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Humanidades en la educación superior para el florecimiento humano
D’ Perspectivas Siglo XXI, vol. 10, núm. 19, pp. 19-32, 2023
Campus Universitario Siglo XXI

Artículos de investigación

D’ Perspectivas Siglo XXI
Campus Universitario Siglo XXI, México
ISSN-e: 2448-6566
Periodicidad: Semestral
vol. 10, núm. 19, 2023

Recepción: 09 Diciembre 2022

Aprobación: 05 Enero 2023

Campus Universitario Siglo XXI

Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

Resumen: En el presente artículo1 se reflexiona sobre los retos que enfrentan las Humanidades en la educación superior y los impactos negativos que conlleva su exclusión en los currículos formativos, como la pérdida de libertad y el debilitamiento de la democracia. A partir de una reflexión hermenéutica, se analizan las propuestas de Martha Nussbaum y Boaventura Sousa Santos para construir una metodología pedagógica que integre las humanidades, la música y el arte en los programas de educación superior. Esto supondría que los alumnos cuenten con un aparato crítico que les permita poner en acción innovaciones que hagan frente a las problemáticas de su entorno inmediato, con una actitud ética, reflexiva, responsable y empática. A lo largo del texto se busca, de igual forma, advertir al lector sobre otros efectos de debilitar el aprendizaje humanístico, tanto en la educación de los alumnos universitarios como en las sociedades actuales, si se le considera una estrategia del sistema económico neoliberal de acondicionamiento de los individuos a un esquema de producción y consumo, sin que garantice, de ninguna forma, la calidad de vida de las personas.

Palabras clave: Educación superior, Libertad, Humanidades, Ética.

Abstract: This article reflects on the challenges faced by the Humanities in higher education and the negative impacts that their exclusion entails in formatting curricula, such as the loss of freedom and the weakening of democracy. Starting from a hermeneutic reflection, the proposals of Martha Nussbaum and Boaventura Sousa Santos are analyzed to build a pedagogical methodology that integrates humanities, music, and art in higher education programs. This would mean that students have a critical framework that allows them to put into action innovations that address the problems of their immediate environment, with an ethical, reflective, responsible, and empathetic attitude. Throughout the text, it is sought, in the same way, to warn the reader about other effects of weakening humanistic learning, both in the education of university students and in current societies, if it is considered a strategy of the neoliberal economic system of conditioning individuals to a scheme of production and consumption, without guaranteeing, in any way, the quality of life of people.

Keywords: Higher education, Freedom, Humanities, Ethics.

La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos: con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre.

Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha

Tal y como lo expresara Cervantes en la voz del Quijote, la libertad es un valor central para la vida del ser humano, incluso, se podría asegurar que después del privilegio de vivir, la libertad dota de sentido y dignidad a la existencia; sin vida no hay posibilidad de ejercer derechos, al mismo tiempo que sin libertad no hay vida.

Ingenuamente se piensa que han quedado atrás los sufrimientos de esclavitud que azoraban a la humanidad; el hombre postmoderno se encuentra inmerso en un mundo en donde el mensaje libertario se encuentra en cada anuncio de casi cualquier producto en el mercado, lo que genera una ficción o creencia imaginaria de que por medio del capital es posible liberarse. Aunado a lo anterior, y bajo discursos en apariencia amigables y a favor del bien común, el escenario neoliberal de la economía transmite la idea errónea de que libertad significa que cualquier individuo puede reunir la fortuna que, al mismo tiempo, sea capaz de producir y, con ella, obtener el poder de adquirir cualquier cosa, desde cualquier lugar, en cualquier momento. Es ante este escenario que surgen las preguntas: ¿es la humanidad del siglo XXI realmente libre? ¿La producción de capital dota a las personas de libertad? ¿Qué formas ha adoptado la esclavitud moderna? ¿Cuánto cuesta alcanzar una vida de bienestar? ¿Qué papel juega la educación superior del siglo XXI para liberar a las personas?

El objetivo central, a partir de una metodología hermenéutica interpretativa, es revisar el papel de las humanidades en la educación superior para fomentar la libertad ética, crítica, empática y responsable, la cual se convierte en un medio vivencial para el florecimiento humano. Esta libertad ética deberá construirse a lo largo de la formación del profesionista, de tal forma que, al egresar se convierta en un agente de cambio que conserve la capacidad de asombro y de indignación ante las injusticias que le rodeen. Por eso, hacia el final del texto, se propondrá un modelo educativo basado en la pedagogía del conflicto de Sousa.

Problemáticas que enfrentan las universidades

Desde una mirada preliminar, resulta urgente terminar con la pobreza y el hambre del mundo, pero, a su vez, las expresiones más complejas del espíritu humano requieren de todas las acciones necesarias para liberarlas, así como los pensamientos y acciones de una sociedad que, de no dejar atrás los grilletes que el mercado actual ha impuesto, tampoco podrá ser soporte de los más desventurados. A quienes ostentan el poder les es exigible una mirada empática hacia quienes se encuentran desprotegidos, acompañada de una reflexión sobre los fenómenos sociales que se generan a partir de los sistemas de producción que hoy en día gobiernan el intercambio de bienes y servicios. La pobreza y el hambre (y por ende, la falta de libertad) no son hechos fortuitos, se derivan de la acción del hombre que afectan a la colectividad, entonces, es desde el individuo que deben analizarse con perspectiva ética. Se afirma:

La relación entre la libertad individual y el desarrollo social va más allá de la relación constitutiva, por importante que esa sea. Lo que pueden conseguir positivamente los individuos depende de las oportunidades económicas, las libertades políticas, las fuerzas sociales y las posibilidades que brindan la salud, la educación básica y el fomento y el cultivo de las iniciativas. Los mecanismos institucionales para aprovechar estas oportunidades también dependen del ejercicio de las libertades de los individuos, a través de la libertad para participar en las decisiones sociales y en la elaboración de las decisiones públicas que impulsan el progreso de estas oportunidades. (Sen, 2000, p. 21)

Hoy en día, resulta primordial garantizar derechos fundamentales de la persona, como preservar la vida, la salud, alimentación y educación, para empezar a hablar de indicios de libertad en la vida de la misma, sin embargo, ¿cuáles son los obstáculos más complejos que limitan cualquier esfuerzo por ser genuinamente libre?

Si bien es cierto que, en la imagen internacional, hoy más que nunca se lucha por la libertad desde casi todos los frentes, la realidad no podría plantearse de manera más confusa. Actualmente, es posible manifestar ideas que antes hubieran sido silenciadas, existen grupos que defienden las libertades de pensamiento, género, religión o reproducción; temas antes inimaginables de debatir como la transexualidad o el alquiler de vientres ahora son discutidos en el ámbito mundial. ¿Este tipo de discusiones definen la libertad? En el caso de la educación superior, es menester revisar desde qué enfoques se realizan las consideraciones de la realidad actual ya que, si bien estos diálogos pueden aportar a la exploración de los fenómenos sociales, también pueden alimentar posturas imperialistas y anular la mirada transcultural.

La educación de nivel superior promueve en sus programas formativos, en apariencia, un pensamiento crítico, social y transformador, pero una vez que se revisan con detalle, el protagonismo de las humanidades en las distintas áreas de conocimiento, es decir, en las asignaturas encargadas de construir un aparato crítico, es mínimo con respecto a aquellas orientadas a lo técnico o a la administración del capital. Las acciones por las que se les resta importancia son lentas y silenciosas, pero con impactos profundos en las sociedades; de seguir así, pronto las escuelas formarán profesionales que en la esfera pública serán máquinas productoras de bienes, servicios y capital, pero no ciudadanos responsables, conscientes de la realidad, revolucionadores de su entorno y, sobre todo, comprensivos ante las necesidades ajenas ¿Acaso las humanidades se han convertido en un eslogan publicitario?

Las universidades, como entidades encargadas de la generación del conocimiento y del desarrollo humano, se encuentran maniatadas por las exigencias del mercado: lejos de incidir en la valoración y distribución del conocimiento para el bien común, sufren presiones económicas para sobrevivir y, por ello, dedican sus esfuerzos a la venta de patentes, convenios con empresas privadas, comercialización de tecnologías y, por supuesto, se ocupan de la formación del “perfil del egresado ideal” para insertarlo en la cadena de producción y consumo que el mismo bucle exige. De acuerdo con Nussbaum (2012):

[…] En casi todas las naciones del mundo se están erradicando las materias y las carreras relacionadas con las artes y las humanidades, tanto a nivel primario y secundario como a nivel terciario y universitario. Concebidas como ornamentos inútiles por quienes definen las políticas estatales en un momento en que las naciones deben eliminar todo lo que no tenga ninguna utilidad para ser competitivas en el mercado global, estas carreras y materias pierden terreno a gran velocidad, tanto en los programas curriculares como en la mente y el corazón de padres e hijos. Es más, aquello que podríamos describir como el aspecto humanístico de las ciencias, es decir, el aspecto relacionado con la imaginación, la creatividad y la rigurosidad en el pensamiento crítico, también está perdiendo terreno en la medida en que los países optan por fomentar la rentabilidad a corto plazo mediante el cultivo de capacidades utilitarias y prácticas, aptas para generar renta. (p. 20)

El obstáculo que enfrentan las humanidades en la educación superior no radica del todo en la participación del mercado en los planes de estudio, también en que las empresas, por lo general, no nacen de un espíritu social, lo hacen como organizaciones que buscan la creación de capital, es decir, sus intereses no emergen de las necesidades de su entorno, más bien, de la búsqueda de crecimiento económico. A partir de lo anterior, se estima que la comunidad a la que pertenecen no es su prioridad, es de suponer que su injerencia en la educación superior tiene como primer objetivo su seguridad y desarrollo financiero, por encima del altruista, social, ambiental o justo.

En el presente artículo no se pretende, de ninguna manera, definir la relación empresa-universidad como frívola, se busca señalar que el propio ambiente del mercado orienta las acciones de empresas y universidades a objetivos poco favorables para el florecimiento de los egresados, ya que se centran en el desarrollo de habilidades que los hagan aptos para el trabajo, pero no necesariamente para vivir en comunidad y ocuparse de las injusticias sociales, económicas o ambientales en las que podrían ser factores de transformación.

En los foros internacionales, aquellos en los que las voces de los pueblos “son escuchadas”, y las empresas y universidades son representadas, se exige la libertad para la raza humana a partir de la abolición de malestares creados por el mismo hombre. La pobreza y las enfermedades son las dolencias que mayor perjuicio causan, tan es así que ahora forman parte de los objetivos mundiales para todas las naciones, pues al ser el actuar humano la causa, este mismo debe darles solución, tal como lo expresa Cortina (2009):

Dos factores al menos acreditan esa responsabilidad: en nuestros días contamos con una conciencia social, ampliamente extendida, de que es un deber acabar con la pobreza y el hambre, y también con los recursos necesarios para erradicarlas. Y, sin embargo, hemos permitido y seguimos permitiendo que existan, por eso somos responsables. (pp. 15-16)

Resolver la pobreza y el hambre son compromisos mundiales porque son males generalizados, pero, sobre todo, porque es el mismo hombre el responsable de causarlos. No se tratan de desastres inevitables o embates naturales que el ser humano no pueda controlar; tal como lo expresó Ban Ki Moon, exsecretario de la ONU: “Hoy la humanidad enfrenta el mayor reto de su historia: el cambio climático y la crisis alimentaria” (Deutsche Welle, 2014), ambos como consecuencia de los sistemas de producción de los que dependen las grandes organizaciones y, de los cuales, las universidades del mundo forman parte. A pesar de la responsabilidad humana obvia que se denota en estos fenómenos, aun no se toman acciones decididas y concretas desde las universidades para enfrentar estos desafíos.

Aunados a los objetivos de desarrollo sostenible que buscan abatir el hambre y la pobreza, se encuentran las metas en materia educativa, entre las que se encuentran dos que parecieran marcar el camino de la educación superior:

4.4 De aquí a 2030, aumentar considerablemente el número de jóvenes y adultos que tienen las competencias necesarias, en particular técnicas y profesionales, para acceder al empleo, el trabajo decente y el emprendimiento.

4.7 De aquí a 2030, asegurar que todos los alumnos adquieran los conocimientos teóricos y prácticos necesarios para promover el desarrollo sostenible, entre otras cosas mediante la educación para el desarrollo sostenible y los estilos de vida sostenibles, los derechos humanos, la igualdad de género, la promoción de una cultura de paz y no violencia, la ciudadanía mundial y la valoración de la diversidad cultural y la contribución de la cultura al desarrollo sostenible. (Naciones Unidas, s/f)

Actualmente, las escuelas y universidades del mundo atraviesan una crisis sin precedentes en cuanto a la manera en cómo son evaluadas (apreciadas) por distintos aparatos sociales: el Estado y las organizaciones internacionales las valoran a partir de marcadores cuantitativos de rapidez y cantidad con respecto al número de egresados; cuanto mayor sea el porcentaje de alumnos que terminan sus estudios en el mínimo de tiempo, mayor será la calificación que la institución educativa obtenga y, con suerte, una mayor financiación.

No se acusa en este texto que el control sobre la cantidad de alumnos que terminen sus estudios universitarios sea banal, pero sí puede ser un factor perjudicial en el proceso que no asegura una genuina calidad educativa. En la actualidad, se le da más importancia a la suma de egresados y no a la calidad humanística de estos.

Las estadísticas centradas en el número de egresados ponen en riesgo el aprendizaje de los alumnos; si en una universidad, al término de tres o cuatro años, el 100% de los estudiantes terminan sus estudios, podría decirse que se trata de una buena escuela, ¿esos alumnos adquirieron, cabalmente, los conocimientos de su profesión? ¿Pudieron construirse un aparato crítico y reflexivo? ¿Se trata de profesionales comprometidos con la sociedad? No se puede saber y, en realidad, a los parámetros de calidad educativa para el financiamiento ya mencionados, no le interesa.

Los programas cortos en educación superior en América Latina y el Caribe que promueve el Banco Mundial desde el 2021 son un ejemplo claro de los criterios que se toman en cuenta para evaluar una institución educativa de grado superior, lo importante es graduar gente capacitada para el trabajo en el menor tiempo posible, que sea apta para generar un retorno monetario al país o la entidad donde realizó sus estudios. Sobre lo que se considera para que un programa sea “bueno”, dicha organización en el estudio “La vía rápida hacia nuevas competencias. Programas cortos en educación superior en América Latina y el Caribe” contempla lo siguiente:

El análisis se centra en cuatro resultados: la tasa de deserción, el tiempo transcurrido hasta la obtención del título, el empleo formal y los salarios de los graduados. Los factores condicionantes de la calidad se agrupan en seis áreas: infraestructura; plan de estudios y formación; costo y financiación; colaboración entre el programa y el sector privado (incluido el apoyo a la búsqueda de empleo); plantel docente; y prácticas relacionadas con la admisión, la graduación y la gobernanza. (Ferreyra et al., 2021, pp. 18-19)

A partir de estas condicionantes y de la dependencia económica de la educación superior, es difícil imponer criterios mínimos de exigencia a los alumnos: si el alumno no aprueba las asignaturas de forma adecuada, los profesores se ven obligados a registrar una calificación aprobatoria, de lo contrario, la institución podría verse afectada en el cómputo de las valoraciones nacionales e internacionales. Se está pues, en una encrucijada compleja para la educación superior, alejados del espíritu que debería guiar los esfuerzos. El mundo está enfocado en medir la cantidad, deja de lado la calidad de los profesionistas.

Por otro lado, se reitera, se encuentran las presiones que imprimen las empresas en los planes de estudio universitario, de tal forma que son prácticamente estas las que deciden el perfil de egreso –necesario– para la inclusión de los jóvenes en el campo laboral, sin importar las capacidades humanas que pudieran cultivar o el tiempo reclamado para lograrlo. Al respecto se expone:

Los jóvenes han de ser como esponjas, han de absorber cuanto más mejor. Y, de hecho, está perdido de antemano el reto de orientar a los jóvenes con arreglo al mercado, decirles por ejemplo: «Elige esta profesión que hoy es la más solicitada». Todos los economistas explican que la característica principal del mercado es la celeridad con la que cambia. Pero la escuela requiere plazos largos para la formación. Si al niño de doce años le decimos hoy que estudie para ejercer una determinada profesión que tiene mucha demanda, cuando termine, unos años después, ¿quién le garantiza que será todavía una profesión solicitada? (Ordine, 2018, p. 22)

Las exigencias financieras hacia las universidades no solo debilitan la calidad educativa de sus egresados, sino que resultan incluso irreales para los procesos formativos. Como resultado se tiene un modelo rebasado, colapsado y que se limita a la preparación de personas aptas (en promedio) para el trabajo repetitivo y mecánico, son pocas aquellas capaces de tomar decisiones, innovar, crear procesos y menos aún, las interesadas en nutrir a la sociedad a partir de su ejercicio profesional.

Modernidad, una universidad para producir más: el reto de las humanidades

En 1691, Sor Juana Inés de la Cruz, bajo el pseudónimo de Filotea de la Cruz y animada por sus colegas de la iglesia, escribe la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz como réplica a las recriminaciones que el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, le hace por su amor al saber. Si bien, el texto defiende el acceso de las mujeres al conocimiento y su habilidad para reflexionar y estudiar a la par de los hombres, también entraña en sus descripciones las circunstancias sine qua non por las que no era posible.

Privatio est causa appetitus. ¿En un mundo desbordado por el acceso a todo tipo de información aún es posible estimular en los estudiantes el apetito por el saber? Quienes dedican su vida al estudio, comprenden que cada conocimiento adquirido invita a seguir explorando pues existe, siempre, algo más que no se aclara aún con años de investigación. Sin embargo, componentes como el tiempo y la falta de inmediatez pueden desalentar a los jóvenes universitarios por conocer más sobre el mundo que los rodea.

Aparentemente las respuestas se encuentran en la palma de la mano, a un botón de distancia-tiempo, y las consecuencias en la comprensión de esta cantidad de información aún no son conocidas del todo, no obstante, se puede percibir el efecto en los salones de clases: alumnos apáticos por estudiar, preocupados por el valor económico que les dará su profesión, ajenos a las problemáticas sociales o ambientales, inmersos en una carrera imaginaria contra reloj por apurar el término de sus estudios universitarios y empezar a producir en el mercado laboral. Si bien, es el modelo económico capitalista el que apresura los procesos de fabricación, obsolescencia, consumo y su recurrencia a este, en el plano educativo las prisas no convienen a nadie. La educación sin ética, sin pausas, sin humanidades son poco rentables:

[…] Hoy a las economías les falta espíritu de innovación. Los mercados laborales no solo necesitan más competencias técnicas, sino que requieren un número cada vez mayor de soft skills, como la capacidad de pensar en modo imaginativo, de elaborar soluciones creativas para desafíos complejos y de adaptarse a circunstancias cambiantes y nuevas constricciones. (Phelps, 2018, p. 23)

Phelps menciona que las habilidades socioemocionales son necesarias para el mercado laboral, pero no debe caerse en el error de cultivarlas solo para mejorar el desempeño de los trabajadores en busca de ventajas competitivas para la empresa per se, sin un espíritu auténticamente solidario o fraterno con los otros. Las “recién descubiertas” soft skills, por parte de los reclutadores de Recursos Humanos (o Talento Humano), son tan deseables en las empresas que, incluso, una persona que no cuente con los conocimientos técnicos necesarios en su área, pero sí con las habilidades sociales y emocionales idóneas para la empresa, seguramente ocupará la vacante, a diferencia de aquel que posea la técnica, aunque no las habilidades.

Ahora bien, estas habilidades no implican la abnegación de los empleados a adaptarse a condiciones indignas en las que sus lugares de trabajo los coloquen (estrés, frustración, ambiente hostil o de alta competencia y largas jornadas laborales), por el contrario, reclaman la capacidad de las personas de florecer y ayudar a que otros lo logren en sus vidas; exigen su interés en los problemas sociales o ambientales que los rodean; comprometen su creatividad e iniciativa para imaginar transformaciones en sus lugares de trabajo, y que incidan en la construcción de un mundo más justo y fraterno.

[…] Un primer paso necesario es reintroducir las materias humanísticas en los colegios y los currículos universitarios. El estudio de la literatura, la filosofía y la historia será una inspiración para que los jóvenes busquen una vida plena, una vida que incluya hacer aportaciones creativas e innovadoras a la sociedad. (Phelps, 2018, p. 23)

La literatura, la filosofía, el arte y la música son, a menudo, áreas desdeñadas en los planes de estudio, se las considera inútiles por no producir un bien o servicio inmediato o por no asegurar un retorno de inversión apetecible para quienes las cursan, empero, es en esa supuesta inutilidad donde se encuentra su principal virtud: no se trata de asignaturas de conveniencia económica, sino de valor inmaterial. Estudiar humanidades o cualquier tipo de arte despierta en las personas, sin importar su edad u otras condiciones, reflexiones sobre lo que significa una vida plena, la belleza, la empatía, la bondad, la fraternidad. El riesgo de dejar de lado aprendizajes como estos es llevar a la humanidad a perder la conciencia moral y civil. Replantear aquello que se considera inútil en la educación superior debe ocupar un lugar central en la actualidad.

La pretensión de que los alumnos sean capaces de producir en el mercado laboral en el menor tiempo posible acelera los procesos educativos y no le conviene al aprendizaje. En la Respuesta a Sor Filotea, Sor Juana Inés inicia solicitando disculpas a Sor Filotea por no dar contestación a la misiva recibida, y se excusa, entre varias razones, por temor a apresurarse y cometer errores: “Muy ilustre Señora, mi Señora: No mi voluntad, mi poca salud y mi justo temor han suspendido tantos días mi respuesta. ¿Qué mucho si, al primer paso, encontraba para tropezar mi torpe pluma dos imposibles?” El Fénix de México sabía de antemano que la reflexión merecía su tiempo, de lo contrario, existía la posibilidad de equivocarse.

En correspondencia con lo anterior, la educación superior está en peligro de verse mermada profundamente por lo ya expuesto: la postura de los programas de educación cortos promovidos por el Banco Mundial para países en desarrollo de América Latina y El Caribe. María Marta Ferreyra, economista senior de dicho organismo internacional, menciona:

Creemos que estos programas son una gran promesa para la región y la razón es porque forman capital humano calificado rápidamente, tan importante para aumentar la productividad y lo hacen en áreas tradicionales como electrónica, turismo, publicidad o programación, pero también áreas más innovadoras como el diseño de aplicaciones, la ciberseguridad, la nanotecnología o la automatización industrial. (El Economista, 2022)

La temporalidad pausada y sincrónica con la realidad de la vida es necesaria en la formación de estudiantes de todos los niveles. Actualmente se vive una crisis de tiempo que, incluso, ya no tiene que ver con la aceleración de los acontecimientos, sino con la distorsión del mismo; varios eventos y actividades tienen cabida en un mismo momento en el día a día: si un estudiante está frente a la computadora, seguramente tendrá varias ventanas abiertas con distintos propósitos e información: un texto para leer, una aplicación para redactar, grupos de conversación, noticias, series, videojuegos y un sinfín más, sin que ninguna de esas ocupaciones capte plenamente su atención. Los estudiantes y profesores viven un mundo sin sentido, actividades sin inicio ni fin:

La des-temporalización (Entzeitlichung) generalizada implica la desaparición de los cortes temporales y las conclusiones, los umbrales y las transiciones, que son constitutivos de sentido. La falta de una articulación fuerte del tiempo da lugar a la sensación de que transcurre con mayor rapidez que antes. Esta sensación se intensifica porque los acontecimientos se desprenden con rapidez los unos de los otros, sin dejar una marca profunda, sin llegar a convertirse en una experiencia. La falta de gravitación hace que las cosas solo se rocen superficialmente. Nada importa. Nada es decisivo. Nada es definitivo. No hay ningún corte. Cuando ya no es posible determinar qué tiene importancia, todo pierde importancia. El exceso de posibilidades de conexión equivalentes, es decir, de potenciales direcciones, pocas veces conduce a las cosas a una conclusión. El concluir presupone un tiempo articulado, orgánico. Pero en un proceso abierto e infinito nada llega a su fin. La inconclusión se convierte en estado permanente. (Han, 2015, pp. 45-46)

Esta des-temporalización de la que habla Han, aunada a la simultaneidad de actividades provoca que el significado de lo que pretende aprenderse sea en realidad vago, sin sentido, sin importancia; resulta necesario demorar el aprendizaje, introducirlo en una lógica temporal digna del ser humano. Las humanidades son necesarias para formar personas íntegras para la vida, pero es importante que se les conceda tiempo para que se proyecten como experiencias vivenciales con una carga de sentido congruente, que logren germinar en las conciencias de los alumnos.

El propósito de la educación superior no debe concentrarse solo en convertir a los alumnos en profesionistas capacitados para el trabajo; la razón suprema de la universidad debe radicar en la formación de mujeres y hombres libres y, para lograrlo, deben integrar en su pensamiento virtudes como la compasión, el respeto, la solidaridad, la democracia, el diálogo, la reflexión, la convivencia armónica con otras especies, entre otras; lograrlo conlleva tiempo, pues no se trata de que memoricen definiciones o autores que hablen de estos temas, sino de lograr en sus vidas personales y profesionales un actuar ético, aun cuando no implique una ganancia económica.

Concebir a los otros seres humanos como entidades amplias y profundas, con pensamientos, anhelos espirituales y sentimientos propios no es un proceso automático. Por el contrario, lo más fácil es ver al otro como apenas un cuerpo, que por ende puede ser usado para nuestros propios fines, sean estos buenos o malos. Ver un alma en ese cuerpo es un logro, un logro que encuentra apoyo en las artes y la poesía, en tanto estas nos instan a preguntarnos por el mundo interior de esa forma que vemos y, al mismo tiempo, por nuestra propia persona y nuestro interior. (Nussbaum, 2012, p. 139)

Entonces, la formación superior debe incluir dos elementos esenciales si busca la construcción de personas éticas y responsables: humanidades y tiempo, sin embargo, no se puede pretender que, en automático, los alumnos que se cultiven en el arte, la música o la danza, sean más compasivos, empáticos o generosos con los demás. Algunos de los artífices políticos que diseñaron las estrategias más crueles para la humanidad, eran personas que escuchaban interpretaciones de autores como Beethoven, Liszt o Wagner o, incluso, producían pinturas y postales2. El arte por sí solo no es capaz de humanizar a las personas, pero aunado a un método pedagógico adecuado, puede ser un camino que contribuya a generar ciudadanos que rechacen las injusticias y velen por la prosperidad.

Es por esto por lo que la educación superior necesita asirse de una metodología capaz de provocar en los estudiantes indignación ante las injusticias y lograr un llamado a la acción que les permita imaginar, innovar y diseñar, también implementar las más altas y necesarias virtudes humanas en sus vidas personales y profesionales, de tal forma que en cada egresado las sociedades cuenten con un agente de cambio hacia el florecimiento de la vida en el planeta.

Vivir las humanidades para hacer posible un mundo más justo

El acceso a la educación superior entraña un valor agregado a la calidad de vida de las personas; alcanzar un nivel de formación universitaria supone en los estudiantes la posibilidad de entrenar distintas competencias que los hagan aptos para ocupar determinados puestos de trabajo, sobre todo, implica su acceso a una serie de saberes y experiencias que los constituyan como ciudadanos responsables del mundo que los rodea.

En México durante el 2022, 4.1 millones de jóvenes en edad universitaria concluyeron sus estudios, lo que representa un aumento con respecto al año 2005, en el que solo 2.2 millones de personas alcanzaron este nivel educativo (IMCO, 2022b), aunque esto se refleja poco en los índices de competitividad internacional: el Instituto Mexicano para la Competitividad sitúa al país en la posición 37 de 43 países evaluados, señala como factores de debilidad el aumento de la inflación, la disminución de la libertad económica y el deterioro de la independencia del Poder Judicial. (IMCO, 2022a)

¿Por qué los resultados de la evaluación cuantitativa del bienestar social se encuentran estancados o en retroceso si el nivel educativo ha ido en aumento? Sin duda, los planes de educación superior cumplen con los requisitos que las industrias sugieren para la formación de personal capacitado, no obstante, los problemas nucleares de la nación demandan el desarrollo de habilidades y saberes que no pueden ser entrenados por medio de manuales: la corrupción, la desigualdad, la discriminación, la violencia, la apatía, el egoísmo requieren mucho más que una base teórica por memorizar:

Cuando los alumnos llegan a la educación terciaria o universitaria, necesitan desarrollar sus capacidades como ciudadanos del mundo con mayor grado de complejidad. Al igual que el pensamiento crítico, la educación para la ciudadanía mundial debe formar parte de un módulo del diseño curricular dedicado a las nociones básicas de artes y humanidades, sin que importe si el alumno estudia ciencias empresariales, ingeniería, filosofía o física. Llegada esta instancia, las materias dedicadas a la historia pueden adquirir mayor complejidad y centrarse de manera más explícita en el método histórico y en la evaluación de las pruebas empíricas. (Nussbaum, 2012, p. 127)

Sensibilizar e informar a los alumnos universitarios sobre su situación en el mundo y la interrelación que existe entre las clases sociales, étnicas, económicas y la emergencia medioambiental resulta necesario para garantizar una formación integral; es central para la calidad de vida en el planeta.

Anteriormente se pensaba en el bienestar de un país de manera aislada, incluso, dentro de las naciones, los habitantes de una ciudad no consideraban lo que ocurría en otras comunidades como sucesos que impactaran en su estilo de vida; hoy el panorama es diferente, se sabe, desde las organizaciones internacionales, que las acciones locales tienen impactos globales y que solo a partir de una conciencia glocal se podrán apreciar transformaciones en el mundo.

Ante esta propuesta, y con la finalidad de provocar en los alumnos la iniciativa de emprender acciones decididas y concretas que abonen al cambio hacia un mundo más justo, hace falta un modelo pedagógico que integre humanidades, arte y música capaz de alimentar la formulación de opciones más dignas ante los problemas que la especie humana enfrenta en la actualidad.

A partir de la Revolución industrial, el imperante modelo educativo para la efectividad prometía transformar el mundo a partir del avance tecnológico y científico; pero si bien, existen avances que ciertamente han mejorado la calidad de vida de cientos de personas, aún resultan insuficientes. Hoy en día, millones de personas mueren de hambre, viven en pobreza extrema, carecen de acceso a los sistemas de salud, educación o a un trato equitativo y justo; miles de mujeres, niñas y niños son explotados laboral o sexualmente, y miles de hombres sufren de inestabilidad mental y emocional por las presiones económicas que las normas de género ejercen sobre ellos. El mundo aún es demasiado hostil para la mayoría a pesar de técnica y la ciencia:

Los problemas en el siglo XIX eran mayúsculos: la desorganización de la sociedad rural y la anomia urbana causada por la urbanización caótica; la industrialización vertiginosa; la revuelta de las “clases peligrosas” viviendo en la miseria a lado de la abundancia; las rivalidades colonialistas e imperialistas entre los Estados nacionales y la inminencia de la guerra; la degradación de la naturaleza por el uso salvaje de los recursos naturales. Mirando en retrospectiva, el portentoso desarrollo científico, que desde entonces ocurrió, no resolvió ninguno de esos problemas, y quizá contribuyó a agravarlos. Por lo tanto, el modelo de aplicación técnica de la ciencia no tiene hoy la credibilidad que tenía en el siglo XIX. (Sousa, 2019, p. 34)

Si la ciencia y la técnica por sí solas no son suficientes para liberar el pensamiento de los estudiantes universitarios y alentarlos a interesarse por los retos que los rodean, ¿qué otras disciplinas son necesarias y cómo habría que aplicarlas? Ya se ha mencionado con anterioridad que las humanidades, las artes y la música son disciplinas que deben atender la falta de implicación y empatía en los jóvenes; también se ha expuesto que, de manera aislada no son una garantía de que despierten en los educandos las virtudes que se requiere que desarrollen; se insta un modelo educativo que detone en ellos la capacidad de pensar el mundo desde la responsabilidad mundial, es decir, con la comprensión de que cada decisión, ya sea individual y colectiva, debe considerar sus impactos, positivos o negativos en los demás.

Por todo lo anterior, se retoma el planteamiento de Boaventura de Sousa Santos quien propone el conflicto como estimulante para que estudiantes y profesores retomen la historia humana a partir de una reinterpretación de posibilidades, con la responsabilidad de tomar las mejores decisiones y no ignorar las injusticias del pasado.

El proyecto educativo conflictual hace del conflicto el modelo de aplicación entre el modelo de aplicación técnica y el modelo de aplicación edificante uno de los ejes principales de la enseñanza-aprendizaje. […] Profesores y alumnos tendrán que volverse doctos en las pedagogías de las ausencias, es decir, en la imaginación de la experiencia pasada y presente, en el caso de que otras opciones hubiesen sido tomadas. Solo la imaginación de las consecuencias de lo que nunca existió podrá desarrollar el espanto y la indignación por las consecuencias de lo que existe. (Sousa, 2019, p.38)

El sufrimiento humano de siglos atrás y el actual indignan porque no son necesarios, es decir, pudo y puede evitarse. Hoy se cuenta con avances tecnológicos y acceso a la información sin precedentes y, aún con ello, la mayor parte de la humanidad sufre carencias e impactos negativos derivados de las decisiones y acciones de unos cuantos. Es momento de diseñar planes de estudios universitarios que transformen el pensamiento y actuar de quienes deciden realizar su formación profesional, para que estos se comprendan como personas privilegiadas y en deuda con la sociedad.

Los planes de estudios universitarios requieren de la metodología aquí propuesta, que integren tanto el estudio teórico de las humanidades, el arte o la música como las asignaturas que promuevan la implicación del futuro profesionista en los problemas del mundo, la comprensión de lo que significa ejercer una ciudadanía mundial y mostrar empatía para comprender el dolor ajeno. Sin una formación humanística, la universidad continuará un camino lleno de retrocesos que no solo la convierta en una institución obsoleta, sino que pondrá en riesgo el bienestar de toda expresión de vida.

Se propone la puesta en acción de capacidades como la imaginación, la creatividad, la empatía y la solidaridad, a partir de ellas es posible desarrollar indignación, pero, sobre todo, motivar la acción de estudiantes y profesores universitarios para atender los retos sociales, económicos y ambientales que aquejan al mundo. Un primer paso en este sentido sería realizar revisiones exhaustivas de los planes de estudios universitarios e integrar unidades de aprendizaje seriadas desde el primer año, en las que los alumnos tengan la oportunidad de reflexionar problemáticas del mundo, de su país, de su localidad y a nivel personal. Lo anterior serviría para involucrar a los futuros profesionistas en la búsqueda de soluciones éticas a partir de una metodología del conflicto que muestre a los estudiantes los errores del pasado, pero también las soluciones que en el presente pudieran implementarse. Es menester hacer énfasis en el papel que a las universidades les corresponde asumir para transformar su entorno y, con ello, tener impactos globales.

Conclusiones

El papel de las universidades es central en todas las sociedades del mundo; de la labor de asegurar la formación integral de los estudiantes depende la continuidad de la vida y el bienestar planetario. A pesar de ello, los modelos económicos capitalistas han invadido el quehacer universitario, presionan a las instituciones de educación superior y las orientan a la mera capacitación para el trabajo de su alumnado. Es urgente integrar a las humanidades, las artes y la música en los planes de estudio de educación superior.

La metodología aquí propuesta busca incidir en los estudiantes de educación superior, pero es justo reconocer que aún existen brechas importantes y que las virtudes éticas humanas debieran cultivarse desde las primeras etapas de la infancia. El camino es largo, pero la semilla está implantada, solo faltan personas que asuman la responsabilidad de ayudarla a germinar.

REFERENCIAS

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Notas

1 El artículo pertenece, en parte, a la tesis presentada por la autora para obtener el título de Doctora en Humanidades: Ética, en la Universidad Autónoma del Estado de México; el examen se sustentó el día 9 de mayo de 2018, obtuvo el título mencionado de manera unánime por el sínodo evaluador.
2 Adolfo Hitler se desempeñaba como pintor antes de incursionar en la política y, una vez que ya formaba parte central del partido nacionalsocialista de la Alemania nazi, se sabe que era gran seguidor de música clásica de la autoría de los compositores mencionados.


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