Dossier
Los tobas de Bolivia: resiliencia y adaptación en el Chaco Boreal
Bolivian Toba: Resilience and adaptation in Northern Chaco
Os tobas da Bolívia: resiliência e adaptação no Chaco Boreal
Revista del Museo de La Plata
Universidad Nacional de La Plata, Argentina
ISSN: 2545-6377
Periodicidad: Semestral
vol. 5, núm. 2, 2020
Recepción: 01 Enero 2020
Aprobación: 01 Mayo 2020
Publicación: 01 Diciembre 2020
Resumen: Nuestro estudio está centrado en los tobas de Bolivia. Describimos un modelo estacional de uso del ambiente empleado por cazadores-recolectores de las sabanas semiáridas del chaco boreal en el cual grupos demográficamente pequeños pescaban en los ríos y cursos de agua temporarios y plantaban en humedales, desplazándose durante otros períodos del ciclo anual entre campamentos de caza y recolección en los campos y lagunas interiores. Este modelo de apropiación de recursos, si bien adaptado y flexibilizado, mantuvo una probada resiliencia entre cazadores-recolectores históricos. Debido a la relativa escasez de información etnográfica sobre los tobas bolivianos, cuando resulta apropiado utilizamos datos etnográficos equivalentes obtenidos entre sus parientes, los tobas del Oeste de Formosa, Argentina. Presentamos estimados sobre la cantidad de población toba en el siglo XIX y otros elementos que permitirían modelizar: (a) los lugares de campamento y la movilidad estacional, (b) el tamaño de los pequeños grupos familiares, (c) los campamentos, y (d) las relaciones intergrupales. Considerando la poca información disponible en este momento sobre los cazadores-recolectores prehistóricos que habitaban el abanico del Alto Pilcomayo, las descripciones etnográficas que presentamos aquí podrían contribuir al análisis de los modos de vida en la prehistoria reciente de la región.
Palabras clave: Cazadores-recolectores, Chaco Boreal, Modelos Socioambientales, Analogías Etnográficas.
Abstract: We focus our study on the Tobas of Bolivia, describing a model of seasonal use of the environment employed by hunter-gatherers in the semiarid savannas of Northern Chaco where demographically small groups would fish in the rivers and temporary waterways and plant in wetlands, moving, during other periods of the annual cycle, between hunting and gathering camps in interior lagoons. Although adapted and changed, this broad model of resource appropriation proved to be resilient among historical hunter-gatherers. Because of the relative shortage of ethnographic information about the Bolivian Tobas, when appropriate we use equivalent ethnographic data obtained from their relatives, the Western Tobas of Formosa, Argentina. We present estimates on the Toba population in the 19th century and other elements aimed at modeling: (a) camping sites and seasonal mobility, (b) size of small family groups, (c) their camps, and (d) intergroup relationships. Considering the little information currently available about prehistoric hunter-gatherers on the fluvial fan of the Alto Pilcomayo River, ethnographic descriptions such as those included here may contribute to interpret archaeological materials from recent prehistorical periods in this region.
Keywords: Hunter-Gatherers, Northern Chaco, Socioenvironmental Modelling, Ethnographic Analogies.
Resumo: Nosso estudo está focado nos tobas da Bolívia. Descrevemos um modelo sazonal de uso do ambiente utilizado por caçadores-coletores das savanas semiáridas do chaco boreal, em que grupos demograficamente pequenos pescavam nos rios e cursos d’água temporários e plantavam em pântanos, deslocando-se durante outros períodos do ciclo anual entre acampamentos de caça e coleta nos campos e lagoas interiores. Este modelo de apropriação de recursos, embora adaptado e flexibilizado, manteve uma comprovada resiliência entre caçadores-coletores históricos. Devido à relativa escassez de informação etnográfica sobre os tobas bolivianos, quando apropriado usamos dados etnográficos equivalentes obtidos de seus parentes, os tobas do oeste de Formosa, Argentina. Apresentamos estimativas sobre a quantidade de população toba no século XIX e outros elementos que permitiriam modelar: (a) os locais de acampamento e a mobilidade sazonal, (b) o tamanho de pequenos grupos familiares, (c) os acampamentos, e (d) as relações inter-grupais. Considerando a pouca informação disponível neste momento sobre os caçadores-coletores pré-históricos que habitavam o leque do Alto Pilcomayo, as descrições etnográficas que apresentamos aqui podem contribuir à análise dos modos de vida na pré-história recente da região.
Palavras-chave: Caçadores-coletores, Chaco Boreal, Modelos socioambientais, Analogias Etnográficas.
Introducción
Las sabanas semiáridas del chaco boreal que se extienden entre el río Pilcomayo y el río Parapetí parecen haber sido ocupadas por cazadores-recolectores móviles desde fines del Holoceno. Los pocos registros arqueológicos conocidos hasta ahora indican que grupos demográficamente pequeños recorrían el área unos 5000 años atrás. Después de la formación de los Bañados de Izozog (1000 años atrás), algunos sitios fechados sugieren que en esa época los grupos móviles practicaban una economía mixta de caza-pesca-recolección y horticultura en los humedales cercanos al río y en los bañados (Alimen & Karpoff, 1967; Coltorti et al., 2010, 2012; Myers & Esquerdo, 2001; para una síntesis, ver Mendoza, 2019c). Este modelo estacional de uso del ambiente —en el cual grupos demográficamente pequeños pescaban en los ríos y cursos de agua temporarios y plantaban en humedales durante parte del ciclo anual desplazándose entre campamentos de caza y recolección en los campos y lagunas interiores en otros períodos del año— parece haber sido aún más productivo en los alrededores del Alto Pilcomayo que en la zona del Parapetí. Según observaciones de Erland Nordenskiöld (1920, p. XV), el Pilcomayo ofrecía comparativamente mayor abundancia de peces y las crecidas de este río eran más predecibles que las del Parapetí. Por eso, según Nordenskiöld, los grupos etnográficos que habitaban en los alrededores de dichos ríos empleaban distintos métodos de pesca.
Aquí proponemos el siguiente análisis: en tiempos prehistóricos (antes de la colonización española), varios grupos de cazadores-recolectores móviles que hablaban una lengua guaycurú habrían avanzado sobre el chaco boreal, desplazando —durante su avance y ocupación del territorio— a otros grupos cazadores-recolectores que habitaban la región. En el chaco boreal, los guaycurú-hablantes aumentaron demográficamente, solidificaron sus redes de parentesco (real y ficticio), establecieron nuevas alianzas (Mendoza, 2019b), y adoptaron técnicas de apropiación de recursos de probada eficacia en las sabanas semiáridas. En conjunto, este modelo se podría interpretar como un ejemplo de un grupo humano (coaligado por nexos sociales y culturales) que modificó estrategias anteriores de apropiación de recursos para adaptarse a la región semiárida del chaco boreal, manifestando resiliencia y aumentando su capacidad de supervivencia. El concepto de resiliencia es parte de una aproximación teórica utilizada por arqueólogos, antropólogos sociales y lingüistas para dilucidar procesos culturales, modalidades socioambientales y variabilidad entre cazadores-recolectores del pasado (Cote & Nightingale, 2012; Finlayson & Graeme, 2017; Hudson, 2019; Redman, 2005; Temple & Stojanowski, 2019). Guarino & Pirondo (2019, p. 43), por ejemplo, aplican el concepto de resiliencia cultural a poblaciones indígenas para estudiar aspectos culturales que sostienen la identidad colectiva y las capacidades de adaptación a los nuevos contextos sociales. En una extensión de resiliencia, autores que estudian pueblos indígenas de Norte América (Däwes & Hauke, 2017; Low, 2015; Ostler, 2019) han utilizado en inglés el concepto de survivance (combinando de alguna manera supervivencia y resiliencia) para estudiar cómo los pueblos nativos logran mantener y modificar sus culturas en el contexto actual. En este sentido, el modelo etnográfico esbozado más abajo parece haber constituido un sistema socioambiental con alta resiliencia, que mantuvo sus funciones esenciales a través del tiempo, tanto durante sus fases iniciales y como en sus reorganizaciones sucesivas y posteriores.
En este trabajo, analizamos datos etnohistóricos sobre cazadores-recolectores de la región del chaco boreal comprendida entre los paralelos 21°15’ y 23°26’ latitud sur para bosquejar un modelo de adaptación al ambiente que parece haber mantenido viabilidad durante muchos años (ver Figura 1). Este modelo socioambiental parece haber conservado su vigencia aún después de que los grupos guaycurú-hablantes iniciasen interacciones constantes, productivas y también agresivas con los pobladores bolivianos que gradualmente fueron ocupando la región. Nuestro interés se centra aquí en los grupos tobas que vivían en las llanuras bañadas por río Alto Pilcomayo.
Por documentos históricos sabemos que a mediados del siglo XVI grupos llamados “tobas” por sus vecinos ocupaban esa parte del chaco boreal (Lizárraga, 1968[c. 1605]; Maurtua, 1906, p. 89; Mujía, 1914, pp. 41-2, 527; Oropeza, 1892, p. 198). Los autores de la segunda mitad del 1500 explicaron que la modalidad estacional de apropiación de recursos de los grupos indígenas incluía la pesca en el río y la caza en los campos; algunos grupos tobas plantaban huertos en los humedales y otros no lo hacían. Durante la estación seca, cuando no encontraban agua, bebían “jugo de cardones y de yucas”. Por ejemplo, un documento de 1564 atribuido a Ruiz González Maldonado (Mujía, 1914, pp. 521-31) indica que los llanos entre el Condurillo (Parapetí) y el Paraguay tenían “tales caminos, montes y pasos malos, que parece que la naturaleza se esforzó a hacerlo muy malo en todo. Porque hay despoblados de la calidad que he dicho, gentes que no se pueden sujetar, cuáles son los cazadores”. El mismo autor indica que en la zona aledaña al Pilcomayo algunos suelos eran arenosos y otros suelos eran tan duros “que hacen morteros de él para moler algarroba [Prosopis spp.] los indios cazadores”. También explica que en los llanos cercanos al Paraguay “andan muchas naciones de gente, que se mantienen de la caza y pesquerías que tienen conocidas, las cuales pelean muchas veces, pero los que las toman se quedan con ellas aquel año por defenderse bien dentro, hasta que, convidados de los tiempos, van a comer otras comidas” (Mujía, 1914, p. 522).
Durante los dos siglos siguientes, distintos autores coloniales registraron la presencia de guerreros tobas en las fronteras tarijeñas de la colonización (Pizarro, 1917). Por ejemplo, en una Carta Annua de 1609 el jesuita Juan Diego de Torres estimó que los tobas de los campos al norte de Tarija podían reunir unos 2000 guerreros (citado por Castilhos de Araujo Cypriano, 2000, p. 81; Susnik, 1978, p. 30) lo que significaría una población de unas 10.000 personas. En 1673, Diego Martín de Armenta y Zárate comandó una expedición desde Tarija y recorrió la margen izquierda del Pilcomayo, “…después de haber luchado con los tobas, tribu que habita la banda izquierda del …Pilcomayo” (Paz, 1883, p. 13). Un documento oficial del Cabildo de Tarija indica que los tobas “que comercian y tratan con los chiriguanos de Tarairí y Caiza” atacaron la villa de Tarija en 1719. Esta nación, “la más numerosa y guerrera, ha ocupado siempre … la margen izquierda del Pilcomayo abajo en toda su extensión, desde las proximidades de Tarairí” (Cabildo de Tarija, 1721, en Pizarro, 1917, p. 35). Mapas coloniales ubican a los tobas en los Llanos de Manso, al norte del río Pilcomayo (Aguirre Achá, 1933; Minutolo de Orsi, 1986). Según la cartografía de la época, los tobas se encontraban (de oeste a este) entre el piedemonte andino habitado por los chiriguanos y chanés y los campamentos chaqueños de los mbayá-eyiguayegui cercanos al río Alto Paraguay. Una vez consolidada la independencia de Bolivia, los ganaderos fronterizos y los oficiales de los gobiernos republicanos comenzaron a prestar más atención a los campos de la llanura chaqueña para ocuparlos y poblarlos. Sin embargo, aún durante el período de creciente integración de los grupos indígenas a las misiones franciscanas y a los mercados locales (Abendroth, 1997; Langer & Hames, 1994; Paz, 1883), el modelo de organización socioambiental de los grupos tobas, modificado y flexibilizado, parece haber mantenido sus características principales.
Sin descontar otras síntesis etnográficas y lingüísticas (por ejemplo, Brinton, 1898; Campana, 1903; Koch-Grünberg, 1902), los llamados tobas bolivianos se afianzaron en el imaginario académico con la publicación de la etnografía de Rafael Karsten (1993[1923]), basada en trabajo de campo de 1912-1913 (Alvarsson, 1997). Cuando Karsten publicó el estudio sobre los tobas, es posible que la mayoría de los grupos familiares ya hubiese abandonado los territorios en la margen izquierda del Pilcomayo —excepto dos grupos que según Robert de Wavrin (1926, p. 69) permanecieron uno en los alrededores de Villamontes y otro en Macharetí. No sabemos exactamente cuándo ocurrió eso, aunque estimamos que entre 1915 y 1930 muchas familias de tobas bolivianos cruzaron el Pilcomayo y se ubicaron en la margen derecha del río, en espacios que históricamente habían frecuentado en la provincia argentina de Salta. Los tobas seguían identificándose como pueblo indígena, aunque según el historiador franciscano Calzavarini Ghinello (2009), personificaban una idea de nación (una forma específica de nacionalidad) que no se subsumía al concepto de “nacionalidad” boliviana. En relevamientos censales de 2003-2004 de la provincia de Salta realizados por Andrés Leake (2008, p. 37), unas 385 personas se identificaron como tobas (154 personas en Tartagal, 151 en Embarcación y 77 en la zona del Pilcomayo), es decir, alrededor del 2% del total de la población indígena del chaco salteño.
Históricamente, los grupos predadores llamados tobas por sus vecinos ocuparon las llanuras chaqueñas al norte del Pilcomayo antes de la colonización española, situándose al oeste de los mbayá-guaycurú y al sur de los pueblos de habla zamuco (Mendoza, 2019a). Branislava Susnik (1970) lo llama Com-liik-Toba. Susnik argumentó que “en el área del alto R. Pilcomayo, los tobas encontraron a los mataco y a los chané-arawak. … realizaban sus correrías hasta el R. Condorillo-Parapití …, por tales influencias ambientales, los Com-liik-Toba pronto iniciaron un cultivo limitado” (Susnik, 1970, p. 41).
Cuando se expandieron en el Alto Pilcomayo, estos guaycurú-hablantes ya habrían manifestado un alto grado de cooperación intra e intergrupal; es decir, demostraron una fuerte cohesión social que les permitió expandirse agresivamente a lo largo de la región. En el chaco boreal adoptaron técnicas de apropiación de recursos de probada eficacia en las sabanas semiáridas, por ejemplo, el cultivo de (a) variedades locales de maíz, (b) Rivina humilis (Phytolaccaceae) - una planta regional utilizada para pinturas corporales, (c) cucurbitáceas (Lagenaria siceraria), y (d) tabaco (Nicotiana tabacum, Solanaceae). También están documentados el uso de tubérculos acuíferos (Arenas, 2003; Arenas & Giberti, 1993) y la costumbre de hacer pozos para encontrar agua potable en una frecuencia mayor que la documentada en otras partes del Chaco. Además, adoptaron métodos de pesca con redes en tijera empleados por grupos vecinos que hablaban variantes del mataguayo.
Considerando estos elementos de apropiación del medio y otras características sociales, algunos observadores contemporáneos concluyeron que los grupos étnicos del Alto Pilcomayo tenían culturas similares. Por ejemplo, el naturalista Tadeo Haenke (1943[1794], p. 57) observó: “Andan errantes …con una estera que plantan donde viene el viento o el agua, y así forman sus aduares hasta que consumen los víveres de aquel paraje. Viven de la caza, pesca, frutas y raíces. [...] Hay entre ellos gran número de lenguas y supersticiosas costumbres. Antiguamente andaban a pie, pero se han hecho ya con caballos y son muy diestros jinetes”. Leocadio Trigo (2005[1905], p. 93) dijo que “Las tribus salvajes tienen todas, más o menos, las mismas costumbres y condiciones de vida, con insignificantes diferencias. Lo que las distingue y separa es la raza, la lengua, las señales en el rostro y las posesiones territoriales que tienen perfecta delimitación”.
El modelo de ocupación socioambiental que proponemos aquí prevaleció durante la mayor parte del siglo XIX y todavía se recordaba a fines del siglo XX (Mendoza, 2002, 2003) entre el grupo toba establecido río abajo, en el oeste de la provincia argentina de Formosa. En este trabajo, utilizamos inferencias sobre nuestro análisis de la sociedad y la cultura de los tobas del oeste de Formosa para interpretar los escasos datos etnográficos que hemos podido encontrar sobre los tobas bolivianos. En conjunto, los tobas bolivianos y los del oeste de Formosa aparecen en la literatura especializada como tobas occidentales.
Material y Métodos
El apelativo “toba” aparece temprano entre los pobladores españoles y los misioneros que se establecieron en los valles de la Cordillera de los Chiriguanos, porque así los llamaban los avá-guaraníes. De modo que los materiales que analizamos se refieren inequívocamente a los grupos tobas que habitaban la margen izquierda del Alto Pilcomayo, entre los paralelos 21°15’ y 23° 30’ Latitud Sur. Los datos etnográficos que analizamos aquí fueron extraídos principalmente de las observaciones de naturalistas y etnógrafos (Boggiani, 1897, 1899; Haenke, 1974[1798]); Karsten, 1993[1923]; Martin de Moussy, 1864, 1873; Weddell, 1851); escritos de misioneros franciscanos (Cardús, 1886; Comajuncosa, 1884; Corrado, 1861, 1884; Giannecchini, 1883, 1896, 1996[1898]; Giannelli, 1988[1863]; Pifferi, 1895); informes de oficiales del ejército boliviano (Magariños, 1844a, 1844b;1988[1844]; Paz Guillén, 1886; Trigo, 1914[1906], 2005[1905]; y otros documentos coloniales y de comienzos del período republicano de Bolivia que aparecen en colecciones editadas (Langer & Bass Werner de Ruiz, 1988; Minutolo de Orsi, 1986; Pizarro, 1917).
La información histórica publicada sobre los tobas de Bolivia durante el siglo XIX es relativamente abundante, pero se ocupa principalmente de describir ataques de los guerreros tobas a los pueblos fronterizos y a las misiones franciscanas; alianzas de guerreros tobas con guerreros de otros grupos étnicos; contraataques de las milicias bolivianas; la presencia intermitente de familias tobas en la misión San Francisco Solano y en otras misiones franciscanas de la región; etc. Resulta sorprendente que estudiando dicha cantidad considerable de documentos y publicaciones se encuentren muy pocos datos para entender la organización interna de sus grupos sociales. La voz de individuos tobas aparece muy pocas veces citada en primera persona. Por ejemplo, los historiadores Erick Langer y Zulema Bass Werner de Ruiz (1988) destacan el tratado de paz de 1884 entre los bolivianos y los tobas, noctenes, tapietes y chorotes porque es una de las pocas veces en que se escucha la voz, la opinión y las preocupaciones de los indígenas:
“El Coronel Estensoro interrogó a los Capitanes nombrados que se encontraban reunidos cual era el objeto para que lo habían hecho llamar. Contestaron todos que con el de hacer las paces, que no querían más guerra, que deseaban vivir tranquilos en sus pueblos y deseaban se borre todo recuerdo del pasado: ‘Cierren ustedes todos los caminos de la guerra como lo hemos hecho nosotros y si encontramos en alguna parte sangre, la cubriremos con tierra para que no se conserve ningún recuerdo. Nos hemos inferido grandes males de parte a parte y como ahora ya somos amigos no tenemos que hacernos cargos ni reclamos de ningún género porque si es verdad que nosotros hemos robado ganado vacuno, caballar y mular y muerto caraís y hecho cautivas algunas señoras, las que siempre hemos devuelto, ustedes nos han quitado también caballos y mulas, nos han muerto mayor número de los nuestros, nos han hecho cautivos a nuestras mujeres e hijos en número infinito, jamás nos han devuelto a nadie, así es que de lo pasado no hay para qué recordar nada”. (Langer & Bass Werner de Ruiz, 1988, pp. 252-253, doc. 668).
Ecos del mismo argumento aparecen, ese mismo año, en la relación que hizo Cecilia Oviedo de su cautiverio entre los tobas. El Capitán toba que la llevó prisionera le dijo: “Si tus parientes te quieren rescatar, que les cueste; y sientan los efectos de la guerra que nos han hecho por las muertes y cautiverio de nuestras mujeres e hijos como lo sentimos nosotros; y que si tus paisanos quieren que te devolvamos, ellos también que nos devuelvan a nuestros hijos que nos han cautivado, desde que tanto se interesan por ti…” (Oviedo, 1884, p. 6).
A partir de una lectura cuidadosa de materiales históricos obtuvimos fragmentos de información etnográfica que permiten conjeturar algunos elementos de la organización social y territorial de los grupos tobas durante el siglo XIX. Esa información incluye estimaciones de (a) el tamaño de los grupos familiares que se movilizaban juntos, (b) el número de viviendas familiares o “toldos”, (c) el tamaño de los grupos residenciales que se formaban durante la temporada de pesca, (d) la ubicación territorial de las poblaciones regionales, en relación con grupos étnicos vecinos. Los datos originales fueron tomados de autores que se distinguen por sus propias perspectivas, experiencias y motivaciones. Sin embargo, metodológicamente consideramos que las descripciones y estimaciones que proporcionan los autores (por ejemplo, sobre el tamaño de los grupos familiares que acampaban juntos) se pueden utilizar como datos etnográficos singulares y objetivos porque son producto de observaciones de primera mano realizadas por diferentes individuos en diversas circunstancias, durante sucesivas décadas. Utilizamos esa base de datos para describir rasgos que, coexistiendo con otros elementos no conocidos y no descriptos, ayudan a entender un poco mejor la organización de los grupos tobas bolivianos durante ese período.
Resultados
Los lugares de campamento y la movilidad estacional
Según observadores del siglo XIX, la vegetación y el terreno del chaco semiárido a lo largo de la zona del abanico del Pilcomayo de la que nos ocupamos en este trabajo, presentaban características uniformes (ej., Bertrés, 1901; Colocci, 1908; Thouar, 1891a; Wappaüs, 1851; Weddell, 1851; Wright, 1907; sobre el abanico fluvial del Pilcomayo ver Iriondo,1993; Iriondo et al., 2000). Por ejemplo, Minchin (1881) describe el área entre Bahía Negra y el río Parapetí como bosques bajos y dice que no hay fuentes de agua permanente; los campos al norte de Pilcomayo, en cambio, los describe como praderas abiertas con arbustos y con buen pasto, aunque con poca agua.
“Una idea de la escasez de agua puede deducirse del hecho de que en 1879 hice que se abrieran casi 50 millas de senderos a través de matorrales densos, secos y espinosos, pero no pude lograr mi objetivo de cruzar al Parapiti, ya que no se pudo encontrar agua en toda esta distancia, incluso después de una búsqueda diligente …, mientras que los taladros a una profundidad de 26 pies no tuvieron éxito; los indios, sin embargo, son evidentemente capaces de sostenerse durante largos períodos con el agua que se encuentra entre las hojas … del cactus, o con lo que pueden exprimir de las grandes y pulposas papas de agua, recursos que yo mismo he encontrado a menudo útiles” (Minchin, 1881, p. 410, mi traducción del inglés).
Durante una expedición realizada entre 1906 y 1907, en su mayor parte sobre la margen derecha del río, el naturalista Emilio Budin observó lo siguiente:
“La selva chaqueña es una selva muy uniforme entre el paralelo 24 y el 21 presentando siempre el mismo tipo de bosques compuestos de islotes de bosques más bien bajos y muy enmarañados, cortados por grandes campos cubiertos de gramíneas como el simbol, pasto crespo, pasto clavel, que son las gramíneas que reinan y abundan más. El terreno es muy seco y arcilloso de mucha fertilidad en las partes bajas donde se inunda en la estación de las lluvias y se conserva y prima el agua mucho tiempo a causa de su suelo duro y poco permeable. El chaco para criadero de ganado es lo mejor que se puede desear, al juzgar por las haciendas vistas a mi paso. El agua está a muy poca profundidad (entre los 20 y los siete metros). En partes es algo salada y amarga, pero en otros es bastante potable” (Barquez, 1997, p. 59).
Aún hoy los bosques secos del sur de Bolivia se consideran entre los más grandes y mejor conservados del mundo (Ortuño et al., 2011, p. 65). Han sido descriptos como bosques secos bajos deciduos con suculentas columnares; tienen vegetación diferenciada según la cantidad de humedad. Por ejemplo, algarrobales con Prosopis nigra y Bulnesia sarmentoi se encuentran en la capa freática alta y los bosques de Copernicia alba se encuentran en terrenos estacionalmente inundados (Ibisch et al., 2003, p. 68).
Por su parte, los tobas y otros cazadores-recolectores de la región distinguen tres grandes tipos de ambientes: los montes, los campos y los bañados (Mendoza, 2002; Scarpa & Arenas, 2004). En cada ambiente, los grupos familiares realizaban actividades específicas de caza, pesca, recolección y horticultura. Los montes se describen como ambientes terrestres cerrados por oposición a los ambientes abiertos de los campos. Los campos son lugares con alta visibilidad y accesibilidad (sabanas, estepas halófitas y palmares y cardonales). Los bañados son ambientes acuáticos, lugares con alta visibilidad, pero con menor accesibilidad. Cuando acampaban en un campo, los tobas y otros cazadores-recolectores vecinos, preferían situar sus viviendas aledañas a un monte para escapar rápidamente en caso de un ataque (Arenas, 2003; Mendoza, 2002). La disponibilidad de agua potable era crucial para la ocupación humana en el área del Alto Pilcomayo de la que nos estamos ocupando. Durante el siglo XIX y probablemente desde muy antiguo, el río proporcionó el eje para la mayoría de los recorridos habituales de cazadores-recolectores.
En 1883, Daniel Campos (1888, p. 246) observó lo siguiente: “Precisamente cuando nuestra expedición recorría por las orillas, ya oriental u occidental del Pilcomayo, todas las tribus del Chaco se hallaban concentradas en el rio. No habiendo frutos en los bosques los meses de setiembre, octubre y noviembre, en que pisaban esas soledades, los indios todos acuden a la pesca que les da su único alimento”.
Veinte años antes, Víctor Martin De Moussy (1864, p. 329) había observado que numerosas tribus que tenían sus tolderías en las riberas del Alto Pilcomayo se alimentaban de los peces que pescaban en sus aguas, de los animales de caza que se acercaban a beber y también de los cultivos que plantaban en los terrenos fértiles que, de tanto en tanto, quedaban al descubierto después de los desbordes del río. Los tobas de las llanuras bolivianas, observó D’Orbigny (1835), se acercaban en invierno a las zonas ribereñas de Pilcomayo para pescar y se adentraban en los campos a fines de la primavera, antes de la temporada de lluvias, cuando las frutas de algarroba (Prosopis spp.) empezaban a madurar. André Bresson (1886, p. 422), quien visitó la región en la década de 1880, dijo que los campamentos de los tobas estaban situados a ambos lados del Alto Pilcomayo, en aproximadamente una distancia de 2 km el uno del otro. Leocadio Trigo (2005[1905]) observó que las poblaciones cambiaban de lugar según las estaciones, situándose en la orilla del río o en los campos interiores, cerca de las lagunas. La estación seca del invierno (de junio a fin de agosto) era la temporada preferida para organizar raides y para reunirse para jugar juegos competitivos de hockey (Chervin, 1908, p. 139). En el verano (de enero a marzo), los hombres se reunían para jugar un juego de azar parecido al que jugaban los chiriguanos, llamado chucariti (Thouar, 1891b, p. 66).
El tamaño de los pequeños grupos familiares
Muy poco sabemos sobre la organización interna de los grupos tobas bolivianos en el siglo XIX. Chervin (1908, p. 129, siguiendo a Thouar, 1891b) dijo que vivían en grupos liderados por un capitán, que tenían gran respeto por los ancianos y un profundo sentimiento de familia. Karsten (1993[1923], p. 24) dijo que los jefes de llamaban alyanek. Adoptando una nomenclatura antropológica, en trabajos anteriores hemos denominado “bandas” a esos pequeños grupos de familias vinculadas por nacimiento, matrimonio y/o residencia que se movilizaban juntas a través de distintos ambientes, siguiendo recorridos habituales durante el ciclo anual (Mendoza, 2003). Algunos autores contemporáneos denominaron “parcialidad” a estos pequeños grupos familiares —una “parzialita como dicen aquí”, comentó Giovanni Pelleschi (1886, p. 10) refiriéndose a un grupo de familias tobas. El traductor al inglés de la obra de Pelleschi explica parcialidad como facción, clique, coterie o pandilla y banda. Más adelante presentamos una discusión sobre este concepto. Las bandas tobas consideraban como propios los lugares de campamento que ocupaban en las áreas que recorrían habitualmente; sin embargo, cuando se acercaban al río en invierno, ubicaban sus campamentos en lugares especialmente productivos para la pesca, generalmente ocupados por una banda ribereña (es decir, una banda que desde tiempo atrás había afirmado la posesión de un sector de río que resultaba singularmente productivo para la pesca).
Si asignamos certeza histórica al documento de 1564 citado más arriba, atribuido a Ruiz González Maldonado(Mujía, 1914, pp. 521-531), los cazadores-recolectores que vivían en los llanos cercanos al Paraguay todavía no habían logrado definir territorios defendibles y defendidos en las riberas del río Pilcomayo, ya que según los observadores españoles, los grupos que se adueñaban de “pesquerías” productivas, “… se quedan con ellas aquel año por defenderse bien dentro, hasta que, convidados de los tiempos, van a comer otras comidas” (Mujía, 1914, p. 522). Es decir, a mediados de siglo XVI, los grupos tenían que enfrentarse continuamente para acceder a esos lugares de pesca.
En el siglo XIX, entre los tobas del Alto Pilcomayo, los “dueños” de los lugares de pesca más productivos daban “permiso” a otros grupos familiares que consideraban aliados para acampar allí. De esa manera, los pequeños grupos de familias se dedicaban a la pesca colectiva y al procesamiento del pescado. Como dijo Julian Steward (1949, p. 685), las bandas tobas eran “bandas que poseían territorio”.
Por otra parte, Luis Oliva, un criollo que vivía entre los grupos del Alto Pilcomayo, le dijo a José Paz Guillén (1886, p. 33) que el matrimonio estaba prohibido entre parientes, “especialmente siendo próximos”. De modo que, a semejanza de lo que ocurría entre los tobas del oeste de Formosa, los pequeños grupos familiares que se movilizaban juntos eran exógamos.
Observadores contemporáneos indicaron que los campamentos tobas estaban habitados por 20 a 70 personas, no más de 100 personas (Giannecchini, 1896, pp. 279-283; Marcelleti [1877] en Combès, 2017, p. 164; Trigo (2005[1905], p. 94; Wavrin, 1926, p. 37; Weddell, 1851, p. 304). Por ejemplo, Trigo (2005[1905], p. 94) dijo que las rancherías estaban formadas por “cinco, diez o más ranchos, donde viven los indios en la comunidad más íntima, bajo la protectora autoridad de un capitán”.
En el mes de julio de 1846, Hugues Algernon Weddell (1851, p. 304) visitó el territorio de un grupo toba que habitaba cerca del valle de Tarairí. En menos de una hora, Weddell recorrió a caballo varios campamentos de pesca cerca de Angostura y observó varios (más de cuatro) de estos campamentos, estimando que a lo sumo estaban compuestos de ocho a diez viviendas (rara vez más que esa cantidad). Para calcular el número total de personas que habría formado este pequeño grupo de bandas que acampaban juntas en invierno, adoptamos un estimado de cinco personas por vivienda, publicado por Enrique Palavecino (1935, p. 375). Esta cifra fue la única equivalencia que pudimos encontrar hasta el momento para estimar el promedio de personas por vivienda entre los grupos del chaco— habría que revisarla si encontrásemos un estimado más preciso para los grupos tobas del Alto Pilcomayo. Utilizando el estimado promedio de 5 personas por vivienda, la observación de Weddell podría indicar por lo menos entre 40 y 50 personas por campamento de pesca invernal. Si consideramos que visitó más de cuatro campamentos junto a la margen del río, podría tratarse de un agrupamiento de grupos familiares aliados de 250 a 300 personas o más.
Los campamentos
Después de ausencias más o menos largas, dijo Chervin (1908, p. 107), durante las cuales cambiaban de lugar para evitar las inundaciones del río o para buscar nuevos lugares de caza y pesca, los grupos familiares regresaban a construir sus ranchos en una especie de centro que consideraban como propio. Esta simple descripción alude a los movimientos estacionales de las bandas, cuyos miembros se identificaban con un nombre particular. Precisamente, en el pasado algunos nombres de las bandas tobas hacían referencia al lugar principal que los miembros identificaban como propio (Mendoza, 2002; Wright & Braunstein, 1990). Ninguno de los autores que consultamos menciona los nombres de las bandas de los tobas bolivianos. Solo contamos con referencias acerca de nombres de los líderes o capitanes, y sobre los nombres y ubicación aproximada de algunos lugares de campamento (Mendoza, 2019c). Ocasionalmente se menciona al pequeño grupo con relación al líder como, por ejemplo, “los de Cusarai”.
Las relaciones entre los grupos familiares
Los miembros de distintas bandas se visitaban con frecuencia, se casaban entre sí y demostraban una fuerte solidaridad grupal, lo que Karsten (1993[1923], p. 41) describió como “fuertes instintos sociales”. Trigo (2005[1905], p. 93) dijo: “La comuna es perfecta y absoluta, es el superior precepto social”. Los pequeños grupos familiares territorialmente más cercanos mantenían entre sí un alto grado de conexión, formando lo que, a falta de un término más preciso, denominamos “grupos regionales”, en el sentido de vecinos en una misma área o “distrito” —como a veces aparece en las publicaciones de la época.
Las bandas que acampaban en proximidad se consideraban entre sí “unas más amigas que otras”, aunque todas mantenían conexiones que conformaban y le daban sentido e identidad al grupo etnolingüístico o tribal. Una manera de mantener los vínculos y la comunicación intergrupal era reconocer o acatar la autoridad atribuida a las decisiones consensuadas tomadas por adultos con prestigio, miembros de distintas bandas, lo que Karsten (1993[1923], p. 25) llamó eakachi o consejo de ancianos. Métraux (1980[1937], p. 41) utiliza la transcripción yakaikacigi para referirse al consejo de ancianos entre los tobas del oeste de Formosa. Además de deliberar sobre asuntos de agresión o alianza y sugerir un líder cuando se planeaba un ataque importante, los adultos prestigiosos que periódicamente se reunían para generar consenso, dijo Karsten (1993[1923], p. 25), también funcionaban como “jueces o árbitros en reyertas y luchas” entre individuos.
Los vínculos sociales que conectaban a los miembros del grupo etnolingüístico se extendían, por supuesto, a individuos aliados de grupos étnicos vecinos. “En el Chaco hay una comunicación frecuente no solo entre las diferentes aldeas de la misma tribu sino también entre las diferentes tribus que mantienen amigables vínculos unas con otras”, observó Karsten (1993[1923], p. 45).
Aunque solicitaban consejo y asistencia de otros grupos para llevar a cabo sus raides más atrevidos, los miembros de los pequeños grupos y sus líderes eran autónomos y tomaban sus propias decisiones sobre movimientos estacionales (Karsten 1993[1923]). “Cuando quieren hacer algún asalto, dijo José Cardús (1886, p. 260), los capitanes se citan entre sí, y en sus entrevistas deliberan sobre la conveniencia y probabilidad de su intento. Una vez resueltos a ponerlo por obra, no hacen más que montar a caballo para reunirse en el lugar y día convenidos.” Los ataques sorpresa podían involucrar a miembros de un solo campamento o ranchería, o miembros de varios campamentos, incluidos miembros de grupos étnicos aliados. Por ejemplo, el ataque que resultó en el cautiverio de Cecilia Oviedo (1884) estuvo integrado por guerreros que después de repartirse el botín, partieron en distintas direcciones; de lo que deducimos que se trataba de guerreros de distintas bandas. Los ataques se realizaban principalmente contra grupos que hablaban otros idiomas, pero también se registraron casos de conflicto intragrupal entre los tobas de Bolivia.
Precisamente las instancias de agresiones entre bandas tobas, documentadas principalmente por los misioneros franciscanos —que no se registraban en la memoria de los tobas del oeste de Formosa en el momento en que realizamos nuestro trabajo de campo— nos llevaron a profundizar en la búsqueda de información sobre el tema. En varias oportunidades, los atacantes fueron guerreros tobas que provenían de río abajo y los sujetos de la agresión fueron bandas localizadas en el área de Angostura, dónde en 1860 se estableció la Misión San Francisco Solano y en 1905 se fundó Villamontes.
A continuación, transcribimos in extenso un suceso documentado por el franciscano Alejandro Corrado unos meses antes de la fundación de la Misión San Francisco Solano.
“El día 27 de noviembre [1859] se hallaban ocho taraireños a orillas del río Pilcomayo, ocupados en sus pescas. Un grande número de tobas se presentó es este tiempo, dando a los primeros muestras de amistad y benevolencia, nuestros chiriguanos no pudieron consiguientemente recelar de engaño alguno; pero bien pronto se vieron precisados a huir pues aquellos, tan luego como los repararon descuidados, se arrojaron precipitadamente sobre ellos, matando a dos; por manera que los seis restantes apenas tuvieron tiempo para defenderse y escapar zambulléndose en el agua, resultando además dos de ellos heridos” (Corrado, 1861, pp. 9-10).
Al recibir el testimonio de los chiriguanos que regresaron a la Misión de Tarairí, Corrado se pregunta si los agresores habrían sido tobas del río abajo que no habían participado del acuerdo de paz realizado en Tarairí poco antes, el 31 de octubre de 1859. “Los taraireños que se habían salvado declaraban que habían sido tobas desconocidos sus agresores, …uno de los heridos porfiaba haber visto a Chiririi y Sucuma y a otros de los últimos aliados” (Corrado, 1861, p. 10). Para descubrir la verdad, Corrado le pide a unos chiriguanos de Tarairí que visiten “los ranchos de Chiririi”, es decir, el campamento principal de las familias que lideraba Chiririi, situado en la margen derecha del río. El misionero franciscano razonaba que, si encontraban la ranchería desocupada —por la costumbre de huir para evitar una represalia— eso indicaría que Chiririi y sus compañeros habrían participado en el ataque. Así lo hicieron y cuando los chiriguanos se estaban acercando a la ranchería de Chiririi, llegando desde la margen opuesta del río, su esposa Machinita y otras personas los vieron y se lanzaron al agua para ir a su encuentro. “Entrando en conversación, dijo Corrado (1861, p. 10), declararon que ni siquiera habían sabido del hecho y a la verdad, los alevosos habían tomado y seguido un camino apartado, como lo hacían ver los rastros”.
En el tratado de paz realizado en 1859 entre el jefe político del distrito de Salinas, Francisco Carmona y los caciques tobas, se estipulaba que los tobas debían “hacer sus tolderías y moradas de sus familias en el preciso espacio que da el Pilcomayo desde el desemboque del camino del Aguarai hasta la Angostura del río y nunca más abajo … [de no hacerlo así] … los tratarán los cristianos como enemigos y no podrán quejarse por ninguna violencia que se les haga encontrándolos por abajo del límite señalado” (Langer & Bass Werner de Ruiz, 1988, p. 225). Esta estipulación indicaba, a nuestro modo de ver, que los criollos que poblaban el valle de Salinas sabían que había otras rancherías tobas río abajo y estaban intentando aislar a aquellas familias que habían expresado un mayor deseo de paz. Así, esperaban de alguna manera poder controlar la capacidad ofensiva de los guerreros.
Posiblemente aludiendo a esta división entre grupos regionales, en un trabajo citado anteriormente Susnik argumentó que “… en el siglo 19, muchos grupos [Com-liik-Toba] llegaron a chiriguanizarse cultural y lingüísticamente, teniendo su centro en la Misión de Macharetí. Otros grupos toba mantuvieron su individualidad siendo su centro en Villa Montes” (Susnik, 1970, p. 41).
A través del análisis de los documentos, hemos identificado al menos dos grupos regionales entre los tobas bolivianos (Carpio & Mendoza, 2018): (a) un grupo norteño con campamentos en ambas riberas del Alto Pilcomayo que habitualmente recorría el valle de Tarairí y alcanzaba el río Parapetí, aunque con mayor densidad demográfica en la zona dónde luego se construyó la Misión San Francisco Solano, colindante hacia el oeste con la Cordillera de los Chiriguanos, al este con los territorios de los noctenes (weenhayek) y chorotes, y al noreste con los tapietes, estas bandas tobas habrían tenido mayor familiaridad con los chiriguanos de Huacaya y Macharetí, y (b) un grupo sureño con campamentos en ambas riberas del Alto Pilcomayo, colindante hacia el oeste con los territorios weenhayek, hacia el este con chorotes, nivaclés y guisnais, y hacia el norte con tapietes, con su mayor densidad demográfica alrededor de Teyú y Cabayurepotí (Mendoza, 2019c). Sin embargo, es posible que —antes de la expansión de los criollos bolivianos sobre el territorio toba y de la consecuente disminución demográfica de sus habitantes a causa de repetidos episodios de violencia y varias epidemias de viruela— se hubiesen podido identificar otros grupos regionales. Por ejemplo, las bandas aliadas que acampaban alrededor de Teyú, un lugar que algunos criollos denominaban, según Campos (1888, p. 430), como “la capital de los tobas”, se podrían haber identificado como ocupando un lugar central, mientras que las bandas que se movían alrededor de Cabayurepotí hubiesen podido caracterizarse como las más sureñas entre los tobas bolivianos. Dijo Campos,
“Teyú y Cabayorepotí son zonas de territorios que se extienden en ambas orillas del rio ocupadas por tobas, que son esencialmente nómades. Los tobas, según las estaciones y probabilidades de pesca y frutos silvestres en los meses que no son de lluvia avanzan por el Sud hasta el confín de Cabayorepotí donde están los Chorotes y en los meses en que hay crecientes se van por el Norte hasta las cercanías de San Francisco. Donde instalan su mansión precaria, apenas se proporcionan una pequeña sombra con una rama de árbol doblada y cubierta con paja; y si piensan permanecer uno o dos meses, enarcando palos perpendiculares el uno del otro, cubren este espacio con paja o mirtos, y tienen construida su habitación” (Campos, 1888, p. 430).
Es posible que otros pequeños grupos de familias coaligadas hubiesen preferido movilizarse tierra adentro, aunque no encontramos datos en los textos consultados para sustentar esta idea. La única referencia que encontramos a un grupo familiar que tenía su campamento campo adentro se encuentra en un texto del franciscano Doroteo Giannecchini (1883, p. 69), cuando explica que, “en 1871 acosados por los tobas alzados de la misión San Francisco Solano nosotros mandamos una expedición que tomando al Este, torció enseguida al Norte, atacando a los enemigos en el punto de Supuati…”
Proponemos el presente modelo de ocupación del territorio toba boliviano por analogía con la manera como los tobas del oeste de Formosa explicaron la localización de sus antiguas bandas. Entre los pequeños grupos familiares que ocupaban la extensión de su territorio, tratando de recordar a los existentes a comienzos del siglo XX, estos tobas identificaron doce grupos familiares con nombres propios, ubicados aproximadamente entre los paralelos de 23° 20’ y 23° 30’ latitud sur. Estos pequeños grupos se encontraban dispersos en el territorio, aunque agrupados en lo que los tobas describieron como río arriba (llamados “arribeños”), río abajo (llamados “abajeños”) o en la parte central (el lugar dónde años después se instaló la Misión Anglicana de Sombrero Negro). Otros pequeños grupos de familias emparentadas que preferían movilizarse tierra adentro fueron caracterizados como “montaraces” —a diferencia de los “ribereños”—. Cuando las familias que andaban campo adentro se acercaban al río para pescar, se ubicaban en la parte central del territorio (Mendoza, 2003).
El territorio de los grupos tobas de Bolivia, al igual que el de los tobas del oeste de Formosa y de otros cazadores-recolectores de la región, estaba separado de los grupos étnicos vecinos por zonas deshabitadas o buffer zones. Por ejemplo, Trigo (1914[1906], p. 392) describió la zona deshabitada que separaba a los tobas de los nivaclés en la margen izquierda del Pilcomayo y también explicó que los nivaclés dejaban “una zona intermedia desierta” que los separaba de un grupo guisnai vecino. “Después de este último pueblo de los matacos, hay una zona desierta y aisladora que respetan ambas tribus, y sobre la que solo excepcionalmente y con grandes precauciones avanzan para pescar y cazar. Cuando se sorprenden mutuamente entre tobas y matacos se producen ligeras refriegas, que concluyen con la rápida fuga de ambos beligerantes hacia sus respectivas poblaciones” (Trigo 1914 [1906], p. 402).
Los grupos tobas bolivianos se vinculaban frecuentemente con bandas weenhayek, tapietes y chorotes, y mantenían alianzas ofensivas-defensivas con aldeas chané del río Itiyuro y con chiriguanos (avá-guaraníes), sobre todos los que habitaban en el Valle de Tarairí, Macharetí y Huacaya. También se relacionaban asiduamente con los grupos tobas del oeste de la provincia argentina de Formosa —quienes, a su vez, se vinculaban más frecuentemente con wichís guisnais y lhuku’tas, nivaclés y pilagás—.
Estimados sobre la cantidad de población toba
En 1828, Alcide D’Orbigny (1835, p. 299) dedujo que la población de los tobas bolivianos que vivían en las riberas del Alto Pilcomayo era probablemente muy numerosa porque a veces llegaban a intimidar a los chiriguanos del sur del piedemonte andino, los cuales se contaban en miles. Basado en ese razonamiento, D’Orbigny (1839, p. 94) sugirió que la población toba cercana a la cordillera podría sumar cerca de 6000 personas. Después de 1860, el franciscano Cardús (1886, p. 265) calculó que la población toba consistía en unas 3000 a 4000 personas. A fines de los años 1890, el franciscano Sebastián Pifferi (1895, p. 24) estimó que dicha población no habría excedido las 4000 personas. En 1912, Karsten (1993 [1923]) calculó que la población de los tobas de Bolivia sumaba unas 1500 personas. Si se considerase acertada la aproximación de 10.000 personas estimada a partir del informe del jesuita Juan Diego de Torres en 1609, los cálculos del siglo XIX indican una reducción demográfica considerable.
Para estimar el número de tobas bolivianos a mediados del siglo XIX, listamos los nombres de los capitanes o caciques que aparecen en el acuerdo de paz de 1859 (Langer & Bass Werner de Ruiz, 1988) y los nombres de los caciques mencionados por misioneros franciscanos (Corrado, 1861, 1884; Giannelli, 1988[1863], pp. 290-302), con el propósito de extrapolar una estimación de la cantidad de bandas existentes durante ese período. Este cálculo estuvo basado en dos presupuestos: (a) cada cacique era el jefe de un grupo de familias extensas que residían juntas, y (b) que los caciques nombrados entre 1859 y 1863 eran contemporáneos. Este listado produjo 50 nombres de caciques que supuestamente lideraban 50 bandas. Calculando un promedio de 50 personas por banda, resultó que hacia 1860 la población de tobas bolivianos podría haber sumado unas 2500 personas.
En 1906, Trigo (1914) calculó que la parcialidad toba que vivía más abajo, entre el paralelo 23° 17’ y 23° 26’ latitud sur, sumaría unas 1500 personas —este número aumenta a 2000 en otras ediciones del mismo informe—. Estos son los tobas del oeste de la provincia argentina de Formosa. Corrado (1884, p. 397, nota 2), utilizando la denominación empleada por los tobas de la Misión San Francisco Solano, los nombró “los habitantes del gran rio” y agregó, “nuestros tobas [los] reconocen por parientes … mantienen entre sí amistosas comunicaciones, se visitan a menudo, y se casan frecuentemente los de una facción con los de la otra”.
Discusión
En tiempos históricos, el sector del abanico del río Pilcomayo que es el foco de este estudio estuvo densamente poblado por grupos cazadores-recolectores. Nos referimos, por ejemplo, a los weenhayek, guisnai, chorote, nivaclé y tapiete. Para interpretar sus formas de vida en el pasado, destacamos aquí descripciones de los microambientes, del tamaño de los grupos y de sus patrones de movilidad. Lejos del río y los bañados, en las sabanas semiáridas predominan aún hoy plantas xerofíticas que reciben menos de 500 mm de lluvia por año. Por lo tanto, la variación anual en la disponibilidad de plantas habría sido más importante para la subsistencia de los cazadores-recolectores que la variación en los recursos de caza y pesca. La presencia dispersa y poco predecible de recursos ambientales hizo necesario que los lugares utilizados por los diferentes grupos familiares móviles no solo alternaran de una estación a otra, sino que también sus recorridos se superpusieran. Si bien cada grupo reclamaba derechos exclusivos sobre algunas áreas, no enajenaba su uso por parte de otros grupos coaligados.
Así, las estrategias de apropiación del ambiente de los cazadores-recolectores en las sabanas semiáridas entrecruzadas por los cursos de agua del abanico de Pilcomayo serían comparables a las estrategias desarrolladas por cazadores-recolectores que vivían en latitudes similares en otros lugares del mundo, como por ejemplo en el Desierto del Norte de Australia Central (Bird & Bliege Bird, 2005, p. 84). Comparativamente, sus estrategias de apropiación del ambiente se podrían caracterizar por (a) una baja densidad de población, (b) movilidad residencial, (c) una tecnología de conveniencia que respondía a las variaciones estacionales, (d) actividades de caza y recolección diferenciadas por género, (e) intercambio generalizado de alimentos, y (f) organización social flexible, con frecuente fisión y fusión de grupos familiares.
Los grupos tobas parecen haber sido demográficamente pequeños (un promedio de 50 personas por banda). Esta fue una característica seguramente relacionada con las condiciones socioambientales (Widlok, 2015). Los pequeños grupos tobas que se movilizaban juntos estaban compuestos por individuos emparentados por vínculos consanguíneos y de afinidad, y/o por coresidencia y amistad. Esas personas acampaban juntas en un determinado tiempo y lugar; además mantenían activas redes de interacción con otros individuos tobas y no-tobas de quienes los separaban distancias (espaciales y consanguíneas) variables. En este sentido, las bandas de cazadores-recolectores de distintos lugares del mundo han formado parte de unidades sociales mayores, participando en redes de interacción mucho más extensas que aquellas que vinculaban entre sí a los individuos (Bird et al., 2019; Dyble et al., 2016; Migliano et al., 2017; Vezub, 2015).
Entre las estrategias socioambientales más efectivas de la región figuran: (a) ocupación temporal de lagunas estacionales y campamentos no inundables durante la temporada de verano, (b) campamentos de pesca a lo largo del río y canales secundarios durante la temporada de invierno, y (c) la movilidad estacional siguiendo la fluctuación en disponibilidad de alimentos. Numerosos elementos socioculturales compartidos entre los grupos del Alto Pilcomayo, tales como los intercambios matrimoniales, técnicas de pesca, instrumentos musicales, estilos decorativos, juegos de azar y de destreza, temas de narraciones orales y características lingüísticas (Carpio & Mendoza, 2018), en conjunto evidencian contactos regionales que probablemente se remontan a siglos anteriores.
De modo que, entre los tobas, cada pequeño grupo estaba formado por un número variable de familias extendidas, multigeneracionales, lideradas por un capitán que era primus inter pares. Se movilizaban a través de áreas que reconocían como propias durante el ciclo anual, recorriendo rutas que se superponían en todas direcciones con los recorridos habituales de otros grupos vecinos. Si bien cada pequeño grupo sabía dónde acampaban sus vecinos, y en general mantenía distancias entre los campamentos, las normas tradicionales permitían el uso recíproco de recursos. El jesuita José Jolís (1972[1789], pp. 301-302) describió una situación semejante entre los guaycurúes del chaco boreal: “Cada cacique de la nación tiene su distrito determinado; pero éste no se halla vigilado con tanto rigor entre los connacionales, que no sea lícito pasar alguna vez los límites y entrar en otro distrito para cazar y pescar, libertad que no se les concede a otras naciones limítrofes”.
Sabemos que los cazadores-recolectores tobas bolivianos recorrían las sabanas del Chaco boreal divididos en grupos familiares, pero desconocemos cómo esos grupos de familias se denominaban a sí mismos o cómo mantenían su identidad (aunque deben haber sido exógamos). Razonando por analogía con sus parientes de más abajo del río, posiblemente hayan mantenido un parentesco bilateral y residencia uxorilocal. Entre los vecinos weenhayek, por ejemplo, Jan-Åke Alvarsson (1988, pp. 60-80) identificó grupos wikyi’ que se identificaban con un nombre, reconocían un líder o niyat y consideraban como propios territorios que se superponían unos a otros. Alvarsson dijo que estos grupos wikyi’ se podrían considerar como bandas en el sentido antropológico y argumentó que los weenhayek se veían a sí mismos como una confederación formada por un número indeterminado de grupos wikyi’ autónomos mutuamente relacionados, con un origen común, aunque vago y distante (Alvarsson 1988, p. 63). Aquí y en trabajos anteriores, utilizamos un criterio interpretativo semejante (Mendoza, 2019b).
De modo que, en el período del que nos ocupamos, los grupos familiares tobas practicaban diferentes estrategias para manejar la ocurrencia impredecible de localidades productivas para recolección de frutos, lugares de pesca y zonas de caza. Durante parte del invierno (finales de mayo-junio-julio), se reunían para pescar colectivamente a orillas del río. La abundancia de peces fue un recurso altamente predecible que hizo posibles agregaciones sociales de 300 o más personas. Lo cual representa un número considerable de personas, aunque menor de la cantidad de bandas que habrían llegado a reunirse entre los tobas del Chaco central y austral durante el siglo XVIII (Pensa, 2017). Durante la temporada de escases a fines del invierno hasta principios de la primavera, algunas familias permanecían en la orilla del río, implementando una estrategia que combinaba la caza y la siembra en las tierras bajas; consumían pescado ahumado almacenado en trojas, harina de pescado, grasa de pescado y frutos secos, y practicaban movilidad logística. Dependiendo del tamaño de los grupos familiares, los alimentos secos podían durar varios meses. Durante la temporada de escases, también llamada "la época del hambre", otros grupos familiares se dirigían al interior, practicando principalmente movilidad residencial sobre espacios más extensos. Durante la época del hambre, los tobas intercambiaban entre sí alimentos secos y bienes de valor no-alimenticio, incluso ofrecían su fuerza de trabajo en aldeas avá-guaraní. También intercambiaban con otros grupos étnicos vecinos, y a veces con los ganaderos fronterizos que comenzaban a penetrar en sus territorios. El invierno era la temporada preferida para organizar ataques sorpresa para obtener botín. A fines de la primavera y principios del verano, las familias que encontraban abundantes árboles frutales llamaban a sus parientes y vecinos para recolectar el producto. Además, se unían a otros grupos familiares para capturar una ocurrencia inesperada de peces en lagunas estacionales, para cazar colonias de ocultos o cosechar el producto de alguna huerta. Se esperaba que las familias convocadas para aprovechar los recursos alimenticios a su vez correspondieran cuando tuviesen una oportunidad. Durante la temporada lluviosa (de diciembre a marzo), cuando abundaba el alimento, los grupos se reunían para festejar. Durante las fiestas, intercambiaban información, encontraban parejas matrimoniales, celebraban la iniciación de guerreros jóvenes y la pubertad femenina, lo que fortalecía la solidaridad grupal.
Conclusiones
Durante todo el siglo XIX, los tobas bolivianos afirmaron y defendieron sus derechos a explotar ciertas áreas de su territorio. Históricamente, el valor estimado de la densidad de recursos y su grado de previsibilidad habrían sido suficientes para justificar la defensa territorial. Sin embargo, el avance de los ganaderos y colonos bolivianos, argentinos y paraguayos fue despojando a las bandas de sus microambientes de caza y recolección. Los grupos familiares disminuyeron gradualmente sus movimientos porque mantener los patrones de movilidad anteriores comenzaba a resultar demasiado costoso —es decir, relativamente improductivo, problemático o peligroso—. En esta situación, los grupos hacían respetar las zonas deshabitadas que separaban su territorio del de etnias vecinas. El riesgo y el costo de defender su antiguo territorio comenzaron a exceder el riesgo y costo de explotar áreas más pequeñas con mayor intensidad. Si bien el avance de los colonos amenazaba su forma de vida, el intercambio con los ganaderos y comerciantes también suministraba nuevos recursos para complementar las dietas tradicionales. Las familias comenzaron a practicar un estilo que incluía la cría de ganado menor, el trueque y el trabajo asalariado. El modelo de movilidad estacional que esbozamos aquí, aunque adaptado y flexibilizado, parece haber mantenido su viabilidad durante la mayor parte del siglo XIX. Por eso presentamos este trabajo como un ejemplo de resiliencia y adaptación en el Chaco Boreal. Se trata de una forma de apropiación del medio ambiente con demostrada persistencia.
Un modelo semejante podría utilizarse como para interpretar datos arqueológicos provenientes de la misma región; es decir, para interpretar el modo de vida de los cazadores-recolectores que habitaron el chaco boreal mucho antes de la llegada de los españoles. Es cierto que los investigadores no siempre están de acuerdo con respecto a la aplicabilidad de diferentes tipos de analogías para construir argumentos arqueológicos; sin embargo, el consenso parece indicar que conviene evaluar la analogía etnográfica caso por caso, contexto por contexto (Currie, 2016). Considerando la escasez actual de información sobre los cazadores-recolectores prehistóricos que habitaban las sabanas semiáridas del chaco boreal en el abanico del Alto Pilcomayo (la Figura 1 muestra la ubicación de tres sitios arqueológicos), la discusión que elaboramos más arriba podría resultar útil para analizar materiales referidos a la prehistoria reciente.
Agradecimientos
Agradezco la invitación de Guillermo N. Lamenza, Luis Manuel del Papa y Graciela Bailliet para contribuir a este dossier, y los comentarios de dos colegas anónimos que lograron mejorar notablemente el manuscrito inicial. También agradezco a Mario César Petersen, autor del mapa en la Figura 1.
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