Editorial

Vicent Martínez Guzmán (1949-2018). In Memoriam

Juan Manuel Jiménez Arenas
Universidad de Granada, España

Eirene Estudios de Paz y Conflictos

Asociación Eirene, Estudios de Paz y Conflictos A. C, México

ISSN: 2594-2883

Periodicidad: Semestral

núm. 1, 2018

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© Eirene, Estudios de Paz y Conflictos A. C.

Vicent Martínez Guzmán (1949-2018). In Memoriam

El 23 de agosto de 2018, a eso de las 14 horas (hora en España), una noticia me estremeció. Lo que debió haber sido ser un plácido jueves del último tramo de mis vacaciones se tornó gris oscuro al conocer el fallecimiento de Vicent Martínez Guzmán. Un intelectual que, a lo largo de su existencia, atesoró saberes deconstruidos y reconstruidos. La noticia corrió rauda a través de esas autopistas de la información que son las redes sociales. Y es que, a lo largo de tres últimas décadas, Castellón (España), la Universitat Jaume I, se convirtió gracias al maestro vallense en uno de los epicentros de la investigación para la paz. Un meeting point, o mejor, un melting pot donde cobró sentido la práctica de la transculturalidad. No es anecdótico que el filósofo castellonense declarara su intención de impartir, algún día, el Máster en Estudios Internacionales de Paz, Conflictos y Desarrollo en suajili. La paz no podía ser singular, sino plural: las paces. La paz, el aspecto ontológico, no tiene sentido sin sus fenomenologías, sin sus correlatos ónticos, las paces.

La simple enunciación de sus aportaciones a la investigación para la paz, los premios y reconocimientos recibidos, la labor de gestión, la docencia impartida, su influencia en política justificarían este texto. No obstante, la imponente figura de Vicent va mucho más que la suma de sus méritos. Fue uno de los padres fundadores de la Universitat Jaume I de Castellón (1990-1991), de la que también fue vicerrector de Ordenación Académica y Profesorado (1991-1992) y, posteriormente, de Estudios y Profesorado (1992-1993). Su sólida formación como filósofo (de la que destacaré la performatividad y la teoría crítica de la Escuela de Fráncfort) ha sido clave en la edificación de una investigación para la paz que, con firmes cimientos y desde España, se diseminó por el mundo, especialmente en Latinoamérica. También fue protagonista en la fundación de la Asociación Española de Investigación para la Paz (AIPAZ) allá por el año 1998.

Su crédito nacional e internacional, su compromiso, su convencimiento y su ilimitada capacidad de trabajo han sido fundamento para que instituciones públicas y entidades privadas apoyaran sus múltiples propuestas que se encarnaron en un Máster en Estudios Internacionales para la Paz y el Desarrollo (1995), en el Centro Internacional Bancaja para la Paz y el Desarrollo (1996) –embrión del Instituto Interuniversitario de Desarrollo Social y Paz (IUDESP)- y en la Cátedra UNESCO de Filosofía para la Paz (1999). Ambos sirvieron para crear una escuela encargada de desarrollar la gran aportación de Martínez Guzmán a la investigación para la paz: el giro epistemológico. Un cambio de paradigma que contribuyó a convertir la paz en una categoría de análisis y situarla en el centro de nuestras preocupaciones como investigadoras e investigadores. La nómina de discípulas y discípulos es larga y, de entre ella, destacaremos a Eloísa Nos Aldás, Irene Comins Mingol y Sonia Paris Albert. De todas ellas, de todos ellos, se sentía orgulloso porque se afanó en convertirlas/os en mejores profesionales.

Artesano de las palabras, aprovechaba de ellas hasta el más mínimo detalle. Un ejemplo lo tenemos en la imperfección, cualidad indisociable de la condición humana, y de la cual aprendimos que no era sinónimo de defectuosa, sino que, en su maridaje con la paz, remite a su carácter procesual, inacabado y paradójico. Practicante de los cuidados y del amor, nos enseñó que los primeros deben considerarse una alternativa humanizadora y humanizante a la seguridad y que el segundo debe ser desinteresado y es fundamento para el reconocimiento de los otros como principio para transformar la consideración de enemigo en adversario.

El género también estuvo presente en su investigación y en su práctica. En este sentido, la autora que, quizás, más influyó en su pensamiento fue Judith Butler. Con la filósofa norteamericana dialogó desde la, compartida, performatividad como contribución a la exploración de la variabilidad, en este caso, de sexos, géneros y afectos. El reconocimiento de la diversidad humana y su puesta en valor fue otro de los aspectos donde Vicent Martínez Guzmán destacó. Castellón se convirtió en laboratorio, o mejor dicho, en una cazuela en la que se cocinaban, a fuego lento y con amor, las paces según se entienden desde diferentes racionalidades, emociones y pasiones. Todo ello en pos de configurar realidades alternativas en las que prevalecieran la justicia y la equidad, aún a sabiendas de que se trata de conceptos que no existen en muchas de las ricas y fértiles cosmovisiones que salpican la Tierra.

Vicent fue un magnífico pedagogo lo que le encumbró al Olimpo de los sabios maestros. Y como tal, diseminó su sabiduría por todo el mundo. Sin embargo, hay tres lugares que enraizaron en el corazón del vallense: su querida Castellón, Granada, cuyo Instituto de Paz y Conflictos (IPAZ-UGR) lo siente como uno de sus colaboradores más destacados y Toluca, México, donde promovió la Maestría de Estudios para la Paz y el Desarrollo en la Universidad Autónoma del Estado de México.

De su producción académica descuella una obra que es un clásico de la Investigación para la Paz: Filosofía para hacer las paces, publicada en 2001 por la Editorial Icaria. Toda una declaración de intenciones ya, desde los inicios, de su compromiso con el humanismo y la Humanidad de las paces. Libro ciertamente complejo, Martínez Guzmán desarrolla en él, el giro epistemológico. Esto es el tránsito desde la actitud objetiva a la performativa y a la descripción de nuestra experiencia cotidiana desde la fenomenología comunicativa en la que el lenguaje como acción humana se torna alternativo al lenguaje como descripción de hechos. También que todas, que todos somos capaces de hacer las paces y por eso podemos, y debemos, pedirnos cuentas cuando generamos violencias.

Vicent Martínez Guzmán consiguió algo que rara vez se alcanza en vida: un amplio reconocimiento por parte de sus colegas. En buena medida se debió a que practicó el configurarse a sí mismo con los otros. Hijo Predilecto de la ciudad que lo vio nacer, la Vall d’Uixó (2001) –el título del que se sentía más orgulloso–, Director Honorífico de la Cátedra UNESCO de Filosofía para la Paz (Castellón) (2009-2018), Investigador Honorífico del IUDESP (2009-2018), Subdirector del Institut Català Internacional per la Pau (2016-2018), Colaborador Extraordinario del IPAZ-UGR (2015-2018), Medalla de Oro “Mathama Gandhi” para la Paz y la No-Violencia de la UNESCO (1999) y Reconocimiento “Francisco A. Muñoz Muñoz” de AIPAZ (2017).

Aunque parezca un tópico en estos casos, estas palabras no hacen justicia con una persona de su calado. Uno de los pioneros de la Investigación para la Paz en España. Un verdadero maestro que lo ha dado todo para hacer mejores a sus discípulas y discípulos. Un artesano de las palabras. Un genio de la pedagogía. Un sabio filósofo comprometido con la dignidad humana. En lo cercano, en lo cotidiano, en lo local, en lo global, un auténtico practicante de la paz. Un cuidador abnegado. Un tejedor de redes pacíficas, convencido de que es la mejor forma de generar y ejercer poder. Un hombre sencillo en las formas pero complejo y profundo en los fondos. Un académico culto, cultivado, a la vez que humilde. Quizás la persona más cercana a la perfección que he conocido. Has dejado una huella imborrable. Querido Vicent, ser humano, maestro, filósofo, esposo, padre, abuelo. ¡Qué la tierra te sea leve!

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