Resumen: En el presente trabajo se recuperan hallazgos de la investigación doctoral, a la luz de los debates que emergieron con posterioridad. En primer término trabajamos sobre la polisemia del concepto intervención, asumiendo las disputas de sentido que se desarrollan. Posteriormente, se incluyen las ideas en torno al acompañamiento como rasgo estructural de la intervención, puesto en diálogo con la dimensión discursiva performativa. Incluimos reflexiones sobre las existencias corporales y las implicancias en la intervención. Avanzamos en el texto con la idea de habitar la incomodidad, enlazando con las ideas previas de cuerpo, espacio y tiempo. Finalmente, incluimos el debate sobre las visitas domiciliarias y los dominios herramentales que los trabajadores sociales ponen en juego. La idea de que las intervenciones del Trabajo Social implican habitar la incomodidad se trama con los giros lingüísticos/ discursivos y corporales de las ciencias sociales.
Palabras clave:Trabajo Social, Giro corporal, Discursos, Acompañamiento, Habitar la incomodidad.
Abstract: In the present work, the findings of the doctoral research are recovered, in the light of the debates that emerged later. First, we work on the polysemy of the intervention concept, assuming the meaningful disputes they face. Subsequently, ideas about accompaniment are included as a structural feature of the intervention, put in dialogue with the performative discursive dimension. It includes reflections on body stocks and the implications in the intervention. We advance in the text with the idea of inhabiting the discomfort, linking with the previous ideas of body, space and time. Finally, we include the debate on home visits and tooling domains that social workers will put into play. The idea that Social Work interventions involve discomfort is plotted with the linguistic / discursive and corporate turns of the social sciences.
Keywords: Social Work, Body twist, Speeches, Accompaniment, Inhabit discomfort.
Tema Central
Habitar la incomodidad desde las intervenciones del Trabajo Social
Recepción: 11 Diciembre 2019
Aprobación: 18 Febrero 2020
El presente trabajo surge desde pensar a la discapacidad en situación interventiva, habiendo recuperado la trayectoria del Trabajo social en la génesis y consolidación de un espacio socio ocupacional en los últimos 60 años2.
En ese derrotero se generaron reflexiones relacionadas a la estructuración social, política y simbólica de la intervención profesional, al tiempo que se identificaron las agencias que la misma intervención produce. Estas reflexiones son tributarias a las múltiples voces que fueron consultadas en el trabajo de campo, especialmente de las colegas que ejercieron la profesión desde los inicios de la década de 1960 hasta 2015. Una vez terminada la tesis, llegó el tiempo de la conversión de la misma en formato libro3 y posteriormente su presentación en distintos espacios en los que se pusieron en juego los hallazgos con las resonancias que los mismos generaban en el colectivo profesional4. Este proceso confluyó con la participación en el Seminario del área Central del Doctorado en mayo 2019, donde se produjeron debates sobre la disciplina e intercambios desde miradas construidas desde la investigación en Trabajo Social.
Estos movimientos han posibilitado la producción del presente texto, que pone en diálogo los hallazgos de la tesis con los debates posteriores sostenidos en espacios de confluencia disciplinar5.
En la investigación doctoral se identificaron las formas en que se construyen las subjetividades más allá y más acá de los diagnósticos, de las certificaciones en el campo de la discapacidad. Esto permitió identificar posicionamientos de los sujetos frente a la intervención, tensando la idea de productividad de los procesos interventivos de manera unidireccional. Algunos sujetos generan resistencia a ser colocados, encasillados, moldeados en espacios heterónomos, y esto acontece en la intervención.
La identificación en torno a la producción de sujetos en los procesos interventivos, nos llevó a dialogar con Eliseo Verón (1987) quien propone que todos los fenómenos sociales son en sus dimensiones constitutivas procesos de producción de sentidos (los que son sociales). La noción de discurso - como configuración espacio-temporal de sentido, identificada sobre soportes materiales diversos que son fragmentos del proceso de producción- permite considerar la materialidad de sentido y recuperar la construcción social de lo real en la red de la semiosis social (Verón, 1987).
¿Cómo se vincula esto con la intervención profesional del Trabajo Social? ¿qué lugar ocupa la materialidad de esos discursos? Se entiende que el análisis de los discursos resulta la descripción de las huellas de las condiciones productivas en los mismos, tanto de las condiciones de producción como de las condiciones de reconocimiento.
“Este doble anclaje, del sentido en lo social y de lo social en el sentido, sólo se puede develar cuando se considera la producción de sentido como discursiva (…) El análisis de los discursos sociales abre camino, de esa manera, al estudio de la construcción social de lo real…” (Verón, 1987, p. 125).
En este sentido resultó relevante, en la tesis, el análisis de los discursos sociales acerca de la discapacidad plasmados/generados en los procesos de intervención de los trabajadores sociales. Este doble anclaje, del sentido en lo social y de lo social en el sentido, fue develado en la consideración de la producción de sentido como discursiva. Por ello, avanzamos en recuperar miradas sobre la propia situación de discapacidad asociada a los sentidos producidos por colegas en relaciones interventivas. Eso habilitó a identificar las agencias para los afrontamientos de situaciones.
“Que no es que se les arruinó la vida por esto, digamos, sino que cada uno va haciendo su camino totalmente distinto, que tiene que ver también con la forma de ser previa” (TS código 522).
“Yo antes de leer, decía que la discapacidad no aparecía. Yo no me veía nada raro porque estaba con mis amigos, pero cuando salía a la calle y me miraban distinto, ahí estaba la discapacidad. Yo creo que es eso, que tiene que ver con esto, que después le fui encontrando nombres como la normalidad, y la construcción social, política y cultural. A mí se me ha materializado de esa manera: cuando veía gente que se me reía, que me miraba” (Entrevista TS código 65).
La intervención en discapacidad desde la idea de trayectorias diferenciales en contextos desiguales dota de un avance sustantivo en los análisis de las situaciones particulares que se presentan en los servicios sociales y son abordadas por los agentes profesionales.
La idea de giro lingüístico o discursivo tomó centralidad. Por ello, las narrativas han sido asumidas como contingentes, situadas, epocales, fruto de lo social significado y lo discursivo performando lo social (Butler, 2002; 2007).
Bourdieu (2008) se instaló como uno de los aportantes teóricos en este reconocimeinto del giro discursivo, en la medida que nos invita a pensar las formas en que la producción lingüística constituye un conjunto entre los productos y los agentes productores.
Para comprender los procesos interventivos del trabajo social, ha sido necesario acompasar un giro discursivo que nos permita visualizar y comprender la eficacia simbólica del discurso profesional en la configuración de escenas interventivas.
Del análisis de las entrevistas, surge como hallazgo que el acompañamiento de trayectorias es una dimensión estructurante de la intervención profesional. Estos acompañamientos se visualizan en la configuración de proyectos de intervención, en los que la tramitación de las situaciones conflictivas son realizadas con el sujeto de la intervención. ¿Qué aspectos son los que se abordan? ¿Sólo las dificultades de accesibilidad (en sus múltiples dimensiones) las que se toman? ¿Por qué hablamos de proyecto como dimensión instrumental del acompañamiento? La idea de pensar un proyecto supone la configuración de una imagen objetivo, de historizar las prácticas, de identificar las formas en que el orden social constriñe y las potencialidades que la singularidad despliega. Al mismo tiempo articular con las expectativas que construimos en torno a las apuestas individuales que “el otro” asume. Y la producción de certeza de que el otro, siempre será el otro y tomará decisiones más allá de nuestras sugerencias.
En las situaciones relevadas en el trabajo de campo, se visualiza cómo el acompañamiento es sinuoso, con recursos escasos (la mayor de las veces) con sujetos sufrientes ó padecientes. ¿Cuánto de lo restitutivo opera? ¿Cuánto de la emancipación? ¿Cuánto de rupturas ó saltos cualitativos? Y en qué medida las intervenciones profesionales logran generar o aportar a estos saltos.
“Acompañar es mirar de otra manera a la persona y su historia, para que ella pueda verse de otra forma. Es creer en sus potencialidades, ayudarle a tomar conciencia y a desarrollarse, sea cual sea su estado actual. Acompañar es mediar entre las instituciones, más o menos burocratizadas de una sociedad y las personas que, por estar excluidas no puedan hacer valer sus derechos” (Funes y Raya, 2001, p. 33).
Y en esa línea se instala, la idea de gestualidad. La intervención profesional de los trabajadores sociales está integrada de sutiles actos, de miradas intercambiadas, de palabras enunciadas en contextos de entrevistas, de información compartida, de accesos habilitados. Skliar (2009; 2014) plantea que los pequeños gestos, los gestos mínimos, hacen sentir a cualquiera y cada uno su implicancia con lo común y lo común tiene que ver con lo público. Cuando el autor nos invita a revisar esos gestos mínimos, nos habilita reflexiones sobre aquello que pone en evidencia si el otro me importa, me conmueve, me habilita esfuerzos intelectuales para generar intervenciones.
“Gestos (y creo que la mirada también es un gesto) que ayuden a la existencia del otro, a su afirmación, a su vitalidad, a su porvenir. Gestos, como la mirada, que son decisorios a la hora de intentar hacer algo con lo que se és” (Skliar, 2009).
La propuesta de un trabajo social que construya un horizonte emancipador en su despliegue, se sustenta en un paso previo, con una pre noción, en un instante que habilita gestualidades. En ese sentido, siguiendo a Cornú (2007) se señala que la hospitalidad es la que acoge a la mesa, es el conjunto de gestos y de ritos del umbral, de la entrada. Los gestos mínimos, son los que evidencian las apuestas estratégicas, los compromisos ético – políticos. ¿Cómo pensar una implicancia política grandilocuente si me despreocupo que el sujeto de la práctica me espera 3 horas para que lo atienda? ¿Cómo sostener un discurso de emancipación si no me importan los modos en que transita el sujeto por la organización? Las formas en que es tratado, la manera en que es higienizado en un hogar, si se respeta o no la intimidad, todo esto hace a la dimensión de gestualidad mínima. Con esto queremos señalar, que esos gestos no son sólo de nuestra intervención sino que transversalizan las prácticas de las organizaciones.
En resumen, acompañamiento de trayectorias, construyendo proyectos interventivos de manera multivocal.
Por otra parte, surge que en las organizaciones se sostienen disputas sobre las cuestiones que corresponden a los trabajadores sociales en forma exclusiva, reafimándose una división con los “meros trámites, las tareas de administrativas”. Y en este punto, ha sido recurrente nuestra idea de la central disputa en la que se juega ó jugaría el prestigio profesional. Existe una multiplicidad de acciones que los trabajadores sociales en el campo de la discapacidad sostienen, con un claro dominio herramental de la profesión. Las mismas incluyen:
En estas actividades mencionadas, la escucha aparece disputando el significante a otros profesionales que integran los equipos de trabajo y en otros casos de manera complementaria. La escucha que se señala está enlazada a la de contención como constitutiva de la misma. En esa escucha, surgió la idea de construcción de los límites de la intervención, de los encuadres de la demanda. No es cualquier conversación la que se dá en los servicios sociales, sino un tipo de relación social en el que la fluidez del discurso está enfocado a una particular relación, a la que podríamos denominar de asistencia. La recuperación de la narrativa del sujeto que demanda, se realiza en pos de reconstruir su historia, trayectoria, y tendiente a construir en forma conjunta un proyecto interventivo. El acompañamiento, categoría que habilita tránsitos autónomos, sólo es posible con dispositivos de escucha.
Y aquí retomamos los aportes de Carballeda (2015) quien nos señala que la palabra, la mirada y la escucha son instrumentos claves en las diferentes metodologías de intervención social, forman parte de un mismo proceso.
La escucha, que es adjetivada como diferente por los/as colegas, nos da pistas a pensar que la misma supone la configuración de condiciones para la enunciación (Spivak, 1998). El Trabajo Social performa condiciones para que la enunciaicón sea posible ¿Siempre acontece esto? ¿Se hegemonizan las temporalidades previstas para esa enunciación?
• Entrevistas con sujetos de la práctica en los servicios sociales ó en contexto de visita domiciliaria.
• Asignación de prestaciones y servicios a los requirientes.
• Orientación y asesoramiento en el marco de consultas de sujetos o de otros profesionales o instituciones.
• Producción de informes sociales, de registros múltiples, elaboración de proyectos de trabajo.
• Acompañamiento diacrónico.
• Definición de dispositivos de atención, supervisión institucional, propuestas a creación de normativas y/o su modificación.
• Supervisiones individuales a sujetos que demandan intervenciones.
• Coordinación de grupos específicos, generación de estrategias grupales.
• Conformación de equipos interdisciplinarios, supervisión de servicios socio – sanitarios.
En relación a la intervención hemos señalado que implica el desarrollo de gestualidades mínimas y que se constituyen escuchas diferentes. Estas cuestiones las fuimos comprendiendo dentro de los debates de las ciencias sociales, especialmente con perspectivas transversales a los temas abordados que nos permitieron nuevas formas de exploración: la decolonialidad, la perspectiva de género y el giro corporal.
El giro corporal ha posibilitado transformaciones en las formas de producir conocimientos, asumiendo la existencia como corporal (Merlaeu Ponty, 1962), la corporazación de los social (Bourdieu, 1991) y la performatividad corporal (Butler, 2002). Este movimiento teórico – conceptual plantea el interés por las emociones, los afectos y los sentimientos en la vida pública y el esfuerzo por producir un conocimiento que profundice en esa emocionalización, en oposición a la primacía de la racionalización y las dualidades característica de las ciencias tradicionales: mente/cuerpo, emoción/razón, individual/colectivo, entre otras (Lara y Enciso, 2013). En estos métodos, no solo cobran fuerza las emociones y los afectos, sino las interacciones, los discursos, el cuerpo o el género (y su variabilidad cultural e histórica), como movilizadores sociales, psíquicos, y también como constructores de conocimiento. Es allí donde radica uno de sus potenciales en las formas de producir análisis.
En este tenor, reconocemos que los ejes estructurantes del giro corporal resultan sustanciales para comprender la intervención profesional del trabajo social. Por un lado, porque permite reconocer nuestro propio cuerpo, los modos en que las experiencias corpóreas configuran la sociedad y el espacio (y viceversa) y las existencias corporales de los sujetos de nuestras intervenciones. También nos permite interrogarnos por los afectos, las emociones y los sentimientos, el lugar de las mismas en la trayectoria disciplinar, y en las maneras situadas en que se despliegan las intervenciones.
Nos interesa clarificar las discusiones sobre la dimensión corporal presente en la intervención profesional. Comprendemos que el análisis de cómo se ponen en escena los cuerpos, cómo operan los procesos vinculados a la conmoción frente al sufrimiento social del otro, de las situaciones de opresión de las que somos testigo y las disputas de sentido que sostenemos.
Los estudios sobre cuerpo los podríamos agrupar en tres fuentes analíticas (Mora, 2010):
¿Desde dónde pensamos los cuerpos? Desde los tres aportes teóricos, habida cuenta que entendemos que el cuerpo es nuestro punto de vista metodológico, considerando que en la intervención ponemos el cuerpo constantemente, y desde esa corporalidad percibimos el mundo social. Al mismo tiempo, esas percepciones están reguladas (relacionado al concepto de habitus) por lo que la indignación, el asombro que ponemos en acto en la intervención con los posibles y los pensables en determinado espacio - tiempo. Y por otra parte, los sistemas simbólicos claramente asignan sentidos a determinados funcionamientos corporales, a las proximidades entre los cuerpos de los trabajadores sociales y los sujetos de las prácticas, etc.
“El orden social se inscribe en los cuerpos a través de esta confrontación permanente, más o menos dramática, pero que siempre otorga un lugar destacado a la afectividad y, más precisamente, a las transacciones afectivas con el entorno social” (Bourdieu, 1999, p. 186).
La afectividad, las transacciones afectivas, inscriptas en los cuerpos es un dato insoslayable para pensar la intervención profesional en tanto práctica social. Varias entrevistas planteaban que en los dispositivos centros de día el lugar de los trabajadores sociales era “un poco adentro y bastante afuera” esto constituía un lugar paradojal, en el que no podríamos plantear en término de no lugar (Augé, 1992) ya que la interacción está garantizada. No obstante, el no lugar es configurado en tanto estrategias de desinterés sobre el adentro que protagonizan muchas veces los propios colegas. “Nosotros no sabemos de las patologías, así que mejor trabajamos el afuera” (notas de campo).
Profundizando el análisis, y en concordancia con el pensamiento decolonial latinoamericano, traemos a la reflexión la opresión estructural que experimentan los sujetos de nuestras prácticas, en relación con las tres ejes que sostienen la colonización moderna: la colonialidad del poder, del saber y del ser. Asumir esta perspectiva implica, a su vez, reconocer la parcialidad de la gramática eurocéntrica en el contexto de la alteridad epistémica, y reivindicar "otras" concepciones y modos de producir saber , así como formas de vidas, experiencias, corporalidades, afectividades, y emocionalidades subalternizadas desde la episteme moderna.
Nuestras búsquedas6 asumen estos giros y se abren a producir saber sobre la intervención instalando la idea de la dimensión perceptual, vinculada a los aportes de Schutz (1970) y Merleau – Ponty (1962). La percepción nos conecta con el objeto o con el otro sujeto, Schutz plantea “tornarse hacia un objeto”. ¿Cómo se decodifica la idea de no – conexión intersubjetiva? La percepción siempre es situada, ¿Cómo pensar entornos intersubjetivos en el que el otro sujeto no tiene deseo de conectarse, de percibir? Y si lo percibe ¿se le torna amenazante?
Como mencionamos en párrafos precedentes, la conmoción frente a las formas de sufrimiento social ha sido una constante en las narrativas de las personas entrevistadas. Esto permitió diferenciar el malestar por la discapacidad en sí misma, de la indignación frente a las formas de opresión asociadas a la discapacidad. Señalamos que al mismo tiempo que aparecía esta cuestión, se sumaba una mirada centrada en los agentes, en su capacidad de posicionarse desde las potencialidades. Emotividad frente a la escucha, lo que permite que el dolor del otro sea tramitado en el marco de esa escucha. La implicancia, la distancia y el compromiso que supone "cierta entrega".
“Los procesos de construcción, circulación y reproducción de nuestras sensibilidades sociales condicionan y constituyen al menos tres procesos vinculados elípticamente: 1) las conexiones –y desconexiones- entre afecciones individuales, percepciones sociales y relaciones de clase, etnia, género y edad; 2) las disposiciones y dispositivos clasificatorios respecto a lo que se represente socialmente por “medio”, “entorno”, “naturaleza” y/o “planeta”; y 3) el diseño de las formas tecnológicas de vehiculizar, transportar y dislocar el tiempo y el espacio. Como posible advertir lo que esta en juego no se limita a una mirada binaria de la sensibilidad que la agota en la aporía (ya muy escolástica) construida-biológica” (Scribano, 2010, p. 255).
El aporte de Scribano nos invita a complejizar esas sensaciones del orden de lo íntimo, de la sensibilidad que creíamos individual. ¿Cuánto de la sensibilidad opera como motorización de las prácticas interventivas? ¿Cuánto de la percepción instala la configuración de las situaciones como complejas, que ameritan respuestas urgentes? ¿O acaso eso que se activa en una entrevista de guardia en un servicio social no es algo del orden de los cuerpos, que se racionaliza, que se operacionaliza para intervenir?
“El cuerpo es una condición para nuestra existencia, una base de operaciones desde la que actuamos en el mundo, pero que a la vez, está colmado de significados” (Kogan, 2010, p. 102).
En tal sentido, las mediaciones se tornan sustentadoras de la mirada crítica que permite identificar modos singulares de transitar las vidas. Por ello, es que recuperamos otro de los ejes centrales en el análisis de la intervención que está asociado a la idea de abordaje / seguimiento / procesos a largo plazo / abordajes diacrónicos. Aparece aquello que se hace, se tramita, se gestiona desde la intervención y lo que me acontece a mí como sujeto al ver, al ser espectadora de deterioros / dependencias / carencias.
De manera recurrente aparecieron referencias a pensar la intervención profesional como posible salto cualitativo en las trayectorias de los sujetos de las prácticas, algo del orden de la accesibilidad a partir del encuentro interventivo7. Pero esto no era asumido por todos, ni construido de manera lineal por el colectivo profesional. Para aquellos colegas que plantean pre eminencia de las restricciones por sobre las posibilidades, la asunción del salto cualitativo no aparece.
En este punto sumamos una valoración recurrente sobre las redes armadas con otros colegas e instituciones a partir de la propia intervención, del propio prestigio interventivo, del respeto ganado frente al abordaje de algún caso. Sigue apareciendo la referencia institucional, con otras profesiones y la interdisciplina.
“Las cuestiones que creo que facilitan, para mí más que todo es el conocimiento institucional de la zona: vivir en la zona y tener los contactos y las referencias institucionales. Porque ante cada situación he podido lograr o llegar a ciertas cuestiones por ser del lugar y poder… bueno, le pasa algo a alguien y saber adónde acudir, tener un referente en ese lugar. Se le venció el certificado a alguien, y tener un referente en discapacidad. Todas esas cosas que van agilizando el trabajo. O situaciones de… problemáticas familiares en relación a maltrato o discusiones, bueno, tener contactos en Asesoría o en el Tribunal de Familia. Bueno, todas esas cosas que uno va consultando. Y más para mí, que por ahí yo no tenía tanta experiencia en discapacidad” (Entrevista TS código 1516).
El trabajo social tiene un amplio recorrido en la discusión sobre el espacio de intervención, por lo que las discusiones sobre la resignificación de la demanda, las rupturas con los roles asignados son un capital específico del propio campo disciplinar. Retomando lo que plantea Bourdieu (1999) en torno a la afectividad, como motor de la vincularidad, relacionamos:
“Si me plantean hacer un informe social, bueno, ¿pero qué es el informe social?, como cuestionar esto: ¿es lo mismo hacer un informe social en una oficina que concurrir al domicilio?, ¿es lo mismo un informe social que responden preguntas cerradas, completando una fichita, que poder tener una conversación más o menos amena con la familia y también estar escuchando lo que el otro quiere contarnos? Porque muchas veces, a mí me pasó, que vas con ciertos ejes de entrevista, y el otro por ahí se va para otro lado porque era necesario para esa persona decírtelo. Y generás un vínculo de confianza que te permite abordar un montón de cosas, que si vos lo limitás diciendo: “no, mirá, eso no me corresponde porque yo vengo por el centro de día, entonces esto lo tenés que hablar… es una cuestión familiar, hablalo con otro trabajador social”, y no” (Entrevista TS código 522).
La intervención supone vincularidad, encuentro, reconocimiento. El análisis situacional de los sujetos de intervención es posible a partir de la disposición a la escucha, una escucha que es diferente como plantearon casi todos los entrevistados. En este punto, destacamos el particular modo que nos disponemos a la escucha, y que no es sólo escucha sino que es tramitación de demandas, configuración de proyectos de intervención, al fin y al cabo acompañamiento. El mismo, se realiza desde varias dimensiones: capacidad intelectual, dominio herramental y corporalidad. Siguiendo a Contreras (2010) planteamos que es el cuerpo el lugar en el que se inscribe la historicidad, los sentimientos y pensamientos, por lo que la posibilidad de realizar una lectura analítica de esto es a través de la captura de la experiencia.
La corporalidad es enlazada a las disposiciones espaciales de los servicios sociales. En las entrevistas surgió, vinculado a las condiciones y medio ambiente de trabajo, intensidades variables en torno a la calidad de los espacios de trabajo. En general, en los dispositivos de atención del sub sector privado los gabinetes / consultorios eran compartidos por lo que se presentaba cierta dificultad de sostener entrevistas en marcos de intimidad. En el capítulo anterior planteábamos que la temporalidad era un vector importante en la intervención, por lo que sumaremos el vector espacial para seguir pensando la misma.
Merlau Ponty (1962), desde la fenomenología, plantea que el cuerpo humano es él mismo un sujeto y que este sujeto es necesariamente un sujeto corporizado. Esto ha permitido evitar el pensar exclusivamente desde una semántica interpretativa alejada de la propia percepción corporal. Cuando los trabajadores sociales ponemos el cuerpo en la realización de visitas domiciliarias, evidencian los conceptos de cuerpo vivido y la producción de espacialidad. Supone una idea de localización de las prácticas sociales y un lugar diferencial al cuerpo.
Las sensaciones frente a la opresión, la indignación frente al avance de la medicalización tuvieron un locus corporal. Allí establecimos un vínculo nuevamente con Csordas cuando plantea que es “un campo metodológico indeterminado definido por la experiencia perceptual y por los modos de presencia y compromiso en el mundo” (Csordas, 2010, p. 145).
Finalmente señalamos que, la mirada estratégica para gestionar las organizaciones se instala como necesidad lo que supone capacidad para la construcción del problema, la colectivización e implicancia en la búsqueda de respuestas.
● Los que se entiende al cuerpo como producto de un conjunto de sistemas simbólicos.
● Los que se hace hincapié en la regulación de los cuerpos, con una gran influencia foucaultiana.
● Cuerpo como punto de partida metodológico, antes que objeto de estudio. La idea de cuerpo como ser – en – el mundo de Merleau Ponty será una influencia central.
En la investigación que venimos señalando, emergieron especialmente referencias en relación a la visita domiciliaria. “no es lo mismo sentarse y escuchar, que ver” (Entrevistada T67). La entrevista en contexto de visita domiciliaria adquiere una particular dimensión, una textura diferencial. Y aquí instalamos otra discusión, pensamos en términos de entrevista en domicilio ó de visita domiciliaria.
“La visita domiciliaria es una acto profesional que nos define. No se trata de una técnica en si misma, toda vez que este acto se compone de varias técnicas: la entrevista (con sus recursos específicos, subtécnicas y habilidades), y la observación en sus distintas formas (participante, estructuradas, no estructurada, focal...)” (Gonzalez Calvo, 2003, p. 66).
La visita como algo más que una técnica, en la que no sólo se desarrolla la competencia asociada a la entrevista sino que operan otros procesos que suponen destreza herramental. Al mismo tiempo, el ingreso a la cotidianeidad e intimidad de los sujetos de la práctica nos coloca en un espacio / tiempo privilegiado, toda vez que lo que acontece en esa visita no se traduce en informes textuales, sino que se produce una co – escritura de aquello que se narra. La visita domiciliaria, como patrimonio del trabajo social, habilita el depliegue de la materialidad de la intervención, leída desde las cuatro funciones esenciales que señalamos (Danel, 2018) como asistencia, gestión, educación y acompañamiento/cuidado. Las mismas suponen rupturas epistemológicas y epistemofílicas a partir del reconocimiento de la corporalidad. En tal sentido, podríamos hipotetizar que la visita en domicilio se instala como una forma de reconocimiento que tensa entre la performatividad del derecho y la disiciplina institucional. ¿Cuáles son las motivaciones de la visita? ¿Quién coloca esas motivaciones?
Cuando vos entrevistás, citás en sede, en tu escritorio, con el interno que te llama y no sé qué, la relación se da de una manera. Cuando vos llegás al rancho, tratando de no pisar la cagada del perro, vos sos visitante: el local es el otro. Y además es hermoso porque te dan mate, comés tortas fritas. Bien, entonces yo dije “sigo haciendo visitas” (Entrevista TS código 213)
El sinsentido de la visita, desde dispositivos que construyen una totalidad de respuesta a la persona con discapacidad no es incongruente. La visita nos habilita a conocer otras escenas, otros tópicos en los que el sujeto despliega prácticas, pensando en trayectorias sociales mixtas, no sólo en dispositivos especializados. Se torna fundamental conocer las características urbanísticas, de accesibilidad, la red social vecinal, los recursos comunitarios, las barreras sociales y edilicias. Al fin y al cabo, la visita se inscribe en la idea de territorio. Y allí sumamos esta idea de que “es posible pensar que la territorialidad se construye de forma discursiva”(Carballeda, 2015, p. 1), y nos preguntamos ¿la narrativa que sustenta los informes sociales post - visita domiciliaria, no operará en esta construcción de la territorialidad?
Y para cerrar esta cuestión de la visita, la enlazamos con la idea de abordaje social como acción central en contrapunto con la búsqueda de recursos. Los colegas planteaban que la mirada social hacia la profesión, en las instituciones públicas está circunscripta a la asignación de recursos, perdiéndose de vista las funciones de asistencia, gestión, educación y acompañamiento/cuidado. Frente a esto surge un nuevo interrogante ¿en qué función incluiríamos el acompañamiento ó abordaje? ¿Qué materialidad adquiere la intervención más allá y más acá de la asignación de recursos?
Y retomamos una afirmación de una colega, asumiendo una cuestión interesante “ahora la institución somos nosotros” (TS código 225). Esta fuerte enunciación implica en sí misma la responsabilización por la institución de la que formamos parte. Lejos de desconocer las limitaciones que operan, lo que pone en relevancia es la necesidad de asumir compromisos emancipatorios.
En ese sentido, recuperamos la idea de que “la intervención implica encuentros, corporalidades y devenires por lo que el entrenamiento es este sentido (perceptual y reflexivo) es fundamental para aportar desde una disciplina a la intervención social” (Danel y Rodriguez, 2018, p. 909)
Nos interesa reconocer en la intervención una dimensión asociada a lo liminar, a lo fronterizo (Zavos y Biliga, 2009), por lo que requiere de una definición política que despliega discursividades que la performan y la disputan.
En apartados anteriores señalamos que la intervención supone el reconocimiento de las existencias corporales de los sujetos de nuestra intervención y de los propios trabajadores sociales, eso implica reconocer que la emocionalidad hacen parte constitutiva de las intervenciones. Este reconocimiento, implica que no tenemos dominio total de aquello que acontece en las intervenciones, y que al mismo tiempo acompañamos trayectorias de sujetos que disputan los lugares en que la legitimidad institucional los coloca. Inclusive interpelan nuestras propias discursividades sobre ellos, nuestras certezas, nuestras sentencias. Señalamos (Danel y Rodriguez, 2019) que en los procesos de intervención profesional, habitamos la incomodidad, ese espacio fronterizo, inestable, sujeto a negociaciones y estrucuturado por los modos en que se construye hegemonía y valor.
Habitar la incomodidad supone reconocer nuestro cuerpo, e interpelar el espacio. En la espacialidad, tomamos los conceptos de habitar y el de accesibilidad como la posibilidad para que todas las personas gocen de adecuadas condiciones de seguridad, para propiciar autonomía como elemento primordial para el desarrollo de las actividades de la vida diaria, sin restricciones derivadas del ámbito físico, urbano, arquitectónico, del transporte o las comunicaciones, para la justicia social.
Habitar la incomodidad nos posibilita asumir que las intervenciones de forma inmanente efectivizan reflexividad.
“Reflexionar sobre la vulner(h)abilidad con h; es decir, la habilidad de mostrarnos vulnerables como una fortaleza —y no como una debilidad— que nos permite afianzar nuestro compromiso en la construcción de investigaciones (….) basadas en relaciones éticas de respeto y responsabilidad con quienes investigamos” (Itziar Gandarias Goikoetxea, 2014, p. 301).
Parafraseando a (Larrosa, 2014) planteamos que la intervención se da en un entre, es algo que se da entre las personas, entre los lenguajes, entre los cuerpos, entre los lugares, entre los saberes. El autor nos habla del cuidar, que supone una tramitación respetuosa y amorosa del encuentro con el otro. Por lo que plantea:
“Entonces cuidar es una forma de guardar las distancias (…) de perder las distancias malas (las del poder, las de la indiferencia, las de la hostilidad, las de la vigilancia, las que nos separan mal de nosotros mismos, del mundo y de los otros) y de tomar las buenas (las de la conversación, las de la libertad, las de la compañía, las de la atención, las de la hospitalidad, las que nos acercan bien a nosotros mismos, al mundo y a los otros)” (Larrosa, 2014, p. 10).
Dialogar con los colegas, asumir sus narrativas como puntos de vista situados nos habilitó reflexiones sobre los orígenes de la profesión en tanto producción de trayectorias diversas. Por ello, en tanto heredera de colegas que produjeron criterios de verdad en las instituciones, este texto es producido para disputar sentidos.
Luego de compartir las busqedas realizadas, incluyo un interrogante que en 2016 sobrevino ¿Cuándo nos convertimos en trabajadores sociales? La hipótesis consecuente es que lo que nos constituye en trabajadores sociales es la intervención8, habida cuenta que entendemos que la misma habilita rupturas epistemológicas.
Del mismo modo, la interpretación de las funciones del trabajo social – asistencia, gestión y educación - han permitido bucear en el dominio herramental que los trabajadores sociales desplegamos, al tiempo que volvimos a incluir al cuidado como otra de las funciones, en la que el mismo fue pensado desprivatizado y desfemenizado (Angelino, 2014).
Identificamos la necesidad de poner en valor la intervención, en tanto espacio de producción de discursos, de realidades, de accesibilidades. En relación a las rupturas epistemológicas que mencionamos, instala la idea de objeto de intervención en tanto objeto teórico construido en el que se ponen en juego múltiples dimensiones. La búsqueda teórica ha posibilitado que en el encuentro con los colegas - y en las entrevistas de control - se genere una escucha/mirada atenta que permita identificar momentos claves, nudos críticos y otros aspectos que transciendan las percepciones individuales y nos permitan dar cuenta de la trayectoria que el trabajo social ha venido teniendo en el campo que nos ocupa.
Producir desde el saber interventivo es una apuesta que atraviesa mis preocupaciones intelectuales, una puesta en valor del saber desde la práctica, desde poner el cuerpo, desde transitar / experimentar la heterogeneidad del territorio.
Otro de los ejes que se desplegaron en la tesis, y que por razón de espacio sólo se menciona brevemnete aquí, es en relación a la categoría de tiempo. El mismo en el proceso de conceptualización se pluralizó, por lo que comenzamos a hablar de temporalidades presentes en la intervención. Allí colocamos como principales temporalidades que operaban, el tiempo del modo de producción, del modelo estatal, de la política pública, de las organizaciones, de los sujetos individuales y colectivos de la práctica profesional, el de los sujetos trabajadores sociales y el tiempo mismo de la intervención. Siguiendo a Valencia García (2014, p. 2) “el tiempo es la manera de ser de las cosas –su cadencia, su ritmo, su orientación temporal, etc.”. Hacer visible esta dimensión de la intervención nos permitió tramar las narrativas de los colegas con discusiones, a nuestro entender, insuficientemente exploradas en el trabajo social. Por ello, la mirada sobre el tiempo propio, del otro, de los otros, nos permitió volver sobre las discusiones del espacio público, el privado y la necesidad de romper con la feminización de la responsabilidad del cuidado.
La noción de trayectoria laboral nos permitió identificar cómo aparecía enlazada la misma con la historia familiar, residencial y de formación. Los colegas planteaban un entramado entre sus decisiones personales y las asociadas al ejercicio de la profesión. Asimismo, apareció otro eje fundamental para pensar la intervención y ensayando respuestas al interrogante que quedó de párrafos precedentes ¿cuándo soy trabajador social? ¿Cómo se da el rito de pasaje? Y allí apareció un tema central, asociado a la transmisión del "saber - hacer" por parte de una trabajador social que nos antecedió. Las referencias a colegas que actuaron como referentes aparecieron con afectuosidad, reconociendo a aquellas que con formaciones diferentes habilitaron el despliegue de técnicas, de destrezas, del saber – hacer profesional. Diferente era el relato de quienes carecieron de colegas que los inicien en la tarea, situación que se dio fundamentalmente en el sub – sector privado cuya antigüedad institucional es breve. Una inferencia posible es que en aquellas instituciones que se erigen en pioneras del campo, centros de rehabilitación surgidos en la epidemia de poliomielitis y hogares asociados a instituciones tradicionales de la caridad cristiana, la transmisión del oficio está planificada sea a través de pasantías, residencias, prácticas a estudiantes de grado. Una idea fuerza ha sido que un trabajador que nos forma, nos marca el camino.
Las que surgieron fueron ideas en torno a la discapacidad en clave interventiva, asociada al concepto de trayectorias diferenciales en contextos desiguales. Y allí se habilitó para instalar la idea de conmoción, de complejización de sensaciones del orden de lo íntimo, de la sensibilidad. ¿Cuánto de la sensibilidad opera como motorización de las prácticas interventivas? ¿Cuánto de la percepción instala la configuración de las situaciones como complejas, que ameritan respuestas urgentes? ¿O acaso eso que se activa en una entrevista de guardia en un servicio social no es algo del orden de los cuerpos, que se racionaliza, que se operacionaliza para intervenir? “el cuerpo es una condición para nuestra existencia, una base de operaciones desde la que actuamos en el mundo, pero que a la vez, está colmado de significados” (Kogan, 2010, p. 102).
Emotividad frente a la escucha, indignación frente a la injusticia, a la opresión, operan cómo razón de ser de la intervención. Obviamente, en escenarios sociales regulados, en los que la ley opera como habilitación ó restricción. En las entrevistas con los colegas aparecía con intensidad la idea de las rupturas que se generaban en torno a las concepciones de discapacidad, los avances, las habilitaciones, etc.
Finalmente, destacamos la función de acompañamiento que podría leerse en clave de cuidado. El mismo instala la idea de autonomía, y se traduce cifradamente con la noción de proyecto de intervención en el que se decide con los otros, las apuestas no son las de los trabajadores sociales en forma exclusiva sino que supone prácticas de negociación, de sopesar alternativas, de al fin de cuentas decidir en tanto sujeto emancipado. Y lo que habilita esa posición es la intervención. Por ello, la imagen de la escucha del trabajo social es una escucha para la acción, para la intervención, con un pasaje reflexivo inmanente. La dimensión herramental del trabajo social es analizada a partir de estas consideraciones señaladas. re – pensar las visitas en domicilio, sus objetivos.
El tiempo es un vector importante para pensar la intervención, asimismo lo es la dimensión espacial iniciando esto desde la misma corporalidad. No tenemos un cuerpo, sino que somos un cuerpo por lo que es insoslayable traerlo a discusión. .
Reconocemos que existe una multiplicidad de rupturas necesarias, que atraviesan los procesos interventivos. Cuándo señalamos que la emancipación se hace presente en las decisiones de los proyectos interventivos, lo hacemos incluyendo algunas de estas opresiones que se rompen, que se desligan. Un trabajo social anti- opresivo pone especial atención a estas ligaduras, a estas ataduras y pone en acción el acompañamiento en una trayectoria.
Este texto, pone en diálogo las prácticas interventivas, las trayectorias profesionales y singulares; asumiendo como propios los desafíos colectivos que el trabajo social ha encarado en los últimos años, mas allá de las particularidades que supone el campo de la discapacidad.