Artículos de Investigación
Recepción: 25 Abril 2017
Aprobación: 26 Mayo 2017
Resumen: En este artículo se reconstruye la historia del ejido Ranchería Juárez, Chihuahua, a partir de los testimonios orales de antiguos ejidatarios, maestros y personajes sobresalientes, así como de archivos documentales de familias y escuelas. Se teje el relato histórico de esta comunidad, que antiguamente fue una zona rural independiente de la capital del estado, y se analizan las características contextuales que dieron origen a este asentamiento campesino que floreció por la actividad de la planta fundidora de metales de Ávalos. Se presenta la singularidad de esta ranchería, que destacó por su espíritu solidario y el aprecio hacia la educación de niños y jóvenes
Palabras clave: Ranchería Juárez, microhistoria, historia regional, identidad, historia de Chihuahua.
INTRODUCCIÓN
La escritura de la historia de un estado o país no es producto del esfuerzo intelectual de una sola persona. Contribuyen a completar esa tarea, las microhistorias que, a semejanza de un rompecabezas, van sumando las monografías de comunidades o regiones, las biografías de personajes importantes de la comunidad o los testimonios orales de quienes habitan una pequeña región hasta inspirar relatos históricos más amplios e incluyentes, que den cuenta de las singularidades educativas, culturales, políticas o económicas de una sociedad. Galván y Quintanilla (2010) señalan que, para el caso educativo, indagar en las historias regionales, ha permitido repensar los grandes hitos de la historia nacional, ya que posibilita distintos acercamientos con los fenómenos históricos desde nuevas y diversas miradas.
Para el presente trabajo, se entiende la microhistoria como aquella que se construye desde el ámbito regional y se diferencia de la historia patria, porque se ocupa de lo cercano, de la historia recordada “con las reminiscencias habituales en casi todas las familias pueblerinas, con los recuerdos que se comunican en la noche, antes de ir a la cama, a fin de mantener a los vivos en buenas relaciones con los difuntos […]” (González, 1986, p. 137). Es así como nuestro relato se construye con testimonios de los habitantes y documentos que se encuentran en casas y escuelas de la misma comunidad.
Luis González (1986) acuñó el nombre de “historia matria”, para esta disciplina que se ocupa del acontecer en comunidades pequeñas a lo largo del tiempo y su importancia radica en que ayuda a los habitantes de ese grupo a conservar el rumbo, para que “no repitan errores pasados y no se aparten mucho de la ruta de la propia estirpe, de los suyos” (p. 138).
En el caso de la ciudad de Chihuahua existen experiencias valiosas relacionadas con el rescate de la historia de barrios y colonias con mayor tradición: barrio Santo Niño, colonia Francisco Villa, colonia Ávalos, entre otros (López, 2003; Martínez, 1998; Montemayor, 2012), que dan cuenta de la singularidad de cada asentamiento. El origen social, las anécdotas y los personajes, las leyendas y los cambios que experimentaron con el devenir del tiempo, configuran pequeñas historias que, en conjunto, dan forma a la identidad de sus habitantes y representan un patrimonio que debe estar al alcance de las nuevas generaciones.
Al sur de la ciudad de Chihuahua, se encuentra el ejido Ranchería Juárez, donde ahora se encuentran las colonias Valle Dorado, Granjas de Chihuahua, Ejidal, Divisadero, Secretaría de Marina, Vistas Cerro Grande, Granjas Cerro Grande, Las Margaritas, Plan de Ayala, Villa Juárez y Ampliación Villa Juárez, entre muchas otras. Hasta hace pocos años era una comunidad rural independiente de la ciudad capital; sin embargo, con el proceso acelerado de urbanización —de las últimas tres décadas—, se integró completamente a la mancha urbana, dando origen a una gran cantidad de colonias, de las cuales solamente Villa Juárez perteneció a aquel antiguo asentamiento de campesinos y pequeños ganaderos.
El trabajo que aquí se presenta es parte de la investigación denominada Colonia Villa Juárez: visiones de la historia educativa y social de una ranchería, que se desarrolló durante 2016 y estuvo orientada al rescate de la historia de esta comunidad.[1] Entre las acciones más importantes, se encuentra la edición de un libro para niños en el que se presenta el relato construido a partir de testimonios orales de veinticinco personas entrevistadas (ejidatarios, maestros, comerciantes, amas de casa, cantineros, músicos, directores de escuelas, autoridades del ejido y personajes destacados), así como de documentos, fotografías y fuentes hemerográficas obtenidos de los archivos de familias y escuelas de la colonia.
En suma, fue un proyecto amplio e incluyente en el que participaron cientos de personas en su construcción, pues a través del concurso denominado “La mejor fotografía histórica de mi colonia”, se reunieron 269 fotografías proporcionadas por alumnos de las escuelas primarias de la colonia y sus familias, muchas de las cuales aparecen en el texto. Una vez publicado el libro, los destinatarios directos fueron los mismos alumnos de educación primaria, a quienes se les entregó un ejemplar con el cual participaron en el concurso de lectura “La historia de mi colonia”, del cual se derivaron trabajos narrativos en los que los menores lectores expresaron lo que más les gustó del texto y el significado que tuvo para ellos y sus familias el poder realizar un recorrido por la historia de su comunidad. La participación en esta etapa fue de 548 menores.
En la investigación histórica, propiamente dicha, resultan relevantes los hallazgos en cuanto a las características contextuales que dieron origen a la conformación de una comunidad de campesinos, pequeños ganaderos y comerciantes en un terreno inhóspito en el que el historiador Francisco R. Almada (1997) nos señala que estaba “cubierto de huizaches y mezquites y no existía en él ninguna vivienda con anterioridad al año de 1906” (p. 461). Sin embargo, el espíritu solidario de sus habitantes y el gran aprecio que tuvieron por la educación, les permitió enfrentar las dificultades y conformar este núcleo de población.
LA OPULENCIA MINERA DE ÁVALOS
El surgimiento de un asentamiento de campesinos a cinco kilómetros de la capital del estado de Chihuahua, fue gracias al establecimiento de la planta fundidora de metales de Ávalos. Desde sus inicios, fue el polo de atracción de muchas familias que llegaron de diferentes partes del estado y del país con la esperanza de encontrar un trabajo bien remunerado. Sin embargo, en las márgenes de la planta permaneció una población flotante que encontró el sustento a partir de las actividades de comercio ambulante (Almada, 1997), como habremos de revisar más adelante.
La compañía angloamericana The American Smelting and Refining Company (Asarco) envió representantes a Chihuahua, en 1905, con la intención de evaluar las condiciones para establecer una planta de metales de diferentes centros mineros del estado de Chihuahua, principalmente Santa Eulalia. Las condiciones más adecuadas estaban dadas al sur de la ciudad, por ser un punto estratégico para el envío de metales de Santa Eulalia y debido a la conexión que ofrecía con el Ferrocarril Central Mexicano y el Kansas City-México y Oriente, lo que permitiría el movimiento de la producción (Almada, 1997).
El control del régimen porfirista estaba presente en la entidad y, como ocurría en el resto del país, el poder político otorgaba todos los privilegios a los grandes capitalistas, para que invirtieran en cualquier rubro del desarrollo económico, por lo que este caso no fue la excepción. El general Luis Terrazas, quien había dejado el gobierno del estado en manos de su yerno, Enrique C. Creel, fue intermediario y facilitador de terrenos, para la instalación de la nueva planta en una porción de su propiedad conocida como rancho de Ávalos. Fenómenos como este, donde se combinaba lo público con lo privado, favorecieron a las élites económicas, ya que los Terrazas manejaban la administración del estado de acuerdo a sus intereses, lo que les otorgó poder y riqueza ilimitados (Aboites, 1994).
El 26 de diciembre de 1905, se formalizó la compra de 465 hectáreas, que posteriormente fueron preparadas para iniciar la construcción de la planta fundidora de metales (Periódico Oficial del Estado de Chihuahua, 1905), situación que atrajo a personas de diferentes partes del país. Posteriormente, se incorporaron como empleados de producción de la misma compañía.
Con el propósito de proteger las instalaciones de la planta de Ávalos, como fue denominada, se construyó una muralla de adobe y puertas de acceso vigiladas con guardias blancas.[2] Además, incluyeron las llamadas cuadras, que eran conjuntos de casas habitacionales para trabajadores, una escuela y un barrio exclusivo para empleados extranjeros conocido como Colonia Americana.
A pesar de que la nueva empresa operó con mecanismos similares a los que existían en las haciendas, es decir, con una tienda de raya y un administrador que ejercía como capataz, ello no impidió que las personas que llegaban en busca de trabajo y no lo encontraban, decidieran establecerse de manera provisional en las márgenes de la planta, en terrenos que pertenecían al matrimonio de Luis Terrazas y Carolina Cuilty.
Almada (1997) señala que los invasores del latifundio Terrazas, se dedicaron a vender dulces, refrescos y golosinas a los trabajadores. Se instalaron en casetas improvisadas que fueron ocupadas y desocupadas constantemente, según se comportaba la producción de la planta, pues hay que recordar que, al llegar el movimiento revolucionario de 1910, se inició un periodo de inestabilidad política y social que obligó a suspender actividades durante varios periodos.
La planta de Ávalos cerró de 1915 a 1918 y en esos años muchas personas la abandonaron para buscar mejores oportunidades; sin embargo, quienes permanecieron al lado del camino principal iniciaron actividades agrícolas en los terrenos de la familia Terrazas, quienes tratando de presionarlos para que los abandonaran, les impusieron altas rentas por las áreas de cultivo y las viviendas que ya habían construido (DOF, 1923).
Con el paso de los años, los trabajadores de la planta de Ávalos lograron condiciones laborales envidiables, que les permitieron contar con servicios y prestaciones que no había en otras regiones del estado y del país, mientras que al lado del camino principal quedó conformado un asentamiento sin nombre ni categoría política, que reflejaba dos polos opuestos de desarrollo: la opulencia minera y la pobreza campesina (Almada, 1997).
El contraste entre Ávalos y Ranchería Juárez fue una característica que se mantuvo durante los más de noventa años que operó la planta fundidora. A manera de analogía, Humberto Ortega Gabaldón[3](2016) puso el nombre de cantina La Frontera al negocio familiar que se inició en 1932 y que él mismo administra desde 1963. La calle que divide ambas comunidades —y que actualmente lleva el nombre de bulevar José Fuentes Mares—, se asemejaba a la línea divisoria entre México y Estados Unidos. Del lado de Ávalos estaba el progreso (teléfono, comandancia de policía, cine, boliche, agua potable, luz eléctrica, kínder, primaria, gasolinera, mercado, cooperativa de consumo, correo, entre otros espacios y servicios), mientras que en Ranchería Juárez, el paisaje era de calles polvorientas con casas de adobe, cercas de alambre y mezquite, y carencias de todo tipo.
EL SURGIMIENTO DEL EJIDO RANCHERÍA JUÁREZ
Ante la imposibilidad para encontrar trabajo en la planta de Ávalos, muchas personas se dedicaron a las labores agrícolas y a la cría de ganado. Este fenómeno, junto con el movimiento revolucionario y la expedición de leyes como la del 6 de enero de 1915 y el artículo 27 de la Constitución Política de 1917, generaron el ánimo reivindicador de las clases populares, que llevó a los habitantes que estaban establecidos en las afueras de la planta fundidora a hacer el reclamo de tierras para conformar un ejido.
El poblamiento de la zona, que actualmente pertenece a la colonia Villa Juárez, se inició en 1910 y para 1921 llegaba a 1012 habitantes agrupados en 229 familias, lo cual resultó apropiado para comenzar gestiones para la dotación de tierras de cultivo, que los liberara de las rentas de la familia Terrazas. El 30 de mayo de 1921 presentaron la solicitud formal a la Comisión Local Agraria, la cual expidió su dictamen el 8 de septiembre del mismo año y al día siguiente, el gobernador del estado dictó la resolución provisional que asignaba 11 450 hectáreas a razón de 30 para cultivo y 20 de pastizal para los 229 jefes de familia enlistados (DOF, 1923).
Los terrenos afectados para la fundación del ejido Ranchería Juárez fueron, en su mayoría, del latifundio Terrazas, además de 580 hectáreas de la hacienda de Mápula, propiedad de Daniel Horcasitas. Posteriormente, fueron realizados nuevos estudios técnicos en los que se determinó que la calidad de los terrenos no era buena y que sobrepasaba la capacidad productiva de los solicitantes, por lo que se redujo a 5496 hectáreas totales a razón de 24 por cada jefe de familia. Para ello, ya no era necesario afectar la hacienda de Mápula, que quedaba demasiado lejos, y —por supuesto— se respetaba la superficie perteneciente a la compañía Asarco en Ávalos.
El presidente de la república, general Álvaro Obregón, fue quien expidió la resolución definitiva el 24 de octubre de 1923 — publicada en el Diario Oficial de la Federación el 30 de noviembre del mismo año—, con la cual “los habitantes vieron coronadas sus aspiraciones de contar con tierras propias donde ejercer las actividades agrícolas y ganaderas sin tener que depender de los caciques, como había ocurrido anteriormente” (Trujillo, Hernández, & Pérez, 2016, p. 31).
EL CRECIMIENTO Y LA LLEGADA DE SERVICIOS PÚBLICOS
Una vez establecida la comunidad de Ranchería Juárez, hubo que enfrentar los retos y dificultades propios de las tierras áridas chihuahuenses en donde el agua es uno de los bienes más preciados y escasos. La cercanía con Ávalos permitía que la gente acudiera a la llave pública para abastecerse del vital líquido e, incluso, hubo quienes se dedicaron al oficio de aguadores, es decir, a cargar el agua en tambos y transportarla en carros de mulas para su venta entre los habitantes de la ranchería. Posteriormente, floreció el espíritu comunitario —característico de los ejidos posrevolucionarios— y la comunidad se organizó para perforar un pozo en la parte alta del ejido, que se conoce como Orizaba. El agua llegaba a través de tubería hasta algunos puntos estratégicos de la ranchería, en donde había una llave pública a la que llamaban garza (Manríquez, 2016).
En la década de 1960, se introdujo el servicio de agua potable y drenaje en los domicilios, y, para ello, la comunidad se organizó para hacer las zanjas y realizar las tomas domiciliarias. Este hecho representó uno de los cambios más importantes, porque dejaba atrás el sistema de letrinas para los baños y mejoraba —de esta manera— las condiciones de salubridad para toda la población. Al mismo tiempo, contar con agua entubada en las casas ayudó a disminuir la dependencia con respecto a Ávalos, pues, como recuerda Juana de la Torre Morales (2016), “La gente tenía que ir asearse en los baños públicos de Ávalos, los cuales contaban con dos alas: una para hombres y otra para mujeres”.[4]
El servicio de energía eléctrica fue otro elemento que revolucionó la vida cotidiana de las personas de Ranchería Juárez. Óscar Viramontes Olivas (2016) señala que
(…) la electrificación de este sector fue toda una fiesta, ya que la gente humilde cuando por años había sufrido las tinieblas en sus calles, casas y sabiendo que muchas de las actividades se requieren con electricidad, fue como una verdadera bendición que las autoridades de aquel tiempo tuvieran a bien realizar esa tan trascendental obra en un sector lejos de la capital (p. 8E).
La ceremonia de inauguración del servicio eléctrico, se llevó a cabo el viernes 21 de septiembre de 1956 en las instalaciones de las escuelas primarias Benito Juárez y Emiliano Zapata, que ocupaban la misma cuadra. Al lugar acudieron el licenciado Enrique González Flores y Susana Thalmann de Lozoya, representante y esposa, respectivamente, del gobernador en turno, Jesús Lozoya Solís. También estuvo el ingeniero Jorge Engleheart, de la empresa eléctrica Compañía Mexicana del Norte, S. A., que se encargó de realizar la obra (Viramontes, 2016).
La alegría de las personas por entrar a la modernidad fue tal, que los festejos se extendieron hasta el día siguiente. Participaron estudiantes y maestros con los bailables de La bamba, el Jarabe tapatío y danzas del istmo. Aparecieron los discursos de agradecimiento en voz de los maestros Eustacio Loya y José Pérez, así como del representante del comisariado ejidal, Daniel Arroyo. Por su parte, don Esquípulas Manquero patrocinó la barbacoa y las carnitas, que comenzaron a llegar en ollas que trasladaron hasta el salón de actos de la escuela Emiliano Zapata, donde participaron los invitados de honor en el banquete, entre quienes se encontraban el filántropo chihuahuense don Lázaro Villarreal y el profesor Manuel López Dávila, inspector de la zona norte (Viramontes, 2016).
El mejoramiento en las condiciones de vida ocasionó el crecimiento sostenido de la población, aunque todavía durante la década de 1960 se podían observar los límites de la colonia entre las calles Kennedy, Séptima, Porfirio Díaz y la línea divisoria con Ávalos en lo que actualmente es el bulevar José Fuentes Mares. En la década de 1970 llegaron familias de avecinados que se asentaban en la ranchería sin ser propiamente ejidatarios, por lo que el sector comenzó a verse como una opción económica para encontrar vivienda cerca de la capital del estado (García, 2016).
Durante la década de 1980 comenzó el desarrollo acelerado de la ciudad de Chihuahua y los llanos de mezquitales empezaron a cubrirse de zonas habitacionales. En diferentes sectores se funda- ron colonias de invasión, en las que migrantes de las zonas rurales y personas que carecían de vivienda llegaban y se apropiaban de un terreno para construir sus casas, aun y cuando no existieran los servicios públicos. Es así como se inició una nueva lucha por la tenencia de la tierra, en la que figuraron líderes populares que, posteriormente, conformaron el Comité de Defensa Popular (CDP).
En los alrededores de Ranchería Juárez, se fundaron nuevas colonias como Ampliación Villa Juárez, División del Norte y Rigoberto Quiroz Gamón, entre otras. A diferencia de lo ocurrido en otros sectores de la ciudad, en donde las invasiones de terrenos tuvieron expresiones de violencia, en Ranchería Juárez los ejidatarios lograron llegar a acuerdos para que las personas pudieran construir sus casas y pagaran los terrenos a sus propietarios. Así fue el caso, por ejemplo, de un grupo de vecinos que encabezó el profesor Élfego Huerta Téllez, director de la escuela secundaria Federal número 7, quienes se organizaron para comprar parcelas ejidales que planeaba invadir el CDP. Gracias a un préstamo otorgado por la Dirección de Desarrollo Urbano de Gobierno del Estado, pudieron indemnizar a los propietarios y fundar la colonia que lleva el nombre del profesor Rigoberto Quiroz Gamón (Beltrán, 2016).
EL VALOR DE LA EDUCACIÓN PARA LAS FAMILIAS CAMPESINAS
Aunque no se encontraron datos precisos acerca de la fecha en que se iniciaron formalmente las actividades la primera escuela del ejido Ranchería Juárez, resulta relevante el valor que los ejidatarios otorgaron a la educación de sus hijos, pues antes de contar con cualquier otro espacio público, llámese iglesia, plaza, salón ejidal, campos deportivos, etcétera, se buscó establecer una escuela primaria. Los testimonios orales de las personas mayores de la comunidad señalan que poco tiempo después de la entrega de las tierras, funcionó una escuela primaria en casas prestadas por los mismos habitantes.[5]
En 1932 se llevó a cabo la inauguración del edificio para la que fue denominada escuela rural Emiliano Zapata. En este acto se conjugaron dos elementos importantes. El primero de ellos relacionado con la identidad campesina de los habitantes, al asignarle el nombre del principal líder agrario del periodo revolucionario, y el segundo, que haya sido precisamente una escuela el primer edificio realizado con el trabajo colectivo de los ejidatarios. Todavía a finales de la década de 1950, la comunidad no contaba con ninguna iglesia y, para entonces, ya se trabajaba en la construcción de una segunda escuela primaria y un jardín de niños.
La escuela rural Emiliano Zapata representa el punto de encuentro de la comunidad. En y alrededor de ella, se entretejieron las historias de todas las generaciones de habitantes que pasaron por sus aulas. En cada familia se conserva algún recuerdo valioso de los primeros maestros, las carreras para ir a tomar agua en la pila de Ávalos, las salidas a la garza que estaba enfrente del plantel, el toque de la campana para entrar a clases, los juegos y las travesuras propias de la infancia.
El edificio de la Zapata —como le llaman— fue construido al estilo de la época: con una sola pieza en donde se encontraban todos los espacios conectados por un pasillo central y al fondo, el salón de actos donde realizaban los festivales y demás actividades extraescolares. Sus paredes eran de adobe, los pisos, de madera y los techos, de vigas cubiertas con tierra, lo cual ayudaba bastante para soportar los climas extremosos que caracterizan a Chihuahua (Ortega, 2016).
El crecimiento que tuvo la ranchería durante la década de 1940, obligó a la construcción de más salones de clases en la misma cuadra, aunque el espacio recibió la denominación de escuela primaria Benito Juárez y la obra se llevó a cabo en los últimos años de la administración del gobernador Fernando Foglio Miramontes, cuyo mandato fue de 1944 a 1950. Existen diferentes versiones que explican la razón por la que existieron dos nombres para un plantel que funcionaba prácticamente en el mismo espacio y que compartía maestros, pero finalmente los certificados de estudios se expedían a nombre de la escuela Emiliano Zapata.
Para la década de 1960, el deterioro de los espacios escolares era notorio. El presidente de la Asociación de Padres de Familia y Tutores de Ranchería Juárez, Refugio Salinas, encabezó las gestiones para un nuevo edificio, junto con maestros y directivos del plantel. Para finales de esa misma década comenzó la demolición de la sección más antigua de la escuela Zapata y un ala de la Benito Juárez. Solamente quedó en pie una hilera de salones que se conservan hasta la actualidad y, a partir de entonces, se fusionaron los dos planteles.
El pilar en la formación de los habitantes de Ávalos y Ranchería Juárez, lo constituían sus escuelas primarias, la Artículo 123 y la Emiliano Zapata, respectivamente. Sin embargo, un grupo de padres de familia y maestros, encabezados por el profesor Carlos Isimoto, gestionaron la construcción de un nuevo plantel que desahogara un poco la matrícula en las dos escuelas, logrando que la compañía minera Asarco los apoyara económicamente (Manríquez, 2016).
En la cuadra número 4 inició sus labores la escuela primaria John F. Kennedy y el 16 de septiembre de 1968 fueron inauguradas sus nuevas instalaciones en las afueras de la comunidad de Ranchería Juárez, sobre la calle que actualmente lleva ese mismo nombre. En los primeros años de funcionamiento, se destacó por el apoyo que recibía, tanto de la compañía minera Asarco como del Club Rotario de Ávalos, a grado tal que surgió la leyenda que relata el apoyo económico que recibía del gobierno de Estados Unidos. Lo cierto es que la escuela gozó de una posición privilegiada y la misma familia del presidente Kennedy estaba al tanto de lo que ocurría. Jacqueline Kennedy Onassis escribió una carta, el 13 de diciembre de 1967, en agradecimiento por la designación del nombre de su esposo a la escuela, que se conserva hasta hoy en el espacio que ocupa la dirección del plantel (Trujillo, Hernández, & Pérez, 2016).
Transcurrió apenas una década de la fundación de la escuela Kennedy y la matrícula de estudiantes seguía en aumento, resultando insuficientes las tres escuelas del sector, por lo que se pensó en abrir un nuevo plantel en el extremo de la colonia, cerca de la calle Decimoquinta. El inspector escolar, Rogelio Quiroz de la Rosa, autorizó la conformación de algunos grupos que fueron atendidos en el salón ejidal y, más tarde, las autoridades de la ranchería cedieron un terreno en el que estaban construidas tres aulas que anteriormente habían sido de la escuela secundaria por Cooperación “Gustavo L. Talamantes”. El gestor para la donación fue Andrés Campos, quien se desempeñaba como presidente del Comisariado Ejidal (Trujillo, Hernández, & Pérez, 2016).
A la escuela de nueva creación le asignaron el nombre de Josefa Ortiz de Domínguez y —según los testimonios orales— comenzó sus actividades en 1978, siendo maestros fundadores la maestra Quika, Guadalupe López Barrio, Teresa de Jesús Ávalos, Silvia Quiroz Castillo, Yolanda Luévano, Jesús Manuel López Levario y Concepción Aceves Rojo.[6]
Por su parte, la secundaria Talamantes es otro ejemplo del celo que los habitantes de Ranchería Juárez tuvieron por la educación, pues antes de que hubiera intenciones de las autoridades para brindar el servicio, vecinos y maestros se organizaron para gestionar un plantel que permitiera a los jóvenes continuar con sus estudios, pues al concluir la primaria tenían que trasladarse hasta la ciudad de Chihuahua y muy pocas familias podían sufragar los gastos para el transporte y la alimentación. El plantel más cercano era la escuela secundaria Federal número 1, que fue fundada en la década de 1960 por el profesor Guillermo Prado Prado.
La escuela secundaria por Cooperación “Gustavo L. Talamantes” comenzó sus actividades el 2 de septiembre de 1971 (Norte de Chihuahua, 1971) y de nueva cuenta salieron a relucir el apoyo y la solidaridad de los vecinos en las causas comunes. Don Andrés Campos, aparte de su papel como gestor del terreno, fue un hombre visionario que tuvo un aprecio por la educación. El maestro Jesús Manuel Cervantes Camarillo (2016) narra la historia de las palabras —ingenuas pero sabias— que expresó al gobernador del estado, don Manuel Bernardo Aguirre, cuando este le preguntó para qué querían una escuela secundaria en Ranchería Juárez si había puros burros. “Para eso, para que se nos quite lo burros”, contestó mientras se fumaba un cigarro Faros.[7]
La primera escuela secundaria de la ranchería, se pudo establecer con base en esfuerzos comunitarios. Se organizaron bailes y rifas para obtener fondos, el diputado Humberto Martínez Delgado apoyó decididamente para lograr su incorporación al sistema educativo, las hijas del famoso personaje Jesús José Cheché Chávez Armendáriz[8] donaron la cantidad de mil pesos y el profesor Francisco Castillo Castillo trabajó incansablemente como maestro fundador y primer director.
Debido a que la escuela Talamantes fue impulsada por la comunidad, recibió el trato por parte de las autoridades educativas como plantel particular y se sostenía económicamente con el pago de las colegiaturas de los estudiantes, que eran de cuarenta pesos mensuales. Así logró concluir la primera generación en 1974 con un total de treinta y cinco estudiantes. Como dato curioso, la maestra Rosa Otilia Arredondo Gutiérrez (2016) señala que este plantel fue semillero de buenos alumnos, quienes en su mayoría concluyeron una carrera profesional.[9]
A pesar de que en 1974 la escuela Talamantes tenía una matrícula de ciento veintinueve estudiantes, comenzaron las dificultades de operación ocasionadas por el cobro de colegiaturas, por lo que terminó por trasladarse a la ciudad de Chihuahua, dejando sin oportunidades de estudio a los jóvenes de la ranchería. Sin embargo, otros maestros continuaron trabajando por la consolidación de este nivel educativo y levantaron un censo de estudiantes para justificar el inicio del trabajo voluntario en la escuela John F. Kennedy, tendiente a lograr la fundación de una escuela secundaria federal.
El profesor Élfego Huerta Téllez fue el gestor del nuevo plantel, que se denominó escuela secundaria Federal número 7, y el terreno que ocupaba la escuela primaria Josefa Ortiz de Domínguez fue dividido para permitir la operación de ambos planteles, prácticamente al cierre de la década de 1970.
Otro hecho educativo importante en Ranchería Juárez tiene que ver con la educación preescolar. En sus inicios, este nivel estuvo asociado con una formación elitista a la que tenían acceso solamente familias con una posición económica alta, pero en esta comunidad se inició el primer jardín de niños mucho antes que todos los planteles que hemos venido señalando, con excepción de la escuela Emiliano Zapata.
El jardín de niños “María Elena Chanes” comenzó sus actividades en 1961 y fue auspiciado por el Club Rotario de Ávalos, las autoridades ejidales, la empresa Cementos de Chihuahua, el ayuntamiento de Chihuahua, la Quinta Zona Militar, la Sociedad de Padres y Madres de Familia, y el profesorado del plantel. Ocupó el terreno que se encontraba aledaño al antiguo campo de beisbol y fue el espacio formativo para muchas generaciones de niños.
Posiblemente la cercanía de Ranchería Juárez con Ávalos, fue un factor importante para que los ejidatarios buscaran contar con espacios y servicios que asemejaran un poco las condiciones de vida de los trabajadores mineros, aun y cuando las circunstancias eran muy distintas, debido a la precariedad del ingreso que obtenían del campo y la ganadería. Sin embargo, el aprecio por la educación es un mérito que corresponde a los maestros y habitantes de esta comunidad. Tanto en las entrevistas como en los documentos de archivo de las escuelas, se encontraron datos que resaltan el papel de estos en la gestión para la donación de terrenos o la mejora de los edificios escolares.
VIDA COTIDIANA EN LA RANCHERÍA
La identidad de un lugar está determinada por las actividades que realizan sus habitantes, además de sus costumbres, tradiciones, creencias, retos y, en general, las características que los diferencian de otros grupos sociales. En Ranchería Juárez hubo ciertos elementos de la vida cotidiana que le asignaron un matiz particular como comunidad rural. Aun hay quienes recuerdan con añoranza los desfiles y fiestas tradicionales que organizaban con motivo de los aniversarios del inicio de los movimientos de Independencia nacional y Revolución mexicana.
El coleadero, las carreras de caballos, el marrano encebado, la ensarta de argollas, los desfiles escolares y el baile en el salón ejidal, eran algunas de las actividades a las que los habitantes estaban acostumbrados cada año. Juan Manuel García Portillo (2016) señala que desde temprana hora, se izaba la bandera en la escuela Emiliano Zapata y se realizaba una descarga de máuser en manos de la policía de reserva del ejido.[10]
El patriotismo que se fomentaba a través de las conmemoraciones cívicas, fue otro elemento distintivo en algunos ejidos del periodo posrevolucionario, que los diferenció de los pueblos y comunidades con herencia colonial, en los cuales la celebración más importante corresponde con el calendario religioso y el santo patrono de su iglesia. En Ranchería Juárez, el templo de Nuestra Señora de Guadalupe fue construido durante la década de 1960, razón que explica la poca relevancia que tiene la celebración de la fiesta patronal para los habitantes del ejido, debido a su aparición tardía.
En cuanto a la celebración de bailes, no solamente fue una práctica realizada en los días festivos, pues en una comunidad rural en donde escaseaban las actividades de esparcimiento eran necesarios los eventos sociales para la interacción de jóvenes y adultos. Los fines de semana era una tradición el baile en el salón ejidal, hasta donde llegaban personas de lugares vecinos como Ávalos, Mápula, Carrizalillo o de la misma ciudad de Chihuahua.
En las actividades diurnas, la influencia de Ávalos fue muy fuerte en el ámbito deportivo, pues la planta fundidora impulsaba la formación de equipos de beisbol y futbol —principalmente— que propiciaban el espíritu competitivo. En esta actividad se sumaban sindicatos y negocios particulares, que se daban a la tarea de formar sus propios equipos para competir en diferentes ligas. La Dirección Juvenil del Partido Revolucionario Institucional, La Frontera Bar, Carne Selecta y Luis Ortega Gabaldón, entre otros, fueron algunos equipos que se formaron en la comunidad o en los que participaban algunos de sus habitantes.
La vida cotidiana en Ranchería Juárez transcurría de manera tranquila, con los ejidatarios dedicándose al campo y al cuidado de sus animales, las personas caminando por las calles y los niños correteando libremente. Seguramente no hubo una sola persona que en su infancia dejara pasar la oportunidad de ir a la represa que se formaba en la actual calle Decimoquinta —a la que cono- cían como El Tanque—, para darse un chapuzón en los días calurosos. Igualmente, los paseos en la plaza principal eran obligados, pues este sitio fue el centro de la comunidad y en sus alrededores se encontraban los espacios más importantes: la escuela Emiliano Zapata, el campo de beisbol —que luego fue iglesia— e, inmediatamente al lado, el salón ejidal, centro de la vida política de la comunidad. Allí se tomaban las decisiones más importantes para los habitantes de la ranchería.
Para los ejidatarios era costumbre visitar la avenida principal, donde se encontraba la antigua carretera Panamericana, que dividía Ávalos y Ranchería Juárez, ya que de lado a lado abundaban las cantinas (Mendoza, 2016). El Cantorcito, Las Palmeras, La Frontera, El Campesino, Dos Hermanos, El Danubio Azul, La Campiña, El Paso del Norte, El Turista y otras negociaciones reforzaban el dicho popular que señala que en pueblos mineros hay más cantinas que escuelas.
FAMILIAS Y PERSONAJES DESTACADOS
Es difícil enumerar a todas las personas que contribuyeron al crecimiento y desarrollo de la ranchería cuando ha transcurrido casi un siglo de su fundación. Lo es aún más si consideramos que en los nombres de las escuelas y calles, no se ha hecho justicia a ningún habitante que realizara aportaciones significativas y prácticamente lo que conocemos es producto de la tradición oral, cuando padres y abuelos narran a sus hijos la historia de algún personaje destacado.
Los nombres que sobresalen en la época fundacional de la comunidad corresponden a Epifanio Sifuentes, Esquípulas Manquero y José Velázquez, quienes fueron presidente y vocales del Comité Particular Administrativo encargado de la conformación del ejido, respectivamente. Fueron las personas que estuvieron representando a los solicitantes de tierras desde 1921 hasta la entrega de la posesión definitiva de terrenos en 1924.
Durante las primeras décadas fue común la entrada y salida de personas como ejidatarios, pues la ley establecía que las tierras que no fueran trabajadas, la asamblea ejidal podía asignarlas a otra persona, por lo que no había posibilidades de que pudieran enajenarse. Así llegaron migrantes de todos los rincones del país que se sentían atraídos por los empleos en la planta de Ávalos, pero al no encontrarlos, se quedaban en Ranchería Juárez. Hubo, incluso, personas que llegaron de otro continente, como fue el caso del migrante chino Manuel Luy Lom, quien tuvo un local de verduras en el mercado de Ávalos, el cual atendió hasta 1978.
La familia Lom se estableció en la ranchería y se destacó por las actividades comerciales en la venta de petróleo, gas y cerveza. El señor Felipe Octavio Lom Arredondo (2016) recuerda el inicio de la carrera de comerciante que tuvo su abuelo y las dificultades que enfrentaba al introducir vegetales, como cilantro, apio, betabel, rábano, entre otros, que prácticamente eran desconocidos en el norte de México y que, incluso, algunas personas temían envenenarse si los consumían.[11]
En el mismo ramo comercial, se destacó el señor Óscar Leyva Chávez, quien compró la carnicería de don Aureliano Ovalle en el mercado de Ávalos, por lo que, a partir de entonces, él y sus hermanos, Rodolfo Leyva Chávez y Alfredo Leyva Escobedo, forjaron carrera en el ramo. Actualmente, sus descendientes tienen carnicerías en Ávalos y Villa Juárez, y han diversificado sus negocios.
La familia Ortega tiene una historia muy similar a la anterior, pues los hermanos Humberto, Salvador y Calixto Ortega Gabaldón incursionaron en negocios familiares, como la cantina La Frontera y las ferreterías Chava’s y Los Pinos, que siguen operando en la colonia, heredando esta ocupación a sus hijos.
En el ámbito educativo, se destaca la labor de los primeros maestros que trabajaron en la escuela Emiliano Zapata: Sabina Vázquez Gil, Julia Sanemeterio Ramos, Alicia Sáenz Liceras, Margarita H. de Campos, Amalia y Aurora Perea, Eduardo Vidal Loya y José Pérez, entre otros, que se dedicaron de manera incansable al trabajo educativo y al apoyo como gestores en las necesidades más apremiantes de la comunidad.
En años recientes, la maestra María Teresa Manríquez Pereyra (2016) se destacó por sus actividades para el rescate de las conmemoraciones tradicionales de la ranchería, organizando festivales y verbenas populares en el mes de mayo, cuando se conmemora el aniversario de la fundación del ejido. En 1990 escribió un folleto en el que narra la historia de la comunidad y recibió apoyo de Gobierno del Estado para que se imprimieran cientos de ejemplares.
En la música figuraron distintas voces que amenizaban fiestas, o bien, que participaban en los coros de la iglesia; sin embargo, uno de los personajes que ha tenido mayor reconocimiento como solista es Hipólito Polo Montañez Rodríguez, quien ha grabado varios discos y tiene numerosas composiciones con contenidos regionales como Mi lindo Villa Juárez y Ávalos de mis amores. Este personaje ha llevado la música ranchera a varios países de América Latina y Europa.
Hubo muchos personajes que aportaron algo valioso para la ranchería y su trascendencia en el tiempo está determinada por la capacidad que tuvieron de aportar sus esfuerzos en beneficio de la comunidad. A otros se les recuerda igualmente por el esmero y dedicación con los que se entregaban a sus actividades cotidianas, que también representaron una forma de lograr la prosperidad de la ranchería. Amelia Flores de Arévalo, Manuela Rentería, María Félix Salas y Teresa Manríquez apoyaron para la legalización de terrenos, mientras que Félix García, Antonio Rodríguez, Alejo Salas y Ramón Rodríguez fueron los aguadores del rancho.
CONCLUSIONES
Reconocer los procesos sociales, educativos y culturales que enfrentan las comunidades a lo largo de la historia, nos ayuda a entender mejor las problemáticas actuales que enfrentan, como es el caso del desempleo y la falta de más servicios. A través del reconocimiento del pasado, podemos valorar las acciones efectuadas y trazar nuevas rutas para resolver las demandas insatisfechas. En el caso de Ranchería Juárez, pudimos revisar cómo se fue construyendo la identidad de un sector de la ciudad de Chihuahua, que actualmente tiene muchos rostros, pero que en la exaltación de valores compartidos, como la solidaridad, el aprecio por el trabajo y el gusto por la educación, podemos tener elementos para encauzar a las nuevas generaciones de habitantes.
En las etapas de conformación del ejido, crecimiento, desarrollo, independencia con respecto a Ávalos y urbanización, se pueden identificar retos que, en su momento, parecían imposibles de superar, pero que gracias al trabajo conjunto y la capacidad de organización, encontraron soluciones que les sirvieron para seguir trabajando por metas cada vez más altas.
En la actualidad es necesario rescatar y documentar las microhistorias de nuestras comunidades, con el propósito de fomentar el sentido de pertenencia de niños y jóvenes, pues en la medida en la que las personas se sienten parte de una comunidad y de un espacio geográfico, en ese mismo sentido se involucrarán y trabajarán en la solución de las problemáticas que enfrenten.
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Notas