Artículos
Recepción: 31 Marzo 2018
Aprobación: 24 Mayo 2018
Resumen: Aunque la escritura de viaje se resiste a una tipificación precisa (memorias, diarios, cartas, relatos), se ha señalado que el discurso de viaje «no es simplemente el testimonio ingenuo o inocente, sino la (re)construcción de una experiencia de vida y del encuentro con un mundo otro» (Araújo, 2008); es una escritura autoreferenciada, pues el sujeto de la enunciación coincide con el sujeto del enunciado. Los relatos de viaje de dos argentinas, Francisca Espínola de Anastay y Juana Manso, entre los primeros en ser publicados a mediados del siglo xix, revelan características particulares, asociadas a la autofiguración que cada autora hace de sí misma. Una relectura de los contenidos referenciales y de las situaciones enunciativas, de las evocaciones personales y de los argumentos que explican las acciones, y del contexto de enunciación muestra la complejidad que tienen estos enunciados y las tonalidades en las voces de ambas mujeres.
Palabras clave: Narrativa de Viajes, Autoras Argentinas, Siglo xix, Francisca Espínola, Juana Manso.
Abstract: Even though travel literature resists to a precise classification (memoirs, journals, letters) it has been said that travel writing, which is self-referential since the subject of enunciation matches with the subject of the statement, is not an ingenuous or innocent testimony but a reconstruction of the vital experiences and encounters with a foreign world. The travel accounts of Francisca Espínola de Anastay and Juana Manso, evinces the public images that each women author proposes, as the identity represented in each text is no more than a discursive montage in which the trip motivates narrating, so that the shape that the telling acquires, will have the axis of movement in one hand, and the autobiographic speeches characteristics on the other. The referential contents, the declarative situations, the personal evocations and the arguments which explain the actions, bring us closer to an auto-figuration each author makes of herself and her context that, not in a few occasions, can include speeches that are closer to fiction than autobiography.
Keywords: Travel Narrative, Argentine Women Writers, xixth Century.
Los Relatos de Viaje de Francisca Espínola y de Juana Paula Manso
En los últimos años, gracias a la incorporación de nuevas fuentes documentales e inéditas miradas sobre textos canónicos (Lojo, 2015), se han ampliado los estudios sobre todo tipo de escritos del xix, entre los cuales, los referidos a escrituras de viaje producidas por mujeres han sido puestos en valor. Gracias al especial empuje que el feminismo académico ha hecho de los llamados «estudios del género», los relatos de viajeras se han incorporado a la investigación histórica y a la crítica literaria con resolución, como se demuestra con Miradas cruzadas: narrativas de viaje de mujeres en Argentina 1850-1930, de Mónica Szurmuk (2000, 2007).
Si bien la viajera argentina más estudiada ha sido la literata Eduarda Mansilla (1835-1893), considerada, hasta no hace mucho, pionera en este tipo de relatos, el hallazgo de la Memoria del viage a Francia de una argentina de la provincia de Buenos Aires, publicado en 1850, en Marsella, en la Colección Lermon de la Biblioteca de la Academia Argentina de Letras (CABA), colocó a esta ignota viajera a la cabeza de una lista nada desdeñable de argentinas que decidieron dar a conocer su encuentro con un mundo diferente a su cotidiano andar por las calles rioplatenses (Alloatti, 2011).
La Memoria, que aparenta ser anónima a primera vista, declara autoría en la portada mediante cuatro letras mayúsculas a modo de abreviatura: F. E. D. A, iniciales que se dilucidan casi al final del relato, cuando la autora ensaya su epitafio, suponiendo que sus últimos días pasarían en Marsella. Francisca Espínola de Anastay (1793-?) desliza así, al concluir su libro, una huella para encontrar a la autora y desentrañar los trazos de su escritura.
Único texto de Espínola, la Memoria narra el viaje marítimo, sin escalas, entre Buenos Aires y Sète, y el terrestre entre aquel puerto y Marsella, entre el 18 de marzo y mediados de agosto de 1850. Hace el traslado para acompañar a su marido francés André Anastay, que había vivido en la Confederación desde 1822 (Alloatti, 2013). El relato está hecho a manera de diario de viaje, y en él pueden leerse dos partes diferenciadas, aunque su autora no lo divide así. Una primera parte coincide con el cruce del Atlántico, con registros diarios focalizados en las emociones de la viajera: refiere sus miedos, malestares, el asombro por la flora y por la fauna del mar, las eventualidades de la navegación. El itinerario marítimo se establece por las acciones de los marineros y por los avatares de la singladura (F. E. D. A., 1850, pp. 37, 41-43, 63). El tópico religioso invade el texto, que diariamente registra el Santoral, presenta numerosas citas bíblicas en latín y en español y está cargado de advocaciones y ruegos en momentos de enfrentar lo desconocido (Alloatti, 2014).
En la segunda parte de la Memoria desde el desembarco en Sète, la mirada se vuelca al mundo exterior: describe los paseos, las procesiones, los pasatiempos y las costumbres de las ciudades, descuidando la periodicidad de la narración. En esta parte, la autora se muestra ocupada en reunir imágenes profundas y detalladas. Apela más a su memoria y a las impresiones que le producen los sitios que observa; relega las letanías que había incluido antes y acumula muchas reflexiones, tratando de dar cuenta de cada nueva experiencia. Mide el progreso de las ciudades que visita, describe sus calles, las viviendas, la salubridad y las costumbres cotidianas, sobre todo, los ritos religiosos, ya que su llegada coincide con las celebraciones del Corpus, de larga tradición en Provence. Refiere los pormenores de cada traslado en el chemin du fer (medio que aún es desconocido en el Río de la Plata), de cada visita a ruinas, a templos y a ciudades (Montpellier, Nîmes, Marsella, desde donde van a Aix para conocer los baños termales). El relato es descriptivo, riguroso en los detalles. Pone su atención mucho más en los paisajes y en los objetos que en las personas, aunque a veces trasluce referencias a usos y costumbres que coteja con las conocidas en el Río de la Plata. La mirada sobre el Otro/a se presenta discreta y, en ocasiones, mediada por su «Esposo», conocedor de la lengua local, que ella dice entender, pero se muestra incapaz de hablar.
En cambio, Juana Paula Manso (1819-1875), autora de un corpus de relatos de viajes diseminado en revistas tales como O Jornal das Senhoras (Río de Janeiro, 1852), La ilustración Argentina y Álbum de Señoritas (Buenos Aires, 1853 y 1854, respectivamente), hace gala en ellos de su poliglosia y de su erudición. En sus relatos, trata las experiencias que había hecho durante su estadía en los Estados Unidos y en Cuba, entre febrero de 1846 y 1847, en algunos casos, vertidas primero en portugués y, luego, en español, y algunos recuerdos de su vida en Brasil, publicados al radicarse de nuevo en Buenos Aires, después de 1852.
De sus escritos en español, Margarita Pierini (2012) revisa un corpus formado por cuatro artículos:
En ellos Pierini halla el lenguaje que «Juana elige para poetizar una visión sobre su vida errante» (2012, destacado de la autora), iniciada en su temprana adolescencia, cuando sus padres se exilian en Montevideo y, más tarde, en Río de Janeiro por cuestiones políticas. En esta última ciudad, desde la que emprende la travesía que motivará sus primeros relatos junto a su reciente esposo, el violinista Fernando de Sá Noronha, Juana expondrá sus «Recordações de viagem» (1852a, b, c y d) y sus primeras obras literarias[1]. Años después, en La Ilustración Argentina, Manso vierte de nuevo algunos de los relatos ya conocidos en portugués[2] y, en Album de Señoritas, agrega nuevas impresiones de su residencia en los Estados Unidos y en Cuba. Reinstalada en el mundo intelectual porteño, en El inválido argentino, aparece «Recuerdos de Brasil» (Velazco y Arias, 1937, pp. 369-375), relato en el que los tiempos de la juventud esperanzada se contrastan con los avatares de una mujer en el exilio y abandonada por su esposo.
Montajes Discursivos
En la Memoria del viage a Francia, se plantean varios actos escriturarios, prácticamente, desde el inicio del relato. La escena inaugural aparece antes de anotar el primer registro diario, en la introducción que acompaña a la dedicatoria, donde Espínola dice que usará el lenguaje «de la sencillez y la verdad» (1850, p. 3), y advierte así a quienes leerán su escrito acerca de su modestia, mientras se posiciona en un lugar de recato y de cautela, con clara intención de desdibujar posibles críticas a su escritura, una actitud que la identifica con la Wily Modesty que Bonnie Frederick (1998) reconoce en las escritoras de ese tiempo, y que se reafirma en la súplica de una lectura en privacidad por la «desnudez» del relato (1850, p. 4), remarcada, hacia el final del texto, de este modo: «Encargo la mayor reserva por lo desnudo que está como efecto de mi pobre entendimiento; sus imperfecciones no son mas que el fruto de mi huerto» (1850, p. 143).
Cuando Espínola comienza el relato, la autora da una muestra de que su relación con la pluma estaba planificada, ya que, no bien abordan el barco, asienta: «eche á los pies de Martinita la despedida que por escrito hacia á mi querida Patria y á mi amada Hijita, y es la que cópio. No son versos, espreso ideas que me parecen razonables» (1850, p. 6). Además, señala que, apenas embarcan, el práctico que regresaba a Buenos Aires, al finalizar las maniobras de salida, se ofrece a llevar cartas a tierra; por eso dice Francisca lo siguiente: «[…] aunque bastante indispuesta, tomé la pluma y escribí cuatro muy necesarias, y por el contento de escribir á bordo» (F. E. D. A., 1850, p. 12). Las glosas preparadas de antemano y la necesidad de cumplir con sus amistades que le solicitaron «la relacion circunstanciada» del viaje (F. E. D. A., 1850, p. 4) son el motivo de la escritura.
Las estrofas que inauguran la Memoria son transcriptas como parte del primer registro diario, correspondiente al día de embarque. La que titula «DESPEDIDA DE MI PATRIA // ¡Viva el gran ROSAS!» ocupa la página 7, y «DESPEDIDA // Triste y suscinta que, acompañada de sollozos, dirijo á nuestro cementerio á mi infortunada hijita», por su parte, llena la siguiente. En ambos casos, son versos cortos de métrica irregular (hepta y octosílabos) agrupados en cuartetos. Sin tanta elaboración poética, como la que hace su contemporánea Gertrudis Gómez de Avellaneda en su soneto «Al partir» (1836), Espínola, con estilo íntimo, se presenta con el «apasionamiento del sujeto romántico que se deja invadir por la experiencia», que Ferrús Antón reconoce en varios relatos de viaje de la cubana (2010, p. 71).
Francisca vuelve a situarse varias veces en la escena de escritura. Por ejemplo, el 25 de mayo, durante la navegación, anota loas y vítores alusivos a la patria y luego reflexiona: «Hoy está mi corazon muy contento, y tanto mas al ver á mi buen Esposo muy alegre de verme escribir, y luego que le leo lo que mi amor me ha inspirado en elogio de mi gobierno y de mi Patria, aun se llena mas de gozo» (F. E. D. A., 1850, p. 76). Unos días más tarde, en Montpellier, recalca que su escritura es imprescindible para mantener el registro de su viaje, y dice luego de una recorrida por la ciudad: «Regresamos al hotel, y despues del desayuno me puse á escribir por el gusto que tengo en darles cuenta de mis acciones diarias» (F. E. D. A., 1850, p. 98).
A excepción de las citas bíblicas transcriptas en latín, todo el texto está en español, incluso los nombres de las ciudades están castellanizados. Apenas unas pocas palabras en francés aparecen para mencionar el ferrocarril y los baños de Aix[3]. Más de una vez, reconoce sus falencias con la lengua de su marido, por eso aclara cuando cierra la Memoria:
Anastay está interesado en que aprenda el frances luego que concluya la redaccion de estas noticias; ya tiene para esto hablado á un sugeto, y como hace tiempo que sé traducir me parece no me sera difícil, y espero que en otra que escriba á Vds. ya les hablaré algo en francés (F. E. D. A., 1850, pp. 132-133).
Su narración se cierra precipitadamente, requerida por la urgencia de imprimir copias que el Sr. de Roqué[4] llevaría consigo al regresar al Río de la Plata para distribuirlas entre las relaciones de Francisca, que, para cumplir lo prometido, se había «atareado á la pluma» (F. E. D. A., 1850, p. 143) con esmero y con dedicación durante seis meses.
La voz de Juana Manso en sus recuerdos de viaje, en cambio, es periodística. Aunque describe los avatares familiares, pocas veces es una voz íntima. Más bien, es una mirada de cronista la que se desprende de los textos sobre Cuba, Filadelfia y Nueva York, donde la alteridad cuenta de modo primordial. Si bien el relato se ata a las peripecias de un fracaso laboral y económico —porque Noronha no logra articular ni la gira ni los conciertos imaginados en los Estados Unidos—, las descripciones de Juana son reflexivas. Señala Pierini: «En el relato de Manso, ideas, sentimientos, juicios de valor, experiencias y anécdotas se entretejen para aportar una mirada sobre el otro, nunca abstracto, siempre anclado en un lugar y en un tiempo» (2012).
La extenuante vida nómade de hotel en hotel, las costumbres torpes y ordinarias sobre todo entre varones, el fanatismo religioso que deviene hipocresía a cada paso se contrastan con el progreso de las ciudades. Los transportes a vapor (ferrocarril y barcos), el ajetreo de las calles colmadas de transeúntes y de carros, la seguidilla de comercios y de negocios (casas de moda, de quincallería, de refrescos, sastrerías) asombran a la viajera que proviene de un mundo de fisonomías opuestas a lo que está viendo:
Salir del Brasil, callado, cerrado, donde las mujeres viven casi presas, salir de sus callejuelas sucias y angostas, llenas de negros medio desnudos, y encontrarse después de un largo viaje de mar en medio de una población bulliciosa, donde las mujeres van al par de los hombres, donde una animación extraordinaria reina, son fases tan opuestas que por fuerza chocan la mente del viajero (Velasco y Arias, 1937, p. 350).
En los Estados Unidos, por las experiencias a menudo malogradas que se suceden en las calles y por las decepciones con los empleadores de su marido, la mirada de Manso es ácida y se detiene en los comportamientos que más le desagradan de las personas que observa: a las mujeres las califica como vanidosas, caprichosas e insensibles, mientras que a los hombres directamente los llama «cerdos», de ambición desmedida por el dinero:
Las mujeres todas son coquetas, remilgadas y sin sentimientos; su amor lo reparten entre el dinero y el tocador; son fanáticas y metidizas en la iglesia porque de ese modo encubren su ociosa pereza y se dan tono. […] el vestido y el lujo es el pensamiento fijo de toda americana y después de eso las pretensiones literarias, porque todas son lo que llaman los franceses «Bas-Bleues!».
Los americanos... yo no encuentro otro animal con quien compararlos que el cerdo...! con la diferencia que la suciedad e inmundicia exterior del cerdo la tienen ellos en el alma, dado caso que los americanos tengan alma. El americano es el viviente excepcional, nada le interesa fuera de la órbita «bussines»… nada ama fuera del dinero!, nada le hiere fuera de la pérdida de éste. Pierde un hombre a su padre, el deudo más allegado, es un acontecimiento que está en el orden natural, nadie lo llora... pero pierde uno un peso! ¡Oh! infortunio horrible! escándalo sin ejemplo! Lo peor es que pasados los momentos de la compasión, general, el que quedó pobre, es un villano, un leproso de quien todos huyen y el ladrón es un «gentleman»! (Velasco y Arias, 1937, p. 342).
Aunque no presenta la fuerza con que aparece en sus novelas (Los misterios del Plata y La familia del Comendador), el tópico civilización-barbarie subyace en estas apreciaciones en las que el progreso de las ciudades parece contrastar con la incultura de las personas que las habitan.
También en los Estados Unidos observa el ocio de la burguesía en ascenso cuando retrata su estancia en Cap May, en el artículo «Los baños de Cap May» (Álbum de Señoritas, 1854c). En sentido similar, los entretenimientos de la fiesta de San Juan, cuando están en Cuba, se inscriben en una voz que, sin abandonar su carácter reflexivo, está más orientada al costumbrismo y el pintoresquismo (Pierini, 2012). Hay que destacar que, al iniciar la publicación del Álbum, Manso muestra una clara intención americanista, que alienta a conocer el continente:
El elemento americano dominará exclusivamente los artículos literarios. Dejaremos la Europa y sus tradiciones seculares, y cuando viajemos, será para admirar la robusta naturaleza, los gérmenes imponderables de la riqueza de nuestro continente: y no perderemos nada. Allá el pensamiento del hombre y el polvo de mil generaciones! aquí el pensamiento de Dios, puro, grandioso y primitivo, que no es posible contemplar sin sentirse conmovido (Álbum, 1854a).
El «allá» europeo no representa para Manso lo que inquieta y emociona, lo que sí puede ilustrar y enseñar es el paisaje americano. La traducción de Expédition dans les parties centrales de l'Amérique du Sud, de Rio de Janeiro à Lima, et de Lima au Para: exécutée par ordre du gouvernement Français pendant les années 1843 à 1847, del conde de Castelneau, se incluye en cuatro entregas del Álbum:
Esta translación puede leerse dentro del plan de narrativa de viajes que la redactora despliega a comienzos de la década del cincuenta del siglo xix. Aunque no son textos propios, Manso los elige como uno de los motivos «polémicamente ejemplares», que, según Lelia Area, forman el plan del Álbum:
… el plan general del periódico, reiterado a lo largo de sus ocho números, permite dibujar algunas zonas donde ese modo «ejemplar» —polémicamente ejemplar como lo caracterizáramos— de la periodista trama su recorrido de intereses; zonas éstas que pueden ser clasificadas de la siguiente manera: educación para la mujer, información sobre temas no-convencionales (mesas giratorias, homeopatía), viajes, relatos autobiográficos, «La familia del comendador» (novela en folletín), modas, crítica teatral (con especial acento en el género operístico) miscelánea (poemas, anécdotas, máximas) (2005, p. 33).
En «Recuerdos de Brasil» (El Inválido Argentino, 1859), que Manso publica años después de su prolongado exilio —en gran parte pasado en Río de Janeiro—, la narrativa es más autobiográfica e íntima y no está tan ligada a las descripciones, el recurso discursivo propio del relato de viajes (Alburquerque García, 2011), sino a una lírica que expresa las emociones, desventuras y remembranzas de lo vivido allí, junto a sus padres primero y luego con su propia familia (marido e hijas). Se trata, según Pierini (2012), de «un texto elegiaco que anuncia también la pérdida, o más bien el abandono, de la vocación poética de Manso —entendida en su sentido más amplio: como creadora de una obra narrativa, lírica, emotiva y llena de imaginación—»:
Adiós
altivas montañas,
Cielo
del Trópico, adiós!
Mi
estrella brilla del Plata
En la
querida región,
Aquí
llegué Peregrina
Llena de
ensueños el alma
Y de
esperanzas sin nombre
Rebosando
el corazón.
Mil veces
vagué llorando
Por las
playas solitarias
Y
contemplé conmovida
Tu
noche, tu cielo azul!
Tus
montes que en verde manto
Viste del
bosque el ramaje;
Tus
astros, tu mar tranquilo,
El
Coquero y el Bambú.
Tierra
donde el aura mece
Las
flores del jazmín manga,
Las
palmeras, los suspiros,
Las
díamelas soberanas,
Las magnolias,
las «Saudades»
Mil
flores lindas, gallardas,
Donde los
pájaros cantan
Con
dulzura sobrehumana,
Nunca
olvidarte podré
Bello
hermoso panorama
Donde
vagaban mis ojos
Cuando el
dolor me abrumaba
De noche
mirando lejos
Los
misteriosos fantasmas
Inmóviles
centinelas
De tu
bahía azulada.
Adiós
playas, adiós montes
Flores,
pájaros y mares,
Cenizas
dejo en la tierra
Mi
vida, esparza en el aire!
Dejo
páginas sin nombre,
Di mi
juventud pasada,
Un altar
que derribaron.
Amores
despedazados,
Decepciones
y recuerdos
Quién
sabe cuánto fantasma,
Todo
acaba, así es el mundo,
Me
ausento, vuelvo a la patria,
Pero
inolvidable imagen
Llevo
grabada en el alma! (Velazco y Arias, 1937, pp. 374-375).
Aunque su obra literaria, historiográfica y educadora posterior solapará sus relatos de viaje —pioneros en su tipo en el Río de la Plata—, en ellos se halla claramente la lírica romántica. Adriana Amante reconoce en «Adiós, Río de Janeiro», de Juana Manso, los tópicos y los motivos de la literatura del exilio. Citando a Carlo Ascenso André (1997), Amante describe así las despedidas poéticas:
… el topos de la literatura del exilio —el momento de la partida, las primeras lágrimas, los últimos abrazos, las palabras de despedida a los que se ama— se convierte en el modelo para lo que podemos llamar el «poema de despedida»: un tipo muy específico de composición que pone el foco ya en la partida (o sea, los sentimientos de alguien que parte) o en la permanencia (el dolor de aquellos que se quedan y ven partir a alguien) (2005, pp. 184-185).
Con significativa estrechez lírica, este tópico aparece también en Espínola, en los versos del comienzo de la Memoria del viage a Francia, como puede apreciarse en los fragmentos siguientes:
A Dios,
rivera del Plata
Creo que
no volveré
A esta mi
querida Patria
Que quise
siempre y querré.
Un justo
y sabio gobierno,
Amoroso y
paternal,
Os dará
miles de gloria
Que yo no
he de disfrutar.
Siento
que el fin de mi Patria
Yo no
podré presenciar,
Pero me
diran, si vivo,
Lo feliz
que lo sera.
…………………………
A Dios, dulce Patria
De mi corazon,
Recibe los ecos
De mi fino amor.
A Dios cara Patria,
Recibe esta despedida
De alocucion desnuda
Pues mi ignorancia es suma (F. E. D.
A., 1850, p. 8).
El punto de vista de Espínola de adhesión a la tradición nacional, a la patria heredada de sus padres representada en el gobierno de la Confederación[5] es, sin embargo, bastante diferente al pensamiento emancipador de Manso, cuando esta señala:
Que después de una ausencia de veinte años, al volver a mi país natal, encuentre lo que iría a conocer por vez primera. El lar Patrio! Ese bienestar que sólo conozco por las descripciones de Lamartine, por los cantos del Child Harold de Byron... si así no fuese... si en vez de simpatías me volviesen indiferencia, si en vez de hermanos hallase enemigos, que haría?
Alzar el bordón del peregrino, e ir a buscar una Patria en alguna parte del mundo, donde la inteligencia de la mujer no sea un delito.
Donde su pensamiento no se considere un crimen; y donde la carrera literaria no sea clasificada de pretensiones ridículas (Álbum de Señoritas, 1854a).
Se evidencia en estas dos viajeras cómo el montaje discursivo se articula desde las experiencias vividas por cada una tanto en el espacio de residencia, en el que se inicia el viaje, como en las zonas de tránsito y de nueva residencia, en las que construyen su narración, reposicionando su retórica, que «no es simplemente el testimonio ingenuo o inocente, sino la (re)construcción de una experiencia de vida y del encuentro con un mundo otro» (Araújo, 2008, p. 1011). En el caso de Francisca Espínola, se formula una voz orientada a un círculo íntimo —«sus amiguitas» y «parientitas» (F. E. D. A., 1850, p. 3)—, por eso la autofiguración es de esposa abnegada, muy devota, con identidad criolla y con gran apego por las costumbres de la tierra que teme abandonar, es decir, una mujer que se ajusta a la fórmula de la sujeción a figuras masculinas: la del Esposo[6], la del Padre Celestial, la del gobierno, un conjunto de sentimientos que representan el legado de su propio padre, que había combatido contra los ingleses:
Una de las devociones que me enseñaron mis Padres y á la que no falto jamas, la rezo diariamente; es cierto que esta fué la leche que mamé de mis buenos y virtuosos padres, que cuidaron de imprimir en mi las mejores maximas de religion; y siempre recuerdo con dolor que en los ultimos dias de su existencia, me dijo mi finado Padre: «Te encargo mucho, hijita, que nunca dejes de practicar las devociones que te hemos enseñado, ni olvides ni abandones jamas la devocion á Nuestra Madre y Señora de los Desamparados, pues ella te ha de amparar; sabes que yo la merezco señalados beneficios, siendo muy singular el de cuando entraron los doce mil ingleses en esta nuestra patria» (F. E. D. A.,1850, p. 55).
El lenguaje «de la sencillez» y «de la verdad» que utiliza Espínola en la Memoria localiza su discurso en un ámbito doméstico, tradicional, que pone a la autora en el consabido rol de «madre republicana», en el se ha que identificado a la mayor parte de las mujeres del siglo xix:
En el espacio doméstico debía desplegar sus «naturales» condiciones de abnegación, dedicación y entrega hacia el resto de los componentes de su familia como buenas hijas, madres y esposas. Como guardiana de su hogar era responsable de entregar hijos virtuosos para la patria. En un contexto donde el modelo de sociedad civil se fundó en el ejercicio de los deberes y derechos políticos del varón, la mujer se convertía en la garantía de que la comunidad de ciudadanos se continuara. El orden de su casa garantizaba el orden de la república» (Lionetti, 2007, pp. 206-207).
Vanesa Miseres, en su libro Mujeres en tránsito, donde analiza los relatos de viajes de Flora Tristán, Juana Manuela Gorriti, Eduarda Mansilla y Clorinda Matto de Turner, adopta una dinámica de análisis que se centra más en los desplazamientos que en los puntos de partida y refiere que la voz femenina se construye en cada enunciación, en diálogo constante con los códigos culturales de su tiempo, mientras se viaja.
En lugar de señalar identidades fijas a las cuales el sujeto se acerca o se aleja en sus desplazamientos, los espacios que operan como comienzo y destino de los viajes aquí referidos también son vistos como parte integrante de este proceso de formación del sujeto viajero (Miseres, 2017, p. 208).
Este es el modo en el que puede leerse la voz de Juana Manso, la que, a diferencia del discurso de Francisca Espínola, se presenta como una expresión de autonomía, ligada a una condición femenina que busca igualdad de oportunidades, de educación y de integración a la vida pública. Una voz que, en los relatos de viaje de esta autora, se construye mediante condiciones líricas y discursivas elaboradas, que dan cuenta de una intelectual comprometida con la vida política del país, que tiene vocación participativa, que se evidencia entonces en textos elaborados para ser editados, para ser compartidos por muchas mujeres, no solo para las de su ámbito privado.
Como señala Dolores Ramos: «El yo que las mujeres suelen proyectar en sus memorias y diarios está conformado por su propia subjetividad y por una identidad colectiva que debe mucho a las imágenes de sí misma que le han pretendido imponer históricamente» (2003, p. 29). Así, la madre republicana con la que puede identificarse a Francisca Espínola, preocupada por las tradiciones de la patria y de la religión católica, desaparece en los relatos de viaje de Juana Manso, en los que la mujer progresista, ilustrada, es capaz de aportar sus ideas a la par de los varones.
Referencias Bibliográficas
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Notas