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La diplomacia como expresión de la cultura de resistencia en la cubanidad: sus orígenes durante la Guerra Grande (1868-1878)*
Diplomacy as an expression of the culture of resistance in Cubanness: its origins during the Great War (1868-1878)
Política Internacional, vol.. 2, núm. 5, 2020
Instituto Superior de Relaciones Internacionales "Raúl Roa García"

DIPLOMACIA CUBANA

Política Internacional
Instituto Superior de Relaciones Internacionales "Raúl Roa García", Cuba
ISSN: 1810-9330
ISSN-e: 2707-7330
Periodicidad: Trimestral
vol. 2, núm. 5, 2020

Recepción: 31 Enero 2020

Aprobación: 07 Febrero 2020

Autor de correspondencia: ivettegarciagonzalez@gmail.com

Resumen: El artículo parte de un breve balance acerca de las características y resultados de la diplomacia cubana ejercida durante los últimos 60 años y su relación con el proceso de formación nacional. A partir de un discernimiento teórico entre diplomacia, política exterior, cubanidad y cultura de resistencia, se adentra en la explicación acerca de cómo los estilos, prácticas y métodos de la diplomacia fundadora durante la primera guerra por la independencia de Cuba (1868-1878), contribuyeron a la formación de una diplomacia cubana. Toma como ejemplos tres aristas específicas del ejercicio diplomático durante esa etapa en América Latina: manejo de la situación política y labor de influencia, trabajo con los medios, combinación de la diplomacia tradicional con la de los pueblos y capacidad de negociación.

Palabras clave: diplomacia, política exterior, cubanidad, cultura de resistencia.

Abstract: The work starts from a brief balance about the characteristics and results of the Cuban diplomacy exercised during the last 60 years and its relation to the national formation process. From a theoretical discernment between diplomacy, foreign policy, Cubanness and culture of resistance, it enters the explanation about how the styles, practices and methods of founding diplomacy during the first war for the independence of Cuba (1868-1878) contributed to the formation of a Cuban diplomacy. Take as examples three specific edges of the diplomatic exercise during that stage in Latin America: management of the political situation and influence work, work with the media, combination of traditional diplomacy with that of the peoples, and negotiation capacity.

Keywords: Diplomacy, foreign policy, Cubanness, resistance culture.

INTRODUCCIÓN

La diplomacia cubana no ha sido un ámbito privilegiado por la historiografía en la Isla. Generalmente se diluye o se obvia al hablar sobre política exterior, conceptos que muchas veces se asumen como sinónimos. Cuando dentro o fuera de Cuba sale a relucir en algún debate con frecuencia afloran puntos de vista diversos y algunas confusiones. Ocurre por su estrecha relación con la política exterior, dentro de la cual se solapan muchas veces algunas de las especificidades que atañen a lo diplomático propiamente. También porque el concepto mismo de diplomacia es muy polisémico, lo mismo se usa para designar la función oficial, campos de la ciencia y hasta determinados comportamientos humanos.

Lo anterior se explica asimismo por la evolución de las sociedades y de los estudios sobre las relaciones internacionales, que se han ido ampliando desde diversos campos de las ciencias sociales, sobre todo la Historia, el Derecho y la Ciencia Política. De igual forma por la hegemonía, para este y otros temas, de los presupuestos teóricos, fundamentalmente europeos. Así, en el plano académico y político, aunque se ha demostrado que la diplomacia existe desde la época antigua, el ejercicio diplomático suele casi siempre asociarse –partiendo de algunas elaboraciones teóricas europeas identificadas como “clásicas” en la materia– a partir del establecimiento del Estado nacional oficialmente reconocido por la comunidad internacional (Nicholson, 1995; Potenkim, 1967; Renouvin, 1969; Morales, 2001; Merino, 1965; Barbé, 2002).

Por tanto, conviene precisar que en la investigación que tiene por base este artículo se asume la noción de Eloy Merino Brito porque sin contradecir en lo fundamental otras también adecuadas, resulta más útil y precisa para el actual empeño. Su punto de vista afina que el arte de la diplomacia o la técnica de la diplomacia, contempla: “[…] los métodos que se han de emplear, los resortes que se han de tocar, las personas cuya amistad debe cultivarse, la propaganda que debe efectuarse o las gestiones directas que deben hacerse para alcanzar la meta señalada” (Merino, 1965: 15).

La “meta” aludida es la que se define en la política exterior, entendida como los objetivos, principios y propósitos fundamentales de la proyección internacional de las clases dominantes que actúan representando al Estado, sea cual fuere y en cada periodo histórico. Por tanto, mientras la política exterior es “el qué se busca”, la diplomacia es “el cómo se consigue”, dando por sentado que son elementos imposibles de aislar, están directamente conectados, aunque no son exactamente lo mismo.

Ciertas interrogantes resultan inevitables cuando el investigador interesado en los procesos de formación nacional se detiene y concentra la atención en este campo específico, sea por esa razón solamente o por su participación en la ejecutoria diplomática misma, o por ambas cosas. Esto porque casi siempre la diplomacia se registra como campo de las élites, distante de la vida cotidiana, que ha ido conformando normas internacionales con códigos, reglas y prácticas ya establecidas, reconocidas y respetadas mundialmente.

Siendo así, algunas interrogantes iniciales son: ¿puede hablarse de una diplomacia “cubana” propiamente, no solo porque la ejecutan los diplomáticos del país sino porque tiene sus especificidades y representa sus intereses? Si las tiene, ¿cuáles son?, ¿puede hablarse de una escuela cubana de diplomacia?, ¿puede aplicarse a Cuba realmente aquella definición clásica de diplomacia y política exterior que indica su comienzo cuando existe el Estado nacional reconocido por la comunidad internacional?

Una exploración preliminar y estudios parciales sobre su implementación en diversos períodos o por diferentes figuras, conduce a respuesta afirmativa para casi todas esas preguntas y una negativa para la última. Porque en Cuba, como en otros países que fueron colonia, verbigracia, los latinoamericanos y Estados Unidos, la diplomacia nace con las luchas por la independencia. Evoluciona y madura en el proceso de formación nacional correspondiente, con sus logros y contradicciones, con la acumulación de experiencias y las variaciones que le imponen el contexto nacional e internacional en cada época.

Así, la cubana tiene su inicio en Guerra de los Diez Años (1868-1878) con la República en Armas. Luego tiene discontinuidades impuestas por aquellos tiempos, desde la guerra de 1895 hasta la actualidad. Su evolución ha sido permanente y conflictiva en circunstancias muy específicas, hasta su realización y expresión más cabal desde el triunfo revolucionario de 1959, incluyendo los desafíos de hoy.

Adentrarse en el estudio de los orígenes de esa diplomacia desde el conocimiento y ejercicio de la contemporánea, permite reconstruir un proceso histórico lejano en el tiempo, tiendo en cuenta lo que existe de la originaria en las prácticas actuales del oficio. También los puntos de encuentro entre una época y otra y de la labor primigenia que abonó al camino de una tradición particular con esencias que pueden constatarse en tiempo largo. Esa conexión entre aquella y la de hoy, tiene por base el significado de la cubanidad y la cultura de resistencia que tipifica al pueblo cubano. Tal es el propósito de este artículo, que constituye un avance de un proyecto más amplio dedicado a los orígenes.

DESARROLLO

Diplomacia, cubanidad y cultura de resistencia en dos tiempos

La Revolución Cubana exhibe actualmente una diplomacia propia en su mayor grado de madurez. En ella se han podido conjugar lo mejor de su acumulado cultural y las particularidades de la Revolución de 1959, que rescató la plena soberanía nacional y una radical transformación de la sociedad, a través de un proyecto que ha contado con un alto nivel de consenso. Tal corolario se ha manifestado tanto en lo bilateral, como en lo multilateral, en virtud de los diversos roles que ha asumido el país en lo internacional y sus circunstancias específicas. También por el perfil y las cualidades con las cuales se forman sus diplomáticos, quienes por primera vez han podido ejercerla sin las ataduras de la dependencia ni el contexto crítico de la guerra.

¿Acaso ha estado ajena a contradicciones, emergencias, problemáticas de la sociedad cubana, conflictos, desafíos…? Por supuesto que no, pero el balance es altamente satisfactorio, posiblemente el más o uno de los más exitosos del proyecto de la Revolución. En especial porque todos los logros se alcanzan en un contexto de país insular subdesarrollado, que ha debido sortear o enfrentar, según el caso, la hostilidad de una potencia como Estados Unidos, uno de sus vecinos más cercanos.

En la actualidad la política exterior de Cuba y su diplomacia se reconocen como de las más independientes y profesionales a nivel internacional. El país sostiene las relaciones bilaterales más amplias de su historia y ocupa un lugar reconocido en el ámbito internacional. Algunas de sus principales cualidades son:

• Capacidad de combinar en el oficio de manera muy creadora lo universal y lo autóctono.

• Su carácter proactivo tanto en el escenario bilateral como multilateral, lo que muy bien se refleja en el ámbito de las negociaciones, sea por iniciativa del país para gestionar intereses propios o de otros y viceversa.

• La eficaz combinación de recursos de la diplomacia tradicional con la “diplomacia de los pueblos”.1

• Su raigambre popular, por la selección y formación del diplomático. También porque la familia se involucra directamente, no como acompañante del diplomático que es la práctica habitual, sino como funcionarios o personal de servicio en las misiones.

• Alta capacidad de interactuar en los más diversos escenarios sociopolíticos y culturales.

• Capacidad de generar iniciativas en los más variados ámbitos y de adaptarse a los cambios.

• La ventaja de poder y saber combinar mesura, argumentación y pasión por lo que defiende, tanto por su naturaleza como por la identificación consciente con las esencias de la política exterior del Estado, el gobierno y el pueblo que representa.

• El estar dispuesto a hacer todo eso en condiciones de austeridad, carencias y por objetivos que a veces pueden parecer quiméricos.

Lo reseñado es también expresión del acumulado cultural al que antes se hizo mención. No podría ser de otra manera. Aun cuando la diplomacia tiene códigos universales, tal vez en mayor medida que otras prácticas sociopolíticas y culturales, su evolución, prioridades y estilos están indisolublemente ligados a la ubicación del país en el sistema internacional, al tipo de nación que representa y a su formación histórica.

En Cuba las peculiaridades de ese proceso articulan vivencias y correlatos que se mueven y definen en torno a la dependencia, los proyectos de país en cada periodo, las contradicciones y problemáticas de su formación nacional y el nacimiento de su diplomacia como parte de la cultura de resistencia que fue tipificando a los cubanos a través del tiempo.

En tal orden de cosas es preciso considerar la ubicación geográfica de la Isla, que desde el punto de vista geopolítico siempre ha sido importante para casi todas las potencias. Se trata de la mayor del Caribe, antesala del golfo de México y frontera de imperios desde el mismo siglo xvi. Por tanto, si el ser nacional cubano actual no puede entenderse sin tomar en cuenta a España, Estados Unidos y la extinta Unión de República Socialistas Soviéticas, así como algunos de los más relevantes cambios y conflictos internacionales desde el siglo xvi, en cuyo vórtice se ha visto la Isla en verdaderos campos de tensión, esos presupuestos son igualmente válidos para examinar la historia y cualidad de su diplomacia.

De manera que más allá de los atributos que tradicionalmente se consideran para que un país tenga una significativa colocación en el ámbito internacional, léase extensión territorial, recursos naturales, población, amplitud de su mercado, capacidad militar y otros, para Cuba es preciso justipreciar otros (Barbé, 2002; Potenkim, 1967 y González, 1990).2 En primer lugar ese significado geopolítico en la evolución misma de su proceso de formación nacional. También su liderazgo, fenómeno que corresponde sobre todo a la Revolución, su cohesión social y la capacidad negociadora, condición esta última clave para la práctica diplomática.

La diplomacia cubana puede considerarse como una expresión particular y preciosa de la “cubanidad” y la “cubanía”. Dentro del mosaico que muy bien describiera Fernando Ortíz para caracterizarlas, vale la pena insistir en tres aspectos (Ortíz, 1939: 110-115):3

• Es la cualidad, la calidad de lo cubano, resultado de quienes la viven y experimentan, no solo o no siempre por haber nacido en Cuba sino por sentirse cubanos y querer serlo.

• Es también la identificación con su autenticidad y su defensa en los más diversos planos incluido el que ahora interesa, lo cual determina que sea.

• Una parte consustancial de la cultura de resistencia en la que se forma y tipifica el pueblo cubano.

Y “cultura de resistencia” se asume en su sentido amplio, contemplándola como réplica y confrontación colectiva que en muy diversos planos se materializa frente al hegemonismo cultural colonizador y neocolonizador, que se ha ejercido históricamente desde Europa y Estados Unidos (Castellanos, 2017 y Baroud, 2019). En el caso de Cuba, expuesta en casi todos los componentes que actualmente tienen vigencia en Nuestra América.4 Todo eso tiene que ver con la recurrencia e intensidad de las mezclas entre componentes étnicos diversos, con las peculiaridades de una religiosidad heterodoxa, del mestizaje, la condición insular y la sicología de su pueblo. Y esto último alude incluso a esa manera de ser de los cubanos, de permanente insatisfacción con lo que se logra, de procurar siempre metas altas, del no claudicar, de hacer de Cuba, como diría Eduardo Torres Cuevas: “el sueño de lo posible”.

Durante los últimos 60 años se ha consolidado una diplomacia propiamente cubana y madura. Ha sido posible, en primer lugar, por la voluntad de su pueblo, que encontró en la Revolución la posibilidad de hacer realidad los sueños de independencia plena y justicia social por la que habían luchado los cubanos desde el siglo xix. Que ha estado dispuesto a los mayores sacrificios para que Cuba, siendo un pequeño país bloqueado en el Caribe, pueda contar con una proyección internacional activísima y una diplomacia que se distingue no solo por la cantidad de misiones, sino sobre todo en la calidad de su ejercicio y los resultados que ha alcanzado.

En segundo lugar, por el liderazgo político de la Revolución y en esta esfera en particular, destacados intelectuales, profesionales de diversas áreas, obreros y de otras esferas disímiles de la sociedad, incluyendo otra vez a primigenios que venían de la lucha insurreccional de la década de los años cincuenta del siglo xix contra la dictadura de Fulgencio Batista. Algunos que ya no están físicamente, marcaron pautas fundamentales en este ámbito, tanto en esencias como en estilos, tácticas y métodos: Fidel Castro, Raúl Roa, Carlos Rafael Rodríguez, Ernesto Guevara, Isidoro Malmierca y Carlos Lechuga.

Merece tomar muy en cuenta la contribución de los diplomáticos mismos, la impronta de sus experiencias, estilos y enseñanzas. Una muestra reducida, pero al menos ilustrativa, hace pensar enseguida en Jorge Bolaños, Raúl Roa Kourí, Abelardo Moreno, Eduardo Delgado, Oscar Oramas, Isabel Allende, Fredesmán Turró, Olga Chamero, Hermes Herrera, Germán Sánchez y otros que harían muy extensa la lista.

Y en tercer lugar, al acumulado cultural referido y como parte también de este, la tradición diplomática en específico, que merece ocupar mayor espacio en la historiografía por su significado y la existencia de numerosas fuentes de información dentro y fuera de Cuba (García, 2018: 123-136). En este historial las prácticas fundadoras entre 1868 y 1878 durante la primera guerra por la independencia, ofrecen un apasionante y contundente ejemplo.

Diplomacia fundadora en acción

Entre los partos de la primera guerra por la independencia en Cuba, que no fue solo un suceso bélico sino todo un parteaguas en el proceso de formación nacional, estuvo el primer diseño de una política exterior y una diplomacia propiamente cubanas. Puede considerarse como una “diplomacia mambisa” por la insurgencia dentro de la cual nació y se desarrolló. Fue instrumento de la política exterior de los gobiernos de la República en Armas de Cuba durante las contiendas que tuvieron lugar entre 1868 y 1898.

Fue “cubana” por los actores que intervinieron, los objetivos que perseguían y las maneras como se fueron ejecutando en un contexto de guerra y una revolución que se dio un Gobierno republicano insurgente, pero legítimo y amparado en una Constitución.

Uno de los dramas de aquel movimiento revolucionario sería desplegar un frente tan complejo como ese, en condiciones de país en guerra, que no abarcaba a toda la Isla, pero sí una parte importante de esta, mientras en las demás tenían lugar otras diversas expresiones de resistencia al colonialismo español.

Debía representar ante el mundo a un gobierno insurgente, confrontando a una metrópoli que, si bien desgastada y retrógrada frente a sus contemporáneas, era una potencia reconocida internacionalmente, con una vasta experiencia política y con acreditaciones oficiales en todos los países donde necesitaba e intentaba, por todos los medios, establecerse el joven servicio diplomático de los cubanos.

Por otro lado, aquel debut se produjo en un complejo y convulso escenario mundial, también regional por lo que se refiere a América Latina y el Caribe, e igualmente en el de la propia metrópoli. Cuando el 10 de octubre se inicia la “Guerra Grande”, como también se le ha conocido, en la mente de Carlos Manuel de Céspedes y de otros líderes existía conciencia del contexto internacional en que desplegaban su proyecto. Conocían las experiencias de los movimientos nacionales liberadores triunfantes, tanto en América Latina, el Caribe y Estados Unidos.

También las ventajas que le aportaba el derecho internacional. Para entonces este había legitimado la teoría del reconocimiento de Estados y gobiernos beligerantes, como consecuencia lógica de la libre determinación o autodeterminación de los pueblos, dando por válido que un Estado o un grupo de estos, podían declarar el carácter y alcance de sus relaciones con otro Estado, que surgiera o luchara por constituirse en sujeto internacional independiente (D´Estéfano, 1988: 253-255).

Los próceres cubanos estaban persuadidos también de los peligros que la Revolución enfrentaría y lo imprescindible de dotarla de una proyección internacional importante. Esta tendría que ser, como la propia guerra, una nueva experiencia y un aprender haciendo en condiciones excepcionales. En carta del 19 de marzo de 1869 dirigida a Carlos Manuel de Céspedes, José Morales Lemus, enviado como representante del servicio exterior cubano en Estados Unidos, expresaba:

[…] no debo ocultar a usted que debo tropezar con graves obstáculos ya por la forma de mis credenciales, ya por las circunstancias en que aún se encuentra la gloriosa Revolución iniciada por usted y, por las intrigas y argumentos del enviado español y de los de Inglaterra y Francia y otras naciones europeas que probablemente simpatizan con aquel (Dé Estéfano, 1988: 239).

La política exterior del gobierno de la República en Armas tendría como prioridades lograr de los demás Estados el reconocimiento de la beligerancia del Ejército Libertador y de Cuba independiente, al tiempo que ayudar a la victoria en la guerra contra España.

La creación de Legaciones o Agencias en países de América Latina, Europa y Estados Unidos entre 1868 y 1872 así lo debía asegurar. Facilitaba a los representantes cubanos dar a conocer los objetivos de la Revolución, recabar los reconocimientos oficiales referidos y ganar apoyos para la causa.

Tales metas podían lograrse colaborando en la prensa del país sede, distribuyendo información, facilitando contactos, organizando actividades, entre otras, incluyendo la recaudación de fondos para adquirir material de guerra, que permitiera fortalecer al Ejército Libertador y acelerar la victoria, procura de material sanitario, vituallas y protección a los emigrados.

Desde los primeros momentos, Céspedes, quien puede considerarse como el primer estadista en materia de política exterior y diplomacia en la historia nacional, toma una decisión en este ámbito al nombrar a José Valiente como Agente en Estados Unidos. Más tarde lo hizo, frente a la proyección de la Junta de La Habana y las urgencias del contexto, con José Morales Lemus.

Esta primera fase de provisionalidad se cierra en abril de 1869, cuando se aprueba la Constitución de Guáimaro, que establece los marcos legales de la política exterior del gobierno de la República en Armas (Documentos, 1973: 376-379). La Cámara de Representantes ratifica a Morales Lemus como Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la República de Cuba en Estados Unidos, donde radicaría el centro del servicio exterior.

A lo largo de los 10 años de guerra, la República mambisa contó con importantes figuras que desempeñaron la secretaría de Estado o del Exterior. De ellos, que generalmente permanecían en Cuba, salían las instrucciones a las acreditaciones diplomáticas, casi siempre a través del centro en Estados Unidos. También misiones especiales para la solución de determinados conflictos que se fueron presentando entre los emigrados y entre estos y el servicio diplomático, o para encuentros o entrevistas previamente concertadas.

Los sucesivos presidentes, en su condición de jefes de estado cumplieron funciones de primer orden, como corresponde a cualquier Estado. Céspedes envió cartas a sus homólogos europeos, latinoamericanos y de Norteamérica presentando a la Revolución, sus objetivos y la importancia del reconocimiento internacional con que podían contribuir sus respectivos países.

Como puede suponerse, por las características de este tipo de servicio y las circunstancias que lo acompañaron, los emigrados desempeñaron un papel importantísimo. Fueron una garantía para su desarrollo y resultados en las condiciones, aunque también generaron situaciones conflictivas en determinados momentos, que interfirieron la actividad diplomática propiamente.

Desde el segundo trimestre de 1869 se designaron representaciones diplomáticas en dos países europeos (Gran Bretaña y Francia), contrincantes históricos de España, sobre todo el primero, en Estados Unidos donde radicaba la mayor parte de la emigración de la Isla y en América Latina y el Caribe. En esta última región, escenario natural de Cuba y donde potencialmente había más posibilidades para lograr aquellos propósitos, se desplegó casi todo aquel servicio exterior. Así, entre 1869 y 1872, quedaron establecidas en Chile, Perú, México, Bolivia, Ecuador, Venezuela, Colombia, Costa Rica y Honduras, El Salvador, Nassau, Haití, Santo Domingo y Jamaica.5

Las condiciones en que tuvo que desenvolverse ese servicio diplomático fueron muy difíciles y los resultados variables, pero en general muy positivos. Cuba se estrenó en el plano de sus relaciones bilaterales. Incluso en las multilaterales al ser incluida en el Congreso de Jurisconsultos en Lima y también favoreciendo iniciativas como el llamado “Pacto Americano”, que logró procurar en Colombia y a título de su gobierno en 1872 y 1874. Con el Pacto se pretendía lograr la independencia de Cuba a través de esa vía multilateral de los países del continente, para presentarse con ventajas en una negociación con España, a la que se exigiría la independencia de la Isla, a cambio de una indemnización de guerra. Pero ambos empeños se frustraron por la postura de Estados Unidos.

Como ocurrió en otras esferas de la Revolución, también en la diplomacia hubo divergencias, errores y debilidades, pero esas son otras aristas que escapan a los propósitos de este artículo. De todas formas no disminuyen lo que consiguieron hacer por Cuba y para la historia de una diplomacia verdaderamente cubana, aquellos novatos diplomáticos en plena guerra y en un frente tan difícil como el de las relaciones internacionales.

Había que asirse a las normas generales y de tradición en el mundo, respecto al manejo de las negociaciones y las relaciones básicamente interestatales. Lo común era el entendimiento o desentendimiento entre los cuerpos diplomáticos de los países independientes, con una cancillería, un servicio exterior y todo un engranaje interno y externo que lo sustentaba.

El joven servicio cubano no disponía de recursos mínimos al uso, sueldo, fondos para gastos de representación, inmuebles para sedes, entre otros. Tampoco, por supuesto, reconocimiento automático o fácil de lograr. Había que conquistar todo eso. Los agentes de Cuba insurgente radicaban tal vez en una carpintería o una casa particular… y dependían para casi todo de la solidaridad y las suscripciones recaudadoras de fondos. Eran empíricos, con voluntad de hacer, casi todos profesionales, con sentido común y en muchos casos cualidades innatas que favorecían el ejercicio.

Los nombramientos se hacían no solo por la presidencia y la secretaría de exteriores que radicaba en Cuba, como es usual, sino también por el centro del servicio exterior que estaba en Estados Unidos. Se hacían regularmente a emigrados que ya vivían en esas sedes o personas que siendo perseguidas por sus posiciones revolucionarias habían sido deportadas, excarceladas o se habían fugado de las prisiones españolas.

No obstante, muchas de las normas que ya existían en el ambiente diplomático de la época eran del conocimiento de los dirigentes de la Revolución y los representantes en Estados Unidos, de donde salían también la mayor parte de las instrucciones hacia cada una de las representaciones. Entre ellas el uso de comunicaciones oficiales a sus homólogos en los países de interés, por parte del presidente de la República en Armas o del Secretario de Estado, la emisión de cartas credenciales para que los diplomáticos se presentaran ante los gobiernos, la realización de visitas de cortesía a personas influyentes en el país de destino dentro y fuera del gobierno respectivo, y la emisión de las referidas instrucciones a cada uno de los representantes. Todas esas son prácticas de la diplomacia oficial contemporánea, que ya se habían generalizado en la época y que fueron incorporadas por los cubanos de entonces.

Las condiciones de los designados también evidencian elementos en común entre el ayer y el hoy, el idioma según el destino, por ejemplo, y otros más específicos derivados del contexto. En carta del 18 de junio de 1869 del Secretario de Exterior se informa al centro en Estados Unidos acerca de las cartas credenciales enviadas para los destinados a Inglaterra, Francia, Brasil, México, Venezuela, Chile, Ecuador, Bolivia, Perú y Santo Domingo. Se les advierte que iban cuatro más en blanco para que acreditara enviados en otras naciones hispanoamericanas que se estimara conveniente. Pero se les puntualiza que estas designaciones debían recaer en “personas capaces de representar a nuestra nación y que a la vez merezcan la aceptación de los verdaderos patriotas cubanos”, al tiempo que se le pide informe cuanto antes las personas que considera aptas para esas misiones (Archivo Nacional de Cuba, Donativos y Remisiones: 172, no. 146).

Los primeros diplomáticos cubanos eran con frecuencia, como suele ser en este oficio, hombres de cultura refinada, a veces abogados, ingenieros, médicos notables y poetas. Valgan como muestra las menciones de Pedro Santacilia, Juan Clemente Zenea, José Antonio Echeverría, José Manuel Mestre y Enrique Piñeyro. Sus características les facilitaban, por ejemplo, el trabajo con los medios de prensa, discursar ante públicos diversos, dialogar con mayor eficacia y acceder a diversos niveles oficiales y extraoficiales.

Varias actividades que eran frecuentes por servicios exteriores más experimentados e incluso que lo siguen siendo en la actualidad, se ejecutaron durante aquellos años fundacionales. Entre ellas lo que mucho después se conoció como “diplomacia de los pueblos”, plan de influencia, trabajo con la solidaridad, plan de acciones comunicativas, imagen Cuba, encuentros con directivos de la prensa, de partidos políticos, bazares diplomáticos, visitas de cortesía y actividades culturales.

Una revisión de la documentación que atesora el Archivo Nacional de Cuba, tanto de prensa de la época, como de la correspondencia de quienes integraron aquel servicio diplomático, ofrece un espectro bastante amplio de los tipos de actividades más frecuentes en esas circunstancias.

En buena medida el trabajo se hacía en base a la solidaridad. Era muy importante también cultivar las buenas relaciones con lo que actualmente llamamos líderes de opinión, personas de influencia por su posición social, intelectual, artística o política, capaces de marcar pautas en la comunicación y la formación de la opinión pública, replicando juicios e informaciones que interesaba difundir sobre lo que ocurría en Cuba, así como desmontar matrices de opinión generadas por España y sus afines.

Los vínculos con la prensa en función de divulgar la realidad de Cuba, prestigiar el liderazgo de la Revolución, las ideas que movían el proyecto y la imagen de la guerra de Cuba como una contienda justa, legítima y civilizada, a diferencia de lo que practicaba España, fue una prioridad en todos los países donde había diplomáticos cubanos.

Lo anterior se puede confirmar en las instrucciones a los funcionarios y en muchos de los reportes que estos emitían a la Legación en Estados Unidos. También ese trabajo por la imagen de la Cuba insurrecta, incluía la divulgación de prensa revolucionaria procedente de Cuba y de Estados Unidos, principalmente los periódicos La Independencia y La Revolución.

Otras actividades frecuentes eran la preparación de bazares con suvenires, materiales y objetos de interés sobre Cuba para recaudar fondos, la realización de funciones de teatro (dramas sobre todo) y de otros tipos con el mismo objetivo. En el caso de Europa, el envío de armamento desde Londres, por ejemplo, y la negociación de créditos en París y en Bruselas.

En varios países la asistencia a barcos de Cuba recibía atención particular. También la caracterización de los medios de comunicación, de los políticos y de la situación interna del país donde estaban ejerciendo sus funciones. Esos informes incluían casi siempre propuestas concretas de cómo influir en cada ámbito y los posibles resultados. Eran prácticas frecuentes la preparación de programas con entrevistas a diversos niveles y disímiles actividades públicas, para aprovechar la presencia de cubanos –del ámbito político de la Revolución y de la sociedad cubana de la época– que andaban de paso por el país sede del funcionario.

La atención a la correspondencia y la adecuación de las tácticas al contexto, merece consideración particular porque difería si se trataba de los europeos, los estadounidenses o los latinoamericanos y caribeños. En un informe de 1877 generado en Estados Unidos por la diplomacia española, por ejemplo, se registra que cada vez que en ese país se aproximaba la apertura del Congreso y el momento del mensaje presidencial “los supuestos diplomáticos cubanos redoblan esfuerzos por todos los medios y con todo el vigor por promover el reconocimiento de la beligerancia” (Archivo Nacional de Cuba, Informe Nov. 1877-Feb. 1878). En Francia y Londres lo más importante era la gestión de apoyos financieros y en América Latina y el Caribe se combinaban todas las vertientes que fueron susceptibles de ser aplicadas en aquellos años.

Como puede suponerse, en las condiciones en que se desenvolvió la primera diplomacia de los cubanos, las tácticas, actividades, técnicas y métodos para lograr los objetivos fundamentales de la política exterior, fueron diversas y con variados grados de creatividad. Dependía de las instrucciones recibidas, el contexto de cada país y las condiciones personales e iniciativas de los designados.

Cuatro aristas específicas de ese ejercicio en América Latina y el Caribe, que siguen teniendo vigencia, pueden servir como botón de muestra sobre el desempeño de los “diplomáticos a la carrera”, así como la contribución que hicieron a los propósitos de entonces y a la tradición cubana en este campo. Sirva esta ocasión al menos para enunciarlas.

La primera es el dominio y uso de la situación sociopolítica del país sede, así como de la labor de influencia de los diplomáticos y la imprescindible conexión con el centro desde donde se diseña la política exterior, de donde emanan análisis e instrucciones. En ese momento era doble y a veces cuádruple: la presidencia y secretaría de exteriores en Cuba, la Legación en Estados Unidos y a veces incluso la Agencia General, estructura creada al principio solo para la cuestión de la emigración.

La apreciación del contexto sociopolítico del país sede y las propuestas que de esta puedan derivarse, son sumamente importantes porque de ella depende la toma de decisiones en las instancias a cargo del país que el diplomático representa. Las experiencias del ingeniero santiaguero Francisco Javier Cisneros como funcionario en Colombia, entonces Nueva Granada, resultan muy ilustrativas.

También las de Manuel R. Fernández como jefe de la Legación que tenía sede en Haití y se ocupaba igualmente de Santo Domingo. El desempeño en esa vecina isla fue muy complicado por las condiciones de ambas repúblicas. No obstante, las muestras de apoyo fueron notorias y en algunos casos llegaron a poner en tensión las relaciones bilaterales de la nación haitiana con España, Inglaterra y Estados Unidos –a veces con los tres al mismo tiempo–, e incluso colocaron en riesgo la estabilidad de ese pequeño país. La manera como este funcionario manejó en 1873 la estancia y contingencias que se presentaron con la presencia del vapor Virginius en Puerto Príncipe, puso de manifiesto sus capacidades y el fruto del trabajo de influencia política realizado hasta ese momento (Archivo Nacional de Cuba, Donativos y Remisiones: Sig. 172, No. 146).

La segunda es el manejo de la diplomacia de los pueblos en el entendido que anteriormente se enunció, al mismo tiempo que la tradicional. Se trata de la puesta en práctica del trabajo diplomático en base a la solidaridad como principio y los relacionamientos del diplomático a escala popular o extraoficial, alternándola con las prácticas oficiales consagradas en el ámbito internacional. También del buen uso de la oratoria en diversos contextos y la importancia de cultivar y ampliar sistemáticamente las relaciones interpersonales en todos los ámbitos posibles.

Es que independientemente del legítimo fundamento de los principios que se defienden y los objetivos que se buscan, una cuota importante del éxito en la gestión del diplomático depende del contexto, prestigio del liderazgo que representa y adecuadas orientaciones, pero también en gran medida de sus habilidades, del carisma y lo que se conoce actualmente como “inteligencia emocional” en su labor. Resultan fundamentales saber la puerta que se debe tocar y en el momento que conviene hacerlo, las relaciones que debe cultivar y el reconocimiento que por sus capacidades, profesión de origen, actuación, entre otros, logre de las instancias del gobierno y los sectores de mayor interés en el país donde se encuentra representando al suyo.

En lo que toca a la diplomacia tradicional conviene tomar nota respecto a que, además de formalidades ya comentadas (credenciales, visitas de cortesía, entre otros), se cumplían otras no menos importantes, que también servían de motivo o pretexto para que el diplomático se introdujera o accediera a determinado nivel político, esfera o persona influyente.

Una de las primeras evidencias del manejo adecuado y eficaz de estos presupuestos y de la combinación de lo popular con lo gubernamental se constata durante los primeros meses de 1869 con la labor de Ambrosio Valiente, primer comisionado para América del Sur con sede en Perú. A sus primeras acciones, que formaron parte de un recorrido que hizo desde Panamá, haciendo gestiones a favor de Cuba mientras se iban designando los agentes diplomáticos, se deben importantes éxitos de ese año (Sotolongo, 1926).6

Las vivencias del reconocido médico cubano Miguel Bravo y Sentíes, desde junio de 1869 Ministro Plenipotenciario para Venezuela, son verdaderamente impresionantes por los numerosos conflictos que tuvo que sortear en una de las primeras y más importantes misiones de Cuba insurgente. También por la perseverancia en aquel contexto venezolano tan difícil por los conflictos internos, los compromisos con España y los intereses personales de figuras claves en el gobierno. Igual, por la gala que hizo de importantes y variados recursos del oficio y de sus propias iniciativas, que fueron elogiadas por el presidente Céspedes.

Su actuación fue amplísima y muy arriesgada, concentrando esfuerzos en los ámbitos de la prensa y en lo popular, cuando por la inestabilidad política del país no podía hacerlo también a nivel gubernamental. En carta a Céspedes del 22 de octubre de 1869, le decía que el entusiasmo y apoyo del pueblo de Venezuela a Cuba era “un arma poderosa contra este vacilante gobierno” (Archivo Nacional de Cuba, Donativos y Remisiones, Sig. 172, No. 46). A mediados de 1871 se logró el reconocimiento oficial del gobierno caraqueño a los cubanos.

La tercera arista se refiere al uso de los medios de comunicación y de la opinión pública para promover o lograr resultados en función de los objetivos de la política exterior. En las instrucciones que se entregaban a los designados se le enfatizaba en la importancia de ganar la prensa del país en cuestión y se le pedía –tal como se hace hoy solo que de una manera más elemental y con resultados variables de acuerdo con la capacidad de análisis y conocimiento del medio que tuviera el diplomático– informar caracterizando a los medios principales y las posibilidades que ofrecían para el trabajo a favor de Cuba.

Este recurso tenía diversas finalidades tácticas, desde difundir los éxitos y problemas de la guerra y las atrocidades que cometía España hasta las ideas que movían a los cubanos en la lucha. También las presiones que podían ejercer sectores intelectuales, políticos y populares sobre los gobiernos respectivos para que estos adoptaran decisiones favorables a Cuba.

Bravo y Sentíes, por situar un caso, ofrece varios ejemplos de este cariz, desde la caracterización de los medios principales, sus relaciones con estos y los resultados, así como la manera como aprovechó el clima popular de respaldo a Cuba para presionar al gobierno (Archivo Nacional de Cuba, Donativos y Remisiones, Sig. 172, No. 46).

A inicios de 1870 el representante cubano en Colombia reportaba que la prensa en ese país apoyaba a Cuba, que todos los periódicos se mantenían publicando lo que él les pedía y que incluso uno de ellos reproducía una correspondencia que aparecía fechada en La Habana. También, que regularmente allí se lograba ofrecer una reseña de los principales acontecimientos. Asimismo, que por ese tiempo se estaban ocupando de escribir insistentemente a las repúblicas del Pacífico, a fin de que exigieran como base del Tratado con España, el reconocimiento por esta de la independencia de Cuba. Para mejor muestra, como en el caso anterior, adjuntaba ejemplares de la prensa en cuestión, lo que estaba dando buenos resultados (Archivo Nacional de Cuba, Donativos y Remisiones, Sig. 172, No. 46).

En Honduras también se trabajó mucho en este importante frente. El agente designado allí confirmaba los esfuerzos para difundir noticias reales sobre Cuba en varios medios, incluyendo la Gaceta de Trujillo, que llegó a tener a su cargo. También una considerable influencia en la Gaceta Oficial de Honduras y otros medios, donde se incluían informaciones sobre la guerra y los decretos humanitarios de Céspedes, contrastándolos con proclamas del Conde de Valmaseda,7 de manera que las personas pudieran hacer lecturas paralelas y sacar conclusiones (Archivo Nacional de Cuba, Donativos y Remisiones, Sig. 156, Nos. 43-20; Instituto de Historia de Cuba, 1996: 73-74).

El trabajo de la Legación en Haití y Santo Domingo también fue meritorio en este apartado. Manuel Fernández se quejaba de las dificultades que acarreaba la falta de sistematicidad de la prensa revolucionaria y las consecuencias que podría traer por el trabajo que hacía España en los medios. Frente a eso, además de hacer propuestas para mejorar esa comunicación para que fuera más directa y efectiva, se dio a la tarea de publicar constantemente en La Independencia o en el Haití, las noticias favorables que le llegaban desde Kingston y de S. Thomas, lamentando que de todas maneras eran incompletas (Archivo Nacional de Cuba, Donativos y Remisiones, Caja 156, Nos. 40-25).

La cuarta y última arista que interesa destacar es la capacidad de los diplomáticos para el manejo de eventuales crisis diplomáticas entre el país acreditado y otros –en este caso España y Estados Unidos casi siempre–, por causa de acciones de esos gobiernos anfitriones en favor de Cuba. Lo ocurrido en relación con los vapores Hornet y el Virginius constituye una muestra fehaciente.

El caso del vapor Hornet ocurrió en 1871. Por gestión del agente cubano con el gobierno haitiano, estaba atracado en aquella rada para trasladar armas, pertrechos y hombres a Cuba. Lo allí acontecido desveló las dificultades para ese tipo de operaciones, las maniobras del funcionario diplomático cubano acreditado allí y su capacidad de influencia, los peligros para las relaciones bilaterales de la república haitiana con España y para los éxitos que necesitaba la diplomacia cubana en su apoyo a la guerra que se libraba en Cuba (Archivo Nacional de Cuba, Donativos y Remisiones, Caja 156, Nos. 40-24).

La partida del Virginius desde Haití hacia Cuba, en 1873, fue un episodio de altísimo riesgo también. Creó una situación complicadísima para el gobierno haitiano a partir del involucramiento de los consulados de España y de Estados Unidos. La operación se salvó por una veloz e inteligente maniobra del diplomático cubano en el momento más crítico del conflicto, cuando España amenazó con atacar, luego rompió relaciones con Haití y sus funcionarios se retiraron a un buque de guerra (Archivo Nacional de Cuba, Donativos y Remisiones, Caja 156, Nos. 40-25).

De manera que más allá de los resultados positivos en función de las prioridades de la política exterior de Cuba, que estuvieron básicamente en el reconocimiento de la beligerancia o la independencia por un grupo de países latinoamericanos, otras esferas fueron también atendidas con éxito por los pioneros cubanos de la diplomacia.

Las contradicciones y problemáticas que se presentaron eran casi inevitables. El contexto internacional, las condiciones de guerra e incluso el hecho de que se trataba de un movimiento revolucionario heterogéneo, con intereses de clases, compromisos e ideologías diferentes y en parte más de un proyecto de país, aunque la mayoría coincidiera con la independencia, fueron factores importantes. Todos ellos generaron muchas veces medidas desesperadas, desconfianza y diferencias entre los cubanos que, por el involucramiento en toda la actividad en el exterior y la inexperiencia incluso, trascendieron al ámbito diplomático.

CONCLUSIONES

Uno de los segmentos que identifica de manera fehaciente el corolario de la formación nacional cubana, de su identidad y las cualidades de su pueblo, es el de la diplomacia, cuyas raíces se anclan con fuerza en los orígenes convulsos de las guerras por la independencia del colonialismo español. La obra de la Revolución durante las últimas seis décadas es la que ha consolidado sus mejores valores y atributos, logrando exhibirse con orgullo en la sociedad internacional y ante su pueblo.

La Revolución ha sido capaz de producir una política exterior y una diplomacia auténtica y universal. Su ejecutoria es coherente con las principales características y problemáticas que identifican la formación de la identidad, la nacionalidad y la nación a lo largo de su historia. En ella han estado pesando siempre de modo particular, las maneras de sentir y proyectar lo cubano y su lugar en el mundo; los diversos proyectos de país, el lastre de la dependencia y la importancia geopolítica y estratégica que ha tenido la Isla para más de una potencia colonial o imperialista a lo largo del tiempo.

La política exterior, bajo la cual se ha desarrollado y madurado esa diplomacia, tiene una base en los procesos antes aludidos. Cuba se ha convertido en un actor internacional de reconocido prestigio. Sin embargo, su colocación y actuación en el sistema internacional no se sustentan en su extensión territorial o desarrollo económico, entre otros requisitos usualmente considerados, sino esencialmente en otras cualidades directamente articuladas a la cohesión interna, el liderazgo, la cubanidad y la cultura de resistencia en que se ha formado su pueblo.

Dentro de ese acumulado cultural se encuentra el debut de su diplomacia fundadora durante la primera guerra por la independencia del colonialismo español entre 1868 y 1878. Tal suceso fue un parteaguas en la historia nacional, por lo que Cuba y los cubanos no volverían a ser los mismos a partir de entonces, a pesar de que la guerra no lograra sus propósitos principales.

Muchas de las prácticas, métodos, estilos y técnicas que hoy se emplean en el ejercicio diplomático, así como requisitos para los designados y otras aristas, fueron implementados en aquellos tiempos fundadores, cuando prevalecían sin embargo el empirismo, la emergencia de la guerra y un contexto internacional diferente.

Esos años también abonaron el ejercicio de esa importante esfera de la nación, aun cuando no siempre se lograran los propósitos principales de la política exterior del entonces gobierno de la República en Armas. Sin embargo, actividades de influencia, trabajo con los medios, con los sectores políticos del país sede, protección a los emigrados y variadísimas iniciativas, tanto de la diplomacia tradicional al uso, como de la diplomacia de los pueblos, fueron puestas sobre el terreno, cosecharon victorias y dejaron experiencias para el futuro.

Las fuentes documentales disponibles en Cuba confirman que en varios países latinoamericanos y caribeños, así como en Estados Unidos, los diplomáticos de entonces dejaron huellas significativas en aristas importantísimas para un ejercicio diplomático eficaz en las condiciones de Cuba. Cuatro de esas vertientes aludidas desvelan muestras representativas: el dominio y uso de la situación sociopolítica del país sede, así como de la labor de influencia; manejo de la diplomacia de los pueblos al mismo tiempo que la tradicional; uso de los medios de comunicación y de la opinión pública, y capacidad para el manejo de eventuales crisis diplomáticas entre el país acreditado y otros en relación con el propio.

Con independencia de las debilidades de aquella diplomacia fundadora y aun con ellas, su saldo fue altamente positivo e inseparable de la cultura de resistencia en la que se continuaba formando el pueblo cubano. En 1868 Cuba irrumpió ante el mundo no solo con una guerra legítima y civilizada. También con una civilidad, una estructuración y actuación en el ámbito internacional, que contribuyó sin duda a la formación de una diplomacia propia, que es parte inseparable de la cubanidad.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Archivo Nacional de Cuba, Donativos y Remisiones. Caja 172, No. 146.

Archivo Nacional de Cuba, Donativos y Remisiones. Caja 156, Nos. 43-20, 40-24, 40-25.

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Notas

1 Aunque existen diversas definiciones contemporáneas sobre la diplomacia de los pueblos, en el caso de Cuba ha sido una práctica de los servicios diplomáticos durante las guerras por la independencia en el siglo xix y durante el siglo xix, coincidiendo con fases sumamente conflictivas para la supervivencia del proyecto nacional, pero en todo caso inspirado en las tempranas visiones de José Martí durante la Guerra de los Diez Años, al referirse a los fracasos de las gestiones diplomáticas de esa época ante el gobierno de Estados Unidos: “Ni esperamos su reconocimiento, ni lo necesitamos para vencer. [...] Podrán los gobiernos desconocemos: los pueblos tendrán siempre que amarnos y admiramos” (Martí, 1876: 138-139). Una de las elaboraciones teóricas más recientes y acertadas se refiere a esta como complemento o alternativa de la diplomacia oficial, según sea el caso, en tanto, “forma de ejercer presión para conseguir las justas reivindicaciones internacionales de un pueblo, ejerce oposición cuestionando y rechazando las políticas que afectan a los pueblos del mundo […]” (Villalba, 2018: 2) (Villalba, 2018).
2 En las relaciones internacionales generalmente se considera que el potencial de un Estado está determinado por sus recursos y condiciones geopolíticas (extensión territorial, características de las fronteras, ubicación geográfica, clima, topografía y recursos) y por su sistema político y condiciones internas (forma de gobierno, liderazgo, estructura de clases, cohesión social, papel de otras fuerzas sociales, capacidad diplomática y capacidad militar). Esto obviamente con variaciones en cada época histórica.
3 Dice Ortíz: “Cubanidad es la calidad de lo cubano, o sea, su manera de ser, su carácter, su índole, su condición distintiva, su individuación dentro de lo universal (…) no puede entenderse como una tendencia ni como un rasgo sino, (…) como un complejo de condición o calidad, como una específica cualidad de lo cubano. (…) es principalmente la peculiar calidad de una cultura (…) es condición del alma, es complejo de sentimientos, ideas y actitudes. (…) no consiste meramente en ser cubano (…) son precisas también la conciencia de ser cubano y la voluntad de quererlo ser. (…) Y la cubanía, cubanidad plena, sentida, consciente y deseada; cubanidad responsable, cubanidad con las tres virtudes –dichas teologales-, de fe, esperanza y amor.”
4 La “cultura de resistencia” ha ocupado más de un debate y también se ha entendido desde diversas posiciones, contemplando solo las guerras, las reivindicaciones culturales de los pueblos originarios o incluso el extremo de esas actitudes que sería la de aguantar, soportar solamente a través de la sobrevivencia las crisis económicas, por ejemplo, se asume la perspectiva aludida en el texto.
5 Perú había formado parte de la Alianza del Pacífico (junto con Chile, Bolivia y Ecuador) en guerra contra España entre 1865-1866 y de ese proceso habían emanado compromisos solidarios con los independentistas cubanos.
6 Gustavo Sotolongo y Saínz fue diplomático cubano en Perú y escribió allí su obra en 1926. Un año después el gobierno cubano, entonces presidido por Gerardo Machado, otorgó al de ese país que entonces estaba a cargo de Augusto B. Leguía, la orden Carlos Manuel de Céspedes por esos méritos.
7 Blas Villate y de las Heras, el conde de Valmaseda, fue la figura que elevada a Capitán General de la Isla en diciembre de 1870, tuvo a su cargo la represión más violenta hacia el movimiento independentista.
* Una versión inicial de este texto se ofreció en el encuentro: “Diplomacia de contingencias o contingencias en la historia de la diplomacia cubana”, organizado por la Sección de Literatura Histórica y Social de la Asociación de Escritores de la UNEAC, en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García y efectuado el jueves 16 de noviembre de 2017.

Notas de autor

ivettegarciagonzalez@gmail.com

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