Diego de Torres Bollo SJ y el culto de Nuestra Señora de Loreto en el Paraguay con atención en el poblado guaraní de Santa Rosa
Revista Estudios Paraguayos
Universidad Católica "Nuestra Señora de la Asunción", Paraguay
ISSN: 0251-2483
ISSN-e: 2520-9914
Periodicidad: Semestral
vol. 39, núm. 2, 2021
Resumen: Los jesuitas, mayormente que el resto del clero, tomaron como propia la devoción por la Virgen de Loreto y la difundieron por el mundo. En su provincia del Paraguay, el P. Diego de Torres Bollo, su primer provincial, fue quien la popularizó, luego de su paso por el santuario. Lo hizo en forma efectiva, sugiriendo a todos los misioneros que en cada poblado indígena se levante una réplica de la capilla lauretana, como también en los colegios de las ciudades. Trajo un plano, además de unas estrellas y astillas como reliquias. Pero el proceso de expolio y abandono surgido después de la expulsión solo dejó intacto un único edificio ubicado en Santa Rosa (Paraguay). Nuestra intención es dar a conocer los motivos que impulsaron al provincial a tomar estas decisiones, que dejaron un sinnúmero de testimonios. Por ello describimos y analizamos críticamente el caso ubicado en el antiguo poblado guaraní de Santa Rosa, por ser actualmente el único existente, con una serie importante de esculturas y sobre todo pinturas interiores en sus muros que representan el Traslado y los momentos previos al nacimiento de Jesús y su vida en la Casa.
Palabras clave: Nuestra Señora de Loreto, Paraguay, jesuitas, guaraní, Santa Rosa, arquitectura, pintura, escultura.
Abstract: The Jesuits, more than the rest of the clergy, took the devotion to the Virgin of Loreto as their own and spread it throughout the world. In their province of Paraguay, it was Fr Diego de Torres Bollo, their first provincial, who popularised it after his visit to the sanctuary. He did this effectively, suggesting to all the missionaries that a replica of the Lauretan chapel be erected in every indigenous village, as well as in the schools of the cities. He brought a plan, as well as some stars and splinters as relics. But the process of despoilment and abandonment after the expulsion left only one building intact, located in Santa Rosa (Paraguay). Our intention is to make known the motives that prompted the provincial to take these decisions, which left countless testimonies. For this reason, we describe and critically analyse the case located in the old Guarani village of Santa Rosa, as it is the only one in existence today, with an important series of sculptures and above all interior paintings on its walls, representing the Transfer and the moments prior to the birth of Jesus and his life in the House.
Keywords: Nuestra Señora de Loreto, Paraguay, Jesuits, guarani, Santa Rosa, architecture, painting, sculpture.
DIEGO DE TORRES BOLLO SJ Y EL CULTO DE NUESTRA SEÑORA DE LORETO EN EL PARAGUAY CON ATENCIÓN EN EL POBLADO GUARANÍ DE SANTA ROSA
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Introducción
Para la ocasión de la visita del Papa Francisco a Paraguay en el año 2015, el gobierno de aquel país nos encargó un libro para obsequiarle y junto a Fernando Allen, que tuvo a su cargo la edición y fotografías, decidimos hacerlo sobre la historia del poblado guaraní de Santa Rosa, donde se conserva la única capilla de Loreto de la antigua provincia del Paraguay (Page, 2015). A continuación, desarrollamos una síntesis del mismo con nuevos aportes.
La historia de la traslación de la Santa Casa es por demás conocida, siendo un acontecimiento sucedido entre el 9 y 10 de mayo de 1291, año en que los Cruzados perdieron de mano de los sarracenos la ciudad de Acre, el último bastión cristiano y con ello las grandes reliquias de la cristiandad. De allí surge la teoría que fueron ellos quienes trasladaron la Casa. Pero la historia reconocida por la Iglesia es que ese traslado fue realizado por ángeles. De tal manera que primero llegó a Tersatto (Trsat), luego a las cercanías de Recanti y finalmente a un próximo bosque de laureles (Laureta).
Estas apariciones pronto fueron investigadas por el papa Bonifacio VIII (1294-1303) y el obispo del lugar, quienes encargaron una expedición para que fueran a Nazaret, donde encontraron los cimientos de la casa.[2] Midieron los restos y analizaron los materiales, coincidiendo con los de la Casa trasladada, lo cual demostró la autenticidad y con ello diversos pontífices aceptaron el Traslado como un milagro. Recordemos que la Casa se había concebido, una parte excavada en la roca y otra que la unía, de tres paredes, siendo estos restos los que se trasladaron. Sus dimensiones, a la vista de la basílica son de 9,52 metros de largo por 4,10 de ancho y 4,30 de alto, con muros de casi un metro de espesor compuestos de dos hileras de piedras, cortadas y pulidas al estilo Nabateo. Llevaba una puerta de 1,20 por 2,20 metros situada sobre el lado más largo y en el corto una ventana de un metro de lado a 1,60 del nivel del piso.
La iconografía del Traslado es muy amplia y se refleja principalmente en grabados insertos en libros, pinturas y frescos. De estos últimos, por ser el tema que nos toca, diremos que el más antiguo es una obra, actualmente deteriorada que realizó el maestro Pietro Coleberti para la iglesia de San Francisco en Gubbio. Las investigaciones han confirmado que su datación se sitúa en tiempos de otro fresco suyo, ubicado en la iglesia de Santa Catalina en Roccantica (Rieti) donde se menciona que el autor era de la localidad de Priverno, que su cliente había sido el gobernador y que la obra fue finalizada en junio de 1430 (Bertini Caloso, 1952: pp. 298-309. Cavallaro, 1999: p. 313-327).
La abundante iconografía producida con el tiempo, fue encontrando una definición y unificación de criterios distintivos. Los libros difundieron la historia y con ello también, sus representaciones. Entre ellos sobresalen los jesuitas.
San Ignacio comenzó su peregrinación visitando el santuario de Nuestra Señora de Monserrat donde hizo su confesión general. De tal forma que a los novicios que hacían su segunda probación se les exigió atravesar seis experiencias fundamentales, entre ellas, la visita a algún santuario. No alcanzó a visitar el de Loreto, aunque posteriormente fueron casi todos los jesuitas y con ello se convirtió en la advocación mariana más importante de la Compañía de Jesús, que se hizo cargo del Santuario en 1551. Tres años después el Papa Julio III nombró a los jesuitas como penitenciarios del santuario de Loreto, siendo su primer regente el P. Gaspar de Doctis, vicario del nuncio apostólico en Venecia. En ese mismo año arribaron a Loreto varios jesuitas para hacerse cargo del sitio, siendo su superior el francés Oliver Manare (Mannaerts) (1554-1563), quien levantó un colegio con sus primeros nueve estudiantes. Desde entonces, San Ignacio eligió el santuario como sitio de peregrinación de los novicios, asumiéndose los jesuitas como sostén y activo grupo humano de difusión del culto lauretano.[3] Incluso fueron más lejos, pues el historiador jesuita Orazio Torsellini (1545-1599) escribió una historia de la Casa que fue tomada por aquellos tiempos como la “versión oficial”. La obra fue dedicada al cardenal Pedro Aldobrandini (1571-1621), sobrino del Papa Clemente VIII, y publicada por primera vez en 1597 con 283 páginas, llevando 21 ediciones hasta 1837.[4]
De esta manera, los jesuitas fueron confesores en el santuario de Loreto, donde algunos iban a peregrinar y otros levantaron edificios por doquier. En el santuario se recitaban las Letanías, editadas por el jesuita neerlandés y hoy santo, Pedro Canisius (1576) y en la Congregación General de 1649-1650 se menciona que el general Claudio Aquaviva (1581-1615) había extendido a todos los días el recitado de las mismas (O´Neill, 2001, II: p. 1.104).
El texto de Torsellini llegó a todos los rincones del mundo. Así por ejemplo en la biblioteca del Colegio Máximo de los antiguos jesuitas del Paraguay (Córdoba) y según un catálogo de 1757 (Llamosas, 2000: p. 169), se encontraba la obra del jesuita, rector del colegio de Santa Ana de México, Juan de Burgos (1671) que trabajó sobre los textos de Torsellini actualizándolos hasta 1659 [Fig. 1]. Obra que a su vez localizamos en el pueblo jesuítico-guaraní de San José. También en la biblioteca del Colegio Máximo se hallaba el texto del jesuita español Juan de Rojas (1552-1605) que era una traducción al castellano de 1603 del libro de Torsellini. Estos últimos también se encontraban en el Colegio de Asunción (Gonzalczany y Olmos Gaona, 2006: pp. 271 y 302).
Figura 1: El libro de Juan de Burgos redactado con base en Torsellini
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(Juan de Burgos – 1671)
De tal modo que los jesuitas contribuyeron a difundir no solo la historia del culto sino también la iconografía lauretana que, casi siempre, iba adjunta con los textos. Así pues, el teólogo jesuita bávaro Wilhelm Gumppenberg (1609-1675) publicó en Alemania el famoso Atlas Marianus (1657), luego ampliado en dos volúmenes en 1672, con un repertorio de las Vírgenes más célebres de Europa que naturalmente incluye a la Virgen de Loreto como portada, pero de una curiosa versión.
Otro jesuita que escribió sobre la Traslación e historia de Loreto fue Carlo Francesco de Luca (1661), con portada de su retrato firmado “A. Clouet sculp.” y otra estampa donde se representa la Santa Casa de frente, con sillares y tejas con la Virgen sobre ella, pero sin el Niño.
Mucho antes de todas estas publicaciones, el culto se había extendido por América, y en la región del Paraguay, Tucumán y Río de la Plata fue el P. Diego de Torres Bollo, su primer provincial, el que denodadamente y con sus propias razones, dispuso la difusión de esta devoción jesuítica.
El legado de los PP. Torres y Arriaga en Loreto
En este contexto, en la congregación provincial del Perú[5], llevada a cabo en Lima a fines de 1600, el P. Diego de Torres Bollo fue elegido procurador a Europa por un amplio margen de votos[6]. Cinco meses después partió del Callao junto con sus compañeros[7], el P. Pablo José de Arriaga (Romero, 1918-1919: pp. 277-284) y el H. Francisco Gómez. Con escala en La Habana, llegaron a Sanlúcar de Barrameda hacia abril de 1602, para comenzar su viaje por España, Francia e Italia, donde en Milán, el P. Torres alcanzó la amistad del cardenal Federico Borromeo y luego llegó a Roma, donde permaneció tres meses. Para abril de 1603 regresaron a Milán pasando por Asís y Loreto.[8]
Si bien el P. Nicolás Del Techo (Del Techo, 2005: p. 161) escribe una breve mención de la visita del P. Torres por Loreto, fue el P. Jacinto Barrasa[9], el primero que da a conocer el itinerario del P. Torres, expresando que luego de pasar por Asís y recoger cabellos de Santa Clara, llegó a Loreto con sus compañeros. Allí es donde obtuvo unas estrellas de madera que habían estado colocadas en el techo de la capilla, pero que habían sido retiradas cuando se había reformado el edificio por orden del pontífice.[10] Fue cuando entonces el P. Torres: “suplicó al Cardenal Protector Obispo de Recanati[11] le concediese algunas estrellas o astillas”. Pero le respondió que no podía entregar esas reliquias, pues había órdenes expresas de no hacerlo del Papa Clemente VIII, y el P. Torres se marchó. Lo cierto es que, continúa Barrasa: “distante ya muchas leguas de Loreto le alcanzó un correo que corrió la posta enviado del Rector de ntro. Colegio de Loreto con una carta muy regalada y una cajita de cosas de devoción y entre ellas dos estrellas de las de aquel cielo”. Agrega que, mientras el P. Torres gestionaba las estrellitas, el P. Arriaga, aprovechó para trazar en un boceto, las “medidas que de Italia trajo y tomó de su original”.[12]
El relevamiento [Fig. 2] que se encuentra en la Biblioteca Nacional de Lima, que Puente Luna y Jimmy Martínez Céspedes (2021), identifican entre los documentos del P. Arriaga, fue publicado anteriormente por Ibscher (1949).[13] Representa un rectángulo donde se especifican detalles y medidas, usando varas, tercias, cuartas, sesmas y hasta dedos. De tal manera que señala el largo “onze varas y media y 4 dedos, lo ancho cinco varas y dos dedos” y el alto “hasta el almizate[14] seys varas y una 4ª”, es decir aproximadamente unos 9,27m x 4,22m y 5,23m. Destaca seis partes que enumera con letras: A), la peana o base de la imagen, B) la grada para acceder a la peana, C) la chimenea de la Virgen ubicada detrás de la peana, D) una pequeña alacena hacia un costado, E) la puerta hacia el lado mayor y F) la ventana del lado menor. Extrañamente se omitieron las dos puertas en el muro sur y el paso interno que se encontraban a inicios del siglo XVII.
Figura 2: Planta de la Santa Casa realizado por el P. Pablo José de Arriaga en 1603 con el título "Quenta y medida de la Santa Capilla de Loreto"
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(Puente Luna y Martínez Céspedes, 2021)
Con esas dimensiones se edificó la capilla de Loreto del colegio Real de San Martín en Lima (desaparecido) y donde se colocó la estrella en: “un hermoso relicario cuya copa es remedo de la misma Capilla. Hoy no se hallan”, es decir que para la segunda mitad del siglo XVII la reliquia ya no estaba (Barrasa, s/f: pp. 53-54).
Sobre la tarea del P. Arriaga, encontramos otra mención en su obituario que describe su paso por Loreto: “trujo de Loreto la traça y medida de aquella Capilla, y desu tamaño / y forma”. También el mismo P. Arriaga, cuando fue rector del colegio de Arequipa levantó otra capilla de Loreto, donde en el mismo documento se cuenta que pasaba la mayor parte del día (Chávez Hualpa, 2007: p. 179).
Creemos que de ese plano deben haberse hecho varias copias para distribuir por todo el amplio territorio americano que recorrió el P. Torres quien también conservó aquellas estrellas.[15]
Los historiadores de la provincia del Paraguay fueron más detallistas con aquel viaje. Un tanto el citado P. del Techo, como luego y más profundamente el P. Pedro Lozano, quienes mencionaron la devoción del P. Torres a Nuestra Señora de Loreto. El primero expresa que cuando estuvo como procurador del Perú en Roma (1600-1604) le habían donado varias reliquias para llevar a América donde: “Hizo noche una vez en la Basílica de Loreto y concibió entonces el propósito de extender el culto de la Virgen allí venerada, por toda América” (Del Techo, 2005: p. 161)
Lozano se extiende en su obra, escribiendo con mayor información y siendo más creativo en su redacción, manifestando que el P. Torres, antes de salir de Roma sufrió una enfermedad. Al restablecerse fue su deseo visitar Loreto: “y adorar aquel grandioso Santuario, que imaginaba centro de espirituales delicias, y conoció por la experiencia, que en su juicio no se engañaba”. Unos kilómetros antes de llegar los hizo caminado: “y apenas cruzó aquellos Sagrados umbrales, quando creció tan sensiblemente el consuelo de su espíritu, con la visita de aquella Imagen, y Santuario, que no cabía en sí de gozo”. Con autorización del responsable del santuario permaneció toda la noche en la capilla. La devoción que experimentó: “le encendió en un vehementísimo deseo de adquirir alguna Reliquia de sus paredes, y madera de aquella Santa Casa, para promover su veneración en el Nuevo Mundo” (Lozano, 1754, I: p. 646). Pero no se le permitió y partió del lugar, hasta que luego de caminar una jornada lo alcanzó un hombre que llevaba una cajita con una carta de la autoridad del Santuario que escribió que en ella contenía: “un pedazo de tabla del zaquizami[16], y tres o quatro Estrellas de madera de la misma pieza: que las llevase, lleno de confianza en la soberana protección de la Madre dulcissima, que defendería á él, y á sus Compañeros de todos los peligros, y los favorecería para plantar la Fe en el Nuevo Mundo, á gloria de su Hijo Santísimo”. Pues henchido de agradecimiento, continúa Lozano: “propuso procurar, en quanto le dure la vida, promover en todas partes la devoción á la Santa Casa, y Advocacion de Loreto”.
Desconocemos la fuente del P. Lozano, y no sabemos de algún texto propio del P. Torres que mencione todo este itinerario, pero coincide con el del P. Barrasa que dudamos lo haya conocido Lozano, pues aún sigue inédito. El P. José del Rey Fajardo, entre los muchos autores que biografiaron al P. Torres, enumera todos sus escritos conocidos y no hallamos ninguno que contenga las referencias que brinda el dieciochesco historiador jesuita (Rey Fajardo, 2006: pp. 608-620).
El P. Torres, al regresar al Perú y ser enviado a Quito, estuvo con el P. Onofre Esteban[17], quien había hecho levantar en la iglesia del colegio un altar en honor a la Virgen de Loreto, que se sumaba a la cofradía con la misma advocación para señoras (“pía junta”, ya que aún no se admitían congregaciones para mujeres)[18] colocando una imagen que, según Cepeda hizo traer de Europa y aún se conserva (Cepeda, 1905, II: p. 139). Pero contrariamente el viceprovincial Gonzalo de Lyra informa que en 1609 una señora noble talló esa imagen junto a otras tres que donó a la iglesia. Agrega seguidamente, en la misma Carta Anua, una minuciosa descripción de la procesión que se hizo en la oportunidad de la fiesta de Loreto, cuando construyeron una pequeña réplica de la Santa Casa de “dos varas y media de largo” y donde “en las espaldas frontero de las puertas, una celosía dorada y sobre ella de la parte de adentro la estrella que trajo de la santa casa de Loreto el padre Diego de Torres en una vidriera”.[19]
De Quito el P. Torres pasó a Bogotá, donde fue el encargado de dar el sermón inaugural de la recientemente creada congregación de Nuestra Señora de Loreto, cuyo modelo era la instituida en Milán por el P. Martín de Funes, quien acompañó al P. Torres de regreso al Perú (Piras, 1998: pp. 102-109).
Parece ser que era muy común que los procuradores pasaran por Loreto. Es del caso remarcar que el P. Juan Pastor, al desempeñarse como procurador del Paraguay entre 1644 y 1648, escribió: “Embarqué en Valencia y llegué a Génova, Milán y Loreto, haciendo en voto mi última legua a pie. Allí (en Loreto) me entregué de lleno a mi devoción, y proseguí viaje para llegar felizmente a Roma” (Page, 2007: p. 82).
La experiencia devocional del P. Torres en la provincia del Paraguay comenzó en Chile, cuando fue a presidir la congregación provincial en 1608. Escribe el P. Lozano (Lozano, 1754, II: p. 45) que después de haber dado instrucciones domésticas al colegio de Santiago: “aplicó en su industria á promover en los animos de los nobles vecinos de Santiago la verdadera piedad: y como á este fin es uno de los más eficaces medios el de la cordial devoción con la Celestial Reyna de los Ángeles, y hombres, quiso despertarla en todos con la memoria de la Angelical Casa de Loreto”.
Para cumplir con su promesa y donde quiera que iba se empeñó en difundir esta devoción, repartiendo reliquias de la Santa Casa para perpetuar su memoria y veneración. Así pues: “Aviale quedado una estrella de madera del techo; y para colocarla con la debida decencia, hizo labrar un curioso, y rico Relicario de plata sobredorada, que expuso públicamente en nuestra Iglesia del Colegio de Santiago”. Eso le servía para explicar a los feligreses la historia[20] del célebre Santuario y darles el deseo de tener una capilla dedicada a Nuestra Señora de Loreto. De esta manera los más adinerados contribuyeron con limosnas que se utilizaron para: “traer de Lima una vistosa, y costosa colgadura, y un rico Tabernáculo, con su imagen de Loreto, semejante al Original de la Santa Casa”. Para el día del estreno, las cuatro hijas del licenciado don Fernando Talaverano, por entonces Oidor de la Audiencia, bordaron un frontal valuado en dos mil pesos. Lo confirma también la Carta Anua que escribe el P. Torres explicando que el Oidor había leído y quedado atrapado con la historia lauretana aprovechando para formar la capilla en una habitación ubicada detrás de la iglesia: “vnaposento quesecontinuaua conellayseruia deguardar madera era delapropiamedida deancho alto y largo que la denra sa de Loreto”.[21] No conforme con esto creó una congregación en el flamante convictorio dedicado al hoy santo Edmundo Campion.[22]
La primera Carta Anua conocida del Paraguay que escribe el P. Torres y firma el 17 de mayo de 1609[23], le asigna particular importancia a la advocación de la Virgen de Loreto, ya que manifiesta “algunas capillas E ymagines que en nras yglecias vamos poniendo de nra señora deloreto”.[24] Efectivamente empezaban a pulular, así en Buenos Aires al año siguiente, como en Tucumán, donde el capitán García de Miranda y Garnica, gran benefactor de la Compañía de Jesús, que había levantado una iglesia dedicada a San Ignacio en su encomienda de Acapianta y ayudó a la instalación de los jesuitas en Tucumán, mandó levantar una Capilla de Loreto en la iglesia de San Miguel de Tucumán donde fue enterrado (Lozano, 1754, II: p. 114). Así también la iglesia de los jesuitas en la ciudad de Mendoza se puso bajo la advocación de Nuestra Señora de Loreto. Más aún, la viuda Inés de León, les donó una estancia en las afueras de esta ciudad donde se levantó una capilla de Loreto (Furlong, 1949: p. 31).
Cuando el P. Torres arribó a Asunción en 1609, dictó las instrucciones para la evangelización del Guayrá a los PP. Cataldini y Mascetta, siendo explícito en indicar en su artículo 3º que: “En todas las Iglesias, que edificaren, procuren hacer Capilla de Nuestra Señora de Loreto de quarenta pies de largo, veinte de ancho, y veinte y cinco de alto, con Altar, y lo demás, como en ella está, y pondrán una Reliquia con la mejor decencia, que pudieren, y quede allí para llevar a los enfermos” (Lozano, 1754, II: p. 137).
Esta devoción también se trasmitió en la denominación misma de uno de los primeros poblados cristianos guaraní, como fue el de Nuestra Señora de Loreto del Pirapó, fundado a mediados de 1610 por los mencionados PP. Cataldino[25] y Mascetta, con parcialidades indígenas lideradas por los tuvichá o caciques Araraá, Atiguayé, los dos hermanos Aracaná, los jefes Aviñurá, Guriraporá, Tabucuy, Taubiey, Tayazuayí, Yacaré, con un total de unas cinco mil familias que en menos de dos años aportaron doce mil catecúmenos. Construyeron una iglesia adornándola y colocando en ella: “con mucha decencia una Reliquia de la Santa Casa de Loreto, que les había dado el Padre Provincial Diego de Torres” (Lozano, 1754: p. 169). Por tal motivo decidieron darle esa advocación. Pero seguramente la precaria iglesia estaba presidida por una estampa o imagen de bulto de la Virgen y quizás se la haya entregado el mismo P. Torres. Lo cierto que esa imagen fue reemplazada por una de “mazonería, hermosísima y devotísima de Nuestra Señora de Loreto, que en el navío vino de España” (Jarque, 1900, II: p. 18). El P. Jarque no da más especificaciones, pero antes de ello trata la muerte del P. Ripari (1639) y después de dar el dato que el P. Ruiz de Montoya estuvo en Buenos Aires y volvió al Paraguay con la imagen, sigue con el nombramiento del P. Cataldini como superior de las misiones (1644). Pues el navío al que se refiere debe haber sido el que condujo al procurador Francisco Díaz Taño, que llegó a Buenos Aires el 28 de noviembre de 1640 (Page, 2007: p. 44). Para esa década se restablece la normalidad en las reducciones y la Carta Anua del periodo expresa del poblado de Loreto que: “Se ha construido estos últimos años una iglesia nueva, muy grande, y según las circunstancias del lugar, muy elegante, y nuestro excelente pintor, hermano Juan de la Cruz ha provisto, como lo ha hecho en otras reducciones, el retablo mayor con una hermosa imagen”.[26] Aunque podríamos pensar que era una pintura, la Anua del periodo siguiente menciona que el soberbio templo tiene: “un primoroso altar mayor, al cual corona el trono de madera dorada que sostiene la imagen de la Virgen de Loreto, recién venida de España”. Y para que no queden dudas agrega más abajo: “al pie de la estatua de la Virgen se encuentra el muy artístico sagrario”.[27]
En cuanto a la capilla dedicada a la Virgen que se construyó en el pueblo, se lo hizo desde el principio del mismo, alejada de la iglesia y formándose luego una congregación de indios. La misma fue seguramente reconstruida en la primera mitad del siglo XVIII e investigada arqueológicamente, cuando se determinó su ubicación frente a una plaza. Los restos están sobreelevados del nivel del piso exterior y con una galería perimetral con columnas labradas, todo en piedra itacurú y arenisca, con terminaciones con adobe, además de techos de tejas y pisos de lajas, según los restos hallados. Aparentemente un incendio produjo su desmoronamiento, mientras lo que quedó fue desmontado deliberadamente (Funes, 1999, II: pp. 137-139).
Otra referencia a una capilla de Loreto la encontramos en el poblado de San Ignacio Guazú, cuando en la Carta Anua de 1650-1652 se menciona que se había: “arreglado la capilla de la Virgen de Loreto, unos 500 pasos distante del pueblo. La concurrencia a su inauguración y a la colocación de la estatua de la Virgen era tal, que por días enteros parecía que no se podía separar de allí”.[28]
Parece ser que, según escribe el P. Andrés de Rada el 6 de enero de 1667, una década después se volvió a construir otra: “A distancia de unos 300 pasos del pueblo se ha construido una capilla, a imitación de la Santa Casa de Nazaret, venerada aquí como en Loreto”.[29]
Pues ciertamente cuando el P. Torres le escribe al general en 1612, solicitándole licencia para que quedara perpetuamente la devoción de Loreto en la provincia, expresa: “no ay iglesia de Collgº residencia ni misión adonde no aya Vna capillita suya en estas tres gobernaciones y reliquia de aquella Sta casa”.[30]
La Capilla de Loreto del poblado de Santa Rosa
El único sitio donde actualmente se ha conservado una Capilla de Loreto, en la antigua provincia del Paraguay, es en el poblado de Santa Rosa de Lima, que originariamente fue una colonia desprendida de Santa María de Fe en 1698, cuando estaba a cargo de ésta el P. Fernando de Orga, acompañado del P. Antonio Sepp. Era superior de las doctrinas del Paraná el P. Leandro Salinas y fue formalmente fundada en 1706.[31] Los PP. Robles y Jiménez habían traído un contingente de cuatrocientos tobatines a Santa María y mientras el P. Jiménez fue destinado a chiquitos, los PP. Orga y Robles iniciaron la colonia, aunque pronto el primero regresó y falleció al poco tiempo.
El P. Francisco Robles (Murcia, 1658-Santa Ana, 1732), llegó a Buenos Aires en 1681 y para 1697 se encontraba en las doctrinas del Paraná[32] y en 1710 se lo menciona en Santa Rosa junto al P. Francisco Medrano (Albacete, 1653-Candelaria, 1716).[33] La noticia necrológica de su muerte, aparecida en la Carta Anua del periodo 1730-1735, expresa que en Santa Rosa: “la construcción y ornamentación de su templo y sacristía, las pinturas y esculturas que contienen, y otras muchas cosas de utilidad y adorno de este pueblo, son obras realizadas por el Padre Francisco, el cual, en propia persona concibió los planos, los explicó a los neófitos, y dirigió su ejecución”.[34] Pero no olvidemos que por esa época también se encontraba en las doctrinas del Paraná el arquitecto, pintor y escultor José Brasanelli (o Bressanelli) (Milán, 1658-Santa Ana, 1728).
De acuerdo a los dispersos censos que consultamos, en el año que más habitantes tuvo fue en 1731 cuando Santa Rosa alcanzó 6.093 pobladores.[35] A partir de entonces y por cuestiones de larga explicación, la población decreció, hasta que después de la expulsión se extinguió y volvió a renacer con el mismo nombre.
Sobre el templo sabemos que por estar imperfecto el pórtico, el provincial José de Aguirre ordenó en 1722 que: “se acabará y dará la última perfección”.[36] Por otra parte, su sucesor el P. Luis de la Roca, ordenó tres años después: “fabricar una buena torre para las campanas”[37], tarea que reclamaron otros superiores pero que quedó inconclusa. Mientras que de la capilla de Loreto no tenemos otra noticia, ni siquiera del P. Jaime Oliver que describió todas las iglesias de los poblados. Aunque sí describió la iglesia:
“sin duda la más rica y de tanto adorno, y grandeza q seria mui molesto en referir sus primores. El retablo mayor es magnífico con 19 estatuas principales, y el presbiterio con 8 grandes estatuas fixas en una acción mui natl. de alumbrar al Señor. Espejos, golpes de talla dorada, arañas de cristal: mesas doradas y jaspeadas que sirven de pedestal a varios nichos de santos q están con hermosos pabellones. Los retablos colaterales corresponden al presbiterio y toda la Iglesia es un retablo en hermosura y adorno”.[38]
El 13 de agosto de 1768, comisionado por el gobernador Bucarelli, llegó al pueblo de Santa Rosa el capitán de infantería del regimiento de Mallorca don Juan Francisco de la Riba con el fraile Francisco Pereyra y su compañero Francisco Ayala. Se hallaban dos jesuitas, el valenciano Tomás Arnau, cuya avanzada edad le produjo la muerte al llegar al Puerto de Santa María y Cosme de Cuevas que pudo volver a su tierra en Oviedo, donde falleció en 1801. Al día siguiente comenzaron el inventario de la iglesia hoy desaparecida y que según se escribió en esa oportunidad contaba con tres naves y cinco retablos dorados y estofados. En el altar mayor dedicado a Santa Rosa se encontraban –como escribió el P. Oliver- diecinueve grandes estatuas y un lienzo de Cristo crucificado. Pero además contaba con otros ornatos de gran importancia, señalados por el jesuita palmesano.
La iglesia era parte de un complejo religioso que lo integraban además dos capillas. Una dedicada a la Virgen de Loreto y otra a San Isidro, esta última, hoy desaparecida. En la primera, de 9,43 x 4,50 m., el inventario señala que contaba con un retablo dorado y estofado con varios ornatos e imágenes pequeñas, en cuyo nicho se hallaba una imagen grande de la Virgen de Loreto, vestida con manto de tisú y el Niño Jesús en sus brazos también vestido de tisú con un mondadientes de oro en su mano y ambos con coronas de plata, además de otros ornatos. La capilla contaba además con un camarín donde había un relicario de plata, bajo cuyos cristales había una Virgen de Loreto. Menciona la estatua grande de San Gabriel y de la Virgen de la Anunciación, además de la Inmaculada Concepción, colocada sobre una mesa. La otra capilla, la de San Isidro, contaba también con un retablo con su titular, acompañado de otras seis estatuas. Ambas capillas tenían dos campanas cada una, que se sumaban a las seis de la torre campanario de la iglesia.[39]
En el siglo XIX, el médico y naturalista francés Martín de Moussy recorrió el Paraguay entre 1855 y 1859, escribiendo sobre la decadencia de los poblados jesuíticos en un apartado de su extensa y conocida obra. De Santa Rosa destacó la iglesia con su torre-campanario inconcluso, ornamentos e imaginería ubicada en el coro, el altar mayor y sus siete altares laterales. Pero también describió la Capilla de Loreto, expresando: “A veinte pasos de la iglesia, hacia el este, un pequeño edificio cuadrado y todavía en excelente estado de conservación, rodea la capilla de Nuestra Señora de Loreto”. Aunque con: “Las antiguas pinturas murales, deterioradas por la humedad”. Señala además que por entonces estaba la capilla de San Isidro, aunque en ruinas, a “500 metros hacia el norte” (Rolón, 2007: p. 165), es decir detrás de la iglesia.
Unos años después, el brigadier Diego de Alvear publicó algunas referencias del poblado, sobre todo alabando su iglesia, pero no haciendo referencia a la capilla de Loreto (Alvear, 1886: pp. 76-95).
Luego que Alvear visitó el pueblo y antes de publicar su texto, se consumó un incendio en 1883 que destruyó la imponente iglesia de tres naves, con sus retablos y altar mayor, además de sus variados instrumentos musicales (Hernández, 1913, II: p. 268). Hoy solo queda la base del inconcluso campanario y la Capilla de Loreto, que por un tiempo hacía de iglesia del pequeño poblado. Mientras que en 1904 se construyó otro templo donde se colocaron en su fachada las pilastras del desaparecido y se depositó uno de los altares laterales ubicándoselo en lugar del altar mayor. Quizás ese altar era el de la Capilla de Loreto.
La silueta rectangular de la Capilla de Loreto se conservó con su galería perimetral [Fig. 3]. Sin embargo, algunos autores (Patiño Migone, 1976: p. 99) afirman que la galería es posterior, basándose en una fotografía que tomó Liber Fridman entre 1938-1946. Pero sospechamos que la realidad es otra. Pues por ejemplo vemos claramente en los muros, los huecos donde apoyarían las vigas de la galería que en aquel momento parecían haber sido removidas [Fig. 4]. Al igual que el revoque que luego se renovó, dejando a la vista en las esquinas, las columnas estructurales de madera, como se puede observar en la tradición arquitectónica jesuítico-guaraní y también en la arquitectura civil paraguaya.
Importar imagenFigura 3: La Capilla de Loreto en la actualidad
(Fotografía Fernando Allen)
A su vez no debemos descartar que en las investigaciones arqueológicas de la reducción de Loreto (Argentina), se comprobó que su capilla de Loreto tenía una explanada con galería (Funes, 1999, II: p. 137), lo cual esta última es un elemento arquitectónico muy común en Paraguay. Casualmente es casi idéntica a la representación del gótico tardío de Andrea di Litio en el fresco de la catedral de Atri (c. 1460), o como la réplica ubicada fuera del complejo del Sacro Monte en Varallo, Italia (c. 1510-1514). La de Santa Rosa posee un único ingreso con una antigua doble puerta tallada, dividida en seis compartimientos donde destacan en el centro los anagramas de Jesús de un lado y el de María en el otro, además de la representación de la pasionaria o mburucuyá, flor nacional de Paraguay. Sobre el dintel se ubica una rica talla en piedra con el anagrama de María. Tiene una única ventana en cuyo bajo dintel se inscribe “Ave Maria”, con postigos tallados y rejas de madera.
Importar imagenFigura 4: Fotografía tomada entre 1938-1946
(P. Hugo Fernández Valiente)
Varias secciones de sus pinturas murarias interiores desaparecieron y las primeras intervenciones a su favor comenzaron en 1978 bajo la dirección del restaurador chileno Abel Buvinic, pero problemas con su vista dejaron la tarea trunca. Luego de los frustrados reclamos e intentos para proseguir las obras por parte del profesor Werner Bornheim, conservador de monumentos del estado de Renania-Palatinado (en alemán: Rheinland-Pfalz), tomaron a su cargo la tarea el arquitecto y pintor asunceno Bernardo Ismachowiez y el restaurador chileno Tito González Díaz, quien también trabajó en la restauración de estatuas de San Ignacio Guazú y Santiago.
En medio de estas obras, en 1981 se pavimentó la entrada al pueblo hasta la plaza, año en que el Hermano Mateo renovó el tejado de la Capilla de Loreto y completó parte del piso imitando al original. También restauró puerta y ventana, y se pintó el exterior de blanco, para finalmente dejarlo librado al público como “Museo diocesano de Santa Rosa de Lima”.
Amén de su arquitectura mística, pues guarda proporción con la original de Loreto, solo que adaptada al clima y materiales de la región, posee una decoración soberbia manifestada en los mencionados frescos y en las esculturas que se ubican en su interior.
Pinturas murarias y esculturas
En los poblados guaraní-jesuíticos del Paraguay han sobrevivido pocas pinturas murales, aunque según la documentación de la época eran muy frecuentes. En este caso en general, están compuestas de varias representaciones que incluyen el milagro de la Santa Casa, bajo un oscuro cielorraso artesonado con múltiples estrellas doradas. El muro del naciente se compone de tres escenas rodeadas por legiones de ángeles. La de la izquierda [Fig. 5] muestra a una serie de ángeles adorando a Jesús, uno de ellos lleva una cartela en forma de cinta donde se inscribe V. C. F. (Verbum Caro Factum est[40]) y debajo otras con inscripciones “mater admirabilis” (madre admirable) “Ecce Virgo” (He aquí una Virgen) y “Mater futuri saturisaeculi” (Madre del futuro). En la parte central superior [Fig. 6] el Padre Eterno que bendice a su Hijo que desciende a la Tierra en una nubecilla luminosa. Hoy el Niño Jesús está borrado, pero se distingue claramente en las fotografías que tomó Liber Fridman en 1941, cuando halló la habitación llena de estiércol (Sustersic, 2017: p. 178). Debajo de esta representación se halla una borrada o quizás inconclusa Anunciación. En la parte derecha del mismo muro [Fig. 7] se halla una apoteótica aparición del Arcángel San Miguel y sus ángeles venciendo y precipitando a Lucifer y los demonios al abismo. Es decir que se representa el relato precedente al instante del Anuncio. Es clara la mentalidad de un pintor europeo, aunque hay varias pinceladas diferentes y sobre todo el trazado de líneas que refuerzan los contornos de las figuras (Sustersic, 2010: p. 140).
Figura 5: Serie de ángeles adorando a Jesús, uno de ellos lleva una cartera donde se inscribe V. C. F. (Verbum Caro Factum)
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(Fotografía Fernando Allen)
Figura 6: Padre Eterno bendice a su Hijo que desciende a la Tierra en una nubecilla luminosa
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(Fotografía Fernando Allen)
Figura 7: Apoteótica aparición del Arcángel San Miguel y sus ángeles venciendo y precipitando a Lucifer y los demonios al abismo
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(Fotografía Fernando Allen)
La escena de la Traslación [Figs. 8-9 y 10] se representa en toda la pared del lado mayor. La Santa Casa, aquí se la muestra en algunas ocasiones como la capilla que fue en el momento de la Traslación. Es rectangular con techos de tejas a dos aguas, con su puerta y solo a veces se le pinta el campanario. En todo su recorrido no aparece la Virgen con el Niño posada sobre ella y solo es llevada por un solo ángel. Lo cual la convierten en una representación relativamente desconectada de la tradicional iconografía lauretana europea.
Finalmente, en la parte posterior de la Casa, la última escena se encuentra muy deteriorada, aunque se puede visualizar a Jesús trabajando en la carpintería de San José ayudado por ángeles y que están tallando estrellas, las mismas que se colocaron en el techo de la Casa [Fig. 11].
Sustersic ha sostenido en varios trabajos que el conjunto es “atribuido por la tradición” a Brasanelli y sus colaboradores guaraní (Sustersic, 2017: p. 169), y nosotros, con los mismos parámetros de análisis y también sin documentación que lo certifique, relacionamos estas pinturas con las hoy tiznadas de la cúpula de la iglesia de la Compañía de Jesús en Córdoba, comparándola con singulares detalles como las representaciones de los ojos, las manos y el resalte de las figuras (Page, 2011: pp. 625-648).
Figura 8: La escena de la Traslación se representa en toda la pared del lado mayor
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(Fotografía Fernando Allen)
Figura 9: La Santa Casa, aquí con campanario, llevada por un solo ángel
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(Fotografía Fernando Allen)
Figura 10: Otra escena de la Traslación, aunque la casa sin campanario
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(Fotografía Fernando Allen)
Figura 11: Jesús trabajando en la carpintería de San José ayudado por ángeles
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(Fotografía Fernando Allen)
Las pinturas son reforzadas en el mensaje, por las imágenes talladas que producen una integración artística con el significado del edificio. Se encuentran entre las tallas, Nuestra Señora de Loreto [Fig. 12], que no es la imagen de vestir que figura en los inventarios de la expulsión. Posee un singular doble manto abierto, que no llega a cubrir el cuerpo del Niño a quien dirige su mirada y emerge de su brazo, en tanto el niño abre su brazo derecho en actitud de bendecir y el izquierdo sosteniendo posiblemente un globo terráqueo que ya no se encuentra.
La Inmaculada [Fig. 13] con su cabeza cubierta y la tradicional mirada al cielo, con brazos extendidos, receptiva al interlocutor, con gesto de alegría no solo por su rostro sino con los pliegues de su túnica. Todas también obra del artista Brasanelli[41], incluso la miguelangelesca Piedad [Fig. 14], aunque esta última –según Sustersic– correspondiente a su etapa inicial, demostrando que entre ésta y las demás esculturas hay un cambio de mentalidad en el artista y que tampoco son las inventariadas en 1768. También podríamos afirmar que claramente es otra mano, que lleva el dolor que se expresa en el barroco en ambos rostros. Pero se distingue La Anunciación [Fig. 15]que lamentablemente las capas de estuco aplicadas en 1980 sobre el pan de plata le hicieron perder no solo el modelado original sino también transparencia y luminosidad en rostros y manos.
Fue Josefina Pla la primera que le adjudicó la autoría a Brasanelli, aunque sin ninguna documentación, pero nadie que la contradiga. Su singularidad se plasma en tres representaciones: la Virgen María, el Arcángel Gabriel y la paloma del Espíritu Santo. Mundos diferentes se encuentran en este relato donde el mensajero celestial anuncia el gran suceso a una joven mujer que lo recibe en su hogar terrenal. Pero hay una clara utilización de códigos simbólicos y visuales del mundo guaraní, traducidos en la simetría y la frontalidad, además de la reiteración rítmica. De allí la repetición de pliegues y cabellos que ostenta Gabriel, como ícono sobrenatural guaraní. Por ejemplo, el paralelismo de la estola, la túnica con pliegues aplanados, alas simétricas e iguales, hacen que la escultura haya sido concebida para visualizarse frontalmente, a diferencia de las representaciones europeas que son casi siempre de perfil. María representa el contraposto de la estética guaraní del mundo sobrenatural, de allí su origen humano con ese manto ampuloso que proviene de la tradición del arte de Bernini. Pues el autor sabía concebir y llevar el mensaje artístico del mundo natural y del poder espiritual y chamánico (Sustersic, 2010: pp. 140-142).
Figura 12: Nuestra Señora de Loreto
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(Fotografía Fernando Allen)
Figura 13: Inmaculada
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(Fotografía Fernando Allen)
Figura 14: Piedad
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(Fotografía Fernando Allen)
Figura 15: La Anunciación
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(Fotografía Fernando Allen)
Conclusión: Un arte por el reconocimiento de la otredad
Las tardías historias escritas del milagroso suceso de Loreto con sus grabados fueron, al igual que las pinturas de la región del Adriático, el prefacio a la conformación de una iconografía, si se quiere experimental, hasta definirse a fines del siglo XVI. En este sentido los jesuitas tuvieron especial interés en esta devoción mariana, difundiendo y enriqueciendo su historia, y dando a conocer sus propias interpretaciones, como Torsellini (1597) y Gumppenberg (1657).
Se justifica en esto el marcado fervor del P. Diego de Torres Bollo quien, en vísperas de ser designado primer provincial del Paraguay y luego de su experiencia en el Santuario, llevó el culto a cada rincón de América y en especial a la jurisdicción paraguaya. Desde las iglesias de los colegios emplazados en ciudades españolas hasta en los poblados guaraní cristianizados se expandió de diversas maneras, como en la nomenclatura de pueblos, iglesias y cofradías, hasta en la construcción de réplicas de la Santa Casa.
Lamentablemente solo nos han llegado los restos arqueológicos de la capilla de Loreto del pueblo homónimo (Argentina) y la que se conserva intacta en el antiguo enclave de Santa Rosa (Paraguay). Se resume en ella una tipología arquitectónica que se asocia con la pintura muraría y la escultura, para obtener como resultado un testimonio artístico único en esta amplia región donde actuaron los jesuitas. Pero nada hubieran podido hacer los padres sin el talento guaraní, del que tanto se jactaba, entre otros, el P. Antonio Sepp en el exilio. Pues los mismos jesuitas europeos se nutrían de su espiritualidad ancestral y de ese “estado de creatividad profunda” como señaló Sustersic. Una sensibilidad de la que se aprovecharon al principio los bandeirantes, después los españoles y finalmente los criollos para perpetrar su genocidio.
Ha perdurado el arte, a pesar de tanta violencia, como testimonio y a la vez instrumento de intentar crear un mundo mejor. Una de las mejores experiencias sociales de la humanidad donde los jesuitas, a la vez que predicar el Evangelio, velaban por la paz, espiritualidad y sobre todo la supervivencia de los originarios americanos. Por su parte los guaraní, al reconocer al otro (jesuitas) como individuo diferente, revalorizaron su propia identidad. Sin entender ese contexto no se puede explicar el arte jesuítico-guaraní.