblos sumergidos, no se relaciona a priori con el suceso que ha provocado este estado si no se acompaña de la adecuada información. Así, se puede caer en la aparente banalidad de visitar estos restos en todoterreno o bugy,21 paseando entre un conjunto urbano en evidente estado de degrado, como una solución alternativa de oferta turística a los deportes náuticos que se ofrecían en los mismos lugares antes de la sequía.22
MÉTODOS
Se trata de una situación cuya gestión, como hemos visto, llama en causa a diferentes disciplinas. La profesora de antropología Virginia Cardi indica que reflexionar sobre las ruinas comporta la formulación de un pensamiento sobre lo que ha sucedido y sobre una categoría de la existencia, la del resto, entre los cuales se intenta poner en práctica una dialéctica. Para esta autora, no se trata de un problema de conservación, ni de reconstrucción filológica del pasado, sino de actualización consciente de los recuerdos que existen, pero es inútil intentar reconstruir el pasado. Aunque no se pretenda realizar una reconstrucción del pasado pensamos que esta dialéctica apela, entre otras, a la restauración arquitectónica. Precisamente Cardi, se hace eco en su texto del famoso guerra ai restauratori! de Víctor Hugo, siendo consecuente con que defender una posición que piense las ruinas sin reflexionar sobre su conservación parece a priori, polémica.23 Creemos, sin embargo, que se deben definir claramente los principios de conservación24 por aplicar sobre estos pueblos emergidos, en tanto que estos lugares de memoria son tales porque aparece su traza material; se trata de edificios, de conjuntos urbanos, capaces de evocar distintas memorias pero sobre todo de atraer nuevas miradas e incitar a una reflexión sobre los procesos que los han llevado a ese estado, especialmente, cuando los mismos son objeto de especulación económica, vistos como un recurso turístico. Por tanto, se necesita un proyecto, que puede perfectamente ser no intervenir materialmente, pero que debe ser fruto de una decisión crítica que analice efectivamente los conjuntos emergidos, los problemas que plantean desde sus aspectos históricos, materiales arquitectónicos y simbólicos, y que responda a un objetivo social consensuado. Si bien su aparición es espontánea, su gestión no debería serlo.
Nos encontramos ante lugares con un altísima densidad de significados relacionados con el pasado, que pasan de la directa vinculación personal al lugar, al recuerdo de un importante capítulo de la historia de la modernización de nuestros países, pero que también deben servir como reflexión hacia el futuro, pues, como se ha señalado, resultan un claro síntoma del cambio climático, y además sacan a la luz episodios relativamente recientes de conflicto ciudadano, de memorias silenciadas y de una historia oficial que narró de forma sesgada los hechos acaecidos durante los desalojos. En este contexto, las líneas que separan las diferentes disciplinas se desdibujan: el arquitecto parece convertirse en antropólogo y este a su vez en urbanista, mutado a su vez en sociólogo, que en realidad se está ocupando de la historia, en un continuo girar en torno a un problema común, una suerte de agujero negro, al intentar no banalizar estos lugares donde memoria e historia confluyen.
La condición excepcional que caracteriza a estos parajes es que su visita solo es posible en determinados momentos de extrema sequía, imprevisibles en el largo plazo. Por lo tanto, las estrategias de adecuación a la visita deben tener en consideración su carácter efímero, removible y deberían estar encaminadas a mejorar el conocimiento histórico del visitante, más aún, invitar a una reflexión desde varios enfoques sobre lo acaecido en el lugar.
Respecto a estas adecuaciones encontramos el caso de Puertomarín, el ayuntamiento de la localidad intentó canalizar este turismo instalando en sus calles fotos antiguas y paneles explicativos con códigos QR para ampliar la información a los visitantes.25 La utilización de las nuevas tecnologías gracias a las posibilidades que estas ofrecen, siempre en continua evolución, parece una opción adecuada para llevar a cabo esta ampliación de información, necesitan de un soporte material mínimo y gracias a ellas se puede agregar infinidad de contenidos textuales y también gráficos que ayuden a una mejor comprensión del lugar.
Estos contenidos deberían estar creados desde un enfoque multidisciplinar que permita informar a los turistas de cuanto sucedió en aquellos lugares, las políticas, los adelantos técnicos y constructivos que los hicieron posibles, su evolución, el proceso de los desalojos y la reubicación de las familias. Por otro lado, la falta de materialidad de estas aplicaciones y por tanto su uso voluntario una vez llegados al lugar, sería una parte importante de la actuación, puesto que no interferiría con quien siente un vínculo personal con estos lugares, a quién quizá su musealización podría causar una cierta sensación de extrañamiento y prefiere asociar a ellos un concepto de memoria personal sin vínculos históricos. Del mismo modo, la condición virtual de estas informaciones, sin grandes afectaciones sobre las visuales de los restos emergidos, permitiría igualmente la contemplación estética sin interferencias de estos restos. Se trataría por tanto de añadir un nivel prácticamente invisible que dotase de contenido histórico a estos lugares que en la actualidad son prevalentemente evocadores.
RESULTADOS Y CONCLUSIONES
Un análisis del doble significado de estos sitios, como lugar de historia y lugar de memoria, aconseja que se permita la convivencia de ambos, reduciendo al mínimo la intervención oficial, la de la historia, sobre los restos materiales, estos pueblos sumergidos, que son depósitos de memoria de sus antiguos habitantes y sus descendientes y cuya musealización corre el riesgo de desnaturalizar su emergencia espontánea.
Es necesaria la información histórica para que este fenómeno enriquezca nuestro conocimiento sobre los hechos acontecidos, pero en estos tiempos, el soporte de esta información puede desvincularse físicamente del lugar, permitiendo contemporáneamente una doble lectura de los mismos, sin que estos interfieran entre sí, y por tanto, la convivencia de historia y memoria, dejando al visitante la posibilidad de elegir el significado de su viaje, en suma, admitir la independencia del espectador. Se trata de huir de visitas programadas y paquetes, sin por ello, descuidar la seguridad de la visita o el deber de facilitar información veraz, seguramente con diversos niveles de contenidos y por tanto de complejidad, que enriquezca la experiencia de quien se aproxime a estos lugares con curiosidad histórica, pero respetando al mismo tiempo a quien busca en ellos parte de su memoria, o quizá, de aquellas intrahistorias que definiese Unamuno, y que estos restos tienen todavía la capacidad de evocar.
Por otro lado, más allá de la mera adición de información histórica, nos preguntamos si estos lugares, cuyo poder de fascinación queda fuera de cualquier duda, no podrían ser objeto de una reflexión desde el mundo del arte. Como indica Brian Dillon,26 las ruinas son de un lado un remanente, un portal hacia el pasado, su decadencia es un recuerdo concreto del paso del tiempo, pero, por otro lado, nos adelantan en el tiempo, predicen un futuro en el que nuestro presente se degradará o será víctima de una calamidad. La ruina, más allá de su estado de decadencia, nos sobrevive. Así, según Dillon, una mirada cultural hacia las ruinas es una forma de liberarnos de las cronologías puntuales, poniéndonos a la deriva en el tiempo. Las ruinas son parte de la larga historia del fragmento, pero las ruinas son fragmento con futuro; nos sobrevivirán a pesar de que nos recuerdan una totalidad perfecta perdida. En este caso, además, la temporalidad de estas emergencias desafía todavía más la labor del mundo del arte, que a través de instalaciones o actuaciones efímeras, podría establecer en estos lugares obras que incitasen a una reflexión sobre nuestro futuro, desde el punto de vista de la utilización de recursos energéticos, del cambio climático, del desarraigo o tantos otros argumentos que la existencia de estos restos suscita.
Referencias
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Notas