DIPLOMACIA CUBANA
Recepción: 14 Abril 2020
Aprobación: 05 Mayo 2020
Resumen: En el artículo se hace alusión a la trascendencia de la figura de Raúl Roa García desde múltiples dimensiones. Se destacan, en esa línea, las apreciaciones sobre el destacado intelectual revolucionario de varios de sus contemporáneos y discípulos. Se pondera, de igual forma, la mayor parte de la amplia producción política y literaria producida por Roa en diferentes épocas. De manera especial, asimismo, se examinan algunos de sus aportes más relevantes en el diseño y ejecución de la diplomacia revolucionaria.
Palabras clave: originalidad, coherencia, antiimperialismo, compromiso revolucionario.
Abstract: The article refers to the importance of the figure of Raúl Roa from multiple dimensions. Along these lines, the appreciations of the outstanding revolutionary intellectual of several of his contemporaries and disciples stand out. Likewise, most of the extensive political and literary production by Roa at different times, is weighted. In a special way, we also examine some of his most relevant contributions in the design and execution of revolutionary diplomacy.
Keywords: Keywords originality, coherence, anti-imperialism, revolutionary commitment.
INTRODUCCIÓN
El 18 de abril de 1907, hace ya 113 años, nació Raúl Roa García en la casa marcada con el número 205 de la avenida de Carlos III, en el corazón mismo de la capital caribeña. Roa, de principio a fin, es una de las figuras más singulares de las diversas hornadas revolucionarias antillanas, entre otros motivos, por sus dotes oratorias y literarias, permeadas de genuina cubanía, las cuales combinaba con acendrada cultura universal.
Este trabajo constituye un homenaje a la trascendencia de la figura de Raúl Roa García desde múltiples dimensiones. Tiene como objetivo aproximarnos al ser humano, al humanista y destacado intelectual revolucionario mediante los recuerdos y vivencias de varios de sus contemporáneos y discípulos. Se pondera, de igual forma, la mayor parte de la amplia producción política y literaria producida por Roa en diferentes épocas. De manera especial, asimismo, se examinan algunos de sus aportes más relevantes en el diseño y ejecución de la diplomacia revolucionaria.
DESARROLLO
Uno de sus discípulos en la cancillería, donde Roa marcó una impronta que lejos de apagarse se acrecienta entre nuestros diplomáticos, lo recordó así:
Antes de partir para Pakistán, me entrevisté con el canciller Roa, que no perdió la oportunidad para añadir docencia a la conversación. Me habló de la situación política que encontraría en aquel país y su conflicto con la India, la raíz del problema de Cachemira: “otra acción de la pérfida Albión para hacer perdurar la división indo-pakistaní” […]. Sin dejar de mover los brazos, características de su modo de conversar, me despidió en la puerta del despacho, recordándome: “Cuba no es una potencia económica y mucho menos militar, nuestro motor está en lo político, en nuestros principios, en fin, recuerda que nuestras armas son el tabaco y la simpatía”. Tampoco olvidar a José Ingenieros, quien nos dijo: “Nada es y todo deviene” (Guerra Menchero, 2008: 26-27).
Autor de una profusa obra en la que figuran, entre otros textos, Revolución vs. Reacción (1933), Bufa subversiva (1935), Pablo de la Torriente Brau y la Revolución Española (1937), José Martí y el destino americano (1939), Programa de Historia de las Doctrinas Sociales (1939), Mis oposiciones (1941),
15 años después (1950), Viento sur (1953), En pie (1959), Retorno a la alborada (1964), Escaramuzas en las vísperas y otros engendros (1966), La revolución del 30 se fue a bolina (1969), Aventuras, venturas y desventuras de un mambí (1970), Evocación de Pablo Lafargue (1973), Tiene la palabra el camarada máuser (1968) en entrevista concedida a Ambrosio Fornet y El fuego de la semilla en el surco (1982).
En las páginas de Mis oposiciones se recogen los ejercicios presentados por Roa como aspirante a titular de la Cátedra de Historia de las Doctrinas Sociales de la Universidad de La Habana. Esta propuesta editorial resultó novedosa en su época, debido a la concepción tradicional de considerar estos asuntos exclusivamente en el campo docente. Reflejan, asimismo, el elevado papel que le confiere a la actividad profesoral:
La docencia no es una función privada. Ni el profesor universitario un fetiche. La misión de este es enriquecer y no defraudar a la sociedad que lo sustenta, enaltecerla y no deprimirla, superarla y superarse. A ella se debe. Y ante ella debe estar presto a responder desde que trasciende el umbral de la enseñanza superior (Roa, 1941: 9).
En una de las partes del compendio 15 años después escribió, en febrero de 1950:
Los que perturban la paz del Caribe son los que han degollado la libertad y establecido bajalatas a la vista de todos. La paz del Caribe quedará restablecida cuando sean derrocados los perturbadores que se han impuesto, a sangre y fuego, en Santo Domingo, Nicaragua, Honduras, Venezuela y Colombia (Roa, 1950: 298).
En el caso de la reflexión dedicada al intelectual revolucionario nacido en la región oriental del país, profundiza en aspectos de su vida prácticamente inadvertidos para el gran público de nuestros predios:
Aunque se le considera francés por el apellido y haber vivido desde mozo y casi siempre en Francia, Lafargue era compatriota nuestro: nació en Santiago de Cuba el 15 de enero de 1841 […]. Descendía, por línea paterna, de francés girondino y de mulata dominicana; y, por línea materna, de judío francés y de india taína […]. Y no menos señalada y sorprendente para muchos es la otra circunstancia: el casamiento de Pablo Lafargue con una de las hijas de Carlos Marx, el haber tenido este un yerno santiaguero […]. Es indiscutible que la biografía clásica de Marx sigue siendo la compuesta por Franz Mehering […]. Idéntico rango obtuvo Pablo Lafargue como pintor de las facciones espirituales de Marx (Roa, 1973: 25-26).
Vinculada a Bufa subversiva son estas palabras de Pablo de la Torriente Brau, las cuales captan la dimensión integral de Roa:
He leído tu libro, que me parece estupendo y que es una lástima que no se pueda leer en Cuba. Lo mejor del libro es que se parece a ti, desordenado, brillante, inquieto. Tiene cosas magníficas y cosas maravillosas […]. Las páginas universitarias, un gran recordatorio […]. Me gusta todo. Leonardo (Fernández Sánchez) piensa que eres el primer escritor de Cuba. Yo pienso lo mismo (De la Torriente Brau, 2006: XXXIII-XXXIV).
Roa confesaba, sin ambages, que sus escritos eran producto de las actividades y concepciones políticas y que llevaban la impronta de la inmediatez
por servir a la lucha. Quizás la única diferencia con varios de sus contemporáneos en la gesta emancipadora es que no cultivó la poesía, de manera sistemática, como sí lo hicieron Villena, Marinello, Mella y el propio Carlos Rafael.
Su hijo, nacido en La Habana el 9 de julio de 1936, y que continuara los pasos de su progenitor en la defensa revolucionaria en la arena internacional, pues fue embajador de Cuba en la ONU, la Unesco, el Vaticano, Checoslovaquia, Brasil y Francia, además de secretario permanente para asuntos del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) y viceministro de Relaciones Exteriores, se refiere a este tópico:
Raúl Roa incursionó, en sus años mozos –¡cómo no habría de hacerlo!–, en el jardín de las ensoñaciones poéticas, sin mayor fortuna al parecer, porque no he hallado un solo poema entre su abundante papelería. Pero durante nuestro exilio en México, cuando, delirante y prolífico, escribía yo más versos que Lope, me confesó su proclividad adolescente a fatigar el género (Roa Kourí, 2000: 134).
Vinculado Roa García desde muy joven a la lucha, fue miembro relevante de la generación que se enfrentó a la tiranía sangrienta de Machado. Años después la oposición vertical a la dictadura de Fulgencio Batista lo envió a la cárcel y el destierro.
Con resultados académicos brillantes se doctoró en Derecho Público y Derecho Civil en la Universidad de La Habana, centro que más tarde lo acogió como catedrático de Historia de las Doctrinas Sociales y Filosofía Social. En la misma casa de altos estudios fungió como Director de la Facultad de Ciencias Sociales y Derecho Público.
En Historia de las Doctrinas Sociales, texto emblemático de su ejercicio docente universitario, expresó un principio de la investigación científica que, al mismo tiempo, refleja la hondura de su pensamiento a 180 grados de reduccionismo alguno. Los análisis de Roa en ese período marcaron a toda una generación de estudiantes progresistas. Desde el punto de vista histórico sobresalen, además de sus artículos sobre nuestro país, las evaluaciones acerca del contexto en que tuvo lugar ese acontecimiento mayúsculo que constituye la Revolución Francesa. Explica el profesor:
La imagen que ofrece la estructura de Francia en la segunda mitad del siglo xviii es sobremanera
compleja. No puede decirse todavía que están maduras las condiciones objetivas de desarrollo de las formas capitalistas de producción. Tampoco puede negarse que las fuerzas económicas en que se apoyaba el antiguo régimen estaba ya en franco proceso de agotamiento (Roa, 1966: 117-118).
Al preguntársele en 1968, entrevistado por el destacado intelectual Ambrosio Fornet, sobre el proceso revolucionario de los años treinta, Roa respondió con la originalidad que nunca lo abandonó. Al demandar el avezado escritor sus valoraciones, con unas pocas frases, sobre los actores más descollantes de aquella etapa, la respuesta no fue menos creativa.
[…] el machadato representaba la bancarrota de la república mediatizada y, por ende, la contradicción máxima entre la nación cubana y el imperialismo yanqui. Pero era igualmente ostensible la inmadurez de las condiciones subjetivas: de ahí la dramática frustración del movimiento popular más pujante y audaz de que se tuvo data hasta entonces […]. Julio Antonio Mella fue el primer atleta olímpico del movimiento comunista en Cuba. Rubén Martínez Villena era una semilla en un surco de fuego. Pablo de la Torriente-Brau murió en España pluma en ristre y rifle al hombro peleando por la revolución […]. Clara inteligencia denotaba la ancha frente de Rafael Trejo […]. Murió en pie con la sonrisa en los labios. Temerario, indoblegable, austero, lúcido, apasionado, generoso, taladrante, Antonio Guiteras nació para morir combatiendo de cara al enemigo. Aureliano Sánchez Arango es el más consumado histrión de la generación del treinta. Carlos Prío es un Caco que jamás trascendió la categoría de caca. El “héroe olvidado” de nuestra generación es, sin duda, Gabriel Barceló (Fornet, 2007: 24-25).
Con posterioridad al triunfo del 1 de enero de 1959, fue designado Ministro de Relaciones Exteriores. En 1965, en el inolvidable acto donde Fidel dio a conocer la carta de despedida del Che, fue presentado como miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (Ferrás Moreno, 1989: 115).
Luis M. Buch, a la sazón secretario del Consejo de Ministros durante el primer gobierno revolucionario, narra las circunstancias en las que se produjo el nombramiento de Roa al frente de la actividad exterior:
El doctor Roberto Agramonte fue sustituido en la crisis ministerial de la noche del 11 de junio de 1959 […]. A propuesta de Fidel, el presidente y el Consejo de Ministros acordaron designar en su lugar al doctor Raúl Roa García, representante de Cuba ante la Organización de Estados Americanos (OEA), con sede en Washington […]. Era un revolucionario de siempre, de la Generación del Treinta y de los tiempos de Fidel. Es recurrente encontrar en viejos funcionarios del servicio exterior cubano la expresión de que la Revolución llegó al Ministerio de Estado con Raúl Roa (Buch y Suárez, 2004: 364-366).
Su trabajo al frente de la diplomacia antillana no excluyó ningún ámbito de esta actividad. Desde su indiscutido liderazgo político y cultual sentó las bases de una cancillería moderna, cuyo mayor reto fue llevar adelante, en el frente internacional, los principios que enarbolaba la revolución.
Era necesario dejar atrás la vetusta entidad diplomática, subordinada al prisma del Departamento de Estado estadounidense, para convertirla en un ente gubernamental comprometido y eficiente capaz de articular, desde una perspectiva integral, las posiciones del proceso revolucionario en los siempre complejos y veleidosos escenarios internacionales. Una tarea en verdad titánica. Tal como apunta el diplomático e investigador Carlos Alzugaray:
Pero ciertamente, no bastaba con cambiar el nombre. Se trataba de algo mucho más que eso, de una negación dialéctica del pasado en la cual sería necesario revolucionar la estructura, realizar el imprescindible relevo del personal sin afectar la profesionalidad del servicio y, sobre todo, producir una transformación radical de la mentalidad de los que trabajarían en esta nueva diplomacia, a fin de que su accionar se correspondiera con la realidad revolucionaria que se iba gestando en el país. Todo ello en el trasfondo de una radical reorientación de la política exterior cubana (Alzugaray, 2005).
Esa etapa de intenso bregar, donde fue preciso el diseño y ejecución de diversas estructuras que garantizaran la atención adecuada tanto a cuestiones bilaterales como a los asuntos regionales, y multilaterales en general, no ha sido estudiada con amplitud, al menos en varios de sus acápites.
En 1976 resultó electo Vicepresidente de la Asamblea Nacional de Poder Popular, en su I Legislatura, y miembro del Consejo de Estado (Martínez Pírez, 2020).
Una de las características inherentes a su personalidad fue el sentido del humor que puso de manifiesto en las más inverosímiles situaciones. Varios de sus amigos y colaboradores contaron diferentes anécdotas sobre este particular (González Bello, 1999: 83-85).
Su pasión por la pelota es también antológica. Son innumerables los testimonios que dejan constancia de esa relación particularmente intensa con nuestro pasatiempo nacional (Codina, 2012 y Sené, 2018).
Desde pequeño escuchó en su hogar las hazañas de las huestes insurrectas, sintiendo veneración por su abuelo Ramón Roa, teniente coronel del Ejército Libertador. Sobre él escribió en Escaramuzas en las vísperas y otros engendros, y en Aventuras, venturas y desventuras de un mambí¸ en cuya dedicatoria se leen bellas palabras: “A la memoria combatiente de Ernesto Che Guevara, Comandante del alba”, publicado simultáneamente en La Habana y México. En el primero de esos apuntes, fechado el 18 de julio de 1948, trasluce la imagen preservada del abuelo. Un testimonio con esta carga sentimental nos permite, al mismo tiempo, comprender las raíces de las que se nutrió desde la infancia:
Nació rico, peleó por la independencia de Cuba y murió pobre […]. Era un hombre del 68 […]. Era mi abuelo. Y llevar su apellido, honrado a toda hora y haberlo reproducido es mi único patrimonio […]. ¡Bienaventurados los nietos que han podido crecer y espigar junto al tronco añoso de sus mayores, injertándole renuevos de primavera! […] Se desapareció de mi vista, misterioso cometa, cuando yo andaba por los cuatro años del círculo encantado de mi infancia (Roa, 1987: 281).
Cuando matriculó en la Universidad, hacía rato que Raúl Roa estaba convencido de que su destino era entregarse a la causa iniciada en los campos de batalla. Pablo de la Torriente recuerda su presencia en una de las encendidas asambleas estudiantiles en la que participaron:
Es recibido también por una enorme ovación. La masa grita: “¡Se soltó el loco!”, nombre con que es conocido generalmente el estudiante izquierdista […]. Al terminar Raúl Roa su sólida estructuración del problema, recibió una gigantesca ovación (De la Torriente Brau, 2004: 52-54).
Durante su infancia en la barriada de La Víbora se involucró, como el resto de los muchachos, en las travesuras propias de la edad. En aquellos años, ha dicho, “mataperreaba” en la zona divirtiéndose de lo lindo con la pelota de “manigua”. No le fueron ajenas tampoco calles bulliciosas, de demarcaciones distantes de su morada, ni tranvías traqueteantes a los que prefería “atornillarse”.
Dicho contacto con la médula misma de su ciudad moldeó en él, lo comprobaríamos más tarde, el nervio que lo conectó sin aspavientos al pueblo que representaba en recintos de aquí o acullá.
Roa vistió de trajes en salones de encumbrado protocolo, pero jamás abandonó los atuendos culturales aprehendidos junto a muelles y solares. Ese acervo, que no se adquiere por imitación, fue en el léxico beisbolero que tanto empleó, su mejor lanzamiento, una mezcla vigorosa y refinada de las rectas y sliders de José de la Caridad Méndez, el “Diamante Negro”; Adolfo Luque, “Papá Montero”; Conrado Marrero, el “Guajiro de Laberinto”, o Martín Dihigo, el “Inmortal”.
No dejó nunca de ser ellos, ni tampoco Chano Pozo, Alejandro García Caturla o Ernesto Lecuona. Ese constituyó, precisamente, uno de sus atributos de mayor significación: en el estrado de Naciones Unidas, conociendo también que su aldea no es el mundo, Roa era un pueblo que se expresaba mediante el verbo zigzagueante.
Los diplomáticos de “carrera”, a los que se enfrentó, no se separaban una línea de los guiones preconcebidos. ¡Craso error!, ante un hombre cuyas improvisaciones parecían emanar, cual cascada irrepresable, de una fuerza tan profunda que escapaba a la detención de los radares enemigos. Un arsenal tan potente se perfecciona en las aulas, pero solo puede adquirirse palpitando junto a los humildes.
José Fernández de Cossío, uno de sus compañeros en el Ministerio de Relaciones Exteriores, con larga trayectoria diplomática desempeñándose como embajador en diferentes naciones, expresó sobre él:
Roa aportó frescura, osadía, carácter. Fue un canciller exótico en el ámbito mundial, revistió a la esfera diplomática, en las circunstancias en que tuvo que hacerlo, de un nuevo lenguaje; Roa inauguró una época nueva en la manera de hablarles a los norteamericanos […]. No hay nada en Roa que fuera indeciso, que pudiera tomarse como una expresión ambivalente (González Bello, 1999: 2002).
Toda su vida asumió los desafíos intrínsecos, desde variopintas barricadas, a la creación revolucionaria. Ora como dirigente estudiantil, profesor, Director de Cultura del Ministerio de Educación o exiliado.
Sobre esta etapa poco conocida de la vida de Roa, su vástago contó:
Eran los años del priato y mi padre había aceptado ser Director de Cultura del Ministerio de Educación, que entonces dirigía Aureliano Sánchez Arango […]. Fue la época de las “misiones culturales”, del “tren de la cultura” (que llevó al ballet de Alicia Alonso, el teatro, la música de concierto, la pintura y el libro a todo lo largo de la isla), de los salones de humorismo en el Parque Central de La Habana, del resurgimiento de las ferias del libro, de la inauguración del Mensuario de Arte, Literatura, Historia y Crítica, la fundación del Ballet de Alicia Alonso y de programas como: “El teatro experimental del aire” (en la radio) y “Una hora de arte y cultura” (en la televisión), así como la publicación de obras de Pablo de la Torriente, Ortiz, Ramón Roa, Andrés Iduarte y otros escritores nativos y extranjeros (Roa Kourí, 2000: 124).
Roa se enroló en el impulso de innumerables proyectos culturales, durante ese período, dejando en cada uno de ellos su impronta como genuino intelectual orgánico, con un compromiso social a toda prueba. Se trata de una etapa, como las del resto de su vida, en que fue un torbellino creativo, encontrando tiempo prácticamente de la nada para que se materializara cada ensoñación.
Un poema anónimo, escrito en aquellos años, recoge el singular aprecio que ganó Roa entre los cubanos (Ramos Ruíz, 2016: 150-151):
El Director es un chorro inunda calles y plazas. Raúl Roa en la tribuna, Raúl Roa en la ventana, Raúl Roa está en el uso, el uso de la majagua.
Está al bate el profesor, todo lleno de palabras,
en la boca, en los bolsillos en el closet de su casa.
Raúl Roa desatado, fuentes, río, catarata carretas llenas de frases, sílabas en caravanas, trenes llenos de lenguajes, naves interplanetarias.
Raúl Roa entre esculturas, Raúl Roa allá en su cátedra, el director de Cultura, detergente de palabras.
En el ejercicio de esa responsabilidad le remitió una emotiva carta a la joven matancera Carilda Oliver Labra,1 en agosto de 1950, en la cual le comunica que había ganado el Premio de Poesía convocado por la Dirección de Cultura. En ella, como en el resto de sus escritos, trasluce su cultura, fina sensibilidad y comprensión de la etapa aciaga por la que atravesaba el país:
Usted vino a la tierra con la gracia suprema del canto. Solo que en esta trágica coyuntura de la historia el poeta es como una alondra ciega en un bosque erizado de púas. No tiene otro destino que desangrarse sin que el crepúsculo se entere (Roa, 1999: 100).
Su labor como “Canciller de la Dignidad” es uno de los ejemplos cumbres, en la historia reciente, de la identificación entre un dirigente y su pueblo. Eddy Martin, Premio Nacional de Periodismo José Martí en 1998 y Héroe Nacional del Trabajo en 1999, acompañó a Roa a diferentes reuniones internacionales en calidad de corresponsal de Radio Rebelde. Desde la condición de testigo excepcional de tan original “bautizo” recordó muchos años después:
Como el “Canciller de la Dignidad” le calificó el periodista costarricense Mario Ramírez, de la Emisora Radio Monumental de San José, en ocasión de la Conferencia de Cancilleres que se celebró en aquella ciudad en agosto de 1960 […]. Ramírez presentó a Roa y solicitó de este que explicara a Costa Rica y el mundo, el porqué de aquella determinación de abandonar el salón de sesiones de la OEA, a lo que Roa contestó de esta forma: “Mira Mario, es que la Reforma Agraria en Cuba ha tenido un éxito extraordinario” […]. El texto de aquella breve entrevista explica por sí solo el sentido del humor de Roa. “Mario, mira si ha sido exitosa la Reforma Agraria en Cuba que ya estamos exportando huevos al mundo entero”. Ramírez, convencido, le dijo: “Ah sí doctor, eso es muy significativo, muy significativo” (Martin, 2004: 93-94).
Por cierto, en relación con la desprestigiada Organización de Estados Americanos (OEA), suele concedérsele a Roa la definición de que esta representa un Ministerio de Colonias. El reconocido historiador Evelio Díaz Lezcano, Profesor de Mérito de la Universidad de La Habana, escribe que ello no es correcto:
Raúl Roa, nuestro Canciller de la Dignidad, utilizó reiteradamente este calificativo de Ministerio de Colonias Yanqui para caracterizar la OEA y erróneamente se le atribuye su paternidad […]. Como previera el héroe nacional cubano, muy pronto la Unión Panamericana, con sede en Washington –a mitad de camino entre el Departamento de Estado y la Casa Blanca– y regentada por Estados Unidos, que era su principal sostén financiero, y hoy lo es en mayor medida aun, se convirtió en un verdadero Ministerio de Colonias Yanqui, según la acertada expresión de Manuel Ugarte, destacado intelectual y político argentino de firme vocación latinoamericanista (Díaz Lezcano, 2017: 5).
Su destreza como polemista quedó validada, en los más insospechados anfiteatros, decenas de
veces. En materia escrita su pluma desbrozó, cual estilete punzante, artilugios y patrañas orquestadas por corifeos de menor o mayor talante. En ese ámbito se inscribe la misiva remitida a Jorge Mañach, el 18 de noviembre de 1931, desde el Hospital Militar de Columbia:
Desde luego, tú puedes seguir considerando y sosteniendo que el marxismo es un dogma, y confundiendo deplorablemente a Carlos Marx con el Papa. Pero lo evidente, amigo Mañach, es que, aun para los círculos intelectuales menos sospechosos de radicalismo, el marxismo es, en su contenido histórico, una interpretación dialéctica de los procesos sociales, una verdadera sociología y, en su contenido filosófico, una visión peculiar de la vida y de sus problemas, una explicación materialista del mundo, que aspira también a transformarlo (Roa, 2006: 196-197).
Otro ejemplo de duelo esgrimístico, mediante las letras, lo tenemos en el encontronazo con Ramón Vasconcelos, acaecido en 1947. El periodista liberal lanzó un ataque contra la izquierda revolucionaria. Roa, colocando en su mirilla la esencia del asunto, nuevamente alcanzó un disparo en el centro de la diana. El laureado escritor Lisandro Otero, en su artículo “El pensamiento revolucionario de Roa”, analiza el particular:
Y concluye premonitoriamente su réplica a Vasconcelos: “[…] las revoluciones ni se inventan, ni se promulgan, ni se imponen. No se entra en ellas por generación espontánea. Un largo proceso las incuba, prepara y desata. Solo cuando la sociedad se ve coactivamente detenida en su evolución, la revolución germina y madura” (Otero, 1982: 2).
A raíz del 60 aniversario de la creación por Roa del Ministerio de Relaciones Exteriores, cuyo festejo desbordó con creces la fecha del 23 de diciembre del 2019, varios de sus discípulos destacaron su impronta desde la cancillería, para llevar adelante la política exterior de principios concebida por Fidel. Jorge Bolaños, con una hoja de servicios muy destacada, incluyendo asumir como embajador en el Reino Unido, Brasil, México, dirigir la entonces Sección de Intereses de Cuba en Washington y viceministro primero, subrayó el alcance de Roa, en la defensa de la revolución en los foros internacionales, a partir de su personalidad irrepetible. Bolaños aseguró:
Nos enseñó a representar con pasión a la Revolución, a fajarnos cuando había que fajarse y, sobre todo, a no escondernos nunca, a no evitar el debate, el diálogo. Porque la verdad de Cuba se tenía que imponer cualquiera que fuese el contrincante […]. Era un hombre que trataba de hacer equipo, pero a la vez era solitario en su creación. Los discursos los escribía él. Siempre pedía insumos, pero me daba cuenta de que los utilizaba poco. Verdaderamente, no los necesitaba. Era un tipo atento a todo lo que tenía que hacer la diplomacia y a la coyuntura internacional en la cual se insertaba Cuba (Bolaños, 2019).
Mery Flórez, a quien desde joven se le consideró una de las “muchachitas de Roa”, expresó sobre esta figura:
Con él podíamos dialogar, siempre venía a conversar con nosotros […]. Roa era jefe, profesor, amigo y un gran intelectual. Fueron tiempos muy difíciles […]. El canciller Roa era la persona más criolla que he conocido, de una cubanía tremenda. Confraternizaba contigo, te llamaba por tu nombre, se aparecía en tu oficina […]. Era un ser excepcional, simpatiquísimo; algunos querían imitar hasta sus malas palabras, pero nunca salían igual. Él las decía en el momento preciso […]. Toda su trayectoria en el ministerio fue para nosotros inolvidable, sobre todo, por haber compartido con él (Flores, 2019).
Eduardo Delgado, quien se incorporó muy joven al Servicio Exterior, y el cual era el embajador en Japón cuando se produjo la visita de Fidel, en diciembre de 1995, afirma sobre Roa que:
Para mí, la relación con Roa está sintetizada en la dedicatoria que me hizo sobre la primera página de Retorno a la alborada: “Para Eduardo Delgado, compañero de la jodienda revolucionaria” (Delgado, 2019).
Isabel Allende, quien a finales de la década de los años ochenta del siglo xx se convirtió en la primera viceministra del Ministerio de Relaciones Exteriores y la cual se desempeñó durante 14 años como rectora del Instituto Superior de Relaciones Internacionales, expresó por su parte que:
Roa dijo en la plenaria del Minrex, en 1963, lo que para mí es la definición más acertada de diplomacia: que un funcionario del servicio exterior de Cuba debía ser, ante todo, un revolucionario ejemplar, diestro en el arte del tacto, de la táctica y el contacto, pero ante todo revolucionario. De eso tenemos que aprender todos (Allende, 2019).
Abelardo Moreno, quien también fungiera como viceministro y antes embajador en Naciones Unidas, entre diversas responsabilidades, consideró que:
[…] no bastaba con cambiar el nombre. Roa sentó las bases para la transformación del antiguo Ministerio de Estado en un organismo revolucionario, antiimperialista, invencible. Al frente de la diplomacia cubana estaría un hombre brillante, un polemista temible, un tipo muy simpático y ocurrente. La riqueza de su vocabulario lo convertía en el terror de los intérpretes en Naciones Unidas, eso lo viví muchas veces. Su español era tan rico que empleaba términos que nadie conocía. Era un mal habla’o, pero con la mesura y la medida de su tremenda dignidad” (Moreno, 2019).
Sobre él, escribió Fernando Martínez Heredia una valoración, inspirada en el homenaje que el estudiante Roa realizó sobre el Apóstol, que tiene plena vigencia:
Termino con una oración extraída de un trabajo primerizo suyo, de brillantez y hondura inusitadas en un joven de 20 años, y también demasiado audaz, como se debe ser a esa edad. Dice Roa de José Martí algo que cabe enteramente decir de él: “Todo el que cumple ampliamente con su tiempo, lleva en sí una partícula de eternidad” (Martínez Heredia, 2017: 2).
El martes 6 de julio de 1982 dejó de existir físicamente. A esa altura eran inútiles los cuidados de su amigo, el eminente oncólogo Zoilo Marinello. Su sepelio constituyó una extraordinaria demostración del cariño que le profesaba el pueblo. En el Aula Magna de su queridísima Universidad de La Habana miles de personas le rindieron homenaje entre las 10 de la noche y la tarde del día 7 (Pérez Casabona, 2015).
Los familiares recibieron las condolencias, entre otros, del distinguido intelectual guatemalteco Guillermo Torriello, Presidente del Tribunal Antiimperialista Centroamericano, y de Juan Bosch, así como de los delegados al III Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, en cuya sesión inaugural se realizó un minuto de silencio, la cual se había hecho coincidir con el 80 cumpleaños del Poeta Nacional Nicolás Guillén.
Bosch, con quien cultivó una gran amistad durante décadas, ofreció declaraciones a los periodistas Aldo Isidrón del Valle y Omar Vázquez, que fueron publicadas en Granma, el 8 de julio de 1982. Expresó el ilustre dominicano:
Raúl Roa queda en la historia de Cuba para ejemplo de las generaciones venideras de lo que es un intelectual luchador por la independencia de su país para la dignidad de toda América, ya que no solo fue la voz de Cuba, sino de todos los pueblos latinoamericanos. Él siempre estará presente […]. La muerte de Raúl Roa es un golpe doloroso para sus amigos que lo quisimos y tratamos durante años (Roa, 2008: 72).
n esa ocasión de tristeza, reveló un pasaje que confirma lo prolongada en el tiempo que fueron las relaciones entre ambos, así como el conocimiento de la obra de otras figuras extraordinarias, como Rubén Martínez Villena, quien en la práctica dirigió el primer Partido Comunista Cubano hasta el momento de su muerte, en 1935:
Porque Raúl y yo fuimos muy buenos amigos durante muchos años. Antes de venir a Cuba, yo había leído La pupila insomne y el prólogo que él le escribió a aquel libro de Rubén Martínez Villena; me impresionó tanto que tan pronto llegué a Cuba, en enero de 1939, busqué a Raúl y empezamos una amistad que ha durado mientras él ha estado vivo […]. En los años en que desempeñó la cancillería del gobierno de la Revolución cubana, Raúl Roa puso, mucho más arriba de donde vuelan los cóndores, la bandera de América Latina […]. Raúl actuó en las Naciones Unidas y en todas las reuniones internacionales en las que estuvo representando a Cuba, tal como él vivía, tal como él era. Raúl tenía el talento de ser un mal hablado brillante, porque la mala palabra la usaba contra los enemigos de la dignidad y contra los enemigos de la libertad, así como usaba la palabra generosa en favor de nuestros pueblos y en favor de los revolucionarios y de los héroes de América (Bosch, 2017: 54-55).
CONCLUSIONES
Como resumen, en tanto atrapa con hermosa lírica uno de los rasgos que lo distinguieron, el poema La mano de Roa, el cual escribió Cintio Vitier, Premio Nacional de Literatura y condecorado años más tarde con la Orden José Martí, en ocasión del cumpleaños 70 del revolucionario (Díaz Lezcano, 2017: 145):
Esa mano relámpago, más viva
que la ardiente palabra en que estalla, esa mano zigzag de la batalla
a pecho limpio de la patria altiva: esa mano vibrante, afirmativa, disparando el strike que no le falla hipérbole la pólvora en que estalla y sale de sí misma, rediviva:
esa mano de Roa que flamea invicto airón sobre la dictadura
y en la cueva del yanqui centellea: esa mano que increpa, rapta, jura, garabato de luz, fulmínea idea,
es la estrella mambí, ardiendo pura.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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