Interseccionalidad en los estudios de familia: género, raza y sexualidad
Con la familia a cuestas. Mandatos de género, tensiones y dilemas de ser varón en condiciones de movilidad en el centro de México*
With the family in tow. Gender mandates, tensions and dilemmas of being a man in conditions of mobility in central Mexico
Revista Latinoamericana de Estudios de Familia
Universidad de Caldas, Colombia
ISSN: 2145-6445
ISSN-e: 2215-8758
Periodicidad: Semestral
vol. 15, núm. 1, 2023
Recepción: 30 Noviembre 2021
Aprobación: 03 Octubre 2022
Resumen: Objetivo: El objetivo de este artículo busca analizar las experiencias del proyecto migratorio de varones hondureños en tránsito por la ciudad de Apizaco, Tlaxcala, así como los mandatos de género impuestos a los varones y su relación con la experiencia migratoria. Metodología: La metodología es tipo cualitativa, se hizo trabajo de campo a través de voluntariado en un albergue para migrantes, se realizó observación participante, charlas informales y entrevistas semiestructuradas, así como lo que denominamos etnografía en lo efímero. Resultados y conclusiones: Las condiciones de vida de los varones entrevistados están caracterizadas por precariedad, por tanto, se observa a la migración como una respuesta social para cumplir con su rol de proveedor, aunque esto implique poner en riesgo la vida. Asimismo, el tránsito migratorio produce un vaivén de emociones, se extraña a la familia y se arriesga todo para intentar proveer a quienes se han quedado en los lugares de origen.
Palabras clave: Mandatos de género, varones migrantes, tránsitos migratorios.
Abstract: Objective: This article seeks to analyze the experiences of the migration project of Honduran men in transit through the city of Apizaco, Tlaxcala, as well as the gender mandates imposed on men and their relationship with the migration experience. Methodology: The methodology is qualitative. Fieldwork was carried out through volunteering in a shelter for migrants, participant observation, informal talks and semi-structured interviews were carried out, as well as ephemeral ethnography. Results and conclusions: Theliving conditions of the men interviewed are characterized byprecariousness. Therefore, migration is seen as a social responseto fulfil their role as providers even if this implies putting theirlife at risk. Likewise, the migratory transit produces a swing ofemotions, the family is missed and everything is risked to try toprovide for those who have remained in their places of origin.
Keywords: Gender mandates, migrant men, migratory transits.
Introducción
Las condiciones actuales de violencia sistemática, la pobreza y la impunidad institucional en la región latinoamericana tienen efectos en las vidas de las personas, para quienes sus experiencias se ven atravesadas por las construcciones de género. En particular, interesa ahondar en las experiencias de varones quienes se encuentran en constante tensión, pues están obligados a cumplir con los mandatos de género asignados: deben trabajar remuneradamente, ser padres y jefes del hogar (Olavarría, 2001).
Sin embargo, las condiciones políticas, económicas y sociales de los contextos de una gran mayoría de los hombres que viven en Latinoamérica, los orillan a situaciones de desempleo, inseguridad, violencia y pobreza, lo que imposibilita el cumplimiento de los mandatos asignados. Esto genera que cada año miles de personas salgan de sus lugares de origen para migrar en busca de mejorar su calidad de vida y la de sus familias.
Una de esas regiones es América Central en donde la migración en dirección sur- norte tiene una larga historia, que configuró un sistema migratorio regional integrado por los países del norte de Centroamérica —Guatemala, Honduras y El Salvador—, México y Estados Unidos (Nájera, 2016). La Red de Documentación de Organizaciones Defensoras de Migrantes (REDODEM, 2020) en su informe de 2019 reportó un total de 25.052 personas migrantes en tránsito por México, de los cuales 21.022 son hombres, lo que representa el 83,9% de las personas registradas. No obstante, en los últimos años se ha incrementado el número de mujeres, menores de edad acompañados y no acompañados, así como de familias completas que buscan mejores condiciones de vida.
Los datos estadísticos nos refieren a una migración en su mayoría masculina, esencialmente joven y caracterizada por su bajo nivel de escolaridad.Si bien reconocemos que a nivel internacional existe una feminización de la migración, en el caso que nos ocupa se trata mayoritariamente de varones provenientes de Centroamérica. Resulta importante señalar que esta investigación se focalizó en varones cisgénero, es decir, cuya identidad de género corresponde al sexo asignado al nacer.
Por tanto, nos referimos a varones que deben cumplir con los mandatos de género socialmente asignados, a cumplir con los atributos propios de su género —el ser proveedor y ser el responsable del grupo familiar—, y es que la vida misma de los hombres se teje alrededor del trabajo, por lo que el vivir en desempleo impacta severamente en los mandatos de la masculinidad, y ante la imposibilidad de cumplir su rol en los lugares de origen debido a las crisis económicas, políticas y sociales que viven, la única alternativa es intentar buscar mejores oportunidades fuera de su país. Añadiendo que la migración de población centroamericana tiene una larga historia. Los conflictos armados de los años sesenta a los noventa, los desastres naturales (huracán Mitch de 1998 y huracán Stan de 2005), la precariedad laboral, la pobreza, la violencia política y social han sido factores de expulsión que llegan a explicar las dinámicas migratorias de la región, en donde “a migrar al norte lo han aprendido desde niños y al paso de las generaciones” (Casillas, 2008, p. 164).
Los migrantes varones a los que hacemos referencia, cruzan las fronteras de manera irregular. Esta cualidad, según la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), refiere a aquellos flujos que se desplazan al margen de las normas de los Estados de envío, tránsito o destino, debido a que el migrante no tiene la autorización necesaria ni los documentos requeridos por las autoridades de inmigración para ingresar, transitar o residir en un determinado país. La irregularidad se observa en los casos en que la persona atraviesa una frontera internacional sin documentos de viaje o no cumple con los requisitos administrativos necesarios para ingresar a un país (OIM, 2006). Los orígenes de estos tránsitos, retomando a Durand (2020), son la violencia sistemática, la pobreza neoliberal y la impunidad institucional.
La posición geográfica de México ha generado una multiplicidad de restricciones, que se objetivan en múltiples leyes, programas y planes, tanto del Gobierno estadounidense como del mexicano, para controlar los flujos que circulan del sur hacia el norte. Los migrantes irregulares han sido estigmatizados en su paso, presentados en discursos populares y administrativos como “intrusos y, por ende, como una importante amenaza para la soberanía y la seguridad del Estado” (Medrazza, 2013, p. 47). Para este tipo de movilidad existe una deliberada construcción estatal y social que la representa como una amenaza al orden social del lugar receptor:
[existe] una “fabricación” de los indocumentados como los otros no deseados, que dependiendo del contexto históricopolítico [sic], se los relacionará sea con enfermos, débiles, sucios, delincuentes, terroristas, narcotraficantes, y cuanto otro calificativo despectivo se pueda, sostiene la ideología dominante y justifica la puesta en marcha de políticas de securitización migratoria que ante todo priorizan la seguridad nacional, aún cuando implique altos costos humanos y permanentes violaciones a los derechos de los migrantes (Sassen, 2001; Mármora, 2003: 119). (Álvarez, 2011, p. 10)
Esta fabricación, señalada por Álvarez, se relaciona con la construcción de metáforas discursivas que sustentan las acciones discriminatorias. Las políticas migratorias en nuestro país tienden a criminalizar y estigmatizar deliberadamente a quienes carecen de documentos, esto los obliga a mantenerse en la clandestinidad, obligados a transitar en la invisibilidad: en las periferias de las ciudades, donde el riesgo es mayor, no solo por la corrupción de las autoridades que se encargan de cuidar y salvaguardar a los ciudadanos —policías o militares—, sino también por la presencia de pandillas y grupos criminales que se apropian de territorios desolados. En ocasiones duermen o descansan en casas abandonadas, estaciones ferroviarias u otros lugares públicos, condiciones que reducen el acceso a instalaciones sanitarias y que pueden tener efectos negativos en la salud de los migrantes (OACDH, 2016).
Son migrantes que tienen la responsabilidad de cumplir con su rol de proveedor, de aportar con ingresos económicos para sus familias. Son padres, hijos, esposos que están dispuestos a dejar su terruño y arriesgarlo todo, aunque eso implique morir en el intento de ser proveedor, dar la vida si es necesario.
Por tanto, el objetivo de este artículo es analizar la experiencia del proyecto migratorio de varones hondureños en tránsito por la ciudad de Apizaco, Tlaxcala, así como los mandatos de género impuestos a los varones y su relación con la experiencia migratoria. Siguiendo a Viveros (1997), interesa analizar a los varones como sujetos genéricos en condiciones de movilidad y ante un contexto de precariedad definida como la condición vulnerabilidad maximizada,que implica una exposición que sufren las poblaciones que están arbitrariamente sujetas a la violencia de Estado, por acción o por omisión (Butler, 2009).
Se entiende por proyecto migratorio al acto proyectado que cada migrante ha diseñado de forma subjetiva, en donde hay una finalidad o meta impulsada por motivaciones. El acto es lo que se pretende lograr y se le ve como un todo integrado, y las acciones que se emprenden son las partes que integran el proyecto (González, 2012).
Género, masculinidad y tránsitos
En esta sección se muestran los elementos teóricos que articulan la investigación. Género, masculinidades y tránsitos migratorios se entretejen para abordar las experiencias de hombres hondureños que salen de su país de origen en busca de mejores oportunidades.
Género y masculinidad
El género, además de ser una forma de organizar las prácticas sociales, es una estructura de relaciones sociales en la cual todos los cuerpos humanos se insertan en la historia, los cuales se definen por su relación en el campo reproductivo (Connell, 2003). Lo anterior permite entender al género como un proceso de subjetivación atravesado por relaciones de poder asimétricas, relativas a la etnicidad, la raza, la clase, la edad, la orientación sexual, la nacionalidad, entre otras (Bonder, 1998).
Desde esta perspectiva, para Castellanos (1996) el concepto de género, al igual que las categorías clase y raza, pueden resultar pertinentes para el estudio de cualquier aspecto de las relaciones sociales, porque las determinaciones de género atraviesan todos los aspectos de la vida social. Poner énfasis en el concepto de género nos lleva a mirar las desigualdades, las oportunidades, los espacios, las identidades, las estructuras educativas, sociales y políticas, que reproducen muchas de las veces esquemas violentos y discriminatorios.
Comúnmente se relaciona el concepto de género como sinónimo de mujeres, empero Connell (2015a, 2015b) asevera que los hombres también están implicados en las relaciones de género, y los patrones de masculinidad se construyen mediante la corporización social que involucra tanto a las mujeres como a los hombres, refiriéndose constantemente a los cuerpos y a lo que estos hacen. La masculinidad y la feminidad son construcciones colectivas que condensan la experiencia de muchas generaciones y contienen una compleja red de prescripciones y proscripciones para la subjetividad y la conducta de cada sexo (Jiménez, 2016).
Para Olavarría (2001) el orden de género que se instauró a partir de la Revolución Industrial configuró un tipo de familia nuclear patriarcal, donde el varón, como autoridad paterna y guía, proveía y dominaba en la vida familiar. Se estableció una norma de lo que era ser hombre, conforme a la cual salirse de la misma implica exponerse al rechazo de otros varones y mujeres. Este orden aún presente se encuentra arraigado a la subjetividad e identidad de las personas, a cómo sienten y actúan en cuanto hombres y mujeres, a lo que se percibe como masculino y femenino.
Connell (2003) sostiene que la estructura de género tiene cuatro dimensiones en las cuales se inserta la masculinidad:
Hablar de hombre o mujer va mucho más allá de una enunciación descriptiva, remite a un sistema de interpretación acumulado a lo largo de la historia que define un lugar físico y un lugar simbólico de cada persona en el entramado social (Guevara, 2010). Viveros (2002) considera que la construcción de la masculinidad no solo debe tomar en cuenta la construcción social, también la interacción de los varones con las mujeres en las prácticas y representaciones de la posición dominante que mayormente recae en los varones. En definitiva, para hablar de masculinidad es importante ver más allá del sexo biológico, se tienen que tomar en cuenta los significados de la forma en que se socializa y el aprendizaje de ellos, además el uso del poder y las relaciones que surgen también entre varones.
Definir el concepto de masculinidad implica entender que dicho término es resultado de un producto histórico, que no se puede explicar por sí solo, ya que refiere a cuestiones estructurales presentes en la sociedad, en donde el género es una forma de estructurar las prácticas sociales y este se intersecta con la raza, la clase social y la posición de orden mundial (Connell, 2003).
Olavarría (2001) señala que hay tres mandatos que los heterosexuales deben cumplir:
A ello cabe añadir que la construcción de la masculinidad impone una serie de atributos —entre otros, que el hombre debe ser físicamente fuerte y resistente, inteligente, seguro, buen líder— que imposibilitan a los mismos mostrar “señales de debilidad”. Figueroa (2009) afirma que los varones tienen dificultades para asumir derrotas, para reconocer o expresar tristeza, dolor o fragilidad, por lo que en este modelo de identidad masculina los varones pueden estar dispuestos a realizar cualquier cosa con tal de satisfacer las expectativas que la sociedad deposita en ellos.
Un rasgo que caracteriza a los varones, explica Figueroa (2009), es que aprenden a usar el cuerpo como una herramienta de trabajo, minimizando su cuidado y calificando la atención hacia el mismo como una muestra de fragilidad y debilidad. En otras palabras, existe para los hombres una mayor dificultad para reconocer el dolor —físico y emocional— y pedir ayuda, así como para asumir derrotas, reconocer la tristeza, la angustia, el cansancio, la soledad, la presión o la preocupación, porque ello supone cierta debilidad y fragilidad.
Para Figueroa (2009) la falta de autocuidado y el abuso del riesgo generan una violencia real y simbólica como parte del modelo hegemónico de masculinidad, de manera que los actos heroicos y exponerse a situaciones peligrosas los legitima como hombres. El estereotipo de género de los hombres dice que ellos deben soportar y resistir el dolor tanto físico como emocional cuando se presenta una situación que no se puede resolver ya que, según estas pautas de comportamiento, ellos deberían de saber qué hacer, ellos están para resolver los problemas y no están para los lamentos y la expresión de los sentimientos (Salguero, 2018).
Tránsitos masculinos y mandatos de género
Madueño (2010) apunta que los mecanismos del género resultan estructurales en los procesos migratorios: definen la posición social en el país de origen, en específico las expectativas sociales, por ejemplo, el papel que se tiene en la familia. Por tanto, Madueño (2010) apunta que la falta de ingresos puede generar la necesidad de iniciar un proyecto migratorio, pero también condiciona el tipo de inserción que se pueda tener en el lugar de destino, por ejemplo, la necesidad de mano de obra para empleos asumidos como femeninos o masculinos.
Existe una relación estrecha entre la migración de varones y los mandatos de género. El género es entendido como la construcción sociocultural de la diferencia de sexo, que implica la imbricación de relaciones de poder y dominación. Desde una perspectiva de género, ellos tienen el deber, bajo la división de las actividades diferenciadas a partir del sexo, el papel innato de protector y proveedor económico. Cuando la actividad económica desarrollada en el lugar de origen no puede cubrir las expectativas del papel de proveedor, surge la necesidad de salir a buscar mejores fuentes de ingreso (Cervantes, 2016).
Por tanto, se observa a la migración como una respuesta social para la supervivencia dada por los hombres, capaces de cruzar fronteras y resistir desventajas, peligros y riesgos que se presenten a lo largo del proyecto migratorio. La constitución de género en varones continuamente se debe demostrar mediante la superación de las exigencias de un contexto peligroso, en este caso durante el tránsito migratorio. La misma vulnerabilidad exige la demostración de la valentía que el hombre debe tener y demostrar.
Las experiencias y los flujos migratorios en cualquier época y lugar se encuentran atravesados por las relaciones de género. Sarricolea (2014) analiza la migración a través de cuatro ejes analíticos vistos desde las masculinidades:
Lo anterior responde al porqué los porcentajes de hombres que migran siguen siendo bastante significativos: el mandato de ser proveedores continúa teniendo un peso bastante fuerte en las relaciones entre los hombres y mujeres, y de hombres a hombres. En opinión de Jiménez (2016), la masculinidad se mide a través del éxito y el poder, de demostrar que se es capaz de correr riesgos, ser siempre fuerte y recurrir a la violencia si es necesario.
Nájera (2016) explica que poco se ha indagado sobre la experiencia masculina del varón migrante desde su papel de padre, hijo o cónyuge, de modo de conocer sus subjetividades, necesidades, malestares y sentimientos respecto de la vida familiar y personal resulta muy importante, ya que un porcentaje significativo de los casos se trata de hombres que imposibilitados de poder proveer a sus familias —debido a causas macroeconómicas estructurales— se enfrentan a la precariedad laboral, la reducción de la planta productiva y de servicios (Jiménez, 2016).
Es así que, para los varones en momentos de crisis económica, la migración es una de las estrategias posibles para asegurar la reproducción familiar. Que el varón trabaje es uno de los factores primarios determinantes de su prestigio y lugar en la sociedad, porque están todavía apresados en el rol de proveedor, debido a un sistema de valores que juzga su importancia en términos del estatus y los beneficios financieros de su trabajo (Rosas, 2016).
Así que no importa el riesgo, el miedo, la tristeza, el dolor. Los hombres salen de sus hogares para cumplir con “su deber”, a pesar de que el tránsito migratorio se caracterice por su precariedad: por la carencia de redes de soporte social y económico, la mayor exposición al daño, la violencia y la muerte sin protección alguna (Butler, 2009). Ellos deben migrar para reafirmar en muchas ocasiones su identidad masculina, aunque este tránsito les pueda costar la vida.
Tránsitos migratorios
De acuerdo con Nájera (2016), el análisis de la migración en tránsito ha resultado complejo debido a que presenta un reto al definir este tipo de migración en función del tiempo de estancia y motivo de la movilidad, siendo que de esta categoría se puede desprender otro tipo de subcategorías de movilidad. A pesar de las diversas investigaciones realizadas en materia de migración en tránsito, no existe una definición concreta, pero dicho término hace referencia a la estancia temporal de los migrantes en uno o varios países.
Se considera importante entender la migración en tránsito como indeterminada e indefinida, dado que nadie, ni las personas migrantes ni los hacedores e implementadores de políticas, tienen la certeza de cuánto tiempo permanecerán los migrantes en los lugares de paso (Fernández y Rodríguez, 2016, p. 5). El tránsito puede ser entendido como “el conjunto de desplazamientos físicos y culturales que realizan las personas entre territorios, interacciones sociales, experiencias y sentimientos” (Shah, 2011 en Sarricolea, 2014).
El concepto de “migración de tránsito” empezó a ser utilizado en el discurso internacional desde principios de la década de los noventa, definiéndose como la etapa entre emigración y asentamiento, de este modo el término “país de tránsito” apareció en el léxico migratorio como una categoría intermedia entre país de origen y país de destino (Papadopoulou, 2004; Düvell, 2006 en Álvarez, 2011). Este concepto ha sido debatido, tanto en su propia definición como en sus alcances: se ha señalado que no da cuenta de la inestabilidad, circularidad e impredecibilidad de la movilidad, y que ha tenido un énfasis unidireccional (Basok et al., 2015). Tiene además implicaciones políticas importantes, como su aplicación sesgada que refiere a la migración “no deseada” (Düvell, 2012).
Sabine Hess (en FM4 Paso Libre, 2012) aboga por desnaturalizar el término del tránsito porque la complejidad, inestabilidad y multidireccionalidad de tantas biografías de trayectorias y tránsitos obligan a redireccionar estrategias y vías. De tal forma que aquellos migrantes que no logran entrar a la Europa Schengen se encuentran “atrapados en la movilidad [stuck in mobility]” (Hess, 2012, p. 428 en FM4 Paso Libre, 2018). Y se refiere a esos extensos bordes que contienen a estos enormes flujos de personas como “zonas de tránsito precario”. Además, afirma que tampoco el asentamiento puede entenderse como lo opuesto a estar en tránsito, más bien el significado de estar en tránsito se ha extendido a la espera, a formas suspendidas de existencia en el tránsito, formas precarias o provisionales de asentamiento (Hess, 2012, p. 435 en FM4 Paso Libre, 2018).
El concepto de migración en tránsito no logra profundizar los procesos individuales y sociales, como por ejemplo el agenciamiento político. Por tanto, apostamos por hablar de tránsitos migratorios, con lo cual enfatizamos la complejidad del tránsito, de la movilidad y la inmovilidad en las experiencias de la precariedad, entendida como condición de vulnerabilidad maximizada, que implica una exposición que sufren las poblaciones que están arbitrariamente sujetas a la violencia de Estado, por acción o por omisión (Butler, 2009).
Señalamos, como sostiene Sarricolea (2014), que la utilización del tránsito permite hablar de los múltiples desplazamientos que experimentan los migrantes por lugares y prácticas sociales, combinando otras aproximaciones conceptuales que conciben la movilidad de los sujetos, los discursos, las prácticas, las ideas y las identidades, lo que nos permite tener mejores análisis de los tránsitos migratorios que realizan los migrantes, analizando igualmente las implicaciones que tiene en la conformación de los territorios de espera durante el tránsito. En este sentido Bondanini (2014) explica que, por la misma complejidad de los tránsitos migratorios, hay ciudades de tránsito las cuales “representan etapas o lugares de pausa en el viaje migratorio” (p. 195), una especie de estancamiento del proceso migratorio que se puede derivar por diversos factores personales y sociales.
Metodología
La metodología utilizada proviene de la etnografía, del trabajo realizado como voluntarias en el albergue La Sagrada Familia desde 2016 hasta diciembre de 2019, ubicado en la ciudad de Apizaco, Tlaxcala (Figura 1). Este albergue es una asociación civil que se ha constituido como una institución que brinda soporte humanitario, recibe principalmente a migrantes centroamericanos en condiciones irregulares, y que en su mayoría tienen como destino Estados Unidos o la frontera norte de México.
La realización del trabajo etnográfico se llevó a cabo dentro de las instalaciones de dicho albergue, como una estrategia de seguridad ante la presencia de grupos pertenecientes a la delincuencia organizada que hacen de la zona un lugar peligroso. La obtención de la información se realizó bajo ciertas características particulares que habría que resaltar, ya que durante la asistencia al albergue se tuvo la oportunidad de participar como voluntarias, lo que permitía tener mayor acercamiento con los migrantes e interactuar con ellos en distintos momentos en su estancia en el albergue, situación que posteriormente permitió realizar observación participante, charlas informales y entrevistas semiestructuradas.
Las actividades desarrolladas dentro del albergue como registro de personas migrantes que arriban al albergue, apoyo en el servicio de llamadas gratuitas patrocinadas por la Cruz Roja Internacional, entrega de medicamentos y ropa, entre otras, permitieron generar empatía y conocer de primera mano historias, testimonios, sueños, miedos y tristezas de estos hombres. Se logró realizar un total de 10 entrevistas (Tabla 1), que contribuyeron al desarrollo del análisis del presente artículo. La entrevista constaba de cinco apartados: perfil sociodemográfico, hogar y familia, perfil de vulnerabilidad, perfil migratorio, redes y apoyo, salud, emocionalidad y masculinidad.
En el momento de estar realizando trabajo de campo se encontraron algunas limitaciones y dificultades. El tiempo en este tipo de contextos resulta vital, por tanto, se plantea el término de etnografía en lo efímero debido al propio contexto del tránsito migratorio, para referirnos a los retos metodológicos que se tienen cuando los contextos permiten obtener información de los sujetos solo por un tiempo limitado, y que además en ese corto tiempo se tienen otras prioridades vitales para la resolución de necesidades humanas básicas.
Nombre1 | Edad | Estado civil | Lugar de origen | Ocupación | Motivación de migración | Días viajando |
Ángel | 36 | Unión libre | La Unión Copán, Honduras | Agricultor | Económica | - |
Julio | 42 | Unión libre | Yoro, Honduras | Empleado (restaurante) | Violencia (amenaza a un hermano) | - |
Pedro | 36 | Casado | Santa Bárbara, Honduras | Agricultor | Económica | 8 |
Armando | 40 | Casado | Honduras | Agricultor | Económica | 11 |
Ernesto | 43 | Casado | Honduras | Comerciante | Económica | 14 |
Marío | 32 | Casado | El Paraíso, Honduras | Agricultor | Económica | 46 |
Adán | 27 | Unión libre | Copán, Honduras | Agricultor | Violencia (asesinato de dos hermanos) | 12 |
Yael | 31 | Unión libre | Francisco Morazán, Honduras | Comerciante | Económica / Violencia | 12 |
Arturo | 41 | Unión libre | San Pedro Sula, Honduras | Construcción | Económica | 22 |
Tomás | 24 | Unión libre | Comayagua, Honduras | Agricultor | Económica | 11 |
Resultados
Tránsitos migratorios por el centro de México
El tránsito de migrantes por la ciudad de Apizaco, Tlaxcala, no es una realidad nueva. La ruta del ferrocarril Ciudad de México-Tlaxcala-puerto de Veracruz2 ha permitido que el tren de carga que transporta mercancías de grandes empresas, también transporte cada año miles de migrantes que buscan llegar a la frontera norte de México con la finalidad de cruzarla y llegar a Estados Unidos. En su mayoría son hombres que han acumulado vivencias y objetos experimentados a lo largo de su recorrido desde su lugar de origen —principalmente de origen centroamericano— hasta Apizaco.
Es a través del desplazamiento y la experiencia adquirida que los migrantes integran su individualidad, la manera de explicar su realidad y su mundo (González, 2012). Quienes van montados sobre ese tren de carga son personas que llevan consigo un proyecto migratorio, el cual es diseñado subjetivamente y por tanto es distinto en cada migrante. González (2012) señala que para algunos migrantes puede incluir varios intentos o solo uno —se encuentran quienes transitan por segunda, tercera e inclusive por sexta vez— con la intención de llegar a Estados Unidos.
El viajar en la bestia3 tiene implicaciones severas en la integridad de quienes se transportan en ella. Los constantes retenes por parte de los agentes del Instituto Nacional de Migración (INM), policías federales, estatales, municipales, garroteros4, y factores externos como las condiciones climáticas, inciden en los cuerpos de estos varones que se encuentran en tránsito.
El cansancio físico y mental, el sueño atroz que se va acumulando con los días y el hambre que se padece en el camino hacen que los cuerpos de estos migrantes se vean afectados, se produzca un adelgazamiento del cuerpo, reflejo de lo precario que resulta este tránsito migratorio. Desgaste físico y emocional incide en la temporalidad del viaje, la cual dependerá del estado corporal y de las condiciones materiales de quien viaja (Parrini-Roses y Flores-Pérez, 2018, p. 83).
Dentro de esta heterogeneidad de migrantes provenientes de Centroamérica se ha documentado el incremento de migrantes hondureños en territorio mexicano, siendo estos de toda la población centroamericana quienes se encuentran en situación de mayor vulnerabilidad. Yee y Torre (2016) señalan que las escasas redes de apoyo y el perfil migratorio vulnerable de las personas migrantes provenientes de Honduras, se deben a factores como la creciente violencia y las condiciones de pobreza y desigualdad existentes en la región.
Las condiciones de vida de los varones entrevistados están caracterizadas por la pobreza, la desigualdad, la falta de empleo y de acceso a mejores oportunidades. La situación actual en Honduras se enmarca en una crisis económica y social que ha repercutido de manera directa en la cotidianeidad de miles de hondureños, sumado a esta situación el país enfrenta un grave problema en torno al narcotráfico, la impunidad y la corrupción.
El deterioro institucional, el aumento de la violación de los derechos humanos, la desconfianza ciudadana y el régimen autoritario, así como la incapacidad de los gobiernos de Estados centroamericanos para cubrir las necesidades básicas de alimentación, salud, seguridad, empleo y educación en ciertos sectores de su población, tienden a intensificar la migración. Además, la sociedad hondureña está fuertemente identificada con “el sueño americano”.
Por otra parte, están los grupos que controlan los partidos políticos tradicionales. Maras y pandillas en Honduras, que generan actividades de extorsión, venta de drogas, sicariato, robo de automóviles y motocicletas, secuestros, tráfico de armas y la apropiación ilegal de viviendas, siendo sus principales blancos los comerciantes y los empresarios de transporte urbano e interurbano, situación que no distingue ni tiene misericordia de los sectores más vulnerables del país.
De acuerdo con la información recabada en las entrevistas y las charlas informales, sobresale el motivo de migrar para proveer, seguido de los altos índices de violencia e inseguridad en los lugares de origen, factores que se fusionan ocasionando la migración de estos varones. Asimismo, la experiencia de ser varón en tránsito varía según la etapa del ciclo de vida en la que se encuentre el migrante, su edad, el estado civil, si es padre o no, así como de las circunstancias personales (Asakura, 2014). A esta experiencia se añaden las condiciones en las que se realiza la movilidad. Estas características son la situación irregular migratoria, con quién viaja, si tiene experiencia migratoria, los recursos económicos y si cuenta con redes de apoyo.
Centrándonos en la importancia de proveer económicamente a la familia, se observa que el rol de proveedor y jefe de familia sigue estando vigente. Los testimonios recabados hacen notorio que la falta de empleo, de oportunidades para mejorar la calidad de vida familiar, y no contar con los recursos económicos para mantener a los hijos, ocupan un lugar importante en la masculinidad de estos varones.
Como le digo, el empleo ya se acabó, ahí solamente… son tres, cuatro meses de empleo. Uno no gana ni para mantener a los hijos, falta la alimentación, los útiles para ir a la escuela, muchas cosas les hacen falta a mis hijos y entonces si no hay facilidades del dinero, yo decidí mejor emigrar. (Ángel, 36 años, comunicación personal)
Ser un hombre para mí, como le quiero decir, es ser responsable con mi familia… Mi destino final es llegar a EUA, pues porque llevo mis sueños. A veces son muchos sueños los que uno lleva, pero a veces ya estando allá hay sueños, de diez cosas que uno lleva tal vez solo cumple dos y mi sueño es pues terminar de darles estudio a mis dos hijos pequeños, pues hacerme un dinerito para viejo para no estarme jodiendo. (Arturo, 41 años, comunicación personal)
Los discursos son similares. Salir para proveer, trabajar para sostener a quienes dependen de ellos, constituyen elementos principales que configuran el mandato de proveedor. Desde una mirada de género, la migración de hombres encuentra su principal explicación en el rol de proveedor (Rosas, 2008). Los migrantes en tránsito definen que un varón es aquel que es responsable con su familia, cuya prioridad son los hijos y su cuidado, la seguridad y el bienestar familiar.
Resulta importante señalar que se identificaron dos tipos de experiencias migratorias. La primera de ellas refiere a quienes viajan con sus hijos, y la otra a quienes emprenden el trayecto solos o acompañados de algún conocido o familiar (Figura 2). Las implicaciones de viajar con los hijos modifican los ritmos en el movimiento, los tiempos de la espera, la resolución de las necesidades más básicas. La decisión de emprender un proyecto migratorio con los hijos no es fácil. Se analizan principalmente los riesgos, los peligros y los costos económicos de esta decisión, pero la creencia que se tiene de que de llevar niños a Estados Unidos es “un pasaporte” que garantizará el poder ser liberados de la detención después de un corto periodo, cobra fuerza al tomar esta decisión.
Fragmentos de los testimonios recabados en las entrevistas dan cuenta de los señalamientos realizados en párrafos anteriores:
Entrevistadora: ¿Cuál es la principal razón por la cual lo acompaña su hijo menor?
Mario: Pues más que nada en la forma de cómo entrar al Estado. Mmm… estoy enterado de que, entrando con un bebé o un niño, se le da permiso al niño y al familiar o al papá.
Entrevistadora: ¿Usted prefiere viajar solo o acompañado?
Mario: En cuanto a esta relación con mi hijo, si no fuera por un objetivo de con mi hijo, yo viajaría solo. (Mario, 32 años, comunicación personal)
Sin embargo, existen otras realidades donde llevar a los hijos no es una opción.
En esta clasificación encontramos dos tipos de circunstancias:
Entrevistadora: ¿Cuál es la principal razón por la que lo acompañan sus hijos menores de 15 años en este viaje?
Migrante: Porque no tenía con quién dejarlos, y la verdad lo que, lo que me hizo traerlos, que me acompañaran es porque es un bien para ellos lo que ando buscando.
Entrevistadora: En caso de que usted hubiera tenido alguien con quien dejarlos, ¿usted los hubiera traído, los hubiera dejado?
Migrante: Si hubiera estado la mamá los dejo, pero no está la mamá, entonces no puedo. (Yael, 31 años, comunicación personal)
Entrevistadora: ¿Cuál es la principal razón por la cual lo acompaña? Migrante: Pues los problemas que hay allá, lo quieren involucrar a cosas, decidí con mi esposa de traerlo y que no le pasara algo. (Ernesto, 43 años, comunicación personal)
Emociones en el tránsito
Los lugares por los que transitan los individuos son mundos sobre la marcha donde las personas tienen experiencias. Se siente, se piensa y se actúa generando significados importantes. El proyecto migratorio produce emociones, las cuales no pueden ser analizadas de manera dicotómica: mente y cuerpo, pues no solo son una construcción social sino también una experiencia individual que justamente se verifica en el cuerpo de cada persona (Asakura, 2014).
Por mucho tiempo las emociones han sido un campo de disputa para los hombres. Permitir que una emoción se exprese en un cuerpo masculino, constituye un signo de debilidad. Los sentimientos y sensibilidades se deben suprimir en el espacio público. Las expresiones como “no pasa nada”, “todo está bajo control”, “estoy bien” (las cuales se expresan también en silencio), pueden entenderse como una forma de control, pues a lo largo de su crianza los hombres han sido educados para negar cierto tipos de emociones —sobre todo aquellas que se encuentran feminizadas—-, porque se asocia con la falta de hombría. Por tanto, muchos hombres se esfuerzan y gastan energía para manejar y controlar —actuar como si no existieran— las emociones (Artaza, 2018).
Salguero (2018) expone que el hombre a través del proceso de socialización aprende a “enfriar sus emociones”, por tanto, cuando son adultos a muchos de ellos les cuesta trabajo reconocer su vida emocional. Lo que convierte a algunos varones “en individuos divididos; por un lado, al tener el control aparente sobre sus vidas y, por otro, descuidar la parte emocional, la parte íntima” (Salguero, 2018, p. 85). Es así que la mayor parte de la vida los varones van silenciado sus emociones, lo que puede provocar grandes problemas relacionados con la salud física y mental, y hacia las relaciones interpersonales que establecen.
Reconocer durante el tránsito migratorio la vida emocional no es una tarea sencilla. Se puede aceptar y expresar la ira, pero la tristeza, el miedo o la ternura se pueden considerar una amenaza a la masculinidad hegemónica. Estas afirmaciones resultan interesantes, porque no solo es el hecho de mostrarse superiores y razonables frente a las mujeres, también en los contextos de tránsitos precarios simultáneamente se da un doble motivo para suprimir las emociones.
Una de las principales emociones que acompaña a los varones desde el lugar de origen hasta llegar al lugar de destino, y que intenta permanecer oculta porque mostrarla significaría debilidad, es el miedo. Porque dar signos de ello implicaría que otros hombres obtengan alguna ventaja y maltraten a quienes ocupan una posición de marginación dentro de la estructura social. Figueroa (2009) afirma que uno de los atributos que algunos modelos de identidad masculina asignan a los varones es no cuidar de su salud, por tener que vivir riesgos. El autor señala que existe dificultad en reconocer y sobre todo expresar el dolor (sea físico o emocional), lo que podría deberse a que los aprendizajes que recibieron en la infancia han influido para que haya dificultad al pedir ayuda, porque el hecho de “necesitar algo” supondría cierta debilidad y fragilidad.
Derivado de lo anterior, Figueroa considera importarte hacer hincapié en la urgente necesidad de conocer las causas de la mortalidad paterna. Una realidad a la que los varones se encuentran expuestos cuando actividades como trabajar, proveer, controlar las emociones, ejercer la sexualidad, etc., se realizan bajo un contexto de presión, precariedad y violencia, lo que hace de los cuerpos masculinos cuerpos vulnerados (Sarricolea, 2014, p. 35).
También se encontró que los migrantes se encuentran en un vaivén de emociones. En el camino o en la espera se encuentran dos emociones que surgen de manera simultánea, una antecede a la otra y viceversa, hablamos de la esperanza y la tristeza. Los relatos hacen referencia al dolor que se experimenta al salir del hogar, tristeza que permanece en silencio, esto muchas veces es causa de no comunicarse con la familia o de colgar las llamadas telefónicas para que los sentimientos no se aviven, tanto para quien transita —el migrante— como para quien se queda en casa preocupado por aquel que se fue. Para ellos el sufrimiento de pasar hambre, frío y sed, el sacrificio de dejar el terruño, y el dolor que ocasiona cada kilómetro recorrido valdrán la pena si se logra el objetivo, si se alcanza la tierra prometida.
El trayecto es la experiencia
Analizar la experiencia migratoria de los varones hondureños no es tarea fácil. Comprenderla en su totalidad requiere integrar múltiples categorías y ver cómo estas se cruzan en momentos específicos que acentúan las desventajas sociales y colocan a estos varones en lugares de subordinación y de opresión. La edad, la nacionalidad y el estatus migratorio se cruzan con el género. En capítulos anteriores se ha descrito cómo el género impone mandatos a los varones que, ante la presión de cumplirlos, no importa si la vida misma se pone en peligro.
Vale acotar que la movilidad constante de las personas a través de los espacios geográficos y culturales interpela a los sujetos de distintas maneras, pero en áreas similares: familiar, emocional, social, cultural, en el ejercicio de los derechos humanos, etc. Lo que requiere de formulaciones y categorías para captar las nuevas formas de habitar y transitar los territorios. Esta migración de periferia a metrópolis, es decir, de países en vías de desarrollo a países desarrollados, provoca que los flujos de personas se vivan desde la precariedad.
Parrini-Roses y Flores-Pérez (2018) sostienen que la ruta es la estructura y es en el trayecto donde se produce la experiencia, por tanto, la estructura por donde transitan los migrantes hondureños es una estructura que despoja a los sujetos de sus cualidades políticas y sociales. Las violaciones que se comenten en el tránsito, tanto del crimen organizado como de instituciones de Gobierno —al no velar por los derechos—, ocasionan lo que Agambe denomina “vida desnuda”, una vida que no se puede distinguir como humana, excluida del reconocimiento político y social. Lo que, en palabras de Butler (2010), sería encontrarnos con vidas que no son reconocidas ni tomadas en cuenta, vidas consideradas como no valiosas y no merecedoras de ser lloradas.
El valor asignado a estos varones migrantes es menor que el valor puesto a las mercancías que trasladan los trenes. A estas mercancías se les cuida, se les asignan seguros ante el robo o cualquier incidencia que se pueda presentar en el camino, asimismo, en ciertos trayectos se cuenta con la presencia de guardias de seguridad para custodiar los trenes y así evitar percances. Las vidas en tránsito se encuentran excluidas de reconocimiento y de valor, se les niega el derecho a tener derechos.
Lo anterior conlleva a que exista cierto miedo por parte de los varones migrantes al intentar solicitar apoyo a autoridades, levantar una denuncia, o incluso acudir a un centro de salud para recibir atención médica, pues temen que puedan ser detenidos y remitidos ante autoridades migratorias, ya que se mueven bajo un estatus migratorio irregular (no documentado). Esto supone entonces que la experiencia de género de los varones está determinada por otras categorías y por el lugar que ocupan dentro de la sociedad en la que transitan.
El venir del Triángulo Norte de Centroamérica, de manera específica ser hondureño, concibe una percepción negativa de la población local y nacional. Los discursos discriminatorios y racistas de la población mexicana orillan a estos varones a que sigan transitando —en lo mayor de lo posible— desde la invisibilidad, en las periferias de las ciudades, donde el riesgo es mayor, aquí ya no por la corrupción de las autoridades que se encargan de cuidar y salvaguardar a los ciudadanos —policías o militares—, sino por la presencia de pandillas y grupos criminales que se apropian de territorios desolados. Son rechazados no por ser extranjeros, sino por ser extranjeros pobres, por su nacionalidad y apariencia física, porque se cree que nada positivo pueden aportar a la sociedad de tránsito y, por el contrario, pueden empeorar las situaciones económicas y sociales, complicar la vida y ser un peligro para las mujeres y los niños.
[…] en algunas ocasiones he visto que te tratan…. ¿cómo se llama?, hay diferencia, por ejemplo, andaban unos morenos, pero morenos de raza y les estaban diciendo monos… desde una casa una niña estaba gritando: monos, monos, gorilas. Entonces él muchacho ese, se enojó y le digo pues que vas a hacer es una niña que está hablando, pero seguro esa niña está hablando porque sus padres son igual que ella. (Julio, 42 años, comunicación personal)
Estas muestras de desprecio otorgan poco valor a la vida de estos hombres. Se crea una especie de animalidad en el imaginario social respecto de ellos, se cree que por ser hondureños pueden comer lo que sea (comida incluso echada a perder o en mal estado) y además no tienen ningún derecho a reclamar. Se piensa que no pueden vestirse dignamente, deben usar lo que sea que se les regale, sin protestar, y si lo hacen son considerados malagradecidos, sucios y orgullosos. Incluso, se les intenta quitar la capacidad para decidir y elegir en lo más mínimo.
Podríamos decir que se les cosifica, la persona se vuelve objeto-mercancía. Cortina (2018) lo señala bien al sostener que estamos ante una ola de “aporofobia, de rechazo, aversión, temor y desprecio hacia el pobre, hacia el desamparado que, al menos en apariencia, no puede devolver nada bueno a cambio, por eso se le excluye de un mundo construido sobre el contrato político o social”.
Conclusiones
Las implicaciones de realizar un proyecto migratorio desde la irregularidad, es decir en situación migratoria no documentada, sigue ocasionando que los tránsitos se realicen en la invisibilidad. Existe para esta población una reducción del uso de los espacios a los cuales pueden acceder, entre más se muevan desde la periferia de las ciudades será mejor para ellos y para las autoridades locales. Se considera así al menos para la población hondureña que transita por Apizaco y es la que con mayor frecuencia llega a las instalaciones del albergue para migrantes ubicado en esa ciudad, pues se ha observado que, a diferencia de otros grupos poblacionales de centroamericanos, los hondureños carecen de recursos económicos, redes de apoyo, y si es la primera vez que se realiza el proyecto migratorio se carecería también de los conocimientos básicos y las estrategias para el tránsito, lo que nos llevaría a una población que podría denominarse como “los más vulnerables entre los vulnerables”.
La construcción masculina de los cuerpos de estos varones se fundamenta desde mandatos de género tradicionales, aunque también se resalta el hecho de que suele ser cada vez más frecuente que los padres transiten con sus hijos menores y sean ellos los responsables del cuidado de sus hijos durante el proyecto migratorio. Son ellos los que se encargan de la alimentación, la higiene, el vestido y la seguridad de sus hijos en un trayecto que resulta peligroso para menores de edad, lo que lleva a que estos varones estén en constante estado de alerta ante las amenazas del exterior e incluso frente al enemigo que se encuentra disfrazado de migrante, aquel hombre que puede operar como cómplice y aliado del crimen organizado. En esta realidad el miedo a morir en el intento está presente, por tanto, el peligro que conlleva llevar hijos menores es el doble, así como la carga física y emocional.
Se considera necesario retomar las vivencias de los protagonistas, tomar en cuenta las emociones, los sentimientos, así como las necesidades de la población migrante, y su relación con la salud mental de estas personas. Pues ignorar lo anterior tanto en los estudios de migración como en la creación de políticas públicas sería un acto deshumanizante, que limitaría el ejercicio del derecho a la salud que todo migrante tiene. Achotegui (2009), desde una perspectiva psicosocial, considera que la migración no es, en sí misma, una causa de trastorno mental, pero sí un factor de riesgo tan solo si se presentan las siguientes situaciones: si existe vulnerabilidad (el inmigrante no está sano o padece discapacidades), si el nivel de estresores es muy alto (el medio de acogida o tránsito es hostil), o si se dan ambas condiciones.
Se debe tener en cuenta que, para bien o para mal, la migración cambia al sujeto, y esto en gran medida depende no solo de las condiciones y la apertura para recibir al migrante en el lugar de destino, sino también de las experiencias en el tránsito que pueden impactar la vida del migrante e incluso afectar su futuro.
Conocer el sentir y pensar de los migrantes hondureños es importante ya que permite comprender de una mejor manera y con una mirada más amplia la complejidad del fenómeno migratorio, y el impacto que tiene en la vida de los hombres y de lo que sucede a su alrededor, pues es en la experiencia donde se piensa, se siente, se vive.
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Notas
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