Resumen: Este trabajo expone un panorama acerca de las principales cuestiones teórico-metodológicas de la Ciencia Política en tiempos de la posmodernidad. En particular, describe y comenta el debate generado en torno a un texto de Giovanni Sartori titulado “¿Hacia dónde va la Ciencia Política?”. Los ejes del diálogo académico, que fueron desarrollados en las páginas de las revistas Política y Gobierno y Metapolítica, son los insumos elegidos para reproducir los alcances de esta trascendental discusión en el ámbito politológico.
Palabras clave: Ciencia Política , Giovanni Sartori , Teoría , Método , Paradigmas , Movimiento Perestroika.
Abstract: This work exposes a panorama about the main theoretical-methodological issues of Political Science in times of postmodernity. In particular, he describes and comments on the debate generated around a text by Giovanni Sartori entitled “Where is Political Science going?”. The axes of academic dialogue, which were developed in the pages of the magazines Política y Gobierno and Metapolítica, are the inputs chosen to reproduce the scope of this transcendental discussion in the politologica field.
Keywords: Political Science , Giovanni Sartori , Theory , Method , Paradigms , Perestroika Movement.
NUEVOS DERROTEROS TEÓRICO-METODOLÓGICOS EN LA CIENCIA POLÍTICA
Recepción: 22 Enero 2019
Aprobación: 01 Marzo 2019
El fenómeno político en tanto objeto real da lugar a variados objetos ideales. Estos últimos se manifiestan en segmentos diferenciados: grosso modo, los ideológicos, los filosóficos, los teóricos y los científicos. Huelga subrayar, pues, la convivencia de dos ejes cardinales en el devenir histórico de los Estudios Políticos. Uno es la realidad política. Otro es la búsqueda de explicaciones -filosóficas, teóricas y científicas- en torno a esa realidad. Y, también, la existencia variopinta de indagaciones de orden hermenéutico, desde el holismo hasta el individualismo metodológico. Empero, tal como asevera Hugo Zemelman Merino:
“El pensamiento tiene que […] adecuarse creativamente a los cambios de los procesos históricos. […] los fenómenos históricos no son lineales, homogéneos, simétricos, ni están sometidos a ninguna mecánica celeste; son fenómenos complejos en su dinamismo […] se desenvuelven en varios planos de la realidad, no solamente en uno porque son a la vez macro y micro sociales. Esto supone que tenemos que estudiar esos fenómenos históricos en varios recortes de la realidad y no solamente en uno” (Zemelman Merino, 2004: 31).
A todas luces, las Ciencias Sociales transitan por senderos diferenciados, muestran grados disímiles de progreso, y la medida de los acuerdos y/o desacuerdos de los cultivadores de cada una de ellas, también asume las correspondientes especificidades.
Sea como fuere, cada disciplina social está constreñida a pensar críticamente acerca de sí misma. Aserto éste que alcanza de manera singular a la Politología, pues, esta ciencia no ha clarificado satisfactoria y suficientemente sus premisas epistemológicas fundamentales.
El estudio de la política fue un tema compartido con la Filosofía, la Historia, el Derecho y la Sociología. No obstante, una vez autonomizada la Ciencia de la Política, se hizo imperativo responder a dos preguntas germinales, a saber: ¿Qué es Ciencia? y ¿Qué es Política? La primera alude al método científico y la segunda al objeto de análisis. Habida cuenta de lo anterior, Ángelo Panebianco informaba hace cinco (5) lustros que, en lo referente al objeto considerado por una disciplina politológica ya con identidad propia, el conocimiento:
“se transforma […] y se redefine constantemente, no dependiendo de los progresos científicos alcanzados (como sucede en algunas ciencias naturales), sino dependiendo de los variables, y continuamente variados puntos de vista […] cuya sucesión domina la evolución de las ciencias sociales y que está condicionada -si bien no determinada, como piensan algunos sociólogos del conocimiento- por el cambio histórico y por el modo en el que, continuamente, el estudioso se enfrenta a él” (Panebianco, 1994: 86-87).
Desde este complejo sustrato histórico, la Ciencia Política arroja -de acuerdo al académico de Bologna- tres corrientes metodológicas fundamentales profesadas por quienes la cultivan, a saber: 1) Ideográficos, 2) Teóricos y 3) Comparatistas.
De acuerdo a Panebianco, una generalidad de los cientistas políticos se ubican en el terreno ideográfico y su labor es “eminentemente descriptiva-interpretativa de singulares fenómenos políticos delimitados en el espacio y el tiempo”; todo ello al margen de una armazón teórica universal. De tal suerte, para “los ideográficos los objetos indagados son importantes o interesantes por sí mismos y no por la contribución que su comprensión puede dar a la elaboración y a la refutación de teorías científicas.” Aun así, el quehacer de esta corriente ha sido fuente laudable de informaciones en torno a fenómenos políticos concretos, asemejándose a la labor de los historiadores (Ibidem: 82-83).
Los teóricos -sigo parafraseando a Panebianco- integran un grupo reducido que se repliega en torno a determinadas construcciones teóricas (la elección racional, la teoría sistémica, la teoría de los juegos, etcétera). Sin embargo, los cultivadores de esta colectividad científica “no someten generalmente sus teorías al examen del mundo empírico. Lo común es que se limiten a usar ejemplos empíricos que sirven como ilustración de la teoría” (Ibidem: 84).
Finalmente, los comparatistas -un grupo todavía minoritario y débil, decía entonces Panebianco- enlazan los propósitos ideográficos y teóricos, pues,
“están interesados tanto en los estudios de caso con propósito ideográfico, donde el caso estudiado por el politólogo ideográfico (y por el historiador) es considerado entre las unidades de la investigación comparativa, como en los trabajos de teoría pura, por lo que pueden ofrecer en términos de modelos, generalizaciones, cuadros teóricos […]” (Locus Citatum).
Ahora bien, el propio Panebianco aceptaba que la Politología no se distinguía por una “división del trabajo institucionalizada”. De allí que, incluso, el más connotado investigador se mudaba desde el terreno ideográfico al espacio teórico y, aun, de la franja comparatista a los estudios de caso theory oriented (Ibidem: 85).
Desde otra perspectiva, en el ámbito más abarcador de las disciplinas sociales se ha discutido largamente en torno a la supuesta oposición entre la objetividad y la subjetividad del conocimiento. Esta última fue reputada por Immanuel Wallerstein como “la intrusión de las tendencias del investigador en la recolección e interpretación de los datos”. Para evadir esta distorsión los investigadores dispusieron apelar a dos recursos, cada uno referido a concretas áreas de estudio. De una parte, los historiadores ideográficos elogiaron el uso exclusivo de las fuentes primarias, esto es, de las informaciones obtenidas directamente de los protagonistas y/o testigos directos y, por tanto, no contaminadas por otros estudiosos. De otra parte, los cientistas sociales nomotéticos animaron la eliminación de los peligros inherentes a la subjetividad, “maximizando la dureza de los datos, es decir, su mensurabilidad y comparabilidad. Eso los llevó hacia la recolección de datos sobre el momento presente, cuando el investigador tiene más probabilidad de controlar la calidad de los datos” (Wallerstein, 1996: 97-98).
Las tendencias prevalecientes en las disciplinas humanas no solo refutan la posibilidad de “una representación cuasifotográfica de la realidad social”, sino que aseguran que las visiones del mundo y otros prejuicios están inevitablemente filtradas en la selección de los segmentos de la realidad que son objeto de una investigación (locus citatum: 97-99). Así las cosas, Immanuel Wallerstein sostiene que:
“El hecho de que existan visiones particularistas rivales sobre lo que es universal nos obliga a tomar en serio las cuestiones sobre la neutralidad del estudioso. Las ciencias naturales aceptan desde hace mucho el hecho de que el que mide modifica lo medido. Sin embargo, esa afirmación todavía es discutida en las ciencias sociales en las que, justamente, esa realidad es aún más obvia” (Ibidem: 64).
La temática reconduce, desde luego, a la especificidad epistemológica de lo social. Y, más ceñidamente, evoca una polémica siempre renovada que alude a la interacción entre Ciencia e Ideología. Brevitatis causa y, por tanto, a riesgo de simplificar, Eduardo Ruiz Contardo (2004), suscribiendo una postura marxiana, admite que la ideología puede estar en el origen de cada una de las ciencias sociales; no obstante esto, lejos de constituirse como ciencia, la ideología es solamente un punto de partida hipotético de la ciencia, que allana formulaciones provisionales al quehacer científico o que, incluso, puede estar “presente en la conducción del trabajo intelectual” (Ruiz Contardo, 2004: 58).
En otro plano, e impugnando una supuesta neutralidad valorativa atribuida al pensamiento weberiano, Jean-Marie Vincent (1972) subraya que la metodología del autor nacido en Erfurt intenta:
“relacionar entre sí los fenómenos a partir de un punto de vista que sólo puede ser subjetivo, pero que no por ello debe ser arbitrario: la selección de los hechos mediante la subjetividad del investigador debe conciliarse con la evidenciación del encadenamiento de causas y efectos” (Vincent, 1972: 12).
De este modo, la lógica de Max Weber -al tiempo que acepta la subjetividad de la selección- afirma la objetividad y la causalidad del relacionamiento fenomenológico. Aunque su método individualizante contrasta con las ambiciones totalizantes y las correspondientes implicaciones históricas de una sociedad concebida como un sistema articulado de relaciones económicas, sociales, políticas y culturales, tal como la conciben los seguidores de la doctrina de Karl Marx.
Sea como fuere, la riqueza de la realidad social solo puede ser alcanzada teniendo al universalismo pluralista como basamento y aceptando “la superioridad de una amplitud interpretativa cualitativa por encima de una precisión cuantitativa, cuya exactitud es más limitada” (Wallerstein, Citatum: 66-67).
En el contexto de los considerandos relatados, la Revista Política y Gobierno de México consagró la Sección Debate de una publicación pretérita[1] a las mutaciones sufridas por la Ciencia Política en el último medio siglo. La polémica en torno a los distintos enfoques de la Politología y de las Ciencias Sociales a la que hago referencia, está compendiada en una discusión en la que han participado tres egregios politólogos, a saber: Giovanni Sartori, profesor emérito de las Universidades de Florencia (Italia) y de Columbia (Nueva York, Estados Unidos de América); Josep M. Colomer, profesor-investigador de las Universidades de Pompeu Fabra (Barcelona, España) y Georgetown (Washington, Estados Unidos de América), y David D. Laitin, profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Stanford de Palo Alto (California, Estados Unidos de América). Sartori tituló su artículo “¿Hacia dónde va la ciencia política?” (349-354)[2]. Entretanto, Colomer le riposta “La ciencia política va hacia adelante (por meandros tortuosos). Un comentario a Giovanni Sartori” (355-359). Y, finalmente, Laitin etiqueta su contribución “¿Adónde va la ciencia política? Reflexiones sobre la afirmación del profesor Sartori de que la ciencia política americana no va a ningún lado” (361-367).
“___Ahora soy un viejo sabio y me da gusto reflexionar, unos cincuenta años después, respecto a dónde ha ido la ciencia política y si ha seguido el camino correcto”, escribió un tanto apesadumbrado Giovanni Sartori. Ha recordado cómo junto a otros pioneros (Rokkan, Linz, Dogan, Daalder, Allartdt y Eisenstadt, entre varios) refundó la disciplina politológica en los Estados Unidos de América. El propósito de todos ellos era sostener una Ciencia Política autónoma de los enfoques históricos y jurídicos. Para ello, los zapadores apelaron a un modelo puntual: la Ciencia Económica. De tal suerte, trascendieron la investigación narrativa y se acercaron -valiéndose de sólidas bases metodológicas- a la investigación cognitiva (Vide: Sartori, 2004: Passim).
A todas luces, la politología se hizo -entonces- de un arsenal de conceptos precisos y estables, en medio de un escenario recreado para las Ciencias Sociales merced a las contribuciones de Thomas S. Kuhn y sus paradigmas revolucionarios.
Sin embargo, el empirismo excesivo simbolizado por el método conductivo “ha matado una mosca con una escopeta”, y ha terminado -asimismo- por suprimir el método del logos, por cuanto que “el cuantitativismo, de hecho, nos está llevando a un sendero de falsa precisión o de irrelevancia precisa.” Ello explica la incomodidad de Sartori con “el molde americano de la ciencia política actual.” Una ciencia inútil, reprochó peyorativamente (Locus Citatum).
El prurito por los datos ha soslayado, así las cosas, la importancia de las definiciones, asegura Sartori. Y son éstas las que resguardan a los cientistas políticos del riesgo de las interpretaciones sesgadas. En cambio, el acuerdo en torno a un andamiaje conceptual mínimamente compartido delimita las cosas e identifica a los portadores de la disciplina. “La definición -puntualiza el italiano- establece qué debe ser incluido y, a la vez, qué debe ser excluido de [las] categorías.” Obviar la precisión conceptual implicaría, contrariamente, el destierro de la Ontología y la Epistemología. Con su analfabetismo lógico a cuestas, la ciencia política estadounidense es “un gigante que sigue creciendo y tiene los pies de barro.” No va a ningún lado, repara Sartori. Entonces, ¿Cuál es el rumbo que debe retomarse? “La alternativa […] es resistir a la cuantificación de la disciplina. En pocas palabras, pensar antes de contar; y también, usar la lógica al pensar”, concluye el profesor florentino (Ibidem).
Josep M. Colomer justiprecia y agradece a los fundadores de la ciencia política haber desbrozado el camino disciplinario. Incluye entre tales pioneros a Sartori, a quien también reconoció “su acreditado sentido del humor”, durante el desarrollo del debate. “Sin ellos no estaríamos aquí […] investigando y enseñando, o escribiendo, publicando o leyendo”, enfatiza el catalán. Empero, partiendo de la diferenciación entre investigación teórica e investigación aplicada, sostiene que la politología se encuentra atrasada porque en ella todavía domina la investigación teórica (Vide: Colomer, 2004: Passim).
En aras de clarificar su postura, Colomer esquematiza cuatro (4) niveles en el conocimiento, a saber: 1) Definiciones y clasificaciones, 2) Mediciones cuantitativas, 3) Hipótesis causales y 4) Teoría explicativa.
A partir del basamento descrito, Josep María Colomer advierte que la Ciencia Política realmente existente debe superar tres carencias. Primero, debe aislar un objeto de estudio todavía contaminado por hechos económicos, sociales y culturales. Segundo, debe explicar -valiéndose de datos empíricos- las motivaciones que llevan a los seres humanos a involucrarse en el accionar político. Tercero, debe -por tanto- obtener criterios y modelos para evaluar la acción política (Locus Citatum).
Rebasar estas debilidades torna imperiosa la marginación de los denominados autores clásicos. Algunos conceptos de éstos han resultado imprecisos, tautológicos, infecundos o, definitivamente, erróneos. Ningún escrito de antepasados como Maquiavelo o Montesquieu, “o de la mayoría de los demás habituales en la lista sagrada sería hoy aceptado para ser publicado en una revista académica con evaluadores anónimos”, denota Colomer (2004: Passim).
¿Acaso ha formulado una ironía o una insensatez el catedrático de Pompeu Fabra? Quizá. Pero él insiste en continuar apegado al modelo de la economía -y de toda la ciencia- reafirmando el valor de la investigación aplicada. Solo a través de la cuantificación es posible alcanzar la teoría explicativa, haciendo progresar -adicionalmente- el conocimiento político, concluye.
Una posición divergente en torno a la postura que presenta a la Economía como ciencia modelo de la Politología es sustentada por Ángelo Panebianco (1994), quien advirtió tempranamente que:
“Es verdad que en economía existe un núcleo de ciencia normal. Lo que no se considera es que ese núcleo no está compuesto por economía, sino por matemática. En gran medida los desarrollos de la economía […] se deben a economistas-matemáticos muy poco interesados en aplicar sus sofisticados modelos al análisis de los fenómenos económicos” (Locus Citatum: 89).
Panebianco vindica este argumento recurriendo a Raymond Aron, quien en otro momento hacía un contraste entre la teoría económica y las posibilidades de una teoría de la política. Decía Aron:
“El acto económico en nuestras sociedades se manifiesta exteriormente, se traduce en cifras. No hay necesidad de una encuesta para conocer la opinión de los individuos sobre una determinada mercancía, el valor de las ventas puede ofrecernos todas las informaciones de las que tenemos necesidad […]. Pensemos, en oposición a la determinación cuantitativa de la realidad económica, en la indeterminación característica de la realidad política, la cual existe sólo por medio de las acciones y las intenciones, se refleja de modo diferente en cada conciencia y no alcanza la inteligibilidad que logra el sociólogo mediante la reconstrucción” (Aron, Citatum Pos: Panebianco, 1994: 90, nota 7).
De manera que en Economía es más llevadero identificar el conjunto de motivaciones del accionar humano. Entretanto, en la Ciencia Política la reconstrucción de la lógica de la situación -la cuestión hermenéutica sugerida por Karl Popper- es una faena complejísima, quedando “siempre abierto el problema de si la lógica de la reconstrucción realizada por el observador corresponde, o no, a la lógica de la situación” (Locus Citatum: 90, nota 6).
David D. Laitin pretende arbitrar la agria polémica entre Sartori y Colomer esbozada en las líneas anteriores. Para sustentar su postura ecléctica apela a tres (3) ejemplos selectos.
El primer ejemplo está en el campo del método normativo. Su punto de partida es la Teoría de la justicia, escrita por John Rawls en 1971. Laitin quiere demostrar cómo la argumentación teórica de este egregio pensador estadounidense, “ilustra la vitalidad contemporánea del elemento normativo en la ciencia política, con claras implicaciones para las políticas públicas” (Laitin, 2004: Passim).
El segundo ejemplo tiene como referente contextual la American Politics y presupone las implicaciones en la representación y en la rendición de cuentas del teorema del votante mediano de Duncan Black. El terreno para su aplicación se ubica en la reingeniería de los sistemas electorales, esto es, en “una actividad de investigación central en la ciencia política contemporánea” (Locus Citatum).
El tercer ejemplo encuentra su arsenal en “amplios datos longitudinales y transversales de los que no se disponía antes, en programas de cómputo inimaginables una generación atrás y en desarrollos teóricos en la econometría”, que coronan el sueño de los padres del conductismo (Stein Rokkan, Seymour Martin Lipset y Karl Deutsch), “al explorar sistemáticamente las fuentes de la democracia y el orden político.” Adscrito a este modelo, Adam Przeworski se cuestionó: “¿qué diferencia a los países que se vuelven democráticos de los que no lo hacen?” La respuesta surgió del examen de una gama amplísima de datos económicos. Es más probable que las democracias “sobrevivan -dice- una vez que un país pasó cierto umbral del PIB per cápita.” Este puede ser, entonces, el eje para aproximarse a la relación entre modernidad y democracia (Ibidem).
“Las contribuciones de la ciencia política como disciplina -finaliza David D. Laitin- a menudo se pasan por alto, porque la disciplina no tiene un núcleo teórico aceptado, como la física o la economía; o porque no tiene un método consensuado, como las ciencias experimentales de la biología y la psicología. Pero lo que distingue a la ciencia política como disciplina es su enfoque consecuencialista sobre ciertos resultados políticos -justicia, representación, orden, democracia- y su intento por abordar las preguntas normativas, analíticas y empíricas planteadas para entender esos resultados” (Laitin: Locus Citatum).
La querella que hilvanan Sartori, Colomer y Laitin encontró otros derroteros en la -también azteca- Revista Metapolítica, que dedicó un volumen de 2006 a “La muerte de la Ciencia Política.”[3] El dossier respectivo contiene artículos de César Cansino, Ángelo Panebianco, Danilo Zolo, Esteban Molina, Philip Oxhorn, Mauricio Saldaña Rodríguez e Israel Covarrubias. Comento solamente las contribuciones de Cansino (director de la publicación) y de los eméritos profesores Panebianco (Universidad de Boloña) y Zolo (Universidad de Florencia). No creo que el tema quede alicorto si postergo las reflexiones en torno a los escritos de los otros autores, todos ellos connotados profesores e investigadores mexicanos, a excepción de Oxhorn que es catedrático de la canadiense Universidad de McGill. En todo caso, la controversia académica gira -también- en torno de la pieza catalizadora de Giovanni Sartori (“¿Where is Political Science Going?”).
Pues bien, Danilo Zolo (2006)[4] -nacido en Croacia- entiende que dos pueden ser los modos de estudiar la política. La primera opción es fruto de la Ciencia Política estadounidense; la segunda posibilidad está constituida por el renacimiento de la Filosofía Política en el marco de “una reflexión crítico-hermenéutica sobre la tradición del pensamiento político occidental”. El catedrático de la Universidad de Florencia enfrenta, pues, un inalcanzable conocimiento científico de la política versus una “forma más tradicional de reflexión sobre el fenómeno político que se remite a los clásicos”; esto es, una reflexión sabia y normativa contrapuesta a un pretendido conocimiento objetivo (Zolo, 2006: 49-50).
Al abordar la crisis de la Ciencia Política como una disputa entre esta disciplina y la Filosofía Política, Zolo define sesgadamente a la primera como un conocimiento nacido de la revolución conductista en los Estados Unidos de América, e irradiada desde este país a Europa Occidental. Especificando, alude a su arribo a Italia de la mano de Giovanni Sartori en los años sesenta. Aunque este último en su defensa -concede Zolo- “sostiene que la ciencia política italiana siempre ha estado inmune de los defectos y excesos de la ciencia política estadounidense, [y] quolo, Ce [la ciencia de la política en Italia] nunca ha sido ni conductista ni positivista (…)” (Zitatum: 58).
Sartori propone -dice Zolo- “la idea de que la ciencia política […] debe respetar los cánones metodológicos del conocer empírico. Y […] los identifica […] con el rigor lógico de las definiciones, la condición observable de los fenómenos, la verificabilidad empírica de las teorías, la acumulación de los conocimientos” (Locus Citatum).
Ángelo Panebianco (2006) asegura -no obstante- que la “obra [de Giovanni Sartori] ha sido crucial para el desarrollo de la ciencia política en sus aspectos teóricos y metodológicos”, siendo indiscutibles -entre muchos otros- sus aportes a la teoría de la democracia y la teoría empírica de los sistemas de partido (Panebianco, 2006: 39).[5]
Sartori concibe a la teoría política -asegura Panebianco- como una manera autónoma (ni filosófica ni científica) de acercarse a la política. Así las cosas
“la teoría política se ocupa […] de la elaboración de los conceptos (trátese de democracia, de ideología, de opinión pública, de representación política, etcétera) entendida como actividad preliminar, indispensable para la investigación empírica” (Panebianco, Locus Citatum: 39-40).
En el plano metodológico, Sartori diferencia dos tipos de explicación causal, a saber: la determinación causal adherida a las Ciencias Naturales, cuyo supuesto es la condición necesaria y suficiente, y la indeterminación causal propia de las Ciencias Sociales, asentada en el principio de la condición necesaria pero no suficiente. Ésta última permitiría justificar, por tanto, “la inversión temporal entre la causa y el efecto” (Panebianco, Locus Citatum: 42).
Es igualmente enfático Sartori en la lógica clasificatoria y el preciso uso del lenguaje, que -a su entender- puede ser ordinario o emotivo y especializado. Sobre este tópico, piensa Danilo Zolo que “no es posible eliminar el componente metafórico […] del lenguaje teórico”, y por ello se le antoja “ingenua […] la tentativa de unificar […] el léxico teórico de la ciencia política”, ambición de Giovanni Sartori, que fundó en la Universidad de Pittsburgh un Commite onConceptual and Terminological Analysis (Zolo, Ibidem: 56.)
Las disonancias entre las posturas de Sartori y de Zolo -condensadas anteriormente-, han motivado a Gianfranco Pasquino a sugerir la convocatoria de un diálogo entre filósofos y científicos de la política. De manera que, una interacción semejante habilite el afloramiento eventual de una nueva teoría política. Pues, no siendo viable en apariencia una demarcación rigurosa de orden teórico, conceptual y/o lingüístico, entre los dos ámbitos disciplinarios, y ante la carencia palpable de un estatuto epistemológico definido, y mucho menos definitivo, solo un franco y sostenido coloquio puede allanar los caminos del entendimiento mutuo. Empero, no será un balneario caribeño, ni un castillo medieval, ni siquiera un centro de convenciones magno el escenario del convite entre politólogos y filósofos, porque -como insinúa Pasquino-:
“[…] en el ámbito de las relaciones entre ciencia política y teoría política […] podría decirse que es válida mayormente la bella imagen de Otto Neurath referente a la empresa científica. Estamos sobre una nave en alta mar y tenemos que proceder a reparaciones tan frecuentes como importantes sin detenernos y sin volver a tierra firme. La ciencia y la teorización no proceden por acumulación de datos y de investigaciones, pues, sino a través de sustituciones tales que puedan al final cambiar la estructura misma de la nave, de las teorías” (Pasquino, 1994: 34).
Cuentas aparte, César Cansino reconoce -desde luego- que la Politología atraviesa por una honda crisis asegurando, incluso, que la disciplina está herida de muerte a tal grado que es inminente su ocaso. El mexicano expone sus criterios -igualmente- en la Revista Metapolítica, de la cual es su director. Su contribución está titulada “Adiós a la ciencia política. Crónica de una muerte anunciada.” Empero, Cansino es indulgente con el maestro Sartori. Cree que el diagnóstico realizado por el italiano en 2004 es impecable, porque ese balance autocrítico y honesto proviene de una autoridad moral e intelectual indiscutible. “Sartori [dice César Cansino] es el politólogo que más ha contribuido […] a perfilar las características dominantes de la ciencia política en el mundo” (Cansino, 2004: 27-28). No obstante, el autor azteca pondera el papel fundamental de la Filosofía Política. En efecto, estima que:
“[…] el campo de la política puede ser considerado como un ámbito cuyos límites han sido establecidos a lo largo de siglos de reflexión por una tradición especial, compleja y variada de discurso: la filosofía política”. [Y, obviamente,] “el estudio sistemático de la ciencia política no puede ignorar el peso de esta tradición en su desarrollo” (Cansino, Citatum: 29).
En Italia, la Ciencia Política y la Filosofía Política -sostiene Cansino- se escindieron y cerraron en sí mismas, negándose mutuamente un diálogo constructivo. Sin embargo, un remedio a ese desencuentro pudo ser la publicación de Sartori -en 1987- titulada The Theory of Democracy Revisited.[6] El libro, entre muchos propósitos, intentó subsanar las carencias de la Ciencia Política “tendiendo puentes con la filosofía política, [aceptando] las deficiencias del empiricismo en su versión más factualista, pero [rechazando] igualmente las perspectivas […] cargadas de ideología”, declara Cansino (Ibidem: 32).
A fin de cuentas, César Cansino no se ha enfadado con las predilecciones ideológicas del viejo sabio. Admite, así las cosas, la impronta conservadora (más liberal que demócrata, imputa Norberto Bobbio[7]), de un egregio maestro que:
“nunca ha maquillado sus preferencias políticas. Pero ello no empaña la contribución que Sartori ha hecho a la ciencia política. Si bien su teoría de la democracia posee una orientación política implícita, no puede negarse su potencial heurístico [ni] su intención de generar una teoría tanto empírica-racional como filosófico-valorativa de la democracia, en un intento […] de complementar a la ciencia y la filosofía políticas, aunque sin dejar de reconocer en todo momento la legitimidad y la especificidad de ambas lógicas en la construcción de saberes” (Cansino: 32).
Desde otro plano, el contencioso expuesto por las revistas Política y Gobierno y Metapolítica, además de las acotaciones y los comentarios que he añadido, parecen reconducir el problema hacia las tendencias prevalentes en la investigación politológica en los últimos lustros y, concretamente, a los diálogos entre quienes defienden la investigación cualitativa y quienes vindican la investigación cuantitativa.
A ese respecto, una pesquisa de Gerardo L. Munck (2007) descubrió que, durante el período 1989-2004, las principales revistas norteamericanas de PolíticaComparada mostraron tendencias cualitativas en el estudio de casos nacionales. En efecto, 43% de los trabajos utilizaron métodos cualitativos; 21% se valieron de métodos mixtos mayoritariamente cualitativos; 24% practicaron métodos cuantitativos, y 12% emplearon métodos mixtos mayormente cuantitativos (Munck, 2007: 13).
Sea como fuere, es necesario reconocer que los indicadores potencialmente cuantitativos para el análisis de los procesos de democratización son abundantes, tales como: elecciones, opinión pública, participación, etcétera. Estas variables acentúan la importancia de las comprobaciones empíricas, pero situándolas en su dimensión real y acotada, pues, a pesar de ser verdaderas, las mismas realmente no explican. Por ello, comentó Sartori (1994) que “las leyes estadísticas son justamente eso leyes estadísticas; no leyes en el sentido que nos interesa, es decir, generalizaciones (regularidades) explicantes que implican un scire per causas, una comprensión fundada en causas” (Sartori, 1994: 41).
No obstante, lo que acabo de afirmar no compromete el denominado ciclo de investigación propuesto por David Collier (1994 y 1998). Efectivamente, este autor reitera, en una monografía redactada al alimón con Steven Levitsky que, a pesar de valiosos indicadores cuantitativos, “un paso previo y primordial es aprender más sobre las innovaciones conceptuales[8] introducidas por los autores que emplean categorías cualitativas” (Collier y Levitsky, 1998: 138).
El argentino Munck -citado anteriormente- destaca asimismo que, durante el período que estudió, una importante línea de investigación “se focalizó en las transiciones desde regímenes autoritarios que ocurrieron (…) principalmente en los años ochenta”, enfocándose en los procesos de transición en sí mismos (Munck, Locus Citatum: 7 ss.).
Superada la interpretación de la fase transicional -adiciona Munck- una nueva línea de investigación “muy ligada a los eventos en curso, se ha enfocado en las democracias de los años 90 y 2000”, concitando el interés de los estudiosos “la consolidación o, más claramente, la estabilidad de las democracias que emergieron luego de las transiciones desde regímenes autoritarios”. En todo caso, la “estabilidad de la democracia fue vista como afectada por una serie de factores, como el modo de transición (…), las instituciones políticas (…) y factores económicos” (Locus Citatum).
En suma, y como vindica Leonardo Morlino, cuando el basamento teórico de la investigación es sólido “resulta irrelevante si las variables son acompañadas por datos cuantitativos o datos soft o cualitativos” (Morlino, 1994: 25).
Conviene acotar, desde otro plano, que los medios de comunicación panameños suelen denominar a encuestas -y otras mediciones- instrumentos “científicos”. En realidad, no alcanzan siquiera a rozar la cientificidad. Solo constituyen un instrumental técnico, a través del cual se reúnen datos eventualmente utilizados en análisis de variable alcance. Ciertamente, los sondeos de opinión pública merecen los reparos de Giovanni Sartori, pues, son “fácilmente manipulables mediante la formulación de las preguntas”, e “invariablemente volátiles con fuertes oscilaciones en pocos días como en el caso de las elecciones” (Sartori, 2003: 54-55).
A todas luces, en el transcurso de los últimos siete (7) decenios, la Ciencia Política ha adquirido una identidad propia. No obstante, el conocimiento especializado de esta disciplina -sea filosófico, teórico o empírico- está fragmentado y surcado por notables desacuerdos. Ello explicita el trasfondo de la discusión entre los politólogos aquí referidos. Una polémica que continúa todavía en desarrollo y que está alentando, no solamente la reflexión informada, sino también notables cambios académico-institucionales en cada una de las especificidades nacionales y regionales.
Contextualmente, la escaramuza detallada en este artículo encuentra su venero referencial en el ámbito de la Ciencia Política norteamericana. En los círculos académicos del país norteño, a pesar del institucionalismo clásico dominante en los inicios, desde la segunda posguerra comienzan a adquirir carta de naturaleza el empirismo, las corrientes conductistas y el rational choice, bajo el padrinazgo filosófico del positivismo lógico. Empero, ya en los años setenta estos derroteros entraron en una etapa de crisis que, animada por bandos contrahegemónicos, llamaba a una profunda renovación paradigmática. Y, desde finales de los noventa hasta la actualidad, la Politología estadounidense -y la que se ha desarrollado bajo su influjo y guía- ha sido presa de un proceso de reconfiguración cuyas características salientes son: 1) el cuestionamiento en torno a la propia disciplina y sus bases epistemológicas; 2) las insondables disputas metodológicas, y 3) el reconocimiento de la ausencia de paradigmas hegemónicos (Vide: Bulcourf y Cardozo, 2012: 7). De tal suerte, prevalece actualmente:
“una suerte de pacto no escrito basado en no buscar hegemonía y en hacer de la Ciencia Política un campo de análisis abierto a múltiples intereses investigativos y enfoques teóricos y metodológicos. A esta tendencia -que tiene sus orígenes históricos en la post Guerra Fría- se le ha llamado Perestroika, que promueve y defiende el pluralismo metodológico y el trabajo interdisciplinar (…).”
“una suerte de pacto no escrito basado en no buscar hegemonía y en hacer de la Ciencia Política un campo de análisis abierto a múltiples intereses investigativos y enfoques teóricos y metodológicos. A esta tendencia -que tiene sus orígenes históricos en la post Guerra Fría- se le ha llamado Perestroika, que promueve y defiende el pluralismo metodológico y el trabajo interdisciplinar (…).”(Baquero y Barrero, 2013: 55-56).[9]
Sin embargo, es imposible negar que el conductismo distanció a la Ciencia Política norteamericana de la macropolítica, soslayando -frecuentemente- “grandes interrogantes sociales y políticas de nuestro tiempo” (Zolo, Citatum: 59-60). De allí que, con justo título se reivindicara la “insustituible dimensión filosófica de la reflexión política”, y la correspondiente pesquisa histórica acerca de la naturaleza y los fines de la política, el fundamento de la obligación política, la legitimidad del Estado y del poder político, la búsqueda del buen gobierno y, en fin, el relacionamiento entre la moral y la política (Vide: Pasquino, Citatum: 29 y Zolo, Ibidem: 53-54).
Y ello sin pretender impugnar los aportes de Giovanni Sartori, como sensatamente lo termina reconociendo Danilo Zolo:
“Con todo, la ciencia política no debería renunciar a su lección de rigor y claridad conceptuales, ni disminuir su vocación por la indagación empírica sobre la política, si esto significa […] actividad de información, documentación y estudio comparativo de los sistemas políticos contemporáneos”(Zolo, 2006: 60).
A fin de cuentas, el pluralismo teórico ha propiciado un fructífero debate entre escuelas y paradigmas. Y, más que anticipar el acta de defunción de la Ciencia Política, o bien la dispersión temática, la variedad de perspectivas ha coadyuvado a la revitalización de una disciplina, que no ha estado anteriormente unificada ni lo estará en un futuro previsible. Para los politólogos ha emergido, pues, el desafío de enfrentar los riesgos del reduccionismo y la fragmentación formulando nuevas categorizaciones y resignificaciones a partir de la dinámica y la complejidad históricas.
Teniendo presente, de tal manera, que “el saber politológico es poco acumulativo y [que] su objeto se redefine y transforma cada vez”(Morlino, 1994: 26), viene a cuento una admonición formulada hace veinticinco años por Ángelo Panebianco, válida sobre todo en medios intelectuales en los cuales los juicios de valor se desbordan mientras los juicios de hecho escasean:
“No es posible, creo, llegar a un consenso general sobre los fundamentos [de la Ciencia Política]. Pienso que lo máximo que se puede (y se debe) pretender es un acuerdo mínimo (a) sobre el uso correcto de las reglas de la argumentación […] y (b) sobre el respeto de la distinción, de carácter regulativo, entre juicios de hecho y juicios de valor. Ello simplemente significa respetar la fundamental regla del juego lingüístico que llamamos ciencia: recurrir en nuestras explicaciones sólo a enunciados descriptivos, con exclusión de enunciados prescriptivos. No cabe, razonablemente, esperar llegar más lejos” (Ibidem, 1994: 94).
Y, finalmente, se hace forzosa la interrogante: ¿Hacia dónde va la Ciencia Política panameña? Al respecto, conviene reconocer que César Quintero, egresado de Georgetown University, introduce la Ciencia Política en la Universidad de Panamá desde su fundación en 1935. Su destacada obra titulada Principios de Ciencia Política está influenciada por las tendencias de la Ciencia Política norteamericana de finales del decimonono e inicios del siglo XX. Para entonces prevalecía la orientación institucionalista y el método comparativo-histórico en las universidades de la nación septentrional. Es precisamente esta tradición la que ha perdurado en Panamá hasta nuestros días. Efectivamente, entre los escasísimos investigadores del Departamento de Ciencia Política -actuales y pretéritos- no puede nombrarse a uno solo que haya aplicado -alguna vez- el método conductista. Carentes de verdad están, pues, aquellos pronunciamientos que han devaluado la Ciencia Política en la Casa de Méndez Pereira acusándola de una americanización conductista (Vide Rodríguez Patiño, 2004: Passim).
En cualquier caso, la Universidad de Panamá inauguró la Escuela de Ciencia Política en 2014 y, por ende, está obligada a constituirse en el centro de la comunidad politológica panameña. La formalización de la nueva unidad académica bajo el manto de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas recibe, desde luego, el influjo de tradiciones teóricas europeas y -sobre todo- estadounidenses. Huelga subrayar, por ello, que el proceso de su institucionalización autónoma ha enfrentado los avatares nefandos de una Sociología marxista -dogmática- y, sobre todo, de un Derecho Político -prescriptivo-. Éste último la ha colmado de un institucionalismo clásico -ya superado- y de las consecuentes sobrevivencias jurídico-normativas, que han prevalecido en la mayoría de quienes profesan los Estudios Políticos en Panamá. Y si bien no es sensato -en la incipiente institucionalización istmeña- copiar el primigenio modelo -mainstream- norteamericano, tampoco es aconsejable rechazarlo acríticamente.
Ahora bien, la comunidad científica se encuentra dispersa en centros educativos y de investigación del país. Y es menester, por supuesto, que esta minúscula comunidad politológica alcance su identidad y su unidad adquiriendo conciencia de los problemas planteados en este escrito. Para los politólogos es imperativo -en buenas cuentas- tomar conciencia acerca del desacuerdo conceptual, de la disfunción metodológica y la diversidad paradigmática que prevalecen en los contornos disciplinarios.
Habida cuenta de lo anterior, y específicamente en el ámbito educativo, la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de Panamá no debe dejar escapar la oportunidad de liderizar un debate autorreflexivo, cooperativo y solidario sobre esta problemática; diálogo que le permita construir -por añadidura- los imperiosos acuerdos mínimos en torno al campo de la disciplina y, en ese andar, reproducir críticamente la comunidad científica politológica istmeña. Para ello, es menester suscribir la pluralidad y la variedad de enfoques paradigmáticos y, claro está, la plétora de fundamentaciones teóricas y metodológicas.