¿En quién piensa el soldado?

Aldo Jones

Revista Estudios Paraguayos

Universidad Católica "Nuestra Señora de la Asunción", Paraguay

ISSN: 0251-2483

ISSN-e: 2520-9914

Periodicidad: Semestral

vol. 39, núm. 2, 2021

epedicion@gmail.com



Resumen: La imagen del soldado paraguayo como guerrero valiente ha sido incontestable, no obstante no ha recibido la debida atención desde la historiografía. Por otra parte, los poetas han prodigado versos en su honor y lo han descrito en una dimensión más terrenal. El trabajo aquí presentado es, precisamente, un intento de conocer a este actor histórico a partir del imaginario colectivo recogido de los versos del cancionero popular (y no tan popular) paraguayo, versos que se volvieron canciones con menor o mayor éxito de popularidad en diferentes momentos de la historia.

Palabras clave: soldado, música paraguaya, imaginario popular.

Abstract: The image of the Paraguayan soldier as a brave warrior has been unanswerable, despite not having received due attention from historiography. On the other hand, poets have lavished verses in his honor and have described him in an earthlier dimension. The work presented here is, precisely, an attempt to get to know this historical actor from the collective imaginary collected from the verses of the popular (and not so popular) Paraguayan songbook, verses that became songs with less or greater success of popularity at different times in history.

Keywords: soldier, Paraguayan music, popular imaginary.

¿EN QUIÉN PIENSA EL SOLDADO?

Los soldados: «un eslabón perdido»

Siempre fue así en esta provincia, primero fue contra los portugueses, luego contra los jesuitas, los indios, los ingleses, ahora es contra los porteños, luego será contra España, y después ya contra nosotros mismos (...), los paraguayos siempre estamos buscando contra quien pelearnos.

Película Libertad

La bravura del paraguayo en batalla ha sido reconocida por propios y extraños, desde los inicios de la nación, como legado de los guarinihára (guerrero); los nacidos en estas tierras, constantemente prestos para el combate y, a falta de éste, para la guardia de frontera.

Desde tiempos milenarios, los guaraníes habían guerreado contra feroces enemigos del Chaco, los guaicurú; de ahí que el nombre con que se les conoce lleva explícito su don de lucha, su ethos guerrero. Por algo, la primera petición hecha por los carios a sus nuevos aliados, los españoles, es llevar una guerra conjunta allende al río Paraguay a los feroces mbayá (Susnik, 2011).

Los mestizos, al heredar estas tierras y la cultura guaraní, también recibieron sus peligros, de tal manera que a lo largo de la colonia e incluso en el periodo independiente, cuidar la frontera de impredecibles malones, ataques guaycurúes y guaraníes, era obligación de todo varón a partir de cierta edad.

De acuerdo a Williams, «debido a que desde fines del siglo dieciséis comenzaron las guerras con los indios y la amenaza del expansionismo portugués, la provincia del Paraguay estaba continuamente en pie de guerra» (2011, p. 49).

El servicio militar, de esta manera, no consistía tanto en acometidas bélicas contra diferentes naciones indígenas (incluidos los propios guaraníes), y sí en el interminable turno de centinela en los presidios (la mitad del año), como eran conocidas las guardias fronterizas, o incluso en sus propias comunidades, que no estaban exentas de peligro (ídem). Esto, compaginaban con las labores agropecuarias, tal es así que, asegura Rivarola, «el término campesino era entendido como sinónimo de soldado» (2011, p. 33).

Por lo tanto, no debe extrañarnos que el llamado de la patria siempre hubiese recibido respuesta tan satisfactoria desde los más recónditos rincones de la geografía nacional y en distintos momentos de la historia. Lo que sí resulta extraño es que «la evocación de la epopeya se centre, mayormente en los jefes superiores y oficiales, relegando al olvido a las tropas» dado que «las victorias, las derrotas, los actos épicos, las misiones de espionaje y abastecimiento fueron realizados por los soldados» (Soto, 2013, p. 12). De hecho, según Soto, «en medio de la considerable bibliografía al respecto de la Guerra, pocos nombran a los soldados» (2013, p. 11). Es más, asevera Capdevila que, «los excombatientes no se han convertido en un lugar de memoria, como si el hecho de haber sobrevivido fuera incompatible con el estatuto de héroes», resultando un «un eslabón perdido» (Capdevila, 2020, p. 133), al menos entre la guerra (Triple Alianza) y las siguientes generaciones.

Antes que hacerles justicia, o algún homenaje siquiera, lo que, a propuesta de Whigham, deberíamos pretender, «es tratar de comprenderlos y de comprender su antiguo mundo y su mentalidad» (2012, p. 34); claro que este sencillo ensayo no está a la altura de tan elevado propósito. Aquí solo queremos hacernos una pregunta: ¿en quién o en qué piensa el soldado paraguayo?, la respuesta no parece fácil, ¿piensa en la patria?, ¿en la gloria?, quizá. Sin embargo, probablemente esto requerirá otra metodología, otras fuentes. Por lo que quizás, algunos sentimientos “más humanos”, más “asequibles”, merezcan igualmente nuestra atención, seres queridos que ocuparon los pensamientos del soldado: una madre que espera, la novia, la vuelta a casa, la muerte, etc. A pesar de que en el discurso nacionalista, madre y patria se confunden, trataremos de entender si el soldado (o el poeta) identificaba una con otra.

Pero en vez de analizar cartas personales, u otros documentos, intentaremos descifrar el imaginario popular traducido en arte; echaremos mano de aquello que por siglos nos ha venido contando o, en todo caso, entonando nuestra historia y describiendo nuestra idiosincrasia: la música paraguaya. Aunque, claro está, la música también fue animada en gran medida por la ideología nacionalista, omnipresente en todo el siglo XX. Por algo, afirma Hobsbawm (1998), que el último par de siglos es incomprensible sin la terminología nacionalista, entre la que el amor a la patria ocupa el lugar central; a esto añade Anderson que «los frutos culturales del nacionalismo - la poesía, la literatura novelística, la música, las artes plásticas - revelan este amor muy claramente en miles de formas y estilos diferentes» (1993, p. 200).

Polcas, guaranias, purahéi asy, compuesto o galopa, en castellano, guaraní, o jopara, «el Paraguay es un país eminentemente musical», afirma Szaran, herencia guaraní, «el mestizo, portador en sus genes de esa musicalidad primigenia, desarrolló nuevas formas de expresión musical y abrazó la guitarra y el arpa, el canto y la danza introducidos por los españoles, y los convirtió en elementos vitales de su existencia» (Szaran, 2010, p. 411), desde su nacimiento hasta su muerte, asegura.

Especialmente un sinnúmero de polcas y purahéi, y unas pocas guaranias se ocuparon, con menor o mayor éxito de popularidad, de describir el sentir más íntimo de aquellos hombres dispuestos a morir por sus creencias, pero que llevaban muy presentes a las mujeres de sus vidas, madre y novia o esposa, a quienes expresaban sus ansias de volver, ya sea desde el frente de batalla, ya sea del servicio en tiempos de paz.

Sin pretender agotar los temas musicales dedicados a los soldados y sus familias, se escogen aquí algunos de los más representativos, desde los más antiguos hasta los más recientes, con el fin de dilucidar quién o quiénes le hicieron competencia a la patria en el pecho del guerrero. Aclarando que lejos está del ánimo del autor la intención de idealizar la figura del soldado, a fin de cuentas, el terreno de lo íntimo, lo personal, por lo general es insondable, sin mencionar los episodios de guerra que no acostumbran a salir a luz (Kalisch y Unruh, 2018).

Así como muchos estaban íntimamente convencidos de que ofrecer la vida por la patria era el más alto honor, así también, podemos suponer que estaban quienes tenían como único fin sobrevivir a una guerra sin sentido (si acaso alguna la tiene), ya sea paraguayo, boliviano o europeo. Precisamente, Hobsbawm, nos recuerda las expresiones de un soldado durante la Segunda Guerra Mundial: «¡Morir por la patria, por una idea! (...) No, eso es una simpleza (...) De lo que se trata es matar» (2018, p. 101).

Por lo que, por el momento, nos ocuparemos del imaginario colectivo expresado en el cancionero popular paraguayo, es decir, el soldado visto, oído, sentido o imaginado por los poetas populares (y cultos). Los versos van apareciendo no por canción sino que aparecen mezclados por la temática o los diferentes momentos en la vida de un soldado que se hallan en las canciones: el servicio, la movilización, la despedida, de madre a madre, desde el frente, el jefe, la muerte, la posguerra.

El servicio

Si hay un servicio al que el Paraguay le debe su propia existencia desde su génesis, es «la onerosa obligación militar que los vecinos tributaban a la Provincia» (Cooney, 2013, p. 81), y cuanto más se expandía el costo se elevaba, por ejemplo «la protección del norte era tanto una defensa de la economía paraguaya y de los ingresos estatales» según Cooney (2013, p. 79).

Durante la colonia, el paraguayo debía dedicar gran parte de su tiempo (unos seis meses al año), su energía y recursos propios para cuidar los presidios, yerbales y estancias, durante gran parte de su juventud y vida adulta, «de 16 a 45 años», según Cooney (Cooney, 2013, p. 81). Aquello fue reemplazado por los cuarteles, donde el recluta debía cumplir dos largos años de su juventud, sufriendo todo tipo de penalidades y vejámenes, sin embargo, esto tenía su razón de ser y su recompensa. No obstante en los últimos años ha sido tema de debate público por las muertes de niños soldados en los cuarteles en plena era democrática[2].

La vuelta del cuartelero era motivo de jolgorio para familiares y amigos, tal es así que este significativo hecho mereció una polca, Reju jeývo cuartélgui[3] (a tu vuelta del cuartel), que con gran emotividad describe la alegría y el orgullo del hogar:

Reju jeývo cuartélgui, rovy’a ndereheve, (a tu vuelta del cuartel)

ao reservistamíre, netapỹime reguahẽ, (con uniforme de reservista, llegas a tu hogar)

paraguayo nderekópe, recumplipáma deber, (como paraguayo, has cumplido el deber)

bajo el manto de la patria, ku bandérare ha’e. (bajo el manto de la patria, a la bandera me refiero)

Deja en claro, aparte de la dicha, en especial de la madre, que este sacrificio es en cumplimiento del deber, además,

el glorioso uniforme, remondepáma ndeave, (el glorioso uniforme, lo has vestido también)

nde symi avei vy’águi, hesay anga oñohẽ, (tu madre también, de alegría lloró)

opu’ã nderovasa, ha neañuã tuichaite. (se levantó a bendecirte, y un fuerte abrazó te dio)

Una firme creencia, arraigada hasta hoy en la mentalidad de mucha gente, es que el muchacho “no será hombre” hasta conocer el cuartel, solo a su regreso «pe kuimba’e atyhápe reimekuaáma ndeave» (te has ganado un lugar entre los hombres); recién entonces oiko ichugui kuimba’e (se vuelve hombre), cual ritual de iniciación. Al cuartel también se asocian valores como el respeto o el patriotismo a lo largo del tiempo.

Otra protagonista en el alma del conscripto indudablemente es la doncella que lo estaba esperando: «oime avei ne novia, nde rehejava’ekue, de centinela reimévo, nemandu’áva hese» (está tu novia también, aquella que dejaste, y a quien recuerdas cuando de centinela estás).

El iteño Cleto Bordón, quizá por propia experiencia, nos cuenta en Cuartelero purahéi[4] (Canción del cuartelero) que, precisamente ella, ocupa mucho tiempo y espacio en la mente del soldado, tanto es así, que nos da a entender que dos años, enclaustrado, son eternos.

Le escribe unos versos estando de centinela en el cuartel

Che centinela, cuartel rokẽgui (mi centinela, desde la puerta del cuartel)

ndéve amondóta che purahéi (a ti te mando mi canción)

Chéko, che prenda, nderechaségui, (por verte, prenda mía)

ajuguivénte ndavy’avéi, (estoy triste desde que llegué)

Upe dos años ndakubrivéima, (dos años que no pienso cumplir)

aha jeývo, che tupãsy. (sin verte Virgen mía).

Desertar ya no parece tan reprochable.

Estar tan lejos de la amada hace que la reclusión parezca una prisión: «ko’a cuartélpe, jaula ruguápe, ko’ẽko’ẽre rohayhuve» (en este cuartel, como enjaulado, cada día te quiero más), y la preocupación por lo que puedan causar el tiempo y la distancia en la relación, «nahi’ãi chepore’ỹnguépe, aha ajuhu che rekoviare» (ojalá en mi ausencia, no me encuentre con mi sucesor), por lo que le ruega, «chera’arõkena, che la reina, ani, querida, chembotavy» (espérame, reina mía, querida no me engañes). La preocupación se justifica quizá por la tierna edad de ambos, ya que él reconoce que en esos dos años «che conscripición ko’ápe ambotývo, nde upe aja nekuñataĩ» (cumpliendo aquí mi conscripción, te has vuelto una señorita); acaso el primer amor.

La movilización

Una vez que cumpla este tiempo de entrenamiento, pasará a ser reservista, que se define como la «persona que, sin tener una relación de servicios profesionales con las fuerzas armadas, puede ser llamada a incorporarse a estas»[5]. Cuando hablamos en plural diremos, como Emiliano R. Fernández, Reservistaita[6] (Reservistas), una magnífica oda como solo el incomparable vate guarambarense pudo haber hilvanado.

En plena movilización para la guerra del Chaco, el Poeta por antonomasia, utilizó sus recursos poéticos que, sazonados con un fuerte nacionalismo, en boga en ese momento, empieza a identificar al enemigo común, a «la mala gente», los guaicurú. Pero también a identificar al paraguayo con el guaraní.

Yo soy la reserva de mi patria amada,

¡cuán idolatrada che retã omimbi! (¡Cuán idolatrada mi patria fulgura!)

yo me voy al Chaco para defenderte,

de la mala gente, raza guaraní.

El llamado es para todo el país, pues la causa es nacional, este soldado llama la atención por el agravio infligido por el enemigo con el asesinato de un soldado paraguayo, así que van Rojas Silva Rekávo[7] y vengar su muerte:

¡Jaku’éke, Paraguái, oguahẽmako la óra! (¡A movernos, Paraguay, ha llegado la hora!)

jahamívo jaheka, Rojas Silva retekue, (de ir a buscar, el cadáver de Rojas Silva)

ñavengáne katuete, umi cobarde ojapóva (hemos de vengar, lo hecho por esos cobardes)

anichéne guaikuru, opuka ñanderehe. (los guaicurúes, no han de burlarse de nosotros)

Son conscientes de lo que dejan atrás, la familia, «taheja che ru, che sy, taheja opa ahejáva» (he de dejar a mi padre, a mi madre, he de dejar todo); y de lo que les espera, «ko che retã rayhupápe tamanójepe cheave» (aunque muera por amor a mi patria); pero están dispuestos al sacrificio, por lo que «ikatúnte ore renói, para este sacrificio, ore jyva na’ikangýi si la patria oikotevẽ» (estamos dispuestos, para este sacrificio, nuestros brazos no desfallecen si la patria necesita).

La despedida

Más de una esposa habrá preguntado a su marido, ¿por qué te tienes que ir? «ahayhúgui che retã, che larréina rohejáta» (porque quiero a mi patria, reina mía te dejaré), ha sido la respuesta del paraguayo, bastante parco a la hora de expresar su sentir.

Es difícil imaginar, si no se ha pasado por similar experiencia, la partida de alguien que no tiene garantía alguna de volver, desde luego que el guerrero dirá a su Che larréina[8] (Reina mía), «ikatúnte aju jey, ndahái katuete amanóvo» (es posible que vuelva, no voy a una muerte segura), por lo que le ruega, «ndékena chera'arõvo, siempre firme nde poty» (tú, florece firme mientras me esperas).

En una misma estrofa empiezan a conjugarse madre y patria, como consuelo a su madre le garantiza que la patria es tan grande como ella misma y que, «como buena gente», debe acudir al llamado de la patria, dejando en claro quiénes son los “buenos” y quiénes los “malos”.

Joya de mi alma, madrecita buena,

apaga tu pena, ani nerasẽ, (apaga tu pena, no llores)

porque soy soldado de este Paraguay,

na’imbojojahái, che sy, nde jave. (incomparable, madre mía, tal como tú)

Ya suena el clarín de esta patria mía,

ya aclara el día, ¡mamita, adiós!

tu hijo ya parte como buena gente,

un beso en tu frente péina ojaitypo. (un beso en tu frente deja anidado)

Sin embargo, la muerte también es una posibilidad cierta, por lo que el consuelo para la madre consiste en la única promesa que puede cumplir.

El día que me muera sobre la trinchera,

mamita, nde réra arahava’erã, (mamita, tu nombre he de llevar)

ha umi cheirũnguéra tomombe’u ndéve, (y mis camaradas te contarán)

nememby soldado mamópa opyta. (dónde se quedó tu hijo soldado)

Ante esta aciaga eventualidad, nombra un sucesor como el hombre de la casa, evidencia de un hogar monoparental, una norma en nuestra cultura.

Ndajuvéirõ sapy’a, chembokuárõ boliviano, (Si acaso no vuelvo, si me dan los bolivianos)

ku michĩvéva che hermano, topyta cherekovia, (mi hermano más pequeño, quedará en mi lugar)

nemomaiteiva’erã, imitãramo jepe, (para honrarte, a pesar de su niñez)

tankargámandi chupe, ndajuvéiramo guarã. (se lo encargo, por si no vuelvo)

Por otro lado, a la novia la deja ilusionada con un regreso «cubierto de gloria» de su hombre, heroico, honorable.

Muchacha, adiós porque ya me voy,

en el Chaco estoy donde me llamó,

y vendré un día como en la historia,

cubierto de gloria ko che corasõ. (cubierto de gloria este mi corazón)

Finalmente le pide que no llore, también deja un recado a su devota madre, un último pedido, la bendición:

Ndaipotáinte, che kamba, (no quisiera, morena mía)

chemyakỹ nde resaýpe, (que me bañes con tus lágrimas)

aipotánte ere che sýpe, (solo dile a mi madre)

heta tacherovasa. (me prodigue su bendición)

De madre a madre

Abrimos un paréntesis para saber en quién piensa la madre del soldado, porque, a fin de cuentas, como expresa Francisco Russo, el juglar del heroísmo paraguayo: «¿Qué posibilidades hay de que yo cante a un soldado, al soldado paraguayo que estaba en el Chaco, en la guerra de la Triple Alianza, qué posibilidades hay de que exista el soldado si no hay una madre detrás?»[9].

La mujer paraguaya, «la más gloriosa de América» (papa Francisco), es mariana, al menos en su gran mayoría, su primer refugio ante cualquier adversidad es María; Tupasy del Campo es un ejemplo, pero es Tupãsy Caacupépe[10], de Félix Fernández la que nos revela esa relación especial.

Una vez destinado el hijo en los dominios de Ares, la agobiada madre pondrá todas sus esperanzas en la única que verdaderamente comprende su dolor, porque «nde aveíko sy».

Che diosa, che Tupãsy, la Virgen Caacupé, (Mi diosa, mi Madre de Dios, la Virgen Caacupé)

eñantende cherehe, porque nde aveíko sy, (atiende mi súplica, porque también tú eres madre)

erekóva ne memby, omanóva kurusúre, (que tienes a tu hijo, muerto en la cruz)

yvypóra ohayhúre, ¡rejajáiva Tupãsy! (por amor a la humanidad, ¡Bella Madre de Dios!)

Pero no solamente porque sea una relación de madre a madre, sino que es un tú a tú entre dos madres sufridas. Una perdió a su hijo por la humanidad, la otra está a punto de perder a su retoño por su patria. Su objetivo es claro:

Aipota rejesaupi, porque che aveíko sy, (Quisiera que me mires, pues madre también soy)

arekóva che memby, Chacopýre gueteri. (mi hijo todavía, en los confines del Chaco está)

No duda en contarle a la madre común los detalles de aquel día en que vio partir a su hijo.

Tupasy, chemandu’a, guyramímako oñe’e, (Madre, recuerdo, el trinar de las aves)

pe lunes pyhareve, che memby pako opu’ã, (aquella mañana de lunes, levantóse mi hijo )

hatãite che añuã, chejopými ijehe, (con fuerza me abrazó, me apretó contra su pecho)

ha che apysápe oñe’ẽ, ¡ja ahámako, mamá! (y a mis oídos susurró, ¡ya me voy, mamá!)

Imposible que no se conmueva aquella que mejor que nadie sabe cómo se siente un hijo arrebatado.

Aunque también le relata esperanzada las palabras vertidas en una carta por su hijo desde el frente de batalla. Como es de esperarse, el techaga’u (añoranza) es grande y, por último, ella deja la promesa implícita de una nueva peregrinación hasta La Virgen, cuando él vuelva a casa.

Irreténgui akokuehe, oscrivi chéve ipaha, (desde su retén hace poco, me escribió por última vez)

oiko porãitenteha, icártape omyanyhẽ, (que estaba muy bien, me contó en su carta)

techaga’úmanteje, ipy’áre ojapokói,

(que solo la añoranza, inquieta a su alma)

pero ikatúnte vokói, tupãsyre rojere. (pero es posible que muy pronto, visitemos a la Virgen)

Quemil Yambay, el otro gran poeta popular, imagina, tanto a los que que han terminado su servicio como a los que han sobrevivido a la guerra: «aguerohoryetereínteko ko’ã karia’y, ocumplipa pe idever ha hysyijoa oho hikuái Tupãsy Caacupe rendápe»[11] (me alegra ver a estos jóvenes que habiendo cumplido su deber se van junto a la Virgen).

Desde el frente

Una vez en el lejano e inhóspito Chaco Boreal, el que viste verde'o (verde olivo), cuando no esté bajo fuego enemigo su pensamiento estará en el hogar, al final de una dura jornada, Reténpe pyhare[12] (De noche en el retén), a falta de papel y tinta, será el viento, aparte de único testigo, «ne añoitéko yvytumi cherecha ko pyharépe» (solo tú, brisa, me ves esta noche), el mensajero que hará llegar «che symi ha che chína akãngytápe, reguahê repurahéi che retén poty ryakuã» (hasta donde las almohadas de mi madre y mi china, llégate a cantar el aroma de mi retén).

Volviendo al relato de aquel centinela, bajo un frondoso guayacán, en una amena charla con la brisa, hará mención al dantesco espectáculo que ofrecían los enfrentamientos entre dos ejércitos de países hermanos.

Angete péina ahendu, Pilcomayo rembe'ýpe (recién escuché, desde las orillas del Pilcomayo)

ihu'úva ramoguáicha, cañón pu sunu yvyguy (como grave tos, el rugir de los cañones)

hakukue ku oguahê, ñaimehápe ka'aguýpe (el aire caliente, se llega hasta aquí)

ha upévante ko hína, omboryrýiva upe yvy. (es solo eso, lo que estremece el suelo)

Aquello dejaba una honda impresión en cualquier soldado, de cualquier época, por valiente que fuera; tal es así, que años después de la Guerra Guasu, convertido en Tujami[13] (viejito), recordará con lujo de detalles las lides libradas, en aquella ocasión, con su «camiseta pytã'i» (camisas rojas), contra tres ejércitos, «upéva upe ñorairõ arekóva cheresápe» (aquella batalla estremeció mi corazón).

Ñaimo’ãnte aipo juicio, oitypátava pe ára (pareciera que aquello, derrumbaría el cielo)

upe piña ha metralla, amandáucha okukúi (piñas y metrallas, como granizos caían)

camiseta pytã’i, ndoikuaávai aichejárã (los camisas rojas, no conocieron piedad)

ha upe ore artillería, mbovymi ndopytu’úi (y nuestra artillería, un momento no descansó)

Este testimonio, dado «laurelmi jero'aguýpe» (bajo un laurel), se refiere a uno de los episodios más épicos de la primera guerra internacional del país, es tan impactante que sin duda, «oitypeká che korasõ» (conmocionó a mi corazón).

De nuevo en la guerra del Chaco, aprovechará la ocasión para hacer gala de su arrojo en aquella árida tierra, garantizando a su novia, galanteo de por medio, que atrapará al tristemente «famoso Tejerina», uno de los primeros protagonistas de esta tragedia[14], insospechada en aquel momento, prometiéndole que «inambikuéko, che china, ndéve ahechaukava’erã» (su oreja he de mostrarte, china mía). Oportunamente, Whigham (2021) acaba de aclararnos que cortar orejas no pasó de ser una maliciosa leyenda propagada en la prensa aliada durante la decimonónica conflagración internacional, leyenda que bien supo aprovechar Emiliano.

A menudo hará uso también de su agudo sentido del humor, por ejemplo en Fortín Toledo[15]:

Ojetyvyro ha oguerahauka (se sacudió y remitió)

encomiendami a los bolivianos (una encomienda a los bolivianos)

Paraguái regalo irambosaguã. (regalo de Paraguay como desayuno)

Por último, aprovechando la gentileza del yvytu (viento/brisa), un favor final, el pensamiento recurrente, las dos mujeres de su vida:

Ehasátarõ, yvytu, erahami chéve rehóvo (si vas a pasar, brisa, llévate contigo)

chetupanói che symíme, iñangapyhy haguã (mi pedido de bendición a mi madre, para su sosiego)

ha emombe'u ichupe, che resãinteha aikóvo (y cuéntale que estoy bien)

che la réinape katu, mbeguemi eñañuã. (y a mi reina, mi abrazo hazle llegar)

El jefe «Presente che ruvicha»

El soldado, valiente o cobarde, necesitaba la figura del jefe, más que sus órdenes, su ejemplo.

El subordinado observa constantemente a su superior, es el espejo en el que se mira, y espera de él la misma entrega, el mismo sacrificio, de ser así, ello le será reconocido por generaciones, «nde réra oime yvate historia ombojegua» (tu nombre está en lo más alto, engalanando la historia).

De esta manera, aquel Veterano del 70[16], recordará a uno de sus comandantes (Bernardino Caballero),

Upéro ore ruvicha Centauro de Ybycuí, (era nuestro jefe, el Centauro de Ybycuí)

heta hague ndokevéi, hesárehe ojekuaa. (que no duerme más, delatan sus ojos)

Durante la Batalla de Piribebuy[17], una de las más significativas entre tantas de aquella danza de muerte, como la tituló Whigham, otro comandante con el mismo apellido, el malogrado héroe Pedro Pablo Caballero enfrentaba la muerte,

Ha ñande poyvi, Caballero pópe, plázape oĩ (nuestra bandera, en manos de Caballero, en la plaza está)

nañentregái che, he’imavoi, ápe tamano (no me rindo, expresó, muero aquí)

Hijo del primero, comandante de los pynandi (descalzos) en la fratricida Revolución del 47, el también general Caballero, más conocido como Pancholo[18], será inmortalizado con una página musical tan bella que, los aduladores de Stroessner, también veterano del Chaco, quisieron apropiársela para el dictador.

Péina ipoty iko’ẽvo, purahéi ndéve guarã (he aquí florece, una canción para ti )

nderekove ipotĩgui, centauro ñemoñare (por tu vida ejemplar, hijo del Centauro)

Si con esta canción se le reconocía su condición de mecenas, ya con grado de general, incluso ministro,

mandu’ápe oikova’erã, nderéra, mi general (en el recuerdo vivirá, tu nombre, mi general)

tesaráipe ndoikovéima, nomanovéima va’erã (nunca será olvidado, no morirá jamás)

En esta otra, sin embargo, se recuerda su actuación en el Chaco, y no solo a él:

Mi comando Irra, hendive Brizuela (Mi comandante Irrazábal, Brizuela con él)

mokõivevoi aña mbaraka (los dos endiablados)

ha león chaqueño ijekerekuéra (y el león chaqueño a su lado)

mayor Caballero ore ruvicha (el mayor Caballero, nuestro jefe)

Pero no todos fueron militares, el Capellán Pa’i Pérez[19], el mejor ejemplo de ello.

¡Néike!, ¡néike!, lo mita, ¡la bandera defender! (¡vamos!, ¡vamos!, muchachos, ¡la bandera defender!)

Pa'i Pérezma he'i, es la voz del capellán (ya lo dijo el padre Pérez, es la voz del capellán)

El jefe que se haya granjeado el respeto y el reconocimiento del soldado siempre recibirá satisfactoria respuesta en cada llamado al combate.

La corneta ollama ¡a la carga otra vez! (llama la corneta, ¡a la carga otra vez!)

Hi’angue orresponde, ¡presente, che ruvicha!

(solo su alma responde, ¡presente, mi comandante!)

Incluso aquellos que perecieron en las guerra intestinas del Paraguay, por ejemplo un 18 de Octubre[20] serían recordados:

Ha omano ñorairõ hápe, Machaín ojejuka (y murió en la batalla, mataron a Machaín)

por la gloria de la patria y el Partido Liberal

Claro que este sitial de gloria ha sido reservado para unos pocos, la gran mayoría tendrá suerte si obtiene una peregrina cruz de soldado desconocido.

La muerte

Los treinta mil ausentes que reclamó Josefina Plá, no pudieron contar sus interminables historias al término de la contienda fratricida. Pero quizá sepamos algo más sobre ellos que el simple hecho de que no volvieron.

Si la vida tiende a ser frágil, en el fragor de la batalla lo es mucho más. El legendario Regimiento siete (Gabriel Resquín) perdió a uno de los suyos en uno de los tantos asaltos enemigos, una pérdida como la del teniente Norberto Benítez no pudo pasar desapercibida, al contrario, «opyta en la historia ha’e la imano» (su muerte quedó en la historia).

Upégui a las 11 de ese mismo día, teniente benítez, (Luego a las 11 de ese mismo día, el teniente Benítez )

ikorasõmíre oñandu la muerte, vaicha opoko, (sintió que la muerte tocaba su corazón)

upérõ ha’e, omanda asalto ja ipahamínte, (en eso, ordena un asalto por última vez)

oñandupaite la hekovemi upépe oso. (sintió que la vida se le iba)

El subalterno que narra esta dolorosa muerte no nos dice mucho sobre su jefe, aparte de su valentía; no obstante, se dirige a la madre del héroe caído para darle consuelo, como si aquello fuera posible.

Ha, doña Andresa, erúke consuelo, pe necorasõme, (Doña Andresa, dale consuelo a tu corazón)

upe nememby, ohóma yvápe opytu’u haguã, (tu hijo, ha ido al cielo para descansar)

peteĩ angelmícha, hi’álma oikéne, en el paraíso, (como un ángel, su alma ha de entrar, en el paraíso)

porque por la patria, kuimba’e añetéicha, hekove oipe’a (porque por la patria, como hombre, su vida ofrendó)

Para aliviar ese dolor que solo las madres pueden sentir, el mensajero arguye la honorable muerte del que «cayó defendiendo su legal derecho en lugar lejano», y que a diferencia del sandia yvyguy (sandía escondida/desertor), que aseguró su vida y perdió el honor, su hijo «nomotĩri iválle ha icompueblano» (no deshonró a su pueblo y a sus compueblanos).

«Ñorairõ opáma» (terminada la guerra)

Felix Fernández nos cuenta lo que pasó luego de interminables y cruentos años, en su Reservista purahéi[21] (canción del reservista), nos asegura que el que vuelve es porque «tekovevai ndajeko hosãva, ha uperehae anga namanói» (mala hierba nunca muere, tan solo por ello sigo vivo).

Así como fue difícil imaginar la partida, tampoco será fácil hacerse una imagen de la llegada del bienamado. Tantas cosas habrán pasado por la cabeza del hombre que no debería sorprendernos que lo primero que le expresa a su amada es un reclamo: «ndéje haimete nachera’arõi» (al parecer casi no me esperas).

Y de ser ciertas las acusaciones, no es para menos, ya perdió tres años de su vida, estuvo a punto de perder la vida, ahora le cuentan que por poco no le fue arrebatado su hogar.

Karia'y ñaña nemomorãséva (Un hombre sin honra, tu admirador)

je oguahe nderópe ka'arupytũ, (se llegó a tu casa de noche)

ha nde haimete remombo che réra (y tú casi desprecias mi nombre)

ha remondoho ñane mborayhu. (y quiebras nuestro amor)

Al mismo tiempo que le recuerda su promesa

Nanemandu'áipa raka'e upépe (No recuerdas acaso, cuando)

ku pyharevépe santomi rovái (aquella mañana, frente a los santos)

eréramo chéve, che páy ha che képe (me decías, que ni en tus sueños)

nde rekoviarã ndajuhu va'erãi. (me habrías de cambiar)

Comprobado que solo fue un mal sueño, una pesadilla quizá, él se rinde a sus pies al encontrarla tal como la recordaba: «péina rojuhu jepiverõguáicha, rasa nderory, akói cherayhu» (sin embargo te encuentro, demás alegre, y tu cariño de siempre). Prueba de su vida compartida antes de la guerra le pide, «ere aipo jaguápe, nde reikuaa háicha, oúmaha ijára, anive oguahu» (dile a aquel perro, a tu manera, que su amo ha vuelto, que deje de aullar), acaso otro miembro de la familia emocionado que no paraba de ladrar.

Finalmente, frente al mismo altar donde se juraron amor eterno, «santomi» como testigo, la fuerza del amor quiso sus votos renovar.

Ñorairõ opáma, háime ndaroviái, (terminó la guerra y no puedo creer)

ja ñaime jeýma, ñande oñondive, (que estemos juntos de nuevo)

ñande rogamíme, santomi rovái, (en nuestro hogar, frente al altar)

ñañopê ojuehe, ñande rekove. (regalarnos nuestras vidas)

Conclusión

Las canciones, sean polcas, guaranias o purahéi asy, más o menos cultas, de mayor o menor popularidad, vigentes o no, describen al soldado en diferentes momentos de su carrera o servicio militar. En esta descripción, desde la óptica del poeta, algunos de ellos, soldados también, es posible entrever una dimensión humana, que la literatura histórica no suele recoger íntegramente.

Se evidencia en estos versos, que el soldado, amén de que debía afrontar balas y arremetidas del enemigo, o la muerte misma, sobre todo, debía soportar lo insufrible, una despedida, la distancia, la incertidumbre, el olvido.

Modelo de publicación sin fines de lucro para conservar la naturaleza académica y abierta de la comunicación científica
HTML generado a partir de XML-JATS4R