Recepción: 28 Mayo 2020
Aprobación: 10 Junio 2020
Resumen: La esclavitud plantacionista dedicada al cultivo del café durante el siglo XIX en el suroriente de Cuba estuvo determinada por un creciente flujo migratorio procedente de Saint-Domingue, en primera instancia, y más tarde desde Francia. Esto trajo consigo un movimiento que transformó el universo sociocultural oriental en un traslado obligatorio no sólo humano sino de elementos culturales que fueron implantados y reestructurados en nuestra isla. En la presente investigación se analizaron los elementos referentes a la vida de los esclavos y su relación con los propietarios. La producción agraria, el papel del esclavo dentro y fuera de las haciendas, hábitos alimenticios, castigos, estado de salud, vivienda, marcadores étnicos, valor monetario así como el uso del vestuario fueron parámetros a seguir. Asimismo se valoró desde una perspectiva integral e histórica las diferentes relaciones sociales con sus dueños y el universo cultural circundante.
Palabras clave: esclavo, cafetales, cultura, suroriente de Cuba.
Abstract:
Plantation slavery dedicated to coffee cultivation during the 19th century in Cuban southeastern was determined firstly by a growing migratory flow from Saint- Domingue, and later from France. This brought with it a movement that
transformed the eastern sociocultural universe into an obligatory transfer not only human but also of cultural elements that were implanted and restructured on our island. In the present research, the elements referring to slaves’ life and their relationship with the owners were analyzed. Agrarian production, the slave role inside and outside the farms, eating habits, punishments, state of health, housing, ethnic markers, monetary value as well as clothing use were parameters to be followed. Likewise, different social relations with their owners and surrounding cultural universe were valued from an integral and historical perspective.
Keywords: slave, coffee plantations, culture, Cuban southeastern.
INTRODUCCIÓN
La presencia francesa en Cuba es tema debatido y estudiado para la historia y la cultura del suroriente de la Isla. Numerosas investigaciones desde el plano historiográfico, arquitectónico y artístico se contemplan hoy dentro del panorama científico de nuestra región. Sin embargo, todavía existen vacíos epistemológicos sobre el tema que son necesarios llenar para la conformación de la memoria histórica.
Los estudios acerca de las costumbres, modos de vida y cultura material son enriquecedores en cuanto ayudan a observar el desarrollo de la historia desde un punto de vista pragmático y cotidiano, pues aprecian sus influencias en el marco sociocultural actual. Estos son significativos para la conformación del patrimonio y la identidad local y nacional como parte indisoluble del ser cubano, elementos que están insertos dentro del entramado cultural de la nación.
La presente línea temática centrada en el universo cultural del esclavo dentro de los cafetales ha sido estudiada en diferentes aristas por la historiografía regional, sin embargo, las perspectivas de análisis se ven limitadas al no encontrarse sistematizadas. Por lo cual se realizó un análisis histórico-cultural de los modos de vida, las costumbres y la cultura material del esclavo dentro de las haciendas cafetaleras pertenecientes a las familias francesas asentadas en la zona rural del suroriente de Cuba. Se estableció, además, una valoración de las relaciones con los propietarios franceses y los posibles aportes que desde su universo diario dejaron a la cultura cubana.
El período a estudiar comprende poco más de la primera mitad del siglo XlX porque fue el ámbito en el cual existió un desarrollo sostenible cafetalero interrumpido en 1868 por el estallido de las guerras independentistas. Esto trajo como consecuencia la destrucción, abandono y/o venta de muchas haciendas cafetaleras a raíz de las teas incendiarias.
Dentro del universo numeroso y prolífero de cafetales franceses estudiados para esta investigación, así como los documentos de archivo que brindan información sobre sus esclavos, se tienen como referentes puntuales los pertenecientes a los partidos de Ramón de las Yaguas, La Andalucía, Dos Bocas, Santa Catalina, Tiguabos y Nimanima, respectivamente. Pues fueron de marcada referencia en el acontecer económico y social de la Jurisdicción de Cuba en la primera mitad del siglo XlX y estuvieron vinculados al desarrollo de una cultura cafetalera que
devino, en las montañas, espacio sociocultural obligado de la comunidad santiaguera.
Los estudios dedicados al mundo del esclavo en el suroriente de Cuba enriquecen el panorama cultural de la región y ayudan a la reescritura de la historia tanto de Santiago como de sus alrededores. La presente investigación lleva tres directrices fundamentales: la historia cultural, los modos de vida y la cultura material expresada en la vida cotidiana de los esclavos de las plantaciones.
MATERIALES Y MÉTODOS
Este estudio se ha auxiliado de diversos materiales y métodos de la investigación científica, tanto empíricos como teóricos, que ayudaron a estructurar de forma correcta su metodología de análisis basado en el paradigma cualitativo. La observación científica permitió apreciar, in situ, la imagen física actual de las áreas objeto de estudio dentro de las zonas rurales del suroriente de Cuba y las características de su paisaje cultural, así como los vestigios de la arquitectura imperante. Además, posibilitó visualizarla en los planos cafetaleros de la época estudiada y en las referencias contenidas en documentos del período.
A través de los métodos histórico-lógico y de análisis-síntesis se realizó un recorrido por la historia suroriental, haciendo énfasis en el período que abarca la investigación, para determinar elementos relacionados con la evolución de las plantaciones y sus esclavos y de las áreas que interesan a este estudio; de igual modo, con aquellos acontecimientos sociohistóricos y también de carácter económico que repercutieron en el desarrollo de las haciendas cafetaleras y el aumento de las dotaciones. Por medio del método de inducción-deducción se transitó del análisis de casos y fenómenos particulares al establecimiento de determinadas generalidades.
De importancia vital para esta investigación constituyó el trabajo con las fuentes primarias, los documentos de archivo, labor que ha posibilitado tener una visión más completa del proceso estudiado desde la escritura de su historia. De igual manera, permitieron obtener informaciones correspondientes a padrones demográficos, crónicas de los viajeros, testamentos, censos, inventarios, entre otras; piezas que resultan imprescindibles para valorar con mayor conocimiento de causa el proceso objeto de este estudio. Se consultaron diversos fondos del Archivo Nacional de Cuba pero, esencialmente, el de Audiencia de Santiago de Cuba, que atesora la testamentaria de gran cantidad de inmigrantes franceses que habitaron en Santiago de Cuba durante la primera mitad del siglo XIX.
Asimismo, se trabajó en el Archivo Histórico Provincial de Santiago de Cuba. Allí se consultó un variado conjunto de fondos pertenecientes a la época colonial entre 1800 y 1868: Gobierno Provincial (Juzgado de Primera Instancia: bienes, comercios, escribanía, testamentos, cafetales), Anotaduría de Hipotecas. Se consultaron además los textos referentes a la historia de Santiago de Cuba,
cartografía e implantación francesa presentes en el archivo personal de la Dra. C. María Elena Orozco Melgar. En estos predios investigativos se hizo necesario el trabajo de campo para complementar la investigación a partir de la localización de las haciendas pertenecientes a la familia seleccionadas y la evaluación del estado de conservación de este patrimonio cafetalero.
RESULTADOS Y DISCUSIÓN
En las plantaciones cafetaleras el esclavo desempeñó un rol importante. Pese a su sufrimiento, constituyó la columna vertebral en la que se sustentó la producción agrícola y demás labores de las haciendas. En los grandes terrenos sembrados coexistió una oscura escena: la explotación esclava junto al desarrollo cultural cafetalero.
El investigador Francisco Pérez de la Riva en su obra El Café (1944), describe cómo se organizaron las labores agrarias de este sector humano, así afirma:
La esclavitud en los cafetales fue de tanto rigor como en las plantaciones cañeras. A la recolección iban hombres, mujeres, niños y ancianos, quienes trabajaban por largas jornadas. Durante el tiempo muerto los esclavos se utilizaban en las labores de acondicionamiento de la plantación, en la construcción de caminos, puentes y en los grandes cafetales para construir sus propias cárceles y barracones (pág. 111).
La estratificación propia de las plantaciones fue un mundo diverso en el cual, por un lado se encontraban los esclavos dedicados a las labores domésticas de la hacienda y, por otro, los que sudaban bajo el sol en las agrestes montañas. Todo ello dependía de las propiedades de sus dueños y la variedad de los cultivos; aunque, si bien los esclavos eran utilizados en otras plantaciones como es el caso de los ingenios, la mayoría de esta población se dedicaba a las faenas de la caficultura dentro de los mencionados cuartones (Romero, 2012, p.53).
El ilustrado Hippolite Piron, en visita a los cafetales de sus familiares y amigos1 notó la dureza del trabajo en las montañas y sus discordancias con respecto a la urbe afirmando que “la esclavitud en la ciudad, ya de por sí bastante cruel, es, no obstante, menos ruda que en el campo. Ella somete a los infelices negros a un envilecimiento y un embrutecimiento menos penosos. Los trabajos no son tan rigurosos” (Piron, Ed, 2015, pág. 51). Y es que, por obligación, el esclavo del campo caminaba con la dureza del látigo y el sol a su espalda.
Al campo iban con hachas, machetes, picos, palas, azadones, arados criollos y artesanales para el trabajo de la tierra. En ocasiones utilizaban cadenas para tirar la madera, sierras y serruchos para los oficios de carpintero y el derribo de montes, cuchillas para podar café y carretones para la tracción. Panorama que Hippolyte observó y denunció en su visita al cafetal San Pablo:
Al continuar nuestro paseo, llegamos al lugar donde trabajaban los negros. Hay un centenar recogiendo café y echándolo en cestas de liana. Cuando se demoran en la ejecución de su trabajo, reciben el estímulo del
largo látigo de un mayoral tan negro como ellos quien le persigue con una vigilancia incesante (Piron, pág. 106).
La reseña implícita del “mayoral tan negro como ellos” muestra la intersección en primer lugar del color negro como referente a la crueldad ejercida por estos fustigadores, aun cuando eran blancos, y dos, de los propios esclavos libertos que en ocasiones se convertían en mayorales y formaban parte de la explotación a sus semejantes2.
Otro aspecto a tener en cuenta era la alimentación en las plantaciones. Los esclavos se mantenían con lo elemental y tenían que sobrevivir. En los códigos negros (1842) se normaba que los dueños deberían darle a sus esclavos:
Dos o tres comidas al día […] teniendo entendido que se regula como alimento diario y de absoluta necesidad para cada individuo seis u ocho plátanos, o su equivalente en boniatos, ñames, yucas y otras raíces alimenticias, ocho onzas de carne o bacalao, y cuatro onzas de arroz u otra menestra o harina (Salmoral, 1996).
Según Ismael Sarmiento, el tasajo y el bacalao también fueron alimentos populares que en ocasiones podían encontrarse en la mesa de la clase dominante (2004, pág. 200). Sin embargo, se encuentran en numerosos listados, cheques de compras y deudas, inventarios de gastos y mantenimientos de cafetales como productos para el consumo de los hacendados. Tal es el caso de los avalúos efectuados entre 1832-1833 por el administrador francés José Riera y Romeu de los cafetales San Fernando y Santiago, pertenecientes a la propiedad de don Agustín de la Texera y Oliva.
En estos se diferencian los alimentos para los esclavos como la comida de los negros y animales o negros y bestias dejando una ínfima parte del capital productivo para estos fines. Los datos referidos indican que la económica destinada a dichos insumos se planificaba para la supervivencia del esclavo, quien estaba al mismo nivel de los animales y su derecho a buena manutención era inexistente en la práctica.
En ocasiones, “en las plantaciones agrícolas, para preservar a los esclavos contra el pasmo y, sobre todo, para reanimar sus fuerzas de cara al rudo trabajo, se utilizaba aguardiente. Se trataba de una práctica puesta en marcha con la aparición de los primeros ingenios en la isla…” (Sarmiento, 2005, pág. 76). Es muy probable que en los cafetales también se hiciera común esta costumbre, pues en todos los listados de inventarios aparece el aguardiente como insumo imprescindible. La variedad de alimento dentro de las haciendas estuvo centrada en el cultivo de viandas y cereales sembradas en los conucos y estancias.
En el caso del vestuario era muy sencillo. El investigador Lucena Salmoral refiere que en los códigos negros se estipulaba que el esclavo tenía derecho a recibir tres o cuatro comidas al día así como dos mudas de ropas al año y alguna prenda de abrigo (Salmoral, 1996). Estas consistían, según el artículo 7, en una de camisa y calzón de coleta o rusia, un gorro o sombrero y un pañuelo que debería entregarse en el mes de mayo y en diciembre se les añadía, alternando un año, una camisa o
chaqueta de bayeta, y otro año una frazada para abrigarse durante el invierno (El reglamento de esclavos de Cuba, 1842)
La diferencia estribaba entre los esclavos domésticos quienes, junto al calesero y el contramayoral, tenían ropas impecables y, en ocasiones, parecidas a sus amos. Los hacendados solo tenían a bien vestiduras nuevas para los negros de las labranzas en ocasiones especiales como días festivos y celebraciones. Tal es el caso de la compra de 127 esquifaciones3de coleta4 y seis sábanas por el día de año nuevo para las dotaciones de San Fernando y Santiago. Aunque en el caso de los cafetales, según los viajeros y cronistas, es común la desnudez de los cuerpos o el uso de pocos accesorios.
Asimismo, la vivienda para los esclavos estaba constituida por materiales muy pobres, algunas dotaciones dormían en bohíos, otras en barracones construidos de mampostería con techo de paja, guano y yagua. Piron señalaba que
“[…] En la pendiente de la colina, se escalonaban las chozas dónde vivían los negros, miserables cabañas construidas con un encañado recubierto de arcilla y techado con hojas de palma” (Ed, 2015, pág. 105).
Por su parte, en los avalúos de la hacienda el Ermitaño aparece una casa donde “vivían los negros” con quince aposentos, horconadura de caguairán en parte labrada y otra rolliza, paredes de cuje y barro cobijada de manaca con quince puertas de una hoja puestas a la francesa (AHPSC, 1840, Testamentaria de Luisa Dinet). En el caso de La Fortuna propiedad de Domingo Heredia existían “cinco casas de negros de horconadura rolliza encujadas y cubiertas de paja” (ANC, 1849, Testamentaria de Domingo de Heredia y Mieses), mientras que la Simpatía contaba con tres casas de madera rolliza.
Esto muestra que aunque existieron cafetales donde por su numerosa dotación se encontraron barracones, la práctica común fue la construcción del bohío como vivienda para el esclavo; por lo regular, con un conuco contiguo que le permitiera sembrar sus alimentos sin perjuicio de las finanzas del amo (López, 2009, p.129) y como se legisló en los códigos negros de 1842.
La vida esclava era miserable, llena de carencias y dolencias. Las enfermedades provocadas por el fuerte trabajo o la poca atención médica son evidentes en los documentos. Se encuentran a menudo lisiados e inútiles, resultado de golpes o por las rudas labores. Esclavos gambados, con llagas y úlceras, gonorreas o con la combinación de ambas, como el negro Juan Francisco, mandinga de la dotación de la hacienda la Soledad, en la villa El Cobre perteneciente a don Carlos Michell. Existían otros con cáncer, clavos en los pies, locos, sordos, ciegos, dolencias que reducía los costos de la data. Todo ello unido a la poca o inexistente calidad de vida hizo que muchos se rebelaran o apalencaran (López, 2009, p. 154). Fenómeno tratado en la prensa y manuscrititos del período. Piron describe este hecho de la forma siguiente:
Algunos se escapan, se convierten en cimarrones, y se refugian en los bosques […] Otros, más listos, se refugian en los palenques, donde llevan una vida salvaje, de rapiña y asesinatos. Los palenques son vastos refugios en bosques vírgenes dónde los esclavos fugitivos se reúnen en grandes bandas y forman asociaciones terribles (pág. 127).
Generalmente, se organizaban partidas de rancheadores con perros y látigo para la caza de los negros que terminaban, más tarde, en cepos, escaleras o barras de justicia con argollas5. En los gastos de los hacendados aparecían las recompensas o el dinero invertido en la captura de los mismos, salarios que ascendían los 400 pesos.
Muchos escritores como Piron no se rigen por el criterio de que la opresión en los ingenios era más cruenta que en los cafetales dado el menor número de las dotaciones porque, a fin de cuentas, es esclavitud. Nótese como en la Isla de Cuba también se habla del suicidio como un hecho evidente dentro de la vida cotidiana del esclavo. Se cuenta la historia de un negro que asesina a niños acabados de nacer en forma de protesta contra el yugo opresor. Refiriéndose al desdichado se dice que “sufría por la esclavitud y no se atrevía a rebelarse, detestaba a sus amos y al no tener el coraje de atacarlos, había pensado que al matar a los esclavos recién nacidos, se vengaba y los libraba del infortunio de una vida vergonzosa y miserable” (pág. 129).
Aunque algunos historiadores encuentran este suceso como algo exagerado es muy probable que ocurriese. Según la investigadora Elsa Malvido en su estudio sobre la muerte de los negros en las colonias del Caribe, la resistencia de los esclavos tomó muchas formas a través de los años, unas veces fingiendo enfermedades, el suicidio, el aborto, la revuelta, la automutilación o la huida. El caso de Cuba, donde se registra una tasa de suicidio entre las más elevadas del mundo6, una de las formas de suicidio masculino era por ahorcamiento hasta el siglo XX.
Desde el punto de vista del esclavo, el síndrome suicida fue una salida lógica a su condición general, biológica y social, a los síntomas desencadenantes, como enfermedades, soledad y falta de alimentos, provocados por los hacendados (Malvido, 2010). Los esclavos se han suicidado en todas las épocas, por lo tanto es una conducta humana común en situaciones extremas.
Independiente de los horrores de la esclavitud, el trato social y la relación amo- esclavo, verdugo-oprimido también tuvo sus matices, obedeciendo, en buena medida, al complejo universo de las relaciones humana. En los testamentos y documentos legales adjuntos7 de hacendados franceses en la Jurisdicción de Cuba aparecen datos importantes sobre el mundo de estos señores y sus vínculos con el otro subyugado. Dentro del texto testamentario se tienen dos partes fundamentales, las cláusulas espirituales y las patrimoniales, es decir, el legado de
fe y el material y más adelante todos los arreglos legales tenidos a bien antes o después de la muerte del testador.
Entre los bienes patrimoniales se encuentran ejemplos fehacientes del vínculo amo-esclavo. Algunas de las expresiones más comunes eran las donaciones de esclavos, ventas de libertad, pagos en especie por deudas adquiridas en vida, regalías u obsequios de queridos negros8 a los seres más cercanos o simplemente ordenaban a sus albaceas redactar las cartas de manumisión a los vasallos más apreciados, solo después de fallecer él o los propietarios.
El 11 de septiembre de 1827 en un codicilo9 del hacendado Francisco Marsilly, el escribano que se ocupó de sus documentos legales, Juan Duchesnez, declaró ante el Capitán del partido don Felipe Fernández de Castro, la declaración de tenencias y nuevas voluntades del nombrado don Francisco:
[…]Item que en sus papeles tiene una [sic] que acredita la cantidad=cientos dies y ocho pesos firmados por el Capitán y prometido pagar por W T Wright, como encargado de los negocios del ya difunto, los cuales tresientos diez y ocho pesos, le eran debidos por el referido Telor, de la venta que le hizo de una negra (hembra) [sic] nombrada Ana comprendida en el testamento de doce de Setiembre de mil ochocientos veinte y uno10: Item que la negra Carolina que también se halla comprendida en el testamento referido se ha libertado con sus hijos por la cantidad de mil dos, cientos ochenta pesos (AHPSC, Testamentaria de Francisco Marsilly, p. 5).11
Claramente se refiere a la venta de una negra a otro propietario y de una libertad comprada por parte de otra. También hace una donación a sus hijas para “mejorarlas” y para que estén acompañadas con buenos servicios, “Item declara ser su voluntad mejorar a su hija legítima Maria Luisa Marsilly con la propiedad de la negrita Sofhia y a Maria Marta Marsilly, también hija legítima con la de la negrita Celestina” ( p. 13).
En ambos casos se trataba de esclavas domésticas. Dentro de los testamentos siempre se mencionaban a los negros al servicio de la casa, de forma elocuente, por sus nombres y alias y, en ocasiones, por su oficio. Los domésticos estaban incorporados directamente a la vida cotidiana de sus amos (Sarmiento, 2004, pág. 36) y, al contrario de los que trabajaban en la plantación, no se les ponía el precio de su data dentro del texto principal y muy pocas veces su origen étnico.
Un lugar especial lo ocupa la última voluntad de aquellas señoras que, por fortuna o por necesidad, terminaron como hacendadas y prodigaron un afecto especial a algunos de sus sirvientes; Luisa Dinet Duport, por ejemplo, dictó en una de las cláusulas testamentales:
Es así mismo, que la negrita mi esclava llamada Cristina hija de la negra Martina, el –nombrado Carlos y la otra Anita sean libres de toda servidumbre después que acaezca mi fallecimiento debiendo quedar al servicio de mi sobrino el citado D. Pedro hasta que cumplan la edad de 25 años o tomen estado. Es también mi voluntad que el mulatico Juan Bautista Alonso quede al cargo y servicio de Don Augusto Robié hasta la edad competente de gobernarse y mantenerse honradamente por si en cuya época se le entregará tanto a este como a los contenidos en la inmediata clausura en correspondiente carta de manumisión a cada uno por separado (1840, p.3).
El micromundo doméstico de los cafetales era propicio también para ciertas licencias no vistas a menudo en otros espacios como el urbano. Se establecieron relaciones de concubinatos entre propietarios y sus esclavos o libertos, que en muchos casos llegaron a ser verdaderos romances. El hacendado Enrique Bazelais estuvo en unión con una esclava de Pedro Riverí a la cual atendió y mantuvo estrecho vínculo después de liberta y don Guillermo Lacoste Cazade concibió una familia de cuatro hijos con la morena libre Virginia Durruty, por solo citar ejemplos.
En el año de 1860 doña María Magdalena Petit declaró en la sexta cláusula de su testamento:
Es mi voluntad legar como en efecto lego su libertad á mis siervos Justo, criollo, mi calesero: Nicolas, también criollo, contramayoral: Antonieta, de Africa, del servicio doméstico; y Zoé, también de Africa, y de los trabajos del campo; a los cuales se les otorgará carta de manumisión por el referido mi albacea en premio de sus buenos servicios (ANC, 1851, Testamentaria de Magdalena Manet Petit, p. 2).
Evidentemente, son esclavos que estuvieron cerca de ella durante buena parte de su vida pero que bajo la mirada esclavista y considerando sus buenos servicios, se les debía conceder la libertad solo después de la muerte de la madame. Sin embargo, existe un caso singular en la séptima cláusula de la referida testamentaria y es el apego y reconocimiento especial hacia una de sus siervas declarando que lega “asimismo a favor de la morena Caridad, criolla, como de cuarenta y seis años de edad, que a pesar de haberle dado libertad ha permanecido siempre ámi lado prodigándome los mejores servicios, la cantidad de cuatromil pesos que le serán entregados por mí albacea después que ocurra mi fallecimiento” (1851, p. 2).
Existe un reconocimiento casi fraternal entre la criada y su ama, incluso más allá de los marcos de la esclavitud, al quedarse la negra Caridad cuidando a su dueña después que esta le dio su libertad. Es natural que en muchos casos los manumisos no supieran qué hacer ni a dónde ir cuando se les daba la libertad. Por otro lado, hay que tener en cuenta que el trabajo de los libertos no era bien remunerado y que dentro de la casa-hacienda tendrían comodidades propias de las fortunas de los propietarios aunque, sin lugar a dudas, era una aspiración de cada esclavo el obtener su indulto y ser independiente.
Por otro lado, aparecen declaraciones en los documentos legales adjuntos al testamento en las cuales los esclavos se incluyen como propiedades inventariadas, deduciendo además de la dotación de los cafetales, la cantidad de hombres, mujeres, niños, la edad, los oficios y tasación. Asimismo contenían
marcadores étnicos. Entre los más comunes estaban los negros bozales, carabalí, congos, viví, mandinga, lucumí, ibó, criollos o los traídos de la isla de Curazao que, en ocasiones, funcionaba como centro de estancia e intercambio.12
Tanto los oficios como el estado de salud y la edad eran indicadores determinantes en la variación del precio de los esclavos. Estos datos se evidencian en el inventario de las haciendas la Fortuna y Simpatía13pertenecientes al testamento don Domingo de Heredia y Mieses y valuado por don Eduardo Ibonet (ANC, 1849, p.16) (Tabla 1).
La mano de obra calificada era cotizada y apreciada por los caficultores. Si bien en los dos primeros cafetales pueden encontrarse arrieros, cocineras lavanderas enfermeras, costureras y contramayorales, en la hacienda de San Luis de Potosí del propio Heredia, aparecen aserradores, carpinteros y albañiles, oficios que encarecían aún más el valor de los negros (Tabla 2).
Los gastos en alquileres, avituallamiento y medicamentos para los esclavos eran bien referenciados en los inventarios y demás documentos. Ejemplo de ello es la relación jurada que el administrador y hacendado Pedro Marsilly Bataille realizó como albacea de su madre, sobre los ingresos y egresos del cafetal Santa Isabel. En esta declaró que se debían “treinta y nueve pesos abonados a Petronila Lauley por los jornales de la negra Ursula que la tenía alquilada la difunta, y ha continuado en el mismo alquiler en razón de tres pesos al mes hasta el primero del Agosto último” (AHPSC, 1848, Autos testamentarios de Isabel Bataille, p.74). Además, explicó que “los valuos de los esclavos 1c incluyeron los negros Juan y Miguel donados al menor Santiago Oscar, y ami, y la propia la negra Ursula que nuestro difunto padre legó por los días de su vida a nuestra abuela Petronila Lauley, y muerta esta vuelva al monto de bienes para ser repartida entre sus herederos”(1848, p.76).
Se archivaban las facturas de consumos y la relatoría que, entre otros gastos, incluía la atención médica de algunos negros como el certificado en “cuarenta y ocho pesos abonados a la viuda Bizcaud por los gastos de alimentos, asistencia y demas suplementos que hizo para la curación del negro L' Eveille” (1848, p.71) perteneciente a la difunta Isabel Bataille o el adeudo de Pedro Marsilly al reconocido médico Danguillecour de “siete pesos para la curación de los negros enfermos de la hacienda Santa Isabel…”(1848, p.71).
Dentro del corpus testamental se evidencian los diferentes modos en que podía ser visto el esclavo en la herencia, ya fuese como donativo, venta de libertad, alquiler o simplemente ofreciéndole por parte del albacea la carta de manumisión, todo de acuerdo con la última voluntad de su dueño(Sarmiento, Vestido y calzado de la población cubana en el siglo XIX, 2000). De igual modo, existen datos relevantes sobre las relaciones amo-siervo, los oficios, la tasación, los marcadores étnicos, las herramientas de trabajo, las características de los barracones o bohíos cafetaleros, natalidad, dieta básica y vestuario
CONCLUSIONES
En sentido general, la esclavitud, se vio signada por dos elementos fundamentales, como propiedad económica y como elemento humano servil. Los esclavos tuvieron su propio mundo material y vivencial, al margen de los
propietarios dentro de las haciendas y en las propias plantaciones. Esta cuestión marcó una dualidad de relaciones en la cual unos fueron más beneficiados que otros.
De modo que, por una parte se tiene al esclavo que trabaja en el campo cuyo valor aumenta según su componente étnico, edad, oficio y salud física; y por otro, al esclavo doméstico el cual independientemente del rigor exigido mantenía mayores relaciones empáticas con sus amos y, por consiguiente, algunos beneficios en cuanto al vestuario, trabajo y manumisiones.
El universo cultural del esclavo dentro del cafetal francés del suroriente de Cuba se integró al panorama rural y lo transformó desde el ámbito sociocultural. Del mismo modo, el área del conocimiento que se estudió complementa el cuerpo teórico sobre las investigaciones que llevan por tema la esclavitud plantacionista en el siglo XIX en la región oriental de Cuba, en este caso con marcado interés en las relaciones humanas y sus aportes a las costumbres y las tradiciones.
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4. Archivo Histórico Provincial de Santiago de Cuba, Santiago de Cuba (AHPSC)
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