ARTÍCULOS
Recepción: 29/06/23
Aprobación: 05/12/23
Resumen: Este trabajo se propone reflexionar sobre la representación de las políticas de y sobre los cuerpos en los géneros no-miméticos latinoamericanos de entresiglos. La hipótesis de trabajo pretende detectar en las curiosidades científicas de la “emergente” ciencia ficción (Haywood Ferreyra, 2011), en los horrores del gótico y en las propuestas de gubernamentalidad del policial las dinámicas de normalización de los cuerpos y de las prácticas de clasificación de los mismos. Este planteamiento supone un corpus dilatado –Juana Manuela Gorriti, Eduardo Holmberg, Francisco Calcagno, Clemente Palma, Blas Millán, entre otros– de los que se abordarán solo los elementos fundamentales de ficcionalización de las políticas sobre el cuerpo. Para alcanzar dicho objetivo, las obras se leen desde un enfoque interdisciplinario en el cruce entre los estudios formales de dichos géneros (en particular Ricardo Piglia para el policial, David Punter para el gótico y Darko Suvin para la ciencia ficción) y los aportes fundamentales sobre biopolítica y gubernamentalidad, desde Foucault hasta Roberto Esposito.
Palabras clave: policial, ciencia ficción, gótico, biopolítica, gubernamentalidad.
Abstract: This paper aims to reflect on the representation of the politics of and about bodies in the Latin American non-mimetic genres between the XIX and XX centuries. The working hypothesis aims to detect –in the scientific curiosities of the “emerging” science fiction (Haywood Ferreyra, 2011), in the horrors of the Gothic, and the governmental proposals of the police– the dynamics of normalization of bodies and their classification practices. This approach assumes a large corpus –Juana Manuela Gorriti, Eduardo Holmberg, Francisco Calcagno, Clemente Palma, Blas Millán, among others– from which only the fundamental elements of fictionalization of body politics will be addressed. To achieve this objective, the works are read from an interdisciplinary approach at the crossroads between the formal studies of these genres (in particular Ricardo Piglia for detective fiction, David Punter for Gothic fiction, and Darko Suvin for science fiction) and the fundamental contributions on biopolitics and governmentality, from Foucault to Roberto Esposito.
Keywords: crime novel, science fiction, Gothic novel, biopolitics, governance.
1. Introducción
El enfoque en las políticas del cuerpo, desde la sexualidad y la eugenesia hasta el higienismo social, ha ido cobrando importancia en las investigaciones recientes sobre las letras hispanoamericanas de entresiglos (XIX-XX). Premisa fundamental de este trabajo es la dimensión masiva y no popular de la ciencia ficción, el policial y el fantástico –en particular en su vertiente gótica–. En la estela del ensayo de Luis C. Cano Reyes, Los espíritus de la ciencia ficción (2017, p. 32 y ss.), consideramos el policial, el gótico y la ciencia ficción funcionales a la construcción de una hegemonía de clases que se sustenta en un paradigma de prácticas políticas y de discursos que las respaldan (Foucault, 1998). En este sentido, el adjetivo popular puede sustituirse con el de masivo, referido solo a los medios de comunicación –periódicos, revistas ilustradas etc.– y, consecuentemente, al público lector al que se dirigen, y no a los contenidos y menos aún a la capa social de los autores. Sin considerar unos casos aislados, entre ellos Horacio Quiroga, los/as autores/as son en su mayoría médicos, letrados/as o hasta ingenieros/as y dejan constancia de la consolidación política y discursiva de una clase social, la élite liberal que va afirmándose a expensas de las oligarquías tradicionales. Después de un párrafo sobre las investigaciones que se centran en una lectura biopolítica de las literaturas nacionales desde la segunda mitad del siglo XIX hasta los primeros cuarenta años del XX, el artículo aborda unos ejemplos de ficcionalización de la gubernamentalidad.1 En ellos se tomarán en cuenta casos que ejemplifiquen la clasificación de los sujetos sociales (mujeres, locos, etc.), el papel de la mujer en relación a los dispositivos de normalización y la clasificación de una otredad social (indígena, intelectual, política). El objetivo es definir la relación entre forma literaria y constructo social jerárquico y disciplinante (Foucault, 1993).
2. Las ficciones fundacionales de un capital
Entre la década de los años 90 del siglo XX y nuestros días, los trabajos críticos sobre las letras de entresiglos han ido privilegiando un enfoque centrado en la relación entre literatura y construcción política de una nación homogénea –y por lo tanto excluyente de toda alteridad (Paz Soldán, 2003). La hipótesis principal de estas investigaciones plantea la posibilidad de detectar el incipiente (y aún sin denominación) molde teórico del gobierno biopolítico de los cuerpos en las estructuras formales de las letras latinoamericanas, estableciendo un “pacto de sentido con los nuevos paradigmas científicos, desde la estadística y la medicina hasta las ciencias sociales” (Domínguez, 2021, p. 34).2 Desde el punto de vista de los géneros “miméticos”, o pretendidamente realistas, consideramos dos ensayos fundamentales para este trabajo: Foundational Fictions (1991) de Doris Sommer (usamos aquí la traducción española de 2004) y Capital Fictions (2012) de Ericka Beckman.
En el primero, Sommer apunta hacia una argumentación que se sitúe crítica y teóricamente en la encrucijada entre Historia de la sexualidad de Michel Foucault y Comunidades imaginadas de Benedict Anderson. En opinión de Sommer, es posible encontrar una “significación recíproca” entre los dos enfoques que supere la mera sincronía histórica de los fenómenos que cada uno estudia (segunda mitad del XVIII, primera mitad del XIX). El problema de la disidencia sexual, convertido ahora en patología, “causa y efecto del poder jurídico” (Sommer, 2004, p. 51), es central en la armazón del autor francés, pero, añade Sommer, se olvida de la necesidad de crear un imaginario nacional de lo normado, la representación de un deseo compartido que sea al mismo tiempo metonimia de la nación por venir:
Foucault parece indiferente ante el despliegue más obvio de la sexualidad burguesa, la legítima opción sexual sin la cual no podría haber perversión alguna, y su indiferencia se hace extensiva al género literario más vendido del discurso burgués: las novelas que tanto hicieron por la construcción de la hegemonía heterosexual en el contexto de la cultura burguesa. (p. 51)
La norteamericana apunta a la edificación de un horizonte del deseo y de la unión sexual que acote un proyecto nacional tanto en términos de clases como desde el punto de vista de la eugenesia y el higienismo social. El melodrama vehicula el relato hacia la superación de los obstáculos urdidos para impedir alcanzar la alcoba y la patria. En este género, el amor heterosexual –en algunos casos se exhibe una cópula mestiza apta a “aniquilar la diferencia” (p. 52) y borrar por sustitución la presencia indígena– es el desenlace imprescindible, hasta convertirse en “escandalosamente exhibicionista” (p. 51).
A través de un enfoque materialista dialéctico, Ericka Beckman reflexiona sobre la relación entre proyecto económico y ficcionalización de una ideología globalmente productiva para las naciones latinoamericanas. La Export Age que enmarca históricamente el ensayo empieza con la conquista de un liderazgo político por parte de las élites liberales y llega hasta los estragos, en 1929, del modelo agroexportador. En esa fase histórica, el acceso a los mercados mundiales produce (más allá de la dependencia económica) una clase pudiente titular de la retórica de la relación entre cuerpo y economía. Anclada en el concepto de hombría, dicha retórica conceptualiza tanto la gestión de la mano de obra como la reproducción del capital y de la población. El cuerpo masculino criollo es el designado para alcanzar los objetivos de producción de bienes y de incremento demográfico.
La desviación a la norma, en cambio, emerge del dandismo típico de los poetas modernistas, sensuales y amanerados, cuyo afán hacia el lujo surge de la abundancia de capitales producidos por las exportaciones: el cuerpo virilmente productivo termina patológicamente en un sensualidad estéril.
Entre paréntesis: la caprichosa ostentación de bienes raros está acompañada también por el interés hacia las filosofías orientales e influencia el debate cultural de entresiglos, combinando el discurso positivista con las teorías orientales como el mesmerismo, la teosofía y el espiritismo (Casaús Arzú y García Giráldez, 2005). Esta propensión latinoamericana hacia cierta heterodoxia científica se vuelve central en el análisis de las primeras producciones del fantástico hispanoamericano (Quereilhac, 2015; Cano Reyes, 2017) y en cierto sentido, como se verá, propicia también la exhibición de las prácticas de gobierno de los cuerpos en dichas literaturas.
En un artículo de 2009 sobre la novela del colombiano José Asunción Silva De sobremesa (terminada cuando el poeta se suicidó en 1896 y publicada luego en 1925), Ericka Beckman reflexiona sobre el nexo que en la novela se instaura entre lujo, bancarrota y masculinidad. Desde el punto de vista de este trabajo, se destaca la relación entre despilfarro improductivo, afectación e identidad afeminada que, de alguna forma, caracteriza al artista modernista. De hecho, los invitados a la cena murmuran de una “enfermedad nerviosa” del artista (Asunción Silva, 1996, p. 19-20) que tiene que ver con el afán del lujo y con la ineptitud en la acumulación de capitales. El ultraje de las normas biopolíticas del cuerpo productivo vuelve en el relato del affaire que el protagonista, José Fernández, vivió en París y que terminó con un pleito bastante grave entre enamorados por lo que el “macho”, según las políticas del cuerpo más clásicas, hubiera tenido que bañar la ofensa en sangre. Beckman enfatiza la incapacidad por parte del sujeto postrado por su afeminamiento de cumplir con los imperativos de la masculinidad:
en vez de blandir un arma de verdad para recuperar su honor, saca de su solapa una pequeña daga toledana adornada de hoyas. La progresión esperada de la escena se corta de forma cómica, ya que el lujo ha anulado la posibilidad de restablecer el poder fálico. (2009, p. 768)
Existe una lectura biopolítica de estas obras, una retórica de la enfermedad moral y física que estas novelas incluyen en la narración de una normalidad. La excentricidad de Fernández nos permite leer a contraluz la retórica del cuerpo productivo, pero es otra obra colombiana, La vorágine (1926) de José Eustasio Rivera, que saca las contradicciones del homo æconomicus (Foucault, 2005) del clóset y las echa a la remota geografía de la patria. La vorágine es una novela que “no logra atar cabos” (Sommer, 2004, p. 334); en la medida en que establece un ideal afirma su contrario: el sueño liberal se convierte en salvajismo económico y la patria en un infierno de explotación y abusos; el ser viril, en un débil; la mujer alcanza una inusitada independencia económica y sexual, etc. Según Doris Sommer, “el enemigo del poco admirable Cova resulta ser a menudo él mismo” (2004, p. 232) y la imagen que tenemos de Alicia y Griselda es todo menos estereotipada. La independencia de las dos mujeres subvierte constantemente la narración masculina de manera tan contundente que Cova tiene que disimular (mal) su fracaso: “Cova no imagina que Alicia y Griselda pueden ser dueñas de su propio destino y asume que Barrera las llevó a la selva por la fuerza como mercancía sexual […]. Entonces descubrimos que Alicia es quien le cortó la cara a Barrera y Griselda la que mató a su violador” (Sommer, 2004, p. 344).
También Beckman refiere el desmoronamiento –en Cova– de la retórica del sujeto masculino (poeta, por más señas) que no puede convertirse en referencia económica en un país que ya no existe (Colombia en la Amazonia, por ejemplo). El concepto de patria sustenta una ficción de la misma, pero donde la patria es difuminada y borrosa, la ficción se atenúa y la realidad se vuelve más acuciante:
Ni siquiera había sido leal con él cuando pretendí disfrazarle mi condición en La Maporita: decirle que era hombre rico, cuando la penuria me denunciaba como un herrete; decirle que era casado, cuando Alicia revelaba en sus actitudes la indecisión de la concubina. ¡Y celarla como a una virgen después de haberla encanallado y pervertido! ¡Y desgañitarme porque otro se la llevaba, cuando yo, al raptarla, la había iniciado en la perfidia! ¡Y seguirla buscando por el desierto, cuando en las ciudades vivían aburridas de su virtud solícitas mujeres de índole dócil y de hermosa estampa! (Rivera, 2011, p. 215-6)
Con Sommer y Beckman nos interesa demostrar que el discurso público, también literario, construye una imagen de la sociedad que incluye las prácticas de dominio, sus dinámicas de sujeción de los cuerpos y, particularmente, la construcción de una narrativa que encubre las contradicciones del discurso hegemónico. El espacio salvaje de Casanare antes, y aún más de la Amazonia después, representa el lugar donde toda hegemonía pierde el discurso que la respalda, donde toda ficción de la nación se manifiesta exactamente por lo que es: una ilusión.
Según Beckman, a partir de una armazón crítica vinculada a la economía política, La vorágine agota los medios narrativos de la corriente regionalista en la que se incluye. Huidos de Bogotá, dice Cova que por un lío de faldas, la pareja llega a Casanare donde luego conocerán a Griselda y Barrera y donde empezará la odisea de Cova en busca de su propiedad y de su némesis (Alicia). Recién entrados en la región, dos personas los confunden con unos acuñadores de monedas:
–Yo creí –balbuceó– que eran sus mercedes los acuñadores de monedas. De la ramada estuvieron mandando razón al pueblo para que la autoridad los apañara, pero mi padrino estaba en su hacienda, pues sólo abre la Alcaldía los días de mercado. Recibió también varios telegramas, y como ahora soy comisario único... Sin dar tiempo a más aclaraciones, le ordené que acercara el caballo de la señora. Alicia, para ocultar la palidez, velóse el rostro con la gasa del sombrero. (2011, p. 12-3)3
Cova y Alicia son falsarios en la medida en que participan de la falsificación producida por el dinero, la fábula de la plusvalía. Llegados a la producción agropecuarias, y más aún en los territorios del caucho, la materialidad de la producción delata la magia (negra) del dinero. A la idea de la doble vertiente del discurso literario –construcción de una realidad nacional a través de una ficcionalización de lo real– vigente en la ficción del dinero,4 se suma en este artículo la contradicción biopolítica. De una manera parecida, los géneros masivos no exhiben tan solo la construcción de una idea biopolítica, sino también las contradicciones en las prácticas de protección moderna de los cuerpos. Desde sus primeros estudios, Foucault localiza en las formas de gobierno de los cuerpos no solo las nuevas prácticas del cuidado y del disciplinamiento social sino la posibilidad de producir muerte por parte del Estado.
Siguiendo con los estudios sobre biopolítica, la teorización de las racionalidades propias del poder soberano que subyacen a la gubernamentalidad moderna se desarrolla en las cabales propuestas de Giorgio Agamben y Roberto Esposito. El asunto clave en ambos filósofos tiene que ver con la conceptualización de las funciones del poder, inscribiéndolas en un horizonte de inteligibilidad. Agamben (1995) formula el concepto de “estado de excepción” y la figura del Homo Sacer, un sujeto social sacrificable en nombre del poder soberano; Esposito (2004), fijándose en la metáfora corpórea del “cuerpo social”, articula el concepto de “inmunización” para explicar las meticulosas “inyecciones” de una cantidad de muerte en defensa de la vida pública.
A raíz de estas herramientas teóricas, se busca en los géneros especulativos y en el policial la misma doble función de acción/repulsión de la biopolítica que protege los cuerpos dóciles al mismo tiempo que prevé la aniquilación de todo sujeto patológico, con una variación fundamental. Si una obra como La vorágine surge de la posibilidad por parte del lenguaje de revelar sus mismas convenciones simbólicas, deconstruyendo las narraciones que en su momento edificaron una realidad nacional, el policial, la ciencia ficción y el gótico refieren sus historias desde la mera frontera entre planes distintos del real. En otras palabras, producen unos discursos que dejan entrever constantemente su envés; en el momento en que dictaminan una versión de lo real, exhiben su contrario. Las palabras de Rosalba Campra sobre el fantástico pueden usarse también para la ciencia ficción y el policial: todas estas ficciones modernas miran a un posible plan alternativo de la realidad.
El extrañamiento de lo fantástico es el resultado de una grieta en la realidad, un vacío inesperado que se manifiesta en la falta de cohesión del relato en el plano de casualidad. […] Mientras en lo absurdo la carencia de casualidad y de finalidad es una condición intrínseca de lo real, en lo fantástico deriva de una rotura imprevista de las leyes que gobiernan la realidad. (1991, p. 56)
La dificultad evidente en la proposición de la racionalidad de las prácticas de gobierno se traduce, a nivel literario, en un concepto que es al mismo tiempo formal y de contenido: la paranoia, la idea según la cual la organización del relato en estos géneros instila en los actantes y en los lectores un fervor hermenéutico por la posible irrupción, en un sistema de protección de la vida, de una fuerza mortífera. El policial lo hace desde la construcción de un mensaje oculto que hay que descifrar ya que de eso depende la vida (Piglia, 1991, p. 5); la ciencia ficción desde la creación de un mundo cognitivo alternativo, regido por las mismas reglas científicas del ordinario (Suvin, 1985, p. 23), en el que sin embargo las funciones normales de la ciencia apuntan a una dimensión nefanda; el gótico, por el surgimiento de un mundo inesperado cuya imposición produce el terror y que altera las racionalidades ordinarias que gobiernan la realidad (Punter, 1996, p. 183).
En el vasto corpus de obras que responden a estas características en la literatura de entresiglos, se eligen para el artículo las que ofrecen un panorama exhaustivo y coherente del papel de estos géneros en la consolidación de las prácticas de gobierno de los cuerpos. Reunidas bajo la clase de ficciones paranoicas, las obras que se traen a colación no enseñan tanto las peripecias de los/las protagonistas en el cumplimiento de las normas sociales, sino el miedo a la irrupción de una anomalía en el cuerpo social y las consecuentes prácticas de castigo.
El análisis del corpus de este trabajo se enfoca entonces en la identificación de las racionalidades en las políticas del cuerpo más que en la definición de los confines entre géneros que, en las obras pioneras de entresiglos, se hace más difuminada. Por ejemplo, las obras de ciencia ficción que se traen a colación tienen que ver con lo que Soledad Quereilhac define de “fantasías científicas”:
[…] la fantasía científica funcionó en estrecha sintonía con la percepción secular-maravillada de los avances del conocimiento moderno y, por lo tanto, en lugar de insinuar la presencia del fantasma, la corroboraba, la presentaba como empíricamente existente. Si el fantástico del siglo XX avanzado atacó las certezas situándose en la ambigüedad y la no significación, la fantasía científica de entresiglos, conjuró la inestabilidad del campo científico con su inventadas certezas. (2015, p. 177)5
En otra publicación, Quereilhac reitera la peculiaridad “[de]l imaginario cientificista decimonónico, marcado por la mixtura entre saberes expertos y la especulación de los legos” (en López-Pellisa y Kurlat Ares, 2020, p. 57). La argentina explica que esa relación entre saberes disímiles, “es signo de la alta productividad especulativa e imaginaria que han tenido buena parte de las disciplinas y los descubrimientos científicos del siglo XIX hasta principios del XX”, para concluir que estas ficciones se sitúan en el cruce entre “lo luminoso esperanzador que se manifiesta en el corpus de utopías [tecnológicas] como lo oscuro y temible de muchas de esas proyecciones, sobre todo, en las derivas de cierto gótico criollo que impregna una zona de la temprana CF” (p. 57). Las obras clave en la argumentación de este trabajo privilegian la heterodoxia entre formas no-miméticas y, como se adelantaba, los confines entre géneros resultan ser borrosos.
3. La defensa del melodrama: el horror hacia lo patológico
A raíz de la atribución al melodrama del papel creacionista de una política del deseo eugenésico y patriótico, buscamos en este párrafo traer a colación ejemplos de géneros no-miméticos en los que la infracción de la norma social supone el fracaso del ideal melodramático. En “La Granja Blanca” de Clemente Palma, incluso en Cuentos malévolos (1904), los elementos del positivismo y del horror se mezclan en un vértigo de perturbadora congoja. El cuento empieza con una discusión entre el narrador y su maestro alrededor de la posibilidad de tener diferentes realidades, desvinculadas de una realidad objetiva. El positivismo se ve puesto en tela de juicio por las diferentes doctrinas filosóficas (espiritismo, teosofía, mesmerismo, etc.) que abarrotan el debate latinoamericano. A continuación, el amor intenso y desmedido entre el narrador y su prima se ve puesto en peligro cuando la mujer enferma de malaria y aparentemente muere. Sin embargo, tras una elipsis producida por un desmayo del protagonista, este encuentra a su prometida viva aunque demacrada. Los dos se casan y salen de la capital para mudarse a la Granja Blanca, una propiedad de la familia del narrador que se encuentra “en el fondo de un inmenso bosque, fuera del tráfico humano” (1904, p. 120). Ahí tienen una hija que lleva el mismo nombre de la madre: Cordelia. A los dos años, la madre muere al terminar su autorretrato (topos gótico). Leído desde la perspectiva del cuento de vampiros (que el autor ensaya también en “Leyendas de Haschischs”, de la misma colección, y “Vampiras”, de 1906), “La Granja Blanca” trabaja los tópicos del horror de tal forma que, conforme a otras obras de Palma (i.e., “Los ojos de Lina”), los patrones clásicos del género se ven distorsionados por una “indefinición, no solo en la figura del vampiro, que parece realizarse en más de una entidad textual, sino también entre las entidades del vampiro y la víctima, […] al servicio de un efecto de crueldad” (Morales y Sardiñas, 2019, p. 35).
Más allá del trabajo con el dispositivo narrativo del revenant, hay que enfatizar la reacción del poder de gobierno frente a lo acaecido. Desde las primeras líneas, el narrador evidencia las discrepancias filosóficas con su “maestro”, que rehúsa su peculiar Weltanschauung. El preceptor juzga inconveniente el conocimiento heterodoxo del joven: “[l]a conclusión de nuestro debate era […] que yo jamás sería un filósofo sino un loco” (1904, p. 117). Al final del cuento, el narrador, en busca de su desaparecida esposa, se topa con el maestro quien le trae de la capital una carta de la madre del protagonista y unos objetos de propiedad de la difunta. En la carta consta que Cordelia había muerto dos años antes. El narrador, desde su exaltación de espíritu, busca demostrar al mentor que Cordelia había vivido hasta hace poco y, como última evidencia, le entrega la hija, que es la copia de la madre: “[l]as incoherencias del aterrado maestro y una frase que exclamó: ‘¡es Cordelia que renace!’, abrieron ante mis ojos un horizonte inmenso, terrible… Si la ilusión de la vida puede repetirse, también la ilusión de la felicidad puede volver” (1904, p. 142). La discusión fenomenológica del comienzo del cuento irrumpe en la escena con su carga avasalladora. El maestro, frente al horror del vampiro y de la copia, decide cumplir un acto de dominio:
–¡Desgraciado!,– interrumpió el maestro, mirándome con espanto, –¿piensas hacer tu esposa á tu hija?
–Sí–, contesté lacónicamente.
Entonces el anciano, sin que yo pudiera impedirlo, acercóse con la niña a la ventana, la dio un rápido beso en la frente y la arrojó de cabeza sobre la escalinata de la Granja. Oí el ruido seco del pequeño cráneo al estrellarse. (p. 143)
El detalle macabro de la muerte de la niña nos ofrece una pauta más de lectura para un cuento que, hasta ese momento, solo había coqueteado con lo siniestro ya que las referencias al vampiro no habían sido otra cosa que unas sinécdoques: los ojos, las mejillas, los labios de Cordelia sugerían lo inefable al narrador y al lector, nada más. La llegada del maestro, que enmarca la narración, define los límites sociales del género, interrumpiendo con su injerencia la expansión de lo real en el régimen de lo fantástico. El maestro introduce (al comienzo) e impone (al final) una norma filosófica de la sociedad. La “hija del mal”, el abominable linaje, que activa una insana reescritura del melodrama, es una opción inadmisible en el planteamiento de las jóvenes naciones latinoamericanas y, por esta razón, desde el estatuto que se atribuye, el anciano impone la ley. Su derecho a dar muerte preserva la sociedad de una aberración sexual, biológica y filosófica. Desde la teoría inmunitaria de Esposito, la inyección de una dosis de mal, en este caso el asesinato de la niña, salvaguarda la sociedad de una enfermedad mayor. En este cuento se divisan las prácticas incipientes de gobierno de los cuerpos que se van articulando en los estados liberales latinoamericanos. Al toparse con las leyes implícitas de la gubernamentalidad, por entonces divisadas pero todavía sin definirse (Lemke, 2011; Bazzicalupo, 2010), el ser inconforme descubre su posición en las políticas de la vida: es un residuo en las manos del albedrío del poder soberano, un cuerpo sin protección (de hecho, los lobos llegan del bosque para comer lo que queda de la niña).
En el cuento del venezolano Blas Millán (seudónimo de Manuel Guillermo Díaz), “La radiografía” (publicado en 1929), tenemos un desenlace inesperado que se debe al acceso de la mujer al ámbito del saber médico. En el relato, un “intelectual nada millonario” (1955, p. 99), un sujeto poco viril y de antemano improductivo según la retórica liberal, busca una mujer con quien casarse. Tras alimentar su misoginia con mujeres “normalizadas”, conoce a Mercedes, una joven “[d]octora de la Universidad de Caracas”, especializada en Europa en Ginecología y Obstetricia. La heterodoxia de su posición social invade todo orden simbólico, incluido el de la definición de género ya que la mujer ostenta “cuellos, camisas y corbatas masculinas” (p. 99).
Antes de casarse, Mercedes le pide a José un “pequeño tratamiento” que consiste en un estudio minucioso de la relación de pareja para determinar, desde las certezas de la ciencia médica, la posibilidad de ser un matrimonio feliz: “[c]on semejante esposa, un hombre podía dedicarse a profundos estudios eugenésicos, seguro de encontrar en su cónyuge antes una ayuda que una impedimenta” (p. 100-101). Finalmente, José se resuelve a regalarle una radiografía de su tórax por la que Mercedes decide rechazar la idea de casarse con él: “[u]sted, querido amigo, tiene un comienzo de dilatación del corazón, como se ve claramente en la radiografía” (p. 103), por los hábitos insanos de fumar cigarrillos y tomar alcohol a pesar de sus “ideas higiénicas y eugenésicas” (p. 103).
El cuerpo acogedor de la mujer del melodrama se convierte en este cuento de ciencia ficción en una fría maquinaria diagnóstica que sustituye el deseo por la ciencia, lo cual no sería un problema si no fuera que esta última es prerrogativa del sujeto masculino. De hecho, José es un químico autodidacta y un sostenedor de las biopolíticas sociales que luce en tertulias de pacotilla frente a un auditorio improvisado. En el salón del barbero, por ejemplo, habla de cloroformizar y degollar a los niños “defectuosos de nacimiento” (p. 101); además, en el porvenir, “el Estado no casará sino a hombres y mujeres que hayan percibido el certificado de aptitud intelectual para la paternidad y la maternidad […] que se otorgará después de severos estudios de pedagogía, psicología, psiquiatría” (p. 102). Irónicamente, son esos mismos estudios los que le impiden satisfacer su deseo de tener una relación con Mercedes.
Antes de seguir, se señala un cuento anterior de Millán, “Fragmento de una carta de Caracas escrito en el año mil novecientos setenta y cinco (1975)”, incluido en la colección Otros cuentos frívolos (1926), donde la distopía de una sociedad futura surge de una inversión de los papeles de género: los “varones” se dedican, como Arturo Cova, a la poesía y al teatro, dejando el conocimiento científico a las mujeres. En esta sociedad, según la lectura correctamente irónica de Carlos Sandoval, “la enfermedad es grave” y el gobierno se ve en la urgencia de prohibir la “literomanía” (en López-Pellisa y Kurlat Ares, 2020, p. 430).
En “La radiografía”, la angustia por la inversión de papeles de género se suma al derrumbe de todo ideal deseante de construcción de una familia. En la carta que Mercedes le envía a José para comunicarle el fin de su relación, afirma no tener ánimo para el cuidado –“la profesión de médico me encanta, pero la de enfermera me horroriza” (1955, p. 103)–, refutando cargar con la noción de cura que la organización social definida por el novelón decimonónico imponía. Aquí la distopía coincide no solo con la paranoia de la sustitución social y de la inversión de las jerarquías, sino que confirma una hombría perjudicada por la presencia de farsantes sociales como el mismo Cova.
La paranoia que Blas Millán inventa encuentra su válvula de escape conciliatoria con el poder masculino en una obra anterior. La invasión de las mujeres en los ámbitos científicos, incipiente desde la segunda mitad del XIX, produce tanto el recelo mentado como una idea de castigo. En la nouvelle policial La bolsa de huesos (1999, publicada en 1898) del argentino Eduardo L. Holmberg, el problema del saber médico es central en la construcción de la trama. Brevemente, en la obra un médico hace de detective para dar con el asesino de tres estudiantes de medicina. El amateur de sabueso descubre que el asesino es Clara, una mujer y médico autodidacta, que disfrazada de hombre mata a la primera víctima con un veneno peruano desconocido para vengarse del embarazo que le impidió seguir estudiando medicina, y a la segunda para simular unos asesinatos seriales (la tercera víctima se menciona en la novela pero no tiene más importancia en la economía del relato). El “detective” le aconseja suicidarse con el mismo veneno para evitar la cárcel. El médico dispone del cuerpo de la mujer, establece las jerarquías y el derecho a matar en nombre de su posición. Clara es sí víctima del albedrío masculino –que implica la infracción de las leyes del deseo impuestas por el melodrama–, pero su venganza es ilegítima: lo es desde el punto de vista de la autoridad –se apodera de la legislación del castigo que le pertenece en cambio al varón, aunque no sea policía, como el narrador/protagonista– y del saber. Como escribe Josefina Ludmer,
Clara, la primera asesina del género policial en Argentina, es a la vez una paciente de Charcot y una bella Circe vengativa que sabe medicina. Encarna mejor que nadie la modernidad de fin de siglo en la “literatura científica” del relato policial: mata hombres de ciencia cuando se saca la ropa de hombre, y no recibe justicia del Estado, en el momento mismo que aparecen las primeras mujeres en la Facultad de Medicina de Buenos Aires, es decir las primeras médicas, que fueron también las primeras feministas argentinas. (1999, p. 359)
Desde el punto de vista de la gubernamentalidad de los cuerpos, si el cuento de Millás es un aviso, el de Holmberg constata la propiedad del discurso científico. Son dos paranoias diferentes donde la primera tiene que ver con la desautorización del cuerpo viril (lo cual supone una falla en la procreación) mientras que la segunda con la inyección de muerte en la sociedad. La evidente osadía de Clara se debe al manejo de un saber científico empleado para ultrajar las jerarquías sociales. Las prácticas de gobierno, entonces, no dependen solo de los nuevos conocimientos en múltiples ámbitos, entre ellos la medicina, sino de una élite hegemónica que disponga de estos mismos discursos y que establezca el castigo a partir de la infracción de las leyes que organizan los cuerpos.
4. La alteridad amenazadora
La intelectualidad positivista decimonónica tuvo evidentemente que enfrentarse con la presencia de otredades étnicas y considerar las opciones para construir una sociedad liberal que rechazara la esclavitud sin por esto incluir a indígenas y afrodescendientes en la patria.
Así, mientras en países de poblamiento aluvional como los rioplatenses es notoria la aplicación del dispositivo conceptual positivista como cuadrícula clasificadora destinada a ordenar los datos de una sociedad visualizada como excesivamente heteróclita, en aquellas otras naciones con un fondo indígena sumamente denso –como México, Bolivia o Perú– la mirada positivista se detendrá sobre todo en la detección de los fenómenos raciales que “explicarían” el retraso o las frustraciones de dichos países. (Terán, 1983, p. 8-9)
Los discursos del higienismo racial y el “efecto Nordau”6 de las teorías sobre degeneracionismo (biológico y psíquico) no poblaron solo las ficciones fundacionales de América Latina, sino que armaron también los discursos del fantástico y de las fantasías científicas.
Desde la lupa del degeneracionismo, el ensayo de Edmundo Paz Soldán sobre Alcides Arguedas propone una lectura radicalmente diferente del desenlace de Wata Wara (1904) y de Raza de bronce (1919-1942). La violación de Wata Wara por parte del dueño de la hacienda y de sus amigos “muestra efectivamente la fragilidad de los límites en un orden simbólico basado en la diferencia” (2003, p. 65). La degeneración moral del ciudadano moderno comporta la desaparición de “la diferencia entre los blancos ‘civilizados’ y los indígenas ‘bárbaros’” (p. 65): la literatura de Arguedas es también un proyecto de reglamentación del apetito sexual.
En el resto de su obra, Arguedas intentará explicar el fracaso histórico de Bolivia como nación moderna a partir de la existencia de una mayoritaria población indígena y del sujeto mestizo, fruto del encuentro sexual entre blancos e indios en una relación asimétrica de poder. Para el hombre del grupo dominante, el deseo sexual es una de las formas que toma la relación con el grupo dominado. (p. 45-46)
El contacto, la incorporación y la consiguiente destrucción del proyecto civilizador moderno por parte de una otredad situada en una frontera inestable e interna a la nación, cruza la literatura hispanoamericana decimonónica –desde La cautiva (1837), el poema fundacional de Esteban Echeverría (Jáuregui, 2005, p. 373)– y se articula también en los géneros masivos.
En el cuento de ciencia ficción del escritor peruano Enrique López Albújar, “Febri Morbo” (publicado en 1898), la invasión del enemigo tropical se visualiza a través de la epidemia como metáfora. La ciudad de Lima, arrasada por un morbo desconocido, es un cementerio al aire libre. El narrador decide huir al campo donde lo alcanza un amigo médico que, vencido por el morbo, abandona la contienda. Al elemento de ciencia ficción del cuento se le añade el horror cuando el virus, bajo las facciones de un monstruo antropomorfo, alcanza la pareja de letrados para retar al médico.
Ambos nos volvimos nerviosos, azorados, el eco de esa voz que nos hizo temblar hasta los huesos. Nuestra sorpresa fue indescriptible. Teníamos a la vista un ser espantoso, antihumano, con una bola en la cabeza, y un filamento encorvado, como una coma, por cuerpo, y dos aberturas por ojos, de una fijeza aguda y siniestra, apoyada en una sonrisa mordaz. (2018, p. 632)
El relato activa el miedo a lo exótico ya que el ente monstruoso que amenaza la civilización es un ser mestizo de madre tropical-latinoamericana (asola tanto México como las Antillas y Brasil) y padre indiano. Los dos leviatanes se conocen en las entrañas de un cadáver en las playas de Brasil: “[y] cuál no sería su asombro al encontrar ahí, oculto en los pliegues de una víscera, a un ser desconocido, de mirada más fiera y terrible que la suya” (2018, p. 634).
Central en la idea de “Febri morbo” es la paranoia de una relación entre otredad y maligno en una idealización orientalista de lo ajeno: todo elemento exterior a la sociedad blanca de la ciudad es parte de una única grande agrupación de monstruos perniciosos. El germen habla solo para amedrentar la civilización occidental. La imperfección de la ciencia y del conocimiento “les hace ver como malo lo que no es sino una consecuencia de la evolución de los seres, porque ustedes tienen una lógica que fracasa en cuanto invade las fronteras de lo desconocido” (2018, p. 632). Leído desde la cultura calibanesca de Roberto Fernández Retamar, o desde el chthuluceno de Donna Haraway (2019) –esa instancia de la vida que rechaza el humanismo y el progreso desde una óptica deconstruccionista–, el relato podría insertarse en las narraciones que buscan una nueva identidad de lo americano, forjada en las fuerzas antagonistas al proyecto colonial del humanismo. Pero López Albújar será, en 1926, autor de su novela más conocida, Matalaché, en la que el “bondadoso” dueño de una hacienda en Piura se convierte en un asesino terrible cuando descubre que el negro que protagoniza la obra ha dejado embarazada a la hija del terrateniente. Matalaché ficcionaliza el cuidado de los cuerpos y el castigo hacia los dos culpables, el primero por salvaje e inadaptado a la vida social, la segunda por la lascivia que la lleva a desear el cuerpo fornido del otro. Como el Arguedas de Wata Wara, López Albújar es más bien el intelectual liberal de entresiglos que emplea las gramáticas de la modernidad para establecer las prácticas de gobierno: en “Febri morbo” la ciencia ficción y el horror enfatizan el miedo a la degeneración y al contacto con la otredad.7 Posiblemente, la paranoia pone en tela de juicio no solo la posibilidad de una civilización, sino el mero concepto de humanidad, y su función es la de buscar los límites de la especie, definir el mapa del salvajismo para establecer la potestad de la civilización.
Las novelas breves del argentino Octavio Bunge, Viaje a través de la estirpe (1908) y del cubano Francisco Calcagno (o Calcaño), En busca del eslabón (1888), funcionan de la misma manera. Ambas imaginan un viaje venturoso y/o fantástico que les permite a los protagonistas (que en la novela de Bunge coincide con el narrador) clasificar, cuales discípulos de Linneo, las cosas del mundo. Ambas, ça va sans dire, terminan validando un orden jerárquico de la naturaleza. En particular, la novela de Calcagno es una versión de los viajes de Jules Verne. En este caso el eslabón al que alude el título, es el posible factor de conjunción entre los seres humanos y los monos. Además, esta ligazón solo puede encontrarse en los lugares remotos de una otredad global: América Latina, en sus comarcas más apartadas, África y Borneo.
Antes de continuar, es imprescindible abrir un rápido paréntesis sobre las obras de corte fantástico en las que se cuentan historias de monos: “Izur” y “Un fenómeno inexplicable” (1904) de Leopoldo Lugones, “El mono que asesinó” e “Historia de Estilicón” de Horacio Quiroga y más adelante “Los caynas” (1923) de César Vallejo. Según Soledad Quereilhac, estos cuentos fantástico se fundan en “la postulación de un pasado evolutivo común con los animales y [en] las conjeturas fantasiosas que esto despertó en la época”, o sea en “el temor de una regresión atávica […] la vuelta abrupta […] a un estadio salvaje […]” y la fantasía de la “humanización de la figura del mono en relación directa con la animalización de lo humano” (2015, p. 3190). Más allá de todo discurso sobre la condición posthumana (Braidotti, 2014), interesan las especulaciones sobre la degeneración y los límites de lo humano. El efecto terrífico de “Febri morbo” tiene que ver con la promesa de una degeneración que solo un ser siniestro como el morbo mestizo puede ver de manera positiva. El monstruo que habla garantiza la vuelta a un estadio bárbaro por la consiguiente derrota de la ciencia, sostén fundamental del positivismo. Para evitar entonces la mezcla de lo humano con lo que no lo es, hay que apuntalar las fronteras, otra vez inestables, de este mundo. La novela de Calcagno nos ayuda en este caso porque, más allá de la temática evidente de la investigación en las orillas de lo humano, expone un problema que Octavio Bunge, en cambio, desde su formación totalmente conservadora (Salessi, 1995, p. 189-191), ignora: Calcagno se preocupa, en una Cuba recién abolicionista, de definir también los elementos de inclusión de los “salvajes” en un sistema de protección de la vida: “esa barbarie que excusaría la esclavitud si toda esclavitud no fuera un crimen” (Calcagno, 1983, p. 111). En busca del eslabón propone identificar las culturas que no le pertenecen propiamente a lo humano para reconocer y mapear el peligro en una idea de asedio global, tipificar las respuestas según la tipología de amenaza y medir la cercanía del salvaje a una concepción colonial de “lo humano”. El cómputo de las faltas que caracterizan la barbarie repite, en la novela, el recuento de las carencias de la otredad desde los diarios de Colón: “no reconocen derecho de propiedad; no tienen religión ni gobierno, ni aun la autoridad del jefe de la familia, porque, en realidad, no hay familia” (p. 111). En fin, viven la condición de sujetos hegelianamente exteriores a la historia: “el verdadero homo se mueve a través de las edades, mientras el salvaje como los demás irracionales, permanece estacionario, no puede prescindir de su barbarie” (p. 109). Acorde al tema de este trabajo, y como se ha adelantado, el problema a destacar es la política sobre el cuerpo que, a falta de la posibilidad de activar la esclavitud como sistema de prácticas, se necesita emplear sobre estos dominios “antropológicos” que el viaje de la tripulación (norte y latinoamericana) averigua.
En primer lugar, si usamos las teorizaciones de Agamben y Esposito, es cierto que el salvaje, a pesar de su condición “infrahumana”, se inserta en el marco biopolítico de protección de la vida, pero nada impide valerse de la violencia frente a una presunta amenaza. En este caso, la novela de Calcagno ofrece cierto tono divertido: “Pero el capitán, creyendo por cierta similitud de sonidos, que el salvaje decía, bellaco hideputa, se adelantó furioso gritando […]. Y descerrajó un revolverazo que derribó por tierra al salvaje de las campanillas, esto es, el rey” (p. 146). En segundo lugar, la novela reitera la idea que el mero avance del dominio científico terminará naturalmente con el salvajismo: “hotentotes, gorilas, bosquimanes y demás cuasihombres, irán retrocediendo a medida que avance el progreso, y se perderán tan pronto como crucen sus selváticos retiros: ‘esa marmita que corre sobre dos parrillas’ o sea la locomotora, según la humorística definición de Litz” (p. 194, énfasis mío). El viaje científico define entonces los confines de la especie y, apoyándose en los primeros conceptos degenerativos, atribuye al progreso per se, la capacidad de aniquilar, alegremente o a balazos, al salvaje. Pero es fundamental saber en qué lugar de la geografía del planeta ubicar el salvajismo y cuáles son sus características.
El poder soberano sobre la otredad desciende, en esta literatura, de la posibilidad de clasificar, en una pretendida objetividad, todo lo que se sitúa en los límites de la civilización. Mirar, medir, seccionar; antropometría, frenología, fisiología son los instrumentos que permiten definir los confines de lo humano y los rasgos típicos de la degeneración. Otra novela de Holmberg, Dos partidos en lucha. Fantasía científica (1875), revela la cuestión del dominio que el occidente se atribuye a sí mismo a raíz de su conocimiento científico. Si bien, como señalan numerosas publicaciones (Rodríguez Pérsico, 2001; Bruno, 2015; Cano Reyes, 2017), la novela ficcionaliza el debate decimonónico entre darwinismo y fijismo, una escena de la obra permite el aclaramiento de la extensión del imperio de la ciencia sobre el cuerpo de la otredad.
En primer lugar, desde el enfoque biopolítico que este trabajo se propone desarrollar, hay que destacar que la imposición del darwinismo sobre cierto oscurantismo religioso implica un cambio de hegemonía política. En un momento del debate, el Dr. Grifritz le confía al Dr. Ladislao Kaillitz (Darwinista), narrador, autor implícito y versión literaria –y paródica– de Holmberg, que el darwinismo va a convertirse en una doctrina política:
‘Voy a decir a Vd. la verdad’, me dijo. ‘Sirvo una doctrina científica: el Darwinismo. Tarde o temprano llegará a ser una doctrina política y necesito cierto misterio en mi conducta. No me pregunte Vd. mas [sic], pues me vería en el caso de negarle una respuesta’” (p. 45).
Estas palabras, sobre las que el narrador vuelve en sus cavilaciones un poco más adelante (p. 46), hacen del darwinismo un poder al mismo tiempo moderno y arcaizante por la mezcla de ciencia, misterio y magia. De hecho, desde las primeras consideraciones de Grifritz, Kaillitz lo considera “el mas [sic] sabio de todos los nigromantes, y el mas [sic] nigromante de todos los sabios” (p. 45).
Holmberg nunca deja de parodiar el debate científico positivista, introduciendo cierta dosis de magia en el pensamiento científico. En su primera novela, Viaje del señor Nic-Nac al planeta Marte (2006, publicada en 1875), o en el cuento, también de ciencia ficción, “Horacio Kalibang o los autómatas” (1998, publicado en 1879), es constante la dimensión oculta y mortífera del pensamiento científico. La novela de 1875 se retomará a conclusión de este trabajo, el cuento “Horacio Kalibang…”, en cambio, plantea la idea de un complot urdido por un fabricante de autómatas (que se confunde con los autómatas mismos) contra la especie humana. La idea de que la ciencia, volcada a la construcción de una teoría política de gobierno, produzca una clasificación científica del derecho a la vida, es evidente también en Dos partidos en lucha. En el debate, el doctor Paleolitez, representante de la epistemología cristiana, reflexiona sobre el degeneracionismo y la clasificación de las razas: “¿Los microcéfalos? ¡Qué engañados estás VV., señores darwinistas! Los microcéfalos no son un eslabon [sic] entre el hombre y el mono, sino una degeneración del hombre. […] son monstruos que se estudia[n] en la Teratología” (p. 56). La epistemología del monstruo, que según Mabel Moraña establece los límites del proyecto de modernización y las prácticas de ejercicio del poder (2017, p. 117), procede de la clasificación de las etnografías desde las jerarquías coloniales. La misma perspectiva, librada de la concepción teratológica cristiana, vuelve paradójicamente en el pensamiento científico darwinista.
El capítulo IX de la novela transcurre en la capital del imperio, en Londres, donde dos científicos están a punto de diseccionar un mono. Desde un punto de vista narratológico, el narrador, ahora omnisciente, introduce una fantasía científica en la narración, estableciendo él mismo la categoría literaria. Si los demás capítulos se localizan en el cruce entre ensayo y relato, aquí los actantes son explícitamente personajes de ficción. En otras palabras, si antes la narración era rotundamente heterodoxa, ahora lo que tenemos es una fantasía científica o un cuento de ciencia ficción intercalado. “Los dos personajes, –porque efectivamente lo son– se miran, se hacen un doblez en la manga derecha de la casaca, se vuelven á mirar, y á semejanza de los adalides del torneo antiguo, arremeten con furor” (p. 92). Una vez establecidos los patrones de géneros, se cuenta la historia de un “banquete darwinista” (Rodríguez Pérsico, 2001) alrededor de un cuasihombre:
Uno de ellos, Dick, se conoce que es mas [sic] experimentado en el arte de dar tajos, sobre todo en cuerpo de monos; –el otro, Charly, menos acuchillador, contempla, ayuda y medita.
‘Este mono es un tesoro: es el último regalo que nos hizo nuestro ilustre amigo el Dr. Livingstone’ […].
‘¡Qué lástima!’ exclama Charly Bob, mezándose [sic] la blanca barba y atuzándose [sic] el bigote, ‘si el Dr. Livingstone no hubiese muerto, me habría hecho un gran servicio.’
[…]
‘Me hubiera enviado un Akka’. (p. 92-93)
En esta ficcionalización de un diálogo científico, Charly fantasea con tener un ejemplar de Akka, o sea una “raza de hombres descubiertos no ha mucho tiempo en África. Sus caracteres particulares los acercan de tal manera a los monos antropomorfos que no titubeamos en considerarlos como uno de los eslabones que deben unir el hombre con el mono”. Así, en una nota de la misma página 93, el narrador explica la clasificación de los Akka según la empresa colonial europea (“El Rey de Italia me ha regalado uno”, le contesta Dick a Charly, en la misma página). El imaginario sobre el centro del conocimiento biomédico y sobre la legislación del gobierno de la ciencia, se traduce aquí a una escena de ficción con desenlace inesperado. En un momento descubrimos que el Charly que está trabajando con saña sobre el mono (que, como sospechan los dos amigos, está vivo) es Darwin quien, al recibir una carta desde Argentina en la que se le informa que los darwinistas están ganando la contienda, decide pedir la autorización a la reina Victoria para partir de inmediato al país austral, justificando su pedido urgente con argumentos de carácter geopolítico y de prestigio imperial (p. 98).
Mientras tanto, Dick descubre que el mono sobre el que están trabajando es, mutati mutandis, un ser humano. Despavorido por considerarse culpable de asesinato, el amigo corre en busca de Darwin y lo alcanza cuando este está a punto de dejar Inglaterra. Al constatar la “humanidad del mono”, la respuesta del científico inglés es lacónica: “‘Entonces será un dato estadístico que se incluirá en los registros de mortalidad de Inglaterra’” (p. 99).
La diferencia entre la política sobre el cuerpo no humano (animal, en este caso) y sobre el cuerpo colonial es meramente formal: el primero es totalmente desprotegido, el segundo en cambio es una mera estadística. La generalización del estado de excepción a toda otredad colonizada impele el empleo de la categoría de “necropolítica” de Achille Mbembé que usa y supera el concepto de “estado de excepción”: “la colonia representa el lugar en el que la soberanía consiste fundamentalmente en el ejercicio de un poder al margen de la ley (ab legibus solutus) y donde la ‘paz’ suele tener el rostro de una ‘guerra sin fin’” (2011, p. 37). La construcción de una epistemología científica implica su difusión (imposición) –por medio de un proyecto político– a otras culturas. Lejos de identificar en esto una posición propia de Holmberg, importa establecer en estos cuentos especulativos la exhibición (¿involuntaria?) de un aparato de prácticas políticas de gobierno de los cuerpos que incluye necesariamente una legitimación moral, social y filosófica. El estatuto de dominio colonial sobre la vida que antes (un tiempo anterior ya arcaico, como atestigua el calembour del apellido Paleolitez) se basaba en una concepción teratológica, religiosa, de pecados contra la naturaleza, ahora se reproduce según otras categorías, las del conocimiento científico y la mera estadística que sustentan y justifican unas prácticas de gobierno de los cuerpos.
5. Gobierno y cuerpos de mujeres
Si bien la relación entre gobierno y cuerpo de la mujer ya es evidente en este artículo, se quiere ahora dedicar un breve apartado a una obra de autoría y narración femeninas. El último relato que se analiza es “Una visita al manicomio”, que Juana Manuela Gorriti incluye en el volumen II de Panoramas (1876), y que nos permite trabajar el recelo hacia las prácticas biopolíticas visto desde el cuerpo femenino. El cuento transcurre en el psiquiátrico que se instituyó en 1859 en Cercado, un pueblo entonces colindante con Lima. La narradora homodiegética tiene que recuperar, tras el pedido de una de las monjas que ahí operan, a una amiga internada sin que esta se entere de su supuesto trastorno mental. Lo ominoso de la visita no depende solo del contacto con la locura, sino del temor de terminar perteneciendo, sin razón aparente, al lugar:
[…] cuando la blanca toca de la hermana Teresa, hubo desaparecido entre el ramaje, púseme a temblar, y un extraño terror invadió mi mente. –¡Si estuviera yo loca, y que la visita a este sitio temible, la misión dada por la hermana Teresa y las escenas del jardín, fueran otros tantos desvaríos de un cerebro enfermo!” (p. 133).
La narradora, una mujer respetable de la burguesía limeña, juzga el manicomio desde el ámbito de la incumbencia. Interpreta el dispositivo de la modernidad desde una perspectiva diferente: el sanatorio ya no es solo una mera institución de control destinada a la otredad de clases y racializada; no existe en el relato una distancia entre la institución y el sujeto que cuenta: expresada desde su narración, la participación al lugar es una posibilidad de facto. Ratifica esta lectura el relato intercalado del encuentro entre la narradora y un esquizofrénico. El cuento del paciente sirve de contrapunto a las historias de mujeres ingresadas ya que, si la locura del hombre procede de una estereotipación cultural de la mujer y presenta una sintomatología mucho más grave, las internadas viven la melancolía del papel social, de la imposibilidad de expresarse desde una subjetividad propia o la desesperación de una violencia sistémica, como es el caso de la mujer que llora constantemente “la muerte de su hijo asesinado en sus brazos por los celos de un marido feroz” (p. 132).
La paranoia hacia una culpa o una clasificación empieza a circular en el medio literario gracias a la percepción (o a la exhibición) de las penas y de los castigos que los sujetos excluidos del instituto de protección de la vida pueden sufrir.
6. Conclusión
Lo que interesa en estas páginas es detectar un discurso paranoico en las formas narrativas de los géneros masivos, producto de la observación de las categorías de clasificación, exclusión e imposición de la modernidad. La representación de una tipología del conocimiento en los géneros masivos, define la institución de unas prácticas de gobierno y la tipología de angustia social que se pone en escena. Por un lado, la angustia depende de la construcción de una sociedad asediada por todo el repertorio de desviaciones de la norma, filosóficas, de género y de raza; por otro se ha planteado que dicho miedo se origina al divisar las tipologías de aniquilación de la vida que la ciencia plantea tras la clasificación de lo patológico en tales sujetos disconformes.
Para resumir la matización de las paranoias gubernamentales analizadas hasta aquí, se puede sacar un último ejemplo de la mentada novela Viaje maravilloso del señor Nic-Nac al planeta Marte. En ella, el viaje del espíritu del señor Nic-Nac al planeta rojo, se produce gracias a conocimientos teosóficos y de otras disciplinas seudocientíficas. A través de un experimento de carácter espiritista, el protagonista logra un estadio próximo a la muerte que permite que su alma migre hacia su destino (un recurso parecido se da en la novela del chileno Francisco Miralles, Desde Júpiter, de 1877). Más allá de la exposición alegórica que la novela hace del debate científico argentino de la segunda mitad del siglo XIX (Cano Reyes, 2017), interesa aquí la relación política que el narrador (Nic-Nac) establece con las jerarquías del conocimiento. En un escena de la novela, dos jóvenes comentan los conocimientos espiritistas que el señor Nic-Nac ostenta al contar su viaje a un periódico: “–Espero que tu entusiasmo por el señor Nic-Nac no te llevará a imitarle en su descabellada y fantástica excursión, pues, de lo contrario, ya sabes que la casa de orates es bastante extensa, que en ella hay algunas celdas desocupadas y que el doctor Uriarte maneja las duchas con una extraordinaria maestría” (Holmberg, 2006, p. 28). En introducción a la edición de 2006, Pablo Crash Solomonoff explica que el doctor Uriarte fue el primer director del manicomio de San Buenaventura (Buenos Aires) que se instituyó en 1863 y que las duchas de agua fría servían para “curar” a los locos agresivos. Unas pocas líneas más adelante, la escena se desplaza a un lugar público donde dos ancianos comentan los sucesos de la Comuna de París, definiéndola “una gran calamidad” (p. 29).8 Finalmente, el señor Nic-Nac termina en el manicomio y la gente se olvida de los hechos de la Comuna, devolviendo así la sociedad a su cauce normalizado.
Es evidente en Holmberg lo que en otras narraciones se vislumbra: las pautas de construcción de un paradigma de disciplinas que regulan las normas de conducta, también en el ámbito del mismo conocimiento científico. La ficcionalización de las prácticas biopolíticas jerarquiza en la novela el acceso al conocimiento. Al representar las especulaciones sobre el debate cultural finisecular, Viaje maravilloso… enseña las tecnologías del control y las ciencias de supresión de la anomalía social. El avance científico necesita una voz de mando que lo preserve de toda posible patología. La ficción paranoica se introduce en la narración a través de unos elementos formales y de contenido centrales en la construcción de cada uno de los géneros: el mensaje oculto en el caso del policial activa una hermenéutica urgente que sirve para defender la sociedad de una anomalía (por ejemplo en La bolsa de huesos); la penetración de lo ominoso, de lo extraño o de lo siniestro en el caso del horror suponen la creación de una autoridad de control sobre los cuerpos, como en “La Granja Blanca” o “Febri Morbo”; la relación entre cuerpo (también social) y tecnología en la ciencia ficción, dictamina el conjunto de sujetos autorizados a dominar la ciencia, como en el caso de Viaje maravilloso….
Argumentamos entonces que, acorde con Cano Reyes (2017), estos géneros pueden definirse populares por la circulación que los caracteriza (y por la pertenencia o la mirada social de algunos/as autores/as), pero en el contexto latinoamericano representan los vehículos de la consolidación del proyecto político liberal, la ficcionalización de los límites científicos de la frontera biológica de la nación y la articulación de la pena.
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Notas
Notas de autor