Crítica Bibliográfica
RESEÑA DEL LIBRO EL VERDADERO ANTICOMUNISMO. POLÍTICA, GÉNERO Y GUERRA FRÍA EN COSTA RICA (1948-1973), DE IVÁN MOLINA JIMÉNEZ Y DAVID DÍAZ ARIAS (EDITORES)
Revista de Historia
Universidad Nacional, Costa Rica
ISSN: 1012-9790
ISSN-e: 2215-4744
Periodicidad: Semestral
núm. 78, 2018
Recepción: 08 Julio 2018
Aprobación: 30 Agosto 2018
Palabras clave: reseña bibliográfica, comunismo, historia, Guerra Fría, Costa Rica
Keywords: Book Reviews, Communism, History, Cold War, Costa Rica
Retomando un viejo ejemplo de Lacan, Žižek recordaba que, aún cuando la esposa de un hombre patológicamente celoso, efectivamente, se acostara con muchas otras personas a sus espaldas, los celos de ese marido responden a una fantasía obsesiva y paranoide.1 Del mismo modo, históricamente el anticomunismo, independientemente de lo que los movimientos y países del socialismo histórico hicieran o dejaran de hacer, ha funcionado como una fantasía paranoide que, a través de diversas prácticas sociales e instituciones, ha pesado decisivamente en la política costarricense al menos desde los años treinta del siglo pasado.2
El anticomunismo ha sido un tema tradicional en la conjunción entre la psicología social, la sociología y la ciencia política, y ya en la década de los treinta del siglo anterior los estudios empíricos de Fromm sobre la fuerza de trabajo en Alemania y los de Adorno sobre la personalidad autoritaria despuntaban como pioneros en esta problemática.3 En el caso de la historiografía, empero, su auge ha coincidido con los recientes estudios sobre la Guerra Fría, y en el caso de Costa Rica, con la excepción del importante libro de Molina, Anticomunismo reformista, había sido tematizado solo en algunos artículos y tesis académicas.4 En este sentido, el libro que hoy nos ocupa abre un espacio de discusión nuevo, presentando además lo que, a pesar de estar compuesto por ocho capítulos de distintos autores y énfasis, podemos asumir como una interpretación de conjunto de los 25 años abarcados en su delimitación temporal.
Como adecuadamente indica el ensayo de Alexia Ugalde, en el contexto costarricense ya la historiografía de las subjetividades avanzada por autores como Dennis Arias, Mercedes Flores González, Manuel Solís y Alfonso González Ortega ha explicado la producción de condiciones psíquicas y mecanismos de interacciones personales que estructuraron durante la primera mitad del siglo XX a la política costarricense como un campo de agresividad latente que en ocasiones derivó en violencia abierta.5 Este elemento me recordaba una observación que me hiciera hace algunos años un colega chileno que vivió el proceso de la Unidad Popular en Chile: me comentaba que en la izquierda de aquellos días se consideraba muy posible un golpe de Estado, pero lo que nunca esperaron fue el nivel de odio, saña y violencia excesiva desplegado por los golpistas; habían subestimado el componente libidinal y emocional del anticomunismo de sus enemigos políticos. Con todo, la racionalidad de los intereses económicos y geopolíticos alineados hacia la derecha del espectro político se conjugaba a la perfección con la visceralidad de la ideología anticomunista.
Los ensayos en este libro, sólidamente argumentados documental y meto- dológicamente, muestran desde el caso costarricense cómo esa fantasía paranoide no fue solamente irracional, sino que además fue instrumentalizada para fines muy pragmáticos y dejada de lado también cuando a los actores políticos más les convino.6 Con el anticomunismo los conflictos entre los ganadores de la Guerra no desaparecen, sino que cada bando lo utiliza para descalificar a sus contrarios. Como muestra Gamboa, las mismas características de lo que se suponía que era un comunista variaban y se contradecían según cómo los partidarios en cada campaña política quisieran caracterizar a sus adversarios, configurando así al comunista como un otro difuso, con base en estereotipos que reñían con el sentido común; en último término, como planteaba Žižek, el otro no produce miedo por ser otro, sino a la inversa: es percibido como otro porque su función ideológica es la de producir miedo. Así, en la fantasía paranoica del antisemita, el vecino judío no deja de ser amenazante por comportarse “normalmente”, sino que su misma “normalidad” lo vuelve más sospechoso. En la historia latinoamericana, esta fantasía paranoica la han encarnado el indígena, el inmigrante, el no heterosexual; y, por supuesto, el comunista.7
El libro muestra cómo en la Costa Rica del período analizado se imbrican los tres momentos de la ideología anticomunista, tal como ha teorizado este autor esloveno: mediante prácticas, instituciones y complejos de ideas. El anticomunismo que surge de estas páginas es un abanico de estrategias frente a un conflicto social desgarrante, y no una vía única de combate a lo que los anticomunistas consideraban ideas exóticas y ajenas al ser costarricense. De allí que considero que hay una disonancia entre los capítulos que forman el cuerpo del libro, respecto de la interpretación y síntesis que de ellos se presentan en su título, introducción y conclusiones: el “verdadero anticomunismo” que según Alberto Cañas consistía en fomentar la justicia social bajo un capitalismo reformado, más que caracterizar a todo el período investigado, solo aparece consolidado hacia el final de este, y fue posibilitado por otras modalidades de anticomunismo mucho menos armoniosas desplegadas a lo largo del período y ante todo en sus inicios.Más que un anticomunismo verdadero y otro falso, el libro presenta estrategias complementarias que oscilaron entre el reformismo y la represión abierta, de acuerdo con los balances de poder entre los actores políticos. La ambivalencia de la Alianza para el Progreso, que como indica Díaz buscaba cambios progresistas para América Latina mientras que financiaba escuadrones de la muerte, ilustra esta doble cara del anticomunismo.8 A medida que la situación política en Costa Rica se estabiliza, se va haciendo gradualmente innecesario el recurso al anticomunismo menos sofisticado, pero sin que este desaparezca del todo. En otros términos: hacia finales del período estudiado, la lucha de clases, que al inicio de ese período se había agudizado, había sido mitigada mediante un juego de concesiones y de violencia -abierta, simbólica y estructural- que este libro describe en detalle.
Partidos, prensa, empresa privada, Estado y grupos paramilitares confor- maron una gama de instituciones encargadas de frenar lo que consideraban un peligro en ciernes. La persecución y desarticulación de las fuerzas calderonistas y comunistas,9 seguida por la prohibición para los comunistas de hacer política fue la manifestación más evidente del anticomunismo institucionalizado en el Estado, donde, a inicios de la década de 1950, nos dice Gamboa que “si aparecía alguna situación que fuera vista como un intento comunista por sobrevivir, entonces se hacía una relectura de la Constitución con el objetivo de cerrar posibles resquicios que permitieran a los comunistas participar políticamente”10.
La impunidad del crimen de Codo del Diablo -que no fue en esa coyuntura el único caso de asesinatos ejemplarizantes- ilustra entonces la laxitud con la que a inicios de este período el Estado costarricense asumió la persecución del anticomunismo más barbárico. Frente a este existían contrapesos en el sistema judicial y en la opinión pública, pero a la hora decisiva estaba claro cuál bando prevalecería. Pero, más allá de estos eventos extremos, al no ser capaz el pacto tácito de la posguerra de sanar sus heridas,11 la violencia y el control social del anticomunismo se volvieron la norma. De ahí que, como señala Díaz, Víctor Manuel Arroyo haya tenido que publicar bajo seudónimo su interpretación del papel del gobierno estadounidense en las invasiones filibusteras anteriores a la Guerra de Secesión.12 Las represalias por una intervención de este tipo, sin llegar a la agresión abierta, podían ser terribles en términos laborales y de vida cotidiana.13La institucionalización del anticomunismo habría emergido entonces como condición de posibilidad del anticomunismo “blando” o “verdadero”, el cual, si quisiéramos invocar un tradicional ideologema, podríamos caracterizar también como un “anticomunismo a la tica”. Molina señala que para 1973 en la opinión pública predominaron las posiciones de centroizquierda frente al golpe contra el gobierno socialista de Chile, y que incluso reconocidos anticomunistas se distanciaron de tal acto contra la democracia;14 en este sentido, es menester recordar que para entonces ya había operado un “blindaje” de 25 años de políticas anticomunistas por medios oficiales y no oficiales.
También pareciera ser en el Partido Liberación Nacional –y especialmente en Figueres, su caudillo– donde ese “verdadero anticomunismo” reformista se encarna, con todas sus contradicciones, y donde se va consolidando con el paso de los años. Siempre entre dos aguas, dicho partido aparece en el libro en una doble condición de recibir y propinar ataques a sus adversarios bajo la imputación de comunistas.15 Bajo sus alas, fracciones opuestas publicaban comunicados mutuamente en conflicto, a la vez que su máxima figura se burlaba de la paranoia anticomunista, presentando a la desigualdad como la verdadera protagonista de los conflictos políticos de su época.16
En fin, de los capítulos del libro surge una narrativa según la cual la denominada -por los vencedores del conflicto armado- Segunda República va borrando la violencia sobre la cual se fundó y, una vez minimizados sus contendores -los perdedores de la guerra- instaura una hegemonía basada en políticas que favorecen a sectores amplios de la población. El anticomunismo visceral de las décadas de 1950 y 1960 se hacía para entonces innecesario, y se consolidaba el “anticomunismo verdadero” del Partido Liberación Nacional. Con ello no desapareció la fantasía paranoide, pero se había ya materializado en instituciones que hacían innecesario que sus excesos se desatasen de nuevo.
Es de resaltar que este libro, que además está bien escrito, denota un importante trabajo de edición para elaborar una visión de conjunto sin repeticiones ni vacíos significativos entre los ocho ensayos allí contenidos. Por sí mismo, cada uno de los ensayos se sostiene por méritos historiográficos propios, pero creo que es en su conjunto donde mejor se aprecian sus virtudes. Quienes lo lean podrán valorar cuáles fueron los alcances y limitaciones de ese “verdadero anti- comunismo” a lo largo del cuarto de siglo en él analizado.
Notas
Ortega, Hombres y mujeres de la posguerra costarricense (1950-1960) (San José, Costa Rica: EUCR, 2005).
Notas de autor