Bartolomé Mitre y la historia de Paraguay. Itinerarios de una relación tempestuosa

Tomás Sansón Corbo

Revista Estudios Paraguayos

Universidad Católica "Nuestra Señora de la Asunción", Paraguay

ISSN: 0251-2483

ISSN-e: 2520-9914

Periodicidad: Semestral

vol. 40, núm. 1, 2022

epedicion@gmail.com



Resumen: La gestión de Bartolomé Mitre como presidente de Argentina y comandante supremo de las fuerzas de la Triple Alianza lo convirtieron en un agente destacado de la geopolítica de la región platense. Publicó un conjunto significativo de opúsculos –textos historiográficos, artículos periodísticos, arengas pronunciadas ante distintos colectivos– legitimadores de su acción política, diplomática y militar. El propósito de este artículo es analizar su compleja relación con Paraguay con el objetivo de identificar su rol en los acontecimientos coetáneos y sus interpretaciones sobre el devenir. Propongo examinar esta vinculación de carácter bifronte –autor y actor de la historia– a partir de una revisión general de su producción intelectual y de su correspondencia.

Palabras clave: Bartolomé Mitre, historia del Paraguay, Guerra de la Triple Alianza, geopolítica de la Cuenca del Plata.

Abstract: Bartolomé Mitre's tenure as president of Argentina and supreme commander of the forces of the Triple Alliance made him a prominent player in the geopolitics of the Platense region. He published a significant number of pamphlets - historiographical texts, journalistic articles, harangues delivered to different groups - that legitimized his political, diplomatic, and military actions. The purpose of this article is to analyse his complex relationship with Paraguay in order to identify his role in contemporary events and his interpretations of the future. I propose to examine this two-faceted relationship - author and actor in history - based on a general review of his intellectual production and correspondence.

Keywords: Bartolomé Mitre, Paraguayan history, War of the Triple Alliance, geopolitics of the La Plata Basin.

BARTOLOMÉ MITRE Y LA HISTORIA DE PARAGUAY. ITINERARIOS DE UNA RELACIÓN TEMPESTUOSA

Introducción

El 12 de setiembre de 1886 se realizó la entrevista de Yataity Corá entre Bartolomé Mitre y Francisco Solano López. El famoso encuentro ha sido recreado por varios autores. Me interesa referir la evocación glosada por Juan Silvano Godoy en sus Monografías históricas.

Godoy reconstruye la reunión en clave descriptiva y ensaya algunas interpretaciones de carácter psicológico sobre la personalidad de los protagonistas. Expone los pormenores de la reunión de manera cadenciosa y en forma de diálogo. Procura demostrar el interés de López por negociar la paz y las condiciones planteadas por Mitre para efectivizarla. La imaginación del autor juega un rol fundamental. Comenta detalles –en perspectiva pintoresquista y sin referir documentos– relacionados con la amabilidad de la conversación entablada, al final de la conferencia, sobre libros y cuestiones culturales. Los presenta como dos caballeros, brindando “con exquisito rhum de la bodega del mariscal” (Godoy, 1893), que parecían ajenos al tiempo y a la gravedad de los asuntos que los involucraban.

Se cotejan las personalidades y estilos de gobierno de ambos personajes en base al clivaje civilización-barbarie. El argentino es la encarnación de todas las virtudes y el paraguayo la representación de todos los vicios. Del primero destaca por su formación intelectual, carácter democrático y liberal; del segundo subraya su perfil autoritario y absoluta esterilidad creativa. El análisis caracterológico del gobernante guaraní remite al perfil despótico de otros “tiranos” a quienes Mitre combatió con la espada o con la pluma (Juan Manuel de Rosas, José Artigas).

La evocación de Godoy es muy significativa, tanto por lo que explicita como por lo que sugiere. Por un lado, presenta a Mitre –más allá de la anécdota de Yataity Corá– como un protagonista relevante de la Guerra de la Triple Alianza. Por otro, evidencia una coincidencia absoluta con sus interpretaciones políticas e históricas. Pone en evidencia que el argentino fue actor y autor de la historia paraguaya. Tuvo un rol decisivo en los acontecimientos de su tiempo, condicionó con sus interpretaciones el sociolecto encrático[2] argentino e influyó en las concepciones de los intelectuales paraguayos prenovecentistas.

Diversos personajes coetáneos se refirieron a esta relación bifronte –el autor que relata y el agente que opera–. Uno de los que la reflejó de manera más clara Ambrosio Montt.

El político y diplomático chileno le planteaba al argentino –en carta fechada en Santiago, el 22 de agosto de 1873[3]– que su vida estaba íntimamente ligada al Paraguay, país al que “venció con su espada y ha de levantar, […], con su inteligencia y diplomacia” (Mitre, 1912, XX). La misiva es muy rica y sugerente. Montt parece investir a Mitre del carácter de un demiurgo que luego de hacer la guerra para destruir la tiranía, debía colaborar en la tarea de la reconstrucción de Paraguay. El lugar de enunciación del comentario coincide con el final de las gestiones diplomáticas de Mitre en Río de Janeiro y Asunción. Aunque la misión no rindió los resultados esperados por el gobierno argentino, la participación de Mitre refleja que no consideraba culminada su misión con el fin del conflicto. Pretendía influir en los asuntos internos de Paraguay y asegurar los límites entre las dos naciones. Montt lo desafía para que, luego de haber vencido en el campo de batalla como militar y estadista, canalice sus energías intelectuales para escribir la historia de la guerra. Era una responsabilidad ineludible que contribuiría a perpetuar en la memoria colectiva los hechos memorables que tuvieron lugar y a reparar sus efectos destructores para beneficio de “su patria, del país vencido, de nuestra raza y de la democracia” (Mitre, 1912, XX).

Como la mayoría de los historiadores latinoamericanos coetáneos, Mitre desempeñó un rol sustancial en la afirmación de la conciencia nacional del país de pertenencia. Fue un buscador de certidumbres, constructor de mitos y creador de utopías. Coadyuvó a la definición de religantes identitarios estableciendo alteridades a nivel sincrónico (“fronteras” simbólicas –costumbres, mentalidades, ideologías– y geográficas –con territorios vecinos que habían estado unidos administrativamente durante siglos o décadas bajo el imperio de un soberano común–) y diacrónico (para zanjar con rotundidad la línea divisoria entre un antes y un después de su presente).

Paraguay fue una de las “fronteras” por excelencia de Mitre, la alteridad fundamental luego de la derrota de Rosas y de la batalla de Pavón. Entonces, y desde esta perspectiva, ¿qué opinaba sobre la sociabilidad paraguaya durante el coloniaje?, ¿cómo explicaba las peculiaridades de su revolución?, ¿cuáles eran los clivajes diacrónicos fundamentales explicativos de su devenir?; ¿qué apreciaciones realizó sobre la mentalidad guaraní?, ¿cuáles eran sus consideraciones sobre el proceso que condujo a la Guerra de la Triple Alianza?

Para dilucidar estas cuestiones propongo revisar su correspondencia y algunos de los principales opúsculos de su producción intelectual.

Paraguay siempre estuvo presente en la atención de Mitre: de forma implícita en sus primeras versiones de la Historia de Belgrano y de la independencia argentina y de manera explícita en la coyuntura de la guerra que lo tuvo en la doble condición de presidente argentino y jefe de los ejércitos coaligados. Al historiar los antecedentes y la campaña del prócer de la independencia en tierras guaraníes ofrece una interpretación general, de aristas sociológicas y psicológicas, sobre de la historia y la mentalidad paraguayas. En los escritos referidos al conflicto y en sus acciones concomitantes, trasunta la convicción de abanderado de una labor redentora, la eliminación del “bárbaro” Francisco Solano López.

Sobre comuneros, jesuitas y tiranos

Desde sus escritos de juventud –y debido a los avatares de su propia vida– Mitre interpretó la historia rioplatense en clave geopolítica. Los derroteros del Alto Perú, la Banda Oriental y el Paraguay resultan imprescindibles para entender La historia de Belgrano y [por ende,] de la independencia argentina. Los territorios del otrora Virreinato del Río de la Plata estaban vinculados por la geografía, el comercio y los diferendos territoriales. Un cúmulo de realidades objetivas y de intereses enfrentados que pautarían las modalidades de relacionamiento a partir de 1810.

Con motivo de analizar los pormenores de la expedición militar enviada por la Junta porteña a Paraguay al mando de Belgrano, con el propósito de obtener el reconocimiento por parte sus autoridades, Mire expone su sistema interpretativo de la historia nacional argentina y de la región platense. Presenta el devenir paraguayo en clave subsidiaria. En la trama general de su relato es uno de los antagonistas esenciales en la construcción de la alteridad, de las otredades que otorgan sentido y coadyuvan a amalgamar la argentinidad. Considera que la división de la gobernación del Río de la Plata en 1617 fue un acontecimiento fundamental. La decisión respondía a los cambios en el desarrollo de la política colonizadora de España y ponía fin a cuatro décadas de hegemonía asuncena (1538-1580).

La refundación de Buenos Aires (1580) contribuyó a alterar los equilibrios de poder, comercio y comunicaciones de la región con la metrópoli y con otros enclaves del Cono Sur. Asunción comenzó un período de lenta decadencia, inversamente proporcional al desarrollo experimentado por el pujante enclave porteño. El aislamiento sería, a partir de entonces, uno de los factores esenciales para comprender los hechos que pautarían la evolución de Paraguay y la definición de ciertos rasgos de –lo que hoy denominaríamos– su mentalidad colectiva. Al quedar “reducido a sus propios elementos, privado de las corrientes vivificadoras de la inmigración y del intercambio de productos, se inmovilizó y dejó de ser el centro de una civilización expansiva y fecunda” (Mitre, 1887, I).

Las misiones jesuíticas, por otro lado, tuvieron un rol fundamental en los aspectos políticos, sociológicos, demográficos y en la definición de una mentalidad particular. Aunque tuvieron cierta utilidad –pues fungieron como barrera para las incursiones portuguesas–, su efecto en el largo plazo resultó funesto. La organización teocrática y disciplina cuasi monástica afectaron la sociabilidad paraguaya operando en clave esterilizadora de un sano mestizaje. Se creó una “civilización artificial que entrañaba toda la debilidad y todos los vicos de la barbarie” (Mitre, 1887, I). La clave jesuítica fungiría, en la teorización mitrista, como un factor esencial para obtener una comprensión integral y sintética del devenir guaraní y de las causas de sus problemas. Se trata de una interpretación que influyó de forma determinante en autores prenovecentistas como Godoy, José Segundo Decoud y su hermano Diógenes.

A Diógenes Decoud corresponde una de las expresiones más radicales de esta argumentación. Lo hizo en La Atlántida. Estudio de historia americana[4], obra de amplia circulación a fines del siglo XIX y comienzos del XX (publicada en 1885 y reeditada en 1901 y 1910). Plantea que el clero contribuyó a la destrucción de las antiguas culturas americanas y colaboró con la opresión colonial. Los jesuitas, particularmente, realizaron una labor nefasta entre los guaraníes, “no dejaron en su cerebro vacío ni un germen fecundo; lo mantuvieron estéril, árido, embrutecido” (Decoud, 1910). Sobre esta estructura sociológica -un pueblo propenso a la sumisión- fundaron su poder los tiranos del siglo XIX (argumento retomado posteriormente por Cecilio Báez[5]). El autor basa su interpretación en los criterios del darwinismo social (Decoud, 1910) y rechaza la herencia guaraní. Paraguay podría regenerarse solamente en base a los principios de legalidad constitucional, libertad y progreso.

El “jesuitismo” se habría transformado, en la explicación de Mitre, en un clivaje fundamental de nuevos antagonismos con los criollos asuncenos en los que pervivían los valores del espíritu autonómico y municipal inoculado desde antaño por Domingo Martínez de Irala. El enfrentamiento latente entre ambos grupos tuvo varios conatos de violencia que se dirimieron de manera brutal con el aplastamiento en 1735 de los “comuneros” por parte de un ejército comandado por Bruno Mauricio de Zabala. Esta derrota tendría efectos perdurables y desfavorables para “la futura democracia del Río de la Plata”. Los comuneros fueron “mártires de una causa del porvenir, de que no tenían verdaderamente conciencia” (Mitre, 1887, I). Las medidas tomadas por Zabala afectaron “la causa comunal” y abolieron los fueron municipales. El daño estaba hecho y era irremediable. Las medidas posteriores tomadas por la Corona contra la Compañía de Jesús no permitirían enmendar sus consecuencias.

El relato de la expedición de Belgrano a Paraguay es realizado de manera detallada. El autor sigue el derrotero del improvisado general, destaca sus cualidades de mando y de organización del ejército expedicionario. Describe las alternativas militares y otras sucedáneas en las que se manifiestan sus virtudes cívicas e intelectuales. No pierde ocasión para deslizar algunos comentarios relacionados con una de sus preocupaciones de juventud, las características y ventajas del “ejército regular” sobre la “montonera”. Detalla la geografía en la que se desarrollarían los acontecimientos con el propósito de explicar tanto las decisiones estratégicas tomadas por Belgrano, como los errores que causaron la derrota militar. Las reiteradas referencias a la hidrografía y la orografía permiten especular sobre una cierta analogía –¿exculpatoria?, ¿justificativa?– con los acontecimientos que cinco décadas después le tocó protagonizar al propio Mitre en la Guerra de la Triple Alianza.

Los errores estratégicos cometidos por Belgrano en la campaña son reconocidos por Mitre, pero no titubea en afirmar que la expedición fue un éxito diplomático y político. Son muy interesantes las consideraciones sobre el desarrollo de los acontecimientos posteriores a la derrota de Tacuary. Plantea que las comunicaciones epistolares y las conversaciones directas de Belgrano con Manuel Atanasio Cabañas fueron utilizadas por el representante de la Junta para “inocular” en sus eventuales vencedores la simiente de la rebelión contra la dominación española.

Mitre transforma, desde el punto de vista dialéctico, la derrota en el campo de batalla en una victoria ética y política que tendría efectos perdurables. La sagacidad e inteligencia de novel general se impusieron, en su edulcorada interpretación, sobre la “candidez” de los oficiales paraguayos, en especial en Cabañas quien al recibir uno de los primeros mensajes enviados por Belgrano, “se sintió cautivado” por su “lenguaje conciliatorio” (Mitre, 1887, I). Efectivamente el representante de la Junta expuso que su ejército había “ido a auxiliar y no a conquistar” (Mitre, 1887, I). La gentileza de Cabañas en el marco de la denominada “capitulación de Tacuary” no fue –siempre siguiendo a Mitre- una concesión graciable hacia los vencidos, sino resultado de la astucia de Belgrano que supo atraerse su simpatía.

Belgrano actuó como un verdadero patriota. Hizo “triunfar la revolución por la diplomacia, después de haber sido vencida por la fuerza de las armas” (Mitre, 1887, I). Se preocupó por informar a los oficiales paraguayos de la situación de España y se comprometió a gestionar franquicias comerciales que los beneficiaran. Se transformó, en este sentido, en “el promotor de una verdadera conspiración, en la que el mismo Cabañas tomaba parte sin saberlo, obedeciendo al impulso de las influencias de que lo rodeaba el hábil general patriota” (Mitre, 1887, I). Para Mitre, Belgrano fue “el verdadero autor de la revolución del Paraguay” (Mitre, 1887, I). Esta interpretación ha sido ampliamente discutida por historiadores argentinos y paraguayos (excede los objetivos de este estudio referir su derrotero[6]).

El énfasis puesto en las individualidades refleja la trascendencia que tenía en el pensamiento del autor el rol del “gran personaje”. En su Diario de juventud –y a partir de una serie de reflexiones formuladas a propósito del Ensayo sobre las costumbres y el Espíritu de las Naciones de Voltaire– reconoce que el modo correcto para narrar el devenir supone “el conocimiento del hombre” (Mitre, 1936). El único sistema histórico viable es el que se fundamenta en esta perspectiva que podría definirse como la verdadera filosofía de la Historia. La mera descripción de reinos y de batallas resulta ejercicio estéril sin la consideración previa de quiénes detentaban el poder y cómo conducían las fuerzas militares. Analiza en detalle a cada figura, procura penetrar en su psicología para entender y explicar su conducta. Explora, a la manera de Tácito, las profundidades del alma en procura de identificar las claves de su accionar público (su retrato de Francia recuerda, en algunos aspectos, el de Tiberio realizado por el historiador romano).

La dinámica de la Historia parece pautada por la acción dialéctica de personalidades enfrentadas que representaban intereses, mentalidades y tendencias divergentes. Se percibe en referencia a figuras relevantes como Cabañas y Belgrano, y a otras secundarias como Pedro Somellera que, sin quererlo, influyeron sobre acontecimientos que marcarían el devenir.

Se atribuye a Pedro Somellera, un “hijo de Buenos Aires” (Mitre, 1887, II), un rol determinante en los hechos acaecidos en Asunción que desembocaron en la revolución de los días 14 y 15 de mayo de 1811. Su investidura de “teniente letrado” (Mitre, II, 11) del gobernador Velazco y su amistad con Belgrano, lo transformaron en un hombre de consulta para Pedro Juan Caballero y otros referentes antiespañolistas. Su opinión habría sido determinante para que se materializara la revuelta “sin sangre y sin violencias” (Mitre, 1887, II). Esta acción benéfica se vio resentida por una decisión nefasta: apoyar la incorporación de José Gaspar Rodríguez de Francia en el gobierno de la provincia. Este hecho tendría consecuencias importantes. Contribuiría a que Paraguay se sustrajera de la política bonaerense, fomentara la división en los territorios del antiguo virreinato y entronizara a un tirano terrible.

La interpretación general de la historia y la mentalidad paraguayas formuladas por Mitre, en el marco de su relato sobre la expedición de Belgrano, es contundente:

“[…] era ya en 1810 el país más atrasado y más oprimido de la América del Sur. […] El espíritu municipal, la fusión de las razas, y la influencia teocrática de las misiones jesuíticas, forman como se ha visto el gran nudo de la historia del Paraguay. […] Esta colonia […] era a la sazón un pueblo sin vitalidad y sin energía moral. […] Las madres americanas, trasmitiendo a sus descendientes su índole suave, su idioma y su temperamento, inocularon en sus venas la pereza” (Mitre, 1887, I).

Inmovilismo histórico y esterilidad creativa (en todos los planos) serían las tonalidades dominantes en el cuadro de la evolución de Paraguay. Estas rémoras, generadas por el aislamiento integral y por los efectos del “jesuitismo”, explicarían la propensión de los “naturales” a la servidumbre y generarían el caldo de cultivo para la emergencia de autócratas de los cuales Francia fue el primer y más siniestro representante.

En los factores referidos está la clave de bóveda de la interpretación mitrista de la historia en la que abrevarían, por ejemplo, Juan Silvano Godoy, José Segundo y Diógenes Decoud. Los antiguos exiliados del lopizmo implementaron una política de la Historia matrizada por el pensamiento del argentino.

Bajo la influencia de los ocupantes –y respondiendo, de alguna manera, a la “ideología” justificativa de la guerra (un conflicto contra el “tirano” y no contra el pueblo paraguayo)–, la nueva elite gobernante condenó jurídicamente a López. El decreto de “desnaturalización” del 17 de agosto de 1869 lo declaró “traidor a la patria y enemigo del Género humano” (Ashwell, 2010). Era necesario imponer una política de “olvido”, no sólo de la memoria del mariscal sino de todos los “elementos retardatarios” que impedían el progreso del país, según los principios del proyecto “regenerador” de matriz liberal. Esto respondía a un plan preconcebido en el que jugaron un rol importante los exiliados paraguayos en Argentina. El proyecto se impuso objetivamente, a través de la acción de las fuerzas de ocupación que condicionaron la gestión de los sucesivos gobiernos; y también subjetivamente, mediante la prensa y la educación, procurando transformar tradiciones y costumbres consideradas bárbaras.

La historiografía liberal de matriz mitrista influyó en todos los ámbitos del quehacer cultural, ideológico y educativo hasta comienzos del siglo XX. Es interesante considerar, a modo de ejemplo, una evocación de Ramón Indalecio Cardozo sobre un incidente ocurrido en 1891 con un profesor de Historia del Paraguay -el Dr. Ramón Castillo- cuando cursaba segundo año en el Colegio Nacional de Villarrica:

“Este señor, argentino de nacionalidad, nos enseñaba la historia nacional, naturalmente desde el punto de vista argentino. Un día, al referirse a la expedición de Belgrano comentó con ironía la afirmación de Terán y Gamba que dice al respecto: ´Se agregaron al ejército de Velasco 800 voluntarios para la defensa de la Provincia´, diciendo: ´¡Voluntarios! Infelices ignorantes que no sabían lo que hacían´. Hirió el sentimiento nacional de los muchachos y protestamos. ¡Cómo se enseñaba la Historia Patria!” (Cardozo, 1991).

El recuerdo del destacado pedagogo ilustra sobre la política de la Historia impuesta por las autoridades paraguayas. Tributarias de la historiografía mitrista, procuraron “regenerar” el país para impulsarlo por las vías de la “civilización” y el “progreso”. Proyecto político e ideológico que fracasaría en el largo plazo y que tuvo en la polémica de 1902, entre Juan E. O´Leary y Cecilio Báez, uno de sus puntos de quiebre fundamentales.

En el relato de Godoy sobre la entrevista de Yataity Corá, retomando la anécdota referida al principio, cristalizan tanto la interpretación general como la influencia de Mitre en relación con la historia y el carácter nacional paraguayo. Se personalizan, en los protagonistas de la reunión, dos modos de ser y de actuar, dos tradiciones destinadas a confrontar: la “civilización” argentina, expresada en Mitre (pujante, dinámica, liberal, democrática); y la “barbarie” de matriz guaranítica, reflejada en Carlos Antonio y Francisco Solano López (ralentizadora, opresiva y autoritaria). Dos formas de “ser” en la historia, creativa una, esterilizante la otra. Prospecto para un devenir nacional virtuoso en el primer caso y advertencia de desgracias innúmeras en el segundo.

Yo, Bartolomé

Mitre no escribió la historia de la Guerra de la Triple Alianza, pero dejó una cantidad considerable de documentos para hacerlo. Consideraba que la tarea fundamental del historiador –y del hombre público– consistía no solo en acopiar materiales para su uso personal. Pretendía, además, generar un acervo –a través de publicaciones de fuentes que socializaran los tesoros custodiados en colecciones particulares y de la creación de corporaciones asociativas como el Instituto Histórico y Geográfico Nacional (Montevideo, 1843) y el Instituto Histórico y Geográfico del Río de la Plata (Buenos Aires, 1854)– del cual pudieran abrevar los futuros investigadores.[7] No se trataba de una originalidad del argentino. La imagen del “historiador futuro” subyace en la práctica investigativa de los bibliófilos e intelectuales rioplatenses del siglo XIX.[8] Era percibida como una práctica de carácter patriótica que trascendía lo heurístico y adquiría una dimensión prospectiva. Suponía generar insumos –¿exculpatorios?– para la posteridad.

El autor argentino se encargó de publicar, además de la correspondencia intercambiada con Juan Carlos Gómez sobre tópicos generales del conflicto, una serie de documentos justificativos sobre su desempeño en la conducción militar de las fuerzas aliadas. En 1903, por ejemplo, apareció un texto titulado Memoria militar sobre el estado de la campaña con el Paraguay en 1867 y sobre los planes de campaña y operaciones a ejecutar, demostrando la probabilidad de forzar el paso de Humaitá (con los documentos comprobantes). Lo publicó como respuesta a una serie de artículos –aparecidos en agosto de 1903 en el Journal do Commercio, en el marco de las celebraciones del centenario del nacimiento del Marqués de Caxías– en los que se cuestionaba directamente su pericia militar en relación a las decisiones tomadas. Lo hizo para levantar lo que consideró cargos injustificados sobre su habilidad estratégica y mancillaban el honor argentino. Está escrito en primera persona y concebido como un alegato para la posteridad, al servicio de los futuros historiadores del conflicto. Está precedida por una brevísima introducción en la que da cuenta de los motivos de la edición. No formula interpretaciones sobre los acontecimientos, literalmente “deja hablar a los documentos” y confía en el buen juicio del lector.

En los textos del Mitre historiador –como los referidos a Belgrano– Paraguay es considerado en cuanto objeto de estudio y sujeto del devenir, es decir: un tema interesante para investigar y un agente relevante en la geopolítica regional. Lo analiza en función de la evolución de Argentina y de necesidades o intereses coyunturales que demandan explicaciones. En cambio, en los escritos políticos, periodísticos, epistolares, diplomáticos o incluso intelectuales referidos a la Guerra de la Triple Alianza y a sus implicancias, el yo-narrador construye al Paraguay como la alteridad absoluta, un enemigo cuya peligrosidad justifica las medidas y decisiones tomadas por el general-presidente. Constituyen una suerte de crónica descarnada de las profecías autocumplidas –relativas a la necesidad de liberar a los paraguayos del yugo opresor de la dinastía López y a la Argentina de un molesto vecino que pretendía alterar el “equilibrio platense”– por la acción enérgica de quien se erige como protagonista de la acción redentora, el propio autor.

A él parecía corresponderle la misión –¿providencial?– de conjurar la amenaza estratégica que representaba López. Sarmiento lo expresó con toda claridad cuando, en carta enviada desde Nueva York en 1865, ratificaba la necesidad de la guerra y le auguraba una rápida victoria porque, de lo contrario, Paraguay “nos tendrá siempre sobre las armas, si continúa el nuevo Alejandro guaraní amenazando a las repúblicas griegas desde su Macedonia” (Mitre, 1911). Mitre era el elegido para conjurar el peligro de que representaban los “bárbaros” del norte. En la polémica con Juan Carlos Gómez, lo explicita al pretender justificar el conflicto –y a sí mismo– argumentando que los soldados argentinos no fueron solo a derribar a un tirano sino “a vengar una ofensa gratuita”, a “reivindicar la libre navegación de los ríos” y reconquistar sus fronteras de hecho y de derecho” (Mitre–Gómez, 1897).

Se trata de una suerte de autoconciencia mesiánica que emerge con fuerza, por ejemplo, en una carta enviada el 20 de mayo de 1865 al escritor chileno Santiago Arcos:

“Los diarios le instruirán a usted de todo lo sucedido y de todo lo que vaya sucediendo. Por lo pronto le digo todo con anunciarle que estoy en guerra con el Paraguay, que no dejaré las armas de la mano hasta derribar la dinastía López, que soy generalísimo de mar y tierra de la triple alianza, realizada ya, y que habiendo levantado en peso a la República, incluso a nuestro amigo don Justo, dentro de quince días estaré sobre la frontera del Paraguay con un ejército de 25.000 argentinos” (Mitre, 1912, XXI, 155).

Fue necesario realizar una intensa campaña propagandística –a través de la prensa, de folletos y de la correspondencia– para explicar los alcances y la significación de la guerra a la opinión pública nacional e internacional. Mitre debió enfrentar múltiples cuestionamientos, como el de su amigo chileno Benjamín Vicuña Mackenna a quien le escribe, el 22 de febrero de 1865, con el propósito de revertir la “extraviada senda que han adoptado la mayoría de los escritores de Chile al tratar de los asuntos del Río de la Plata” (Mitre, 1912, XXI). Lo interesante de las aclaraciones radica en la construcción discursiva de carácter justificativo que, en última instancia, Mitre reiterará hasta el cansancio en sus escritos periodísticos y polémicos.

Era coherente con la visión de la sociedad y de la historia rioplatense configurada en su juventud, dentro de las murallas de la “Nueva Troya” (Montevideo) sitiada por Manuel Oribe, y que expuso en las páginas de El Iniciador.[9] A través de este medio los miembros de la “Generación del 37” perfilaron algunos de los pareceres que informarían la historiografía rioplatense. Postularon con rotundidad que la independencia política no había cortado totalmente los vínculos con España: otras cadenas esclavizaban todavía a América. Mitre, al igual que Lamas, creía que era necesario completar la independencia política con la “independencia inteligente”. Consideraba fundamental fomentar el “progreso” de estas regiones para superar estructuras socioeconómicas y de mentalidad “bárbaras”, por un modelo de “civilización” acorde a los europeos, particularmente el francés. Paraguay solo sería libre cuando se sustrajera de la tiranía de López.

La defensa de la alianza, la justificación de su necesidad estratégica, el carácter “bárbaro” de López y su gobierno y el inmovilismo paraguayo, constituyen los marcadores de una isotopía que se manifiesta en la constelación discursiva mitrista (articulada en el conjunto de sus escritos públicos y privados). Se trata de una estrategia textual presente tanto en los textos históricos como en los de carácter político-propagandístico que, pretendidamente, debería coadyuvar a dejar pocos intersticios para la crítica. La reiteración de ideas, el aprovechamiento de distintos contextos para reforzar argumentos ya planteados y el uso de las estrategias narrativas, fueron los recursos utilizados para sustentar sus proposiciones. Para ello recurre a la competencia intertextual de sus potenciales lectores.

Uno de los cargos más recurrentes que debió levantar el autor se refiere a la incongruencia de una alianza entre dos repúblicas (Argentina y Uruguay) con un imperio esclavócrata (Brasil) para atacar a otra república (Paraguay). Esgrime el desconocimiento existente a nivel extra-regional, como en el caso de su ilustrado interlocutor chileno, sobre la situación política y militar en el Río de la Plata. La unión no es contradictoria pues, aunque censurable la existencia de la esclavitud, Brasil detentaba un nivel de civilización política muy avanzada y sus instituciones, le comentaba a Vicuña, “en liberalismo dejan muy atrás a muchas de nuestras Repúblicas, siendo una verdad incontestable” que en ese imperio se goza “de una libertad que no es mayor en la República Argentina” (Mitre, 1912, XXI). El verdadero representante del despotismo y la barbarie era Francisco Solano López, que imperaba en una seudo-república y tenía la peregrina intención de erigirse en garante del “equilibrio de las Repúblicas del Plata” (Mitre, 1912, XXI).

Era falso que Brasil pretendiera invadir y sojuzgar al Uruguay. Su intervención en ese Estado, apoyando al general Flores y al partido colorado, se debía a los ultrajes cometidos por los gobernantes del partido blanco contra las personas y los bienes de ciudadanos brasileros residentes en su territorio. De manera contundente –y pretendidamente irrebatible– da fe de la inexistencia de un propósito de conquista o de cambio de gobierno por parte de los brasileños: “bien seguro estaba yo, por compromisos solemnes, declaraciones explícitas y terminantes que recabé del gabinete imperial” (Mitre, 1912, XXI). La emergencia reiterada del yo-narrador en la misiva refuerza el carácter probatorio del alegato y lo informa de una dimensión performativa.

El presidente argentino esperaba que su corresponsal aprovechara “su puesto de escritor público para ilustrar la opinión de Chile revelándole la verdad de las cosas” (Mitre, 1912, XXI). ¿Y cuál era esa verdad?, ¿la verdad de Mitre? Que la alianza era una empresa militar abanderada de la “causa de la civilización de la humanidad” en contra de la “más odiosa tiranía y absolutismo” (Mitre, 1912, XXI) representada por López.

El dictador paraguayo es el antagonista por excelencia. Las pruebas de su brutalidad y autoritarismo aparecen al correr de la pluma de Mitre en diversidad de textos que, en algunos casos, no se relacionan directamente con el conflicto.[10] No deja pasar ninguna oportunidad que se le presenta para condenar, en particular, su ineptitud militar, hipocresía, falta de conmiseración con sus soldados y profunda cobardía personal.[11]

El argentino se muestra sorprendido, por ejemplo, ante ciertos acontecimientos como el famoso ataque, el 2 de marzo de 1868, a los acorazados brasileños “Lima Barros” y “Cabral”. Esta operación se realizó siguiendo estrictamente las órdenes del mariscal. Implicó que un comando paraguayo, navegando en canoas, intentara asaltar un grupo de naves bien pertrechadas. Desde la perspectiva estrictamente militar considera el acto como una acción temeraria y condenada al fracaso debido a las diferencias abismales de armamento. Le indigna la actitud de desprecio de López por la vida de sus subordinados y expresa el dolor que le causó la muerte de esos pobres desgraciados. El sangriento episodio plasma de manera gráfica la crueldad de un megalómano que no titubeó en llevar a su pueblo a un sacrificio estéril.

En varias ocasiones destaca la valentía de los soldados paraguayos y formula comparaciones con los argentinos. Uno de los clivajes fundamentales entre ambos está en el tipo de disciplina aplicada por los comandantes y cómo es vivenciada por los soldados. La disciplina varía según los lugares y los gobiernos. En un régimen democrático es de carácter racional (los soldados son ciudadanos libres que luchan por su patria conducidos por oficiales ilustrados), en uno autocrático es “pasiva y automática” (Levene, 1944) (basada en el terror provocado por el tirano de turno). Los paraguayos luchan, especialmente sobre el final de la guerra, por instinto y desesperados por salvar la vida; los argentinos lo hacen por amor a la patria, identificados con los ideales republicanos. Unos proceden animados por el temor a un déspota inmisericorde y otros lo hacen de forma disciplinada siguiendo de manera consciente las órdenes de sus superiores.

En un intercambio de correspondencia formal con López –a propósito de una misiva de éste, fechada en su cuartel general en Humaitá el 20 de noviembre de 1865[12], en la que expresa sus quejas sobre supuestos actos cometidos contra las leyes de la guerra por parte de los ejércitos aliados luego de los enfrentamiento de Yatay y Uruguayana–, Mitre[13] atempera la virulencia de su discurso público contra el mariscal con las formas propias de la urbanidad de la época entre dos jefes de Estado. Alega, incluso, confiar en la suprema “voluntad de Dios” en orden al éxito final de las armas aliadas; no es común encontrar este tipo de invocaciones retóricas en los escritos del general. Parece otro Mitre. El estilo responde a que la exposición de motivos y las argumentaciones respectivas están formuladas desde su doble condición de general en jefe de los ejércitos aliados y de presidente de Argentina. Se trata de un lugar de enunciación que trasciende su persona e involucra a la alianza. Es un documento oficial que supera al yo-narrador e involucra un plural mayestático implícito a partir del cual refuta todos los cargos formulados por su interlocutor.

Revierte la carga de la prueba y sugiere un proceder hipócrita del mariscal o, concediéndole el beneficio de la duda, una actitud fundada en datos falsos en torno a los acontecimientos inhumanos sobre los que reclama. Fundamenta sus argumentos en documentos confiscados al comandante Antonio Estigarribia, uno de los jefes del ejército paraguayo, y no en apreciaciones apriorísticas o mentirosas.

Se aprecian algunos conceptos cargados de ironía y desprecio que remiten a las recurrentes valoraciones sobre la “barbarie” paraguaya. Esto es particularmente notorio al referir la supuesta falta de reflexión del mariscal en el momento de dejarse llevar por informaciones erróneas relacionadas con hechos puntales que no tendrían asidero en la realidad. También cuando al describir el –supuesto- buen trato recibido por los soldados guaraníes en los hospitales de campaña de los aliados, los califica de víctimas desgraciadas que fueron enviadas al matadero por la “voluntad caprichosa y arbitraria” (Mitre, 1911, IV) de un gobernante inhumano.

Rechaza con energía las acusaciones sobre los –en su opinión– supuestos maltratos ejercidos sobre prisioneros paraguayos. También impugna las amenazas de represalias, las considera indignas de un mandatario que procede de “manera inusitada entre países civilizados” (Mitre, 1911, IV) al atacar a sus vecinos sin previa declaración de guerra. Le atribuye toda la responsabilidad sobre el origen del conflicto y de los avatares ulteriores. Las operaciones contra Mato Grosso y Corrientes, definidas como “piráticas”, justifican in totum las acciones de la alianza.

Las consecuencias del conflicto fueron diversas para las naciones implicadas. En varias ocasiones Mitre manifestó su parecer sobre los resultados de carácter político, estratégico y económico. Son interesantes sus definiciones relacionadas con la economía. En un discurso pronunciado en febrero de 1869 ante grupo de comerciantes bonaerenses, cuando la guerra ya se visualizaba como ganada, expresó su satisfacción por lo que consideraba un triunfo de “los grandes principios del libre cambio, que son los que vivifican el comercio” (Mitre, 1902, I). Se trata de una arenga, expuesta en tono exultante, en la que transmite sus convicciones ideológicas. La destrucción de Humaitá y del poder de López representaban la eliminación de todos los obstáculos que impedían la libre navegación de los ríos y, por ende, la circulación irrestricta de personas y bienes. Creía que, de esta forma, se derrotaban los monopolios y se favorecía en desarrollo del trabajo y las negociaciones de los comerciantes, principales agentes del desarrollo de las naciones civilizadas.

Conclusión

En su pensamiento y acción en relación a Paraguay, Mitre fue coherente con serie de postulados ideológicos fraguados en su juventud. Se nutrió de la doctrina –y de la filosofía de la Historia- de los jóvenes de la Generación de 1837 (Abnegemus ergo opera tenebrarum et induamur arma lucis”[14]). Compartía con ellos “que los errores de las generaciones previas podían ser borrados, y una nueva Argentina podía surgir de las ruinas de la tiranía de Rosas, así como Mayo había sacudido el yugo colonial” (Shumway, 1993). Como fue necesario atacar con la pluma y liquidar con la espada a Rosas, otro tanto había que hacer con López y su gobierno. Para redimir la patria paraguaya y crear un futuro posible, era necesario resignificar el pasado, realizar una “regeneración” nacional por medio de una política moderada, liberal e inspirada en la ley del “progreso”.

En este sentido, el análisis de la acción y la narración de Mitre sobre Paraguay resultan fundamentales para entender, tanto la evolución general de la historia de las naciones platenses –en lo concerniente a la definición de sus identidades, fijación de límites, reacomodamientos políticos internos– como las interpretaciones que sobre esos procesos se realizarían.

Resultan clarificadoras, en este sentido, las reflexiones de Gómez cuando –en el marco de su polémica con el argentino y a partir de la constatación de que la guerra al tirano había devenido en masacre de un pueblo– le advertía que se estaba engendrando en el enemigo un “espíritu de causa” que se “levantará siempre contra nosotros y nos herirá con los filos que hemos labrado”. El oriental opinaba que la matanza finalizaría con la guerra, pero que el martirio colectivo se transformaría en “la gran bandera de un gran partido que ha de predominar” (Mitre, 1897). Razonamiento perspicaz que preanunciaba, en lo inmediato, las tensiones ideológico-historiográficas entre los representantes de la tendencia regeneracionista y de la vertiente de la reconstrucción. Además, presagiaba los alineamientos entre lopistas y antilopistas que darían pie a las conceptualizaciones nacionalistas de Juan O ‘Leary, entre otros, que devendrían ideología oficial del Partido Colorado y de las dictaduras de Higinio Morínigo y Alfredo Stroessner.

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