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Resumen: Las revistas especializadas no solo ayudaron en los procesos de profesionalización de las ciencias sociales en América Latina durante la primera mitad del siglo XX, sino que también sirvieron como plataformas de intervención política, al tratar tópicos de interés social cimentados en el uso de los saberes especializados. Durante las décadas de 1930 y 1940, el fascismo se convirtió en uno de estos temas de relevancia, pues fue constante su discusión, muchas veces desde una postura antifascista. A partir de la comprensión de estas publicaciones como espacios “normativos” de un campo de conocimientos especifico, este artículo profundiza en el caso de El Trimestre Económico, revista mexicana especializada en economía surgida en 1934 que mantuvo una postura antifascista durante la época. Se concibe que el organismo, con base en la relación que mantenía con la estructura estatal mexicana de la época, sustentó esta postura a partir de características propias, como la construcción de un corpus de saberes antifascistas basado en nociones como “legitimidad” o fiabilidad del conocimiento.
Palabras clave: revista especializada, antifascismo, México, economía, ciencias sociales.
Abstract: Specialized journals not only helped in the processes of professionalization of the social sciences in Latin America during the first half of the twentieth century, but also served as platforms for political intervention, dealing with topics of social interest using specialized knowledge. During the 1930s and 1940s, fascism became one of these relevant topics, as it was constantly discussed, often from an anti-fascist standpoint. Based on the understanding of these publications as “normative” spaces of a specific field of knowledge, this article delves into the case of El Trimestre Económico, a Mexican magazine specialized in economics that emerged in 1934 and maintained an anti-fascist stance during the time. It is conceivable that the publication, based on the relationship it maintained with the Mexican state structure of the time, held this position based on its own characteristics, such as the construction of a corpus of anti-fascist knowledge based on notions of “legitimacy” or “reliability.”
Keywords: specialized magazine, Antifascism, Mexico, economy, social sciences.
Las revistas especializadas jugaron un papel fundamental en los procesos de institucionalización y profesionalización de las ciencias sociales en América Latina a mediados del siglo XX. Las nacientes comunidades de especialistas encontraron en ellas el medio adecuado para dialogar y debatir en torno a la disciplina y las coyunturas de actualidad. Estas publicaciones, tanto por el tipo de información que comúnmente contienen como por el público al que idealmente van dirigidas, suelen prestar particular atención a la interpretación de fenómenos contemporáneos, pues emplean el bagaje teórico de la disciplina a la que atienden para interpretar lo sucedido en su contexto. Esto las vuelve plataformas de gran interés para comprender la vinculación entre ciencias sociales y política, pues las diferencia de otros tipos de publicaciones, como las culturales o las literarias. Para el caso de este artículo, queremos resaltar el papel que este tipo de revistas tuvieron en la discusión e interpretación, desde sus propios términos, del fenómeno del fascismo durante las décadas de 1930 y 1940.
La historiografía sobre el antifascismo en América Latina ha prestado poca atención a esta clase de publicaciones, a pesar de que fueron campos fértiles para la interpretación y discusión del fascismo. Trabajos centrados en prensa, como los de Ricardo Pasolini[1] o Ernesto Mendoza Pérez,[2] han analizado las columnas, los editoriales y los artículos de opinión como espacios interpretativos de esta clase de regímenes. Por su parte, los estudios de revistas políticas y culturales —como los realizados por Miranda Lida,[3] Andrés Bisso,[4] Antonia Viu,[5] Ângela Meirelles[6] o Jorge Nállim—[7] han explorado el funcionamiento de estos espacios como plataformas públicas para difundir percepciones e interpretaciones de lo que entendían por fascismo, las cuales estaban estrechamente relacionadas con los proyectos político-estéticos que promovían. La comprensión del papel que este tipo de instancias tuvieron en la difusión de posturas antifascistas puede ofrecer respuestas sobre cómo, a partir de los conocimientos especializados, también se estructuraron prácticas antifascistas.
Por ello, este trabajo aborda el papel que esta clase de publicaciones tuvo dentro de los antifascismos latinoamericanos de la época de entreguerras y la Segunda Guerra Mundial a partir del caso de El Trimestre Económico, revista mexicana especializada en economía surgida en 1934 a iniciativa de Daniel Cosío Villegas y Eduardo Villaseñor, y cuya trascendencia dentro del entorno latinoamericano se debe en gran medida a su longevidad, además de ser un punto de referencia para comprender los derroteros del pensamiento económico latinoamericano a lo largo del siglo XX.
En este sentido, a pesar de que el fascismo no fue un tema preponderante en la publicación, los ensayos y artículos que aparecieron en sus páginas son muestra del interés y preocupación que este fenómeno adquirió a los ojos de la comunidad de especialistas articulada alrededor del Trimestre. Por ello, estas colaboraciones fungieron como espacios de análisis, discusión y posicionamiento antifascista —ya que tácitamente rechazaban y condenaban la existencia de estos regímenes— donde autores como Daniel Cosío Villegas, José Medina Echavarría, Carl T. Schmidt, Maurice Dobb o Francisco Frola realizaron interpretaciones al respecto.
Se parte de la hipótesis de que existió una “funcionalización antifascista” del espacio para expresar el rechazo a esta clase de regímenes y el apoyo a la postura diplomática del gobierno mexicano a partir de la reflexión especializada y la publicación de ensayos y traducciones. Sus directivos aspiraban a construir un corpus de conocimientos interpretativos del fascismo con el que buscaban la formación de una opinión pública con acceso a saberes especializados de las ciencias sociales, mediante el cual lograron interpretaciones “legitimadas” en las nociones de “autoridad” y “fiabilidad” que ofrecían estos conocimientos.
La profesionalización de las ciencias sociales y la emergencia de revistas especializadas: una tendencia regional
La creciente profesionalización que vivieron algunas ciencias sociales durante las primeras décadas del siglo XX en distintos países de América Latina resultó en procesos que, a pesar de guardar profundas relaciones con las condiciones que atravesaba cada espacio nacional, también tuvieron paralelismos que permiten observarlos de forma general y establecer un diálogo cruzado entre ellos: aspectos como la especialización de la administración pública y la consolidación de élites burocráticas en el proceso, la creación de instituciones educativas y de investigación especializadas, la expansión del rol del Estado en diversas esferas de lo social, el proceso de autonomización de los saberes, o la conformación de revistas especializadas en campos de conocimientos, entre otros. Por ello, en los siguientes párrafos abordaremos de forma general y desde un enfoque regional estos elementos, con el propósito de comprender cómo fungieron como condicionantes para el desarrollo de publicaciones especializadas en ciencias sociales.
Desde inicios del siglo XX latinoamericano, disciplinas como la economía o la sociología se fueron conformando como saberes con características propias, tanto en ámbitos universitarios como institucionales. Tal como señalan Mariano Plotkin y Eduardo Zimmermann, desde finales del siglo XIX e inicios del XX, los Estados modernos echaron mano de las nacientes ciencias sociales y de otros saberes técnicos con el propósito de ampliar y consolidar campos de intervención estatal, con miras a resolver problemas emergentes que requerían de acciones especializadas.[8] Esto derivó en la necesidad de contar con una administración pública especializada, que fuera capaz de actuar a partir de conocimientos técnicos en una disciplina específica, desde espacios educativos que permitieran la formación de profesionistas —o expertos—, con una preparación focalizada en los saberes propios de cada campo de conocimiento.[9] Estas nacientes comunidades profesionales buscaban establecer prácticas asentadas en el ejercicio de saberes técnicos y “científicos”, los cuales fueran fiables y funcionales para la toma de decisiones, tanto en el campo público como en el privado.[10]
A la par de estos procesos surgieron espacios desde donde se fomentó la necesidad de reflexión y diálogo entre pares, con el propósito de discutir y generar nuevos conocimientos en torno a las condiciones contextuales locales. Fue por ello que aparecieron colecciones editoriales y publicaciones especializadas dedicadas al debate de problemas sociales, modelos interpretativos y las particularidades de los contextos nacionales, con la función de actualizar a los miembros de las comunidades de especialistas, además de proporcionar herramientas formativas a aquellos que apenas se estaban formando.[11] Los primeros proyectos de este tipo surgieron durante las primeras décadas del siglo XX, y tuvieron en las décadas de 1930 y 1940 el primer boom de su tipo, con iniciativas como la Revista de Ciencias Económicas (de 1913), Revista de Economía Argentina (de 1918),[12]Revista Mexicana de Economía (de 1928), Economía (de 1929), el Fondo de Cultura Económica (FCE, creado en 1934), Sociología (creada en 1939), Revista Mexicana de Sociología (de 1939), Revista Interamericana de Sociología (de 1936), el Boletín del Instituto de Sociología (1942),[13] o, como veremos más adelante, El Trimestre Económico (también de 1934). Esta situación propició que existiera una estrecha relación y colaboración entre publicaciones y comunidades de especialistas, pues participaban desde académicos y especialistas, pasando por miembros de la iniciativa privada e investigadores extranjeros, hasta estudiantes en formación.
La revista especializada, el esfuerzo “normativo” y la manifestación antifascista
En más de un sentido, las revistas especializadas fungieron como espacios de construcción de distintas ciencias sociales como saber y disciplina profesional. Retomando la propuesta de Alexandra Pita sobre ver a las revistas no solo como plataformas de difusión de ideas, sino también como práctica definida y que define los elementos característicos de un grupo o entorno,[14] es posible comprender que las revistas especializadas ayudaron a construir y definir los contornos de campos del saber social en la región a partir de los deseos normativos sobre lo que debía ser su práctica profesional, al menos desde un plano ideal.[15]
Entre las décadas de 1920 y 1940, estas publicaciones promovían distintos objetivos y planteaban con ello metas a largo plazo para el afianzamiento de la disciplina a la que atendían. La construcción de una comunidad de especialistas propia era una de las metas prioritarias, pues, además de asentar proyectos paralelos en el terreno educativo o en la formación de asociaciones profesionales que normaran la práctica, estas revistas eran plataformas-prácticas desde las cuales se buscaba estructurar un habitus conjunto a partir de la promoción de dinámicas propias. Tal como señala Alexandra Pita, es posible concebir que estos soportes generen prácticas específicas, lo que provocaría cambios dentro del grupo social que las promueve.[16]
Esta pretensión normativa también envolvió la iniciativa de construir corpora de conocimientos disciplinares, para así tratar de encontrar los posibles límites que definiesen al campo de conocimientos, ya que, durante estos años, tanto la economía como la sociología y la historia, entre otras ciencias, se encontraban en pleno proceso de autonomización.[17] La concepción de un corpus propio, o tal como Luis Escobar denomina a los corpora, “catálogos de conocimientos disciplinares”,[18] se creaba con el propósito de asentar un enfoque específico dentro del campo de estudio, al buscar renovar y transformar los saberes ya asentados como parte de un “canon”.
En ello la traducción resultaba una herramienta elemental, pues el traslado lingüístico y cultural de autores no disponibles en un idioma representaba un impulso a la profesionalización,[19] e incluso llegó a significar un elemento esencial para la caracterización de algunas disciplinas como la filosofía.[20] Esto posibilitó la naturalización de los lenguajes especializados entre los públicos interesados,[21] pero a su vez la traducción poseía un cariz político, que posibilitaba el afianzamiento de una postura política específica.[22]
Acorde con lo anterior, en la búsqueda de esos límites disciplinares se trató de realizar una diferenciación entre aquellos saberes concebidos como científicos y aquellas aproximaciones interpretativas vistas como cuestionables o pseudocientíficas. La consideración del conocimiento social como ciencia diferenciada de las naturales por su objeto de estudio y los impedimentos epistemológicos para definir modelos absolutos —pero afianzado su carácter científico a partir de una metodología de carácter racional, la cual permitía la construcción de interpretaciones certeras sobre la realidad a la que interrogaban, y cuya aplicación social no buscaba soluciones perfectas a los problemas, sino la definición de “una conducta lo más racional posible”—[23] acotaba las condiciones de posibilidad que se creía tenían las ciencias sociales durante la época, al establecer límites entre aquellos saberes considerados como fiables o cuestionables.
Complementario al esfuerzo normativo, se encontraba el hecho de definir hacia qué sectores debía dirigirse el discurso generado por esta clase de publicaciones. Al mantener la noción de enfocarse en grupos especializados o en proceso de formación, cuyas actividades e intereses estuvieran estrechamente vinculados con la disciplina, se buscaba atender a un público de peso en el manejo de la economía o de los problemas nacionales, donde la revista fuera el canal adecuado para lograr un impacto en la toma de decisiones políticas. La instrumentación de la revista como plataforma y práctica de intervención pública conllevaba a que sus directivos y colaboradores se convirtieran en una especie de “consejeros” del grupo en el poder o de la opinión pública en general, donde su condición como expertos, poseedores de la técnica, los capacitaba como interlocutores adecuados para clarificar y facilitar la toma de decisiones, al convertir sus conocimientos en una herramienta de utilidad social.
La constitución de las revistas especializadas en plataformas de intervención pública es muestra de su rol político, donde no solo se vuelven vehículos de carácter pedagógico, que permiten alentar la formación o actualización de conocimientos de comunidades especializadas, sino que también se convierten en espacios que promueven una posición en el debate, dado que proponen interpretaciones acerca de distintos tópicos de interés social.[24] De ello emerge la concepción de que los promotores y colaboradores de las publicaciones veían la intervención en la discusión pública como parte inherente de su actividad profesional, relación en la que impera, tal como señalan Mariano Plotkin y Federico Neiburg, un perfil dialéctico entre la figura del experto —enfocado más en el manejo de los saberes en el diseño de políticas públicas desde una acción “neutral”— y la del intelectual, más enfrascado en la discusión pública desde la defensa de una postura especifica.[25]
En este sentido, la relación entre antifascismos y revistas resulta un elemento fundamental para comprender la sensibilidad antifascista en el continente americano y el uso de las publicaciones periódicas como plataformas políticas.[26] Durante las décadas de 1930 y 1940 el antifascismo jugó un papel sustancial en la composición de la discusión pública. Aprovechando el auge que vivían las revistas culturales en distintos contextos americanos, estas publicaciones sirvieron para que los intelectuales encontraran medios para dialogar.[27] A través de estos organismos, las manifestaciones antifascistas lograron expresarse y posicionarse en la opinión pública, buscando con ello impulsar la lucha en contra de aquellas manifestaciones políticas y sociales que identificaban como fascistas, además de propiciar su adaptación a las condiciones del entorno nacional.
En este sentido, coincidimos con lo que apunta Ângela Meirelles sobre la significación de las revistas para el antifascismo, donde estas quedan como espacios privilegiados para comprender las características y debates de las experiencias antifascistas en la región, además de jugar un papel central en su configuración, pues, a través de la circulación del conocimiento que propiciaron las publicaciones, es posible reconstruir los procesos comunicativos entre las distintas manifestaciones a nivel regional y global.[28]
La expresión del antifascismo dentro de publicaciones especializadas en ciencias sociales derivó en que esta sensibilidad política adquiriera características particulares asociadas con las condiciones que tenían dichas disciplinas durante la época, tales como el esfuerzo por definir los contornos del fenómeno fascista a partir del conocimiento social, la concepción de una expresión “científica” en la crítica realizada al fascismo o el apoyo a objetivos políticos definidos desde estas plataformas de saberes.
Tal como señala Ângela Meirelles, muchas de las revistas antifascistas buscaban, como herramienta contra-propagandística, difundir concepciones sobre las significaciones y perjuicios que esta clase de regímenes traían consigo tanto en las sociedades en que surgían como en todas aquellas con las que tenían estrechos vínculos, sobre todo en relación con la clase obrera o la cultura.[29] Esta cuestión permite comprender que la generación de interpretaciones acerca de lo que se podía entender como fascismo resultó una generalidad dentro de las estrategias de las publicaciones antifascistas de la época, que buscaban con ello crear sentidos sobre lo que significaban estos regímenes y los posibles peligros —reales o imaginarios— que estos podrían generar en caso de lograr triunfar en sus respectivos países.
En este sentido, desde las publicaciones especializadas en ciencias sociales es posible concebir que la generación de interpretaciones acerca del fenómeno adquirió nuevas connotaciones pues, como hemos reiterado, la concepción de “cientificidad” del conocimiento empleado, además de la búsqueda por que fuera de utilidad pública, representó la conjunción de factores para que las visiones generadas y circuladas adquirieran cierta aura de fiabilidad y funcionalidad, al menos dentro de la comunidad de lectores a los cuales estaban dirigidas.
El Trimestre Económico: esbozo de una revista
Los orígenes de El Trimestre Económico se relacionan directamente con los del FCE, pues estos dos proyectos se desarrollaron de forma paralela y complementaria, ya que la finalidad de ambos era la creación de materiales adecuados para la formación de un público especializado —estudiantes, neófitos o interesados— en temas económicos y propiciar la profesionalización de la práctica económica en México. Estos fueron impulsados por los integrantes de la élite burocrática posrevolucionaria del sector económico, con el respaldo de figuras como Eduardo Suárez, Enrique González Aparicio, Antonio Carrillo Flores, Ramón Beteta, Gonzalo Robles, por solo mencionar a algunas.[30] Esto dotó tanto al FCE como a El Trimestre de una caracterización particular, donde el respaldo gubernamental, ya fuese de forma directa o indirecta, marcó los alcances y posturas promovidos dentro de sus páginas y colecciones. Esto es notable, tal como señala Rafael Rojas, durante la época del cardenismo, cuando se exaltó la capacidad de acción del Estado en materia económica, en franca crítica a los principios del liberalismo clásico.[31]
Partiendo de lo anterior, el origen de El Trimestre Económico se da a la par del fracaso de la solicitud realizada por Daniel Cosío Villegas y Eduardo Villaseñor a editoriales españolas como Espasa-Calpe o Aguilar para formar una colección de obras de economía que ayudase a cubrir la falta de materiales formativos en idioma español.[32] Tal como señala Cosío Villegas en sus memorias, un año antes de la formación del FCE, en 1933, junto a Eduardo Villaseñor propusieron al librero y editor Alberto Misrachi que financiara, a través de su empresa Central de Publicaciones, una revista especializada en economía.[33] Para ello habían tomado como base el modelo de la revista inglesa Economic Quarterly, en su deseo por impulsar los estudios económicos, tal como señala Víctor Díaz, buscando crear el medio para dar a conocer las reflexiones y estudios surgidos dentro de la comunidad de especialistas acerca de las problemáticas económicas a partir de las condiciones locales, además de servir para proveer a los estudiantes de materiales adecuados para su formación.[34] Esta apareció hasta el primer trimestre de 1934, cuando se publicó el primer número.
Ahora bien, durante los años estudiados, dentro de El Trimestre Económico es posible percibir distintas etapas respecto a las temáticas y perspectivas dominantes. Tal como señala Margarita Olvera, en la publicación se manifestó un horizonte de preocupaciones de época, donde temas como los salarios mínimos, el costo de la vida, la modernización económica, el manejo de la política financiera, así como la perspectiva agraria fueron objeto de interrogación y reflexión por parte de autores mexicanos y extranjeros. Dichas reflexiones se generaron a partir de estudios modestos, sin una teoría-metodología económica compleja, pero que representan los primeros acercamientos a problemáticas poco o nada abordadas, lo que, según Olvera, significó una experiencia cognitiva que enlazaba tanto a autores como a lectores en torno a una serie de discusiones sobre la agenda económica de la época, lo que a su vez también ayudó a la institucionalización de distintos saberes que contribuyesen a una manifestación más profesional de la labor económica.[35]
Historiográficamente se ha resaltado que, durante las décadas de 1930 y 1940, El Trimestre Económico atravesó por distintas etapas: la primera de ellas, que se extiende a lo largo de los años 30, corresponde a una postura enfocada en la vinculación de lo internacional con lo nacional, donde a partir de teorías y enfoques de carácter “universal” que ofrecía el conocimiento económico se buscaba volcarlas al debate y la reflexión de las condiciones propias de la nación, y con ello ofrecer alternativas adecuadas a las problemáticas de la época. Ya durante la década de 1940, en pleno contexto de la Segunda Guerra Mundial, la atención paulatinamente se iría enfocando en Latinoamérica, buscando con ello ofrecer un panorama propio de las condiciones que imperaban sobre la región, además de procurar soluciones propias para sus problemáticas, haciendo una interrelación más sutil entre lo nacional y lo regional.[36] Dicha tendencia se asentó simbólicamente a mediados de la década con las reuniones celebradas entre Daniel Cosío Villegas, Víctor L. Urquidi, Raúl Prebisch y Robert Triffin propiciadas por el Banco de México entre 1944 y 1946, a partir de las cuales se reflexionó sobre la condición periférica y del subdesarrollo de los países de la región,[37] lo que dejó una gran huella dentro de la publicación. Por ello, la presencia de temas como moneda y banca, economías nacionales, la tenencia de la tierra y la agricultura, el comercio internacional, las finanzas públicas, la cuestión laboral, o el desarrollo económico fueron tópicos de constante presencia dentro de El Trimestre.[38]
Entre la legitimación estatal y la instrucción pública: la mirada antifascista de El Trimestre Económico
El abordaje del fascismo en El Trimestre Económico resultó un tópico continuo, aunque no central, debido a que otros temas ocuparon mayor volumen en su tratamiento. A pesar de ello, es posible considerar que este resultó en una continuidad por más de 10 años, con momentos de auge entre 1937 y 1943, años cruciales para el tema por fenómenos como la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial. Dentro de ese abordaje, la revista tuvo la peculiaridad de tocarlo solamente dentro de la esfera internacional, evitando abordar el escenario nacional ante dicho tratamiento.[39]
Es posible concebir que su atención al fenómeno desde una postura antifascista estuvo influida por la relación que la revista tuvo con el Estado mexicano. Partiendo de lo formulado por Ricardo Pasolini, quien concibe que las manifestaciones antifascistas en América Latina propiciaron la “internacionalización” del escenario político nacional,[40] es posible comprender que esta publicación, inserta dentro de un círculo de influencia ejercida por la estructura estatal mexicana en el cual se encontraban otras publicaciones periódicas de la época,[41] se convirtió no solo en una plataforma más, sino en el sostén de la política antifascista que detentaron los gobiernos mexicanos de la época, aunque, como veremos a continuación, esto se dio dentro de los propios términos de la publicación.
En primer lugar, es posible considerar que, al tener estrecho contacto con los círculos gubernamentales de los gobiernos de Lázaro Cárdenas (1934-1940) y Manuel Ávila Camacho (1940-1946) —llegando en algunos casos a que los promotores del Trimestre formaran parte de la estructura burocrática de dichas presidencias—, la revista se convirtió en un espacio de reafirmación y legitimación de la postura diplomática que el gobierno mexicano refrendó durante estos años ante la esfera pública nacional.
La postura internacional que sostuvo el gobierno durante las décadas de 1930 y 1940 estuvo profundamente asociada con la reafirmación del derecho de autodeterminación de los pueblos y la no intervención en política interior de cada país, lo que constantemente llevó a que la diplomacia mexicana aprovechara los foros internacionales para reafirmar su rechazo a la intervención extranjera en el caso de la Guerra Civil Española o la invasión de Abisinia por parte de Italia.[42] Esto se ha caracterizado historiográficamente como un “antifascismo de Estado”, es decir, el impulso de medidas —tanto a nivel nacional como internacional— por parte del Estado mexicano que limitasen cualquier propaganda y acción política en favor de estos regímenes, así como el rechazo público hacia el fascismo.[43] Esta situación permite comprender en parte la postura antifascista que reafirmó El Trimestre Económico. El posicionamiento internacional del gobierno mexicano tuvo repercusiones dentro de la esfera pública nacional, lo que provocó que muchos sectores —entre ellos, la revista de economía— se volcaran a respaldar las acciones diplomáticas mexicanas.[44]
En primer lugar, el apoyo se alineó dentro de la lógica pedagógica de la revista, pues concebían que la opinión pública mexicana desconocía en gran medida los temas de la agenda internacional, lo que era considerado como una grave laguna que impulsaba posturas erróneas e ignorantes respecto a la posición de los gobiernos mexicanos. Esto es visible en la reseña que realizó R. A. G. sobre el reporte de acciones de la Sociedad de Naciones entre 1937 y 1938, en la que señalaba la necesidad de profundizar el conocimiento en dicha materia dentro del público mexicano, ya que
No puede sorprendernos, pues, que en ocasiones se susciten campañas para que México se separe de la Sociedad, tal como ha ocurrido en fechas recientes, que, por fortuna, no han logrado su propósito. Decimos por fortuna porque, dado el desconocimiento de los trabajos que realiza, fácil pudiera ser que esas opiniones se impusieran a la conciencia pública y que nuestro país se viera en la necesidad de inclinarse ante ellas. México se ha mantenido firme en su posición de Estado miembro y esto es de celebrarse por la importancia de la labor internacional que viene desarrollando y que nadie que conozca los informes anuales de la institución puede negar.[45]
Esta visión de refrendo a la postura internacional mexicana y la necesidad de reafirmarla en la esfera pública puede ayudar a comprender por qué el abordaje del fascismo dentro de El Trimestre se limitó a su comprensión como un fenómeno de la esfera internacional y no como algo “existente” en el espacio nacional, algo común en otras publicaciones de la época, tales como Futuro o El Popular.[46] El singularizar la interpretación del fascismo como algo externo se fundó en la necesidad pedagógica de conformar una opinión pública con fundamentos acerca de dicho fenómeno, con el propósito de evitar cualquier tipo de descalificaciones o incomprensiones respecto a la razón por la que el gobierno mexicano tomó esta postura en el escenario internacional. Esto permite comprender por qué no se encuentra dicho tópico en clave nacional dentro de El Trimestre.
Este respaldo a la postura antifascista gubernamental fue reafirmado constantemente dentro de las páginas de la revista, tal como es visible en el ensayo de Eduardo Villaseñor titulado “La economía de Guerra en México”, donde el economista mexicano plasmó la necesidad de comprender la postura internacional mexicana, de ver sus bondades y apoyarla. Él concebía que, en relación con la situación global, era imposible que México adquiriera relevancia en la guerra solamente como socio comercial de Estados Unidos, por lo que era necesario refrendar su posición y apoyarla para ganar una legitimidad internacional por sí mismo, pues
México ha sido partidario de las democracias desde siempre; como México ha sido anti-fascista y anti-nazi, no desde diciembre de 1941 o desde junio de 1942, sino desde muchos años antes; como México ha dado pruebas con gestos y actos internacionales de valor positivo; como México vió el peligro y tomaba las posiciones definidas ante un enemigo que hoy se reconoce; como México, anticipándose en realidad a las grandes democracias, dio ayuda efectiva a la República Española, primera víctima del fascismo internacional, México no es neutral. Podría decirse que en realidad no es México quien se ha unido a las democracias en la guerra contra el fascismo, sino que son ellas las que se han convencido de la razón de México en ser anti-fascista muchos años antes que ellas.[47]
Es perceptible que Villaseñor concebía a México como la vanguardia antifascista a nivel internacional, que adoptó una postura en rechazo al fascismo y en solidaridad con aquellos países afectados por los regímenes de ese carácter. Esto lo situaba dentro de una posición peculiar en el entorno internacional, pues le granjeaba una autoridad moral frente a otras naciones, lo que era necesario refrendar dentro del contexto nacional.
En segundo lugar, la atención que El Trimestre prestó al fascismo también puede atribuirse al esfuerzo por configurar una opinión pública de carácter antifascista. El ejercicio pedagógico impulsado por la revista se volvió un notable esfuerzo por dotar a los lectores de herramientas interpretativas con las cuales pudieran posicionarse ante el fenómeno. Esto se buscaba a través de la circulación de una serie de autores e interpretaciones donde se definían, desde una matriz económica y social, diversas características de estos regímenes y las razones por las que eran perjudiciales para las lógicas de los países occidentales. Para ello resultaron esenciales distintas prácticas desarrolladas dentro de la revista relacionadas con la búsqueda de “normar” la profesionalización de la economía, tales como la construcción de un corpus de conocimiento disciplinar, la traducción de autores “autoridad” en la materia, la concepción de una expresión “científica” de las posiciones defendidas, la proyección de utilidad social del conocimiento o la desconfianza de los saberes considerados como cuestionables.
La construcción de un corpus de conocimientos que definiera lo que era el fascismo, con el propósito de encauzar la opinión pública hacia una postura antifascista, se emparejó con el esfuerzo pedagógico promovido por la revista en la búsqueda de profesionalizar la economía, para lo cual empleó a los principales economistas de la época.[48] Este corpus de “saberes interpretativos antifascistas” también se nutrió de la selección realizada por parte de los editores de la publicación respecto a qué autores traducir, su reputación dentro de la disciplina y el peso que la noción de “autoridad” tuvo en la realización de dicha operación.
La selección de autores cuyas obras fueran de significación para impulsar la consolidación de los saberes económicos, a la par del proyecto de traducción del FCE, también tenía como principal interés relacionar los saberes teóricos con las reflexiones más relevantes de temas contemporáneos. Esta selección, guiada por los criterios de “autoridad” y “fiabilidad” que concebían los impulsores de la publicación,[49] acercaba sobre todo a aquellos autores provenientes del contexto anglosajón. En este sentido, la perspectiva fabiana, keynesiana y del New Deal, así como su crítica al liberalismo clásico, resultó preponderante en la revista.[50] Por ello resulta comprensible que se recurriera a autores como G. D. H. Cole, Harold Lasky, Henry Truchy, Maurice Dobb, Carl T. Schmidt, R. Palme Dutt, entre otros, para definir distintas vertientes del fascismo, tales como su carácter imperialista y autárquico,[51] su constitución corporativista,[52] las condiciones globales que le dieron origen,[53] o su situación agraria.[54] Estas producciones en general enfatizaban los perjuicios que trajeron consigo los regímenes fascistas en el entorno económico, político y social, y si bien no se posicionaban de forma abierta como antifascistas, sí es posible encontrar implícito un rechazo a esta clase de regímenes, que en sí mismo representaba una sutil manifestación antifascista.
Esta expresión estuvo acompañada por la búsqueda de establecer una concepción interpretativa “objetiva”, asentada en “hechos” de corte científico. La necesidad de comentar una base “fiable” de conocimientos interpretativos acerca del fenómeno permitiría, a los ojos de los impulsores de la publicación, la construcción de argumentos sólidos y poco refutables, que afianzaran la asociación entre antifascismo y saberes “racionales”. Esto es visible sobre todo en el artículo publicado por Francisco Frola[55] acerca del corporativismo y su relación con el fascismo italiano. En él, el italiano criticó la forma en que el régimen encabezado por Mussolini había manejado, subyugado e incorporado al Estado al movimiento sindical, y con ello limitado su capacidad de acción e independencia. Sobre este trasfondo, Frola aprovechó para cuestionar la forma en que diversos autores estadounidenses, como H. W. Schneider o Carmen Harder, habían formulado distintas interpretaciones del régimen italiano, las cuales consideraba poco fiables por recurrir al conocimiento especulativo y a la suposición idealista en sus aseveraciones, sin asentarlas en una base sólida de conocimientos; condenaba sobre todo la exaltación que hacían estos autores de las potencialidades “imaginativas” del fascismo.[56] La postura de Frola y la búsqueda de interpretaciones “objetivas” se relaciona sobre todo con la concepción del fascismo como manifestación de la barbarie y la irracionalidad, donde los conocimientos utilizados por estos regímenes en diversas dimensiones carecían de toda certeza y metodología científica, por lo que resultaba necesario oponer los valores de la razón en la construcción de una postura antifascista.
Esta misma búsqueda de certeza racional también puede observarse en la reseña realizada por Francisco Ginner de los Ríos al trabajo They wanted war de Otto D. Tolischus, donde el español consideraba que el libro estaba
hecho de girones de sucesos y tiempo, está lleno de objetividad. Es quizá esto lo que más nos apasiona en sus lecturas. El escritor está claramente situado a un lado de los dos en pugna [, el antifascista] en el mundo de nuestros días, y, naturalmente, está frente al movimiento que analiza. Pero en lugar de deshacerse en diatribas apasionadas y en gritos de indignación, prefiere que de la narración escueta de los hechos, sencilla y clara, se desprenda la condenación y la repulsa hacia ese nuevo mundo que Hitler preconiza y trata de imponer. Y lo consigue de una manera más que plena que si se hubiese dejado llevar de una indignación mal contenida. Tremendo testimonio el que nos brinda con su serenidad lograda este libro que tenemos ahora en las manos.[57]
Esta valoración de la parsimonia narrativa y de la objetividad argumentativa, en pro de exaltar al bando antifascista, muestra el peso que dichos aspectos tuvieron dentro de la construcción de la sensibilidad antifascista presente en El Trimestre.
La búsqueda interpretativa antifascista también fue manejada como una herramienta de utilidad social para posicionarse y hacer un llamado a actuar frente a los fascismos, donde el saber era movilizado en aras de lograr respuestas a estas situaciones; con ello se buscaba asentar, sobre todo, los detrimentos a la vida social que representaba para las sociedades occidentales esta clase de gobiernos totalitarios. Este llamado a la acción se fijó como una intervención del intelectual frente a la sociedad, que busca concientizar y transformar a esta por medio de los saberes. Esto es perceptible en distintas reseñas aparecidas en El Trimestre, sobre todo de aquellos libros enfocados en el análisis de estos regímenes. De nueva cuenta, la reseña de Ginner de los Ríos sobre They wanted war funciona como botón de muestra, pues este consideraba que el “conocimiento de las realidades alemanas […] tendrá valor de presencia inmediata y actual en la preocupación del mundo mientras Hitler y su política sigan en el primer plano de nuestros días”.[58] Este valor del conocimiento sobre el nacionalsocialismo alemán, desde la visión del español, ofrecía una ventana de oportunidad para la toma de decisiones y acciones acerca de cómo proceder para lograr la derrota del fascismo.
Por otro lado, la asociación entre el fascismo y conocimientos “pseudo-científicos” que buscaban legitimar sus acciones también fue retomada dentro de la publicación. En este sentido, esta relación se delineó a través de la crítica que se realizó a la geopolítica como disciplina que justificaba los reclamos territoriales del nacionalsocialismo. Esta, a partir de las bases interpretativas generadas por el Instituto Geopolítico de Múnich y por Karl Haushofer, era vista como una ciencia espuria, cuya única función había sido legitimar las pretensiones expansionistas e imperialistas hechas por el nacionalsocialismo alemán, sobre todo a partir de la formulación del Lebensraum.[59] Es por ello que cualquier pretensión de emplear dichos conocimientos para generar un marco analítico sobre la política global era descalificada o cuestionada por los colaboradores de la publicación, tal como se venía realizando en el caso del Institute of International Studies de la Universidad de Yale, donde autores como Samuel F. Bemis, William T. Fox o John Spykman retomaban los principios geopolíticos para analizar el rol de Estados Unidos en el entorno internacional.[60] En esa sintonía se encuentra la reseña realizada por Manuel Alvarado Orozco acerca del libro Geopolitics: the struggle for space and power, de Robert Strausz-Hupé. Alvarado Orozco concebía que
En el continente americano, durante los años manchados por la sangre que inunda al mundo en guerra, la literatura sobre las pretensiones seudocientíficas de la geopolítica había desaparecido. Parecía que la frágil y artificiosa estructuración de pequeñas verdades, dilatadas en grado sumo, extraídas de la geografía, de la política, de la economía y de las disciplinas militares, quedaba arrinconada en el Instituto Geopolítico de Munich. Sin embargo en Norteamérica, muchos profesores, en el año de 1942, se han impuesto la tarea de traducir al lenguaje del Yanqui medio el brebaje tan ampliamente distribuido al pueblo alemán por Haushofer y sus discípulos.[61]
Esta concepción crítica sobre la geopolítica no solo se estructuró por la pretensión científica de estos conocimientos, sino también ante el peligro que podría significar su utilización para la legitimación de reclamos territoriales realizados por los Estados Unidos dentro del continente americano, lo que representaba, a los ojos de Alvarado Orozco, una posibilidad debido a los antecedentes históricos al respecto que veían algunos de los colaboradores y otros intelectuales de la región en las prácticas imperialistas sucedidas en la primera mitad del siglo XX por parte del país norteamericano.[62]
Conclusiones
El papel de las revistas especializadas en los procesos intelectuales de la primera mitad del siglo XX no se limitó solamente a los procesos de profesionalización de las disciplinas del conocimiento social, sino que trascendieron también a la discusión e interpretación de diversos fenómenos políticos de la época, como en este caso fue el fascismo. El Trimestre Económico es solo un ejemplo de cómo estas revistas sirvieron para la construcción de una postura antifascista, estructurada a partir de miedos e inquietudes sobre la significación de esta clase de regímenes para las sociedades de la época. Esto conllevó a que distintas de estas publicaciones, desde sus particularidades y características tales como el afán normativo de las ciencias sociales o la construcción de corpora de saberes, impulsaran la discusión pública del tema, empleando los recursos teóricos e interpretativos propios de la disciplina a la que atendían, para orientar y dirigir dentro de la opinión pública una corriente de apreciación en contra del fascismo.
La particularidad de El Trimestre, a partir de su relación y dependencia con la estructura estatal mexicana, propició que la iniciativa por construir un corpus de saberes propio de la economía y el esfuerzo por “normar” la práctica profesional de esta disciplina se viera atravesado por la defensa de la postura diplomática antifascista de México y el impulso de una postura antifascista en la esfera pública. Esto se conjugó para que la revista diera lugar a una expresión antifascista afianzada en los parámetros propios de las disciplinas en profesionalización durante la época, con concepciones como la fiabilidad del conocimiento producido a partir de una reflexión especializada y metódica, o el uso de autores considerados como “autoridad” para legitimar sus propias posturas políticas.
Agradecimientos
Agradezco a Miranda Lida, Ângela Meirelles y Adrián Celentano los comentarios realizados al trabajo.
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Notas