Rafael Barrett y la literatura menor: reflexiones deleuze-guattarianas a la luz de las problemáticas del novecentismo paraguayo

Raúl Acevedo

Revista Estudios Paraguayos

Universidad Católica "Nuestra Señora de la Asunción", Paraguay

ISSN: 0251-2483

ISSN-e: 2520-9914

Periodicidad: Semestral

vol. 39, núm. 2, 2021

epedicion@gmail.com



Resumen: Iniciador de la literatura social anti-colonial en América Latina y una corriente de pensamiento de base anarquista. La figura de Barrett aparece con chispazos de lucidez en una época donde los nuevos fascismos y nacionalismos van ganando terreno cada día. Es así que la importancia de las reflexiones barrettianas radica en que excede a los análisis de su época con relación a las luchas contemporáneas de carácter político y social y las nuevas subjetividades que no tenían importancia en un momento histórico en Paraguay. Por ello, el presente trabajo busca examinar la obra barrettiana en contraposición a las posturas dominantes del novecentismo paraguayo, a la luz de la noción de “literatura menor” y el tratamiento de lo “minoritario” y “mayoritario” de la lengua, propuestos por Gilles Deleuze y Félix Guattari.

Palabras clave: literatura menor, novecentismo, minoritario, mayoritario, Paraguay.

Abstract: A pioneer of anti-colonial social literature in Latin America and an anarchist-based school of thought. The figure of Barrett appears with glimpses of critic’s insight at a time when the new fascisms and nationalisms are gaining ground. Thus, the importance of Barrett's reflections lies in the fact that he exceeds the analyses of his time in relation to the contemporary political and social struggles and the new subjectivities that were deemed irrelevant at that time in Paraguay. Therefore, this paper seeks to examine Barrett's work in contrast to the dominant positions of Paraguayan novecentismo, in the light of the notion of "minor literature" and the treatment of the "minority" and "majority" of language, proposed by Gilles Deleuze and Félix Guattari.

Keywords: minor literature, novecentismo, minority, majority, Paraguay.

RAFAEL BARRETT Y LA LITERATURA MENOR: REFLEXIONES DELEUZE-GUATTARIANAS A LA LUZ DE LAS PROBLEMÁTICAS DEL NOVECENTISMO PARAGUAYO

Introducción[2]

La figura de Rafael Barrett dentro de la literatura paraguaya ha sido una de las más emblemáticas. Desde su llegada, a principios del siglo XX a tierras paraguayas, ha recibido el aplauso como también el reproche de sus contemporáneos. Si bien durante mucho tiempo su pensamiento ha permanecido en la oscuridad, en la actualidad su trabajo literario ha abierto múltiples discusiones filosóficas, políticas e históricas, contribuyendo con el realismo social, con posturas anticolonialistas y con un pensamiento radical anarquista, teniendo características propias de la literatura menor. Según las nociones elucidadas por Deleuze y Guattari, la literatura menor tiene tres características: “la desterritorialización de la lengua, la articulación de lo individual en lo inmediato político y el dispositivo colectivo de enunciación” (Deleuze; Guattari, 1990: 31). Asimismo, el tratamiento que los autores entre “minoritario” y “mayoritario” ayudará a profundizar está y su relación con cierta literatura dominante, en este caso, positivista y nacionalista, y otra que se aleja de la misma, la de Barrett.

A lo largo del trabajo se verá la íntima relación entre la vida y obra de Barrett, sus complejas derivas intelectuales, sus disputas con la intelectualidad paraguaya, denominada posteriormente como “el novecentismo paraguayo”[3], que serán claves para comprender su obra. Este análisis está dividido en cinco partes: La primera trabajará la noción deleuzo-guattariana de literatura menor y el tratamiento de lo minoritario y mayoritario. La segunda parte abordará la biografía del español y la relación con literatura paraguaya a la luz de la desterritorialización de la lengua. En la tercera parte se buscará profundizar en lo inmediato político, con el propósito de mostrar los intereses mayoritarios y minoritarios del novecentismo, que se ven reflejados por menciones dadas por Manuel Domínguez sobre Barrett; la cuarta parte tratará la cuestión del dispositivo colectivo de enunciación en conexión con el Dolor paraguayo, la disputa que se generó entre Domínguez y Barrett desde la temática del “pueblo que falta” y la creación en clave deleuziana. Finalmente como conclusión se realizará una reflexión general sobre lo abordado a lo largo del trabajo, mostrando los elementos que pueden servir para nuestra compleja realidad cambiante.

Deleuze-Guattari y la literatura menor: acercamiento a lo minoritario barrettiano

Los escritos de Gilles Deleuze y Félix Guattari contienen amplias referencias literarias, por citar ejemplos: Marcel Proust, Leopold von Sacher-Masoch, Antonin Artaud, Lewis Carroll, Fiódor Dostoyevski, Virginia Wolf, Henry Miller entre otros y otras, sin embargo subrayamos el papel de Frank Kafka. El literato checo es uno de los autores que más han reivindicado ambos franceses. En 1975 sale a la luz Kafka. Por una literatura menor, tal acontecimiento no se debe tanto a una “[…] lectura original y abrasiva de una obra literaria por la cual ambos sienten gran admiración, sino sobre todo con el momento de experimentar conceptos claves que luego se despliegan y se desarrollan en Mil mesetas” (Dosse, 2009: 305). Kafka. Por una literatura menor se levanta contra los estudios psicoanalíticos sobre el autor[4], situándose en el campo de la experimentación política, como bien dicen Deleuze y Guattari: “Nosotros no creemos sino en una experimentación de Kafka; sin interpretación, sin significancia, solo protocolos de experiencia” (Deleuze; Guattari, 1990: 17). La figura de Kafka aparece hasta en los textos finales de Deleuze y también en las últimas aventuras de Guattari, con eso se puede ver la importancia del autor checo a lo largo de la vida de los pensadores. Deleuze llega a sostener que Kafka se instala en la bisagra de la sociedad disciplinaria explicada por Michel Foucault y las mutaciones que se estaban dando, lo que posteriormente -el propio Deleuze- denominaría la sociedad de control[5], explicada en un pequeño texto, llamado Postdata sobre la sociedad de control. Lo que interesa del libro sobre Kafka son las elucubraciones referentes a la literatura menor, que marcarán nuestra lectura sobre Rafael Barrett.

Como punto inicial, se parte de la definición que los autores dan a la literatura menor: “Una literatura menor no es una literatura de un idioma menor, sino la literatura que una minoría hace dentro de una lengua mayor” (Deleuze; Guattari, 1990: 28). ¿Qué quieren decir los autores? La literatura menor tiene un carácter híbrido, envuelve la existencia de una literatura mayor y se trata de una literatura instaurada por una minoría dentro una lengua mayor, por ejemplo Kafka que es checo, escribe en alemán y tiene origen judío. Esa condición de desterritorialización de la lengua hace que el autor de El castillo de cuenta que el proceso de invención literaria debe desafiar lo cultural y lingüísticamente predominante de su época. Por ello Deleuze y Guattari en Mil mesetas manifiestan: “Sin duda, en el Imperio Austro-Húngaro, el checo es una lengua menor con relación al alemán, somete al alemán; pero el alemán de Praga funciona ya como lengua potencialmente menor con relación al de Viena o de Berlín” (Deleuze; Guattari, 2012: 106).

El cuarto capítulo de Mil mesetas denominado “20 de noviembre 1923. Postulados de la lingüística” es esencial para abordar el concepto de literatura menor y el procedimiento del lenguaje. Los franceses afirman que: “El lenguaje ni siquiera está hecho para que se crea en él, sino para obedecer y hacer que se obedezca” (Deleuze; Guattari, 2012: 81). El uso funcional del lenguaje se institucionaliza y se establece como natural, como imposición de las relaciones de poder. Es así que el lenguaje se vuelve vehículo de reglas fijas, con un fin representativo. A todo esto Deleuze y Guattari denominan “lengua mayoritaria”, un modelo que implica patrones indiscutibles: “la mayoría supone un estado de poder y de dominación, y no a la inversa. Supone el metro-patrón y no a la inversa” (Deleuze; Guattari, 2012: 107). Esta noción será clave para poder entender las discusiones que tendrá Barrett con los pensadores novecentistas. En contrapartida a la lengua mayoritaria, los autores franceses introducen el término “lengua minoritaria”, donde sus pautas no son las mismas que la lengua mayoritaria, al contrario, el lenguaje es sometido a una variación constante, rompiendo con los esquemas establecidos. La siguiente cita muestra muy bien cómo entienden los autores del Anti-Edipo la cuestión de minoría y mayoría:

La noción de minoría, con sus referencias musicales, literarias, lingüísticas, pero también jurídicas, políticas, es una noción muy compleja. Minoría y mayoría no sólo se oponen de forma cuantitativa. Mayoría implica una constante, de expresión o de contenido, como un metro-patrón con relación al cual se evalúa. Supongamos que la constante o el patrón sea Hombre-blanco-macho-adulto-urbano-hablando una lengua standard-europeo-heterosexual cualquiera (el Ulises de Joyce o de Ezra Pound). Es evidente que "el hombre" tiene la mayoría, incluso si es menos numeroso que los mosquitos, los niños, las mujeres, los negros, los campesinos, los homosexuales..., etc. (Ibíd.)

El punto es que ni minoría ni mayoría se determinan por el porcentaje ni por la cantidad de sujetos. Deleuze y Guattari subrayan que la minoría se desterritorializa, es heterogénea y nómade, mientras que la mayoría se territorializa, es homogénea y crea identidades como modelos de referencias. Al respecto, Guillaume Sibertin-Blanc (2010) sostiene que minoría no hace mención a un “objeto de reflexión”, o como “objetos” de conocimiento histórico, político o sociológico, “sino como posiciones y procesos interiores a una práctica de escritura (para el caso, literaria) como procesos interiores al lenguaje y condicionan una transformación creadora de regímenes colectivos de enunciación” (Sibertin-Blanc, 2010: 45-46). Volviendo a nuestros autores, estos tienen mucho cuidado de no generar una falsa dicotomía, por eso dicen que: “No hay, pues, dos tipos de lenguas, sino dos tratamientos posibles de una misma lengua […]. “Mayor” y “menor” no cualifican dos lenguas, sino dos usos o funciones de la lengua” (Deleuze; Guattari, 2012: 106). Por consiguiente, la lengua minoritaria se materializa en literatura menor que altera los patrones de una literatura mayor, que lo hace vibrar, una extrañeza dentro de lo mayoritario, donde “cualquier determinación distinta de la constante será, pues, considerada como minoritaria, por naturaleza y cualquiera que sea su número, es decir, será considerada como un subsistema o como fuera del sistema” (Deleuze; Guattari, 2012: 107-108).

Podemos preguntarnos si ocurre lo mismo con Rafael Barrett. Es sabido del carácter de trotamundos, despreciado por sus paisanos, donde se vuelve un nómada[6] que va a Argentina, Paraguay, Brasil y Uruguay. Indudablemente, el autor de El dolor paraguayo incorporará variantes de todos esos países. La maquinaria barrettiana incluye artículos, ensayos, cuentos y cartas donde dentro de esa madriguera se encuentran un sinfín de puertas para ingresar a sus líneas de pensamiento, muy similar a los canales utilizados por Kafka. Por lo cual, filósofos como Deleuze o Guattari estarían maravillados con la obra de Barrett, ya que encontrarían una literatura fresca, vitalista y sobre todo, menor. Todos los países donde estuvo se introducen en su escritura, su desarrollo como escritor y la creación de una lengua oscilante, algo parecido a una lengua hibrida dentro de su lengua natal española, un lenguaje minoritario dentro de lo mayoritario. El proceso formativo de Barrett fue la de un nómada -como bien decíamos más arriba- y esto lo acerca a la literatura menor, pero quedarse con eso sería insuficiente, hace falta probar la literatura barrettiana a la luz del pensamiento deleuzo-guattariano. ¿Cómo hacer eso? Los autores de Kafka. Por una literatura menor llegan a elucidar caracterizaciones de una literatura es menor, ya marcados anteriormente: la desterritorialización de la lengua, la articulación de lo individual en lo inmediato político y el dispositivo colectivo de enunciación. Estas tres características son esenciales para poner a prueba a Rafael Barrett como escritor menor.

Desterritorialización de la lengua I: de dandys aristócratas y agitadores revolucionarios

Pensamiento caudaloso, sin remansos, brillante siempre, y en ocasiones profundo y sorprendente.

(M. Domínguez – Rafael Barret)

La vida de Barrett es esencial para entender la primera característica de la literatura menor. Subrayando la mutación que se fue dando a lo largo de su currículo vital. Partamos de la juventud del autor. Uno de los grandes estudiosos del pensamiento barrettiano, Francisco Corral[7], había dicho que “en su juventud madrileña y en su breve período bonaerense, Barrett [era un] prototipo de rebelde, enfrentado a su sociedad, desclasado, desarraigado de su tiempo” (Corral, 1998: 468). El autor español perteneció a lo que se llamó “juventud del 98”, un espectro heterogéneo y dinámico integrado por una vanguardia de jóvenes con actitud crítica a la España de finales del siglo XIX, de la cual más adelante surge la “Generación del 98”. El autor de El dolor paraguayo llevaba una vida de dandy aristócrata, su pensamiento giraba sobre temas relativos a la problemática de aquella época, y que es posible ver en los primeros escritos en Latinoamérica, como son:

El problema de España, las dos Españas, la España enferma, el proceso de Montjuich, la polémica sobre la fiesta taurina, el caso Dreyfus, los casos Ferrer, Nakens y Morral, la cultura francesa como referencia del momento, el rol del «intelectual», la figura del Quijote son temas que aparecen en Barrett con la misma intensidad y el mismo tratamiento que en cualquier joven noventaiochista (Corral, 1998: 469-470).

Su vida en España es poco conocida, algunas anécdotas y disputas con personajes de la élite madrileña. Su perfil intelectual, en ese momento, era de un nietzscheano individualista[8], similar a una de las grandes influencias de Nietzsche, Max Stirner, que se pronunciaba contra la sociedad. En 1903, Barrett abandona ese ambiente y el viejo mundo, y viaja a Latinoamérica, donde comienza, un proceso de transformación-devenir, se vuelve un viajero que se refleja en su escritura. En este sentido, es más que interesante lo que dice Deleuze: “escribir es un asunto de devenir, siempre inacabado, siempre en curso, y que desborda cualquier materia vivible o vivida. Es un proceso, es decir un paso de Vida que atraviesa lo vivible y lo vivido” (Deleuze, 1996b: 11). El francés se refiere a que la escritura siempre se mantiene abierta a los cambios y que desborda toda experiencia y toda posibilidad. Es por eso que es importante subrayar la primera característica de la literatura menor evocada por Deleuze y Guattari, la desterritorialización de la lengua, ya que refiere a la condición lingüística de Kafka, “la imposibilidad de no escribir, imposibilidad de escribir en alemán, imposibilidad de escribir de cualquier manera. Imposibilidad de no escribir, porque la consciencia nacional, insegura y oprimida, pasa necesariamente por la literatura” (Deleuze; Guattari, 1990: 28). Esa misma imposibilidad en un callejón sin salida para Kafka se presenta para Barrett. El acceso a la escritura, inmersa dentro de, una escritura de cultura dominante los empuja a tener que generar su propia literatura. En efecto, la educación de Barrett en Europa es tensionada en Latinoamérica, puesto que al llegar a Buenos Aires, ejerciendo la labor de periodista[9] se encuentra con las miserias y angustias bonaerenses, como se puede leer en el texto “Buenos Aires”, que salió en Moralidades actuales, y dice:

Chiquillos extenuados, descalzos, medio desnudos, con el hambre y la ciencia de la vida retratados en sus rostros graves, corren sin aliento, cargados de Prensas, corren, débiles bestias espoleadas, a distribuir por la ciudad del egoísmo la palabra hipócrita de la democracia y del progreso, alimentada con anuncios de rematadores. Pasan obreros envejecidos y callosos, la herramienta a la espalda. (Barrett, 1988b: 28)

Lo que atañe en este punto, es subrayar el interés barrettiano, mientras ciertos escritores se dedicaban a narrar las virtudes de Buenos Aires, Barrett relata otros temas, se vuelve un vidente en su escritura, según las descripciones de Deleuze y Guattari: “el escritor como vidente y oyente, meta de la literatura: el paso de la vida al lenguaje es lo que constituye las Ideas” (Deleuze, 1996b: 17). Ese breve paso por Argentina ayudó al autor a despertar cierta sensibilidad por cuestiones alejadas de su interés inicial de corte nietzscheano individualista, y será en Paraguay donde ocurrirá propiamente la desterritorialización de la lengua colonizadora, una integración creativa (Andreau, 1994), que lo llevó a decir: “hacerse paraguayo ha de valer una realidad, y no una fórmula” (Barrett, 1988a: 103), donde abrirá nuevas puertas para la literatura en Paraguay.

Desterritorialización de la lengua II: narrativa paraguaya y los caminos abiertos por Barrett

¡Mirá que hondo calaron/ todas tus ilusiones!

¡La historia de los negados/ enfrentá a la historia de vencedores!

(Eterna inocencia – Barrett y las misiones)

Después de los efectos devastadores de la Guerra de la Triple Alianza (1864-70)[10], Paraguay quedó inmerso en una crisis tanto económica, política, cultural como identitaria. Todos estos elementos han tenido como consecuencia, a principios de siglo XX, grandes polémicas con respecto a la historiografía nacional, como la disputa sobre la identidad, la constitución de una narrativa paraguaya, entre otros aspectos que marcarán la subjetividad del país, dando “entrada oficial de perspectivas ideológicas liberales, positivistas, nacionalistas, anarquistas, etc. desde las cuales se empezó a teorizar con fuerza en torno a la identidad nacional y cultural” (Andino, 2018: 59). No es intención ahondar de lleno todos los puntos citados, pero sí comenzar hablando brevemente de la aparición de la narrativa paraguaya, a principios del novecientos[11], ya que analizar el contexto-político del desarrollo narrativo puede ayudar a entender el interés mayoritario de la literatura paraguaya y cómo Barrett en medio de las disputas de aquella época desarrolla una literatura menor.

Con respecto a la narrativa paraguaya y aquí se sigue a Teresa Méndez-Faith (1985) que en su libro Paraguay: novela y exilio señala tres puntos esenciales. El primero tiene que ver con la escasez de intelectuales después de la Triple Alianza, donde las actividades de orden académico e intelectual se concentran y giraban alrededor de las controversias histórico-políticos para una reconstrucción nacional identitaria[12]. La cuestión literaria no tenía tanta importancia, o si lo tenía era dependiente y al servicio del país. Un segundo aspecto es la pérdida de tradiciones y costumbres, elemento esencial para la literatura, que había servido para la creación de otras narrativas. En consecuencia, los intelectuales de la época buscaban solucionarlo con la inserción de un nacionalismo fanático, que reinterpretará los hechos del pasado, creando héroes e ideales sobre los soldados caídos, que desembocará en una “ficción de la historia”[13]. Con esto, la historia y la literatura se unen en pos de generar nuevas consignas patrióticas e identitarias y se constituyen cancelando la posibilidad a toda otra forma de narrativa[14] o en términos deleuzo-guattarianos, en una literatura mayoritaria. Y por último, los tres narradores que aparecen a principios del siglo XX y que inician la narrativa paraguaya, paradójicamente fueron tres extranjeros: José Rodríguez Alcalá, argentino, (1883-1958); Martín de Goycoechea Menéndez, argentino, (1877- 1906) y, Rafael Barrett, español, (1874-1910)[15]. Los tres escritores, que al principio no participaron de la polémica histórico-política, asumen cierta posición de distancia respecto a la citada controversia, ya que en ese momento la cuestión narrativa estaba rodeada por un patriotismo fuertemente nacionalista. De los tres autores, nos interesan Goycoechea Menéndez y Barrett, el primero porque se sumó enérgicamente al espíritu de la generación, es decir, nacionalista-conservadora-idealizante y el segundo, porque inaugura la línea crítica, que a diferencia de los de su época, problematiza cuestiones que no se habían abordado antes.

Con la llegada de Barrett, en 1904, a Paraguay para cubrir la revolución liberal que se estaba gestando en el país, rápidamente simpatiza con la joven intelectualidad paraguaya, Manuel Gondra, Herib Campos Cervera, Modesto Guiggiari, donde estos se volvieron amigos intelectuales del escritor. El primer texto que llega a escribir sobre Paraguay fue “La revolución de 1904” como corresponsal de El Tiempo. Mediatizado por la influencia de los revolucionarios liberales de aquella época, Barrett se acerca a interpretar la realidad paraguaya con esos lentes, y este punto lo resaltan Carlos Castells y Mario Castells (2009) en el libro Rafael Barrett. Humanismo libertario en el Paraguay de los liberales. La visión liberal de la historia tenía como referente a Cecilio Báez, que sostenía una perspectiva fuertemente positivista, negaba todo pasado autóctono, crítico contra los López[16] y a la par, construía un discurso identitario[17] muy en boga en aquella época en el Paraguay; es a esa estela que se acercaba Barrett. Posteriormente el autor español se distancia de aquellas tesis sobre la historia, “[a] lo largo de toda su vida, Barrett demuestra que padece el error de tomar en serio el significado de los conceptos” (Corral, 1994), por ejemplo, de la mirada despectiva hacia lo autóctono, catalogado como atrasado por autores liberales representados nuevamente por Báez[18]. Paradójicamente, cuando el español hace una reseña del libro Cuadros Históricos y Descriptivos en la revista del Instituto Paraguayo, dice lo siguiente: “Se trata de un guía agradable, de una colección de diseños indicadores, y sobre todo de una labor de propaganda” (Barrett, 1990: 184) y más adelante agrega: “La historia en el libro del doctor Báez, es un vehículo de la política” (Ibíd.). En la reseña puntualiza la crítica a los López, no obstante no menciona esa visión despectiva que aparece en las primeras páginas del libro de Báez. Se puede sospechar que al adentrarse a las penurias de la realidad paraguaya, Barrett comienza a entender las cosas de otra manera y eso se puede leer en su artículo “Guaraníes”, cuando acusan al idioma guaraní de ser la causante del entorpecimiento intelectual, con la intención de favorecer el castellano por ser un idioma civilizado, Barrett responde: “Contrariamente a lo que los enemigos del guaraní suponen, juzgo que el manejo simultáneo de ambos idiomas robustecerá y flexibilizará el entendimiento” (Barrett, 1988a: 54).

Pasaron los años y el autor español fue cambiando su parecer sobre la realidad paraguaya, un ejemplo fue la cita mencionada respecto al idioma guaraní[19], pero también la visión histórica que compartía con sus amigos liberales y ya en 1908 se acerca a las organizaciones del movimiento obrero, demostrando las contradicciones y los vacíos del discurso nacionalista de los intelectuales de la élite (Benisz, 2018). Sus intereses no eran los temas que tanto acuciaban a la intelectualidad paraguaya de aquella época, especialmente sobre la guerra de la Triple Alianza. Barrett como bien dice Corral era consciente de que la historia en manos de aquella intelectualidad tenía objetivos claros, de orden político-patriótico, esto significaba “fabricar mitos, erigir héroes, acreditar próceres; en suma, elaborar para consumo interno los tópicos que pudieran crear un sentido de la colectividad nacional” (Corral, 1998: 471-472). El autor español hizo de sus escritos una literatura menor que no encajaba con lo mayor de aquella época, que buscaba una cristalización de una identidad, un modelo imperativo.

Lo inmediatamente político: estrategia mayoritaria y estrategia minoritaria[20]

Rodríguez Alcalá en su libro Literatura Paraguaya ha mencionado que “la promoción de 1900 representa acaso la máxima expresión de esta energía nacional, espiritual y biológica, con que el Paraguay afirma su voluntad de vivir y la fé en su destino” (Rodríguez Alcalá, 1971: 37-38). Un linaje nacionalista que tiene como representantes a O’Leary, Domínguez y González[21] que han estudiado “el pasado nacional para iluminar en ensayos históricos las figuras máximas en que encarnó la heroicidad del pueblo” (Ibíd.). Este interés primordial de esa literatura mayoritaria, nacionalista e institucionalista fue algo que no llamó tanto la atención de Barrett, por las cuestiones mencionadas arriba. En el recopilado de textos de Manuel Domínguez (1956), llamado Estudios históricos y literarios, aparece un escrito con el título “Rafael Barrett”, en ese trabajo hace una comparación entre Barrett y Goycoechea, de la cual posteriormente se da una crítica al autor español:

[Barrett] quiso una vez tratar el asunto de nuestra guerra, buscó datos, se inquietó, y los dejó sin publicar una línea. No era de su cuerda: “la noche antes” de Goicochea Menéndez, páginas bellísimas donde desfilan, silenciosos y sublimes, los últimos cruzados de la causa con quienes en Cerro Corá, sollozando el viento en la selva infinita, “se hundían un ideal, una patria y una raza”, no le emocionaba. (Domínguez, 1956: 194)

Con el citado reproche, emerge Goicochea Menéndez, figura admirada por Domínguez, uno de los literatos extranjeros que se integró a la línea nacionalista, un pintor del Paraguay pero versión romántica e idílica. Cuando Goycoechea Menéndez aparece por primera vez en el diario La Patria, en 1901, escribe “Las ruinas gloriosas. Ante Humaitá” y lo dedica a Manuel Domínguez, el más talentoso paraguayo -según expresión del argentino-. Obviamente, el autor paraguayo responde, diciendo lo siguiente: “Ud. ha sabido ver el lado fuerte de las dos construcciones ciclópeas, únicas a su modo que, soberbias y terribles, dominan por su altura la historia americana”. (Domínguez, 1985: 99). Sin embargo, no ocurre lo mismo con Barrett:

En prosa bella nos enseñó a pensar, ensanchó nuestro horizonte; pero aquí cumple a la crítica nota que Barrett no era pintor como lo fue Goicochea Menéndez, ni de otra manera, y por no serlo, escribiendo en un Edén, no nos dejó el reflejo de un alba rosada, el trasunto de un paisaje risueño en que descanse la mente. (Domínguez, 1956: 192)

¿A qué se refiere Domínguez cuando dice que Barrett no era pintor? Es posible manejar una hipótesis de que el autor de El alma de la raza pedía al escritor español alabanzas hacia el Paraguay. Para entender qué tipo de agasajos, nos puede servir dos conferencias dictadas por el autor; la primera, de 1903 en el Instituto Paraguayo, denominada “Causas del heroísmo paraguayo”[22], donde hace una oda a la “raza paraguaya”, aquella que supera al porteño, al criollo y al español, subrayando que “quién sabe si la raza paraguaya no estaba o no está llamada a alcanzar las cumbres a que sólo llegan las razas superiores” (Domínguez, 1946a: 23); la segunda titulada “El Paraguay” en el Círculo de Prensa de Buenos Aires, donde habla de la descendencia paraguaya, de grandes hombres y libre de presiones feudales, y en consecuencia, ser el pueblo más sano y con más valor sereno en la guerra (Domínguez, 1946b). En ambas conferencias, el autor paraguayo describe un país fantasioso, repleto de mitos biologicistas sobre la idea de raza que sirven para darle una carga más “real y científica” a sus argumentos, con un notable romanticismo idealista en sus expresiones y sus escritos. Las conferencias son las claves para entender el reclamo de Domínguez a Barrett, pero no solamente eso, lo de pintor era el inicio, quedaba más:

En ambos la cualidad era el defecto inevitable, pero lo que quiero señalar en este momento es que en Barrett no había el poder visual y auditivo de Goicochea Menéndez.

Le faltaba su pincel colorista y su eólica prosodia.

Y le faltó también la facultad evocadora del pasado. (Domínguez, 1956: 193)

Varios aspectos acentúa Domínguez sobre los “defectos” de Barrett, la falta de un poder visual y auditivo, falta de pincel colorista, y la evocación del pasado. Para una literatura mayor, esos elementos serían defectos, pero para una literatura menor que se desterritorializa de esa lengua dominante, no lo son. Es aquí que aparece la siguiente característica mencionada por Deleuze y Guattari, y quienes dicen:

En las “grandes” literaturas, por el contrario, el problema individual (familiar, conyugal, etcétera) tiende a unirse con otros problemas no menos individuales, dejando el medio social como una especie de ambiente o de trasfondo […] La literatura menor es completamente diferente: su espacio reducido hace que cada problema individual se conecte de inmediato con la política. (Deleuze; Guattari, 1990: 29)

Para Augusto Roa Bastos, uno de los grandes discípulos del español -al menos así lo define Méndez-Faith-, Barrett fue el descubridor de la realidad social. El primero en interesarse en cuestiones que iban más allá de evocar un pasado idílico, con héroes estereotipados, para observar a aquellos de carne y hueso, por eso “el hombre Barrett se dirigía a los hombres de su tiempo y los impulsaba desde su pasado común a la tierra común de los hombres nuevos” (Roa Bastos, 1978: XI). La segunda característica de la literatura menor encaja perfectamente con el escritor español, lo inmediatamente político. Y bien lo supo Domínguez, vaya paradoja:

Barrett optaba por los temas del momento y con arte supremo sabía deslizar en sus artículos la ironía helada. Creía que la poesía estaba en el porvenir, porque no sentía la poesía de los recuerdos, como no tenía retina para las nubes doradas del sol agonizante. (Domínguez, 1956: 194)

Si se hace un mapeo de los escritos barrettianos, encontramos una diversidad de asuntos e intereses minoritarios: los campesinos, las plantas, la huelga, las pasiones, el alcoholismo, el vagabundo, la prostituta, los locos, la mujer y un sinfín de cuestiones que no encajaban para nada dentro de esa literatura mayoritaria que buscaba imponerse en una hagiografía del pasado, alejado de los problemas que realmente estaban sucediendo. La situación nefasta de los campesinos y otras minorías fue punto constante del español, denunciando la explotación, el caudillismo político, la corrupción y poniendo en tela de juicio la posición idílica que algunos literatos del novecientos sostenían sobre la visión rural de aquella época. Es así que los últimos escritos de Barrett se radicalizan, muestran una faceta que los autores de su época no abordaban[23]. Aquí lo minoritario tiene gran importancia. Ana María Vara subraya que las actividades de Barrett “despertarán la preocupación de la «buena sociedad», que cerrará las puertas del Instituto Paraguayo, donde se reunía el establishment intelectual local, y del Teatro Nacional, a sus charlas sociales” (Vara, 2013: 65). La autora argentina se refiere a la labor anarquista que asumía en los últimos años de vida el escritor español, que le valdrá la expulsión del país y una confrontación radical con Domínguez. Pero este último punto para encontrar la tercera característica de la literatura menor.

Dispositivo colectivo de enunciación: la literatura es cosa del pueblo

Del joven dandy individualista devenido “escritor subterráneo” (Corral, 1998), “precursor de la literatura social latinoamericana” (Pérez Maricevich, 1984), “exponente del anarquismo latinoamericano” (Viñas, 2004), “moralista práctico” (Roa Bastos, 1978), etcétera… o lo que los autores del Anti-edipo llaman el “paso del animal individualizado a la jauría o a la multiplicidad colectiva” (Deleuze; Guattari, 1990: 31). La figura de Barrett ha alcanzado el respeto de grandes autores como también el desprecio de la élite intelectual, especialmente paraguaya, por su posición diametralmente opuesta a sus intereses, según Corral (1994). Mientras la gran mayoría de la “generación del 900” se interesaba por la historia, Barrett se preocupaba por los problemas sociales. Ahora, si bien en los puntos anteriores profundizábamos las dos primeras características de una literatura menor, a recordar: desterritorialización de la lengua y lo inmediato político, hay una última característica que cierra las exigencias de Deleuze y Guattari, y es que:

[…] todo adquiere un valor colectivo. En efecto, precisamente porque en una literatura menor no abunda el talento, por eso no se dan las condiciones para una enunciación individualizada, que sería la enunciación de tal o cual “maestro”, y que por lo tanto podría estar separada de la enunciación colectiva. (Deleuze; Guattari, 1990: 30)

Los últimos textos de Barrett muestran que su escritura se vuelve totalmente colectiva, el claro ejemplo es El dolor paraguayo, que para algunos es la síntesis de la literatura barrettiana[24]. El acercamiento a la realidad y los ejemplos concretos manifiestan un interés alejado de la élite intelectual, el novecentismo. Si bien arriba se profundizaban los reclamos de Domínguez a Barrett, toca ahondar una polémica que muestra la gran diferencia entre la literatura mayor (los novecentistas, incluido Domínguez) y la literatura menor, que en este caso ponemos a prueba a Barrett.

Antes de la muerte del escritor español en 1910, se dio una gran disputa entre Barrett y Domínguez[25]. El autor escribe en ese entonces en el periódico El Nacional, fundado por escritores y periodistas independientes. Su primera colaboración fue “Lo que he visto”, donde denuncia las miserias del interior del país, el campesinado hundido en una pobreza brutal:

En un año de campaña paraguaya, he visto muchas cosas tristes...

He visto la tierra, con su fertilidad incoercible y salvaje, sofocar al hombre, que arroja una semilla y obtiene cien plantas diferentes y nos sabe cuál es la suya. He visto los viejos caminos que abrió la tiranía, devorados por la vegetación, desleídos por la inundación, borrados por el abandono. Cada paraguayo, libre dentro de una hoja de papel constitucional, es hoy un miserable prisionero de un palmo de tierra […]

Y he visto en la capital la cosa más triste. No he hallado médicos del alma y del cuerpo de la nación; he visto políticos y comerciantes. He visto manipuladores de emisiones y de empréstitos, boticarios que se preparan a vender al moribundo… (Barrett, 1988a: 76-77)

Una denuncia así despertaría el disgusto de una gran parte de la intelectualidad paraguaya, especialmente de aquellos que profesan un país con una ruralidad casi paradisíaca; se está hablando claramente de los novecentistas nacionalistas, ejemplo de literatura mayor. Es Juvenal, seudónimo de Domínguez, quien responde al artículo del español, con el nombre “Lo que Barrett no ha visto”, publicado en el mismo periódico. Domínguez acusa a Barrett de pintar la realidad paraguaya con los ojos de un enfermo, como se puede leer más adelante:

Barrett ha visto casi nada. Vió Yabebiry y las orillas desiertas y risueñas del río, marchando en el vapor. Quizá, á lo más, estuvo en casa de algunos pordioseros y por la clorósis ó la palidez podrida de estos míseros juzga á la República. Del bosquejo de este pintor audaz y falso, sale que el Paraguay es una enfermería de hambrientos en inminente podredumbre. (Domínguez, 1910)

Ante la respuesta del autor paraguayo, Barrett contesta con el artículo “No mintáis”, donde hace una aguda crítica a la élite cultural novecentista, su posición cómoda, cuestionando su falta de conocimiento sobre la verdadera situación de los campesinos, de los obreros, del pueblo, de los que sufren, de los enfermos:

No mintáis, graves doctores, hermanos míos. […] Hablad de vuestros honorarios, de vuestros expedientes, de vuestros informes sesudos, de folletitos académicos que os dedicáis llamándoos ilustres, insignes y salvadores de la patria. Hablad de vuestros pleitos. Hablad de política. No habléis del pueblo. No.

Pero si queréis ver a ese pueblo, cara a cara, si queréis tocar y oler esa carne que suda y que sufre, no tenéis necesidad, no, de que yo os lleve a las soledades de Yabebyry. Id a vuestra cocina, oh doctores, y allí encontraréis alguna sierva que os lava platos y lame vuestras sobras. Preguntadla cómo se alimenta “el pueblo soberano” y cómo vive. Preguntadla por la salud de sus hijos, y si sus hijos pueden contestar, preguntadles quién fue su padre […]

Y dejadnos hablar a los que sufrimos, a los enfermos, sí, a los que hemos conocido el hospital y la cárcel. Pero no escribo para vosotros, sino para aquellos de mis dolientes hermanos paraguayos que han aprendido a leer. (Barrett, 1988a: 141 - 142)

La respuesta que Barrett da a Domínguez perfila una literatura que va más allá de las disputas de los novecentistas -subrayada varías veces-. Mientras los nacionalistas hablaban de concepciones sobre la idea de raza como discurso (Villalba Rojas, 2018), de una identidad nacional, en ese mismo momento estaban generando un discurso de exclusión, por ejemplo con la idea de mestizaje (Potthast, 1999; Telesca, 2010, 2012, 2020)[26]. Exclusión debido a que sus elucubraciones giraban alrededor de una idealización del pueblo nacional, lejos de la realidad y profundamente mayoritaria. Barrett con su respuesta, muestra dos puntos esenciales: el pueblo como elemento clave de la literatura y la situación del enfermo, como médico de sí y del mundo, un clínico o un sintomátologo[27]. Ambos puntos enlazan con lo que Deleuze y Guattari refieren, la máquina literaria -en este caso la barrettiana-:

[… ] la máquina literaria releva a una futura máquina revolucionaria, no por razones ideológicas, sino porque solo ella está determinada para llenar las condiciones de una enunciación colectiva, condiciones de las que carece el medio ambiente en todos los demás aspectos: la literatura es cosa del pueblo. (Deleuze; Guattari, 1990: 30)

Cuando O’Leary, el otro referente del novecentismo nacionalista, después de una década de la disputa entre el español y Domínguez, dice en el prólogo a un libro de Goycochea Menéndez:

[… ] mientras que del otro [Barrett] no nos quedan sino las exageraciones sombrías de su pesimismo, los cuadros tristes de lo que él llamaba “el dolor paraguayo”, y no eran sino los desahogos de su melancolía, indiferente a todas las manifestaciones del mundo exterior, a pesar del empeño que mostraba en aparecer preocupado de los problemas y de los incidentes de la vida nacional. (O’Leary, 1925: XXIII)

El escritor no es un enfermo, es un médico, un clínico. Cuando Deleuze subrayaba en un apartado de La imagen-tiempo. Estudios sobre cine II como el “Tercer Mundo y minorías hacían surgir autores que estarían en condiciones de decir, respecto de su nación y de su situación personal en ella: el pueblo es lo que falta” (Deleuze, 1987: 287). Barrett corresponde muy bien a ese pasaje, a pesar de su enfermedad, pudo mapear los malestares de aquel Paraguay en que vivió, lejos de lo que O’Leary quería negar. Nuestro autor se volvió un estilista-vital, la acusación de sombrío y pesimista muestra nada más la incomprensión de los escritos barrettianos y la apuesta intempestiva de su escritura. En ese punto, podemos considerar a Barrett como un gran estilista, ya que tartamudea, no por enfermo, sino porque en sus escritos permite liberar en las palabras la fuerza misma de la vida que el novecentismo no puedo ver. José Luis Pardo (2011) ha entendido muy bien las evocaciones de Deleuze respecto al estilo literario de un escritor:

Quizá el estilo literario -en la narración, en la poesía o en la filosofía- no sea más que eso: el trabajo de descentramiento de la lengua necesario para que, a través de las palabras, pase algo más que la palabra. Una sensación, un sentimiento, una contraseña, un grito de alarma o un canto nupcial. Todo eso que hace que escribir y leer sigan siendo tareas atractivas, modos de sentir la vida y no de apartarse de ella. (Pardo, 2011: 179)

Pues bien, poco importa la respuesta que da Domínguez a Barrett en “Distinguid”, lo que sí importa es que la literatura de Barrett como una iniciativa de salud, se conjuga con lo que dice Deleuze:

[… ] no forzosamente el escritor cuenta con una salud de hierro [… ], pero goza de una irresistible salud pequeñita producto de lo que ha visto y oído de las cosas demasiado grandes para él, demasiado fuertes para él, irrespirables, cuya sucesión le agota, y que le otorgan no obstante unos devenires que una salud de hierro y dominante haría imposibles (Deleuze, 1993:14 - 15).

La condición para entender que la salud es un empuje de la literatura, también “consiste en inventar un pueblo que falta. Es propio de la función fabuladora inventar un pueblo” (Deleuze, 1993: 15). Es importante recalcar que “pueblo” para el filósofo francés no tiene nada que ver con algo ya constituido o constituyente de antemano, sino lo contrario, con “el pueblo falta” se habla de creación, de un “pueblo porvenir”, un estatuto extraño que no está de antemano[28]. Dice el pensador francés sobre el cine, que cuadra muy bien con lo que se ha presentado:

[… ] y hay que pasar por este estado de crisis, este estado es lo que hay que resolver. Esta comprobación de la falta de un pueblo no es un renunciamiento al cine político sino, por el contrario, la nueva base sobre la cual éste se funda a partir de ahora, en el Tercer Mundo y en las minorías. Es preciso que el arte, particularmente el arte cinematográfico, participe en esta tarea: no dirigirse a un pueblo supuesto, ya ahí, sino contribuir a la invención de un pueblo. En el momento en que el amo, el colonizador proclaman «nunca hubo pueblo aquí», el pueblo que falta es un devenir, se inventa, en los suburbios y los campos de concentración, o bien en los ghettos, con nuevas condiciones de lucha a las que un arte necesariamente político debe contribuir. (Deleuze, 1987, p. 286)

Subrayemos que el pueblo que falta es devenir, no se habla de carencia, sino una labor de creación, de resistencia, no esperar un pueblo prometido, ni reivindicar la toma de conciencia de un pueblo que no existe, sino generar la construcción de una tierra, nuevos hábitos y de espacios. Sibertin-Blanc (2017) resalta que la fórmula “el pueblo falta”, si bien aparece como una ambigüedad profunda en el pensamiento deleuzo-guattariano,

[… ] que lo minoritario ocupa el lugar de esa ausencia misma, que presentifica, no el pueblo falta, sino la falta misma, haciendo de esa falta en persona un acto de resistencia contra las fuerzas que proyectan la imagen de la existencia de ese pueblo actual o por venir, cuya plena presencia no podría ser proclamada sin que no englobara ya la eliminación de las minorías. (...) El pueblo falta…. la fórmula que salvamos del desastre, antes del derrumbamiento, y cuya mera insistencia bata para oponerse a toda pretensión de constituir un sujeto de enunciación que valga por el todo”. (Silbertin-Blanc, 2017: 308-309)

En este sentido, la idea de fabulación[29] posee una gran importancia. Fabular no tiene que ver con ninguna vuelta al mito, tiene que ver con que el pueblo se invente, “el pueblo siempre es una minoría creadora que permanece como tal aun cuando alcance una mayoría” (Deleuze, 1996c: 272-273), un ejercicio de performatividad y producción de enunciados colectivos.

No el mito de un pueblo pasado, sino la fabulación de un pueblo que vendrá. Es preciso que el acto de habla se cree como una lengua extranjera en una lengua dominante, precisamente para expresar una imposibilidad de vivir bajo la dominación. [...] por el trance o la crisis, constituir un agenciamiento que reúna las partes reales, para hacerles producir enunciados colectivos como prefiguración del pueblo que falta (y, como dice Klee, "no podemos hacer más"). (Deleuze 1987: 294-295)

Si dentro del discurso novecentista quisieron instaurar la figura de un pueblo identitario, fue siempre en clave esencialista, biologicista, positivista y colonizadora. En cambio, cuando Barrett habla de campesinos, obreros, mujeres, prostitutas, vagos y enfermos lo hace como un pueblo que falta a un pueblo porvenir, pero no en sentido negativo, “sino siempre varios pueblos, una infinidad de pueblos” (Deleuze, 1987: 291). Una multiplicidad que la literatura mayor no alcanza a imaginar, solamente una literatura menor puede congeniar lo colectivo y heterogéneo de sus fabulaciones. En términos de devenir menor, Todd May (2005) en su capítulo “The Politics of Difference” de su obra Gilles Deleuze: An introduction, ha afirmado que para “devenir menor es necesario conectarlo con los movimientos marginados en el cuerpo social” (p. 150) y estas conexiones no son simplemente políticas tradicionales, también artísticas, vocacionales, científicas o literarias. May muestra que la idea del devenir menor es atravesar las identidades dominantes, abrirse a las diferencias virtuales, a una infinidad de pueblos. Y en este caso, siguiendo a la filósofa Emma Ingala “la fabulación como enunciación de un pueblo, corno acto performativo de un pueblo, pues, es simultáneamente creadora y problematizante” (Ingala López, 2018: 125). Justamente porque hablar del pueblo que falta a un pueblo porvenir insta a pensar en una labor interminable, precaria y procesual, es decir, en un devenir constante y de creación. Las preguntas que surgen, ¿cómo entender la creación?, ¿cuáles serían sus condicionantes?, Deleuze habla de eso en un pasaje de ¿Qué es el acto de creación?

Es preciso que haya una necesidad, tanto en filosofía como en los demás órdenes, si no, no hay nada que hacer. Un creador no es un sacerdote que trabaja por placer. Un creador no hace más que aquello de lo que tiene una necesidad absoluta. (Deleuze, 2007: 282)

La necesidad en tiempos del escritor español era visibilizar e intervenir sobre las problemáticas de su época, ese pueblo de las multiplicidades que no se contaba en la literatura oficial. León Rozitchner (2009) tenía una frase muy potente que nos puede ayudar, “cuando el pueblo no se mueve, la filosofía no piensa” (p. 97). Tal frase por más que haga alusión a la filosofía lo podemos acercar a la literatura menor, el pensamiento viene de afuera, aquello que nos empuja, nos acorrala. Nicholas Thorburn (2019) dice que “si el pueblo es lo que falta, la política menor no comienza en un espacio de autodeterminación subjetiva plena y autónoma sino en 'espacio acorralado', entre pueblos oprimidos, subalternos, minoritarios” (p. 63). La creación tiene que ver con los espacios de acorralamiento, sin ella no puede existir creación, es una necesidad. En el contexto de Barrett, el acorralamiento venía de los latifundistas, los caudillos, los explotadores -como bien se menciona más arriba-; entonces, cuando la literatura se vuelve creadora, y por consecuencia, también el pueblo. Se hace imperiosa la necesidad de traer a colación las dos conferencias que Barrett pronunció frente a los obreros paraguayos, ¿por qué traer a colación ambas conferencias? Porque en ellas se encuentran las claves de la creación y el dispositivo de enunciación colectiva. La primera conferencia se denomina “La tierra” y la dictó en el Teatro Nacional de Asunción, en ella el autor inicia diciendo que él es un obrero y posteriormente pasa a decir lo siguiente:

¡Obrero! No han pasado en vano los siglos, puesto que puedo pronunciar este nombre con orgullo. Antes un obrero que no era un esclavo o un lacayo era una excepción casi increíble y hasta cierto punto criminal. Hoy vemos ya claramente que es una iniquidad y un absurdo que la mayor parte de los obreros sigan siendo esclavos y lacayos. Obrero no quiere decir esclavo; quiere decir creador. (Barrett, 1988b: 295)

El acto de creación concierne al obrero, pero un obrero ausente, imposibilitado para obtener una identidad. Mientras que los novecentistas fundaban sus discursos sobre la base de un sujeto ya establecido, el obrero barrettiano no posee fundamento, ni identidad, justamente por su condición de acorralamiento. El obrero es efecto del acorralamiento, de las fuerzas de explotación, relaciones de poder y más que nadie necesita estrategias inéditas de resistencia. Es en la segunda conferencia llamada “La huelga”, donde Barrett habla del instrumento de emancipación y agrega algunos puntos esenciales que enlazan con el acto de creación obrera:

Todas las huelgas son justas, porque todos los hombres y todas las colecciones de hombres tienen el derecho de declararse en huelga. Lo contrario de esto sería la esclavitud. Sería monstruoso que los que trabajan tuvieran la obligación de trabajar siempre […]. Yo sé que ha sido negado mucho tiempo este derecho de huelga colectiva, que supone el derecho de asociación […]

Ninguna huelga debe declararse mientras no esté organizada en vista de una larga resistencia. (Barrett, 1988: 300 - 301)

La huelga como instrumento de emancipación es lo contrario a la esclavitud, es la punta de lanza de la asociación de los obreros, es el dispositivo de enunciación colectiva, la composición de nuevas fuerzas que se enfrentan a la situación de acorralamiento. Si bien la huelga en ese momento tenía elementos bien definidos, igualmente permite actualizarse con las nuevas luchas del siglo XXI, justamente por la gran relación entre creación y resistencia. En este aspecto y trayendo nuevamente a colación la cuestión del pueblo que falta y la literatura, la cita a Deleuze puede permitir entender mejor la relación entre un pueblo que falta, menor y la literatura:

[… ] no es un pueblo llamado a dominar el mundo, sino un pueblo menor, eternamente menor, preso de un devenir–revolucionario. Tal vez sólo exista en los átomos del escritor, pueblo bastardo, inferior, dominado, en perpetuo devenir, siempre inacabado. Un pueblo en el que bastardo ya no designa un estado familiar, sino el proceso o la deriva de las razas. (Deleuze, 1996: 15)

Conclusiones finales

Traer de vuelta a Barrett dentro del debate contemporáneo, con sus reflexiones y sus intereses, es una necesidad. El autor muere en plena juventud, a los 34 años, dejándonos una densa y rica literatura que la escribe en cuatro años, en medio de la pobreza, la enfermedad, la persecución, el encarcelamiento, donde aun así se introduce en discusiones políticas e intelectuales.

Este trabajo ha abordado el concepto de literatura menor en Deleuze y Guattari, aplicado al contexto local en la figura de Barrett y su producción, atendiendo como los matices y las características de su literatura acomete contra la literatura mayor de su época, la del novecentismo. Al respecto, el concepto de literatura menor aparece en el marco de los conceptos de la lengua mayoritaria y minoritaria, donde la primera está asociada a un esquema dominante y establecido como norma, y la segunda introduce variaciones, quiebra y moviliza lo hegemónico de la lengua. Todo esto ha servido para analizar el contexto de la literatura paraguaya y cuál es el lugar que Barrett ocupa en ella.

El trabajo propuesto nos permite ubicar y enlazar con una constelación de estudios sobre las minorías. Por ejemplo, el análisis que realiza Sibertin-Blanc (2017) sobre las minorías en Deleuze y Guattari. Éste a la vez entra en resonancia con las minorías nacionales y apátridas, categorías analizadas por Hannah Arendt dentro de un campo problemático muy diverso de ciertos idearios políticos. Además, se analiza la historiografía crítica de los estudios subalternos y la analítica de las normas de Foucault en contexto con las luchas por el reconocimiento de las minorías. El factor común entre todas las corrientes de análisis mencionadas es que proveen categorías críticas para examinar la literatura de Barrett en todas sus dimensiones: sus reflexiones ecologistas, la incidencia de los avances tecnológicos en la configuración social, la crítica a los espacios de confinamiento y el reproche a cierto tipo de democracia.

Barrett irrumpe en oposición al orden social y discursos dominantes de su época, que resulta en profundas críticas y conflictos con la corriente del novecentismo paraguayo. La literatura menor con sus tres características ha permitido entender las elucubraciones barrettianas, en relación con la literatura mayor. Lo homogeneizante de la literatura mayor en Paraguay buscaba generar una identidad uniforme y cerrada, que escapaba el análisis de los conflictos sociales del pueblo, al que Barrett respondió con una línea de fuga que consiguió visibilizar la complejidad de los conflictos en el país, así como la identidad heterogénea y plural de los pueblos campesinos. Desde su llegada, su interés se fue volcando a la crítica de la desigualdad social imperante en el que vivían los habitantes en el interior del país, así como también los problemas que acuciaban a los enfermos, los desclasados, en definitiva, los anónimos que no aparecen en la literatura mayor. Tales análisis y críticas al orden social siguen relevantes en nuestro presente; en torno a las nuevas luchas que emergen en la vida cotidiana, en las calles, en las plazas, en los barrios, en el campo, en los movimientos sociales y en los territorios menos esperados.

Si en la literatura mayor del novecentismo se hacía referencia a un sujeto exaltado por la construcción de una identidad paraguaya ensalzada, en la literatura menor barrettiana se hacía referencia al paraguayo como el obrero. Un obrero que se encontraba entre los efectos del acorralamiento y de las relaciones de poder y explotación, ausente y sin identidad, pero con la fuerza de creación. Con ello se sumaba la huelga, elemento esencial de resistencia ante los sucesos que vivían en aquel momento los obreros. Creación y resistencia se constituyen como los dispositivos colectivos de la literatura menor barrettiana, por lo que los mismos abren puertas para seguir profundizando sus escritos y actualizarlos hacia las luchas del siglo XX (post-Barrett) y las nuevas luchas del siglo XXI: feminismo, ecologismo, antirracismo, clasismo, indigenismo. La literatura barrettiana habla de un pueblo de multiplicidades que no existía en la literatura dominante de aquel momento; fue de ese modo que sus escritos formaron dispositivos de enunciaciones colectivas. La literatura se volvió cosa de pueblo y con ello aparecieron los elementos para la creación de un pueblo menor.

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