Dossier
Recepción: 09 Junio 2020
Aprobación: 08 Julio 2020
Resumen: Muchos son los posibles contagios entre el pensamiento de Deleuze y el campo de la educación. Y más aún si asimilamos la dimensión del aprendizaje en tanto implicación y complicación inherente al ejercicio de pensar, como la invención de relaciones no dadas entre heterogéneos. Es decir, si hay pensamiento no solo hay movimiento; pero, sobre todo, apre(he)nder inmanente que doblemente es expresión. Es así como podríamos hablar con Deleuze de “pensar por el medio” como pedagogía radical y en acto. El texto a seguir fue compuesto a modo de performance filosófica, no solo como gesto de pedagogía radical al querer instaurarse como un plano de experiencia en devenir para el pensamiento, sino que esencialmente como contra-pedagogía en acto ante la forma-academia. A medio camino entre delirio como metodología y fabulación especulativa como fuerza creadora, que he nombrado “Azul profundo”, el texto a modo de crítica inmanente se propone a experimentar otros modos de habitar la economía y ecología académica como gesto expresivo y de re-existencia.
Palabras clave: Deleuze, Pedagogía radical, Performance filosófica, Ritmo, Re-escritura.
Abstract: There are many possible connections between Deleuze's thinking and the field of education. And even more so if we assimilate the dimension of learning as an implication and complication inherent to the exercise of thinking, such as the invention of non-given relations between heterogeneous entities. That is to say, if there is thought, there is not only movement, but above all, an immanent apprehension-learning that is doubly expression. This is how we could speak with Deleuze of "thinking through the middle" as a radical pedagogy in the act. The text that follows was composed as a philosophical performance, not only as a gesture of radical pedagogy seeking to establish itself as a plane of experience in becoming for thought, but essentially as counter-pedagogy in act before the academy-form. Halfway between delirium as methodology and speculative fabulation as a creative force, which I have named "Deep Blue", the text, in the form of an immanent critique, proposes to experiment with other ways of inhabiting the academic economy and ecology as an expressive gesture and one of re-existence.
Keywords: Deleuze, Radical pedagogy, Philosophical performance, Rhythm, Re-writing.
Muchos son los posibles contagios entre el pensamiento de Deleuze y el campo de la educación.[1] Y, más aún, si asimilamos la dimensión del aprendizaje en tanto implicación y complicación inherente al ejercicio de pensar, como la invención de relaciones no dadas entre heterogéneos. Es decir, si hay pensamiento no solo hay movimiento; sino, sobre todo, apre(he)nder inmanente que es doblemente expresión. Es así como podríamos hablar con Deleuze de “pensar por el medio” como pedagogía radical y en acto (Manning & Massumi, 2014). Recuerdo entonces mi antiguo profesor de danza Butoh quien, en resonancia con el Zen, me decía: “No puedo decirte qué es la danza Butoh, cada vez que me preguntes debo responder bailando Butoh y no con palabras. Las palabras no saben danzar como el cuerpo lo hace”. Es decir, mi profesor insistía en solo y tan solo “pensar por el medio”, en inmanencia con la danza sin salir de la experiencia de estar en relación con ella cuerpo a cuerpo. Teniendo en cuenta este aprendizaje que instala una y otra vez el cuerpo en el pensamiento, podríamos hacer la siguiente provocación: el gesto filosófico bien podría seguir insistiendo en decir sobre las cosas y el mundo, como quien mira desde afuera, o arriesgar e instalarse de modo vertiginoso “en medio” de la experiencia como performance. Fue en este sentido y como riesgo, que el texto a seguir lo compuse a modo de performance filosófica, no solo como gesto de pedagogía radical, al querer instaurarlo como un plano de experiencia en devenir para el pensamiento; sino, esencialmente, como contra-pedagogía en acto ante la forma-academia, al disponerse como subversión y perversión de los mandatos que hacen de los coloquios e instancias de encuentro académicas, antes que nada, instancias de verificación, juicio y legitimación. Usando las palabras de Bartleby de Melville, diré “preferiría no hacerlo”, preferiría no decir sobre las cosas y el mundo, pero sí hacer cuerpo con ellas y con el mundo en medio del vértigo de escribir y leer, ante una audiencia que suele explicar, analizar, clasificar… antes que experimentar como proceso continuo de mutua inclusión con la experiencia que mantiene al mundo y a las cosas en obras y por hacerse. Quizás esta debería ser la aspiración de toda pedagogía, mantener el mundo y las cosas abiertas, en proceso, antes que querer la clausura y la mesura. Pedagogía radical, como recusa ante las voluntades de poder, conquista y colonización; como liberación de las fuerzas creadoras que distribuyen la potencia y que descolonizan permanentemente el pensamiento.
A continuación, un frágil experimento que persigue este deseo. Y que insiste, como nos recuerda Guattari, en que “no se trata de aceptar lo otro en su diferencia y sí de desear lo otro en su diferencia” (Guattari, 1990). Ese otro que en un tiempo por venir, tal vez pueda llamarse alter-universidad.[2]
La vida es inexorablemente indisciplinada, siempre escapa, siempre es fugitiva y como potencia de pensamiento y de proliferación de los cuerpos, nunca se deja marcar, nunca se hace inscripción por completo. Es escritura, que no para de re-escribirse[3]. Es metamorfismo ilimitado para que el ritmo nunca sea capturado, para que siempre sea una poliritmicidad.
Quien escribe podría ser el filósofo, podría ser el cineasta; no obstante, algo entre estas palabras prefiere no tener marcación o pertenencia. Un recelo de aquel peligro que el líder indígena brasileño Ailton Krenak subraya al decir que un territorio que se hace reserva, como un parque, siempre se puede convertir en parking (Krenak, 2019). La escritura no se puede estacionar. Quien re-escribe es entonces el Azul profundo[4], una voz caoide, una tonalidad afectiva como campo experimental y fabulación especulativa en la que ocurre una ecología de las mezclas.
El ritmo no puede pertenecer y en todo caso si pertenece, le pertenece a la vida, pero nunca a los hombres. Es siempre más que humano. Del punto de vista de la vida y de la creación, no hay filosofía o no-filosofía, no hay cine o no-cine, no hay exterioridad o algo excedentario, solo hay plegar y desplegar, escritura y re-escritura como partitura infinita en acto. Modulaciones donde por momentos el adentro se dice pliegue del afuera, pero es solo por un instante, es pasajero. Y quien pasa, quien se dice pasaje y no quiere ser señor, es aquel que practica sin pretensión de poder o completitud, pero siempre abrazando el llamado de la potencia. Quien re-escribe es el Azul profundo, que inunda este cuerpo que escribe y se escribe al practicar salvajemente modos de experiencia filosóficos y cinematográficos, donde todo se hace profundamente frágil e incompleto, pues es proceso. Pues el cuidado del ritmo es anterior a la consolidación de lo ritmado, donde la partitura ya habría acabado.
Un abandono continuo, un despojarse de las formas y siempre en formación, saber que nada es posesión y todo se dona. En ese nomadismo, el metamorfismo se alza y no hay quien escriba la escritura que nos escribe. Ella se practica entre pasajes de modos de experiencia filosóficos y cinematográficos, en los que el pensamiento se exacerba y del concepto se extrae una sensación, un bloque de afectos, una pura aprehensión vertiginosa de mundo, antes que una comprensión. Tal vez el cuerpo que hace cuerpo con el concepto no es el que leyó lo escrito por el filósofo cuando con las vísceras de Artaud dijo “cuerpo sin órganos” (Deleuze y Guattari, 1994), pero sí es el cuerpo que se reventó bailando Butoh y se hizo pura crueldad. El ritmo pidiendo un mínimo de mediación, limando al máximo la presencia de los intermediarios, para ser pura inmediación (Manning, 2019). Y, de repente, escuchamos a lo lejos al poeta brasileño Manoel de Barros escribiendo con los pájaros,[5] así como el compositor francés Olivier Messiaen[6] que los re-escribe en la partitura como potencia rítmica y nosotros aquí intentando re-escribir lo escrito como un cintilar de pájaros filosóficos, que hacen de los cuerpos membranas percusivas como un mínimo de resistencia ante el ritmo y un máximo de vaciamiento que lo afirma. Devenir entonces membranas percusivas que, en su pliegue visible, son el plegar y desplegar de los cuerpos como pantallas cinematográficas, a través de las cuales bloques de energía pasan con un mínimo de codificación y adherencia y un máximo de transducción. [7] Es decir, no nos podemos demorar en el escribir, pues cuanto más rápido podamos donarlo todo a la devoración de la re-escritura, mas poliritmicidad se modula. Se re-escribe, pues el llamado de la diferencia borra lo dicho que tiene que volver a ser inscrito como fugacidad. El ritmo como lo desigual que revienta la resonancia de la linealidad.
Inacabada la escritura, inacabado lo humano, la vida en proceso y los cuerpos como operadores de activación del vértigo. Somos imágenes activas y activadoras. La re-escritura que todo lo desmorona y se hace Azul profundo en caída libre e indeterminación. Quien práctica no dice que es la respiración, pero manifiesta somáticamente el esfuerzo de la inhalación. Re-escribir para que el ritmo se cuele, escape y la hoja de papel se haga piel, se haga haptopía (Sarmiento Gaffurri, 2017). Una escritura háptica y somática encharcada de sudor de quien cae en el vértigo de la indeterminación y escucha a lo lejos como ritornelo: Azul profundo.
El ritmo no es inteligible, pero sacude la dermis de los cuerpos y de la escritura que hace cuerpo, reinventando la idea de prudencia. Se es prudente al cuidar el vértigo, al estar con él en lo sensible de una afectación que active otros cuerpos, que active su disponibilidad a abandonarse, a soltarlo todo y dejarse consumir y devorar por el ritmo, por el caoide que es el Azul profundo.[8] Es decir, cuidar, no lo efímero que somos, sino la re-escritura impersonal y potencial que cargamos y que le pertenece a la inmanencia de la vida. En otras palabras, se es prudente al reconocer que todo lo viviente que atraviesa los cuerpos hace parte del mismo metamorfismo y que, por lo tanto, como movimiento que no se da a durar como estabilidad, solo nos cabe celebrar y festejar nuestra extinción, germen del proceso de individuación. Somos imágenes re-escribientes como proceso de diferenciación vital. Somos imágenes de composición de esa partitura inacabada y abierta, que no es lo extra-viviente para entrar en la vida, sino lo viviente en acto como multisensorialidad y multirelacionalidad rítmica (Orlandi, 2016).
Entre pájaros filosóficos como modos de experiencia que hacen del concepto mancha y color y pura tonalidad afectiva; y modos de experiencia cinematográficos que hacen de nosotros membranas percusivas, no paramos de hacernos destilación del vértigo de los ritmos que pueblan el Azul profundo como plano de composición. La partitura siempre incompleta que guarda en secreto el sonido del cosmos, que como lógica de los materiales que se dice entre sonoridades, visualidades y conceptualidades, es en última instancia el metamorfismo de corporeidades más que humanas. Allí logramos intuir que el ritmo es lo que todos los cuerpos compartimos. Allí el Azul profundo en su ecología de las mezclas, donde plano de inmanencia, de composición y de experiencia se confunden, nos ayuda a través del re-escribir que se abre y abre, a instaurar lo singular de un compartir. Es decir, nos abismamos en esta fabulación fugitiva y que hemos llamado Azul profundo, para salir de la percepción de hábito, para hacer sensible el vértigo, para que tal vez los cuerpos también se abran como fractalidades a este movimiento de dejarse borrar y re-escribir una y otra vez. Una entre-humanidad, un entre-vivir como musicalidad polirítmica y cinematógrafo cósmico en proceso. Un escuchar el ritmo vital que nos escribe, como quien escucha el silencio del abismo y su vértigo sin la trampa de una falsa prudencia que se orienta por la cisión y por el contrario avanza como acción de cuidado que se dice des-límite. Un escuchar el ritmo, como donación y verter infinito de la vida en la vida.
El gesto de escribir y re-escribir que se hace constituyente al hacer pasar los flujos energéticos y el impulso vital, colocando siempre en jaque cualquier idea de medida y mesura. Se es medio de continuación, se es plano que siempre se afirma por otros medios y por lo tanto desborda. Esto es, todo pasaje entre medios, modula por otros medios la expresión y los cuerpos, haciéndose gesto de re-escritura, siendo gesto que no deja estabilizar y mantiene el dinamismo escritura/re-escritura, el proceso y el metamorfismo de los ritmos en movimiento.
Lo que aquí quiero, se quiere y queremos compartir, es justamente esa condición que hace posible un compartir, un estar juntos, como propensión de un cuerpo a entrar en metamorfismos con otros para que los ritmos sean liberados. Un estar juntos, cuyo vínculo se sostiene por el compartir de riegos. Algo que tal vez tenga mucho menos que ver con el filósofo y el cineasta desde los cuales se avanza como des-marca aquí y tenga que ver mucho más con una posición en constante desmoronamiento y emergencia, como puede llegar a ser aquella de un curandero-educador por venir, que intenta conjurar el hechizo de la razón que nos distancia del abismo y su vértigo y que, por lo tanto, nos distancia del cuidado de la potencia genética de los ritmos.
No se puede pertenecer, ni hacer banda, pero sí insistir en la instauración de comunidades efímeras[9], donde modos de existencia son re-escritos y en el borrar y re-escribir cuerpos se levantan, se alzan contra el poder como no paramos de ver en el mundo y más recientemente en América Latina.[10] Y no hablamos de comunidades efímeras y conglomerados de cuerpos entretejidos en ecología de las mezclas como multitudes, que aún sería una condición humana demasiado humana. Hablamos de comunidades en emergencia y disipación constante como multiplicidades que se activan por la violencia de una necesidad, de un caoide con el que nos conectamos y componemos inevitablemente así sea de modo pasajero y temporal, para poder distribuir la potencia. Es decir, para dejar saltar el ritmo. Aquí ese caoide como atractor rítmico que escribe y nos re-escribe se ha llamado Azul profundo. Pero cada cuerpo ha de encontrar su atractor, ha de encontrar la singularidad de un abismo con el que hace cuerpo y en el que el sonido secreto del ritmo, del cosmos, siempre suena diferente.
Perseverar en la escritura y re-escritura metamórfica de poliritmicidades, sea quizás negarse a dar respuesta por otro cuerpo y, al mismo tiempo, saber que cuidar las condiciones de compartir, como el acto de abrirse y hacerse pasaje para los ritmos, es tal vez acompañar al otro en el vértigo de encontrar sus propias respuestas, sus propios atractores rítmicos, pues estamos implicados, pues también estamos en ese proceso íntimo y singular. Cada uno con su abismo y vértigo. No se comparte el mismo abismo, pero se comparte el hecho de que cada uno tiene el suyo y que está en caída libre, cuidando del susurro del cosmos, de su fuerza diferencial como ritmo. Estar juntos, pues compartimos el des-obrar que nos desmantela y re-escribe el mundo, haciendo del cosmos un pluriverso o lo que es lo mismo una poliritmicidad. Compartir la soledad de estar a solas en esa oscuridad, nombre que los guaraní le darán a su caoide y de donde todo puede emerger.[11] Oscuridad alegre donde de repente y después de todo, pero antes de que todo, sea re-escrito, los pájaros filosóficos ponen un huevo cósmico que solo puede eclosionar en las bajas temperaturas contra-natura del Azul profundo.
Escribir y re-escribir, como contra-hechizo de la razón, como auto-cura y cuidado, pues estar lejos del ritmo, es estar lejos de la vida. De allí que por más que sea doloroso, como describen las madres que amamantan por primera vez a sus hijos, es necesario aceptar que a veces estar en el abismo es la mayor prudencia de una vida, pues en su vértigo todo se hace más nítidamente flujo de energía en propensión a una alquimia del pensamiento como precipitación de la sensación. ¡Metamorfosis! Pensar como vértigo y abismo y desde el vértigo y abismo. Experiencia que no puede ser privilegio y que, por lo tanto, aquí se escribe y se hace re-escritura de un compartir aun no escrito. Compartir, entretejido rítmico que debe afirmarse más allá de cualquier categoría, siendo salvaje y aberrante, balbuceando y gagueando la lengua de la oscuridad cosmogenética de los guaraní o del Azul profundo, que aquí se cuela entre las palabras y donde el problema se de-forma una y otra vez y sin mesura no le pertenece al arte, cine o filosofía. Es indisciplina acogida y abrazada por la experiencia diferenciadora, por los modos de experiencia que se destilan y deslizan en los pasajes siempre por otros medios, donde lo único que importa es la corporificación en metamorfosis de una aventura singular del pensamiento de quien ya no es quien, pues dona su vida a la vida para cuidar y curar los medios que se pliegan y repliegan para que el mundo no pare de re-escribirse como poliritmicidad desmedida.
La partitura re-comienza. Da capo.
El ritmo re-escribe, el abismo des-escribe, el vértigo trans-escribe…
El Azul profundo insiste y el metamorfismo a todos los escribe.
Y entonces recomenzamos y salta una pregunta que no se calla. ¿Por qué aquí y ahora, cuando todo esto al parecer tiene mucho más que ver con la universidad libre de Joseph Beuys y su idea de escultura social o con el pensamiento que puede circular en una maloca indígena? Pero ocurre que aún se cree en la posibilidad de un entre-mundos, se cree que es posible contra-efectuar, contra-hechizar la Universidad. Después de todo no para de resonar el escribir de Deleuze, el filósofo que aquí nos convoca y reúne y que no paró de re-escribir la idea de multiplicidad. Idea que quizás esté haciendo de nosotros aquí y ahora, una comunidad efímera como antídoto, que claro es un pharmakon y que inevitablemente nació en la Universidad. Pero es preferible el riesgo del abismo y su vértigo (y estar vivo es un riesgo), a la tristeza que enferma los cuerpos y los hace impotentes dentro de la Universidad, pues cada vez menos es un lugar donde algo nazca por necesidad vital. Todos tienen derecho a hacer nascer su propio Azul profundo, su propio atractor rítmico que haga de la vida un proceso de re-escritura constante. Aquí y ahora, por necesidad vital que no debería ser un privilegio. De allí, el llamado a insistir en la instauración de un compartir entre el cuidar y curar para que el ritmo deje de ser abortado en nombre de la funcionalidad y el poder. Aquí y ahora, pues aun insiste el fantasma de la interioridad, del pertenecer y de la propiedad. Aquí y ahora, pues solo se está en la medida en que no se para de salir y de afirmar que el ritmo si ha de pertenecer a la Universidad, es a una de menos, es a una que está por venir. Se escribe y se re-escribe y en el medio algo se va agrietando, nuestros cuerpos, la Universidad y el ritmo de a pocos va inundando. Quien sabe, inundar esta sala, estos cuerpos, hacerlos Azules como profunda potencia rítmica. Después de todo, fue desde dentro de la música que John Cage encontró el silencio. Entonces aquí y ahora, callar y hacer escucha y re-escribir en silencio y como compartir vibrátil y energético esta intervención de menos en este congreso.
El congreso ya pasó y un silencio se abrió entre lo ocurrido bajo dicha manifestación de la forma-academia y esta escritura que ha pretendido actualizar lo ocurrido. Un remontaje de aquella puesta en escena, de aquella puesta en situación que quizás ha afectado a quién está leyendo este texto, pero que no deja de tener un aire de anécdota. No deja de presentar una cierta distancia, pues la re-escritura que aquí avanza inventa otros cuerpos. No se está en la arquitectura del pensamiento de la conferencia/congreso/coloquio, por más que se quiera actualizar aquí el modo como se ha aspirado a habitarla. Es necesario que el gesto de habitar como intervención conserve sus gradientes de virtualidad y, por lo tanto, de vida por venir. Es decir, la metamorfosis debe hacerse presente de nuevo como gesto de pensar con cuidado (Puig de la Bellacasa, 2017), al resituar el pensamiento, al hacerlo de nuevo local, de esta vez en la arquitectura de la hoja de papel como superficie imaginal y especulativa. Como reclamo de un arte de la eficacia[12] de siempre estar por el medio como condición de la contra-pedagogía radical que aquí defendemos. En otras palabras, lo que se reinstala como problema es como instaurar una vez más una comunidad efímera, ya no como co-presencia orgánica de cuerpos, sino como meta-pliegue condicional de la existencia común y desbordante del Azul profundo en la hoja de papel por sí misma y que quien sabe puede contagiar otros cuerpos, abismos y vértigos.
Entrar de lleno en la escritura, como re-escritura que perfora y performa la hoja de papel. O recordando a mi antiguo profesor de danza Butoh, “no danzar en el lugar, danzar el lugar”. Y que aquí implicara entrar en un aula de papel imaginal, como abertura virtualizante de lo que ustedes han leído líneas arriba. Es decir, entrar en el silencio del pensamiento que modula sus propias espacializaciones y arquitecturas y por lo tanto los modos de habitar y ocupar las ocasiones que lo hacen, constituyen y lo mantienen en proceso. El experimento no puede acabar y dignificarlo pide un pliegue más para que la inscripción no se fije y el ritmo del canto de los pájaros filosóficos encuentre otras condiciones acústicas y en parte acusmáticas por donde pueda proliferar. Un riesgo constituyente y envolvente que dispone la re-escritura continua en dirección a auras comunes, en dirección a colectividades en las que lo singular de un compartir detona lo personal a través de lo que aquí llamaremos escucha radical.
El experimento avanza entonces como la detonación del Azul Profundo para que el deseo por lo otro pueda tomar lugar y las fuerzas que aquí son convocadas sean atribuidas a nadie, como ese quien y factor metamórfico que multiplica las poliritmicidades.
De repente no hubo un ocurrido que aquí se retomó. De repente y sin escena original, pero sí en esa escena que siempre es local y por segunda vez, no hay texto que pronunciar ante un público. No hay linealidad de decir para luego escuchar y replicar bajo una lógica causal. No hay resultado a comunicar. Hay proceso que pide continuar. Hay materia prima, como arcilla; hay un texto que se dispone como ofrenda a ser devorado para que un pensamiento como proceso pueda avanzar. De repente, lo que parecía una conferencia que se ocupa y habita por tendencias a la estabilización y cristalización de formas, se ha hecho una aula-usina metaestable donde ni siquiera un mobiliario puede ser determinado pues se aspira a todo, menos a predisponer la disposición de los cuerpos.
En esta aula-fábrica todo es materia viva y activa, toda acción es una práctica de escucha radical. Sin público, sin espectadores, pues quienes ocupan la escena son agencias propositivas y composicionales.
Nadie se paró enfrente a leer. El texto ya estaba en la espacialidad del pensamiento sin firma y en proceso de des-autoría. Una mano lo toma, un punto de vista lo observa y una voz lee un fragmento suyo. Y como susurro atrayente resuena una partícula en especial: “Azul profundo”. Un ritornelo, una tonalidad afectiva que se da a percibir como espacio vacante y atractor vacilante que cada cuerpo singular empieza a llenar, a ocupar y habitar con el deseo que activa lo moviente del pensamiento que por ellos pasa.
Entonces el texto pasa de mano en mano, de perspectiva en perspectiva y de voz en voz, como nutrición anónima para una comunidad devorante. Cada cuerpo que lo incorpora, que de él momentáneamente toma pose, lo despelleja más y más. A cada pasaje reconocer, como quien se conecta con una imagen primera, se hace imposible. Resuena una partícula: “Azul profundo”, que cuanto más es masticada, más clara se hace su función de enzima metamórfica catalizante, su función de conectadora entre ritmos cualesquiera.
Se lee, pero leer es descascar las palabras y el pensamiento como escucha radical, como extracción de potencialidades en la variabilidad de las materialidades. Escucha como cristal vitalista creador más que humano, impersonal. Escucha como diálogo inmanente que nadie ha empezado pero que cuerpos anónimos hacen continuar transductiva y transversalmente. Escucha como diagrama composicional de ecologías nómades, de ecología de las mezclas.
No se lee el texto, se lee en sus textualidades lo que el silencio que se inhala entre las palabras emana como propensión creativa, más allá de lo ya dicho. Entonces se escuchan afectos, bloques de afectos como ingredientes para un banquete.
Lejos de ser una conferencia, tal vez una aula-usina, en todo caso un banquete como acontecimiento, como emergencia de una atmosfera común y que entre delirios tiene algo de azulante. Esa tonalidad que re-escribe y se re-escribe una y otra vez y que de esta vez no ha negado su condición de fragmento, su condición intervalar. Un texto que en el pasaje por cuerpos diversos se ha hecho “cuerpo sin órganos” de una escritura impersonal, partes extra-partes de una modulación acontecimental.
Texto como intervalo, que galopa al paso de un personaje rítmico que hemos llamado Azul profundo, que es mucho menos un continente con un contenido y mucho más una provocación-proposición, una ocasión para que la arquitectura del pensamiento siempre pueda ser otra. Des-forma académica, pues el texto no es el fin a ser presentado, más sí el medio de hacer presente el proceso. Y por ya estar en el medio, es que ya está y es adyacente a la propia espacialidad del pensamiento. Es su partícula, su enzima de proliferación de pliegues. Su hilo de metamorfosis (Orlandi, 2018). Texto como origami polirítmico.
Re-escribir el texto como la posibilidad de que siempre este abierto, de que siempre haya en él grietas que lo hagan un intervalo, un espacio otro para el pensamiento. Grietas, caídas, abismos, vértigos que lo desplacen, que lo hagan habitar y ocupar un lugar, una arquitectura otra a la que se quiere imponer como imagen totalizante y anterior y no como aquello que está por venir. Más vida, quizás una alter-universidad, en todo caso avanzar sobre ruinas creadoras desobedientes ante la forma-academia y en las que una pedagogía radical en acto se dice apre(he)nder de intervalos.
Intervalos escritos y escribientes, re-escritos por restos de filosofo(s), de cineasta(s), de curandero(s)-educador(es). Algo así como un cine por otros medios al ritmo de Yves Klein. Texto-intervalo, montaje fragmentario azulante. Entonces recuerdo esa memoria de futuro: Nos hemos arrastrado hasta aquí por ser potencia genética de larvas que se nutren del azul de los cuadros de Klein y que en palabras se desbordan, desencuadrando la percepción, delirando aprendizajes vitales al morder y agujerar las hojas, al metamorfosearlas en bloques de sensación, en afectos-intervalo de devoración.
La partitura re-comienza. Da capo.
Los pájaros filosóficos sobrevuelas. Las larvas hacen apnea en el azul…
Referencias
Barros, M. de. (2013). Poesia Completa. LeYa.
Deleuze, G., & Guattari, F. (1994). Mil mesetas: Capitalismo y esquizofrenia (Edición: 1). Editorial Pre-Textos.
Deleuze, G., & Guattari, F. (1997). ¿Qué es la filosofía? Anagrama.
Ferraz, S. (2008). A fórmula da reescritura. Seminário Música Ciência e Tecnologia, 1, 41–52.
Gallo, S. (2007). Deleuze & a Educação (Edição: 3). Autêntica.
Guattari, F. (1990). A Subjetivação Subversiva. Teoria e Debate, 12, 60–65.
Krenak, A. (2019). Ideias para adiar o fim do mundo (Edição: 1). Companhia das Letras.
Manning, E. (2019). Em direção a uma política da imediação. En Conexões: Deleuze e Cosmopolíticas e Ecologias Radicais e Nova Terra e…. CCL/Unicamp.
Manning, E., & Massumi, B. (2014). Thought in the Act: Passages in the Ecology of Experience. University of Minnesota Press.
Orlandi, L. B. L. (2016). Revendo nuvens. ClimaCom, 7, 91–117.
Orlandi, L. B. L. (2018). Arrastões na imanência. Editora Phi.
Puig de la Bellacasa, M. (2017). Matters of Care: Speculative Ethics in More than Human Worlds (3rd ed. edition). University Of Minnesota Press.
Sarmiento Gaffurri, R. (2017). Haptopias: Cartografias de los sentidos. Ediciones Uniandes.
Simondon, G. (2015). La Individuación a la luz de las nociones de forma y de información. Cactus.
Sztutman, R. (2018). Reativar a feitiçaria e outras receitas de resistência—Pensando com Isabelle Stengers. Revista do Instituto de Estudos Brasileiros, 69, 338–360. https://doi.org/10.11606/issn.2316-901x.v0i69p338-360
Wiedemann, S. (2019). Azul Profundo: Memorias de Futuro de un Entre-Vivir Cinematográfico / Deep Blue: Future Memories of a Living’s Cinematic In-Between. Evidence.
Notas