Dossier La historia como campo profesional: balances, dilemas, propuestas.

Presentación. La historia como campo profesional. Fragmentos de una conversación

Sergio Serulnikov
Universidad de San Andrés, Argentina

Investigaciones y Ensayos

Academia Nacional de la Historia de la República Argentina, Argentina

ISSN: 2545-7055

ISSN-e: 0539-242X

Periodicidad: Semestral

vol. 63, 2016

publicaciones@anhistoria.org.ar

Recepción: 14 Noviembre 2016

Aprobación: 12 Diciembre 2016



Los textos reunidos en este dossier gravitan en torno a una preocupación común: el estado del campo profesional de la historia. Abordan un conjunto de problemáticas que hacen al proceso de formación académica e inserción laboral de los historiadores. A grandes rasgos, pueden distinguirse tres ejes temáticos. El primero es el impacto de la conversión de las maestrías y doctoradosen una fase intrínseca a la capacitación profesional desde la década del noventa en adelante. Se analiza al respecto el acople entre la educación de grado y posgrado,los regímenes de evaluación de los investigadores jóvenes yla articulación entrelos dos pilares centrales del sistema científico argentino, las universidades y el Conicet. El segundo radica en la dinámica de las carreras laborales, incluyendo las modalidadesvigentes de reclutamiento y validación de los planteles docentes universitarios y los incentivos (o desincentivos)institucionales a la excelencia académica.El último eje esla relación de la educación superior con la docencia del nivel medio y con ámbitos no tradicionales del saber histórico que han ofrecido en años recientes renovadas oportunidades de desarrollo profesional. Si los ensayos están entrelazados por ciertos focos comunes de interés, lo están también por su tono: presentan de manera franca, directa, sin eufemismos, las dificultades y dilemas que, según el particular punto de vista de cada autor, confrontael campo. La situación en regiones específicas (Buenos Aires, La Pampa, Mendoza o Tucumán) se combina con miradas más panorámicas, incluso comparativas, dela profesión a nivel nacional.

Algunos de los problemas detectados y analizados son de profundo arraigo y vasto impacto: el peso del clientelismo y la endogamia institucional en la conformación de los claustrosde profesores como resultado de la falta de transparencia y rigor tanto de los modalidades de concursos abiertoscomo de los sistemas de “carrera docente”;el alto porcentaje de dedicaciones de tiempo parcial en la universidades públicas y privadas; la promoción de trayectoriasacadémicas confinadas a una misma institución desde el grado y el posgrado hasta la iniciación laboral; la desarticulación, incluso competencia,del Conicet y las universidades nacionales en términos de sus políticas de promoción de la investigación;lasmagras tasas de graduación en el posgrado debido a la escasez de estudiantes de dedicación exclusiva; la concentración espacial de doctorados de universidades públicas y privadas en Buenos Aires yla ausencia de coordinación y diversidad temática entrelos mismos; sistemas de evaluación de historiadores jóvenes que propician la producción en serie en detrimento de las imprescindibles etapas formativas y la calidad de las tesis doctorales; la ausencia de capacitación en divulgación histórica como un campo disciplinar específico junto con la investigación y la docencia; y las incongruencias derivadas de lasostenida expansión delos posgrados, por un lado, y las anacrónicas estructuras de cátedra y tradicionalesorganizacionescurriculares de las licenciaturas, por otro.

Sin ninguna duda, los lectores se hallarán con frecuencia en desacuerdo tanto con estos diagnósticos como con algunas de las medidas propuestas. Entre ellas se encuentran la instauración de becas en la Universidad Nacional de Tucumán para hacer posgrados en universidades del exterior u otras universidades del país (Gabriela Tío Vallejo); la creación de programas de especialización y posgrados en red y a distancia en la Universidad Nacional de La Pampa (Silvia Di Liscia);la reforma de la educación de grado y posgrado en Mendoza en concordancia con la renovación del campo historiográfico y las posibilidades de desarrollo profesional de los egresados (Beatriz Bragoni);la incorporación de la enseñanza de la divulgación a la currícula universitaria en diálogo con la literatura,los medios audiovisuales y el periodismo (Di Meglio); la creación de diversas maestrías temáticas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires como modo de generar un programa de posgrado más estructurado y la sanción de normas que ponen coto a prácticas discrecionales de “endogamia clientelar” en el ingreso de docentes interinos (Marcelo Campagno); la supresión del requisito de publicaciones previo a la elaboración de la tesis doctoral (Sergio Serulnikov);una mayor coordinación y regulación de la oferta de maestrías y doctorados en la ciudad de Buenos Aires (Juan Suriano); la reformulación de la relación del Conicet con las universidades nacionales, la eliminación del régimen de cátedras yla implementación de políticas públicas destinadas a inhibir métodos de asignación de cargos que acentúan la pathdependence institucional en detrimento de la competencia por méritos y, consiguientemente, la calidad del servicio educativo(Eduardo Míguez).Aunque los ensayos tienden a converger sobre algunos núcleos problemáticos, el dossier no tiene pretensión alguna de generar consensosen torno a ninguna de estas cuestiones. Procura por el contrario estimular el debate y la reflexión. Como bien señala Campagno en referencia a los “desacoples fundamentales” que percibeen la matriz del modelo académico durante las dos últimas décadas, lo que resulta imperativo es que esas tensiones “se hagan visibles, que los tengamos presentes. Si en lugar de ignorarlos o de ahondarlos, los advertimos y los consideramos como problemas, ya habremos dado un paso”.

Los historiadores contamos connumerosos ámbitos institucionalizados de discusión delos resultados de nuestras investigaciones (congresos, jornadas, talleres, seminarios, mesas redondas) y diversos canales de expresión y confrontación de nuestras posturas político-historiográficas (columnas en periódicos y revistas, solicitadas, cartas abiertas, reportajes y otras formas de intervención en los medios masivos de comunicación y las redes sociales). Resulta notorio, empero, la escasez de espacios públicosde debatesobre el tipo de problemas aquí tratados, más allá de lo que ocurra puertas adentro de cada institución. La Asociación Argentina de Investigadores en Historia (Asaih) ha venido ofreciendo en los últimos años un marco para hacerlo. Su última reunión anual ha en gran medida estimulado la concreción de este dossier y dado motivo a varios de susensayos.Sería altamente deseable, imprescindible en verdad, que se generen otros escenarios de intercambio abierto y horizontal sobre cuestiones asociadas al funcionamiento de nuestro campo de trabajo. Emergerían con seguridad muchos otros problemas y perspectivas.

La variedad y relevancia de los temas aquí contemplados, con ser partes fundamentales de la conversación,de ninguna manera la agotan. No quisiera concluir esta presentación sin apuntar al menos otros dos elementos que también hacen al desarrollo de nuestra profesión y no son menos sustanciales. Uno de ellos es la cuestión presupuestaria. Durante los últimos añosse produjo un muy significativo crecimiento del campo historiográfico en todo el país al calor dela fuerte ampliación del sistema universitario tanto en el grado como en el posgrado,el sustantivo incremento de las becas, ingresos a la carrera del investigador y Unidades Ejecutoras del Conicet,laerección de distintos tipos de subsidios a la actividad científica y el mejoramiento relativo de las remuneraciones salariales en el ámbito académico. Varios de los ensayos constatan y valoran distintos aspectos de esta expansión. Juan Suriano, por ejemplo,hace un repaso de los numerosos mecanismos públicos de promoción de la investigación en vigencia. Eduardo Míguez nota los efectos beneficiosospara el mercado laboral académico de las muchas universidades surgidas en el conurbano bonaerense. Creo, por mi parte, que no ha habido desde el retorno de la democracia política de educación superior más transformadora, progresiva y de efectos multiplicadores que la localizaciónde ofertas universitarias de calidad, en ocasiones con planteles docentes de primer nivel internacional, enotrora pujantes cordones industriales convertidosdesde hace años en océanos de pobreza estructural. Difícil imaginar una mejor inversión del presupuesto educativo. No hace falta insistir, porque de eso tratan los artículos aquí reunidos, que la gestión de los recursos por parte de las universidades nuevas y antiguas, así como del resto del sistema científico, es y debe ser motivo de debate. Pero esa discusión no debiera obliterar que la expansión de la investigación y enseñanza de la historia solo ha sido posible por la decisión de destinar crecientes partidas fiscales a la educación en general y la investigación científica en particular. No todos estarán necesariamente de acuerdo con que se haya hecho este uso de los fondos públicoso se continúe haciéndolo en el futuro. Como se sugiere en el texto de Di Meglio, son disyuntivas que la asunción de un nuevogobierno tenderá a poner en el centro de la agenda. De la forma como se diriman dependerá en gran parte el rumbo del campo profesional en los años venideros.

Un segundo aspecto es la dimensión pública del discurso histórico. La última década ha visto crecer la prominencia de la historia en los medios masivos de comunicación, en laspugnas ideológicas e incluso en las políticas de Estado. Sea por las vastas reverberaciones de la crisis terminal del 2001, las fuertes filiaciones históricas sobre las que la administración kirchnerista buscó cimentar su identidada partir del 2003 o el clima de extrema polarización de años recientes, los debates historiográficos ocuparon y ocupan un lugar central en la gran política. Es indicativo que una de las primeras medidas de la administración macrista haya sido reescribir el guion del Museo del Bicentenario y cambiar de lugar los cuadros de la Casa Rosada. No llamó la atención sobre estos fenómenos para promover una discusiónque excede el núcleo temático del dossier y, como ya se dijo, tiene muchos otros ámbitos de expresión. Reparo en la inscripción pública del discurso histórico porque lo que allí sucede nos interpela no solo como ciudadanos sino también como productores y transmisores de un saber específico, que es a su vez siempre un saber situado. Hace a nuestra práctica profesional. Está presente en lo que se enseña en las escuelas, en los grandes emprendimientos editoriales y mediáticosde difusión histórica, en las celebraciones bicentenarias, en la acrimoniosa construcción delos panteones de justos y de réprobos, en lasprofusas columnas de opinión de historiadores y periodistas especializados, en la historias de la patria que los distintos gobiernos cuentan y callan, en las historias que nos contamos a nosotros mismos.LucienFebvre lo llamó famosamente los combates por la historia. En su novela El libro de la risa y el olvido, el escritor checo MilanKunderalo puso de este modo: “La gente grita que quiere crear un futuro mejor, pero eso no es verdad. El futuroes un vacío indiferente que no le interesa a nadie, mientras que el pasadoestá lleno de vida y su rostro nos excita, nos irrita, nos ofende y por eso queremos destruirlo o retocarlo”. Y concluye: “Los hombresquieren ser dueños del futuro sólo para poder cambiar el pasado. Luchan por entrar al laboratorio en el que se retocan las fotografías y se reescriben las biografías y la historia”. Entrar al laboratorio donde se retocan las fotografías y se traman los relatos del pasado, los libros de la buena memoria: es político y es personal, y es parte de lo que hacemos. Otro fragmento de una misma conversación.

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