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El Recreo de las familias en la legitimación de la práctica literaria mexicana en 1838
The magazine El Recreo de las familias in the legitimation of mexican literary practice in 1838
El Recreo de las familias en la legitimación de la práctica literaria mexicana en 1838
Revista de Historia de América, núm. 159, 2020
Instituto Panamericano de Geografía e Historia
Recepción: 14 Agosto 2019
Aprobación: 17 Abril 2020
Resumen: La revista literaria El Recreo de las familias ha sido poco estudiada hasta el momento; se requiere profundizar en ella debido al papel que desempeñó como legitimadora del quehacer literario de los escritores mexicanos en 1838, en un período tan cercano a la consumación de la independencia en que ellos se encontraban definiendo su oficio para lograr diferenciarse de su pasado colonial. El presente artículo tiene como objetivo analizar cómo esta publicación funcionó como vehículo de legitimación del quehacer literario para los escritores mexicanos que en ella colaboraron y que emplearon para poner su oficio a la altura de las “naciones civilizadas”, demostrando así que habían dejado atrás su “pasado bárbaro”. Su identidad como escritores no se definió en una abierta confrontación crítica frente a los autores de las naciones que ellos consideraban civilizadas, sino encontrando en ellos modelos intelectuales dignos de ser replicados para extraerles elementos adecuados para su didáctica individual y colectiva, pero sobre todo, en un proceso de apropiación de las obras extranjeras, en el que la práctica de copia y traducción jugaron un papel clave.
Palabras clave: Recreo de las familias, legitimación, traducción, literatura, referencias.
Abstract: The literary magazine El Recreo de las familias hasn’t been studied enough and it deserves to go deeper because of the role it plays in the legitimation of Mexican literary practice in 1838, in a time when the consummation of the independence of the nation was near and the writers were defining their practice to make a difference with his colonial past. The present article analyzes how this magazine works as a vehicle of legitimation of the literary practice for the writers that colabored in it and how they used it to put his practice at the same level of the literature of the civilized countries, proving they had left their barbarian past behind. Their identity as writers was not defined in an open, critic confrontation with the writers of those that they considered civilized nations, rather finding in them intellectual models worthy of being replicated to take of them adecuate elements for their individual and collective dynamic, but above all in a process of appropriation of the foreign literature in which the process of copy and translation played a key role.
Keywords: Recreo de las familias, legitimations, translation, literature, references.
Introducción
La revista literaria El Recreo de las familias apareció de forma quincenal en México en un período muy convulso para la nación —noviembre de 1837/abril de 1838—, en que los intelectuales mexicanos se encontraban construyendo una identidad para el país mientras se luchaba para establecer, según fuera el caso, una política liberal o conservadora. Las primeras décadas de vida independiente en México se caracterizaron por una profunda inestabilidad política[1] gracias a los múltiples levantamientos y guerras civiles que hicieron que ningún proyecto, ya fuera político, social o artístico fuera de larga duración.
A tan sólo unos años de la consumación de la independencia en 1821, los escritores mexicanos se encontraban en la búsqueda de definir qué era lo mexicano y quiénes eran los mexicanos. Como ciudadanos de una nueva nación, buscaron definirse a ellos mismos y a su quehacer literario para diferenciarse de su pasado colonial. La literatura y las artes jugaron un papel fundamental como instrumentos de consolidación de la identidad nacional.[2] La revista El Recreo inició sus publicaciones con esas miras, “Mégico, [sic.] movido por un poderoso impulso, vuela rápidamente en seguimiento de las naciones civilizadas, y con pasos agigantados vemos caminar nuestra regeneración social.”[3] La revista tenía como fin demostrar que México se encontraba a la altura de esas naciones.
Buscamos analizar cómo esta publicación funcionó como vehículo de legitimación del quehacer literario para los escritores mexicanos que en ella colaboraron y su función como medio para colocar su oficio a la altura de las “naciones civilizadas”, demostrando así que habían dejado atrás su pasado “bárbaro”. Creemos que sus colaboradores buscaron definir su oficio, no en una abierta confrontación crítica frente a los autores europeos y estadounidenses, sino encontrando en los extranjeros modelos intelectuales dignos de ser replicados para extraer de ellos elementos adecuados para su didáctica individual y colectiva.
Hasta el momento, la publicación sólo ha sido analizada de forma específica por María del Carmen Ruiz Castañeda, quien escribió el estudio preliminar incluido en la versión facsimilar de la revista que publicó la UNAM.[4] En él, Ruiz Castañeda incluye la biografía crítica del editor de la revista, Ignacio Rodríguez Galván, sus influencias literarias y las conexiones que tuvo con otros escritores, editores y demás varones de la literatura mexicana que hicieron posible la existencia de la revista. Esta información se empleó como base para la compresión general de la publicación y proporcionó las primeras pistas para su análisis. Andreas Kurz[5] se acercó a la revista al hacer un estudio comparativo entre las revistas literarias El Recreo de las familias (1838) y El renacimiento (1869). En ese estudio afirmó que la primera publicación buscó crear un canon literario mexicano, pero no lo logró porque la mayoría de sus textos fueron de autoría extranjera, especialmente de españoles y franceses. Mientras que la revista El Renacimiento sí construyó un canon literario mexicano pues sus publicaciones fueron mayormente de autores nacionales.
Consideramos que la teoría de redes[6] es pertinente para comprender cómo se estructuró la revista como medio de legitimación de la práctica literaria porque la red es una “herramienta analítica operativa para medir y representar las relaciones”[7] entre nuestros autores y sus referentes. De este modo es posible analizar los lazos que se establecen entre los distintos autores nacionales y, a su vez, cómo se vincularon y adhirieron a los autores extranjeros citándolos. Estos vínculos tanto internos como externos nos permiten entender cómo se gestaron las relaciones intelectuales para los escritores mexicanos en el año de 1838 y cómo la cantidad de estos vínculos les daban prestigio. A su vez, la posición que jugaron los distintos actores dentro de la red con respecto de otros permite visualizar su rol dentro de la estructura. Desde esta perspectiva, la revista es un soporte material de la estructura de la red de modo que ésta nos permite “reconstruir los vínculos que existieron al interior de un grupo […] para explicar cómo se conformaron y de qué forma al agruparse, influyeron en un momento histórico”,[8] es decir, en la legitimación del quehacer literario mexicano de la primera mitad del siglo XIX.
La publicación[9] se analizará[10] tomando en cuenta tanto los aspectos técnicos como los inmateriales; considerando su formato, la disposición de la información, los autores que participaron, tanto con obras originales como con traducciones y las referencias, para encontrar los vínculos y las relaciones entre los autores nacionales con las ideas y autores extranjeros que les sirvieron como herramienta de legitimación. Con esto se elaboró una base de datos relacional[11] en que se vincularon los autores nacionales con sus obras, así como los autores que se citaron en ellas junto con la nacionalidad a la que pertenecieron. Estos datos se emplearon para socializar y medir los datos en el análisis de redes a partir de la teoría de grafos[12] de modo que se vuelve visible la transferencia de recursos intelectuales entre los autores nacionales y sus referentes extranjeros. Así cada autor, traductor y referencia constituyeron los nodos de la red intelectual estructurada en El Recreo. Los vínculos que forman la red en el corpus se visualizaron a través de grafos.[13]
En el primer apartado se analizaron las características generales de la revista y su circulación; en la segunda sección se analiza a los autores que participaron en ella, tanto nacionales como extranjeros. En ambas secciones se analizan los vínculos y relaciones en torno a la publicación de manera cualitativa. El último apartado tiene un enfoque cuantitativo para visualizar los vínculos entre los colaboradores de El Recreo por medio de grafos.
El Recreo de las familias y su proyecto editorial
De acuerdo con el mensaje editorial, la revista o “periódico literario” —como se enunciaba— estaba dirigida a los mexicanos que estaban cansados de los políticos.[14] Este mensaje establece una posición neutral con respecto a las discusiones políticas del momento y se mantiene a lo largo de su contenido, ya que no existen referencias a sucesos políticos ni dentro ni fuera del territorio mexicano, como tampoco encontramos menciones a políticos sobresalientes de la época. Así, la lucha entre liberales y conservadores que se encontraba en un punto tan álgido en el momento de la publicación no tuvo eco en sus páginas. Sin embargo, se sabe, gracias a la edición facsimilar,[15] que el editor de la revista (Ignacio Rodríguez Galván) fue un personaje fuertemente relacionado con la vida política de su época, quien mantuvo correspondencia con el presidente Antonio López de Santa Ana, con el Ministro de Relaciones Exteriores y Gobernación, con el Ministro de Hacienda y con el cónsul mexicano en La Habana.
El objetivo de la revista era crear un instrumento que a los mexicanos los “deleite e instruya, para poder emplear con aprovechamiento las horas que sus respectivos trabajos les dejan libres.”[16] Aunque este mensaje no estaba explícitamente segmentado, es claro el público al que estaba dirigido, tomando en cuenta el analfabetismo fuertemente extendido entre la mayoría de la población mexicana. Además, pocos empleos daban el tiempo para leer artículos más extensos que los contenidos en un diario tradicional. Es claro que El Recreo de las familias estaba dirigido a una élite, en parte económica, pero sobre todo intelectual, antecedente de la clase media mexicana. Sin embargo, a pesar del llamado a las familias para poner en manos de sus hijos sus “sencillas lecturas,”[17] las discusiones en torno a literatura, historia, arqueología o medicina se dirigían a un público más especializado que abierto.
El que fuera descrito en su editorial como “instructivo” demuestra su carácter didáctico de fondo. Muestra de ello son algunas de las discusiones presentes en la revista que intentaron entablar el diálogo con pares para extender las relaciones de la publicación más allá de sus páginas. Por ejemplo, cuando Eulalio Ortega biografió a su contemporáneo, el poeta José María Heredia, explicó la importancia de no caer en adulaciones, dando a entender un cierto sentido de objetividad en el quehacer histórico, mismo que se encuentra presente en el ensayo “El fin moral de la historia” traducido por Antonio Larrañaga, en el que explica la necesidad de hacer una Historia neutra y objetiva, mostrando el intento de consolidar la profesionalización de la disciplina, resaltando como moral, la imparcialidad en el quehacer historiográfico.
Aunque la revista inició empleando gran cantidad de textos extranjeros, se planteaba que de forma progresiva aumentara la participación de autores mexicanos: “anhelamos nacionalizar nuestro periódico cuanto nos sea posible.”[18] Sin embargo esto no fue posible debido al poco tiempo que circuló la revista; de acuerdo con el mensaje editorial con el que cierra la revista fue muy criticada y no contó con los suficientes suscriptores para mantenerla en circulación por más tiempo.
Las relaciones que hicieron posible la aparición de la revista tienen su origen desde distintas áreas del campo artístico. Por ejemplo, para ilustrarla fue necesaria la participación de artistas litográficos. Todas las imágenes que aparecieron en la revista fueron hechas en litografía, una técnica novedosa para la época, ya que anteriormente se empleaba el grabado sobre cobre. Sin embargo, se trataba de un material costoso que se desgastaba rápidamente y perdía su nitidez, teniendo como consecuencia que las placas fueran desechadas al poco uso. La litografía sustituyó al cobre por piedra blanda que no se desgastaba al usarse y que resultaba mucho más barata.[19] A mediados de la década de 1830 con el francés residente en México, Adriano Fournier en asociación con el mexicano Severo Rocha, la litografía cobró especial relevancia en la prensa mexicana, sobre todo en publicaciones como las revistas literarias. En el año de 1836, el taller conocido como “Rocha y Fournier” realizó su primera colaboración con Mariano Galván publicando la obra Los rebeldes del tiempo de Carlos V en Francia[20] y a partir de 1837, la mayoría de las litografías que circulaban en México fueron hechas en los talleres de “Rocha y Fournier”, incluidas, por supuesto, las de El Recreo de las familias.
La revista no se caracterizó por el abundante uso de imágenes. Además de la portada, que también fue diseñada en los talleres de Rocha y Fournier, cada número inicia con la litografía del personaje a biografiar en el primer artículo —aunque hay excepciones, como en el caso del ensayo dedicado a la estatua de Miguel de Cervantes y Saavedra, que incluye una litografía sobre la efigie—. Estas imágenes conservan las mismas características en cada volumen, blanco y negro a tamaño completo de la página, sin numerar. Todas son bustos de los personajes que se reseñaron e incluyen las iniciales “R. y F.” del taller en donde fueron elaboradas junto con su dirección: “2° C. de la Monta. N° 6”.
Tanto María del Carmen Ruiz Castañeda como Arturo Aguilar Ochoa mencionan que las litografías no siempre fueron imágenes originales. Copiar ilustraciones difundidas por distintos medios[21] —como pudieron ser revistas literarias extranjeras— era una práctica común; “en este enmarañado panorama de copias sobresale un hecho: en sus inicios, los litógrafos mexicanos tuvieron que recurrir a las obras de artistas extranjeros para ilustrar los artículos de las revistas literarias.”[22] Normalmente no se referenciaba al autor de la imagen original y se tomaban todas las libertades para modificarla. Para El Recreo de las familias, la única litografía de autoría mexicana fue la que correspondió al volumen número siete: el retrato de José María Heredia.[23] El sentido de copia y plagio del siglo XIX era muy diferente del que tenemos en la actualidad, como se analizará más adelante.
Continuando con el análisis de la forma, El Recreo, a lo largo de los doce volúmenes que se publicaron entre noviembre de 1837 y abril de 1838 mantuvo la misma estructura, con un formato a cuarenta páginas impresas en doble columna, sin paginación en la editorial ni en las imágenes, cada uno de ellos cierra con el índice, también sin paginar, dejando en la contraportada las características y condiciones de la suscripción. Gracias ella conocemos el precio de la publicación vendida en la librería de los Galván a cuatro reales por número y veintiocho reales adelantados por trimestre para los departamentos.[24] Su precio individual era más barato que una entrada al teatro, cuyo precio era de ocho reales o un peso.[25]
En la contraportada se incluyó una lista de los encargados por departamento para distribuir la revista. Los nombres y lugares que ahí aparecen nos dejan ver que en su poco tiempo de circulación fue posible su presencia en un área geográfica bastante extendida, en especial en la zona centro-bajío, que era donde se encontraban las poblaciones más consolidadas en las primeras décadas de vida independiente en México, de ahí que no sorprenda la ausencia de suscriptores en el norte del país o en las áreas más alejadas del sureste mexicano. Otros datos importantes en la contraportada son los nombres de los encargados de difundir la revista en cada región (tabla 1).
Lugar | Distribuidor |
Puebla | Presbítero José María Daza |
Querétaro | José María Carrillo |
Morelia | Francisco Retana |
Guadalajara | Domingo Llamas |
Zacatecas | José Echenique |
Oaxaca | Juan Ignacio Aguirreurreta |
Veracruz | Bernardino Pescietto |
San Miguel de Allende | Timoteo Fernández de Jáuregui |
Durango | José María Rodallegas |
Guanajuato | Melchor Campuzano |
León | Miguel Telles [sic.] |
Tulancingo | Presbítero Nicolás García de San Vicente |
Orizaba | Manuel Segura |
Tehuacán | Miguel Caballero Olivos |
Aguascalientes | Casiano González Veyna |
Colima | Ramón Tagle |
Los nombres de los distribuidores nos permiten ver la influencia que tuvo la revista y de forma muy escueta, las filiaciones políticas de sus suscriptores, ya que el distribuidor de Puebla, José María Daza, y el de Tulancingo, Nicolás García de San Vicente, eran presbíteros. El Recreo no asumía una postura política, aunque participaron en él escritores tanto de filiación liberal como conservadora, al igual que algunos de sus distribuidores, lo que es evidente al ver dos presbíteros entre ellos.
En total, la publicación contaba con un total de 213 suscriptores en la capital del país y 82 foráneos,[26] algunos de los cuales estaban suscritos por varios números, como es el caso del colimense Ramón Tagle, suscrito por siete ejemplares y por ello, también presentado en la contraportada como distribuidor. Con todo, esos números no fueron suficientes para mantenerlo con vida por más tiempo: “los buenos deseos no dan de comer al artista, y el artista retrocederá o perecerá de hambre. Dos cosas necesita el artista durante el tiempo que transita por este mundo: dinero y elogios.[27]
La revista fue impresa por la librería Galván —como se anuncia en la portada— propiedad de Mariano Galván Rivera, tío del editor Ignacio Rodríguez Galván. De manera que es lógico concluir que la labor de edición fue hecha por ambos. La portada, además de contar con una imagen que hace referencia al conocimiento artístico y al mundo griego,[28] cuenta con el siguiente epígrafe:
“…est bien fou du cerveau
Qui pretend content tout le monde
LA FONTAINE”[29]
Con esta portada, Rodríguez Galván adhiere la revista al movimiento literario del Romanticismo de origen francés que apenas estaba haciendo eco en México. El Recreo no cuenta con secciones de forma explícita, pero sí es posible dilucidar su organización. Por ejemplo, cada volumen inicia con la biografía de algún personaje ilustre para el mundo del arte y la literatura o lo que Ruiz Castañeda llamó “galería de ingenios del pasado”[30] que, al más puro estilo de la historia de bronce, exaltaba las cualidades excepcionales de cada personaje. El último volumen se diferenció por tener dos biografías. Éstas se encuentran precedidas por litografías de los personajes en hojas sin paginar, centradas, casi del tamaño completo de la hoja. La elección de esas biografías no se dio de forma arbitraria, sino que reflejan las influencias y los modelos que estos escritores consideraron dignos de seguir y que por lo tanto, contribuyeron a la formación de su identidad como escritores, ya que no en vano fueron biografiados algunos de los escritores más prolíficos de la época como el español Juan Nicasio Gallego, el francés Víctor Hugo o el inglés Lord Byron. Sin embargo, esto no impidió que sus referentes fueran criticados; en un momento la revista se vio en la necesidad de replicar un artículo que criticaba a los editores de El Recreo por el favoritismo que se dio a biografiar autores españoles de modo que podría despertar celos en los compatriotas mexicanos[31] que fue publicado en El Voto Nacional en su número 15. El Recreo se justificó diciendo:
si hemos puesto esa galería de hombres célebres, es porque creemos que el mejor medio de estimular al trabajo es presentar ejemplos de hombres grandes que por sus fatigas y su aplicación han llegado á alcanzar la gloria que los rodea; eligiendo de preferencia á los españoles por reputarlos como padres de nuestra naciente literatura, y porque solo estudiando sus obras pueden los megicanos [sic.] llegar á competir con esas celebridades que hoy deben envidiar, pero que dentro de pocos años, gracias al talento natural que distingue á los habitantes de esta parte del globo, mirarán como émulos, y nada más.[32]
La revista se divide en textos de poesía, artículo-ensayo, cuento-narración, teatro y miscelánea.[33] Los clasificados como artículo-ensayo son reflexiones o pensamientos de autores en torno a determinados temas que en su mayoría son textos originales, aunque también cuenta con algunas copias. Del total de treinta y seis obras que componen esta sección, la revista deja explícito al autor de veintidós de ellos y catorce se omiten. En los correspondientes a cuento-narración el orden se invierte, se caracterizan por ser fragmentos o extractos de obras de ficción que en muchos casos fueron reproducciones de obras extranjeras publicados a su vez en revistas europeas como El Artista de Madrid, El Museo de las familias o Le Mosaique; aunque esto no siempre se citaba. De los treinta que corresponden a esta sección sólo se hace explícito al autor de ellos en la mitad de los casos.
Los artículos-ensayos y los cuentos-narraciones contienen los textos de mayor extensión, que varían entre las cinco y las trece páginas, aproximadamente. En muchas ocasiones, cuando el texto rebasaba esta cantidad de páginas se publicaba en varias entregas, como sucedió con “Diario de un médico” o “Bicetre”, por mencionar unos ejemplos. Cuando se trataba de traducciones, los traductores firmaban con sus iniciales.
La sección de misceláneas tiene otra dinámica. Se trata de textos de un párrafo de autoría extranjera; en su mayoría son citas o pequeños extractos de obras famosas, siempre intituladas y con el apellido completo del autor. Nunca aparece el primer nombre. En cuestión de forma, eran empleadas para cubrir espacios sobrantes al final de las páginas, ya que nunca aparecen al inicio o en el centro de la hoja. De fondo, tuvieron una función legitimadora, ya que muchas eran citas de autores ilustres —también citados en los ensayos—que funcionaron como referentes intelectuales.
De las cuarenta y ocho misceláneas que clasificamos en ese rubro, sólo tres son españolas —dos de Cervantes y una de Pulgar—; mientras que veintitrés son francesas; en específico nueve corresponden a Blaise Pascal (1623-1662) y seis a Alphonse de Lamartine (1790-1869), este último considerado el “escritor francés más influyente en la lírica mexicana en la primera mitad del siglo XIX.”[34] Por último, tres son alemanas, dos inglesas, una belga y una turca. Este favoritismo a las citas francesas parece contradecir el deseo del editor de estimular a los compatriotas en la lectura de autores castellanos.
En la sección de Poesía, el talento nacional parece despuntar, los mexicanos tienen la autoría de dieciséis sobre el total de treinta y nueve, más dos traducciones y una imitación de Rodríguez Galván a Lamartine. El resto son nueve poesías españolas, tres cubanas, dos francesas, una inglesa y seis sin autor. Muchas de las poesías contienen la fecha en la que fueron creadas, la mayoría en fechas cercanas a la publicación de la revista, formato que no sigue el resto de los textos en las otras secciones.
Para la sección de Teatro —localizada la mayoría de las veces al final de cada volumen— la dinámica cambia; ésta no incluía transcripciones de obras de teatro como tal; su esencia era mucho más rica debido a que contenía críticas a puestas en escena acompañadas de relatos en torno a la experiencia teatral del espectador, que puede ser bastante útil para la reconstrucción de la historia del teatro en México,[35] pues encontramos un análisis de la cultura en torno a la puesta en escena, describiendo a los asistentes y las instalaciones en las que se desarrollaron las obras, así como el ambiente dentro de los teatros. A excepción de una traducción que hizo Rodríguez Galván sobre una puesta en escena de comediantes chinos, el resto son de autoría mexicana, cinco de ellas escritas por Pascual Alazán, una por José Ramón Pacheco y el resto sin autor, aunque por su contenido es evidente que fueron escritas por mexicanos, ya que relatan experiencias dentro de los teatros mexicanos.
Autores y traductores: entre lo nacional y lo extranjero
La revista literaria El Recreo de las familias fue producto de las relaciones académico-literarias que se establecieron en torno a los hombres de letras miembros de la Academia de Letrán. Ésta fue fundada el 11 de junio de 1836 en el Colegio de Letrán;[36] espacio donde se reunían jóvenes intelectuales[37] a leer y discutir textos tanto ajenos como propios, aprovechando las reuniones para criticar y corregirse sus propias creaciones. La academia fundada por los hermanos Lacunza estuvo dirigida por Andrés Quintana Roo,[38] quien funcionó como director perpetuo de El Recreo apadrinando a la generación de escritores que formaron parte de ella, a la que Ignacio Rodríguez Galván ingresó entre 1837 y 1838.[39] Los miembros de la Academia de Letrán participaron en varias publicaciones, las más representativas fueron El liceo mexicano —Agustín A. Franco, Luis Martínez de Castro, Joaquín Navarro y Ramón Isaac Alcaraz— y El mosaico mexicano—de Guillermo Prieto y Manuel Payno—[40] “que hizo las veces de vocero de la Academia en los meses de iniciación”[41]. Esta última — posiblemente por causas políticas— vio interrumpida su producción en 1837 y no pudo reanudarse hasta el año de 1840. Debido a ello, Rodríguez Galván decidió publicar por su cuenta El presente amistoso, un anuario también conocido como Año nuevo, que apareció entre los años de 1837 y 1840, además de El Recreo de las familias. Por el otro lado, su tío Mariano Galván, se hizo cargo en el mismo período de la revista literaria El calendario de las señoritas mexicanas[42]. Marco Antonio Campos señaló que el período que va de 1838 a 1839 es el de mayor actividad literaria para la Academia de Letrán como grupo, de ahí la necesidad de buscar diversos espacios para difusión de sus obras; así se entiende que, en las publicaciones anteriormente mencionadas participaran varios de los miembros de la Academia de Letrán.
Sobre Ignacio Rodríguez Galván (1815-1842) sabemos[43] que se formó en la literatura de manera autodidacta, después de la muerte de sus padres tuvo que vivir bajo la tutela de su tío Mariano Galván Rivera, impresor y librero de la ciudad de México, en cuya librería trabajó como criado mientras forjaba esa relación con la literatura que lo acompañaría toda su vida. Después realizó tertulias en su casa en donde se relacionó con varios de los escritores del momento, como Francisco Ortega, Luis Martínez de Castro, Guillermo Prieto y Manuel Orozco y Berra.
La primera publicación en donde participó, derivada de las reuniones literarias en su casa y de sus conexiones intelectuales, fue Obsequio de la amistad que se publicó entre 1833 a 1835. Sus relaciones con estos literatos le permitieron obtener de mecenas a un miembro de la Academia de Letrán, José María Tornel. Rodríguez Galván publicó poemas en El Mosaico Mexicano, por eso no sorprende que en la editorial de El Recreo dijera que algunos señores que publicaban en el Mosaico tuvieron la “bondad” de asociarse para publicar con él. Además fue colaborador de revistas como El diorama, El museo popular, Semanario de las señoritas mexicanas, Repertorio de literatura y variedades, entre otras.[44] Para El Recreo de las familias escribió tanto artículos, como narraciones y poemas: “Calderón”; “La tumba”; “Don Ángel de Saavedra”; “El zapatero literario”; “El soldado ausente”; “Bretón de los herreros”; “El ciego”; “Doña Concepción Rodríguez”. También tradujo las obras tituladas: “El incendio”; “Comediantes chinos”; “Un rayo de luna”; “Temblores de tierra”; “Genoveva de bramante”; “Venecia”; además de escribir la editorial, el texto que cierra la revista y algunos comentarios a pie de página que consideraba pertinentes. Sus textos los firmaba de varias maneras, “I. R.” o “R.” cuando se trataba de artículo-ensayo, cuento-narración o traducción mientras que la firma “I. Rodríguez” la usaba cuando autografiaba poesías.
El resto de los colaboradores de El Recreo de las familias fueron Manuel María Andrade (1809-1848) que firmaba “M.” o “M.A.” indistintamente; Isidro Rafael Gondra (1788-1861) cuyas firmas podían ser “I.R.G.”, “I.R. Gondra” o “I. Gondra”; Pascual Almazan (1813-1886) “P.A.”; Eulalio María Ortega (1820-1875) “E.M.O”, José Joaquín Pesado (1801-1861) “J.J. Pesado”; José Ramón Pacheco (1805-1865) “J.R. Pacheco”, Juan Nepomuceno Lacunza (1812-1843) “J.N. Lacunza” y su hermano José María Lacunza (1809-1869) “J. M. Lacunza”; Manuel Orozco y Berra (1816-1881) “M.O.B.”; Fernando de Calderón (1809-1845) “F. Calderón”; Antonio Larrañaga (1818-1838) “A. Larrañaga”; Manuel Tossiat Ferrer, Juan Navarro “J.N.”; Joaquín María Castillo Lanzas (1801-1878) “J. Castillo Lanzas” y los traductores Jacobo Amat “J.A.” y Francisco Manuel Sánchez Tagle (1782-1847) “Tagle”.
Pascual Almazán colaboró en cinco ocasiones para la sección de Teatro. Isidro Rafael Gondra, primer editor del El Mosaico, escribió para El Recreo “Arqueología”; “Arqueología. La división de esta ciencia” y “Arqueología literaria”. Además de traducir en dos partes el artículo “Bellas artes”. Otras de sus traducciones fueron “Hugo”; “estado actual de la literatura en Europa” y “Antigüedades mexicanas”. Antonio Larrañaga participó con la obra original de “Estado de la religión entre los indios” y con las traducciones de “Una aventura del rey René”; “Lord Byron”; “Fin moral de la historia” y “Combate de unos rinocerontes y un elefante”.
De acuerdo con Ruiz Castañeda,[45] los colaboradores Eulalio María Ortega, el abogado José Ramón Pacheco y el médico Manuel María Andrade tuvieron unos lazos de amistad muy cercanos a Ignacio Rodríguez Galván, del primero cabe señalar que era el miembro más joven de la Academia de Letrán, con menos de veinte años, quien participó en El Recreo con el poema que lleva por nombre “A un niño llorando en el seno de su madre” y con la biografía de José María Heredia. J.R. Pacheco tiene una colaboración en el cuarto volumen con una crítica a la puesta en escena de la obra “La casa deshabitada”. Andrade fue el más recurrente de los tres, participó con los textos originales titulados “Fiebre imitatoria” y “Maravillas médicas. La catalepsia”. También tradujo en cuatro entregas el “Diario de un médico” y en tres el texto titulado “Bicetre”. Debido a la relación con El Mosaico, Guillermo Prieto colaboró con los poemas “La sonrisa del pudor” y “A.M.”
José Joaquín Pesado escribió los poemas “A Elisa en la primavera. Idilio” “Salmo CXIII. Libertad de Israel” y tradujo la poesía “Oda al XIV libro 2ª de Horacio”. Los poemas “A…”, “A Noé” y la traducción del poema “El diluvio” son de Juan Nepomuceno Lacunza, mientras que su hermano, José María Lacunza sólo colaboró en una ocasión con el poema “Una erupción del Jorullo”. El historiador Manuel Orozco y Berra se encargó de las cuatro entregas de “EFEMÉRIDES” mientras que Fernando de Calderón es autor de dos poesías “La risa de la Beldad” y “El Soldado de la libertad”. Manuel Tossiat Ferrer aparece en una única ocasión con el poema “La Esperanza” al igual que Joaquín María Castillo Lanzas con la poesía “La oración”. Francisco Manuel Sánchez Tagle sólo aparece en la traducción al poema “Pensamiento de los muertos” escrito por Lamartine. Aparecen otros dos traductores, que consideramos mexicanos, sin embargo, no tenemos más información que la aparecida en El Recreo: el primero es Juan Navarro con dos traducciones y Jacobo Amat con ocho. Entre autores y traductores tenemos a dieciocho nacionales con un total de veintinueve colaboraciones originales y treinta y seis traducciones.
Es importante aclarar que ningún autor extranjero mandó textos para su publicación en la revista. Suponemos que fueron elegidas por su editor por la afinidad que encontró en ellos y que, por lo tanto, funcionaron como referencias dentro de la propia revista. De algunas se cita su fuente original, de otras no. Así mismo, consideramos que ningún autor extranjero supo, por lo menos antes de su aparición en El Recreo, que sus textos serían copiados o traducidos para su aparición en esta publicación.
De todos los autores extranjeros que aparecen en la revista, vale la pena destacar al contemporáneo Eugenio de Ochoa (1815-1872), que a veces aparece con la abreviatura “E.O.” o “E. de O.” Fue un escritor español que se desempeñó tanto como bibliógrafo como editor de la revista española El artista, de la cual fueron tomados varios textos que aparecen en El Recreo, entre los que están, el texto en torno a la estatua de Miguel de Cervantes, “¡Yadeste!”, “Ramiro”, “Velázquez”, “Murillo”; “Una visita a Santa Pelagia”; “Suspiro de amor”; “Luisa” la biografía a Quintana y a Lope de Vega, la traducción al cuento “Los dos ingleses” y el ensayo titulado “Literatura”. Es notoria la admiración que Rodríguez Galván tuvo hacia Eugenio de Ochoa, ya que no sólo compartía con él oficio como escritor y editor de revista literaria, sino que, al leer, tanto la biografía de “Calderón” (Rodríguez Galván) como la de “Velázquez” (Ochoa), nos damos cuenta de que el estilo narrativo entre las dos biografías era bastante similar. Por ello su función referencial en la revista es bastante evidente.
Además, aparecen ocho españoles más entre los que cabe destacar a José de Espronceda con cuatro apariciones, Nicasio Gallego, Antonio García Gutiérrez, Darrac, Bretón, Bermúdez de Castro y los ya mencionados Cervantes y Pulgar. En total suman veintiséis publicaciones españolas incluyendo las realizadas por Eugenio de Ochoa, quien encabeza la lista por sus trece participaciones. Otros extranjeros que aparecen en El Recreo de forma recurrente son los catorce autores franceses, con seis textos: Charles Marguerite Dupaty (1746-1788), Jules Edouard Alboize (1805-1884), Jules Gabriel Janin (1804-1874) y Pierre Charpenne (1809-1893), el resto de las colaboraciones francesas son citas que fueron clasificadas en la sección de misceláneas (veinticuatro).
A los ingleses pertenece una narración de William Robertson (1721-1793), un artículo de T.H.Farmer[46], una poseía de Lord Byron (1788-1824), una cita de Edmund Burke (1729-1797) y una cita de Alexander Pope (1688-1714). También, en dos partes, una narración del estadounidense Timothy Flint (1780-1848) sobre las memorias del General Miller y mención especial a la estadounidense Phillis Weatley (1753-1784), la única mujer en toda la revista de origen afrodescendiente con el artículo titulado “Literatura de los negros. Phillis Wetley”, es presentada parte de su obra, traducida por el desconocido J.V.M., quien considera un acto de justicia la difusión de su obra, ya que Weatley murió a causa de los maltratos de su marido porque no fue educada para atender una casa, como el traductor señaló. El cubano radicado en México José María Heredia, colaboró para El Recreo traduciendo los textos de Flint, además de aportar dos poesías y un ensayo original, mientras que su compatriota Ramón Palma aparece con la poesía “LA OASIS”. Por último, en la sección de misceláneas tenemos a dos suecos, tres alemanes, un belga y un turco.
Analizando tanto a los colaboradores de El Recreo como a sus obras, es notorio que la influencia mexicana no fue la que predominó dentro de la revista debido a estos préstamos que la revista hizo de otras publicaciones extranjeras, como el caso ya mencionado de El artista del español Eugenio de Ochoa. En el siglo XIX copiar no tenía el mismo sentido que en la actualidad. Copiar, transcribir y traducir autores extranjeros sin autorización no era considerado un acto desleal o plagio, sino una actividad legitimadora del quehacer literario al traer a la discusión, obras, ideas y autores del ámbito intelectual internacional
La revista como introductora de corrientes culturales ignoradas en su entorno, asigna a la traducción un lugar privilegiado. La traducción pertenece al flujo de relaciones transgeográficas y translingüísticas. En ese sentido, la política de traducciones resulta estratégica en los debates sobre las corrientes estéticas a las que se adhiere y se quiere imponer.[47]
De acuerdo con Claudio Maíz, traducir obras extranjeras era un medio dinámico para el intercambio intelectual, para poder actualizar o modernizar las expresiones culturales. Por este medio los autores de El Recreo de las familias ponían en circulación material que consideraban apropiado para la enseñanza de sus lectores. Entonces, la traducción y copia a otros autores tenía un sentido tanto legitimador como didáctico. Algo de ello se puede entrever con las palabras que empleó Rodríguez Galván para justificar la abundancia de obras españolas:
Nuestros deseos es estimular a nuestros compatriotas a leer las obras de aquellos con preferencia a las escritas en lengua extraña; porque preveemos, según el poco aprecio que se hace hoy de los autores castellanos, que dentro de muy poco solo hablaremos francés.[48]
El editor funcionaba como un intermediario para que los lectores pudieran acceder a material que no circulaba con tanta facilidad en México, porque, aunque él tuvo acceso a las revistas extranjeras, es muy probable que muy pocos números hayan logrado cruzar el Atlántico rumbo a México. Además del sentido didáctico y mediático, hay que considerar que en el México del siglo XIX no había un aparato legal que sancionara esta práctica, sumado al hecho de que las distancias y formas de traslados en la época no facilitaba que los dueños de las obras se informaran del uso que se le daría a su material. Esta noción del derecho de autor tan distinta a la actual facilitaba que obras, tanto escritas en lengua española como en extranjera, se usaran sin regulaciones.
La traducción era una actividad propia del quehacer literario, es por ello que algunos de los mexicanos que firmaron textos originales también colaboraron con traducciones de obras extranjeras. Sólo en dos ocasiones se copiaron traducciones hechas por los españoles Eugenio de Ochoa “E. de O.” y Telésforo de Trueba y Cosío. El resto fueron hechas por mexicanos como Manuel María Andrade “M. A.”, Ignacio Rodríguez Galván “R” e Isidro Rafael Gondra “I. R. G.” Además de las ocho traducciones firmadas por “J. A.”[49] Muchas de las citas o fragmentos breves que se presentaron en la sección de misceláneas no cuentan con la firma del traductor. Suponemos que los traductores firmaron los textos únicamente cuando incorporaron en ellos elementos particulares que diferenciaban su traducción de la obra original, es decir, que no se trataba de simples copias mecánicas, sino que había implícito un proceso creativo.
Un ejemplo muy claro de ello es el del cubano mexicanizado José María Heredia, quien participó en dos entregas con el texto “Memorias del general Miller”, mayormente son fragmentos de la novela estadounidense El patriota, traducida por el cubano que incluye una introducción y conclusión cuya autoría reconoció Heredia abiertamente, en las que expresa sus opiniones en torno a la obra. O, por ejemplo, en el ensayo que Heredia escribió en torno al autor Juan Bautista Casti y a la labor de traducción que este otro autor desempeñó: “el mérito de Casti no consiste en la invención de sus argumentos, agenos [sic.] casi todos, sino en haber sido el primero de sus compatriotas que los revistió con el traje poético.”[50] De acuerdo a la visión decimonónica de la creatividad, lo original no siempre se encontraba en la invención, sino en la apropiación de los argumentos. Así concluimos que en el ejercicio de traducción no existía la necesidad de objetividad y de respeto a la obra original que actualmente supone.
El ejercicio de traducción tenía una intención didáctica[51] no sólo para el lector, sino para el traductor. Por medio de ella los literatos aprendieron las reglas de la escritura, tanto de prosa como de poesía mientras imitaron los textos de otros autores. Sus referentes no sólo fueron modelos a seguir en el ámbito intelectual y argumentativo, sino en el técnico. El colaborador del El Recreo, José Ramón Pacheco, reflexionó en torno al denominado arte de la “imitación”,[52] la cual no se consideraba un proceso mecánico y carente de creatividad, sino como un producto de la imaginación. Es decir, para el escritor decimonónico, el traducir y copiar textos de otros autores se trataba de un proceso creativo. ¿Hasta dónde llegaban los límites de esa imaginación? Hasta desfigurar por completo la obra original dejando únicamente “la idea madre.”[53]
Pacheco consideraba necesario este proceso de imaginación al momento de traducir una obra por dos razones: la primera, debido a que no se deben reproducir los defectos de la obra original, por lo tanto, era necesario tomar únicamente del modelo lo bueno alejándose de las “incorrecciones” o “faltas de ideología” del original. La segunda, debido a que en los diversos idiomas hay palabras que no tienen equivalencia en la lengua a traducir, por lo tanto, es necesario el uso de la imaginación para completar el proceso de traducción y así llenar esos huecos. La imitación, con todo este sentido creativo e imaginativo, era un elemento necesario del quehacer artístico de la época. En el mismo sentido fue el comentario que realizó “J.A.” que al finalizar la traducción para El Recreo de un texto de Alboize dejó una nota al pie de página diciendo “bueno es que imitemos de los extranjeros lo útil”[54]; y, por ende, desechar todo aquello considerado como innecesario.
Los referentes
La revista literaria El Recreo de las familias se adhirió al romanticismo formando parte de un movimiento que se desarrolló en toda Latinoamérica, el cual buscó su legitimación en los intelectuales europeos, así “la revista se alza como el tablero central de difusión de ideas importadas del extranjero.”[55] Por ejemplo, Schmidt-Welle identificó en la obra completa del argentino Esteban Echeverría el ideal de progreso con miras a Europa como el centro de civilización en un proceso de descontextualización y recontextualización parcial a través de diálogos trasatlánticos en complejos procesos de apropiaciones parciales.[56] La forma de inscribirse en estos diálogos no sólo fue discutiendo los temas del momento y posicionándose frente a ellos, sino referenciando a las autoridades intelectuales que las confirman. También existieron referentes históricos; se trataba de aquéllos que para el momento en que se publicó la revista ya habían fallecido y cumplían la función de vincularse con ideas ya consolidadas del pasado; “Su permanente cita o alusión, implica un interés constante por mantener este vínculo, lo cual se hace más evidente, cuando en una publicación encontramos numerosos artículos o números completos dedicados a rendirle homenaje a una determinada personalidad.”[57] Para el caso particular de El Recreo, los referentes se combinaron entre históricos y contemporáneos siendo estos últimos los de mayor peso.
Estos diálogos están presentes en el proceso de selección y traducción de las obras extranjeras para El Recreo, pero que son menos evidentes en las obras originales y que sólo pueden ser visibilizados cuando se pone especial atención a los citados. Las referencias legitiman la obra y la circunscriben en el diálogo literario contemporáneo,[58] de modo que se crean vínculos simbólicos entre la red de la publicación con otras de su mismo tipo. De ahí que, como ya identificó Ruiz Castañeda, muchos de los textos españoles que aparecían en El Recreo, tenían como fuente la revista literaria española El Artista.
La perspectiva relacional nos abre el panorama para no ignorar esos vínculos que no dependían de una sola persona ni de sus atributos individuales. No se trata tan sólo de ver el genio de Rodríguez Galván como editor, sino cómo él, con el resto de sus colaboradores connacionales formó una red intelectual que a su vez se encontraba inscrita a través de la textualidad en el campo literario del momento. Estas relaciones textuales entre los colaboradores de la revista y sus referentes es la que podemos visualizar a partir de los siguientes grafos con la finalidad de tener una perspectiva más global de El Recreo en la pluralidad de sus dimensiones.[59]
El gráfico nos muestra las agrupaciones que se formaron dentro de la red, de modo que nos podemos dar cuenta de que las relaciones ahí representadas no son las que se elaboran con una tabla convencional en la que se suele agrupar a los autores en categorías como, por ejemplo, la nacionalidad. En ese sentido sí tendría sentido ver a todos los autores ingleses en el mismo grupo, pero no al autor español Trueba y Cosio al lado de ellos. Claro que estas agrupaciones no son arbitrarias, sino que son calculadas por el software al momento que se ingresan las relaciones en él y cobran sentido cuando conocemos que la revista tomó la traducción que hizo el español sobre el texto “Sitio de Corinto” de Byron. Una lógica muy similar es la que se empleó para agrupar a los autores cubanos con los estadounidenses.
El grafo nos permite llegar a conclusiones que no son evidentes en el análisis cualitativo. Por ejemplo, en el sentido atributivo, sabemos que Guillermo Prieto fue una de las grandes figuras de la literatura mexicana en el siglo XIX, pero en el sentido relacional, para efectos de la red de El Recreo, su participación no fue de gran importancia y tiene el mismo peso dentro de la red que el de otros mexicanos, como Calderón o Tagle.
Otro aspecto sumamente interesante que nos es posible visualizar es cómo el autor mexicano Isidro Rafael Gondra aparece en un grupo independiente con respecto a sus compatriotas. La razón puede deberse a los temas sobre los cuales escribió. Además de literatura, tradujo textos de la enciclopedia sobre las bellas artes y escribió en torno a la arqueología y a la historia. Por lo tanto, al ser su escritura interdisciplinaria sus referentes fueron más variados en comparación con aquéllos que sólo escribieron de literatura. De ahí que ciertos clásicos griegos aparezcan en su grupo como Halycarnaso o Diodoro al lado de los italianos Dante y Petrarca. La misma lógica puede aplicarse al caso de José María Andrade, quien fue agrupado junto a los franceses porque ellos eran sus principales referentes.
El grupo en el que aparece Rodríguez Galván es mucho más variado que el de los antes mencionados. En él se muestran con la misma importancia autores de procedencia francesa, alemana, holandesa y española. Así se muestra que sus diálogos eran sumamente enriquecidos por las lecturas de las cuales se nutría. Lo opuesto sucede con Eugenio de Ochoa, quien tiene vínculos mucho más sólidos con sus compatriotas españoles que con otros referentes.
Un panorama más general de la red intelectual de El Recreo puede dar cuenta de que México no es un nodo más importante dentro de la red que el de Francia y España, por lo tanto, las ideas de los tres países aparentemente tienen el mismo peso. Esto último es mostrado con mayor claridad en la tercera lustración, en la cual se muestra una agrupación similar a la anterior, pero cambiando el énfasis de la direccionalidad hacia los grados de salida. Los vínculos que se desprenden de los autores nacionales no tienen el mismo peso que el de los franceses o el de los españoles, de modo que el nodo mexicano aparece de menor tamaño. Así se hace explícito que los mayores referentes a los cuales se anclaron los mexicanos en busca de legitimar su práctica como escritores no estaban hacia dentro de México, sino en los vínculos intelectuales entre Francia y España.
Esta perspectiva nos permite visualizar cuáles autores manejaban mayor flujo de información hacia el exterior de la red representado en la variedad de citados. Así, Ignacio Rodríguez Galván es representado en un nodo de gran tamaño, no por su atributo como editor de la publicación, sino por la cantidad de textos que escribió, tradujo, pero, sobre todo, por la cantidad y variedad de autores que citó. Otros autores mexicanos con peso dentro de la red son Pascual Almazán e Isidro Rafael Gondra.
La ilustración 3, confirma lo que mencionábamos en el apartado anterior sobre el papel del español Eugenio de Ochoa en la revista El Recreo. Este autor aparece dentro de la revista casi con la misma importancia que Rodríguez Galván, ya que este último lo eligió como uno de los mayores referentes al escoger sus textos para aparecer en la revista por razones didácticas y legitimadoras que ya explicamos antes, pero que nos es posible visualizar en dicha imagen. Sin embargo, el resto de las referencias no se puede medir de esa forma, porque los otros referentes no aparecen en la categoría de autor, sino en la de citados.
Para que sea posible visualizar con mayor claridad a los autores extranjeros que fueron más citados es necesario reconfigurar la red, para que, ahora, calculando los grados de entrada se pueda determinar quiénes fueron los referentes con mayor autoridad para los autores mexicanos. Ya en el primer gráfico (ilustración 2), el francés Lamartine había sido agrupado junto a los mexicanos. Sin embargo, la ilustración (4) es más explícita, de modo que otros referentes saltan a la vista y da pie para explicitar un tema que hasta el momento se había dejado de lado, el Romanticismo. Como tal, la revista no dice claramente a qué corriente literaria se adscribe, probablemente en un intento de neutralidad como intentaron hacerlo con el tema político.
A lo largo de los doce volúmenes que componen a El Recreo de las familias, sólo se encuentran dos referencias explícitas al romanticismo. La primera, cuando Ignacio Rodríguez Galván biografió al español Bretón de los Herreros. Dentro del texto hay un breve análisis de su obra, y es, a través de su poesía que lo identifica como un autor romántico: “Breton ha hecho un drama romántico: Elena, en el cual se ven pasiones frenéticas que conducen al crimen, miseria, opulencia, cabañas infelices, caverna de ladrones, sangre arriba y abajo, y otras cosas que dicen formar el carácter del romanticismo”.[60] Demostrando que conocía la corriente artística y que sus principales características no le eran ajenas. La segunda referencia al romanticismo viene de Eugenio de Ochoa en el ensayo que tituló “Literatura”, en el cual dejó claro que en el ambiente literario había una discusión por saber si los autores del romanticismo eran mejores o peores que los clásicos. Su postura ante dicha discusión intenta ser neutral al decir que un autor no se puede calificar como bueno o malo en función de si es o no romántico, sino en función de si es cristiano o no (de acuerdo con sus palabras), para Ochoa era más importante adscribirse políticamente como conservador que a un movimiento literario.
Hay varias formas de identificar si la revista que estamos analizando pertenece al movimiento del romanticismo. Se puede hacer por medio de un análisis del discurso, como lo hizo Rodríguez Galván en el caso de Bretón. Sin embargo, desde la perspectiva relacional es posible representarlo visualmente, como lo muestra la ilustración 4. En ésta podemos apreciar a Víctor Hugo como el nodo de mayor tamaño. Los autores de El Recreo se sirvieron de la “voz y autoridad del máximo representante del romanticismo social”[61] y al mismo tiempo el letrado les funcionó para legitimarse socialmente dentro del campo literario, como lo explicó Schmidt-Welle. Lo mismo sucede con Lamartine, con el inglés Byron y con el escocés Scott; en el análisis cualitativo la función referencial de este último no había sido evidente. Por supuesto no son los únicos, las aristas nos permiten visualizar que autores como Balzac, Dumas, Moratín, Alboize, Talma y Delavigne también fueron citados repetidamente. Además, esta última imagen representa de forma muy clara cómo la red de El Recreo creó fuertes vínculos textuales hacia fuera de la revista, dejando claro hacia dónde y con quiénes buscaban establecer los diálogos, pero, sobre todo, en quiénes validaban su quehacer literario como intelectuales mexicanos.
Consideraciones finales
Es evidente que la revista El Recreo de las familias no era una publicación dirigida al entretenimiento familiar, aunque así la hayan presentado. Se trataba de una publicación de escritores para escritores que buscaba formar y legitimar a los autores nacionales como miembros de una nación independiente en camino de madurez que había dejado en el pasado su dependencia y barbarie.
La identidad mexicana que construyeron los colaboradores de la revista literaria El Recreo tomó como referencias tanto las obras extranjeras producidas por las naciones civilizadas a los cuales citaban, copiaban y traducían, como a los mismos autores de ellas. En un proceso no mecánico sino creativo en el que aprendieron los métodos —como la rítmica y la métrica— de los cuales eventualmente se apropiaron.
Rodríguez Galván fue uno de los primeros románticos auténticos en México y también uno de los primeros en la búsqueda de formar una identidad nacional, como afirmaba Roberto Méndez Farías.[62] Sin embargo, desde el punto de vista de la teoría de redes, también fue un hombre producto de sus relaciones originadas desde su infancia al lado de su tío y de las tertulias. Su actividad como librero fue de gran utilidad para editar y distribuir la revista, además que los vínculos que se establecieron en torno a la Academia de Letrán fueron sustanciales en su formación académica. Hay elementos para identificarlo como el componente principal dentro de la red que se estructuró en torno a El Recreo de las familias, pero es imposible desvincularlo de las relaciones, tanto sociales como intelectuales que se estructuraron en torno a ella.
Valdría la pena ampliar el estudio tomando en cuenta no sólo los autores, sino las revistas que le sirvieron de fuente para la elaboración de su revista, como El instructor de Londres, redactada en español para el público latinoamericano, las francesas como La Mosaïque y revistas españolas como El museo de las familias y la ya mencionada El Artista 1835.[63] Además de The Foreign quarterly review de Londres; La Musée des familles, Le national y L’artiste de Paris, la Gentleman’s Magazine en Londres. O con una mirada hacia el interior del país, analizando el resto de las publicaciones mexicanas que se desarrollaron en la misma década en torno su red social, como los ya mencionados Calendario para las señoritas mexicanas, El mosaico o Presente amistoso.
Por el otro lado, tal vez el canon literario mexicano al que hacía referencia Kurz no era tan evidente porque estaba en proceso de construcción. Sin embargo, eso no significa que no existiera. La imitación y copia, tanto en el caso de las imágenes como en el de prosa o poesía, fueron elementos didácticos que les permitieron legitimarse a los escritores que colaboraron en El Recreo. Además, que contribuyeron a la formación de su identidad como mexicanos dentro del quehacer literario internacional, por ello no sorprende que muchos de ellos llegaran a convertirse a lo largo del siglo XIX en escritores consolidados y en dignos modelos de imitar para las generaciones que les siguieron.
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Notas