Dossier La historiografía de la independencia
La historia económica y social del ciclo independentista (1780-1830): un balance de los años recientes
Investigaciones y Ensayos
Academia Nacional de la Historia de la República Argentina, Argentina
ISSN: 2545-7055
ISSN-e: 0539-242X
Periodicidad: Semestral
vol. 62, 2016
Recepción: 04 Abril 2016
Aprobación: 18 Mayo 2016
Resumen: El presente artículo pasa revista a los avances de los últimos treinta años en la historia económica y social de la época colonial tardía y el ciclo independentista en lo que es hoy la Argentina. El foco se ha puesto en algunos de los principales campos que más atención han registrado: la producción, el comercio, los estudios sobre el nivel de vida; las dimensiones de la población y la estructura social, las diferencias de riqueza, étnicas y de género, el desarrollo de formas de sociabilidad. Si bien el balance no puede ser exhaustivo dadas las limitaciones de espacio y la amplitud del desarrollo de la disciplina, al menos se ha intentado dar cuenta de cuáles han sido los principales aportes registrados, las preguntas formuladas, y los desafíos que quedan pendientes de resolver, a fin de proponer una agenda de investigación para el futuro.
Palabras clave: historia económica, historia social, Argentina, historiografía.
Abstract: This article is a review of recent scholarship studies on economic and social history of Argentina at the end of the colonial period and the beginning of independence. Some of the core areas of research have been singled out: production, commerce, living standards, the dimensions of population and social structure, differences in wealth, ethnicity, and gender, and the unfolding of new forms of sociability. Although a complete balance is not possible given the lack of space and the wide development of the scholarly research, at least main contributions in each field have been taken into account. Also, unresolved questions posed by historians have been a matter of concern, aiming at contributing to build an agenda for future research.
Keywords: economic history , social history, Argentina, Historiography.
Es un hecho que la historia económica y la historia social, que en algún momento supieron gozar de amplia popularidad, hoy en día han perdido grandes porciones de terreno frente a la historia política; y que el estudio del largo plazo, esencial para la comprensión de los fenómenos económicos y sociales, está también en desventaja aun en su mismo seno. Pero las decepciones del presente no terminan allí. Quien tenga la anómala curiosidad de contar uno a uno los trabajos sobre historia económica e historia social dedicados al período tardocolonial y posindependiente dados a conocer en las últimas dos o tres décadas, se encontrará también pronto graficando una sombría línea decreciente. En efecto, pareciera que el interés por el período es hoy en día el menos convocante dentro de subdisciplinas que a su vez son las menos convocantes de la amplia familia historiográfica. Los esfuerzos se han concentrado en períodos más cercanos: en particular el siglo XX, pero también los correspondientes a la segunda mitad de la centuria que lo había precedido.
Los avances en la historia económica
Ese inventario desalentador no debiera de todos modos escamotearnos los avances realizados, que son muchos y de considerable importancia. Mal que bien, la historia económica del área rioplatense se ha ido consolidando como campo profesional, con la aparición y desarrollo de varios grupos de investigación en torno a temas específicos, pero sobre todo por la evolución de una buena cantidad de trayectorias individuales, que plantearon nuevos problemas o, algunas veces, continuaron o retomaron líneas trazadas tiempo atrás, siendo éstas a su vez prolongadas por nuevos discípulos. Esos cambios lo son también de un paradigma: por sus propias características, la historia económica avanzó antes que otras especialidades de las ciencias humanas en el trazado de trayectorias académicas de formación de discípulos en temas similares a los de sus maestros, con lo que la sinergia entre profesionales formados y en formación se volvió más rica al transmitirse la vasta experiencia acumulada por los mayores, en lo que hasta cierto punto replica pautas más propias de las ciencias popularmente llamadas “duras”. La transmisión de experiencia no se limitó a las grandes áreas de la subdisciplina, alcanzando los nudos problemáticos y aun los enfoques regionales; se admitió tácitamente así que las variaciones de uno a otro son demasiado amplias, aun cuando a menudo sutiles, como para justificar abordajes más precisos. Por otro lado, no sólo los profesionales individuales, sino los diversos grupos de investigación, han ido relacionándose entre sí y con sus similares nacionales y transnacionales, concurriendo, participando y aun organizando reuniones en los más diversos puntos del país o del exterior, y además publicando en compilaciones, o en las muchas revistas de público global que recogen a menudo sus trabajos. Con ello, los profesionales argentinos han ido adquiriendo una mirada más amplia sobre los propios objetos de estudio, e incorporadas herramientas de análisis y literatura sobre casos comparables que han ayudado a comprender mejor los procesos a los que dedican sus afanes. Mucho es aún lo que falta sin embargo en estos aspectos, pero la tarea por cumplir podrá plantearse sobre un largo camino recorrido: hoy la variedad y amplitud del trabajo publicado es enormemente mayor que en aquel punto de partida de hace sólo veinte o treinta años.
Es de notar sin embargo que los esfuerzos de análisis a nivel micro, que son los que predominan, hicieron perder de vista los estudios profundos de largo plazo, que supieron gozar de fama justamente cuando la base empírica traída a luz era incomparablemente menos sólida que ahora. Los recortes temporales incluso absurdamente cortos, que suelen aparecer con alarmante frecuencia en la historia política, no han sin embargo ganado demasiado espacio en la historia económica, ni podrían quizá hacerlo sin mostrar sus propias falencias; pero de todos modos se echa de menos el estudio de los ciclos y procesos de larga duración, a menudo la única forma de comprender cabalmente los períodos acotados, más allá de su importancia coyuntural. Subproducto de la misma profesionalización de la actividad, el comercio con la historiografía de otras latitudes no ha aún terminado de mostrar a los historiadores de la economía local las ventajas de adoptar el desafío de no perder nunca de vista los horizontes lejanos para construir una imagen acabada de los sujetos situados en primer plano.
Los avances han sido también limitados en el diálogo con otros campos dentro de la misma disciplina; por ejemplo, si bien existen estudios que acuden a la historia de la economía para comprender cabalmente la historia política o cultural (o viceversa), los mismos no han sido la norma, a pesar de los impresionantes aunque desiguales avances en las tres. Lo cual es de lamentar, porque, en el actual nivel de desarrollo de esas ramas, ni unas ni otras logran explicar la realidad operando sin conexión entre sí. Existen, desde ya, estudios muy reveladores, como por ejemplo los análisis cuantitativos destinados a explicar los efectos de las guerras, las coyunturas críticas, los levantamientos. Pero no son la norma, aun cuando la experiencia derivada de los mismos muestra a las claras que ninguna coyuntura política conflictiva dejó de tener un componente decisivo de crisis económica, o que ésta, aun aunada con aquélla, no logró tampoco necesariamente conmover todos los procesos de largo plazo, que siguieron operando muchas veces bajo dinámicas propias. No se trata sólo de incorporar y comentar un par de cuadros o gráficos; es necesario realizar esfuerzos más sustantivos para comprender los encadenamientos de los sucesos en forma integral. Es en ello que comprobamos que, más allá de multitud de bienvenidos y sustanciales avances, falta aún demasiado para que podamos sentirnos satisfechos con el inventario de nuestros logros; es eso lo que provoca que aun aquello que promete potencia explicativa que va mucho más allá de su punto inicial esté hoy todavía en las sombras. Entre las causas de los levantamientos rurales bonaerenses de 1828, por ejemplo, entre otros factores ha sido mencionado muy atinadamente el daño provocado por la inflación fiscalmente inducida; pues bien, seguimos aun hoy sin saber prácticamente nada acerca de la penetración, características y valor relativo del circulante monetario fiduciario en el medio rural de entonces, paso imprescindible para calibrar con cierta seriedad el impacto allí de ese primer, y fundador, ciclo inflacionario criollo.
De todos modos, como fruto quizá de la dimensión misma de los aportes actualmente disponibles, para una buena parte de la historiografía hoy es mucho más imperdonable que antaño que los esfuerzos explicativos no atiendan a los condicionantes económicos de los procesos sociales o políticos, salvo que el recorte de estos últimos sea demasiado acotado, o lo sea la mirada del investigador que en ellos se ha involucrado. Es por tanto de augurar que la sinergia entre los respectivos campos tienda a incrementarse. Como indicio de ello, el desarrollo y consolidación de la subdisciplina ha tenido un derivado muy alentador en los considerables esfuerzos de síntesis y de largo plazo realizados por distintos profesionales, a menudo trabajando en equipo. Con productos editoriales de gran calidad, dados a luz tanto dentro como fuera del país, se ha apuntado a públicos más amplios que el puramente académico; los resultados son muy útiles sin embargo también para éste, en la medida en que ofrecen lo sustancial para entender la deriva de la economía en largos períodos, segmentados casi siempre a partir de la historia política, y mostrando, en esa conjunción, que no hay razón para no esperar un feliz comercio entre ambas, y una colaboración aún más fructífera en el futuro[3]. A ello debe agregarse la multitud de facilidades que el desarrollo tecnológico de las comunicaciones puso a disposición de los investigadores en las últimas décadas: hoy en día es posible consultar multitud de bibliografía, fuentes y series estadísticas sin moverse de casa, así como colaborar en tiempo real con colegas situados en cualquier lugar del mundo[4].
Como suele ocurrir en el estado aún imperfectamente explorado de nuestra historia económica, si miramos los problemas en torno a los cuales se ha avanzado el balance es bastante desparejo. Intentaremos dar cuenta de ello al menos para algunas áreas, con las limitaciones propias del escaso espacio disponible, y la desgraciadamente ineludible omisión de muchos aportes valiosos. La exploración del campo y la cita de autores y obras han sido, de ese modo, circunscriptas a ejemplos, y no a listados exhaustivos sobre los diferentes temas, regiones y períodos; listados que hoy, dada la proliferación de contribuciones, sería enormemente difícil construir.
Los estudios sobre la estructura productiva
Mostrando un ritmo algo decepcionante con respecto a los sólidos y aun sorprendentes avances de la década de 1980 y el primer lustro de la siguiente, han ido sin embargo aparecido luego algunas excelentes monografías regionales (por ejemplo sobre Córdoba, Tucumán, Santa Fe, Salta, Mendoza, Corrientes, Entre Ríos, la Banda Oriental y el espacio misionero), cubriendo así vacíos ya demasiado impúdicos. En algunos casos, los avances han sido llevados a cabo por investigadores individuales, a menudo provenientes de, o formados en, sedes académicas de grandes centros urbanos o incluso en el exterior, que, o bien fijaron como su objeto de estudio aquellas regiones en las que percibieron potencial a pesar de no contar con una historiografía económica previa más o menos sustantiva que pudiera orientarlos, o ayudaron a la formación en las mismas de recursos humanos o incluso de nuevos centros de investigación, cuyos productos pronto fueron saliendo a luz. En otros casos, por el contrario, se trata de regiones que sacaron provecho de una sólida tradición de estudios sobre historia económica (es la situación por ejemplo de Córdoba o de Tucumán), en las que, más allá de las particularidades de las trayectorias individuales, fue decisivo el papel de los centros de investigación existentes, algunos de muy larga trayectoria. Algunos de esos estudios inauguraron una mirada integral que es menester se difunda: no sólo a nivel del recorte del espacio (deriva en la que las divisiones políticas, incluso las de época, dejaron casi por completo de tener importancia), sino también en lo que respecta al análisis mismo. Más allá del usual recuento de población o actividades productivas, esos estudios le han incorporado dimensiones como el paisaje, la tecnología o los mercados, buscando construir una interpretación mucho más acabada que antaño[5].
En todo ello, es de notar que, para el muy diverso mundo de las provincias rioplatenses y sus herederas en la nación de hoy, se fue construyendo, mal que bien, un haz común de instrumentos heurísticos e interpretativos, no sólo limitados a los de carácter técnico, que por primera vez en mucho tiempo permite hablar de la existencia de un lenguaje compartido, aun cuando el entramado de colaboración no esté aun hoy muy desarrollado, ni se trate, obviamente, de un corpus definitivo. Se han ido así creando o consolidando grupos regionales de estudios históricos, algunos de ellos incluso integrados en red; pero en buena parte de los casos la mayor parte de los esfuerzos se ha volcado a épocas más recientes que las que hemos de tratar aquí. Faltan así por desgracia aún muchos estudios regionales sólidos e integrales: sólo por dar un ejemplo, aún sabemos bien poco sobre la historia económica de los sectores productivos en la transición entre colonia y república en Santiago del Estero, a pesar de los atrapantes estudios de Judith Farberman o Roxana Boixadós sobre el mundo social del siglo XVIII, y de Julio Carrizo sobre las políticas fiscales de Ibarra y los Taboada[6].
De todos modos, las preguntas han sido a menudo modeladas por el mismo patrón, fijado hace ya tiempo en oportunidad del descubrimiento de un mundo rural complejo y diversificado donde menos se lo esperaba. Si bien es imprescindible todavía contar con un panorama detallado de ese mundo rural para las regiones que aún carecen de él, sería también necesario revisar y actualizar la agenda de preguntas con las cuales se lo investigó e investigará. Es así que, aunque sabemos (o intuimos) que incluso en las unidades de menor tamaño y en las regiones más plenamente campesinas, los esquemas productivos estaban en gran medida orientados por el mercado, no contamos sin embargo con mediciones precisas que nos permitan superar visiones esquemáticas en torno a los márgenes relativos y el papel de la intermediación, visiones perimidas hace tiempo en otras latitudes pero no aún entre nosotros. No podemos tampoco responder todavía a las preguntas planteadas hace ya bastante tiempo en torno hasta qué punto la apertura comercial significó, en cada uno de los fragmentos en los que se dividió el viejo virreinato del Plata, la emergencia de nuevos sectores productivos ligados a los rubros de exportación, y el paralelo ocaso de las antiguas élites mercantiles; ni cómo lograron éstas armarse un esquema de supervivencia, si es que pudieron hacerlo, como sí lo hicieron en Corrientes, según lo han mostrado los estudios de José Carlos Chiaramonte. Al menos en algunos casos sabemos que ello no fue siempre así: en duro contraste con Corrientes, en Buenos Aires y Entre Ríos el poder económico encontró muy pronto espacio para tallarse fortunas en la producción rural, abriéndose a través de ella un horizonte de expansión que, quizá no por casualidad, parece haber estado en ese momento ausente en la mayor parte de las demás provincias. Pero de todos modos, eso aún es una incógnita por develar: y no de poca monta, ya que en ella, quizá, estriba la base para poder entender qué fue lo que llevó, finalmente, a constituir un país independiente a partir de un mosaico político que, si las condenaba al aislamiento, al conflicto eventual con sus vecinas, y a la pobreza, al menos a esas provincias les aseguraba el manejo de los pocos recursos salvados de la tormenta revolucionaria.
De todos modos, como ocurre invariablemente, nuevos tiempos traen también nuevas modas; la historiografía económica reciente sobre los sectores productivos no ha sido inmune a ellas, renovándose en buena medida el repertorio de problemas a los que se ha buscado dar respuesta. Entre algunos de los más destacados podríamos citar el interés por las formas de la innovación tecnológica[7]. De una manera u otra, esos estudios contribuyeron a la revisión de la imagen completamente estática que predominaba al respecto, aun a pesar de los avances registrados por Noel Sbarra en su clásica historia de las aguadas; y muestran que, partiendo de la visión más acorde a las características de los procesos de innovación en tiempos preindustriales difundida por Stuart Kauffman, es posible dar cuenta creativamente de los cambios que, de una u otra forma, jalonaron ese traumático paso a la modernidad que se ubica entre la última década del siglo XVIII y las primeras del XIX. Cambios que, sin alcanzar la cada vez más acelerada dinámica que será la norma en los de la segunda mitad de ese último siglo, de todos modos implicó que los procesos productivos adquirieran mayor eficacia, y aparecieran en el mercado productos nuevos[8].
El comercio y los servicios
Hoy conocemos con bastante detalle los efectos del comercio libre en el mundo rural bonaerense; los estudios de Carlos Mayo y miembros de su equipo, realizados sobre inventarios de pulperías, han pautado no sólo la variedad del amplio abanico de bienes ofrecido en ellas, sino los tiempos de esa ampliación, que siguen, con cierto retraso, los de la apertura económica[9]. Sin embargo, se trata de estudios del lado de la oferta; nos falta conocer la demanda, y las múltiples aristas por las que una y otra lograban equilibrarse. No contamos aún con una buena historia del consumo, tanto urbano como rural, para los años que giran en torno a la Revolución; no poseemos un estudio que nos muestre los detalles de ese cambio copernicano que Carlos Pellegrini retrataba con prosa deliciosa, comparando los oficios ofrecidos en una guía comercial de los años 1830 con los existentes dos décadas atrás[10]. Huelga recordar que fue justamente en esos años que corren entre finales del siglo XVIII y la década de 1820 que se definieron las pautas fundamentales del mundo moderno; y, por tanto, que el componente trasnacional del consumo adquirió presencia permanente, en especial entre los grupos populares. Así fue en buena parte del orbe, y también en buena parte del territorio del antiguo virreinato del Plata. Pero las cosas se vuelven difusas si vamos más allá del litoral, e incluso en éste. Aun hoy, no tenemos un panorama claro del impacto de esas transformaciones en el gasto rural y urbano de las familias del interior, a pesar de contar con muchos estudios sobre circulación mercantil, e incluso algunos trabajos pioneros sobre pautas de consumo[11].
Esa falencia se combina con otra a la que nos referiremos más adelante, la de buenos estudios de precios, salarios y cuestiones monetarias, que permitirían conocer en forma menos impresionista los arcanos de la intermediación, y los ciclos del consumo, influidos por, pero no limitados a, las alternativas de apertura o cierre de los puertos, la fluctuación de las importaciones y los ciclos de las materias primas. Es de notar que, por ejemplo, el mercado de la harina sufre cambios de abrumadora magnitud, primero por la aparición de oferta extranjera, sin dudas de calidad diferencial; y luego por brutales oscilaciones en los precios, efecto muchas veces de intensas sequías, catastróficas cuando se combinaron con conflictos políticos, como ocurrió en 1827-29. A ello debe agregarse la aparente crisis de la producción triguera en el interior, con descensos bastante fuertes en la cantidad cosechada per cápita en Córdoba; y la expansión no exenta de tropiezos de la agricultura cerealera irrigada mendocina, que buscó con éxito relativo suplir esas falencias[12]. Es obvio que todo ello impactó en forma inmediata en la comercialización regional, como también lo hizo sin dudas la particular evolución de otros bienes básicos, como la yerba o el lienzo, la primera sufriendo la caída vertical de la oferta paraguaya y la trabajosa emergencia de la brasileña, de calidad más baja pero precios más altos; y el segundo, en que la concurrencia altoperuana y paraguaya topó con la europea. Todo ello, como fácilmente se comprende, entrañaba múltiples consecuencias: no la menos intrigante de ellas, el serio problema estratégico con que debieron enfrentarse, en muchas y dolorosas ocasiones, los débiles gobiernos provinciales a los que la guerra o la sequía dejaba frágilmente expuestos a severas crisis de abastecimiento.
Además de todo ello, el sector intermediario, clave en la generación de valor durante el dominio hispánico, sufrió duramente por los problemas derivados de la conflictividad política y la fragmentación profunda del antiguo espacio interior virreinal. Si desde mediados del siglo XVIII parece tener lugar una progresiva ampliación del tráfico, con ganancias de competitividad venidas de la mano de nuevos factores del comercio interregional, empresarios innovadores de inmigración reciente llegados desde la península y aun de fuera de ella, atraídos por las altas ganancias de un comercio a larga distancia que servía, ahora, regiones con población creciente y con fronteras menos amenazadas por los indígenas, la revolución echó por tierra esas seductoras perspectivas entronizando a la vez nuevos competidores, drásticas oscilaciones de los márgenes de ganancia, y una terrible fragmentación coyuntural del espacio, donde florecieron además las cortapisas y los intentos de proteger a los mercaderes locales ante la injerencia de los llegados desde fuera.[13] En un espacio donde por unanimidad los nuevos e inestables gobiernos debían sin embargo basar su fiscalidad en impuestos al tráfico, es fácil advertir que no sólo esos comerciantes habrían de ser los perdedores.
Esas medidas proteccionistas, y muchas otras soluciones de corte neomercantil antes que liberal que se presentan por doquier (aun en Buenos Aires), muestran así que la opción por la apertura económica fue poco más que una aceptación resignada de hechos consumados, y que el cambio real de mentalidad hacia la vigencia de un orden de ideas plenamente liberal habría de demorarse todavía mucho tiempo. Más allá de que ese cambio siga esperando aún su historiador, es curioso pensar si las providencias de sabor antiguo que afloran por doquier son algo más que desesperados intentos de salvar lo que se pudiera de la debacle tanto comercial como política traída por la guerra y la fragmentación del espacio virreinal. No sabemos hasta qué punto esas estrategias tuvieron éxito a corto plazo; sí sabemos que, para mediados del siglo XIX, hacía rato que todas ellas habían agotado sus posibilidades. Sería por tanto auspicioso que se retomara el análisis de las mismas a nivel local, ya que, a pesar de que desde siempre esos balbuceos de tendencias proteccionistas han concitado atención, no contamos con un buen panorama actualizado y comparado de los mismos, ni siquiera para las regiones o rubros que más debieron sufrir las consecuencias de la apertura económica[14].
Contamos, por fortuna, con una excelente masa crítica de estudios sobre circulación mercantil, que incluyen varios muy ilustrativos sobre comerciantes y su accidentada trayectoria; los mismos continuaron y ampliaron líneas de investigación que tenían ya su propia historia, agregándoseles abordajes de largo aliento (como una serie de importantes tesis doctorales), combinando trabajo de investigación efectuado sobre repositorios locales, del Archivo General de la Nación de Buenos Aires, y de otras ciudades del mundo. También en esto, la relativa integración de la economía virreinal, y la fragmentación política posterior a la revolución, repercutieron claramente en los elementos que nos han quedado para estudiarlas: invariablemente, la evidencia apunta a que no es posible construir un panorama más o menos completo si no se complementan unas fuentes con otras[15].
De todos modos, existe un saldo pendiente entre esos aportes últimos y las grandes preguntas formuladas inicialmente por los pioneros que, hace ya casi medio siglo, comenzaron el estudio sistemático de la circulación mercantil en el espacio interior colonial; si en el haber de esa cuenta podríamos sin duda incluir el abandono de viejos paradigmas ideológicos que constituían trabas reales a la comprensión de las muchas complejidades de esa economía, la actualidad registra sin embargo en el debe la pérdida de la amplia visión de conjunto que subtendía aquellas aproximaciones fundadoras. Hoy en día, la atención puesta en el detalle y en el estudio de caso, así como la insistente perspectiva del plazo corto, hacen echar de menos justamente una interpretación general, que, sin perder de vista las heterogeneidades, pueda formular respuestas para los muchos problemas comunes que muestran los avances con que contamos.
Hay sin embargo excepciones: una de las más interesantes está en el estudio integral del tráfico a través del análisis centrado en los lugares clave del intercambio, cuyo ejemplo es el proyecto encarado sobre la región rioplatense por el grupo de investigadores nucleado en torno a Fernando Jumar[16]. Al optar por una mirada exhaustiva, y contar con un equipo cuyos miembros aprovechan en su trabajo individual los avances de los demás, el producto logra no sólo estudiar con verdadera profundidad el puerto, sector o aspecto elegido, sino también retroalimentar la labor común, permitiendo contar al conjunto con información y detalles que de otro modo hubiera costado mucho conseguir. Se pudo así poner en evidencia, más allá del volumen o el valor de las mercancías traficadas, la magnitud y variedad de los bienes y servicios reclamados por el mismo tráfico para poder realizarse; en lo cual, no está de más recordarlo, residía a menudo una tasa de ganancia mucho más alta que en cualquier otra actividad al alcance de los actores locales, únicos capaces de satisfacer esa demanda. Se vuelve nuevamente así sobre la dimensión local, quizá la conquista más emblemática de las últimas décadas. Pero el estudio mismo de los flujos mercantiles, presente casi desde los inicios de la historiografía económica argentina, ha conocido en estos últimos años también avances significativos. Hoy contamos con aproximaciones al detalle del papel de las distintas regiones litorales en la composición de las exportaciones, y los intercambios de las provincias del interior[17]. Esos trabajos lograron medir la porción correspondiente a esas provincias en las mercancías llegadas a Buenos Aires, acotando también el papel de ésta última en la masa de las exportaciones; y demostraron que los vínculos con el antiguo Alto Perú sufrieron sólo interrupciones coyunturales con las guerras de la independencia, retomándose y aun intensificándose en el largo plazo, impulsados además por el desarrollo de los puertos del Pacífico. Pareciera entonces que ciertas líneas estructurales de esa economía colonial lograron así en parte sobrevivir; no es sin embargo poco lo que, con la Revolución, en esa continuidad ha entrado subrepticiamente para socavarla a largo plazo: si así no fuera, no se entendería por qué Salta y Jujuy seguirán siempre ligadas también a las provincias del sur, al punto de optar sin discusión por éstas a la hora de las definiciones políticas. Ocurre que los intercambios comerciales no son más que una parte de la economía: sin duda, para muchas otras cosas, el vínculo con Buenos Aires se había vuelto en el nuevo esquema demasiado crucial como para desentenderse de él[18]. La clave, sin dudas, se encontraba en el rol de esta ciudad como centro de servicios financieros y de intermediación mercantil; su papel en ellos, por lo visto, era imprescindible también para muchos de, o aun todos, los miembros de la dispersa comunidad política rioplatense.
En línea con ello, sabemos también que el rol de las provincias del interior en el inventario físico de las exportaciones hacia ultramar por Buenos Aires, aunque limitado, es significativo y creciente; y debería explicarse entonces algo que veremos luego con más detalle: que, a pesar del gran aumento en la desigualdad regional, el interior no retroceda (al menos en su indicador de bienestar más tosco: el crecimiento demográfico), aun cuando sus avances sean mucho menos espectaculares que los de Buenos Aires y otras provincias litorales.
De todos modos, es de apuntar que los nuevos trabajos sobre circulación mercantil trascendieron en otras formas las líneas maestras establecidas, hace ya casi medio siglo, por los pioneros de la historia económica tardocolonial y de la primera etapa independiente, teñidas por un fuerte énfasis en resolver cuestiones estructurales. Poco se sabía por entonces sobre algo tan fundamental como las tasas de ganancia relativas en los distintos sectores de la economía, y apenas despuntaban los debates en torno al cambio de paradigma operado luego de la apertura económica. Esa disputa, como hemos dicho ya, incluso aún hoy no está resuelta; nos falta todavía evidencia empírica e investigación local, así como una interpretación que integre y a la vez exceda esos diversos casos regionales. Recién cuando esa deuda se haya saldado podremos por fin saber por qué esos catorce fragmentos, a la deriva desde 1820, recelosos los unos de los otros y tratando por todos los medios de salvar alguna porción de riqueza escamoteándola de sus vecinos tanto o más pobres que ellos, decidieron sin embargo en algún momento olvidar todas esas diferencias para volver a unirse y formar lo que hoy es la Argentina.
Macromagnitudes, nivel de vida, finanzas y moneda
En lo que respecta a la elaboración de series básicas para comprender la economía de un espacio tan diverso y amplio como el que nos ocupa, y durante un período prolongado y de fuertes transformaciones, es menester reconocer que lo que hace cuatro décadas parecía un campo más o menos promisorio se ha transformado en casi un páramo. En aquellos años, en medio del auge de la historia cuantitativa, no cabían dudas en torno a la necesidad de compilar esos datos fundamentales: mal que bien, existía algo parecido a un programa, y profesionales dispuestos a cubrirlo. Buena parte de ello ha quedado en el camino. Sólo contamos, al día de hoy, con buenas series de precios para unas pocas ciudades (Córdoba, Buenos Aires, Santa Fe), y por períodos muy acotados en el caso de la primera, mientras que de las dos últimas, si bien poseemos series seculares, éstas son en general de primera generación (sobre todo materias primas, y de ellas no precisamente una lista muy larga), a menudo sin posibilidades de ampliarlas, y aun menos de ponderarlas[19]. Es ya evidente, y no sólo en lo que respecta a la historiografía local, que, por las características de la información superviviente, no podremos construir abundantes series de precios de bienes de consumo, a valores reales pagados por los consumidores. Debemos entonces enfocarnos en encontrar estrategias alternativas para llegar a estimaciones razonables de nivel de vida, producto bruto, costos de la cadena de intermediación y demasiadas otras cosas más.
Queda por consiguiente mucho por hacerse. Las fuentes relevadas y en algún caso estudiadas por los pioneros en este tema no son ni por asomo las únicas disponibles. Existen, entre otras, los a menudo ricos registros de las casas conventuales de las distintas provincias. Y, si bien la dislocación económica que acompañó y sucedió al proceso independentista, y las medidas laicizadoras que a menudo fueron su consecuencia, afectaron fuertemente a esas comunidades hasta reducirlas a la miseria y hacerlas desaparecer, de todos modos, en algunos casos, por fortuna siguieron existiendo y llevando sus antiguos registros, al punto que pueden de ellos obtenerse series muy útiles, más aún si se las compara, completa o complementa con registros alternativos[20]. De más está decir que sólo una mínima parte de los registros que sabemos se han conservado, tanto gubernamentales como privados, ha sido estudiada y procesada con el fin de construir series de precios y salarios; es muy probable que obtengamos de ellos sustancial información el día en que contemos con más investigadores (mejor aún: equipos de investigación) dispuestos a encarar esas tareas. En lo que respecta a fuentes, los años más problemáticos son, sin duda, los de las décadas de 1820 y 1830; pero aun así la situación difiere mucho de una provincia a otra, y, salvo algunos casos que aparecen realmente poco alentadores, nada debiera impedir que podamos algún día cerrar esa brecha[21]. Todo ello adquiere importancia cardinal si pensamos en la multitud de preguntas aún sin respuesta, e incluso a veces aún sin formular, que generan las transformaciones de la época revolucionaria y el paso mismo a la modernidad: ¿se desestructura realmente todo el espacio colonial inmediatamente después de la independencia? ¿Es posible medir el impacto económico de tantos años de guerra? ¿Podemos cuantificar las ganancias y pérdidas de cada región en el largo plazo? ¿Hasta qué punto el nuevo esquema del comercio internacional, o las transformaciones del comercio interior, perjudicaron o favorecieron al conjunto y a cada uno de sus miembros? ¿Reside en eso la explicación en torno a que, de una u otra forma, buena parte del antiguo virreinato haya permanecido en contacto hasta la organización nacional, radicando también allí la trama de intereses sobre los cuales se tejió finalmente su conformación? ¿Era entonces ese mercado interno más sólido de lo que pensamos, y sus contradicciones menos irreductibles?
Un área en la que los avances recientes se han sustentado también en estudios previos, pero gozando de un grado mucho mayor de continuidad, es la correspondiente a la política fiscal y las cuentas de ingresos y gastos del estado, primero en la etapa borbónica e independiente, y luego en la deriva de las diferentes contadurías provinciales. En este aspecto, las investigaciones han ido cubriendo un espectro cada vez más sustancial, aun cuando queden todavía grandes áreas inexploradas[22]. En casi todos los casos la reconstrucción de las cuentas públicas, aunque siempre ardua y difícil, es posible y útil aun cuando incompleta. El primer resultado que ofrece, sin duda, es la dimensión de la pérdida producto de la guerra, y las consecuencias de la nueva posición fiscal individual de cada núcleo político, librados finalmente todos ellos a sus propios recursos. La pérdida de los subsidios cruzados típicos de la era borbónica no fue sólo un albur de la ruptura del vínculo colonial: fue además la evidencia, para muchos de sus antiguos beneficiarios, de la difícil búsqueda de la mera existencia, plasmada en la necesaria construcción de un aparato de gobierno. Aun hoy, muchas de las provincias que heredamos de esos años lucen insustentables; no lo serían quizá con una administración que abarcara a varias de ellas, como en el viejo esquema de las intendencias.
De todos modos, los estudios de estos últimos años no han hecho en general mucho más que seguir las líneas trazadas por los pioneros de la etapa anterior, y en buena parte en ello son tributarios de las urgentes necesidades de la época historiada: resulta muy difícil todavía encarar un análisis de la eficacia comparada del gasto estatal, en un contexto en que las necesidades de la guerra contaminaban todas las perspectivas. Pero incluso en este aspecto, es obvio que algunas administraciones lograron hacer las cosas mejor; es el caso de Corrientes, cuya comparación con Santa Fe y Entre Ríos efectuó Chiaramonte en un artículo ya citado[23].
Una derivación novedosa de los estudios sobre fiscalidad, sin embargo, se encuentra en los efectuados sobre distribución de riqueza, debidos en buena parte al grupo coordinado por Jorge Gelman y que integran, desde hace varios años, investigadores que trabajan sobre distintas provincias[24]. Esos estudios partieron fundamentalmente de fuentes catastrales, inventarios y registros de contribución directa y diezmos. En razón de que la evidencia disponible, para la mayor parte de las provincias, sólo se encuentra a partir de la segunda mitad del XIX, buena parte de esas investigaciones se volcó sobre esta última; los trabajos que trataron el período anterior han sido efectuados sobre todo para Buenos Aires y Entre Ríos. De esos estudios se desprende la existencia de altos niveles de desigualdad, tanto entre los poseedores de riqueza como entre éstos y el resto de la población; sin embargo, debe tenerse en cuenta que esa desigualdad no es mayor que la registrada para casos similares (por ejemplo, está en línea con los índices contemporáneos de algunas ciudades de los Estados Unidos). Y, por otra parte, las curvas de riqueza acumulada pueden ser muy diferentes de las de ingreso, que en nuestro caso deberían incluir multitud de expedientes propios del universo de las estrategias de vida encaradas por las familias antes que por los individuos. De hecho, el salario, elemento fetiche en los cálculos de ingreso efectuados en otras latitudes o para otras épocas, no podría ocupar nunca en la que estamos tratando aquí un lugar de privilegio como el que tantos investigadores estarían dispuestos a asignarle: no sólo por la relativamente escasa cantidad de asalariados en una estructura económica poblada mayormente por cuentapropistas, ni por el decreciente pero a veces todavía significativo número de esclavos; también por el concepto mismo de salario, muy distinto del que predominó desde finales del siglo XIX, y por los elementos a él ligados no expresados en dinero, que podían constituir parte considerable de la remuneración. Ni hablar si entramos a considerar las diferencias entre una región y otra, que obviamente no se limitaban al monto nominal, que no debiera ser necesariamente entendido como equivalente a poder de compra: entre muchas otras cosas, ese monto nominal podía incluir diferencias sustanciales en la calidad de la moneda empleada para satisfacerlo.
La moneda, justamente, es uno de esos grandes vacíos que resta llenar con evidencia empírica y análisis. Los estudios disponibles han mostrado, mal que bien, las enormes dificultades que tuvo el papel moneda para existir en las provincias; Buenos Aires y, durante cierto tiempo, Corrientes, son las únicas que logran sostenerlo. En general se ha admitido que la posibilidad de hacerlo dependía de los recursos a mano: Buenos Aires es el ejemplo obvio, al usufructuar los ingresos aduaneros. Pero ello sin dudas no bastaba; o al menos no parece ser la única condición. Corrientes muestra que un relativo equilibrio fiscal y un manejo ordenado de las cajas de pagos podía ser un factor suficiente, aun sin contar con recursos considerables como los de la aduana porteña. De todos modos, no se trata sólo de pensar la oferta de dinero, sino también su demanda. Buenos Aires, por su población, pero más aún por su dinámica comercial, podía absorber la ingente cantidad de papel que el gobierno prodigaba a manos llenas; Corrientes no contaba con similares ventajas, pero seguía siendo una de las provincias más pobladas del área. Es aquí de notar el contraste con el centro del futuro país, el único núcleo de población considerable que quedaba: a pesar de ello, ninguna de las provincias que lo componían logró emitir o sustentar papel moneda. Sólo Tucumán, en un intento prontamente fracasado; Córdoba, o La Rioja, durante toda la primera mitad del siglo XIX, debieron contentarse con insuficientes y hasta desesperados intentos de acuñación, cuyos productos, de ínfima calidad, nunca pudieron cubrir sino una mínima parte de la demanda de circulante. Las causas hay que buscarlas en el marasmo del comercio por efecto de los ciclos de guerra, y la fragmentación institucional traída por las autonomías; pero también, y sobre todo, en déficits fiscales permanentes y considerables, periódicas cesaciones de pagos, discrecionalidad absoluta en los desembolsos a proveedores: imposible construir una moneda fiduciaria sobre bases tan endebles, por más demanda potencial que existiera.
Pero no sólo en papel se produce expansión monetaria; y la introducción de la heterodoxia en la región platina provocó fuertes movimientos internos e internacionales que aún debemos estudiar. La crisis del xem xem (1826-1832), por ejemplo, debió impulsar transferencias significativas de metálico desde el interior rioplatense hacia el litoral, y de éste hacia el Brasil. En Buenos Aires, las consecuencias de la crisis del cobre sin duda fueron eclipsadas por la deriva mucho más violenta del papel moneda; pero la abundancia de piezas de ese metal acuñadas en esos mismos años, que todos los coleccionistas conocen, debió afectar también su valor relativo. Nada de todo ello sabemos hoy con certeza, a pesar de la importancia de los problemas monetarios para explicar la fuerte crisis económica, social y política que sacude a todo el territorio en esa época convulsa[25].
La historia social
En el primer capítulo de Revolución y guerra, Tulio Halperín Donghi afirma que el Río de la Plata ostentaba a comienzos del siglo XIX “una sociedad menos renovada que su economía”[26]. Esta frase viene doblemente a cuento no sólo porque durante el ciclo independentista la sociedad rioplatense cambió parcialmente sino porque la historia social del período ha sido un campo historiográfico que se ha aggiornado con bastante lentitud en los últimos treinta años. Esto es así en parte debido a que la historia social como área específica ha quedado subsumida en otros campos como la historia económica, cultural o política, y en parte porque desde la década de 1980 esos campos, sobre todo la historia cultural y la historia política, han experimentado renovaciones radicales que las colocaron en el centro de la escena historiográfica[27].
La historia social en la Argentina tuvo un inicio muy auspicioso a fines de la década de 1950 al calor de la renovación historiográfica inspirada en la escuela de los Annales y en la relación con otras disciplinas como la Sociología y la economía del desarrollo. Fruto de esta renovación fue, al menos en la Universidad de Buenos Aires, la creación de la cátedra de Historia Social y el Centro de Estudios de Historia Social (y de los Estudios de Historia Social, su efímera publicación) como así también la conformación de equipos de investigación en ese campo en la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional del Litoral (hoy de Rosario), en la Universidad Nacional de Córdoba y en el Instituto Di Tella. Esta renovación fue interrumpida por la ruptura democrática en 1966, que implicó la dispersión de los elencos docentes y de investigadores. El golpe de 1976 no hizo sino profundizar esa dispersión que se tradujo en el predominio de una manera muy tradicional y conservadora de hacer historia en la que lo social se veía vacío de contenido por la falta de preguntas significativas, cuando no totalmente ausente[28].
Con la restauración democrática a fines de 1983 la universidad recuperó su autonomía, los docentes e investigadores excluidos volvieron o se incorporaron a sus aulas y el CONICET inició un período de expansión de la investigación en Ciencias Sociales en general y en Historia en particular. En un momento inicial pareció que la historia social iba a recuperar algo de la centralidad que había tenido hasta mediados de la década de 1960. La recreación de la cátedra de Historia Social General en la carrera de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires así parecía indicarlo. Y hubo algunos indicios de que la renovación historiográfica de los tempranos ‘60 iba a ser replicada veinte años después, pero ello no ocurrió. Los paradigmas académicos que habían dado origen a la historia social estaban en franca retirada (o al menos habían perdido su lozanía): a comienzos de la década de 1980 la historia social estaba en crisis en todo el mundo. Los estudios seriales habían cedido el paso al “revival of narrative history”, la fe en la historia social como historia total fue reemplazada por una serie de abordajes historiográficos parciales que abrevaban en la Antropología y en los nuevos Estudios Culturales (y no en la Sociología) como fuente de inspiración. Asimismo, tanto por desarrollos inherentes a la disciplina histórica como al contexto político de las transiciones democráticas, desde fines de los años ‘70 comenzó un resurgimiento de la historia política de inspiración francesa que en el medio historiográfico argentino (y en otros países latinoamericanos) caló de manera profunda, en particular en la historiografía referida al período de las independencias y la organización de los nuevos estados en la primera mitad del siglo XIX[29].
La historia social del ciclo independentista (c. 1780-c. 1830) no escapó a este desarrollo general de la historia social a nivel mundial y sus manifestaciones argentinas. Como sostuvimos al comienzo de esta sección, es uno de los campos historiográficos que se ha renovado más lentamente en comparación con la historia política y cultural. De todos modos los aportes de la historia social al estudio del ciclo independentista han sido considerables, en particular en relación con la historia económica a la que ha estado ligada de manera inextricable en la práctica historiográfica, como podrá verse más adelante.
Demos ahora algunas observaciones generales sobre el campo de la historia social del ciclo independentista en las últimas tres décadas. Puede observarse, en primer lugar, que abundan los estudios de caso en profundidad que presentan un marco espacial circunscripto a una localidad, una ciudad o un área rural. Prima en estos estudios una perspectiva que podríamos denominar “microhistórica”, o regional en el mejor de los casos. En consecuencia, casi no se han elaborado síntesis generales, con la excepción de la breve pero excelente de Raúl Fradkin[30]. Sin embargo, podemos encontrar panoramas de aspectos parciales de la historia social de este período en las secciones correspondientes de obras sintéticas destinadas a un público no exclusivamente académico que tratan de aspectos particulares de la sociedad argentina en los últimos dos siglos[31]. Asimismo, la información sobre la sociedad del período bajo análisis está dispersa en capítulos de libros cuyas variadas temáticas tocan a la sociedad de manera colateral y en artículos puntuales publicados en una multiplicidad de revistas y libros compilados.
Una consecuencia favorable de la atomización del conocimiento histórico ha sido la apertura y diversificación notable del campo en dos aspectos. A los estudios sobre la población y la estructura social del período tardo-colonial y de la independencia típicos de los años ‘60 se le han sumado exploraciones sobre las dimensiones étnicas y de género que han colaborado a diversificar las perspectivas de análisis. A los trabajos sobre las élites se le han agregado sofisticados estudios sobre los sectores populares que van adquiriendo un dinamismo creciente. Estas perspectivas ampliaron también el abanico de fuentes empleadas: si los estudios pioneros se basaban casi con exclusividad en los padrones, en las últimas décadas se han incorporado a la investigación los registros parroquiales y, sobre todo, los documentos judiciales.
Buenos Aires continúa siendo el centro de esa producción historiográfica y, en gran medida, marca tendencia en las líneas de investigación. A pesar de esto, la consolidación de grupos de investigación en las provincias que han regionalizado la producción historiográfica de una manera insospechada hace treinta años constituye un hecho auspicioso. La producción historiográfica sobre historia social es más abundante sobre el período tardo-colonial (o virreinal) que sobre las primeras dos décadas independientes. Esto responde, por una parte, al impacto del renacimiento de la historia colonial rioplatense en los años ‘80 y ‘90 cuando ajustó sus temáticas y perspectivas a las discusiones sobre el campo inspiradas en otras historiografías latinoamericanas (sobre todo las andina y mexicana) que hacían del enfoque económico-social el centro de las investigaciones; y por otra parte, a que el eje de la renovación de la historia decimonónica en la Argentina pasó por la llamada “nueva historia política”[32].
La historia social del período no está exenta de tensiones relacionadas con el cruzamiento de ésta con otros campos de la historia. Si el cruce con la historia económica es clásico y esperable en los enfoques sociales, el que se desarrolla con la historia política ocurre de una manera polémica que responde sobre todo a un debate sobre la naturaleza y los alcances de ambas áreas de la historia. Volveremos sobre este punto más adelante.
En este trabajo presentamos las tendencias recientes de la historiografía sobre el ciclo independentista rioplatense en las últimas tres décadas. Organizamos nuestra presentación en dos áreas: población (estructura social, familias y migraciones) y diferenciación social (riqueza, status, etinicidad y género). Como todo balance este es parcial y no intenta cubrir la totalidad de los aportes al tema sino solamente indicar tendencias en la producción historiográfica reciente sobre la historia social del ciclo de la independencia rioplatense y marcar algunas sugerencias para investigaciones futuras[33].
La población: estructura social, familias, migraciones
Los estudios históricos sobre la población rioplatense del ciclo independentista comenzaron en la década de 1960 guiados por la demografia histórica de inspiración francesa[34]. A la gran innovación metodológica que aportaron estos trabajos se sumó la utilización sistemática de los padrones y listas nominales recuperados de los archivos nacionales y provinciales o de otros que ya habían sido publicados anteriormente pero estudiados de manera poco rigurosa. Estos estudios aplicaban las variables clásicas de la demografía retrospectiva al análisis de los padrones a fin de reconstruir la estructura social de ciudades, pueblos e inclusive áreas rurales en el virreinato del Río de la Plata. Así presentaban en cuadros y gráficos, confeccionados con el mayor rigor estadístico que permitían esas limitadas fuentes, sus análisis sobre la magnitud de la población agrupada por edad, sexo y, en cuanto fuera posible, ocupación y adscripción étnica[35]. Sólo ocasionalmente estos estudios pioneros
aventuraban hipótesis sobre la estructura social de esas poblaciones, como la que, por ejemplo, presenta José Luis Moreno en su clásico estudio sobre la población de Buenos Aires en 1778 a la que divide en tres sectores sociales, alto, medios y bajo, siguiendo lineamientos sociológicos[36].
Después de 1983, con el regreso de muchos historiadores a las aulas universitarias y a las tareas de investigación, se produjo una recuperación de los análisis sobre la población de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX. La mayoría de estos estudios fueron incluidos como capítulos en trabajos más generales sobre la historia agraria de alguna región rioplatense en los que el análisis demográfico estaba fuertemente imbricado con la estructura de la tenencia de tierras y el mercado de trabajo rural. Algunas de estas obras se han convertido en clásicos de la historiografía sobre áreas rurales rioplatenses cuyos aportes más significativos ya han sido comentados en la sección sobre historia económica. Baste aquí decir que ellos han delineado una densa historia de la población rural rioplatense (en particular de Buenos Aires y el litoral) de fines del período colonial, incorporando actores insospechados en la trama social y económica de las campañas rioplatenses, donde sobre los terratenientes (que eran pocos y no tan poderosos) primaban los pequeños y medianos propietarios y en la que el arrendamiento estaba muy extendido[39]. Estos estudios de la economía y la población rural han sido metodológimante replicados en varias zonas del interior del Río de la Plata; ellos muestran la enorme diversidad regional (y hasta local) de las situaciones económicas y sociales en las diferentes áreas rurales[40].
Los estudios sobre la población más recientes agregaron nuevas preguntas a las formuladas en las primeras aproximaciones a los estudios históricos del tema en el ciclo independentista. En primer lugar, inspirados por la escuela de Cambridge de análisis demográfico, y más limitadamente por los aportes de Pierre Bourdieu sobre las alianzas y la herencia, estos trabajos han incorporado el estudio detallado de las estructuras familiares a lo largo de varias generaciones. Esta aproximación teórica y metodológica pone en el centro de la historia social a las comunidades locales y a las familias. En cuanto a las primeras, se constata el establecimiento y consolidación de pequeños centros urbanos (pueblos) en el período tardo-colonial[41]. En cuanto a las segundas, los aspectos relevados son su composición y ciclos vitales, la preservación y transmisión del patrimonio (sobre todo la tierra) mediante el despliegue de estrategias de alianzas matrimoniales y la conformación de redes parentales, pero también temas clásicos de la demografía como la tasa de ilegitimidad filial (generalmente alta). Estas estrategias son estudiadas en diversos contextos regionales, sociales y económicos y tienden a brindar un panorama de más largo plazo en el desarrollo de la sociedad rioplatense que los estudios previos. Por otro lado, estos trabajos emplean una gran variedad de materiales documentales: censos, protocolos notariales, registros parroquiales y documentos judiciales. Si bien por lo general su perspectiva y alcances son locales, la profundidad alcanzada en estos estudios los convierte en verdaderas microhistorias rioplatenses.[42] Es de esperar que estos ejemplos de estudios se repliquen también en las regiones del interior rioplatense y podamos advertir la diversidad de experiencias familiares y comunitarias.
Otra serie de trabajos se concentran en la vida familiar y las estrategias matrimoniales en las ciudades rioplatenses. Nuevamente, la información está concentrada en el período virreinal pero el espectro geográfico de estas investigaciones es más disperso. Un momento de inflexión en la comprensión de las estrategias matrimoniales es la aplicación de la Pragmática Sanción de 1776, que dispuso que los menores de 25 años que desearan contraer matrimonio no podían hacerlo sin consentimiento paterno y abrió la posibilidad a que los padres disintieran de las decisiones maritales de sus hijos si consideraban que ellas los desfavorecían socialmente. Los llamados “juicios de disenso” son propios de las últimas décadas coloniales y afectaron tanto a los miembros de las élites como a los sectores populares[43].
El segundo tema que se incorporó en años recientes a la agenda de investigación de la historia social del período analizado fue el de los movimientos de población. El estudio de las migraciones constituye un tema clásico de la sociología y la historia social argentina que estaba limitado al período de la gran inmigración europea entre finales del siglo XIX y la Gran Guerra, y a las migraciones internas de la década de 1930 en relación a los orígenes del peronismo. En los últimos años una serie de estudios han retrotraído la cronología de las migraciones internas al período tardocolonial, y otros se han enfocado con gran detalle en los traslados transatlánticos de grupos de migrantes europeos y su asentamiento en el Río de la Plata. El primer conjunto de estas investigaciones confirman la existencia de una fluida movilidad geográfica de la población entre las provincias del interior rioplatense y las del litoral, sobre todo Buenos Aires. Estos primeros migrantes internos se asoman en los censos y los registros parroquiales (registros de matrimonios en particular) tanto en áreas rurales del litoral como en pueblos y en la ciudad de Buenos Aires. Los migrantes internos han sido más estudiados más en las áreas de asentamiento que en las de expulsión. Esta corriente migratoria sin duda se relacionaba con las mejores posibilidades económicas que se les abría a los migrantes en esas zonas de reciente y creciente prosperidad. Podían conchabarse como peones en los establecimientos agrícolas de la campaña y ascender desde esa situación a arrendatarios o eventualmente a pequeños propietarios y casarse con miembros de familias locales (la presencia masculina es mayoritaria entre los migrantes, aunque no exclusiva) o encontrar trabajo en los talleres de artesanos y en las actividades portuarias de la ciudad en crecimiento. Estos migrantes contribuyeron significativamente al crecimiento de la población de Buenos Aires. Algunos estudios sugieren que, además de las ventajas económicas encontradas en el lugar de asentamiento, las migraciones del interior al litoral se relacionan con los ciclos vitales de familias ampliadas que acogían o expulsaban individuos de acuerdo con sus necesidades de absorción de población dependiente y no exclusivamente con las dificultades para acceder a la tierra. Pero en estos aspectos hay mucho trabajo aún por hacer[44].
La inmigración transatlántica es un tema clásico en los estudios sobre las élites coloniales hispanoamericanas. En la segunda mitad del siglo XVIII miles de migrantes de las regiones norteñas de la península ibérica comenzaron en las Indias exitosas carreras como comerciantes, burócratas o mineros canalizadas en redes de parentesco y vecindad provenientes del Viejo Mundo y consolidadas mediantes alianzas matrimoniales con familias americanas de élite[45]. Entre las investigaciones más recientes se destacan sólidos e innovadores análisis sobre grupos de inmigrantes españoles, portugueses e ingleses asentados en Buenos Aires que no formaban parte de la élite. La vida de los migrantes es presentada en base a una multiplicidad de testimonios que muestran no sólo los datos duros de esas migraciones sino la subjetividad de los migrantes a través de censos, registros de viaje, correspondencia personal, documentos judiciales. Entre los temas abordados se encuentran las estrategias migratorias (entre las que se contaba la inmigración encadenada), las condiciones del viaje, las diversas situaciones de inserción y las posibilidades de movilidad social en la sociedad receptora. Estos estudios dejan una imagen de la instalación de los migrantes europeos en el Plata no exenta de conflictos (que se acentuarán luego de la Revolución de Mayo, sobre todo con los españoles), pero a la vez moderadamente optimista de su integración a la sociedad de adopción. Son, al decir de Mariana Pérez, “sujetos privilegiados de las clases populares rioplatenses”[46]. Mucho menos estudiada se halla la instalación de migrantes europeos en el interior rioplatense, fenómeno que tal vez por un menor impacto cuantitativo no ha concitado tanto la atención de los investigadores[47].
Orden social, diferenciación social y desafíos al orden
Recordamos aquí la afirmación de Tulio Halperín Donghi con la que encabezamos esta sección sobre historia social: a comienzos del siglo XIX el Río de la Plata mostraba “una sociedad menos renovada que su economía”. La sociedad rioplatense se organizaba todavía en vísperas de la independencia tal como lo había hecho desde el establecimiento del régimen español, en torno de diferencias étnicas que estaban sancionadas por el sistema jurídico colonial. La desigualdad entre individuos era inherente a ese sistema y la sociedad se concebía a sí misma como organizada en cuerpos o corporaciones cuya cabeza era el rey[48]. A pesar de la ausencia del rey desde 1808, del establecimiento de una Junta de Gobierno en el Río de la Plata en 1810 y de la independencia declarada en 1816, muchos de los rasgos de la organización social del período colonial se mantendrían hasta bien entrada la primera mitad del siglo XIX. Las corporaciones indígenas (“comunidades”) pervivieron hasta 1840 y el tributo hasta 1850 en el norte argentino (aunque la Asamblea del año XIII haya suprimido las demandas coloniales sobre la población indígena, tributo, mita y yanaconazgo)[49]. La esclavitud fue abolida sólo en 1853 con la sanción de la Constitución Nacional (aunque desde la Asamblea del año XIII se haya decretado la libertad de vientres sobre la población de origen africano y limitado la trata de esclavos). Una muestra de estas pervivencias de la organización social colonial aparece en el registro de la “clase” o “calidad” (es decir, pertenencia étnica) de las personas en algunos censos provinciales hasta mediados del siglo XIX.
Si bien lentos, la sociedad rioplatense experimentó cambios desde fines del período colonial. Con respecto a la adscripción étnica de la población, el registro censal de la etnicidad en la época borbónica se hizo más preciso (como muestra el que se levantó por orden de Carlos III en 1778-1779) y revela algunos cambios significativos. En primer lugar, la presencia del mestizaje (tanto indígena como afro) es mayoritaria en las áreas rurales, pero también se produce en las ciudades[50]. Los primeros estudios sobre el mestizaje en el Río de la Plata medían su incidencia cuantitativa en los registros censales sin preguntarse acerca de la naturaleza de las categorías aplicadas[51]. Recientemente nuevos estudios muy sofisticados sobre el mestizaje incorporan a sus análisis un enfoque antropológico: cómo era percibida esa adscripción étnica por los propios actores y cómo funcionaba la etnicidad en los variados contextos de la sociedad tardo-colonial. El empleo de fuentes judiciales y la comparación de censos locales permiten identificar las percepciones que las autoridades coloniales tenían sobre la etnicidad de individuos que eran registrados de manera diferente en los censos, como asimismo constatar la diversa presentación que esos individuos hacen de su adscripción étnica ante las autoridades en contextos variados[52].
Por otro lado, las oportunidades brindadas por la rápida expansión economica en áreas como Buenos Aires y el Litoral permitían una movilidad social ascendente que erosionaba las diferencias de riqueza y, en cierto modo, las étnicas. Por eso durante el siglo XVIII las capas altas de la sociedad comenzaron a emplear con cada vez mayor frecuencia frases tales como “gente de razón”, “gente decente” o “parte más sana” a fin de distinguirse de la “plebe”, es decir del resto de la sociedad. Este proceso se acentuó en el Río de la Plata desde comienzos del siglo XIX con la crisis imperial y el inicio de la guerra de independencia. La plebe urbana y los habitantes de las campañas, más allá de sus identificaciones étnicas y sus fortunas, se incorporaron a la vida pública de una manera decisiva y radical. Los sectores populares no sólo se movilizaron en las milicias y ejércitos de la guerra de independencia sino que también participaron de la agitada vida política de las provincias rioplatenses, llegando a desafiar en algunos momentos críticos el poder que las élites urbanas habían gozado durante el régimen colonial. Esta nueva manera de relación entre élites y sectores populares tendría consecuencias fundamentales en la historia social y política argentina del siglo XIX y ha comenzado a ser explorada en los últimos años[53].
El papel de las élites urbanas en la historia social rioplatense del ciclo independentista se ha venido explorando asiduamente en los últimos cuarenta años con una concentración mayor de la producción en el período tardo-colonial que en las primeras décadas del siglo XIX. La historiografía hispanoamericana ofrece modelos sólidos y probados para el abordaje de estos estudios. El primero y más clásico es el que delimita su objeto siguiendo un recorte de tipo socioprofesional. Para las élites del Río de la Plata virreinal este abordaje ha sido exitosamente aplicado por Susan Socolow en dos sólidas monografías sobre los comerciantes y los burócratas de Buenos Aires. La autora emplea en ambos estudios el método prosopográfico que implica reunir una base de datos muy amplia sobre los personajes a estudiar, manejando una multiplicidad de fuentes que incluyen registros notariales (sobre todo dotes y testamentos), documentos judiciales (en particular sucesiones) y registros parroquiales (matrimonios, cofradías)[54]. Su primer libro ha circulado profusamente (en traducción) en Argentina y se ha citado en los múltiples estudios sobre grupos de comerciantes[55]. El segundo, nunca traducido al castellano, ha tenido menos impacto y no fue replicado hasta ahora por monografías similares en otras áreas del Río de la Plata[56].
Un segundo enfoque es el que pone a las familias de elite en el centro de la escena[57]. Entre los numerosos estudios sobre familias de élite del ciclo de la independencia se destaca Hijos de la Revolución de Beatriz Bragoni. Apoyada en una riquísima documentación proveniente de un archivo privado, la autora nos conduce a lo largo del derrotero de la familia González asentada en Mendoza muy a fines del período virreinal. Este linaje, que no se contaba entre los más ricos ni prestigiosos de la colonia, logró llegar en la década de 1860 al pináculo de su fortuna y poder aplicando a lo largo de medio siglo una combinación de astucia para los negocios, convenientes alianzas matrimoniales con las principales familias de la ciudad y una cierta cautela política ante el orden federal. La autora combina un inteligente uso de las fuentes (sobre todo correspondencia) a cuyo análisis no escapan planteos clásicos de la historia social como la composición y ciclo de vida familiares, el papel central de las mujeres y los lugares de sociabilidad domésticos[58].
Una tercer perspectiva propuesta para el estudio de las élites urbanas rioplatenses es la que se enfoca en el estudio de redes, de más reciente aplicación y que aún no ha rendido mayores resultados historiográficos en el campo de la historia social[59]. Recientemente han comenzado a publicarse biografías individuales de hombres y mujeres de élite del período independentista. Son vidas sin duda excepcionales que por su actuación en la Revolución de Mayo y las décadas posteriores ocupan un espacio simbólico central en la historia argentina. Si bien sus vidas habían sido abordadas con anterioridad, el enfoque propuesto por estas biografías escritas por historiadores profesionales aspiran a presentar al personaje en el contexto de su época y abordar no sólo su actuación política o su pensamiento sino sus relaciones familiares y, hasta donde sea posible, su cotidianeidad[60].
Recientemente los historiadores han comenzado a ensayar nuevos enfoques sobre la sociedad rioplatense tardo-colonial y de las primeras décadas del siglo
XIX. La historia de la vida cotidiana ha incorporado temas vinculados a la alimentación, el consumo y la moda[61]. La historia de género se ha visto enriquecida por estudios sobre la condición social de las mujeres, los crímenes cometidos contra ellas, la sexualidad femenina, los sentimientos, la salud, las creencias populares y brujería[62]. Esta agenda merece ser ampliada con mucha más investigación sobre el género (femenino/masculino/otros) en un futuro cercano.
Una exploración que promete ser muy fructífera se relaciona con la incorporación de nuevas formas de sociabilidad públicas o semi-públicas, sobre todo pero no exclusivamente entre las élites: los usos de espacios públicos para esparcimiento, conversación e intercambios (cafés, tertulias, salones de lectura, teatros, paseos), las asociaciones civiles y políticas cuyo número se multiplicó después de la independencia (clubes, asociaciones filantrópicas, sociedades musicales)[63]. Algunos de estos espacios eran privativos de las élites pero otros eran inevitablemente compartidos por gente de todos los sectores sociales (cafés, paseos, teatros), espacios que invitaban a la distinción por la “clase”, la vestimenta y los modales. Aunque en el Buenos Aires de fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX no parece haber habido intentos serios de segregar espacial y socialmente a las élites del resto de la sociedad en los espacios públicos como es el caso en la ciudad de México, esta pregunta queda por ser respondida por nuevas investigaciones[64].
El espacio de sociabilidad que más frecuentemente compartían una enorme variedad de personas eran las pulperías. Estas mezclas de despacho de bebidas espirituosas y alimentos estaban en el centro de la sociedad y la economía de la ciudad y campaña porteñas. Las pulperías constituían una suerte de bisagra entre la élite urbana y los sectores populares y proveían a estos últimos de una dieta más variada de lo que se pensaba hasta hace poco. Los pulperos vendían “al fiado” a su clientela y su insistencia en cobrar sus deudas los convertía en personajes poco simpáticos entre la plebe. Este hecho, sumado a que la mayoría de ellos eran españoles, los haría víctimas de la ira popular en muchas oportunidades durante las movilizaciones de la revolución[65].
Los estudios sobre la plebe urbana, y sobre los sectores populares en general, constituyen uno de los temas más innovadores en la historiografía del ciclo independentista. Algunos de estos trabajos se concentran en las condiciones laborales y las estrategias de subsistencia de los sectores populares sobre todo en áreas urbanas[66]. Otros se concentran en la relación de la plebe con las instituciones coloniales y pos-coloniales como la justicia, la iglesia y las acciones de caridad[67]. En los últimos años han aparecido interesantes trabajos sobre las experiencias de los soldados en los ejércitos levantados para luchar en las guerras de independencia, formados mayoritariamente por pobres urbanos y habitantes de las campañas[68]. Un capítulo aparte merecerían los nuevos estudios sobre la esclavitud en el Río de la Plata. En este campo la historiografía se ha movido desde los pioneros estudios sobre la trata de “negros” y la población esclava hacia temas relacionados con la condición social y jurídica y la cultura de la población africana y afrodescendiente. Más que en la demografía histórica, estos nuevos trabajos se inspiran en la estudios culturales y aplican esa perspectiva de análisis a una amplia variedad de testimonios que van desde documentos judiciales a testamentos[69].
La militarización y participación política de los sectores populares urbanos y rurales en el Río de la Plata en el período revolucionario es un hecho reconocido por testigos y participes de esas mismas luchas y constituye uno de los fenómenos más importantes en la historia social y política del período (véase al respecto el artículo de Beatriz Bragoni en el presente dossier). Sin embargo, el estudio de esta participación sólo ha comenzado muy recientemente a tomar densidad historiogáfica. Una primera aproximación al tema la hizo –cuándo no– Tulio Halperín Donghi a comienzos de la década de 1970 en un justamente famoso artículo sobre la militarización de los sectores populares de la ciudad de Buenos Aires desde 1806-1807 a causa de las Invasiones Inglesas. La ciudad, de poco más de 40.000 habitantes, llegó a contar con casi un 20% de su población movilizada en milicias, en su mayoría perteneciente a esos sectores. La militarización de las clases populares porteñas introdujo varias novedades de nota en la sociedad y política locales. Los milicianos cobraban salarios por lo general más altos que los de mercado y durante la conformación de los regimientos milicianos, pudieron elegir a los oficiales. Esta tendencia democrática no era sin embargo tan profunda ya que, como señala Halperín Donghi, usualmente esos cargos replicaron las jerarquías sociales coloniales recayendo en quienes ejercían funciones notables en la sociedad[70].
El pionero estudio de Halperín Donghi, si bien ampliamente citado, no tuvo un impacto inmediato en la historiografía argentina. Los estudios sobre la participación popular en el período revolucionario debieron esperar unos veinte años. Además del ya mencionado impacto de frecuentes interrupciones en la vida institucional argentina sobre la investigación, tal vez esta situación se haya debido también a que ninguna de las tradicionales escuelas historiográficas argentinas intentó estudiar estos aspectos con seriedad. Los liberales tendían a ignorar el tema; los revisionistas (de derechas e izquierdas) a pontificar sobre la participación popular sin aportar casi ninguna investigación fundamentada. Los estudios académicos sobre la participación popular durante el período revolucionario, la guerra de independencia, y en general en la política argentina de la primera mitad del siglo XIX comenzaron recién en la década de 1990[71].
Entre ellos se destacan el ya citado libro de Lyman Johnson, Workshop of Revolution y el de Gabriel Di Meglio, ¡Viva el bajo pueblo! Ellos tienen orígenes diferentes pero convergen en su interés final por la agencia de los sectores populares de Buenos Aires. El estudio de Johnson comenzó como un análisis cuantitativo sobre los gremios de artesanos porteños a fines del período colonial que se concentraba en las características ocupacionales y raciales de esa población y en la incidencia de los factores económicos (precios, salarios) en su vida social. Después de publicar mucho sobre el tema, el autor cambió su orientación hacia la historia social de lo político y entendió a los artesanos porteños como actores políticos y agentes de cambio aún antes de la Revolución de Mayo. El libro de Di Meglio tiene otro origen. El autor se pregunta por la relación de los sectores populares porteños con la élite y el incipiente orden revolucionario. La premisa del libro es la agencia de los sectores populares y su capacidad de movilización desde el fin del orden colonial. Pero habida cuenta de la escasez de estudios sobre las condiciones de vida y organización social de esos sectores, el autor debió recorrer el territorio del que Johnson había partido para llegar a entender su pregunta inicial. En ese sentido ambos estudios son complementarios: entre ellos puede cubrirse la historia social y política de los sectores populares porteños (su estructura ocupacional, sus características étnicas, su relación con las instituciones y, fundamentalmente, sus acciones políticas) entre el virreinato y Rosas. Di Meglio va un poco más allá en su innovador análisis y aventura que la movilización de la plebe porteña le brinda un sentido de identificación y solidaridad tanto desde un punto de vista político (el orgullo por defender a su “patria”, Buenos Aires) como simbólico mediante el uso de elementos de la vestimenta que los identificaba como milicianos[72].
Esta nueva mirada (al menos nueva para la historiografía argentina) sobre los sectores populares ha permitido engarzar estos estudios con los que desde hace décadas se llevan a cabo en otras historiografías latinoamericanas, en particular la mexicana[73]. De esas historiografías podemos rescatar dos posturas. Primero, la vinculación que existe entre la experiencia histórica prerrevolucionaria de los sectores populares con los sucesos de la revolución, superando en este sentido a aquellas visiones que hacen de 1808 el comienzo absoluto del período revolucionario. Como afirma Fradkin, con ecos que recuerdan a Raíces de la insurgencia de Brian Hamnett, “el colapso de la monarquía fue afrontado por las sociedades a partir de la configuración de sus propios conflictos sociales y étnicos. [Esto], invita a considerar un inventario más amplio de actores”[74]. En segundo lugar, las innovaciones de la política revolucionaria proveyeron a los sectores populares de una autonomía, de una variedad de oportunidades y de un repertorio de acciones políticas que excedían el marco de las tradiciones coloniales y les permitía desafiar a las jerarquías sociales del antiguo régimen, como han mostrado para el Río de la Plata varios estudios locales[75]. Si la movilización política de los sectores populares (y algunas muy radicalizadas, como la de los gauchos de Salta y Jujuy) marcó –y de qué manera– la experiencia y memoria de sus acciones a lo largo del siglo XIX debería ser motivo de discusión en una agenda de investigación futura[76].
A modo de conclusión
Si bien la historia económica y social hace tiempo que ha dejado de ser la más convocante del amplio repertorio de la disciplina, de todos modos la expansión misma del campo ha dejado un buen margen para mostrar avances. Los mismos han sido sostenidos y abundantes, pero ello no oculta el hecho de que hayan también sido a menudo bastante erráticos y dispersos, aún cuando sus aportes hayan contribuido a cambiar en muchos aspectos nuestra visión de las cosas. Ocurre que en el nivel actual del conocimiento, y ante la dimensión y las dificultades propias de los problemas a tratar, el trabajo individual parece ofrecer rendimientos decrecientes en la competencia con otras ramas de la historia. Ello no es necesariamente así, como lo demuestran multitud de trayectorias académicas fructíferas; pero no deja de ser cierto que la investigación empírica exige un trabajo intenso, tanto en la recolección y procesamiento de los datos como en su interpretación. La formación de investigadores continúa en buena parte siendo artesanal, lejos de las necesidades que hoy impone el manejo de instrumentos de análisis de creciente sofisticación y la multitud de aportes teóricos disponibles; el trabajo en equipo es más bien la excepción que la norma. Sin embargo, el panorama es alentador: los avances de las décadas pasadas nos permiten ver hoy más claramente dónde están las áreas de vacancia más promisorias. Unas pocas de ellas las hemos mencionado en las páginas anteriores; tampoco la lista de aportes disponibles y posibles ha sido de ningún modo exhaustiva. Es de esperar que ese amplio elenco de oportunidades siga convocando voluntades: ese es el único camino abierto para resolver algunas de las más importantes preguntas que suscita hoy nuestro pasado.
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Notas
Buenos Aires, Emecé, 1976.