Editorial
Nota del Director
Revista Teología
Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires, Argentina
ISSN: 0328-1396
ISSN-e: 2683-7307
Periodicidad: Cuatrimestral
vol. 63, núm. 144, 2024
Jesús, el Buen Pastor está presente, por la fuerza de su Espíritu, en la vida del Pueblo de Dios. El Espíritu hace, de la comunidad creyente, lugar de testimonio de ese pastoreo que Dios lleva adelante en todo el mundo. El Pueblo de Dios, sacerdotal, está llamado a ser el lugar donde el Señor alimente y acaricie sus ovejas.
Si Jesús, el Hijo, lleno del Espíritu, revela al Padre y derrama su amor como Pastor que da la vida por su rebaño, la Iglesia es el instrumento de este pastoreo en medio del mundo.
El Pueblo de Dios ha pastoreado a la humanidad dando su vida. La sangre de los mártires fecunda este servicio, como nos recuerda Tertuliano, manifestando que vale la pena seguir hasta la cruz a aquel que, resucitando, venció la muerte para todos. De esta enseñanza, las Cartas del Martirio de Ignacio de Antioquía, son una altísima expresión.
La vida entregada como supremo pastoreo ha sido también proclamada por la palabra. Los discípulos de Jesús nos dejan en las Escrituras la memoria permanente de aquello que Dios sigue realizando en medio de su Pueblo y a través de él.
Esa palabra lo es de la Palabra Encarnada. De allí que no hay palabra de testimonio y anuncio que no esté llamada a encarnarse en las vicisitudes del tiempo y de la historia, en las diversas coyunturas culturales y en los desafíos que asume la fe en Cristo.
La fe proclamada es moción del Espíritu en el corazón humano que se interroga, se pregunta cómo dar cuentas de la salvación que siempre se nos está ofreciendo. El origen de la Teología está en este encuentro. El corazón razonante de los creyentes se pregunta. Se pregunta afectivamente. Busca a la luz de la Palabra una respuesta con la que pueda enseñar que, seguir a Cristo, no anula nuestras potencias y nuestras perplejidades, sino, como nos enseña Santo Tomás, las supone y plenifica. El silencio ante la muerte es, en los creyentes sencillos, un supremo acto teologal. Conservar la fe en la vida ante la evidencia incontrastable de la muerte, la certeza en que hemos sido liberados ante la experiencia de tantas esclavitudes, tantas acciones cotidianas de la fe sencilla son fuente inagotable para un pensamiento que busca respuestas y un corazón que no pierde la esperanza.
El desarrollo de un canon creyente, en los primeros siglos del cristianismo, dio paso a la reflexión sobre estas verdades comunes. La Teología, una en la fe y plural en sus formas y expresiones, surge del encuentro de la fe común con las culturas.
Pero si la fe toca a la razón a pensar de un modo nuevo, la caridad nos lleva a la sabiduría de la acción, a buscar formas nuevas de dar testimonio, a preguntarnos -de un modo aún más elevado- cómo enseñar a Jesús liberando y haciendo crecer, no sujetando y sometiendo. La razón que ilumina el conocimiento y la sabiduría que lo plenifica en la acción no pueden funcionar como cajas separadas. Son fuentes que deben avanzar en concordia. La oposición entre Teología enseñada, Teología pensada y Teología practicada ha conducido a la desilusión teológica y al hastío de una entrega sin rumbo.
Con este número no estamos celebrando el origen de la Teología Pastoral, sino el esfuerzo por superar esas dicotomías pues en 2024 celebramos los 250 años del momento en que la reflexión pastoral que estaba presente en el Pueblo de Dios ingresó como disciplina académica al plan de formación teológico. A pesar de ello, los aportes de la Teología Pastoral son desconocidos por muchos. La extensa trayectoria disciplinar, lejos de aplacar los debates metodológicos, los ha sostenido e incrementado, en la búsqueda de una reflexión interdisciplinaria que le permita pensar la relación de la Iglesia con el mundo, y el servicio evangelizador en dicho marco.
Los aportes de este número monográfico, que ha sido coordinado por la Dra. Carolina Bacher Martínez,[1] ofrecen elementos para profundizar su talante teológico y la profunda vinculación con el Vaticano II en tanto concilio pastoral, junto a algunas reflexiones temáticas actuales y tres aportes panorámicos sobre los métodos teológico-pastorales contemporáneos.
Esperamos que este número nos estimule a pensar y bajar de nuestra cabalgadura para llevar al herido a la posada.
Notas