El imperio de las circunstancias. Bartolomé Mitre y la Guerra contra Paraguay
Revista Estudios Paraguayos
Universidad Católica "Nuestra Señora de la Asunción", Paraguay
ISSN: 0251-2483
ISSN-e: 2520-9914
Periodicidad: Semestral
vol. 40, núm. 1, 2022
Resumen: El rol en la contienda del entonces presidente de la República Argentina, Bartolomé Mitre, fue tan decisivo como polémico, incluso para sus contemporáneos y compañeros de tradición política liberal. Abordaremos en este breve ensayo específicamente tres cuestiones cruciales. En primer lugar, su papel en la invasión de Venancio Flores a la Banda Oriental. Luego, el núcleo del trabajo girará alrededor de la gestación de la Triple Alianza. Por último, revisaremos el rol al frente del ejército aliado en las frustradas negociaciones de paz. A través de estos acontecimientos podremos delinear cuáles fueron algunas de las intenciones de Mitre con la guerra y sus actores, la distancia entre ellas y el devenir de los hechos, las ideas que lo guiaban, sus responsabilidades y los resultados para su carrera política y militar. La ayuda a la invasión colorada parece una decisión no forzada, equivocada, aunque sin necesaria o automáticamente puedan deducirse de allí los grandes costos de la guerra de la triple alianza. La alianza fue producto de presiones del Imperio, pero también una decisión que el presidente argentino que podría no haber tomado. Fue una apuesta casi personal muy arriesgada, que tendría grandes costos y no saldría para él como lo esperado. En el caso del intento de paz, Mitre aparece casi como maniatado ante las posturas extremas del emperador y del mariscal, ese juguete del imperio de las circunstancias. Aunque podría haber ofrecido algo mejor a López, difícilmente el mariscal hubiera accedido a dejar Paraguay y difícilmente Pedro II hubiese parado con la guerra.
Palabras clave: Bartolomé Mitre, guerra, Paraguay, Triple Alianza.
Abstract: The role in the contest of the then president of the Argentine Republic, Bartolomé Mitre, was as decisive as it was controversial, even for his contemporaries and colleagues from the liberal political tradition. In this brief essay, I specifically address three crucial questions. In the first place, his role in Venancio Flores's invasion of the Banda Oriental. Then, the main section of the work will revolve around the formation of the Triple Alliance. Finally, I review Mitre’s leading role in the frustrated peace negotiations. Through these events I outline what were some of Mitre's intentions with the war and its actors, the distance between his intentions and the course of events, the ideas that guided him, his responsibilities, and the results for his political and military career. Helping the Colorado invasion seems like an unforced, mistaken decision, even though the great costs of the war of the triple alliance cannot necessarily be deduced from it. The alliance was the product of pressure from the Empire, but also a decision that the Argentine president may have not taken. It was a very risky, almost personal bet, which would have great costs and would not turn out for him as expected. In the case of the peace attempt, Mitre appears almost bound before the extreme postures of the Emperor and the Marshal, a toy of the empire of circumstances. Although he could have made a better offer to López better, the marshal would hardly have agreed to leave Paraguay and Pedro II would hardly have stopped the war.
Keywords: Bartolomé Mitre, war, Paraguay, Triple Alliance.
Introduccion
En los últimos años se produjeron avances en el estudio de la Guerra del Paraguay y su impacto en Argentina. Se trata de trabajos adaptados a los cánones de la historiografía profesional, alejados de las dicotomías interpretativas moralistas del conflicto. El rol en la contienda del entonces presidente de la República Argentina, Bartolomé Mitre, fue tan decisivo como polémico, incluso para sus contemporáneos y compañeros de tradición política liberal. En ocasión del bicentenario de su natalicio proponemos realizar un balance de lo que sabemos hasta aquí sobre la actuación de Mitre y de las preguntas que todavía permanecen. Abordaremos específicamente tres momentos cruciales. En primer lugar, el papel del presidente argentino en la invasión de Venancio Flores a la Banda Oriental. Luego, el núcleo del trabajo girará alrededor de la gestación de la Triple Alianza. Por último, revisaremos el rol de Mitre al frente del ejército aliado y fundamentalmente en las frustradas negociaciones de paz. A través de estos acontecimientos podremos delinear cuáles fueron algunas de las intenciones de Mitre con la guerra y sus actores, la distancia entre ellas y el devenir de los hechos, las ideas que lo guiaron, sus responsabilidades y los resultados para su carrera política y militar. No se trata de un trabajo que busca justificar o descalificar moralmente las decisiones de Mitre, sino que procura entender la lógica de sus decisiones en su propio contexto, las opciones que se le abrían, los caminos no tomados. Comprender no es justificar, es simplemente tratar de entender cómo sucedieron las cosas que sucedieron.
Neutralidad y equilibrio
La guerra de las Provincias Unidas del Río de la Plata contra Brasil que finalizó a principios de 1827 tuvo como resultado la independencia de la Banda Oriental. Uruguay se constituyó entonces como una suerte de estado tapón que contenía las ansias expansionistas de los entes políticos más poderosos de la región, la Confederación Argentina y el Imperio Brasileño. A partir de ese momento, las divisiones partidarias al interior de la Confederación se entrelazaron con las existentes en la Banda Oriental. Los federales del entonces gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas apoyaron a los blancos de Oribe, quien derrotado en la Banda Oriental, volvió a la campaña en 1843 para establecer un sitio a Montevideo que se prolongó hasta 1851. Dentro de la ciudad sitiada se encontraron los rivales políticos de los blancos, los colorados del presidente Rivera y los argentinos exiliados del rosismo. Venancio Flores, ministro de guerra colorado y ex presidente oriental, comenzó una amistad con Bartolomé Mitre en su exilio en Buenos Aires desde la década de 1850.
En 1860 fue electo presidente del Uruguay Bernardo Berro del partido blanco. Berro reparó en la importancia de desligarse de los conflictos de la Argentina y en atender el peligro que representaba el Imperio del Brasil desde la frontera norte. Allí el comercio en base a transferencias de ganado provocaba constantes conflictos además de discusiones limítrofes entre Uruguay y el estado de Río Grande do Sul. Muchos estancieros brasileños se encontraban establecidos en territorio uruguayo junto con sus esclavos. Algunas medidas de Berro los perjudicaron económicamente.
La tensa situación política en Uruguay encendió alarmas de esperanza de retorno al poder en los exiliados colorados en Buenos Aires. Ya en sus funciones como presidente de Argentina, Bartolomé Mitre afirmó públicamente que no tenía ningún compromiso con los emigrados colorados. Para reforzar y difundir sus posturas, el presidente contaba con un órgano de prensa crucial. La Nación Argentina (1862-1870), el periódico que defendió la postura mitrista y que hacia el final de la guerra contra Paraguay se transformaría en el actual diario La Nación (1870).
Mientras la prensa porteña liberal defendía la neutralidad del gobierno argentino, Venancio Flores preparaba una invasión a la Banda Oriental. Existen diferentes hipótesis sobre el rol de Mitre en la invasión. Desde la que lo desliga completamente, lo cual parece muy improbable, a la que lo designa casi como el autor intelectual y arrastra de manera anacrónica un comienzo de la guerra de la Triple Alianza hasta allí. En esta última interpretación la invasión habría sido planeada en la residencia de Juan Gregorio Lezama, un importante comerciante. En esa reunión habría estado presente el propio Mitre y Lezama le habría ofrecido ayuda económica a Flores.
El 19 de abril de 1863 Flores desembarcó en suelo oriental y desató un conflicto civil con auxilio de buques porteños que portaron armas y provisiones. Una hipótesis intermedia parece la más fundamentada. El apoyo explícito a Flores pudo venir, en principio, de la mano de funcionarios mitristas más que del propio Mitre. Según Thomas Whigham hubo al menos un dejar hacer por parte del presidente argentino (Whigham, 2010). Mitre fingió sorpresa de lo que estaba perfectamente enterado, permitió el tráfico de armas en el río Uruguay. Se realizaron concentraciones públicas para reclutar voluntarios, no se procuró hacerlo en secreto. Flores era general del Ejército Argentino y tres de sus coroneles renunciaron tiempo antes a la institución, lo que no pudo pasar inadvertido para otros oficiales. Flores además partió a Uruguay a plena luz del día en un buque de guerra de la Armada Argentina, lo que compromete directamente al Ministro de Guerra y Marina Juan Andrés Gelly y Obes.
Parece indudable que no existió tal neutralidad del gobierno argentino en la invasión de Flores a la Banda Oriental. El problema es deducir automáticamente un complot que incluiría a Brasil y a Argentina contra Paraguay ya en esa fecha y peor aún sostener que ya se tenía delineada la magnitud de la futura guerra. El rol de Mitre, así fuera directo o se manifestase a través de un dejar hacer a sus ministros, ciertamente contribuyó a reforzar la invasión de Flores a la Banda Oriental, lo cual violaba los principios de no intervención. Pero de ese apoyo a la invasión no puede inferirse necesariamente la Guerra de la Triple Alianza.
Para 1863 Mitre mantenía correspondencia con el presidente paraguayo Francisco Solano López por cuestiones de comercio y navegación de los ríos y llegó a insinuarle que Argentina y Paraguay debían cooperar contra Brasil (Baratta, 2019). La alianza argentino-brasileña no parecía nada obvia hasta ese momento y menos contra Paraguay. Las reclamaciones de límites que hasta entonces había hecho el Imperio a Paraguay de manera diplomática y también bélica no contaban con Argentina como aliado y los resquemores entre Argentina y el Imperio no eran menores. Pero cuando la invasión de Flores se consuma, el Canciller paraguayo Bergel solicita explicaciones sobre la posición de Argentina en el conflicto uruguayo y al recibir una respuesta de Mitre aduciendo total neutralidad, las relaciones se enfrían por las sospechas fundadas de que la respuesta no era cierta. Para el gobierno paraguayo, Argentina contribuía así a romper lo que consideraban en Paraguay un principio clave: el equilibrio del Plata. En esta visión Brasil, con sus presiones en la frontera con Uruguay, también atentaba contra ese equilibrio entre dos grandes países y dos pequeños. Esta teoría no era compartida por Mitre, quien consideraba que en poco afectaba a Paraguay la intervención o el apoyo a las revueltas de colorados y blancos en Uruguay. El gobierno de Mitre tampoco tuvo una actitud beligerante con Paraguay entonces, sino que evitó el bloqueo del río y permitió el tráfico de armas (Whigham, 2010; Doratioto, 2002). La disputa entre Mitre y López se volvería más ideológica que táctica hasta ese momento. López creía que la no neutralidad de Mitre rompía un equilibrio que para el presidente argentino no existía como concepto válido.
La prensa porteña apoyó la invasión aunque se obsesionó con demostrar la neutralidad del gobierno de Mitre. También se evidenció que un acuerdo argentino-brasileño no era un destino obvio hasta ese momento:
“Por lo demás ¿qué caso va a hacer el Gobierno del Brasil en materia de reclamaciones sobre violación de la neutralidad a los mismos que le acusan de prestar auxilio eficaz al general Flores? Pero la violación de neutralidad, aun cuando fuera evidente, no daría motivo a reclamo alguno por parte del Brasil. El tratado solo obliga a la República Argentina a respetar la independencia de la Banda Oriental. He aquí el secreto del pretendido propósito de anexión que la prensa oriental atribuye a la República Argentina. El lleva por objeto no solo levantar en nuestra contra, como lo hemos sido, el sentimiento nacional, sino hacer creer al Brasil que se trata de violar el artículo 3 del convenio de 1828.” (La Nación Argentina, 25 de agosto de 1863)
Los plenipotenciarios argentino y uruguayo, Rufino de Elizalde y Andrés Lamas mantuvieron una polémica al respecto de la neutralidad. Representantes de Portugal, Italia, Francia, Estados Unidos y Gran Bretaña solicitaron una política de neutralidad estricta de Argentina para no incrementar el nivel de guerra civil que podía afectar a compatriotas radicados allí. Pero Mitre insistió en las sombras, quizás porque sentía que le debía ayuda a su amigo Flores, quizás para vengar la muerte de colorados fusilados en la década anterior, muy probablemente para afianzar su poder a través de aliados regionales que equilibraran la fuerza del caudillo Justo José de Urquiza en el litoral.
En 1863 López mantuvo correspondencia con Urquiza con el objeto de convencer al caudillo entrerriano que abandonara su política de neutralidad con respecto al conflicto en la Banda Oriental. Mientras tanto, en Buenos Aires corrían rumores de que el presidente paraguayo quería proclamarse emperador. La prensa porteña comenzó a publicar editoriales en contra del gobierno paraguayo y desarrolló sus críticas al concepto de equilibrio del Plata. Mitre trató de frustrar sin éxito la potencial alianza entre el gobierno blanco de Montevideo y Asunción.
El gobierno uruguayo solicitó al brasileño que los riograndenses de la frontera bajo el mando del general Netto, cesaran su apoyo a la rebelión de Flores. El 18 de junio de 1864 Saraiva plenipotenciario brasileño, Thorton diplomático británico y Elizalde ministro argentino, se reunieron para firmar un acuerdo en Puntas del Rosario que fue descripto por el mismo Thorton años después como la inauguración de la Triple Alianza. Sin embargo lo que se propuso en principio en ese encuentro fue más la paz que la guerra y la visión de Thorton es claramente anacrónica, para llegar a la Triple Alianza se iban a tener que desencadenar hechos que todavía no existían y que no eran los únicos caminos posibles. Se impulsó entonces una paz negociada entre Aguirre y Flores a condición de un cambio ministerial por parte del gobierno blanco. Sin embargo este requerimiento no fue aceptado por Aguirre y la mediación fracasó (Box, 1958). La figura de Thorton fue absolutizada por las tradiciones historiográficas revisionistas de Argentina, que utilizaron su palabra como representación única de la corona británica y lo que es más endeble, consideraron que su actuación definía todas las acciones de los actores (Rosa, 1985).
Ante el fracaso de las negociaciones de Puntas del Rosario, el 4 de agosto de 1864 Saraiva presentó al ministro oriental Herrera un ultimátum. Sino se cumplían las condiciones solicitadas para los riograndenses, el ejército brasileño decidiría intervenir. El 14 de septiembre la invasión fue un hecho y el sentimiento anti-brasileño y anti-imperial corrió como reguero de pólvora por tierras orientales. La guerra brasileño uruguaya comenzaba de la mano de la invasión del Imperio. López consideró que debía salvaguardar el equilibro del Plata. La política expansionista del imperio se cruzó con una intervención arriesgada del presidente paraguayo. El 12 de noviembre Francisco Solano López ordenó tomar un buque brasileño que navegaba por Paraguay, el Marqués de Olinda, buque que llevaba a bordo al gobernador del Mato Grosso. Las relaciones diplomáticas se rompieron entre ambos países y comenzó a prepararse la invasión a territorio brasileño. A principios de diciembre, Flores y las fuerzas brasileñas atacaron Paysandú, desencadenando el famoso y trágico sitio, defendido por Leandro Gómez durante un mes hasta su rendición y posterior fusilamiento. Si bien en Entre Ríos la indignación fue grande con respecto a los brasileños, Urquiza no acudió en ayuda militar. La guerra se había declarado entre Paraguay y Brasil. El emperador de la potencia regional no perdonaría el asalto al buque por parte de un país al que consideraba menor y eso se evidenciaría en su encono contra López durante los años siguientes.
Mitre estuvo indudablemente al tanto de los movimientos de Flores y al menos, dejó hacer. Pero hasta ese momento su actuación era más limitada que decisiva y más cautelosa que la de los gobiernos que entraron efectivamente en guerra. La historia que no sucedió lo hubiera podido dejar hasta allí, como un colaborador de una invasión que resultaría en la caída del gobierno blanco y de un inicio de una guerra brasileño-paraguaya. Su papel podría haber sido ese, no exento de responsabilidades, pero algo menor en comparación al resto, en una guerra ajena y quizás más corta. Pero había otras opciones en danza y la historia no terminaría así.
El imperio de las circunstancias
En diciembre de 1864 llegó a Buenos Aires el plenipotenciario brasileño José María da Silva Paranhos con el objetivo de establecer una alianza con el gobierno argentino para derribar definitivamente a los blancos en Montevideo y evitar su acuerdo con el Paraguay. El imperio necesitaba logísticamente a la Argentina, por territorio, armamento y provisiones, además de apoyo militar local para enfrentar al país gobernado por López. Sin embargo, Da Silva Paranhos no logró tentar a Mitre en primera instancia, ni tampoco lo consiguieron otros diplomáticos europeos que pidieron su mediación ante una posible repetición de los sangrientos hechos de Paysandú en Montevideo. Solo Thorton pudo lograr un tibio ofrecimiento de mediación de parte del presidente argentino. Para febrero de 1865 el almirante brasileño Tamandaré comenzó el bloqueo de Montevideo. Para Mitre, la neutralidad en lo que refería a Brasil y el Paraguay era probablemente la política adecuada. El presidente argentino sabía que un acuerdo con el Brasil, tradicional adversario de la Argentina, podía ser impopular.
¿Qué es lo que lo llevó entonces a tomar la decisión de concretar una alianza militar con un antiguo y tradicional adversario contra un país más afín cultural e históricamente y en una guerra brasileño-paraguaya que parecía más ajena que propia? ¿Serían suficientes los motivos esgrimidos para concretarla? Repasemos los sucesos. En primer lugar, existía la posibilidad certera que el ejército paraguayo con el objetivo de obligar a las fuerzas brasileñas a abandonar territorio oriental, pudiera tomar camino por territorio argentino. En diciembre de 1864 Mitre le escribía a Urquiza:
“Pero si desgraciadamente nuestra neutralidad no fuese respetada por los vecinos, si nuestro territorio fuese violado por cualquiera de los litigantes, si se pretendiese promover el desorden dentro de nuestro propio país, entonces los sucesos me impondrían el imprescindible deber de garantir ante todo el honor y la seguridad de la nación argentina y una vez colocado en este caso, no retrocedería ante tan sagrado deber” (Bartolomé Mitre, 23 de diciembre de 1864, Correspondencia Mitre-Urquiza)
La reacción militar argentina ante una invasión paraguaya era una respuesta lógica del presidente. La diplomacia inglesa también advirtió a Mitre sobre la amenaza a las fronteras argentinas. El revisionismo interpretó esta acción como manipulación. Creemos, sin embargo, que las propias ideas políticas que Mitre esgrimió son suficientes para explicar su conducta. Urquiza respondió al presidente que ante una intervención extranjera en la nación, podía Mitre contar con Entre Ríos. Los cálculos de López, de los blancos uruguayos y de los federales de la Confederación Argentina fueron errados con respecto a Urquiza. Y a la luz del resultado de Pavón fueron lógicamente errados. La Argentina gobernante se impuso así sobre las divisiones partidarias en el comienzo de la guerra.
Sin embargo una invasión a Corrientes no generaba necesariamente un tratado de la triple alianza. Mitre podría haberla combatido sin hacer alianza con el Imperio y aquí probablemente está el nudo decisivo de su historia. La decisión de forjar una alianza con Brasil era compleja. La revolución separatista de los farrapos en Río Grande do Sul entre 1835 y 1845 había contado con la ayuda de los caudillos del litoral. Urquiza derrotó a Rosas con la ayuda del Imperio. Pero la década siguiente las fricciones estuvieron a la orden del día; saqueos, robo de ganado, problemas fronterizos fueron parte del panorama cotidiano. Las ansias de expansión y de control de los ríos del imperio se hicieron sentir en Corrientes. Ante un imperio consolidado, los temores y recelos comenzaron.
Las razones para no hacer la alianza eran fuertes, la incertidumbre de hasta dónde podía llegar una guerra que fuera más allá de recuperar Corrientes era más amplia. Las razones que llevaron a Mitre a decidirse por sí concretar esa alianza también existen, aunque mostraban algunas fisuras. En primer lugar existía una afinidad ideológica entre la tendencia liberal dominante en el gabinete imperial y las ideas del propio Mitre. También Mitre recordaba con aprecio la alianza argentino-brasileña contra el rosismo. El encono anti brasileño era más propio del litoral que de un porteño. Mitre pudo sentirse tentado a que la alianza con el Imperio le proporcionara la fuerza suficiente y determinante que necesitaba para lograr reclamaciones territoriales que durante décadas no habían podido saldarse con Paraguay, para afianzar su delicado poder en territorio nacional a través de una guerra internacional y para reivindicarse como militar luego de la victoria sin lucha de Pavón y de una manera más que importante: estar al mando del ejército no solo argentino sino del imperial. Mitre justificó el pacto aduciendo temores de represalias de Brasil si Argentina no aceptaba el tratado, pero parecen más excusas, en tanto los brasileños estaban demasiado ocupados con la guerra a Paraguay y en la Banda Oriental. Mitre pensó que sumándose a la propuesta del Imperio, Argentina participaría en una guerra rápida con un aliado liberal, que consolidaría su poder político, afianzaría los límites del estado nacional argentino, disciplinaría la resistencia interna y lo llevaría a un rol muy destacado en lo militar. Lo que terminaría concretándose de esos objetivos sería el tema de los límites para la consolidación del estado argentino y no en la totalidad que Mitre buscaba y el comienzo del fin de las resistencias federales. El resto, muy atado a su carrera personal, saldría mal.
El 14 de enero de 1865 Paraguay pidió permiso a la Argentina para que sus tropas pasaran por Corrientes aduciendo que habían tenido una actitud similar en 1855 a la expedición naval brasileña contra Paraguay. El gobierno argentino se negó alegando que en aquella época el clima era de paz y no de hostilidad, aunque probablemente lo hizo por su antipatía hacia la alianza blanco-paraguaya. El 13 de abril de 1865 un grupo de buques paraguayos atacó a dos vapores argentinos en la ciudad de Corrientes. Parte de la población local se trasladó a San Roque junto con el gobernador Manuel Lagraña (Ramírez Braschi, 2016). El 16 de abril llegó el oficio de Lagraña con la noticia a Buenos Aires dirigido al Ministro de Guerra y Marina, Juan Andrés Gelly y Obes. La noticia se hizo eco pronto en toda la prensa y en los rincones de opinión pública. Fue entonces cuando Mitre pronunció su famosa sentencia fallida: “La hora ha llegado. Basta de palabras y vamos a los hechos. Que esas exclamaciones que pueblan el aire, no sean un vano ruido que se lleva el viento. Que ellas sean el toque de alarma, la llamada popular que convoque a todos los ciudadanos en 24 horas en los cuarteles, en quince días en campaña, en tres meses en Asunción.” Mitre, al igual que Francisco Solano López y Pedro II, esperaba una guerra rápida. El gobierno decretó estado de sitio, movilización de la Guardia Nacional (Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Córdoba, Jujuy, Santiago del Estero, Tucumán, Catamarca, Salta, La Rioja, San Luis, San Juan y Mendoza) y declaró a la ciudad de Buenos Aires en asamblea, o sea a disposición del gobierno. (De Marco, 2003)
La guerra fue presentada por el gobierno argentino como una necesidad histórica, de liberar al pueblo paraguayo de un régimen bárbaro, inspirada en la dicotomía civilización y barbarie. El 1 de mayo de 1865 se firmó en Buenos Aires en la casa particular de Bartolomé Mitre el Tratado secreto de la Triple Alianza con la presencia de los ministros argentinos, los plenipotenciarios de la región, Thorton, Urquiza, Flores, el almirante brasileño Tamandaré, el general Osorio y algunos miembros del Congreso (Cárcano, 1939). Pelham Horton Box (1958) citó correspondencia de Thorton que informaba sobre el tratamiento del Tratado en el Congreso argentino el 9 de mayo y su ratificación por unanimidad el 24. José María Rosa (1985) también sostuvo que el 24 de mayo el Congreso lo ratificó a libro cerrado y en sesión reservada. No hay registro de ello en los diarios de sesiones. Según Box, el Congreso argentino pidió publicar el tratado y dirigió un pedido al gobierno brasileño para que diera su consentimiento, pedido que evidentemente fue denegado. Los términos del tratado procuraron resguardarse del conocimiento público hasta que se cumplieran sus objetivos. Esta intención se vio frustrada cuando en 1866 parte de la diplomacia inglesa hizo público el tratado y se difundió en la prensa de todo el mundo.
El tratado establecía que se hacía imposible la paz, la seguridad y el bienestar de los tres aliados mientras existiera el actual gobierno del Paraguay. Por esa razón, en su artículo VI, se declaró que no se depondrían las armas hasta que se derrotara a Francisco Solano López. Esta cláusula, entre otros factores, explicó la prolongación de la guerra por más de 5 años. En el tratado se anunciaba también que la guerra no era “contra el pueblo del Paraguay, sino contra su gobierno” y que los aliados se comprometen a “respetar la independencia, soberanía e integridad territorial de la República del Paraguay”. Sin embargo, varios de los puntos y los resultados de la contienda contradecían estas afirmaciones. El tratado exigía una rendición incondicional y no respetaba la integridad territorial paraguaya ya que los límites se fijaban favoreciendo a los aliados. La Argentina se aseguraba en caso de victoria el territorio de Misiones y el Chaco en su margen derecha del Río Paraguay. Por protocolo adicional, la alianza estipulaba la demolición de Humaitá y el desarme completo del Paraguay. Mitre impuso que si no le proporcionaban el mando supremo del ejército aliado, la alianza no se concretaría. Esta disposición se estableció en el tratado aunque de todas formas la escuadra estuvo a cargo del imperio. Ignacio Telesca llamó la atención sobre el artículo 16 que los aliados exigirían al Paraguay la celebración de los tratados de límites definitivos con Argentina y Brasil (Telesca en Baratta, 2019). Hemos sostenido en otros trabajos que sin dudas la causa de la guerra está allí, ni más ni menos, en la consolidación de los estados nacionales. Telesca enfatiza que las reclamaciones de Argentina resultaban particularmente excesivas a la luz de todo lo disputado durante el siglo XIX, el requerimiento del territorio comprendido entre el Río Bermejo y Bahía Negra. Solo conseguirían luego del laudo del presidente de los Estados Unidos la franja entre el Bermejo y el Pilcomayo.
El 17 de abril, días antes de firmar el tratado de la triple alianza, el gobierno argentino ordenó a las provincias de Corrientes y Entre Ríos que movilizaron 5000 hombres cada una, al mando de los generales Nicanor Cáceres y Justo José de Urquiza. El 18 de abril, Mitre resolvió enviar al General Paunero con fuerzas de línea a la provincia de Corrientes y lo nombró jefe de la primera división del Ejército Nacional con el inicial objetivo de contener el avance paraguayo y organizar las tropas. Las cartas ya estaban echadas, pero ninguno de los países involucrados imaginó la magnitud de lo que sobrevendría. Mitre aduciría sobre la firma del tratado “el imperio de las circunstancias que hicieron la Guerra inevitable y necesaria, y que nos jugaron como a un juguete” (Míguez 2018; 292)
Un último esfuerzo
Mitre se dedicó a intentar construir un consenso sobre la guerra con discursos públicos emotivos, presiones en el congreso, promesas y amenazas a los líderes provinciales con las que consiguió su respaldo político y financiero. Delegó la tarea del reclutamiento en las provincias en líderes locales. Una vez en el frente tuvo la tarea de organizar y formar el grupo de hombres que se reclutaron a lo largo del país y que distaron de detentar características de un ejército profesional. En ocasiones el ejército a su mando estuvo compuesto en un 80% de brasileños lo que trajo varios problemas con comandantes que, aunque no abiertamente, se rehusaron por lo bajo a seguir sus órdenes o propusieron diferentes tácticas (Baratta, 2019). A los argentinos no les agradaba ver tantos mestizos que hablaban portugués, dando vueltas por Corrientes, temían por una invasión. En el ejército aliado se volvió muy difícil coordinar tácticas más allá de lineamientos muy generales. Las fricciones entre Mitre y Tamandaré fueron frecuentes. Además era preciso acordar con el comandante brasileño Osório y con Flores. En Buenos Aires se llegó a rumorear que Tamandaré preparaba un ataque a la Argentina. En el frente las diferencias nacionales se hacían sentir aún en las cuestiones más sensibles. La sanidad argentina era muy precaria. El ejército brasileño en cambio contaba con una sanidad aceptable pero sus integrantes en general se mostraban renuentes a atender a los soldados argentinos. A los brasileños, por su parte, no les gustaba dejarse mandar por un argentino, ven esa disposición del tratado como un anzuelo para que se decidieran a integrar la alianza y pudieran controlar a Flores.
El 3 de noviembre se instaló nuevamente Manuel Lagraña como gobernador en la capital correntina. Pero el tratado de la alianza afirmaba que no terminaría la guerra hasta derribar al gobernante paraguayo. Había que avanzar sobre territorio enemigo. Desde Mercedes los separaban 300 kilómetros de caminos complejos, terrenos desconocidos, clima lluvioso. La ciudad de Corrientes y sus alrededores fueron establecidos como base de operaciones del ejército aliado. En abril de 1866 invadieron territorio paraguayo al mando de los generales Flores y Osorio aunque sin saber que faltaba mucho para que la guerra llegara a su fin. El 18 de abril concluyó el pase de los aliados por el Río Paraná hacia las ruinas de Itapirú con Tamandaré y Mitre al frente. López abandonó la zona y se estableció al norte de Estero Bellaco. La batalla del mismo nombre la ganaron los aliados y avanzaron hasta Tuyutí donde tuvo lugar el 24 de mayo de 1866 la batalla más sangrienta de la guerra y para muchos de toda la historia de América Latina. Las pérdidas paraguayas fueron de 7000 hombres y 7000 heridos, más de la mitad de sus fuerzas, los aliados perdieron 4000 hombres lo que representaba la octava parte de sus fuerzas. En cinco horas de combate murieron en Tuyutí entre 13.000 y 15.000 soldados. “La guerra estaba ganada, pero se tardarían cuatro años en acabarla” (Rosa, 1985: 207).
La siguiente batalla fue Yatayty Corá en julio, a la que siguió los combates del Boquerón o del Sauce. El 11 de septiembre de 1866 un emisario paraguayo Francisco Martínez se presentó en el campamento aliado con una bandera de tregua y un mensaje de Francisco Solano López a Bartolomé Mitre en la cual le solicitó una entrevista. Era algo tentador poder buscar alguna salida negociada a un conflicto que ya había escalado demasiado, que se volvía largo, costoso, incierto. El mensaje era escueto, solo solicitaba el encuentro. Mitre se reunió con Flores y el general brasileño Polidoro. Este último expresó abiertos reparos con la situación. Las órdenes del emperador eran de no negociar y creían que la guerra estaba por ganarse. La vanidad intelectual de Pedro II era equiparable al capricho y falta de cálculo de López. Si bien Pedro podría argüir lo que establecía el tratado es probable que todavía no personase el atrevimiento de López con el Marqués de Olinda. Flores estuvo de acuerdo con los brasileños, pero Mitre insistió en que no podían llegarse a entendimientos diplomáticos sin conocer las intenciones paraguayas. Desconoció entonces la opinión imperial y fijó para el día siguiente por la mañana en Yatayty Corá.
El consenso es que López solo buscaba ganar tiempo pero que ante la reunión consumada tenía que tener en cuenta que alguna paz era posible (Whigham, 2011). Flores acudió y fue acusado por López de alentar la intervención brasileña a la banda Oriental, Flores replicó que Paraguay no tenía nada que ver con ello, aunque el mariscal contestó invocando el principio del equilibrio del Plata. Flores entonces decidió retirarse. Mitre y López hablaron durante cinco horas. Los detalles de la conversación no son precisos. López ofreció soluciones territoriales favorables a Argentina, esa era su paz honrable, que dejaba afuera a Brasil. Los paraguayos consideraban a los argentinos como corruptos, pero a los brasileños casi como animales, no había chance de diálogo con ellos, el desprecio era total. Los brasileños estaban menos interesados en ganancias territoriales que los argentinos. Mitre se ajustó al tratado, el mariscal debía abandonar el país para garantizar la paz. López se negó, se puso a sí mismo por sobre Paraguay, él era el Paraguay, así se sentía. Fue un error que le haría pagar a su pueblo también. Mitre por su parte debió ofrecer reclamaciones más amplias o abandonarlas si pedía algo tan difícil para López como el abandonar su país. Lo cierto es que en lo inmediato López ganó tiempo para la próxima batalla, su gran y última victoria.
El 22 de septiembre se produjo la batalla de Curupaytí, la mayor derrota aliada en la guerra. La batalla puso en entredicho a Mitre como general en jefe del ejército aliado. Aproximadamente la mitad de los muertos y heridos del bando aliado eran argentinos. El presidente argentino fue blanco de la mayor parte de las críticas. En Buenos Aires la mayoría de los liberales comenzó a pedir paz negociada, otros retirada y solo el círculo cercano a Mitre continuó apoyando. Los autonomistas perdieron interés en la guerra, querían un papel subsidiario de la Argentina con respecto al Brasil y concentrarse en las ganancias económicas del conflicto. Dejar que los brasileños vengaran su ofensa mientras pagaban por los servicios a los comerciantes argentinos era su idea. A este fracaso Mitre sumaba los conflictos internos en el país, con epicentro en la zona de Cuyo adonde estallaron importantes rebeliones en noviembre de ese año. La guerra entró en un período de inacción hasta julio de 1867. Finalmente, el 9 de febrero de 1867 Mitre abandonó el campamento de Tuyuty y dejó el mando de general en jefe al marqués de Caxías y al general Gelly y Obes con las tropas argentinas. En julio de 1867 Mitre regresó al frente de batalla como general en jefe de un ejército que se activó después de una maniobra exitosa en Tuyú Cué. Se preparó entonces el sitio a Humaitá. La permanencia de Mitre no pudo ser del tiempo necesario para ver concretado su plan. El fallecimiento de Marcos Paz, su vicepresidente obligó a su regreso ahora ya definitivo en enero de 1868. El Marqués de Caxias quedó nuevamente al mando. Humaitá cayó en manos aliadas en agosto de ese año. La suerte de la guerra estaba decidida, aunque su fin no era tan cercano.
A modo de conclusión
Hemos intentado analizar a Bartolomé Mitre en tres tiempos diferentes de la guerra. La ayuda a la invasión colorada parece una decisión no forzada, equivocada, aunque sin necesaria o automáticamente deducirse de allí los grandes costos de la guerra de la triple alianza. La alianza fue producto de presiones del Imperio, pero también una decisión que el presidente argentino que podría no haber tomado. Fue una apuesta casi personal muy arriesgada, que tendría grandes costos y no saldría para él como lo esperado. En el caso del intento de paz, Mitre aparece casi como maniatado ante las posturas extremas del emperador y del mariscal, ese juguete del imperio de las circunstancias. Aunque podría haber ofrecido algo mejor a López, difícilmente el mariscal hubiera accedido a dejar Paraguay y difícilmente Pedro II hubiese parado con la guerra. Francisco Solano López le propuso a Mitre terminar con la guerra en una salida negociada considerando que la sangre derramada había sido suficiente. Mitre pidió consultarlo con sus aliados y su respuesta fue que solo accedería a la paz si López dejaba el gobierno paraguayo, exigencia que fue rechazada. Esa exigencia era acorde a lo que establecía el tratado de la triple alianza. Mitre fue fiel a esa letra, el imperio brasileño no lo sería cuando decidió al final de la guerra negociar separadamente con Paraguay.
Mitre volvió derrotado en Curupaytí, con una guerra interna que se avecinaba y la posterior muerte de su vicepresidente. Los liberales no le perdonaron la alianza que ellos mismos apoyaron en un principio con fervor, ni la duración de la guerra, ni las muertes, ni no poder acabar más rápido con un enemigo que menospreciaban. Ya fuera de la presidencia, en la disputa epistolar que Mitre mantendría con el periodista Juan Carlos Gómez, el ex jefe del ejército aliado defendería su entrada en la alianza como un hecho impuesto por la contingencia (Gónzalez, 1940).
La magnitud del desastre social, económico y demográfico que quedó en el Paraguay vencido nos interroga una y otra vez por las decisiones que se fueron tomando, las guerras que se fueron superponiendo, los objetivos de los actores. La decisión de concretar la alianza con Brasil fue entonces la más cuestionada por los contemporáneos a Mitre, no solo por los adversarios como Alberdi sino por los propios autonomistas que la defendieron en su momento desde el periódico porteño La Tribuna. La ayuda directa o indirecta a la invasión de Flores y el fracaso de la paz no desataron luego tanta polémica como el tratado. Las respuestas que buscamos ofrecer en esta suerte de breve ensayo fundamentado solo nos conducen a más preguntas que tal vez nunca terminemos de poder contestar sin quedarnos con sabor a poco.