PROBLEMATIZACIÓN TEÓRICA-CLÁSICA DE LA SEGURIDAD
PROBLEMATIZACIÓN TEÓRICA-CLÁSICA DE LA SEGURIDAD
Revista Estudios Paraguayos, vol. 37, núm. 2, 2019
Universidad Católica "Nuestra Señora de la Asunción"
Resumen: El presente artículo se ha vislumbrado con el fin de reconocer la complejidad de estudiar un fenómeno como el de la seguridad. Mediante aproximaciones históricas y definiciones continuistas-clásicas, se ha discutido teóricamente el hecho, consiguiendo obtener sus principales formas y características. De las construcciones conceptuales indagadas en el trabajo, todas ellas o las más trascendentales, han quedado resumidas en el discurso de la seguridad técnico-organizacional. Tal fue determinada por lo interno, juzgada por los datos cuantificables de los crímenes o delitos, los cuales, a su vez, han sido combatidos únicamente por: a) los políticos –organizacional–, y b) los policías –técnicos–. Estos dos responsables realizaron su labor en seguridad en las sociedades, desde las políticas públicas y el trabajo callejero o en comisarías. El abordaje técnico-organizacional ha representado, por último, la manera hegemónica de analizar a la seguridad.
Palabras clave: seguridad, conceptualización, discurso técnico-organizacional.
Abstract: This article has been envisioned in order to recognize the complexity of studying a phenomenon such as security. Through historical approaches and continuist-classical definitions, the fact has been theoretically discussed, obtaining its main forms and characteristics. Of the conceptual constructions investigated in the work, all of them or the most transcendental ones, have been summarized in the discourse of the technical-organizational security. This was determined internally, judged by the quantifiable data of the crimes or crimes, which, in turn, have been fought only by: a) the politicians - organizational -, and b) the police - technicians. These two managers carried out their work in security in societies, from public policies and street work or in police stations. The technical-organizational approach has, finally, represented the hegemonic way of analyzing security.
Keywords: security, conceptualization, technical-organizational discourse.
PROBLEMATIZACIÓN TEÓRICA-CLÁSICA DE LA SEGURIDAD
1. Introducción: el problema cognoscitivo de la seguridad
En el intento de establecer una noción clara y precisa sobre la seguridad –junto con su respectivo binomio contrario: la inseguridad[2]– se lograría descubrir que el fenómeno ha sido de amplias magnitudes y múltiples usos, discursos y definiciones. Abordarlo implicaría extensas dificultades, emergiendo el carácter polisémico de tal palabra (Bales, 2001, p. 22).
Recurriendo a la enunciación estipulada por la Real Academia Española, quedó asentado, primeramente, que el vocablo provino del latín securitas, es decir: que expresa la cualidad de proteger o una obligación a favor de la condición de alguien. Agregó, en un segundo orden, que no existió una sola clase, dividiéndose en: a) seguridad ciudadana: tranquilidad pública y libre ejercicio de los derechos cuya protección se encomendó a las fuerzas nacionales; b) seguridad jurídica: ordenamiento legal que significó la certeza en las normas y la previsibilidad de su aplicación, y c) seguridad social: prestaciones por enfermedad, desempleo, ancianidad, etc. (DLE.RAE, 2017).
La seguridad, en los terrenos científicos, fue catalogada capitalmente en interdisciplinaria, con la particularidad de contar con evaluaciones, estudios y gestiones de los riesgos que se encontraron en virtud del bienestar de un sujeto, bien o entorno. La categorización, así mismo, diferenció en: a) seguridad de las personas –seguridad física–, b) seguridad de la naturaleza –seguridad ambiental–, y c) seguridad en situación laboral –seguridad e higiene del trabajador– (Agozino, 2013, p. 19).
El sociólogo alemán Elmar Avater, en La obsesión por el crecimiento (2002), concordaba con la pluralidad de la seguridad, resaltando que se hallaban varias formas de ella, “infinitas” en sus propios términos (p. 107). Destacaba, sin embargo, a cuatro clases como las más trascendentes, aquellas que sobresalían del resto por el grado de jerarquía, alcance y preocupación que ostentaban. Estas, determinadas en:
a) Seguridad de gobierno: condición de estabilidad, legitimidad y legalidad con la que el gobierno, sus poderes y dependencias operan y ejercen sus funciones, de conformidad con sus misiones, fines y objetivos generales como particulares (Ibíd., p. 108).
b) Seguridad ciudadana: condición permanente de libertad, paz y justicia que, en un marco institucional y de derecho, procuran los poderes del Estado, en el ámbito interno, equilibrar dinámicamente las aspiraciones y los intereses de los diversos sectores de la población (Ibíd., p. 108).
c) Seguridad militar: actividad esencialmente delegada al Poder Ejecutivo. Utilizando a las Fuerzas Armadas, se previene conflictos externos que atenten contra la existencia y estabilidad de la nación. Corresponde al ámbito internacional, salvaguardando la integridad territorial y ejerciendo la soberanía y la independencia. (Ibíd., p. 109).
d) Seguridad social: se refiere especialmente al campo del bienestar relacionado con la protección o cobertura de las problemáticas socialmente reconocidas; como salud, pobreza, vejez, discapacidades, vivienda, desempleo, familias con niños, numerosas o en situación de riesgo. (Ibíd., p. 110).
El referido intelectual, de igual forma, vislumbraba que la simplicidad y el reduccionismo imperante en el abordaje de la seguridad se debió a una imposición mediática que tornó “un hecho difícil" en "uno que debía ser vendido al público lo más escandalosa y rápidamente posible" (Ibíd., p. 115).
“Concluimos, esencialmente por la prensa, que la seguridad es un tópico de lógica lineal y de fácil análisis, pero esta suposición, es diametralmente errada a la realidad. Su propia condición –protección, certeza y tranquilidad– exhibe que hay diferentes maneras. Uno la busca según el lugar donde esté, en el trabajo, en la calle, en el país que viva. Del ambiente que nos movamos emergen sus variadas configuraciones y a no pensar, principalmente en los hacedores de la ciencia, que son todas equivalentes entre sí”. (Ibíd., p.p. 115-116)
Como se consiguió observar, a lo que cotidiana y más comúnmente se precisó en seguridad, la ciudadana[3], correspondió solo a uno de los tantos potenciales modos de encararla. En tal punto reflexivo, se podría afirmar que la seguridad no es única y, justamente, por su carácter diverso, se aseveraría que ha representado un auténtico problema cognoscitivo, uno perteneciente al reino de las definiciones.
Birgit Mahnkopf, en La globalización de la inseguridad (2008), examinaba a partir de otro aspecto la complejidad de la seguridad. Así, ella establecía que la auténtica dificultad no se radicaba en lo conceptual sino, y más bien, en una vivencial. El que la investiga, informa o combate, sería, en definitiva, una posible víctima (p. 35). El hecho de abordar un fenómeno en el cual uno lo padecería o tendría una opinión preconcebida, sería el mayor conflicto a la hora de plantear el presente tema.
“Ya sea el periodista que escribe la noticia del robo, el juez que aplica una condena por asesinato o el policía, que en la calle, abate a un criminal, todos ellos buscan las seguridades. El policía, el juez o el periodista no están exentos de perder su trabajo, de un inconveniente familiar o un asalto callejero, no están exentos a las inseguridades”. (Ibíd., p. 36)
Incluso, y sumando una tercera característica, no se viviría una situación de inseguridad para luego pasar a otra. La persona soportaría varias inseguridades en un mismo instante y, consecuentemente, buscaría las respectivas seguridades múltiplemente. En un hipotético ejemplo, Mahnkopf explicaba: “en el momento de recibir una llamada avisando la pérdida del puesto laboral, al sujeto, desgraciadamente, le extraen el móvil” (Ibid., p. 37).
Por último, y de igual manera, estar expuestos a su falta provocó un cumulo de demandas –se exige seguridad– y reacciones de formas inimaginables. Lo dicho, se constituyó en una cuarta particularidad, una que dificultó aún más el tratamiento: la seguridad no solo ha sido complicada en definiciones o por su carácter vivencial; fue, además, fruto de inextensos discursos que generaron un sinfín de acciones furibundas o enérgicas de quienes la anhelaban y se preocupaban por obtenerla.
Gráfico N°1: Problemáticas cognitivas del tópico seguridad
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Fuente: Elaboración propia con base en lo expuesto.
Como bien ostentó el Gráfico N°1, es una realidad que la vigente discusión se podría resumir, por una parte, en una certeza –la seguridad es un tema de difícil acceso cognoscitivo– y en otra, una duda: ¿cómo estudiarla, definirla o analizarla correctamente?
2. La seguridad a través de “aproximaciones interpretativas”
Por las cuatro causas antes mostradas, se ha conseguido concluir sobre las dificultades del hecho denominado en seguridad. El problema, sin embargo, generó un desafío de conocimiento, uno radicado en poder construir o estudiar al presente tema.
Héctor Pedraza, en Tópicos de Seguridad pública en México 2008-2012 (2013), esbozaba "la sistematización por la selección conceptual según la seguridad que uno desee inquirir" (p. 17). Lo trascendente, en el referido, consistía en definir para alcanzar a situarse en alguna clase de seguridad, ya sea ciudadana, nacional, laboral o cualquier otra manifestación. El esclarecimiento, ayudaría a saber qué criterios utilizar, pues, gracias al contexto o mapa de nociones, se darían las herramientas hacia una correcta aproximación académica. El citado llamó a esta parte del proceso: “los iniciales arquetipos” (Ibid., p. 20).
El autor, posteriormente, proyectó un segundo nivel de abstracción, uno basado en la lógica sub-conceptual. Aquí, la siguiente tarea se destacaría en determinar los axiomas inferiores que entenderían al fenómeno de interés. La actividad permitiría ubicar el argumento clave, el objeto de análisis. Explicó su metodología de la siguiente manera:
“Por el establecimiento de los significados generales, el erudito sabrá que indagar, en un ejercicio de suposición, la seguridad ciudadana. Esto, empero, sigue siendo amplio y se necesita sub-categorías que delimiten dentro de lo específico. Narcotráfico y muertes, por ejemplo, marcarían un tratado sobre la violencia y los mercados ilegales de la droga en el paradigma de la seguridad ciudadana”. (p. 22)
El método de Pedraza se fundamentó en diferentes ámbitos o momentos definitorios. Los primeros que valdrán en catalogar el tipo de seguridad y, los segundos, en escoger el preciso punto a ensayar. La riqueza de lo expuesto se hallaría, consiguientemente, en una facilidad de orientación para la examinación de un ítem tan complejo como el descripto.
En un distinto orden de interpretaciones, Lucia Dammert, en Crimen e inseguridad (2010), reducía el quehacer investigativo de la seguridad en uno entendido a partir del –o comparado con– el ensayo del dramaturgo mexicano Octavio Paz denominado: El laberinto de la soledad (1950). La antropóloga manifestaba su analogía del siguiente modo:
“Así como Octavio Paz reflejaba que para conocer al mexicano hay que buscar sus orígenes y las causas de su comportamiento, en misma sintonía, se pensará a la seguridad. El enfoque respondería al de las aproximaciones: una aproximación, con un tipo de seguridad, que luego ante nuevas realidades históricas pasó a otra aproximación, con otra seguridad armando, todas como un enorme conjunto, una gran historia”. (p. 19)
En ella, el carácter correcto de enfrentar la problemática sería conociendo los principales rasgos que compusieron al hecho. Dilucidó que la seguridad, científicamente hablando, debería ser descrita en su evolución histórica, donde, en tal trayecto en el tiempo, se presentarían los diversos progresos que conformaron una red de interconexiones (Ibíd., p. 22).
Aunque hayan existido disímiles clases de seguridades, tanto la ciudadana como la exterior –solo por citar dos– aquellas tuvieron una misma lógica, un mismo inicio que ha sido, en palabras de la autora, “unos rasgos característicos similares en clasificación pero diferentes por las dimensiones de acción” (Ibíd., p. 23). La intelectual mencionaba la metodología como un relato de la seguridad (Ibíd., p. 24) e igualaba su método, incluso, con el enfoque “genealógico de los poderes” del filósofo francés Michel Foucault[4].
Los atributos particulares para afrontar la seguridad, en Dammert, se presentaron por una categorización a partir de unos rasgos cardinales. Desde ellos, se consiguió encontrar los atributos fundamentales; es decir: de dónde provienen las formas más nuevas o –y por sobre todo– un esbozo del principio. Estos, cuatro en total, fueron estipulados en:
a) Origen: explicación básica de la seguridad. Encontrar las causas primas y los contextos iniciales que provocaron su surgimiento (Ibíd., p. 24).
b) Sentimiento: emociones que acompañaron a la seguridad. Motivaciones y reacciones que la forjaron (Ibíd., p. 24).
c) Respuesta: medidas que se tomaron para lograrla o, desde una perspectiva contraria, combatir a su manifestación opuesta (Ibíd., p. 27).
d) Dimensión: detalladas en psicológica, social o política, principalmente (Ibid., p. 28).
A lo expuesto, y contestando la pregunta inicial: ¿cómo estudiar o analizar correctamente la seguridad?, la investigación rescató la necesidad de una definición específica y una por aproximaciones planteadas por Pedraza y Dammert respectivamente. Justamente, y aunque se esbozó ensayar la seguridad ciudadana en el Paraguay actual (2013-2017), también se ha visto en la necesidad de una breve sistematización, según las cuatro características recién mostradas –origen, sentimiento, respuesta y dimensión–.
La tarea, además de brindar una extraordinaria riqueza de tratamiento a través de la teoría, impondrá un marco referencial general, en el nivel de los paradigmas, sobre los primordiales discursos y realidades que hicieron a la seguridad.
Lo anterior será de suma importancia, pues se podrán sacar o diferenciar, los conceptos e ideas clave que posibilitarán a la pesquisa dilucidar cabalmente el hecho interpelado.
3. Primera aproximación de seguridad: necesidad, miedo y carencia
La seguridad siempre ha estado presente. Tal expresión se ha encontrado en las formas más incipientes de organizaciones e incluso hoy, en las más evolucionadas, con sus interacciones, dinámicas y avances tecnológicos (Tapia-Pérez, 2013, p. 104).
En análogo sentido, Arjun Appadurai (2001), manifestaba:
“En el pasado, lo cultural y económico estaban restringidos por las barreras geográficas; implicaban grandes travesías, esfuerzos y largos tiempos de espera. Lo anterior ha cambiado dramáticamente en los últimos siglos debido al progreso extraordinario de la técnica. La vida en las ciudades, la intensificación de los mercados, la creación de bancos y negocios monetarios requieren cada vez más control y fiabilidad, precisan de una mayor seguridad, ella que estuvo persistentemente allí como una garantía, un seguro imperioso en el ser y sus manifestaciones”. (p. 26)
La precisa realidad ha llamado la atención a los estudiosos del siempre vigente tema, originándose un primer nivel de conceptualización, uno que nació en el hombre como una necesidad perenne a su condición. En dicha visión, estipulada principalmente en el dominio antropológico y biológico, se la concibió en una singularidad cardinal y representó, a su vez, un fin y una razón en la constante lucha por la sobrevivencia (Setien, 1993, p. 32).
Reducir el fenómeno a una necesidad, obligaría a definir tal aspecto atribuido. La necesidad es todo aquello que resultó de una deficiencia que, si no se llegara a cumplir, afectaría a la persona y pondría en peligro su propia vida (Espadas, 2016, p. 5). El rasgo se correspondió en uno nuclear para con el individuo y, su satisfacción, se ganó de manera solitaria y/o social. Los ejemplos más claros se vieron en la alimentación, en el beber y en el respirar.
Vale aclarar que las necesidades no son únicas, existen muchas, con diversos grados de importancia. Maslow[5] (1985), uno de los primordiales eruditos en la materia, mencionaba unas primarias como la base de la existencia y, si no se consiguieran, no se podría dar paso a lograr otras insuficiencias trascendentales (p. 16). Su orden planteado es jerárquico, estableciendo que, inicialmente, estuvieron las de tipo fisiológico –comer, moverse, temperatura adecuada, descanso y reproducción de la especie–, inmediatamente las de seguridad –protección en el presente y futuro–, las de pertenencia –amor, afecto y posesión–, estima –suficiencia, libertad e independencia– y, por último, las de autorrealización –desarrollo psicológico, físico y espiritual–.
Complementando la categorización, Doyal y Gough (1994) esbozaban que para precisar aquello que es o no una necesidad, convendría considerar dos requisitos: que sea algo indispensable en el individuo y, en el mismo instante, que se conforme en una circunstancia orientada a la duración de la sociedad (p. 31). Lo interesante del enfoque es que, al igual que Maslow, realizaban una sistematización que se componía de los más a los menos elementales, pero no se centraban solo en el sujeto, sino, y primordialmente, en lo colectivo. En los referidos autores, el fin primo se construyó en obtener seguridad –del grupo–, luego en adquirir el bienestar –fisiológico, ecológico y sociocultural– y, en tercer escalón, en conquistar la libertad e identidad –en relación con uno, con la naturaleza y el resto– (Ibíd., p. 32).
El antropólogo Bronisław Malinowski (1973) encaraba al tópico de similar modo, recalcando que los objetivos primitivos se alcanzarían con la ayuda de un conjunto, también entendido como sociedad. Para él, la seguridad fue una de las siete piedras que compone la estructura de cualquier comunidad, incluso el suceso, recibió una condición elemental, biológica, universal y pre-cultural, propia del organismo en constante evolución: “cuando nace, prorrumpe con el hambre por la seguridad” (p. 26).
Sin lugar a dudas, cualquiera sea la tipificación explicada, una constante de patrón repetida ha sido la seguridad. Efectivamente, el fenómeno, es de amplias magnitudes y de sumo valor en el ser. Lo expuesto se alcanzaría advertir en el siguiente ejemplo de reflexión:
“Si por los depredadores los antepasados subieron a los árboles o construyeron sus chozas ante la lluvia, el trueno y el rayo, o usaron el fuego para iluminar la oscura noche se debió a manifestaciones que ostentaron el espíritu del hombre por conseguir tranquilidad y certeza, una actitud de preocupación ante las amenazas alimenticias o climáticas”. (Velázquez, 2012, p. 13)
En la vigente perspectiva, apareció la primera definición de seguridad, la misma revelada en una necesidad que germinó de forma natural por el miedo traducido en una búsqueda hacia la protección al peligro o lo incierto; lo desconocido; lo dudoso (Burstein, 1994, p. 7).
En efecto, el temor paralizó al hombre y, en sus diferentes manifestaciones, lo limitó, entorpeció e impidió alcanzar sus fines (Villalba, 2017, p. 6). En otras palabras, imposibilitó conquistar el pleno desarrollo y así, en contrapartida, emergió la seguridad que se transformó en uno de los bienes más anhelados, una necesidad imperecedera a la condición, de los fines más preciados en pretender conquistar.
Carlos Mongardini (2007), en Miedo y Sociedad, precisaba:
“Que el miedo se manifieste en la raíz misma de la seguridad, es decir que esté en el núcleo de la existencia, su intensidad emocional y su relación con distintos momentos de la vida natural, justificó su conexión con lo más sagrado de nosotros: la sociedad y la sobrevivencia. Lo desconocido, lo que puso en peligro los esquemas de la racionalidad, despertó en el hombre un sentimiento de intentar poner un límite a las cosas”. (p. 12)
Igualar a la seguridad en una consecuencia directa del miedo, provocó una de las ramas teóricas de estudio más influyentes del suceso. En la actualidad, uno de los principales exponentes es el sociólogo argentino Gabriel Kessler (2015) quien, en su libro Sentimiento de Inseguridad, apuntaba:
“Luego de la Segunda Guerra Mundial, en los Estados Unidos de la década de 1950, el robo de automóviles fue aumentando por la masiva producción y posterior compra. Esto no representó ningún resquemor en la sociedad, recién a finales de 1960 cuando las políticas de segregación afroamericanas se hallaban en pleno auge, la población norteamericana se sintió más vulnerable e inquieta ante una supuesta “inseguridad creciente””. (p. 11)
Complejizando lo planteado, del deseo del individuo por satisfacer la necesidad de seguridad aparecieron, en un silogismo de consecuencias directas, disparejos niveles de complacencia, brotando como un síntoma la carencia. En cuantiosas ocasiones, se tendieron a confundir una y otra palabras –carencia y necesidad– por lo cual valdría la pena diferenciarlas para así, consecuentemente, adquirir proyectar correctamente a la seguridad.
Si se definió a la necesidad como el aspecto más trascendental a lograr, la carencia se configuró en el déficit según el grado en que no se consiguió subsanarla (Espadas, 2016, p. 7). Se tipificó, entonces, que la carencia, si bien podría ser sufrida en un plano múltiple, se colocaría dentro de lo psicológico como un estado que llamaría, o motivaría, a la acción con el fin de alcanzar el objetivo básico no acabado. En este sentido, se configuraría de manera práctica, pues se encontraría vinculada a una clase de hacer para adquirir lo ausente, pensando de forma precisa o de manera tangible, aquello que falta o podría ser reducido al mínimo.
Bajo la actual mirada de análisis, la carencia nacería, primeramente, por una necesidad experimentada por un grupo de personas o una clase determinada, de haberse sentido lo suficientemente amenazada y, en segundo plano, una vez producido ese sentimiento, la aplicación de medidas desde la disponibilidad de recursos (Steenkamp, 2002, p. 104). Incluso, todas las formas de lucha por parte del hombre contra la inseguridad tuvieron sus raíces o podrían explicarse, en los dos elementos recién citados.
De esta representación nació un segundo concepto sobre la seguridad. Tal asumió sus comienzos en la praxis que configuró a la necesidad como algo que debió ser conseguido. Timm y Christian (1991), en Introducción a la protección privada de bienes, reflexionaban:
“A lo largo del tiempo se han desarrollado diferentes estrategias y herramientas que sirvieron para que las sociedades y las personas que habitan en ellas se sientan más seguras. En el pasar de la historia de la humanidad, pueden observarse diferentes métodos utilizados en la protección de los individuos, muchos de ellos forman parte de las memorias de técnicas pasadas de seguridad, otros, aún están presentes a pesar de sus años de aplicación”. (p. 21)
Aunque las dos primeras conceptualizaciones recién expuestas podrían parecer cortas en su aproximación, han servido en situar de manera general el hecho de la seguridad. Esta es una necesidad, por el miedo ante el peligro o lo desconocido, que se traduce en una carencia, o llamada a subsanarse, derivando en la aplicación de diferentes medidas y recursos de acción. En la Tabla N°1, se consigue apreciar la síntesis de lo planteado y, al mismo tiempo, las diversas problemáticas desplegadas sobre el hecho de la seguridad.
Tabla N°1: Primera sistematización conceptual de la seguridad/inseguridad.
Origen Sentimiento Respuesta Dimensión Una necesidad básica del hombre sin importar su grado de complejidad. Miedo a lo desconocido, un peligro en general. Ante la carencia, se responde con medidas efectivas que llevaron a la acción, medidas de seguridad o contra la inseguridad. Principalmente individual-psicológica, primera clase de manifestación. Importar tabla
Fuente: Elaboración propia con base en lo expuesto.
Aquí, la seguridad[6] ha sido analizada como una condición humana inherente, de características personales o psicológicas, que luego, ante el crecimiento social, adquiriría otras formas y conceptos de abstracción. Lo sentenciado, abordado en el sucesivo apartado.
4. Segunda aproximación de seguridad: defensa territorial de espacio o cultural
Sin lugar a dudas, una de las características básicas del hombre, y quizás la más fundamental, es su dimensión social. La vida humana siempre ha sido inimaginable fuera de un grupo y, si se precisó en cualquier ser en un estado de aislamiento completo y permanente, se constituyó en una abstracción absurda e imposible (Durkheim, 2000, p. 33).
La necesidad en el otro se presentó en el sobrevivir, haciéndose imperioso un sistema que admitiera la cooperación mutua. De lo último dicho, justamente, nació la sociedad; es decir, esa entidad que se erigió organizadamente derivada de un efecto consecuente de una sociabilidad perenne (Aron, 1967, p. 11).
Friedrich Ratzel, el padre de la antropogeografía, en su libro La Geografía Política (1985), estipulaba que existían dos clases de estructuras comunitarias: las avanzadas y las inferiores. El autor, en su afán aclaratorio, tipificó que la evolución máxima se dio en las colectividades que priorizaron los roles grupales antes que los individuales, pues, según su visión, no constó “ninguna prueba histórica que lo hiciera pensar en la superioridad personal a la del conjunto” (p. 17). Así mismo, afirmaba: “el ente se permea en lo externo, sin los demás los pasos existenciales son vanos y efímeros, sin el factor ‘ellos’ los objetivos a obtener serían meras quimeras inalcanzables” (Ibid., p. 21).
En la citada perspectiva, las insuficiencias, sin importar de qué tipo fueron, terminaron por desembocar en un esfuerzo mancomunado llamado sociedad y, en palabras de Anthony Giddens (1996), “ella floreció del cúmulo de una racionalidad explicada en una forzada unión por los desafíos que anunciaban escaseces y un sinnúmero de peligros” (p. 36). El referido intelectual, incluso, lo interpelaba en una cuestión de vital y obligado desarrollo:
“Es sabido que como organismos, poseemos unos requisitos a lograr: alimentación, reproducción y seguridad, principalmente. De la prontitud por satisfacerlas, o sino padeceríamos, hemos descubierto que más lejos nos hallaríamos de cumplirlas si no nos uniéramos con el extraño. Emerge el espíritu de reciprocidad, uno que nos ha configurado en una coyuntura plural y que no nos permite vernos sin sus dominios”. (Ibíd., p.p. 41-42)
Vale recalcar que la sociedad fue, y es, intangible, aunque vivida y sentida, no se la podría representar en una cosa. Obra del hombre de acuerdo con su naturaleza, una en que el humano se generó en un producto que transformó: “modifica su entorno y a él mismo, durante el transcurso del tiempo, mediante la interacción constante con el medio y sus pares” (Monereo, 2007, p. 2).
A ello, si se contempló que la seguridad es una necesidad por el miedo a las amenazas, es razonable aseverar que una de las causas del porqué se han constituido las sociedades haya sido para conseguirla –de manera conjunta o uniendo el esfuerzo de muchos–. Es más, en el apartado antepuesto de la presente discusión, se ha manifestado a partir de una lógica individual-biológica, ya en un segundo nivel de análisis, se la trasladaría, puramente, a los terrenos de lo social.
Definitivamente, en el afán de entender al fenómeno de la seguridad, se la debería problematizar con algunos elementos fundamentales de la estructura comunitaria, es decir: espacio, cultura, territorio, frontera y poder.
A lo que respecta al espacio, Henri Lefebvre (1991) advirtió que, antes de ser indagado, exclusivamente, en algo corpóreo, fue, sobre todo, un campo virtual en el que se encarnaron relaciones (p. 27). En el pensador, lo espacial, no existió físicamente, más bien, se construyó a partir de lo vivencial, desde las acciones espontáneas o intencionadas de aquellos que se encontraron conformando un ordenamiento determinado, estos que al interactuar se hallaron trabajando y, gracias a él, se proyectaron o crearon a través de un tipo de cultura (Ibíd., p.28).
La cultura, en definitiva, es un conjunto de pensamientos y formas materializadas en hábitos que forjaron la necesidad de un territorio. El territorio, en su más básica expresión, fue el lugar en el cual se desarrolló una clase de cultura. Aquí, para Lefebvre, apareció el primer tipo de seguridad, una encarnada en custodiar el territorio pero, lo más importante, a una cultura esparcida dentro de él, fruto del espacio de una sociedad cualquiera:
“Si observamos detalladamente las crónicas del pasado, nos podríamos hacer esta pregunta: ¿por qué las primeras grandes ciudades amurallaban sus territorios? La respuesta es que necesitaban estar custodiadas pero ¿qué estaban custodiando? Sus sociedades, sus tierras, sus economías, sus historias, sus lenguajes, sus intereses, en definitiva, sus culturas”. (Ibíd., p. 32)
Retomando las consideraciones de Ratzel, el autor relacionaba la cultura de un pueblo con el territorio mediante el concepto de espacio vital[7]. Este tendría que ser defendido y, si se quedara corto, se debería buscar nuevas porciones de territorialidad para que la expresión cultural pudiera desarrollarse sobre otras. El concepto de seguridad ratziano es de defensa, darwinista y de complejidad, la única expresión en lograrla sería por la guerra.
Efectivamente, tal visión, se desenterró en los dominios de una sociología evolutiva en la cual, según como se manifestó el avance cultural, se estuvieron presentando diferentes tipos de sociedades, con diversos grados de amplitud. Ratzel no fue el único en mencionar dicha tesis, otros, también representativos como Spencer, Spengler y, Kjellen, idearon una sociedad como un organismo producto de una evolución histórica. En el punto, Kappeler y Vaughn, en Nuevos Procesos Sociales en Occidente (1994), aludían:
“La seguridad se personifica con algo concreto que, en primer lugar, son las fronteras. La demarcación territorial te dice que es tuyo, nuestro y del otro. Por eso, en sociedades antiguas, la seguridad descansaba bajo la custodia de una fuerza única de acción, la misma era poco especializada y contaba con un fin bien establecido y común. Por ejemplo, a comienzos del Imperio Romano, una institución como la policía no existía, había una sola, la militar, donde su principal función era la de proteger a Roma contra los riesgos externos”. (p. 12)
Como se ha podido apreciar, proteger el territorio se tornó cardinal, pues en este se llevó la vida o el espacio de una comunidad, la cultura de ella. Del territorio, de una manera automática, brotó la necesidad de las fronteras, es decir: de qué clase y hasta qué punto abarcaría una zona. Aquellas, sin embargo, no serían solo limitaciones geográficas, son líneas de seguridad que mantuvieron la diferenciación entre una o varias sociedades, espacios y culturas.
Completando, se tornaría trascendental mencionar los pensamientos de Carl Schmidt, quien en su obra Sobre el Parlamentarismo (1996), aseguraba que la seguridad es una delimitación fronteriza pero, sobre todo, una construcción que permite separar al amigo del enemigo. Schmitt, al dar el origen al amigo-enemigo, complejizaba la cuestión de la seguridad más allá de una mera protección:
“El proyecto social se concreta en una lógica de amigo-enemigo. Los amigos se constituirán en un grupo que tendrán como rivales a otros, los de afuera, los enemigos. Esto consiste, en verdad, en un apartamiento entre el bien y el mal o lo seguro y lo inseguro”. (p. 82)
La distinción amigo-enemigo no tuvo un sentido simbólico ni alegórico, sino un fin netamente existencial porque, el concepto de enemigo se constituyó como unos hombres amenazantes a lo que una comunidad es, fue o sería. Apareció, entonces, uno de los principales componentes de la seguridad: la amenaza personificada en agentes foráneos que deberán ser perseguidos.
De igual manera, Achille Mbembe, en su obra denominada Necropolítica (2006), advertía que las fronteras significaban una fragmentación ocupacional. Con ellas se consiguió adquirir, delimitar y controlar una tierra y, lo más importante, un poder (p. 47). En él, la seguridad adquirió una forma de vigilancia pero escapó de la protección cultural de una sociedad, fue más que eso, ha sido el resguardo de un poder dentro de los dominios de tierra que reclamaba para sí.
Apareció la figura de una autoridad, individuo o grupo de personas, que tendrá el poder soberano de defender y representar a las fronteras. La seguridad, o la actividad de emprender a la seguridad; por lo tanto, se ejecutaron y ello requirió un mando. Cuando la custodia del territorio era lo más importante, se erigía el líder y su ejército, y la forma de conseguirla era por medio de la beligerancia.
Nicolás Maquiavelo (2001), lo discutía por primera vez: “el principado siempre bajo el mandato del príncipe, el que mantiene relaciones con otros” (p. 61). Ratzel (1985) incluso hablaba de las bondades de la guerra:
“La primera como elementos estructurales y estructuradores de la configuración social y por lo tanto, fenómenos inmanentes en la evolución histórica de los pueblos. La segunda, entender a las luchas como requisito para la constitución de organizaciones políticas complejas y como expresiones del desarrollo organizacional entre dos naciones. Ambas situaciones parten de la base que la existencia pacífica de los pueblos es una etapa entre conflictos, lo cual eleva las guerras a un estatus de fenómeno ordenador y como expresión única del contacto presente y futuro entre dos pueblos”. (p. 92)
Proteger el territorio, no solo yacería en custodiar una tierra, se radicaría, principalmente, en resguardar aquella acción humana, cultura y poder específico de una sociedad, caracterizados intrínsecamente en una zona en particular demarcada por una línea fronteriza.
De la presente problematización se concibió la inicial conceptualización práctica de la seguridad[8], entendida en los dominios de la defensa territorial. Germinó, incluso, los primeros análisis que relacionaron la seguridad con la geopolítica, donde el territorio es lo más preciado, vigilado y anhelado; un factor de cohesión.
Como bien se pudo apreciar en párrafos anteriores, Friedrich Ratzel ha sido el principal impulsor de esta clase de vigilancia y sirvió, junto con las ideas de Carl Schmitt, como sustento teórico de una idea dominadora y de política internacional agresiva por parte de regímenes totalitarios con tintes imperialistas o expansionistas como el nazismo. En lo dicho se concibe la definición de seguridad exterior (ver Tabla N°2).
Tabla N°2: Segunda sistematización conceptual de la seguridad/inseguridad
Origen Sentimiento Respuesta Dimensión Social, de la interacción (espacio) entre los hombres que determinaron un territorio, una cultura y un poder para sí. Miedo al pueblo extraño, con otro tipo de espacio, cultura y poder. Establecimiento de fronteras, muros, ejércitos y guerras como medios de seguridad. Principalmente social. Importar tabla
Fuente: Elaboración propia con base en lo expuesto.
Toda sociedad produjo defensa para prevenir o contribuir a resolver sus disputas con otras. La forma de lograrlo fue la militar y la aplicación de mecanismos de defensa –arquitectura de seguridad– como las murallas de protección. Aquí, el resguardo supuso la posibilidad de conflicto y este, a su vez, propuso la existencia de un conjunto de principios, bienes y objetivos que es particular de cada sociedad. De este modo, el signo con el que se forjó la protección sirvió como base para diferentes tipos de regímenes políticos, con disímiles objetivos, de acuerdo con la interpretación dada por los grupos de poder administrativos.
En tal nivel de discusión, solo con la seguridad de frontera, valieron, o consiguieron, emerger la cultura y el territorio en la que ella se desarrolló, pero, además, pudo nacer un poder –el que administró los recursos–; este que, posteriormente, ha desembocado en una lógica racional legal denominada Estado. El Estado, de hecho, resumió a todos los anteriores elementos, ya que, mientras surgía y se aseguraba como la única opción válida organizacional de la comunidad, la seguridad también se fue convirtiendo en una más política, una donde su máxima preocupación serían los asuntos internos. Propuesta interpelada a continuación.
5. Tercera aproximación de seguridad: Estado, ley y seguridad pública
Una vez que las fronteras hayan sido protegidas, resguardada la cultura y separados los amigos y enemigos –todo bajo una premisa de ejecución exterior– la seguridad ha adquirido una nueva dimensión: la interna. El elemento amenazante y el miedo han continuado pero se agregó, un segundo factor, el de las personas que habitaban una sociedad determinada. La actual cuestión fue demarcada a partir de una preocupación por lo propio (Light, 1991, p. 49), siendo las leyes la cardinal manera de obtención para tal fin.
Efectivamente, cualquiera sea la comunidad que ha evolucionado, la misma fue creciendo en formas más diversas con otros desafíos incorporados a resolver. Mediante la mirada de Kappeler y Vaughn (1994) –pensadores ya citados– la metamorfosis en la vigilancia se debió a que ha existido una disminución del consenso moral que provocó, seguidamente, “la ruptura del ordenamiento que descansaba en el compromiso de responsabilidad individual” (p. 87). Apareció la imposición por el cumplimiento de las reglas, aquellas que tuvieron sus efectos prescriptivos en una población de un territorio definido.
“El fenómeno se tipificó durante la consolidación de los feudos europeos en los cuales, el primer deber de los señores medievales, consistió en custodiar sus propiedades de las invasiones y los robos. Surgió un extra de seguridad, uno que se procuró lograr por la obligación de ordenanzas en las vecindades de los dominios”. (Ibid., p. 88)
Un oportuno y clásico ejemplo histórico del carácter de pautar a través de una normativa se radicó en el Código de Hammurabi y sus 282 mandamientos. La iniciativa, una de las más antiguas, pues se escribió en 1750 A.C, se formuló como un documento canon en la totalidad de los aspectos conductuales de los residentes del hoy extinto, Reino de la Mesopotamia (Sanmartín, 1999, p. 25). El tratado, llevando a cabo la Ley del Talión, estableciendo un acusador que, a su vez, imputaba a un sospechoso, intentaba mantener lo de adentro controlado en lo económico, político y civil. Esta experiencia relatada, siguientemente, no fue la única en el devenir ya que otros alternativos compendios legales, se fueron aplicando en supremos elementos rectores de vigía hacia el proceder de los pobladores en virtud de una certeza o tranquilidad colectiva.
En occidente, también se desarrolló el mecanismo de obtener seguridad con un todo preceptivo, uno que consiguió su mayor dimensión mediante la figura del contrato o pacto social. Desarrollado a partir de una expresión labrada por la filosofía, la ciencia política y la sociología, se radicó en alusión a un acuerdo –real o hipotético– firmado en el interior de un grupo por sus miembros (Chevallier, 2001, p. 18). Con él, y a partir de sus muchas formas, se planteó que un organismo totalizante, de alcances generales, adquiriera beneficios y potestades en sus habitantes, ofreciendo custodiarlos a causa de la renuncia de aquellos del ejercicio propio, asegurando el progreso de sus vidas, manteniendo al conjunto armónico bajo ciertas reglas comunes.
Se partió de la imaginaria e idílica idea de que todos –en un principio– estuvieron de acuerdo con el contrato, por voluntad soberana de decisión, en virtud de lo que admitió la existencia de unas leyes a las que se sometieron. En líneas generales, la esencia de la lógica contratista –cuya enunciación más conocida fue la propuesta por Jean-Jacques Rousseau (1972)– ha sido la siguiente:
“Para vivir en sociedad, los seres humanos acuerdan un arreglo total, que les otorga ciertos derechos a cambio de abandonar la libertad completa de la que dispondrían en el estado primo. Siendo así, los derechos y deberes de los individuos constituyen las cláusulas del contrato social. El Estado es la entidad creada para hacer cumplir el contrato. Del mismo modo, quienes lo firman pueden cambiar los términos si así lo desean; los derechos y deberes no son inmutables o naturales. Por otro lado, un mayor número de derechos implica mayores deberes; y menos derechos, menos deberes”. (p. 23)
Otro exponente ha sido Thomas Hobbes, aquel que escribió su pensamiento en su obra cumbre: el Leviatán[9] (1651), en un período de guerra civil en Inglaterra, donde se discutió quién debía ocupar la autoridad. El intelectual definió la necesidad de crear un pacto para establecer la paz (Caro, 2017, p. 258). Hobbes planteó la cuestión del poder en términos muy generales, ya que se preguntaba por qué debe existir y cómo ha de ser. Así, para responder a los interrogantes la figura del contrato fue clave.
Se necesitaba un orden, resultado de una convención, una decisión tomada sin ataduras por quienes lo adoptaban como válido. En él, lo más importante, sería ese cuerpo, entidad o persona que administrase las libertades renunciadas. Con su imaginario alegórico del Leviatán, se radicaría la misión de obtener la tranquilidad en la sociedad, resguardarla del caos, pues la condición humana es mala, ambiciosa y perversa (Vélez, 2017, p. 31).
“Cada hombre es enemigo de cada hombre; los hombres viven sin otra seguridad que sus propias fuerzas y su propio ingenio debe proveerlos de lo necesario. En tal condición no hay lugar para la industria, pues sus productos son inciertos; y, por tanto, no se cultiva la tierra, ni se navega, ni se usan las mercancías que puedan importarse por mar, ni hay cómodos edificios, ni instrumentos para mover aquellas cosas que requieran gran fuerza o conocimiento de la faz de la tierra ni medida del tiempo, ni artes, ni letras, ni sociedad; y lo que es peor que nada, hay un constante temor y peligro de muerte violenta, y la vida del hombre es solitaria, pobre, grosera, brutal y mezquina”. (Hobbes, 2004, p. 29)
En Thomas Hobbes –quien admitía que cuando él nació también se originó el miedo–, estipulaba que lo más importante de esta manera de llevar acabo el poder sería la de controlar a los seres, manteniendo la seguridad como una especie de cerrojo de estabilidad en el núcleo social:
“Su razón de ser nace por una desconfianza de uno con otro, que representa una amenaza, no hay manera tan o más razonable; esto es, por fuerza o por estratagemas, dominar a todas las personas que pueda, hasta que él no vea ningún otro poder tan grande como para ponerlo en peligro: y esto no es más de lo que nuestra propia conservación requiere y es generalmente permitido”. (Ibid., p. 68)
Sea cual fuera la concepción que se haya tenido sobre lo humano, el contrato social se impuso como el primordial sustento del Estado y de sus prerrogativas. Esta ha sido la institución por excelencia que debió dirigir a la colectividad aplicando una serie de códigos –de acuerdo a un análisis fundado y a una experiencia práctica– por encima de la naturaleza del hombre.
Desde la perspectiva de abordaje que interesa a la investigación, se podría afirmar que el Estado ha sido la máxima representación del contrato social que, a su vez, fue una figura, implícita o explícita, que lo legitimó a accionar en los ciudadanos por el fin último de la paz. La paz ha consistido en un diferente modo de designar a la seguridad que se halló, así mismo, en la génesis del Estado, del poder y de las leyes como la estructura fundamental de tales fenómenos.
Hasta el momento, en la interpelación de dicha aproximación observada, la seguridad se ha encontrado en una condición perenne de lo político, pues sin ella, no valdría la pena ningún tratado. Definitivamente, si los ciudadanos renunciaron a sus libertades, para firmar y crear el pacto de convivencia, fue en vísperas de pretender conseguir protección.
Indudablemente, la seguridad se ha desplegado, primeramente, en un proceso racional, uno que ha engendrado al Estado en un todo organizacional. En un segundo punto, poseyó un fin bien preciso: resguardar de las amenazas internas. En tercer lugar, una manera de ser ejercida: vigilando y sancionando. En cuarto y último aspecto, nombrada por medio de preceptos judiciales, tipificando lo correcto y lo no adecuado por medio de parámetros legales.
Esta configuración es lo que ha dado origen a la seguridad positiva. Engendrada en un producto, fruto de la razón, con una orientación al comportamiento de los propios individuos. Se centró el pensamiento en el crimen mediante su cálculo, su calificación, su castigo, su explicación y su reacción y, conjuntamente, se redujo a unas pautas de cumplimiento a partir de la desviación, delito y criminalidad.
La desviación, inicialmente, fue enarbolada como la categoría más general. Ella se constituyó en cualquier clase de trasgresión de un individuo o conjunto, en una institución determinada. Dependiendo del lugar en el que se cometió, se recibió un tipo de nomenclatura. Así, en el hipotético caso que no se cumplió la doctrina religiosa, por ejemplo, su denominación fue la de hereje; en el campo de la sexualidad, la de pervertido y, en el ámbito legal-social, la de criminal (Layard, 2005, p. 216).
El criminal, en un segundo orden, es aquel que ha perpetrado un delito y, este último, ha sido la infracción de cualquier precepto que puso en peligro “la seguridad interior de una comunidad” (Macionis, 2012, p. 501). Lo anterior, académicamente, es lo que se conoció como desviación social, es decir, aquello que se fundó en el delincuente que cometió un acto violatorio a la ley.
Consecutivamente, el infractor será castigado. Aparecieron las penas, unas que con un espíritu retributivo se debieron cumplir en las cárceles[10]: “ese lugar especial donde se lo aparta por no saber respetar una norma establecida y aceptada, fruto de lo que mancomunaron grupalmente en virtud de la convivencia armónica” (Ibid., p. 502). Aquí se consiguió observar un aspecto extra de tal forma de seguridad; ella no solo prescribió sino, y además, se penó. En dicha concepción, se dio un rol al castigo, ya que con él brotó un modelo de mal ciudadano a combatir –el que no pudo adaptarse al consenso legal–.
Nació la criminología, una disciplina que intentó exponer sobre del porqué –o que– el individuo infligiera la ley, o cuales fueron sus motivaciones para hacerlo, convirtiéndose en un sujeto peligroso, es decir; en un delincuente. Si bien no existe una sola y hegemónica enunciación al respecto, Ken Plummer, en Miedo, percepción y control (2012), clasificaba en cinco las principales razones:
a) Clásica: el que cometió el delito hizo una elección racional sobre lo acaecido. Las personas que saltaron la norma, ejecutaron un análisis de costos y beneficios, uno en que los puntos a favor fueron mayores (p. 91).
b) Positivista: el delincuente es el resultado de conductas heredadas por razones biológicas y psicológicas. El comportamiento humano consigue expresarse en términos de impulsos o instintos naturales. Por ejemplo: el sospechoso tiene unos rasgos físicos determinados –cierta estatura, color de pelo, rostro característico, etc. (Ibíd., p. 91).
c) Funcionalista: el malhechor ha sido el resultado de una sociedad que ha vertido sus acciones en él, transformándolo de una manera. Los factores sociales definieron las clases de faltas, no es la culpa del individuo por su acción pues este, en última instancia, fue una víctima que no ha entrado en ninguna categoría estándar (Ibíd., p. 92).
d) Tensión: el trasgresor es producto de una presión ejercida por no poder autosatisfacerse. La sociedad que no generó los caminos adecuados para el cumplimento de los fines básicos (Ibíd., p. 92).
e) Aprendizaje: los malos hábitos fueron incorporados por el contexto en el que se socializó. El anómico quehacer fue adquirido como normal en el ambiente de formación (Ibíd., p. 93).
En un último estadio de la compleja aproximación desplegada, cuando ya se tuvieron definidas las amenazas, los sujetos peligrosos, los lugares de reclusión y el delito en sí, el Estado, para reafirmarse en lo que es, debió combatir el crimen utilizando sus equipos de operación. Max Weber (1992) mencionaba el uso monopólico de la coacción legal, uno de las siguientes características:
“Para que una entidad se convierta en un Estado esta debe conservar e imponer el monopolio de la fuerza física, a través de un poder administrativo burocrático mantiene exitosamente una demanda sobre el monopolio, instalando el orden en base a sus atribuciones: el uso legítimo de la violencia en la ejecución”. (p. 301)
En igual sintonía, a tal suceso de la gestión legitima-coercitiva del Estado, se la ha llamado seguridad pública que, consiguientemente, fueron los recursos instrumentales con el fin o la orientación, de adquirir la protección general para la comunidad. Característicamente, ha sido materializada desde una sola organización que se encargó de mantener lo interno salvaguardado, persiguiendo y castigando a los que incumplieron una reglamentación consensuada, esta fue la policía.
La policía se ha erigido como la encargada de conservar la estabilidad y la seguridad de los ciudadanos mediante el monopolio de la fuerza. La misma se encontró sometida a las órdenes del Estado y, conjuntamente, estuvo dirigida a garantizar el debido cumplimiento de normatividades siendo una formación: sin ánimo de lucro; que satisfizo las necesidades esenciales para la vida de una agrupación y que no pudo suspenderse, ni interrumpirse (Hanlon, 2005, p. 33).
El sociólogo peruano, Francisco Sotelo, en su libro Doctrina Policial (2016), afirmaba que la principal caracterización en la organización es su completa dependencia al Estado, siendo una prestadora de servicios ante cualquier requerimiento o perturbación del orden público (p. 22). No se consiguió rehusar ni retardar y no supo negarse a nadie, en igualdad de circunstancias.
“La mayoría de las fuerzas policiales son organizaciones casi militares, cuya principal obligación es disuadir e investigar crímenes en contra de las personas o que afecten el orden público, así como el arresto de sospechosos, e informe a las autoridades competentes”. (Ibíd., p. 23)
Primer paréntesis. Con la policía en el núcleo del combate, y siendo ella la máxima hacedora de la quimera de protección, aparecieron los iniciales discursos políticos de inseguridad. En definitiva, si una sociedad presentó altas tasas de conflictividad se debió a una mala institución policial[11] (Gordillo, 2014, p. 5). Muchos actores consideraron que la resolución de estos problemas –en particular los que suponían a la lucha directa a las actividades delictivas–, se precisó en recaer exclusivamente en tal entidad de orden. Así, al dotar de menores recursos materiales, las negligencias en el oficio crecieron, perdiendo la “guerra contra el delito” por una falta de efectividad.
Segundo paréntesis. Para el marxismo, la policía personificó un elemento de dominación, siendo la estructura que se construyó en la vereda de enfrente, a las clases opresoras durante más de tres siglos. De esa manera, la pregunta por la seguridad es una cuestión de administración en el futuro; su discusión se aplazó para tiempos mejores, todo se carga a la cuenta de la revolución. Hay que tener el Estado para hacerse cargo de semejante cuestión. Hasta entonces, se resolvería de manera mecánica: “dime quién tiene el Estado y te diré cuál es tu policía, los gobiernos cambian, pero la policía permanece” (Trotsky, 1930, p. 197).
De las tres aproximaciones labradas[12], esta última, es la más compleja, pues ha mostrado una configuración extremadamente difícil por pertenecer o fundar la lógica estatal[13]. El control de lo interno aquí se priorizó; se designó y se castigó, todo con una concepción de seguridad pública que intervino de manera directa en el cuerpo social, una denominada en Policía (ver Tabla N°3).
Tabla N°3: Tercera sistematización conceptual de la seguridad/inseguridad.
Origen Sentimiento Respuesta Dimensión Político, por un pacto o contrato social que crea un todo legal denominado Estado, este que es el garante de la seguridad, administrando libertades e imponiendo deberes y derechos. Miedo al comportamiento o trasgresión interna al criminal, al delincuente. Establecimiento de leyes, cárceles, tipos criminales y una fuerza de acción llamada Policía, medida por su eficacia. Es lo que se conoce como sistema de seguridad pública. Principalmente política. Importar tabla
Fuente: Elaboración propia con base en lo expuesto.
La forma de seguridad entredicha, si bien pareciera ajustarse mucho a lo que se entiende como la actual, en los últimos años ha cambiado, pues no solo importó la reclusión o la tipificación criminológica, sino la prevención mediante la aplicación de políticas públicas. Nació la seguridad ciudadana, última aproximación a afrontar en la presente sección.
6. Cuarta aproximación de seguridad: seguridad ciudadana o de prevención
Una de las principales características de la seguridad pública, aquella llevada por el Estado a través de la Policía, fue su configuración reactiva, es decir: el crimen importó cuando ya se había perpetrado. Si bien es cierto que existió la lógica legal y unas agencias de reacción, ambas se detallaron potencialmente, una vez que alguien trasgredió lo pautado. En las expresiones de Marcelo Fainberg, en Violencia y Criminalidad (2003), “ellas recién y únicamente aparecieron en la persecución y posterior juzgamiento del malhechor por el suceso indisciplinado acaecido” (p. 25).
En los días actuales, sin embargo, el modelo descripto pareciera haber quedado anticuado. La Organización Mundial de la Salud (OMS), en su tercer Informe Global sobre la Violencia (2012), en palabras concluyentes resumía: “las únicas acciones que sirvieron al progreso fueron las que pasaron a ser de carácter disuasivo, pronosticando los males, entendiendo que las cosas podrían diseñarse hacia un buen rumbo en virtud de la totalidad de la población” (p. 64).
En dicho documento, se analizaba al problema como uno de sanidad, donde una comunidad agresiva, consecuentemente, padecería una clase de enfermedad que debería ser curada. Mencionaba, profundizando, en la imperiosa necesidad de evolucionar del "paradigma del orden a cualquier costo" al del "compromiso político de los líderes de turno con la prevención", uno "proyectado en una planificación estratégica de largo y corto plazo que posibilite sobrepasar la fragmentación y la improvisación" (Ibid., p. 66).
Al respecto, vale recordar a Kofi Annan, exsecretario de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que en Ginebra de 1997, apenas asumido al cargo, al repasar el traspaso de eje –en el concepto de seguridad– aseveraba: “hay que desechar el pensar normativo y punitivo, es jugar innecesariamente al ratón perseguido por el gato, el tema aquí es minimizar a los roedores, esto significa decisiones anticipadas contra ellos, (…) nadie quiere otra peste” (Arriagada, 2001, p. 111).
En lo relatado, empezó a vislumbrarse la última aproximación a tratar: la de seguridad ciudadana. La transformación del arquetipo trajo varias peripecias vanguardistas que, efectivamente, constituyeron a la actual manera de llevar la actividad de proteger.
Primeramente, ha sido una forma novedosa que germinó a finales de la década de 1980 y se fortaleció en los noventa.
Se planteó como una cuestión micro-social con enfoque internacional. Cada país tendría que resolver sus asuntos pero inmersos, a la vez, en el conjunto que debería esforzarse por reducir las amenazas internas –por el plausible efecto dañino a las demás naciones–: “limpiando sus casas pero mirando al vecino, teniendo un todo ordenado” (Fainberg, 2003, p. 32).
De hecho, no ha sido una mera casualidad que el máximo representante de la ONU haya hablado en esos términos durante la década de 1990 pues, es un consenso, que el novedoso modo de encarar al fenómeno se consolidó en este tiempo con tales matices y procesos. Efectivamente, la referencia se estipuló en uno de menos de cuarenta años, siendo una contingencia distinta y en pleno desarrollo. En el punto, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) declaraba:
“En los noventa, los gobiernos se dieron cuenta, especialmente en América Latina, que la seguridad estaba mal centrada en el criminal y no en la víctima. La idea no es reducir al crimen en sí, sino, que existan menos individuos afectados directamente, en el sentido de sufrir un delito o indirectamente, el ser o verse obligado a convertirse en un delincuente. Sin duda, la expresión correcta es violencia, una de diversos tipos en la región que se tradujo en la inseguridad creciente de la vida cotidiana”. (Pavlich, 2017, p. 39)
Un segundo aspecto, la visión del crimen, y solo él, ha quedado desfasado, ahora se observó a la víctima y, también, a los individuos, vulnerables en convertirse en sujetos peligrosos.
Realmente, no se vio a la desviación social en una elección racional sino, como una consecuencia de precariedades –económicas especialmente–. La CEPAL, al respecto, atribuyó en factores de la inseguridad ciudadana a las insuficiencias desatadas por los procesos de globalización; la declinación de la protección del empleo, los resultados imprevistos de las crisis foráneas, la volatilidad de los flujos de capital, las inestabilidades macroeconómicas y, además, por la debilidad de las instituciones para enfrentar los riesgos en general (Rivas, 2013, p. 7).
La delincuencia, si bien siguió siendo un tema importante, pasó a ser un mero dato de análisis y no la razón cardinal –visión clásica de la criminología–. Se admitió que la sociedad sufrió diversas maneras de violencia –el eje central–, unas, de violación a la propiedad y otras, de tipo estructural: pobreza y, en los últimos tiempos, por asuntos de género u orientación sexual. Bajo la perspectiva, lo que provocó la inseguridad, al fin y al cabo, ha sido la violencia en sus más variadas manifestaciones, aquellas que fueron de compuestas procedencias pero, y por sobre todo, el manifiesto de injusticias, exclusiones y vulnerabilidades.
Por tales razones, la OMS llamaba enfermedad a la inseguridad, ya que, como se ha alcanzado observar, afectaría a todos, en menor o mayor medida. Aquí está un tercer aspecto del prototipo estudiado.
Brotó, además, una cuarta característica, una que derivó directamente de la condición de enfermedad, y fue la imposición como un derecho, en este caso: uno humano e inalienable (Alegría, 2006, p. 48).
Concluyentemente, todo hombre tendría la garantía irrefutable a la vida, siendo traducida en una existencia digna, integral y lejos de situaciones que impidan a las personas desarrollarse en la totalidad de sus potencialidades, por culpa de un contexto plagado de riesgos. En los días actuales, la garantía se dispuso –especialmente por iniciativa del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)–, como una porción notable del ideal de desarrollo humano.
Por desarrollo humano, concretamente, se entendió en un proceso mediante el cual se ampliaron las oportunidades de los individuos. El ingreso sería una fuente importante, pero no la única: la educación, la libertad política, la protección, el trabajo o un saludable medio ambiente, entre otros muchos, contribuirían a la plenitud de la vida de los seres humanos.
A partir de estas ideas, se desprendió el concepto de seguridad humana: el desarrollo es un proceso de ampliación de la gama de opciones que dispone la gente; la seguridad humana significa que las personas puedan ejercer esas opciones en forma segura y libre (PNUD, 2009, p. 16). La seguridad ciudadana se halló en una tipificada como humana e implicó; la ausencia de cualquier clase de violencias, graves y previsibles, que pudieran afectar el proceso de mejora del ser. La obligación de los Estados –el contrato social mencionado en el apartado anterior– ha quedado estipulado en proveer una seguridad integral que no es más que otra cosa que una seguridad humana especificada en una seguridad ciudadana, que la sociedad no se enferme de ella.
En Criminalidad y violencia urbana, de Carlos Hernández (2002), se ahondaba:
“El desarrollo social y económico que se ha venido dando a lo largo del tiempo en las ciudades ha traído, entre otras cosas, una serie de secuelas sociales negativas, dentro de las cuales destacan la violencia, la delincuencia, la prostitución, la vida en las calles, el desempleo, la marginación, etcétera. La problemática anterior que se presenta tanto en las ciudades grandes como en las medianas de nuestro país, requiere soluciones que sólo pueden ser brindadas con el apoyo del Estado”. (p. 33)
Razonablemente, el criterio de acción debió ser preventivo y programado apareciendo, el quinto y último rasgo: las políticas públicas como elementos hacedores de una seguridad ciudadana de avanzada, guardiana de la comunidad.
De hecho, para que una dificultad reciba la atención de la autoridad gubernamental, requeriría identificarse claramente como parte de la agenda en un momento determinado, con lo cual se consideraría que se trata de un tema, cuya solución es prioritaria, de acuerdo con los principales actores, organizados o no, y por los grupos de interés con posibilidades reales de intervención o presión sobre las acciones gubernamentales. De esta forma, por agenda de gobierno se entendió al conjunto de problemas, demandas y argumentos que los gobernantes han seleccionado y ordenado como objetos de su acción, unos sobre los que han decidido actuar (Aguilar, 1993, p.p. 15-21).
Los asuntos que compusieron la agenda de un gobierno de turno fueron apreciados en problemas públicos. Estos que, generalmente, han sido complejos, de gran escala, interdependientes, conflictivos e irresolubles. La sociedad consideró que la única manera de tratarlos sería por la intervención directa del Estado. Desde tal visión, las políticas públicas se formaron en el conjunto de objetivos, decisiones y acciones que se llevaron a cabo en la administración política para solucionar las dificultades que, en un momento, determinaron en significativos los ciudadanos y el propio gobierno.
Alfredo Tecla (2005) en Antropología de la violencia, profundizaba lo abordado con un oportuno ejemplo de reflexión:
“Los habitantes de las ciudades se ven amenazados por la violencia juvenil, los robos en sus viviendas, la violencia contra las mujeres, los robos de automóviles, atracos, secuestros, vandalismo y venta de estupefacientes. Éstos conciben al Estado como garante de la protección colectiva y exigen acciones por parte de la fuerza pública y del conjunto de aparatos estatales para proteger su integridad física y sus bienes. Los gobiernos deberían tomar medidas de políticas públicas o, sino, se los juzgaría como ineficientes. Bajo la dinámica contada, es que se originaron los múltiples programas y organizaciones que actuaron en la seguridad”. (p. 19)
David Fuentes, en su material Políticas públicas y seguridad ciudadana: la violencia como problema público (2003), tipificaba en políticas públicas de prevención, aquellas que lograrían ser de cinco tipos:
a) Prevención estructural: comprende medidas a largo plazo. Implican la reducción de la pobreza y la desigualdad, modificar los incentivos laborales y el acceso al mercado de trabajo y limitar la probabilidad de conductas violentas. Es importante que los jóvenes en situación de pobreza tengan oportunidades económicas para evitar que sigan siendo víctimas y agentes de la violencia social. Otras acciones incluyen prevenir el fácil acceso a las armas de fuego, alcohol y drogas (p. 14).
b) Prevención social: se refiere a acciones que actúan sobre los grupos de alto riesgo para disminuir la probabilidad de que se conviertan en victimarios o agentes de violencia. Estas actividades se dirigen a la atención pre y posparto de las madres en situación de pobreza u otro riesgo, al desarrollo infantil, a los jóvenes con problemas para terminar sus estudios de secundaria, etcétera (Ibíd., p. 18).
c) Prevención puntual: se centra en un número reducido de factores de riesgo de la violencia, como el control de armas o programas dirigidos a grupos de alto riesgo, a zonas o territorios (Ibíd., p. 18).
d) Prevención integral: actúa sobre un conjunto de factores de riesgo, debido a que la violencia es un fenómeno múltiple-causal y debe ser atacada con un conjunto de medidas tanto en el ámbito de prevención como de control (Ibíd., p. 20).
e) Prevención primaria, secundaria y terciaria: la prevención primaria va dirigida a reducir los factores de riesgo y a aumentar los de protección en diversos grupos de población (mujeres adultas, escolares en secundaria). La prevención secundaria se centra en grupos de alto riesgo de desarrollar conductas violentas (jóvenes en situación de desventaja social y económica). La prevención terciaria trabaja con individuos que han sido víctimas o han manifestado conductas violentas, para evitar que reincidan (Ibíd., p. 21).
En el diseño de las políticas públicas contra la inseguridad, lo primero ha quedado en identificar los problemas de la comunidad para propiciar soluciones sostenibles, particularmente en aquellos que puedan incidir en la proliferación de los hechos delictivos o del orden público. Emergió la seguridad objetiva, la que se explicó en estadísticas, mostrando cuáles fueron los crímenes más cometidos, las zonas inseguras y otros datos parecidos. Las medidas contra la inseguridad fueron por informes relevados en las comisarías u otros espacios de registro de las denuncias (Waller, 1997, p. 63).
Lo interesante es que las políticas públicas contra la inseguridad variarían en cada país (Tamayo, 1997, p.p. 281-282). Mientras que para Latinoamérica, los factores de riesgo surgirían de los asaltos callejeros a ciertas horas de la noche, en los Estados Unidos podría ser la amenaza terrorista; y, como último prototipo de suposición, en Europa Central se fijaría en los actos delictivos de las bandas migratorias provenientes del Este[14].
En resumen, los Estados democráticos han promovido modelos acordes con la participación de los habitantes bajo el entendimiento que la protección de ellos debiera darse en un marco de respeto a las leyes y los derechos fundamentales (ver Tabla N°4).
Tabla N°4: Cuarta sistematización conceptual de la seguridad/inseguridad
Origen Sentimiento Respuesta Dimensión Violencias expresadas de diversas maneras, en la estructura social, y por varios orígenes: familiar, cultural, económica, etc. Miedo a una desestabilización total de la sociedad o, que el contexto interno, afecte al orden internacional. Seguridad ciudadana traducida en políticas públicas. Estas reorientan las peripecias, tomando decisiones a largo plazo con base, principalmente, en datos estadísticos. Principalmente política, social y económica. Importar tabla
Fuente: Elaboración propia con base en lo expuesto.
Vale mencionar, recalcando, que desde la perspectiva de los derechos humanos, cuando en la actualidad se habló de seguridad ciudadana no se limitaría a la lucha contra la delincuencia o al accionar exclusivo de la policía –seguridad pública–, sino a cómo crear un ambiente propicio y adecuado para la convivencia pacífica de las personas, una en la que se desarrollen y promuevan todos los niveles posibles de estas últimas.
7. Resumen - sistematización conceptual: seguridad técnico-organizacional
Las cuatro aproximaciones desarrolladas, han mostrado disímiles aspectos que posibilitaron definir a la seguridad mediante diferentes perspectivas.
Resumiendo las varias concepciones expuestas, las principales han sido:
a) Seguridad general: Estrategias y herramientas configuradas para que las sociedades y las personas consigan sentirse protegidas. Esta forma fue la más básica y se halló desde el principio y germinó, naturalmente, por el miedo, traducido al peligro o a lo incierto, lo desconocido, lo dudoso.
b) Seguridad exterior: vigilancia de un territorio demarcado como propio. Este deberá ser resguardado de los intereses y seres foráneos, pues en él se desarrollaría un tipo de cultura y, en definitiva, de población. La misma se ejecutó con los ejércitos y la máxima expresión de obtenerla fue con la guerra.
c) Seguridad positiva: orientada al comportamiento de los individuos de una comunidad. Centrada en el crimen mediante su calificación, su castigo, su explicación y su reacción y, conjuntamente, se redujo a unas pautas de cumplimiento legales a partir de la desviación, delito y criminalidad.
d) Seguridad pública: recursos instrumentados por el Estado con el fin de adquirir la protección general. Característicamente, ha sido materializada a través de una sola organización: la policía, que se encargó de mantener lo interno salvaguardado, persiguiendo y penando a los que incumplieron una reglamentación consensuada.
e) Seguridad humana: garantías que la persona consiga desarrollarse en todas sus posibilidades ejerciendo sus derechos, segura y libremente. Consistiría en una seguridad integral, en todos los aspectos posibles de las personas. Propuesta surgida por el PNUD.
f) Seguridad objetiva: entendida en estadísticas mostrando cuáles fueron los crímenes más cometidos, los implicados, las zonas rojas y otros datos parecidos que permitirían localizar lo inseguro de una sociedad determinada.
g) Seguridad ciudadana: llevada por los gobiernos, principalmente, a partir de la década de 1990, en la que se propuso una forma de seguridad interna, protegiendo a la ciudadanía de varias clases de violencias. Se la combatió de manera proactiva, programando las acciones a ejecutar por la formulación de políticas públicas.
Todas las aproximaciones o las más trascendentales podrían quedar resumidas en lo que Marcelo Moriconi, en su libro Ser violento, los orígenes de la víctima-cómplice (2013), ha llamado el discurso de la seguridad técnico-organizacional (p. 16). Esta visión, brotada de una perspectiva teórica clásica, continuista y a partir de los grados de desarrollo de la configuración social.
Tal fue definida como la seguridad de lo interno, donde fue juzgada por los datos cuantificables de los crímenes o delitos, los cuales, a su vez, debieran ser combatidos por: a) los políticos –organizacional–, y b) los policías –técnicos–. Estos dos responsables realizarían su labor en seguridad desde las políticas públicas y el trabajo callejero o en comisarías, respectivamente, gracias a los insumos numéricos como principal guía (Ibíd., p.p. 20-21) (ver Gráfico N°2).
Gráfico N°2: Lógica de la seguridad técnico-organizacional
Importar tabla
Fuente: Elaboración propia con base en lo expuesto por Moriconi (2013)
Por último, el abordaje técnico-organizacional, en el autor citado, ha representado la manera hegemónica de analizar a la seguridad, o inseguridad de los países. En sus propias palabras: “dos únicos garantes donde solo han importado las políticas públicas, las destrezas policiacas y los datos estadísticos delincuenciales” (Ibid., p. 21).